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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Christine Rimmer. Todos los derechos reservados.
ROMANCE CON EL JEFE, N.º 1882 - febrero 2011
Título original: Expecting the Boss’s Baby
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9794-5
Editor responsable: Luis Pugni

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Romance con el jefe

CHRISTINE RIMMER

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Capítulo 1

—¿Puedo ser directo con usted? —le preguntó Dax Girard.

Sentada frente a él, Zoe Bravo se apresuró a contestar.

—Sí, por supuesto.

Deseaba ese trabajo de verdad. Tenía mucho que probar a su familia y también a ella misma.

—Es muy atractiva.

Se quedó atónita al oírlo. No podía creer lo que acababa de decirle y esperaba que no intentara coquetear con ella durante una entrevista de trabajo.

—Si la hubiera conocido en cualquier otra situación, me habría encantado que nos acostáramos. Pero, por encima de todo, necesito gente competente trabajando para mí y tengo una norma fundamental en la empresa. Si trabaja para mí, no va a hacer nada más conmigo.

Tuvo que contenerse para no echarse a reír, no habría sido muy apropiado.

—No hay problema, de verdad —le dijo mientras intentaba controlar su nerviosismo—. Además, ¿cuánto hace que lo conozco? ¿Dos minutos?

Imaginó que sus palabras podrían sonarle un poco sarcásticas, pero no le preocupaba demasiado.

Después de todo, ese hombre acababa de decirle que no pensaba acostarse con ella. Se merecía una respuesta como aquélla.

Pero él no dejó entrever que le hubiera molestado su tono.

—Su madre es una mujer estupenda.

—Sí, lo es —repuso ella.

Su madre, Aleta Bravo, pertenecía a una de las familias más conocidas de San Antonio.

Aleta tenía muchos contactos y entre ellos estaba Dax Girard, conocido aventurero y editor de una revista. Ella había sido la que había hablado con Dax para recomendarle a su hija. Por eso estaba tranquila, creía que ese hombre le daría una oportunidad de demostrar lo que valía.

—Y usted me ha parecido una joven brillante —le dijo él entonces—. Tengo un buen presentimiento, creo que esto va a funcionar.

—Estupendo —repuso ella intentando mostrar algo de entusiasmo—. Yo también creo que será positivo.

—Pero tengo que insistir de nuevo en lo que ya le he comentado. Nada de sexo.

Le costó permanecer impasible al oír semejante comentario. No entendía la obsesión que ese hombre parecía tener con el sexo ni por qué insistía tanto. No podía creer que le estuviera pidiendo que le prometiera no intentar seducirlo.

Tenía que reconocer que era muy atractivo. Como sólo los jóvenes ricos, atléticos y seguros de sí mismos podían serlo. Estaba bronceado y en forma. Imaginó que jugaba al tenis a menudo y lo perseguirían las féminas, mujeres con las que no pensaba acostarse por mucho que éstas se lo suplicaran. Ya había oído hablar de él y sabía que muchas lo encontraban irresistible, pero a ella no le atraía. Estaba allí para conseguir un trabajo, no una cita con ese hombre.

—Le prometo que conseguiré controlar mis impulsos. No sé cómo lo haré, pero lo lograré —le dijo.

Se quedaron en silencio unos segundos.

Cada vez estaba más nerviosa, pero intentó parecer tranquila, profesional y competente mientras él la miraba con sus penetrantes y cálidos ojos castaños. Era como si no terminara de creerse que no fuera a tratar de seducirlo a las primeras de cambio.

Después de unos interminables segundos, Dax agachó la cabeza para estudiar de nuevo su currículum.

—Vamos a ver... —murmuró mientras leía—. Ha trabajado en los periódicos de dos universidades distintas, es rápida mecanografiando y conoce los programas informáticos más comunes…

—Así es —repuso ella.

—Ha ido a las universidades de Stanford y Brandeis. Estudió Periodismo y Filología Inglesa...

—Sé cómo funciona la redacción de una revista. Debo añadir además que mi ortografía y gramática están al día.

No sabía qué más decirle. No quería tener que contarle demasiados detalles sobre sus estudios. Había ido a buenas universidades, pero no había llegado a licenciarse.

Creía que era lista y aprendía deprisa. Pero se distraía fácilmente, le costaba centrarse y prefería siempre experimentar la vida directamente. No había tenido nunca paciencia para ir a la facultad cada día, estudiar y hacer los trabajos de clase.

Decidió que lo mejor que podía hacer era cambiar de tema cuanto antes.

—Se me da bien trabajar bajo presión y estoy acostumbrada a hacer varias cosas a la vez —le dijo.

—Muy bien —repuso él mirándola—. Y parece que también se le da bien la fotografía, ¿no?

Se preguntó si estaría poniéndola a prueba, le había parecido que su tono era un tanto suspicaz.

—Me gusta mucho la fotografía, es una de mis aficiones.

—Creo que vi algún trabajo suyo hace un mes, cuando se celebró el baile y la subasta benéfica de la Fundación del Estado de Texas.

—Sí, supongo que sí. Me encargué de hacer las fotos y un pequeño vídeo para presentar la motocicleta por la que pujó y ganó.

No se le había olvidado la generosa puja de seis cifras que había ofrecido por la moto. Los miembros de la fundación, entre los que estaba su propia madre, habían estado encantados con la aportación del señor Girard.

Dax sonrió entonces. Tenía que reconocer que era una sonrisa preciosa.

—Me encanta esa moto. Su hermano es un genio.

—Es verdad.

Jericho, el benjamín, diseñaba y construía motocicletas al gusto de sus clientes. Él había sido el que había donado la que consiguió Dax.

Grandes Escapadas es una revista de viajes —le explicó Dax poniéndose de nuevo serio—. Solemos contratar a distintos fotógrafos. Puede incluso que algún trabajo suyo sea usado para un artículo...

Frunció el ceño al oírlo.

—Pensé que estábamos hablando de un puesto de secretaria.

—Tiene razón, así es. Por eso es tan importante que nos entendamos bien.

Se dio cuenta de que iban a tener un gran problema porque ella no lo entendía en absoluto.

—Gran parte de su trabajo consistirá en filtrar las muchas llamadas que recibo, encargarse de las comidas o bebidas que se sirven durante las reuniones, contestar mi correspondencia y otras muchas tareas que le iré asignando. Estará tan ocupada que no creo que tenga tiempo para conseguir aquí su gran oportunidad como fotógrafa.

Estaba un poco desilusionada, le pareció que estaba preparándose para decirle que no había conseguido el puesto. A pesar de la admiración que Dax Girard parecía sentir por su madre, tenía claro que no había conseguido el trabajo.

Y el problema era que ya ni siquiera estaba segura de quererlo. Cruzó las piernas y se alisó la falda con las manos.

—Ni sexo ni fotografías, creo que ha quedado muy claro —le dijo Zoe con algo de frialdad.

—Lo siento —repuso Dax algo incómodo mientras la miraba de arriba abajo.

Le sorprendió que la mirara con timidez, casi como si fuera un niño algo avergonzado al ser sorprendido haciendo una travesura. No tenía nada que ver con la imagen que se había hecho de Dax Girard. Ese hombre era todo seguridad y madurez. No había conocido nunca a nadie tan sofisticado como él ni tan obsesionado con no acostarse con ella.

—Sólo estoy intentando que todo quede muy claro —le dijo—. La verdad es que no he tenido demasiada suerte con mis ayudantes, por eso soy tan quisquilloso.

No le sorprendió la información.

—En un par de ocasiones, decidí incluso que fueran los del departamento de Recursos Humanos los que se encargaran del proceso de selección, pero tampoco funcionó.

Sabía que no era asunto suyo, pero sentía curiosidad.

—¿Por qué no?

Dax parecía cada vez más incómodo.

—Quiero alguien eficiente y profesional, pero no me interesa alguien que intimide. Me gusta que mis ayudantes tengan personalidad, buena apariencia y sentido del humor. Los de Recursos Humanos no consiguieron dar con nadie que cumpliera con todos esos requisitos.

La insistencia de ese hombre a la hora de recordarle que no podría acostarse con él ni usar la revista para intentar publicar sus fotos había conseguido irritarla. Pero, por otro lado, había logrado también que dejara de estar nerviosa.

—No sé qué más decirle, Dax. Tengo personalidad y bastante fuerte, la verdad. Sólo busco un trabajo en el que no me pidan la licenciatura universitaria que nunca llegué a conseguir. Creo que este trabajo podría ser el ideal. Los artículos de la revista son divertidos e informativos. Siempre consiguen hacerme desear ir a todos esos sitios de los que hablan. Me gustan también los editoriales que escribe. Creo que, siendo su ayudante, podría tener un trabajo variado, con cierta responsabilidad, y eso me gusta porque odio aburrirme.

Dax se quedó pensativo mirando por los grandes ventanales de su oficina. Desde allí podía contemplar la zona más moderna de San Antonio, llena de rascacielos.

—Sería un trabajo muy variado, eso es verdad. También tendría alguna responsabilidad, pero poco importantes. Creo que podría colaborar en otros proyectos, como el calendario que hacemos cada año.

La revista Grandes Escapadas publicaba un calendario anual con preciosas modelos fotografiadas casi desnudas en bellas localizaciones.

—Pasados unos meses de prueba y, si veo que puedo contar con usted, tendrá que viajar de vez en cuando.

Le entusiasmó la idea de poder conocer otros lugares.

—¿Para el artículo principal?

Sabía que, para al menos la mitad de los números, era el propio Dax el que viajaba a algún exótico lugar para escribir el artículo principal de la revista.

—Sí, así es —le dijo él.

—No vengo en busca de una aventura amorosa con mi jefe ni es mi intención labrarme una carrera como fotógrafa. Sólo estoy buscando un trabajo, Dax. Y éste me interesa mucho —repuso ella con honestidad.

La miró frunciendo el ceño. Después se levantó.

—Muy bien, lo intentaremos —le dijo.

No podía creérselo. Después de todo, iba a contratarla. Se puso en pie deprisa y le dio la mano.

—El lunes comenzará su periodo de prueba, son dos semanas. Hablaremos de nuevo entonces para evaluar su trabajo y decidir si la contratamos o no —le dijo—. Bienvenida a Grandes Escapadas.

Fue entonces ella la que sonrió. Una gran sonrisa que reflejaba lo que sentía en esos momentos. Tenía el presentimiento de que iba a gustarle trabajar en la revista. Y, si ése era el caso, estaba segura de que la contrarían, pensaba trabajar duro durante esas dos semanas para que se dieran cuenta de que era imprescindible.

—Gracias, Dax.

—La esperamos el lunes a las ocho y media. Vaya directamente al departamento de Recursos Humanos.

—Muy bien. Hasta entonces.

Dax se dejó caer en la silla mientras observaba a Zoe Bravo saliendo del despacho. Le gustaba cómo caminaba, con seguridad y un ligero balanceo de caderas. También le habían gustado su sonrisa y sus bellos ojos azules.

Se preguntó si sería una buena secretaria.

No tenía ni idea. Tal y como le había confesado directamente, no se le había dado demasiado bien en el pasado seleccionar a la ayudante más adecuada. De hecho, se le había dado fatal.

Le había gustado nada más verla, habría preferido salir con ella en vez de contratarla para un trabajo en su oficina. Le había prometido a su madre que la consideraría para el puesto y no le había quedado más remedio que cumplir con su palabra.

Aleta Bravo era una mujer fantástica y le alegraba poder ayudar a que su hija comenzara en el mundo de la prensa escrita.

No sabía si sería una buena secretaria, pero pensaba que al menos se iba a divertir viéndola trabajar durante esas dos semanas de prueba. Le había gustado su vivaz personalidad.

Además, no había dejado de creer en los milagros e imaginó que cabía la posibilidad de que diera al fin con una secretaria a su medida. Esperaba que Zoe fuera eficiente, trabajadora y organizada.

Si resultaba ser así, conseguiría superar la atracción que había sentido por ella nada más verla y tendría que agradecer haber dado al fin con una buena ayudante.

Y si no resultaba tal y como esperaba, tendría que prescindir de ella. Se alegró de que hubiera quedado muy claro que las dos primeras semanas serían de prueba.

Estaba decidido a echarla si no quedaba satisfecho con su trabajo. Y pensó que ése sería el momento perfecto para invitarla a cenar.

El teléfono móvil de Zoe comenzó a sonar en cuanto llegó al vestíbulo del edificio. Vio que era su madre y guardó el móvil sin contestar la llamada.

Pero volvió a sonar cuando se metió en el coche. Estaría deseando saber cómo le había ido.

—Hola, mamá —le dijo nada más contestar.

—Dime.

—Me ha contratado.

—¡Lo sabía! —exclamó entusiasmada su madre—. Va a encantarte este trabajo, estoy segura, cariño.

—Yo también, mamá —repuso ella—. Pero no es nada seguro aún. Las dos primeras semanas son de prueba. Si quedan satisfechos, me harán entonces un contrato.

—¿Un periodo de prueba? ¿Es eso normal?

Le molestó que su madre dudara de ella, pero se dio cuenta de que no tenía motivos para ofenderse, la de su madre era una pregunta normal. Imaginó que aún no se había recuperado del todo después de la surrealista entrevista que había tenido con Dax Girard y estaba algo susceptible.

—Parece que no ha tenido demasiada suerte con las secretarias y ha perdido un poco de confianza en sí mismo a la hora de contratar a gente. Pero no me preocupa, voy a hacerme imprescindible.

—Estoy segura —le dijo su madre.

Por el tono de su voz, supo que estaba sonriendo.

—Gracias por hablarle de mí, mamá.

—Me gusta ayudar, ya lo sabes.

—Lo sé —le dijo mientras arrancaba el coche—. Bueno, no puedo hablar más. Voy a la peluquería — añadió mientras se apartaba un mechón castaño de la cara—. Necesito cortarme el pelo. Quiero tener un buen aspecto para mi primer día de trabajo. Te quiero, mamá, nos vemos pronto.

—Espera.

—¿Qué pasa?

—Hace mucho que no vienes por el rancho. ¿Sabes cuántos domingos hemos estado esperándote para cenar sin que...?

Hizo una mueca al oír el reproche de su madre. Bravo Ridge, el rancho familiar, no estaba muy lejos de San Antonio. Sus padres vivían en la ciudad, pero pasaban casi todos los fines de semana en el rancho. La cena de los domingos era una especie de tradición familiar. No todos los hermanos podían acudir todas las semanas, pero hacían un esfuerzo para verse al menos entonces.

Ella llevaba algún tiempo sin ir, desde la primavera, y sabía que tenía que ir a verlos.

—¿Zoe? ¿Sigues ahí? ¿Me oyes?

—Sí, mamá. Aquí estoy.

—Dime que vas a venir, por favor.

Pensó en Davis, su padre, sabía que aprovecharía la ocasión para meterse con ella, decirle que era la más rebelde de sus hijos y bromear a su costa. No le gustaba nada que la tratara así. Ya podía imaginar lo que iba a decirle en cuanto supiera que había conseguido un trabajo en la revista. Estaba segura de que no confiaría en que fuera a poder mantener el puesto durante mucho tiempo.

—No lo sé, mamá. Tengo mucho que hacer este fin de semana.

—Por favor, cariño. Hace mucho que no vienes...

Como todas las madres, a Aleta también se le daba muy bien hacer que se sintiera culpable.

—Muy bien, iré —le dijo al fin.

—¡Genial! —repuso entusiasmada su madre—. La cena es a las cinco, pero ven cuando quieras.

Vio a su madre tan contenta que no le importó tener que lidiar con su padre.

Se despidió y sacó el coche del aparcamiento.

El domingo, Zoe llegó al rancho familiar a las cinco menos cuarto y se encontró a todos en el comedor, sentándose ya a la mesa.

Su padre la recibió de manera calurosa.

—Hola, Zoe. ¿Cómo está mi pequeña?

—Bien, papá. Muy bien —repuso ella tratando de mantener la calma.

Intentaba convencerse de que si se refería a ella en esos términos era sólo porque era la más joven de sus hermanas. Se acercó a su padre y él la abrazó.

Cuando trató de apartarse, él la sujetó por los hombros y la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué demonios te has hecho en el pelo?

No iba a dejar que su padre sacara lo peor de ella.

—Siempre había querido ser pelirroja. Fui el otro día a la peluquería y decidí cambiar un poco mi imagen —le dijo.

Como le pasaba casi siempre, había tomado la decisión sobre la marcha. Ese jueves, después de su entrevista con Dax Girard, se había mirado en el espejo de la peluquería y había decidido que estaba cansada de tener el pelo castaño.

Poco le importaba lo que su padre pudiera decirle al respecto, estaba convencida de que el vibrante tono rojo que había elegido le sentaba bien y hacía que resaltaran aún más su piel blanca y sus ojos azules.

—Bueno... —comenzó su padre—. Es muy...

—Estás preciosa —interrumpió Marnie.

Era la mujer de su hermano Jericho, sólo llevaban un mes casados. La abrazó cariñosamente.

—¿Qué tal la vida de casada? —le preguntó.

Marnie la soltó y miró de reojo a su esposo con una gran sonrisa en la cara. Jericho también sonrió. No podía creer aún que se hubiera casado su hermano, que siempre había sido el lobo solitario de esa familia. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan feliz con su vida y con su esposa.

—Muy bien —repuso Marnie sonriente—. Fenomenal.

—Estás preciosa, querida —le dijo entonces su madre.

Aleta Bravo ya estaba sentada. Se acercó a saludarla y le dio un beso en la mejilla.

Se sentó también a la mesa y comenzaron a comer. La carne estaba deliciosa. Igual que las patatas asadas y el maíz.

Esa noche habían conseguido juntarse casi todos. Sólo faltaba Travis, que tenía que viajar mucho. Kira, la hija de seis años de Matt y Corrine, no dejó de hablar ni un minuto de su perrita.

—Se llama Rosie y le gusta mucho Catherine —comentó la niña.

Katherine era la hija pequeña de la pareja, que había nacido unos meses antes.

—Siempre tengo que sujetarla para que no le lama la cara —les contó Kira con entusiasmo—. Eso es lo que los perros hacen cuando te quieren dar un beso, te lamen. Da un poco de asco porque te dejan las babas en la cara. Pero mamá dice que lo hacen con cariño, así que no pasa nada.

A Zoe le encantaba tener sobrinos y verlos durante esas cenas familiares. Su hermano Luke y su esposa, Mercy, tenían un niño, Lucas. La mujer de Gabe, Mary, tenía una hija de su primer matrimonio. La pequeña, Ginny, ya había cumplido dos años y Gabe la adoraba. Y Tessa, la esposa de Ash, que también era la hermana mayor de Marnie, estaba embarazada.

Después de la cena, estuvieron jugando al billar por parejas. Marnie y Jericho jugaban contra Abilene y Zoe.

Se lo pasó muy bien. Le gustaba estar en familia y se dio cuenta de que debía hacer un mayor esfuerzo por pasar tiempo con ellos. No podía dejar que los comentarios más o menos acertados de su padre le impidieran estar con sus hermanos.

Algún tiempo después, se despidió de sus hermanos y fue hacia la puerta. Pero su padre la vio antes de que pudiera escapar.

—Zoe, espera —le dijo.

Se dio la vuelta con un nudo en el estómago. Tratando de prepararse para alguna crítica poco constructiva. Pero estaba equivocada. Su padre se limitó a abrazarla y a pedirle que se acercara a verlos más a menudo.

—De acuerdo, papá —le dijo con una gran sonrisa—. Te quiero.

—Y yo a ti —repuso con algo de incomodidad—. Mucho.

Se despidieron y fue hasta el coche. Lo puso en marcha, bajó la ventanilla y dejó que la cálida brisa de junio agitara su nueva melena pelirroja. Durante unos segundos, no movió el coche, se quedó mirando la casa. Era grande, blanca y había sido construida a imagen y semejanza de la mansión del gobernador. Se fijó en las columnas dóricas que sujetaban el porche y en la gran terraza.

Suspiró, se echó a reír y apretó el acelerador mientras giraba el volante para salir por el camino principal del rancho. De vuelta a San Antonio, donde la esperaba su pequeño apartamento, pensó en que tenía una buena vida. Era joven, fuerte y creía que al fin empezaba a centrarse. Se veía a sí misma más madura y menos propensa a distraerse con otras cosas. Su nuevo trabajo en Grandes Escapadas empezaba al día siguiente y estaba deseando que llegara ese momento.

—¿Qué demonios se ha hecho en el pelo?

Ésas fueron las primeras palabras que Dax Girard le dedicó al salir del ascensor y verla al escritorio donde alguien de Recursos Humanos le había indicado que se sentara.

Zoe apretó los labios para contenerse y no decirle lo que pensaba de su comentario. Era su primer día de trabajo y no quería empezar insultando al jefe.

Pero, por otro lado, creía que tenía que ser ella misma. De otro modo, acabaría por cansarse de ese trabajo y dejarlo como le había pasado con otros empleos. Además, él mismo le había recordado que quería una secretaria con personalidad.

Abrió el cajón de la mesa, sacó el abrecartas con forma de espada y lo agitó en el aire.

—Eso es exactamente lo mismo que me dijo mi padre anoche durante la cena familiar.

Dax Girard dio un paso atrás y miró el abrecartas con el ceño fruncido.

—No voy a contarle todos los problemas que tengo con mi padre. Le bastará con saber que hay ciertas desavenencias y que le conviene no parecerse demasiado a él.

—¿De verdad está pensando en apuñalarme con esa cosa?

—No, supongo que no —repuso ella mientras lo guardaba de nuevo en el cajón—. No soy tan tonta. Si lo mato, ¿quién firmaría mis nóminas cada mes?

Él seguía sin poder quitarle la vista del pelo.

—Muy bien. La verdad es que ahora, que por fin me he recuperado un poco, reconozco que el nuevo tono de pelo va bien con su personalidad —gruñó Dax.

—Tomaré sus palabras como un halago. Así podemos olvidar el tema y ponernos a trabajar.

—Antes quiero un café.

No era una sugerencia, más bien una orden.

Vio entonces que parecía cansado y que tenía ojeras.

—¿Ha tenido una noche muy larga?

—Todas lo son —repuso él.

Le dijo a qué café debía ir y dónde guardaban el dinero para esos pequeños gastos de la oficina.

—Tráigame el café más fuerte que tengan. Sin leche y doble. Cuando vuelva, entre en mi despacho con un cuaderno o su portátil para que pueda apuntar lo que necesito hoy. Después, pasará la mañana con Lin Dietrich —le dijo mientras miraba a su alrededor—. ¡Lin!

Una bella mujer asiática asomó la cabeza por encima de uno de los cubículos de la redacción. Su negro cabello tenía un brillo azulado.

—¿Qué quieres?

Dax le hizo un gesto para que se les acercara.

—Lin ha sido la mejor secretaria que he tenido. Tanto que se mereció pronto un ascenso. No me gustó tener que hacerlo, pero era lo justo. Ahora es editora —le explicó Dax—. Lin, explícale a Zoe cómo funciona todo y preséntale a sus compañeros.

—Genial, como si no tuviera ya bastante trabajo... —repuso la tal Lin de mala gana.

—Aprendo muy rápido —le prometió Zoe.

—Eso espero —repuso Lin con poco convencimiento.

—Pero primero el café —le recordó Dax.

Se giró sin despedirse y entró en su despacho con un portazo.

Lin se echó a reír en cuanto se quedaron solas.

—Siempre está así de encantador los lunes por la mañana —le dijo—. Será mejor que le consigas un poco de cafeína cuanto antes. Cuando vuelvas, estaré lista para mostrarte los engranajes de la revista.

Eran poco más de las diez cuando Dax terminó de contarle a Zoe lo que esperaba de ella ese día. Cuando salió de su despacho, fue en busca de Lin. La joven dedicó los primeros minutos a presentarle a los miembros de la redacción. Más de uno hizo alguna broma o comentario advirtiéndole que no debía enamorarse del jefe. Aguantó el tirón como pudo asegurándoles que no sería ése su caso. Después, Lin le explicó las responsabilidades que iba a tener.

A mediodía, salieron las dos juntas de la oficina para comer cerca de allí.

—Siento la necesidad de decirte algo —le advirtió Lin—. Y es un consejo que deberías seguir. Si te enamoras de él, perderás tu empleo. Tendrá que echarte.

—Lin, por favor. ¿Tú también? —repuso con incredulidad.

—¿Ya te lo había comentado Dax?

—Varias veces. Y ya has oído las bromas y comentarios de tus compañeros. Empiezo a cansarme de tanta advertencia, la verdad.

—Lo siento, pero la verdad es que ha sido un problema en el pasado y ha pasado varias veces. No tienes por qué creerme, pero ya lo verás. Dax tiene debilidad por las mujeres y viceversa. Nadie puede resistirse a sus encantos y él parece incapaz de decirle que no a nadie.

—¿Y tú? Ya fuiste su secretaria. ¿También te enamoraste de él?