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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Jacqueline Baird

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Deuda pagada, n.º 5554 - marzo 2017

Título original: The Greek Tycoon’s Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9340-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

No voy a poder llegar ni a la primera base, ¿verdad, cariño? Así que es mejor que ni siquiera intente seducirte.

Eloise entreabrió los labios con una fascinante sonrisa. Sus hermosos ojos verdes chispeaban de diversión.

–No, Ted, no vas a conseguir nada –sacudió su melena cobriza y soltó una carcajada ante la exagerada expresión de angustia de su acompañante.

–Lo sabía. Cuando la suerte te abandona, ya no hay nada que hacer –declaró Ted Charlton con su marcado acento americano–. Pero qué demonios, Eloise, eres una magnífica acompañante y podemos continuar hablando. Seguro que nuestra conversación es más fluida que las que mantenía con mi ex esposa.

Ted le había explicado durante la cena que había iniciado el proceso de divorcio de su tercera esposa cuando esta le había abandonado por un joven y Eloise no había podido menos que compadecerlo. Ted, cercano ya a los cincuenta, no era ningún Adonis, pero su ingenio y su personalidad lo convertían en un hombre muy agradable.

–Claro que puedes –bromeó Eloise–. De hecho, creo que conozco ya toda la historia de tu vida.

–Vaya, estoy aburriéndote.

–Por supuesto que no. Además has tenido una vida fascinante. Me gustaría haber podido divertirme la mitad de lo que tú lo has hecho.

–Una joven tan atractiva e inteligente como tú puede hacer todo lo que se proponga. Para mi vapuleado ego es un gran estímulo que me vean saliendo contigo, y si puedo ayudarte de alguna manera, lo haré.

No iba a hacerlo con un contrato blindado que lo obligara a invertir en KHE, la firma de joyería que Eloise compartía con Katy y con su marido, Harry, pero aun así, el trato al que habían llegado era prácticamente inmejorable, pensó Eloise feliz.

–Eres muy amable conmigo –le dirigió una sonrisa resplandeciente a su acompañante.

Era la primera vez que salía a cenar con un posible inversor y no lo habría hecho si Katy no estuviera en el séptimo mes de embarazo y no se encontrara bien. Harry, que se ocupaba de casi todos los asuntos relacionados con la contabilidad de la empresa, había preferido quedarse en casa con su esposa y había presionado a Eloise para que acudiera a la cita.

–Nada de amabilidad, es solo sentido común. Tú y tus amigos habéis conseguido algo realmente importante. En muy pocos años podremos ver sucursales de KHE en todas las capitales del mundo.

–Ahora sí que estás exagerando –se alegraba de haber ocupado el lugar de Harry; la velada estaba siendo un éxito, tanto profesional como personalmente.

Al principio no quería ir. No se sentía cómoda en aquellas situaciones. De hecho, la elegante blusa que llevaba se la había tenido que prestar Katy. Ella prefería la ropa informal, pantalones anchos y camisetas. Afortunadamente, Ted Charlton había resultado ser un agradable compañero de cena y Eloise estaba disfrutando de verdad.

–Quizá –dijo Ted, levantándose–. Y ahora, ¿por qué no les damos una oportunidad a mis viejos huesos y bailas conmigo? Podemos dejar los detalles del contrato para mañana, para cuando el puntilloso de Harry ande por los alrededores.

Eloise vaciló un instante, pero después se levantó y tomó la mano que Ted le tendía.

–Claro que sí, Ted –contestó, imitando el acento americano y ambos salieron riendo a la pequeña pista de baile.

Marcus Kouvaris se inclinó contra la barra con un vaso de whisky en la mano. La despampanante rubia que estaba a su lado deslizó el brazo alrededor del suyo, permitiendo que sus senos se presionaran contra él. Marcus esbozó una sonrisa sensual. Ambos sabían dónde terminaría la noche: en la cama. Nadine era una imponente modelo con gran experiencia sexual y Marcus necesitaba desahogarse.

Había pasado el año anterior en la villa que poseía en Rykos, una de las maravillosas islas griegas, cuidando de su tía Christine y de su hija Stella, que vivían permanentemente allí. Había intentado proporcionarles a ambas el confort y el apoyo que necesitaban tras la trágica muerte de su marido y padre, Theo Toumbis, en un accidente de coche. Desgraciadamente, el celibato que se había visto obligado a mantener no era en absoluto su estilo.

Había ido a Londres para atender un asunto privado. Pero pretendía acostarse todas las noches con Nadine. Marcus bebió un sorbo de whisky, miró a su alrededor… y se quedó completamente helado.

Apretó los dientes y entrecerró sus ojos oscuros al reconocer a la pareja que estaba sentada al otro extremo de la pista de baile. Al hombre le dirigió una rápida mirada. Pero la mujer… la mujer era Eloise, ¡la inocente y virginal Eloise que se sonrojaba en cuanto un hombre la miraba!

Advirtió que la joven apoyaba la mano en el brazo de su acompañante y le dirigía una sonrisa radiante.

Marcus curvó los labios en una cínica sonrisa; aquello confirmaba lo que su informante le había dicho. Eloise era digna hija de su madre… Esa madre que había estafado a su tío Theo y le había sacado una gran cantidad de dinero con la ayuda de Eloise. Esa era la razón por la que Marcus estaba en Londres, para intentar recompensar a su tía y a su prima.

El dinero para él no era importante; de hecho, la ayuda que les estaba prestando a su tía y a su prima no estaba haciendo mella alguna en su riqueza. Pero era una cuestión de principios: cualquiera que le hiciera daño a su familia tendría que pagar por ello.

A un nivel más personal, albergaba la duda de que Eloise también lo hubiera engañado con su supuesta virginidad. Él había respetado su inocencia y se había limitado a compartir con ella algunos besos la última vez que se habían visto, justo antes de que la joven desapareciera sin decir una sola palabra.

Marcus estrechó la mirada sobre el objeto de sus pensamientos. Eloise era incluso más hermosa que a los diecinueve años. Dejó que sus ojos vagaran sobre ella en masculina apreciación. Llevaba una blusa ligera, en tonos dorados, que dejaba entrever los suaves montículos de sus senos antes de deslizarse por la cintura de una falda negra. Un cinturón dorado realzaba la elegancia del atuendo, enfatizando la estrechez de su cintura. El conjunto lo completaban unas sandalias de tacón.

Marcus sintió un instantáneo movimiento en la entrepierna que no tenía nada que ver con la mujer que estaba a su lado. Frunció el ceño con enfado. ¡Maldita fuera! Pero Eloise era una mujer espléndida. El epítome de la feminidad. Se movía con una gracia instintiva. Cuando sonreía, sus ojos verdes resplandecían y se iluminaba aquel cutis traslúcido que contrastaba con la furia de su pelo rojo.

¡Cinco años! Todavía recordaba como si hubiera estado con ella el día anterior la sedosa suavidad de su piel, la sensación de tenerla entre sus brazos. Apartó la mirada de Eloise para mirar a su acompañante. Reconocía a aquel hombre por haberlo visto en los periódicos: se trataba de Ted Charlton, un rico empresario norteamericano que acababa de separarse de su esposa.

Un tormentoso ceño oscureció su expresión. Marcus había intentado concederle a Eloise el beneficio de la duda; en aquella época era joven y probablemente se encontraba bajo la influencia de su madre. El informe que descansaba sobre la mesa de su ático decía que KHE era una pequeña, pero exitosa joyería con un gran potencial. Al leerlo, Marcus no había tenido la menor duda de que KHE era la misma compañía en la que su tío Theo había creído estar invirtiendo cinco años atrás. ¡Eloise Baker! Aun así, Marcus estaba dispuesto a negociar la devolución del dinero de Theo como si de un negocio más se tratara. Pero al ver a Eloise bailando y riendo con un hombre mayor se puso furioso y cambió de opinión.

Marcus Kouvaris no había sentido celos en su vida y, consecuentemente, no reconoció aquel sentimiento. Pero de pronto deseaba haber prestado más atención al detective al que había contratado para encontrar a Eloise. Este le había llamado por teléfono a Grecia dos semanas atrás y le había dicho que había encontrado a Eloise y que esta había resultado ser la hija de Chloe, y no su hermana. El informante le había dado la dirección de Eloise en Londres y el nombre de su empresa. Marcus le había preguntado si Eloise tenía alguna responsabilidad en el fraude y el detective le había asegurado, con una carcajada final, que aquella mujer era pura como la nieve.

Cuando el detective le había preguntado que si quería que le enviara el informe que tenía sobre Eloise, Marcus le había dicho que lo tirara. Él solo necesitaba su dirección. No podía admitir, ni siquiera ante sí mismo, que no le apetecía leer la lista de sus amantes.

Pero en aquel momento, decidió que había llegado el momento de que él mismo comenzara a investigar a la elegante Eloise.

 

 

Eloise miró a su alrededor. Aquel soberbio club, situado en el corazón de Londres, era el último grito en la capital. La comida y el servicio eran inmejorables, la iluminación discreta, las mujeres hermosas y los hombres ricos. Suspiró suavemente mientras Ted giraba con ella alrededor de la pista. Ella acababa de superar uno de sus miedos y, a menos que estuviera equivocada, Ted Charlton iba a invertir en su empresa.

–No mires –le dijo Ted suavemente–, pero hay un hombre en la barra que ha estado mirándote como un halcón durante los últimos cinco minutos y ahora me está apuñalando a mí con la mirada.

Por supuesto, Eloise miró. Inmediatamente, sus ojos verdes chocaron con una oscura mirada. Durante un largo rato, fue incapaz de desviar la mirada.

–Oh –exclamó.

Marcus inclinó la cabeza y arqueó una ceja antes de deslizar la mirada por el cuerpo de Eloise. Volvió a fijarla en su rostro con aparente sorpresa. Relajó sus facciones y una sensual sonrisa asomó a sus labios mientras alzaba el vaso de whisky hacia ella.

–¿Lo conoces? –le preguntó Ted, apartándola de aquel extraño y volviendo a la mesa.

–Podría decirse que sí –Eloise tomó su copa de champán y la vació de un trago. Intentó sonreír–. Lo conocí en Grecia hace unos años, durante unas vacaciones, pero no había vuelto a verlo desde entonces.

–¿Un amor de verano?

–Sí, supongo que podría decirse así.

Pero no era eso lo que pensaba entonces. En aquella época, pensaba que Marcus era el amor de su vida. Era el primer hombre del que se había enamorado, el único, admitió. Se habían visto tres veces; después Marcus había tenido que marcharse para visitar a su padre y ella había regresado a Inglaterra. No había sabido nada de él desde entonces, hasta que su madre le había explicado que Marcus Kouvaris era un genio de las finanzas que había ganado una fortuna con el boom de las nuevas tecnologías.

–Eloise, ¿eres Eloise Baker?

Eloise reconoció al instante aquella voz profunda y con un ligero acento. Y sintió que sus mejillas se sonrojaban mientras elevaba los ojos hacia aquel rostro que continuaba siendo tan atractivo como siempre: pelo oscuro, piel aceitunada, unas facciones perfectas y una sonrisa capaz de doblegar la voluntad de cualquier mujer.

–Eloise, sí –confirmó con una vacilante sonrisa–. Pero Smith, no Baker –lo corrigió sin pensar.

–Smith, claro. Ha pasado tanto tiempo –contestó Marcus. Sin ser consciente siquiera, Eloise acababa de admitir que había mentido. Marcus la recorrió con la mirada; los ojos de Eloise continuaban siendo las más exquisitas esmeraldas. Con las mejillas ligeramente sonrojadas, era la inocencia personificada.

Marcus sintió un nudo en el estómago. No podía recordar haber estado nunca tan furioso y tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no enfrentarse a ella. Desplegando todo su encanto, añadió:

–Pero no has envejecido nada. De hecho, aunque parezca imposible, estás todavía más guapa.

Eloise se sonrojó violentamente.

–Gracias –farfulló. Consiguió desviar la mirada de su rostro y descubrió entonces a la rubia que lo acompañaba.

–Permíteme presentarte a mi amiga –dijo Marcus fríamente–. Nadine, esta es Eloise, una antigua amiga. Y su acompañante… –miró hacia el hombre que lo observaba–, Ted Charlton, creo. No nos han presentado, pero… –mencionó su aparición en un artículo periodístico y se estrecharon las manos.

Eloise también estrechó la mano que Nadine le tendía, sin extrañarle la frialdad de su sonrisa. Si Eloise estuviera saliendo con Marcus, tampoco le gustaría tener que compartir la velada con nadie. Todavía recordaba lo mucho que había sufrido cinco años atrás cuando su madre le había dicho que tenían que abandonar Rykos antes de que Marcus regresara a la isla.

Eloise le había dejado una nota con su dirección en Inglaterra y, durante todo un año, había vivido con la esperanza de que volviera a ponerse en contacto con ella. Hasta que las circunstancias de la vida le habían hecho cambiar de actitud y había dejado de esperarlo. Tenía cosas mucho más importantes de las que preocuparse.

–¿Por qué no tomáis algo con nosotros? –les invitó Ted.

–En otra ocasión, quizá –lo cortó Nadine antes de que Marcus pudiera decir nada–. Vosotros ya habéis cenado y Marcus y yo estamos hambrientos. Me prometiste invitarme a cenar –hizo un puchero y deslizó el dedo por el brazo de Marcus.

Eloise tuvo que disimular una mueca de disgusto ante las tácticas de seducción de Nadine.

–Nadine, querida, estoy seguro de que puedes esperar un poco –sonreía, pero con su tono le estaba advirtiendo que no protestara.

De modo que se sentaron y Ted pidió una botella de champán.

–Por los viejos amigos –Marcus levantó su copa y miró directamente a Eloise–. Y por los nuevos –continuó, dirigiéndose a Ted.

Brindaron los cuatro y Eloise dio un precipitado sorbo al burbujeante líquido. Estaba sorprendida por lo mucho que la afectaba estar en compañía de Marcus y agradeció que Nadine rompiera el incómodo silencio que se estaba instalando en la mesa.

–Marcus y yo nos conocemos desde hace casi dos años y nunca me había hablado de ti. ¿Cuándo os conocisteis? –preguntó Nadine, taladrándola con la mirada.

–Durante unas vacaciones que pasé con mi… con mi hermana Chloe –farfulló, sintiendo que se sonrojaba violentamente–. Habíamos alquilado una casa en Rykos. Chloe era amiga del tío de Marcus, Theo. Theo hizo una fiesta en su casa y allí nos…

–¿Cómo está tu hermana? –la interrumpió bruscamente Marcus.

El detective al que había contratado un año atrás para desvelar los diferentes nombres de Chloe Baker había descubierto que en realidad nunca había tenido una hermana y tenía una hija que se apellidaba Smith, probablemente el apellido más común en Inglaterra.

Eloise advirtió la sombría expresión de Marcus. ¿Habría descubierto que lo había mentido en el pasado? Pero había sido su madre la que había insistido en que la llamara Chloe y fingiera ser su hermana. A los treinta y siete años, Chloe no quería admitir que tenía una hija tan mayor.

–Mi hermana murió hace tres años –balbuceó Eloise. Odiaba mentir y, de pronto, comprendió que ya no tenía ningún motivo para hacerlo. Su madre había muerto. Pero aquel no era ni el momento ni el lugar para aclarar aquel malentendido.

–Lo siento –respondió Marcus sin sombra alguna de compasión–. Chloe era una mujer extraordinaria.

Sí, lo era, pensó Eloise con tristeza. Y si no hubiera sido por ella, Eloise nunca habría podido levantar su negocio.

En realidad, no había tenido muchas oportunidades de conocer a su madre. Sabía que a los diecisiete años un marinero, Tom Smith, la había dejado embarazada. Chloe se había casado con él y se había divorciado tres meses después. Tras el nacimiento de Eloise, había dejado a la niña con sus abuelos y había desaparecido durante cuatro años. Había regresado después con un nuevo apellido, otro fracaso matrimonial, cargada de regalos para su hija y convertida, al menos aparentemente, en una mujer de negocios. A partir de ahí, desaparecía y volvía a aparecer en su vida año tras año.

Para Eloise, su madre había sido como un especie de hada madrina, hermosa y elegante. Solo después de la muerte de sus abuelos, cuando Eloise estaba ya en el primer año de universidad, su madre había comenzado a pasar más tiempo con ella. Chloe se había interesado de verdad en lo que Eloise estaba haciendo y se había declarado fascinada por sus diseños.

–Siento haber evocado recuerdos tristes –Marcus se levantó y le tendió la mano–. Ven a bailar conmigo, para ayudarme a limpiar las telarañas del pasado.

–Pero… –comenzó a decir Nadine.

–Tranquila, Nadine, pronto cenaremos –le prometió–. Con tu permiso, por supuesto –añadió, mirando a Ted.

–Nadine se va a morir de hambre si no le das pronto de comer –intentó bromear Eloise mientras se alejaban de la mesa.

Marcus deslizó el brazo por su cintura y la estrechó con firmeza contra él.

Era más alto de lo que Eloise recordaba. Alzó la cabeza para mirarlo, pero fue un error. De cerca, Marcus era incluso más atractivo. Aquel hombre agresivamente viril y sofisticado, exudaba un aura de sexualidad que la aterrorizaba.

–El hambre de Nadine no tiene nada que ver con la comida –replicó él con una sonrisa burlona–. Es modelo, come como un pajarito. Tú, sin embargo, tienes una figura que es el sueño de cualquier hombre –posó la mano en su espalda y descendió lentamente hasta el inicio de su trasero.

–¿Estás insinuando que estoy gorda? –le preguntó Eloise fingiéndose horrorizada.

Marcus dejó caer la mirada hasta sus senos y volvió a mirarla.

–¡En absoluto! Tienes un tipo perfecto –al tiempo que le sujetaba la mano, hizo que sus nudillos rozaran la parte superior de sus senos.

Eloise debería estar horrorizada. No había estado tan cerca de un hombre desde hacía cuatro años. Sin embargo, para su más absoluto asombro, sintió que los pezones se erguían contra la vaporosa tela de la blusa y tuvo que clavar la mirada en el pecho de Marcus para enmascarar una repentina oleada de deseo.

–Creo que te has sonrojado, Eloise –bromeó Marcus mientras comenzaba a moverse como un experto bailarín por la pista.

–Hace calor –contestó Eloise, alzando el rostro hacia él.