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PREFERIBLEMENTE VIVAS

© Sandra Sánchez. 2016
© Elena Mir. 2016
© Ediciones Hidroavión. 2016

Textos
Sandra Sánchez

Ilustraciones y diseño

Elena Mir

Prólogo

Bárbara Alpuente

Foto de solapa de Sandra
María Sánchez 

Editado por
Ediciones Hidroavión 
www.edicioneshidroavion.com

ISBN: 978-84-120912-1-2
Depósito legal: A 206-2016

Ejemplar digital autoridazo por Ediciones Hidroavión.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni parcialmente ni en su totalidad. De igual forma no podrá ser registrada y/o transmitida por un sistema de recuperación de información bajo ningún concepto, sea éste electrónico, mecánico, por grabación, por fotocopia u otros medios sin el permiso explícito y por escrito de los propietarios de los derechos de autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual.

A todas las mujeres que lo intentan.

Sandra Sánchez.


Yo sólo conozco un tipo de mujeres en mi vida: las valientes, inspiradoras, luchadoras, con personalidad. También conozco a los hombres que las aman, los que se encuentran siempre a su lado: ni más arriba, ni más abajo. A todas ellas y ellos, por ser un ejemplo cada día.

Elena Mir.






“Puedo resumir en dos palabras todo cuanto he aprendido de la vida: Sigue adelante.” 

Robert Frost.




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Prólogo

Por Bárbara Alpuente

Tras un magnífico título nos espera una gran historia. A través de La búsqueda, El encuentro, La pasión, La soledad y El adiós, Sandra fracciona en breves relatos las distintas etapas de la que podría ser una sola mujer. Sus nombres cambian, sus vidas no son las mismas, sus miedos son diferentes, su sensibilidad también, pero todas ellas llevan el nombre de la autora; Sandra habla de ellas, que somos nosotras, que a su vez somos Sandra. 

La autora se mueve con inteligencia entre el sueño y la vigilia, y toma de la mano al lector para que experimente la inmersión en esa difusa frontera que separa la realidad de la ficción, lo racional de lo poético, el desasosiego de la plenitud. 

En cada uno de estos relatos habitan mujeres cimiento y mujeres refugio. Mujeres que esperan en un andén, mujeres que se suben al último tren o que lo ven alejarse con melancolía. Mujeres maquinistas sin destino aparente, mujeres con más preguntas que respuestas. Mujeres que se esfuerzan en recordar quiénes son y mujeres que lo olvidan para siempre en el “Planeta Olvido”. 

Sandra nos desvela que hay un mundo más allá de nuestros esquemas, que cuando se derrumba todo, una mujer es capaz de construir otro universo con solo cerrar los párpados, que quedarse sentada no parece una opción, que como ella dice en uno de los cuentos en palabras de Janis Joplin: “Es difícil ser libre, pero cuando funciona vale la pena”.

Como todo escritor, Sandra va descifrando sus propios enigmas a través de cada historia. Explora los recovecos de su anatomía creativa guiada por la antorcha de la curiosidad, de los juegos de palabras, de la pasión por el cine, la música y la literatura, del guiño al absurdo, y de la ironía que destilan sus dudas existenciales. Y a ratos se detiene a observar, conocer e iluminar, a todas esas mujeres que parecen vivir en la penumbra de su luz interior. 

Sandra nos anima a despertar de la anestesia cotidiana y a recorrer caminos aún enterrados bajo el polvo de una sociedad entumecida. “Preferiblemente vivas” es un viaje hacia el encuentro de una misma a través de las vivencias de todas nosotras.  Es la voz interior de una mujer de hoy, que prepara el terreno para descubrir quién podría ser mañana. 

“Si buscas respuestas, si hay un vacío que llenar, si lo tuyo es vivir en un aprendizaje constante, abrígate, ponte unas botas que te lleven bien lejos y empieza a andar. La isla inaudita te espera”.  

Yo os animo a que caminemos juntas por las próximas líneas, y que lo hagamos libres,  ligeras y vivas. Sobre todo eso; Preferiblemente vivas.

Lectura... y música


“la música empieza 
donde se acaba el lenguaje.”

E.T.A. Hoffmann


La cita es del escritor y compositor alemán E.T.A. Hoffmann, para quien la literatura y la música conformaban los dos pilares fundamentales de su vida. Y en este libro, los relatos también están íntimamente relacionados con las canciones. Tanto, que cada uno de ellos se acompaña de una banda sonora concreta que se indica al final del texto y que podéis escuchar mientras lo leéis, para tener así una experiencia más completa e intensa del mismo. 

Todas estas canciones, entre ellas Gimme Shelter de Rolling Stones, You and I de Wilco, Satellite of Love de Lou Reed, Far Behind de Eddie Vedder... Y así hasta llegar a 52, podéis encontrarlas en la lista de Spotify de Ediciones Hidroavión (ed_hidroavión) “Preferiblemente vivas”. 

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La mujer que flotaba al soñar



La primera vez que nos vimos era primavera. Y la primera palabra que pronunciaste entonces fue mi nombre, no sé si te acordarás. Llevabas una chaqueta de cuero negro y yo un vestido a todo color y nada de lo que ocurrió esa tarde se ha borrado de mi mente, no me preguntes por qué. Al despedirnos intercambiamos los teléfonos y me enviaste un whatsapp que decía “hola”. Ese día no hablamos de Japón.

Hiraku no necesitó leer más para que un aluvión de recuerdos acudieran salvajes, como enloquecidos, a su cerebro. Así que dobló el papel y lo metió delicadamente en el sobre en el que había llegado a su buzón, esa misma mañana. Llenó de agua su cafetera italiana, siempre cargada de café y la puso al fuego. Se sentó en el sofá y se abrazó a sus piernas mientras sostenía en la mano izquierda el sobre que no podía dejar de mirar.

Como secuencias de una película montada sin sentido vio, a fogonazos, distintas escenas: Midori riendo a carcajadas, Midori corriendo por las calles mojadas de Tokio, Midori durmiendo, soñando, flotando en la luminosa habitación del apartamento que no habían compartido.

De repente su aroma lo impregnó todo. Rosas recién cortadas, blancas las imaginaba Hiraku, liberaban su precioso olor desde la pequeña cocina hasta la terraza. Le pareció también escuchar la voz que tantas palabras bonitas le había regalado a sus oídos. La percibía lejana y cercana a la vez, aunque sabía que eso no era posible, como en susurros que vinieran de otra galaxia dirigidos solo a él.

Si aguzaba el oído creía poder escuchar también música. Canciones que cobraban todo el significado al unirlas a ella, a su recuerdo. Porque las bailaron, las cantaron, las escucharon juntos en silencio o los acompañaron de alguna manera en cualquier conversación.

Hiraku sabía que nada de lo que estaba pensando o sintiendo en esos momentos había ocurrido en realidad. Le había costado mucho tiempo convencerse de que Midori no existía, de que él la había inventado porque la necesitaba. Las historias tan bonitas y que te calan tan hondo simplemente no suceden. La gente vive con prisas y conoce a personas que entran y salen de su vida sin dejar apenas huella. O tienen relaciones que pasan de la intensidad a la rutina en cuestión de días, de meses, de unos cuantos años en el mejor de los casos. Por eso Hiraku se alejó de ella, no podía ser real. Sus carcajadas alegres, sus carreras por las calles mojadas de Tokio, sus sueños tan etéreos que le hacían levitar… solo podían ser fruto de su imaginación y él no podía vivir aferrado a alguien intangible, a quien no se atrevía a tocar por miedo a que al hacerlo pudiera desaparecer.

No entendía por qué aquella carta había llegado a su buzón, quién podría haberle gastado una broma tan pesada. Justo a él, que hacía una vida tranquila tratando de olvidar lo inolvidable y sin inmiscuirse en los asuntos de nadie. Creía haberlo conseguido, llevaba meses alejado de todo, tratando de no pensar. Madrugar, ir al trabajo en el transporte público, tan ruidoso a esas horas de la mañana que prácticamente le dejaba anestesiado para el resto de la mañana, concentrarse en los informes que le esperaban, sin piedad, sobre su mesa, volver a casa, prepararse algo ligero para cenar, quizá dar un paseo, leer, dormir… Y al día siguiente a empezar de nuevo.

El grito ahogado de la cafetera le hizo reaccionar y se levantó a retirarla del fuego. Casi al mismo tiempo sonaba el timbre de la entrada. Si Hiraku hubiera acabado de leer la carta ya sabría que quien esperaba al otro lado de la puerta era Midori.


Canción recomendada: Truman – Midori

Viaje al centro de sí misma



Se llama Lyn y en su nombre lleva escrito su destino. Incomprendida, solitaria, rebelde… todo lo que quieras, admite esos adjetivos y muchísimos más. Y si no no importa, tampoco se va a parar a rebatirlos.

Jaime, su padre, se preocupa por ella. Su madre menos, ya que no la comprende y hace tiempo que dejó de intentarlo, no tienen nada en común.

Lyn recuerda muchas veces cómo cuando solo tenía siete años las monjas del colegio la tuvieron toda una mañana mirando a la pared por haber cambiado la letra a una canción religiosa. Recuerda también cómo desde ese día su madre estuvo una semana entera sin dirigirse a ella. Fue una de las semanas más felices de su vida.

Las cosas en casa no mejoraron, más bien fueron a peor. Nadie de su entorno comprendía, y mucho menos ella, el porqué de su lucha contra el mundo, de su inconformismo y hasta de su delgadez enfermiza. Sólo una persona tenía todas las respuestas, pero se había prometido a sí mismo no dárselas nunca.

La música se convirtió, casi desde la infancia, en el refugio de Lyn, el espacio íntimo en el que podía expresarse libremente y reservar el derecho de admisión. La música era pura energía, la revolución y la paz al mismo tiempo. Sí, esa paradoja se da en la música.

Su familia detestaba sus gustos, claro. Habrían querido que se decantara por los clásicos… y eso hizo, pero no por los que ellos deseaban, Beethoven, Shubert, Mozart… Ella prefirió los del rock, Neil Young, Tom Petty, Los Ramones.

A los 20 arrancó una hoja de papel grapada a un árbol en la que bajo el dibujo de una guitarra eléctrica una nueva banda anunciaba que buscaba cantante. Lyn llamó, se reunió con el grupo esa misma tarde y a la semana siguiente ya ensayaban juntos.

Comenzaron a tocar en los locales más oscuros de Madrid. Pasaban fines de semana enteros sin dar señales de vida. Y cuando lo hacían era difícil sacarles más de dos palabras.

Una noche de sábado el padre de Lyn la siguió hasta un bar de la calle de La Palma. Asistió a su poderosa actuación sin que ella percibiera su presencia. Y cuando la vio bajar del escenario y sentarse sola, micrófono en mano, descalza y medio desnuda en las escaleras del local supo que había llegado el momento de dar explicaciones.

Lyn era el segundo nombre de Janis Joplin y por ella se lo pusieron. Jaime había llegado a Nueva York en el 68, para hacer un curso de postgrado en la Universidad de Columbia. El verano siguiente fue uno de los 400.000 asistentes al célebre concierto de Woodstock y la noche del 16 de agosto, mientras en el escenario Janis entonaba Piece of my heart, Jaime conoció a la verdadera madre de Lyn. Estuvieron juntos 9 años y al octavo nació Lyn. Él no guarda muchos recuerdos de esa época, fue una etapa de descontrol, drogas varias, muchos viajes, poco dinero y amor libre. Cuando Lyn cumplió un año su madre desapareció del mapa, se evaporó. Y curiosamente a Jaime no le extrañó, tal como vino se fue. Al verse solo con una hija decidió volver a España, borrar el pasado y procurarse una vida al uso, trabajo serio y matrimonio incluido. Ahora comprendía que quizá no había acertado.

Esa noche, saliendo del bar de Malasaña, Lyn y su padre se sintieron más unidos que nunca. Y los dos entendieron que hay cosas contra las que no tiene sentido luchar. Lo dijo Janis Lyn Joplin, es difícil ser libre, pero cuando funciona vale la pena.


Canción recomendada: Janis Joplin - Me and Bobby McGee

Misión amarte



"Te advierto que la luna te mira siempre con el hambre que da la distancia". Sira cerró el libro y pensó lo mucho que le gustaban los poemas de Pedro Casariego. Íntimos y universales a la vez. Certeros. Hiló el pensamiento de ese poema con su contrario, aquel que reza eso tan manido de que "la distancia es el olvido". Le gustaba infinitamente más Casariego y su poesía, llamadla romántica. 

La luna le ha acompañado toda la vida y mira que está lejos. Pues en muchas, muchísimas ocasiones, la ha sentido más cerca que a las personas que estaban a su lado, que incluso le hablaban, le sonreían o le ofrecían un gin tonic bien frío una noche sofocante de verano. La luna, callada, a veces hasta oculta por las nubes; o discreta, como temiendo molestar, cuando es luna nueva, siempre le hace compañía. Y es bueno saber que está ahí, al menos a Sira así se lo parece. 

Cuando era pequeña en su colegio todos los niños de su clase crearon, con la profesora María Victoria a la cabeza, una cápsula del tiempo. De repente se ha acordado. Fue todo un acontecimiento. Cada uno de los alumnos tenía que guardar en ella algo que considerara digno de ser conservado, a la espera de que las futuras generaciones pudieran reconocerlo y valorarlo como un tesoro. Recuerda que algunos niños introdujeron sobres sellados de cuyo contenido nunca dijeron ni mu, fotografías del colegio desde su construcción hasta la fecha, las pulseras fluorescentes del momento, una cinta de casete con los números uno de ese año de Los 40 principales... Y recuerda también que el día que la cápsula se guardó bajo llave en un armario que entonces todos consideraron un búnker, se montó una buena fiesta. Sí. Se lanzaron cantidades industriales de confeti, hubo música enlatada y una exhibición de bailes que entonces se consideraban modernos y que hoy denominaríamos vintage o retro, siendo generosos y muy benevolentes. Y lo mejor de todo, ese día los alumnos pudieron prescindir del uniforme.

Sira llevaba años y años sin acordarse de todo esto, pero hoy; después de leer el poema de Pedro Casariego los recuerdos han acudido a ella llenos de vida, absolutamente nítidos. Y además del confeti y del baile enloquecido que perpetró con sus dos mejores amigas (no, no puede dar más detalles, la vergüenza es demasiado honda) ha recordado qué fue lo que ella introdujo en aquella cápsula, flamante entonces, en ruinas, imagina, ahora. 

Fue una carta. Una carta de amor escrita a medias con el niño más tímido de su clase. Los dos habían confundido el proyecto que el colegio se traía entre manos y en vez de "cápsula del tiempo" entendieron que lo que estaban creando era una "cápsula espacial". Y que en algún momento sería lanzada a la luna con todos sus secretos dentro y con la esperanza mínima (esto de mínima lo hacía extremadamente difícil y por ello muy interesante) de que encontrara algún receptor en el preciado y precioso satélite.

En aquella carta se decían cosas tiernas y dulces, las que pueden decirse un niño y una niña a los que les gusta más escribir que hablar y que se quieren. De hecho, nunca hablaron de ello, solo guiaron sus bolígrafos Bic sobre el papel cuadriculado y cuando hubieron terminado, lo leyeron en silencio a la vez, lo introdujeron en un sobre y escribieron en él "Misión Amarte" justo antes de meterlo en la cápsula. 

Tras leer hoy, una noche cualquiera, el libro de su poeta favorito, Sira ha querido creer que en realidad aquel día en sepia que queda tan lejos eran los otros los que estaban equivocados. Y que esa cápsula era espacial y no del tiempo. Por qué no soñar que llegó a la luna, con su carta en su interior. Y que por eso ella le acompaña desde entonces, observándola, haciéndole sentir que aquel amor de la niñez estará siempre, de algún modo desconocido pero real, unido a Sira. A pesar del tiempo. Y de la distancia.


Canción recomendada: Nick Drake – Pink Moon

Instantáneas