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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Christine Rimmer.

Todos los derechos reservados.

SUEÑOS E ILUSIONES, N.º 1911 - octubre 2011

Título original: Donovan’s Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-024-0

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Promoción

Capítulo 1

IMPRESIÓNAME —le pidió Donovan McRae desde detrás de dos enormes pantallas de ordenador. Éstas estaban encima de un escritorio gigante que consistía en una tabla de madera color ceniza colocada sobre una base tallada de algo parecido a roca volcánica. El escritorio, las pantallas y el hombre estaban al fondo de una habitación alargada que le servía de estudio a Donovan en el refugio medio subterráneo que tenía en el desierto del oeste de Texas.

«¿Qué le impresione?».

Abilene Bravo no podía creer lo que acababa de oír.

Llevaba casi un año imaginando aquel momento. Al principio, con anhelo, después, con aprensión y, según iba pasando el tiempo, con creciente furia. Después de llevar tanto tiempo esperando aquel día, la primera palabra de aquel «gran hombre» había sido: «Impresióname».

¿Acaso no lo había hecho ya? ¿No era así como se había ganado aquella beca?

¿Tanto le habría costado a él salir de detrás de aquella fortaleza de pantallas, levantarse de su escritorio volcánico y hacerle un gesto para que se acercase, e incluso para ofrecerle la mano?

Abilene se habría conformado con que le hubiese dicho hola.

Apretó los dientes e intentó contener su ira.

Tenía algo que enseñarle. Llevaba meses trabajando en un diseño preliminar mientras esperaba poder empezar con aquella importante colaboración. El secretario de Donovan la había llevado hasta su despacho, en el que también había una vieja mesa de dibujo y otro escritorio con un ordenador equipado con todos los programas de diseño necesarios.

—¿Entonces? —gruñó Donovan al ver que no respondía—. ¿Tienes algo que enseñarme o no?

Abilene intentó controlarse para que no le ardiese la sangre.

—Sí —respondió.

Un par de clics con el ratón y el dibujo de la introducción apareció en su pantalla a todo color. Donovan debía de estar viéndolo también en sus dos pantallas.

—Mi versión del alzado frontal.

—Es obvio —replicó él.

A Abilene empezó a temblarle la mano mientras movía el ratón, pero consiguió controlarse mientras empezaba a enseñarle las distintas vistas de las clases, la zona de administración, los pasillos, la zona de recepción, la entrada principal y el vestíbulo.

Pretendía enseñárselo todo antes de darle una estimación del coste del proyecto, pero no llegó muy lejos. Noventa segundos después de empezar la presentación, Donovan le dijo:

—Deprimente. Es un centro para niños desfavorecidos, no una prisión.

Y aquello fue demasiado, después de tantos meses esperando, preguntándose si al final le darían la beca. Hasta que por fin la habían llamado.

Eso había sido el día anterior, domingo dos de enero.

—Soy Ben Yates, el secretario de Donovan McCrae. Donovan me ha pedido que te llame para decirte que puedes empezar mañana. Y para que sepas que te llegarán las instrucciones por correo electrónico…

Ella había tenido miles de preguntas, pero Ben no había respondido ninguna. Le había dado a elegir entre volar a El Paso, donde él la recogería, o ir en su propio coche.

Ella se había decantado por la segunda opción. Y había salido de casa antes del amanecer para poder llegar allí antes de que anocheciese.

El viaje se le había hecho interminable. Se había pasado ocho horas conduciendo por un camino que cruzaba el desierto para llegar hasta aquel rincón de Texas. Y una vez allí, ¿qué? Por fin había conocido al gran hombre, que le había parecido muy maleducado. Además de haber tenido una actitud muy desdeñosa con su trabajo.

O aún peor. Aquel hombre era un bruto. Abilene no podía más, y se lo dijo. —Ya vale —dijo, cerrando los archivos y sacando la llave USB del ordenador. —¿Perdón? —contestó él desde detrás de las pantallas. Parecía casi divertido.

Ella se puso en pie, muy recta, para poder ver al menos la parte de arriba de su cabeza, su pelo rubio y grueso, los determinados ojos azules.

—He esperado mucho tiempo para estar aquí, pero tal vez a usted se le haya olvidado.

—No se me ha olvidado nada —respondió él en voz baja.

—Se supone que íbamos a haber empezado a trabajar a principios del año pasado —le recordó ella.

—Ya sé cuándo íbamos a empezar a trabajar.

—Bien. En ese caso, tal vez se haya dado cuenta de que estamos en enero, pero del año siguiente. He estado esperando doce meses.

—No hace falta que me diga algo que ya sé. Me funciona la memoria y soy consciente del paso del tiempo.

—Pues hay algo que no le funciona bien, porque creo que es la persona más grosera que he conocido en toda mi vida.

—Estás enfadada —dijo él, casi como si estuviese satisfecho de ello.

—¿Y eso le hace feliz?

—¿Feliz? No, pero me tranquiliza.

¿Le tranquilizaba que estuviese enfadada con él?

—No lo entiendo. Al menos, por educación, podría haber permitido que terminase la presentación antes de empezar a criticar mi trabajo.

—He visto suficiente.

—No ha visto casi nada.

—Aun así, ha sido más que suficiente.

En esos momentos, a Abilene le daba igual lo que fuese a pasar: si iba a quedarse o iba a tener que meter sus dos maletas en el coche para volverse a San Antonio. Habló con mucha tranquilidad.

—Me gustaría saber qué ha estado haciendo todo el año. Hay niños ahí afuera que necesitan desesperadamente un centro como éste.

—Lo sé. No estarías aquí si no lo supiese. —Entonces, ¿qué es lo que le pasa? No lo entiendo.

Sin decir palabra, Donovan le mantuvo la mirada durante cinco segundos y luego movió los brazos hacia atrás. Sólo los brazos.

Y salió de detrás del enorme escritorio… En silla de ruedas.

Capítulo 2

IBA en silla de ruedas. A Abilene no se lo había dicho nadie. Sí había oído que había tenido un accidente escalando una montaña en un país lejano, pero de eso hacía casi un año. Y ella no había pensado que el accidente había sido tan grave como para tener que ir en silla de ruedas.

—Dios mío, no tenía ni idea —murmuró.

Él siguió avanzando, moviendo sus poderosos brazos para hacer girar las ruedas de la silla. Hasta llegar justo delante de ella.

Y, luego, ambos se miraron a los ojos durante varios horribles segundos.

Abilene observó que tenía tanto el pelo como la piel dorada. Era un hombre muy guapo. Tenía los hombros anchos, parecía fuerte. Era como un león.

Era una pena que sus ojos azules fuesen tan fríos.

Donovan rompió el insoportable silencio.

—Al menos, no puedo pisotearte —le dijo.

Ella pensó que tenía que disculparse, pero luego se dijo que el hecho de que fuese en silla de ruedas no le daba derecho a ser un cretino. Había muchas personas que tenían que enfrentarse a retos en su vida y, aun así, eran capaces de tratar a los demás con un mínimo de educación y respeto.

—Soy una bocazas. Y suelo enfadarme con facilidad.

—Bien.

Aquélla no era exactamente la respuesta que ella había esperado.

—¿Le parece bien que no sea capaz de mantener la boca cerrada?

—Tienes agallas. Y eso me gusta. Vas a necesitar tener espíritu luchador si quieres salvar este proyecto del desastre.

Abilene no supo si sentirse alagada, o morirse de miedo.

—Cualquiera diría que voy a tener que hacerlo todo yo sola.

—Vas a tener que hacerlo todo sola.

Abilene pensó que no podía haber oído bien. Sorprendida, retrocedió un paso y chocó contra la mesa de dibujo.

—Pero…

Si aquello se llamaba beca de investigación, era por algo. Sin el nombre y la reputación de Donovan, jamás le habrían dado luz verde al proyecto. La Fundación de Ayuda a la Infancia de San Antonio quería darle una oportunidad a un joven arquitecto de la ciudad, pero era con Donovan McCrae con quien contaban para realizar el trabajo. Y él lo sabía tan bien como ella.

Donovan estuvo a punto de sonreír con su boca perfectamente simétrica. —Abilene, te has quedado sin habla. Qué reconfortante. —Usted es Donovan McCrae. Yo no. Sin usted, este proyecto no tendrá lugar.

—Tenemos que trabajar juntos.

—Por fin se ha dado cuenta.

—He estado posponiéndolo durante demasiado tiempo y, como bien has señalado, es necesario que se construya este centro. Es una necesidad urgente. Así que… yo te supervisaré. Al menos, en la fase de diseño. Te daré mi visto bueno cuando esté satisfecho con lo que hayas hecho. Pero no te engañes. Si se construye, el diseño será tuyo, no mío.

Abilene creía en sí misma, en su talento, en sus conocimientos y en su ética. Y había esperado que aquella beca le diese la oportunidad de conseguir después trabajo con alguien importante. ¿Pero estar a cargo de semejante proyecto a esas alturas de su carrera?

No le gustó tener que admitirlo, pero lo hizo de todos modos.

—No sé si estoy preparada.

—Pues vas a tener que estarlo. Te lo voy a decir muy claro. Llevo un año sin trabajar, y no sé si podré volver a hacerlo.

Ella se dijo que sería un crimen que no volviese a trabajar. Tal vez no le gustase su personalidad, pero, sin duda, era el mejor arquitecto de su generación.

Y todavía era joven. No debía de tener ni cuarenta años. Había quien pensaba que un arquitecto no podía ser creativamente maduro hasta llegar a los cincuenta. Había demasiadas cosas que aprender y dominar.

—No sabe si podrá volver a trabajar… —repitió ella sin querer.

—Eso es.

Donovan parecía… satisfecho.

—¿Por qué? —le preguntó ella, sabiendo que no debía hacerlo—. Quiero decir, que a su cerebro no le pasa nada, ¿no?

Él dejó escapar una carcajada.

—Es cierto, eres una bocazas.

Abilene se negó a retroceder.

—En serio. ¿Ha sufrido algún tipo de daño cerebral?

—No.

—Entonces, ¿por qué va a dejar de trabajar? No lo entiendo.

A él le brillaron los ojos un instante y Abilene pensó que le iba a contestar, pero Donovan se limitó a sacudir la cabeza. —Ya hemos hablado bastante. Dame esa llave USB —le pidió, tendiendo la mano. Ella mantuvo los labios apretados para no hacer un comentario sarcástico y obedeció. —Ben te enseñará tu habitación. Ponte cómoda, pero no demasiado.

Y, dicho aquello, se alejó de ella en su silla de ruedas y atravesó una puerta que había detrás de su escritorio.

—¿Abilene? —le dijo alguien a su espalda.

Ella se giró y vio a Ben Yates, que era alto, delgado y reservado, con el pelo y los ojos negros.

—Por aquí. Ella tomó su bolso del respaldo de la silla y lo siguió.

La casa era una maravilla, como todos los diseños de Donovan McCrae. Estaba construida en un precipicio rocoso y parecía salida del mismo desierto. Era una cueva, una fortaleza, un palacio de roca y una casa al mismo tiempo.

Estaba construida alrededor de un patio central. Tenía enormes puertas de cristal y ventanales que llegaban del suelo al techo con estupendas vistas a la piscina y al árido pero bonito paisaje.

La habitación de Abilene daba al acantilado.

Ben la hizo pasar delante de él.

—Por aquí.

Le hizo atravesar una puerta muy ancha. La de su dormitorio también lo era.

—Donovan pidió que todas las puertas fuesen accesibles para la silla de ruedas, para poder moverse por toda la casa.

Ella dejó su bolso de piel encima de una mesa que había junto a la puerta y recorrió su alojamiento. Había un cuarto de estar y un dormitorio, en cuyo armario ya estaba colocada su ropa, y también un baño con ducha y una bañera enorme.

El mobiliario era rústico, pero bonito, como el paisaje del exterior. Unas puertas dobles daban a la piscina.

El secretario de Donovan la esperó junto a la puerta.

—Puedes utilizar la piscina mientras estés aquí. Y también hay un gimnasio en el piso de abajo. Habla conmigo si quieres bajar y te daré un horario. Donovan lo utiliza varias horas al día y prefiere estar solo. El escritorio, el ordenador y la mesa de dibujo que has utilizado hoy son para ti. Cuando tengas hambre, la cocina está nada más salir a la izquierda. También puedes llamarme. Sólo tienes que tocar el botón rojo del teléfono y el ama de llaves responderá.

—Estoy segura de que voy a estar muy cómoda. Gracias.

—He colocado tus maletas.

—¿Has dado por hecho que iba a quedarme?

—Sí. —Pues tu jefe puede llegar a ser muy maleducado. Ben no pareció verse obligado a salir en defensa de Donovan.

—No permitas que te afecte.

—No lo haré.

—Ésa es la actitud —respondió Ben, casi sonriendo—. Habrá un aperitivo a las siete. Sólo para Donovan y para ti. —Suena muy divertido —replicó ella al instante. —Sólo si te apetece. Si prefieres, puedo hacer que te traigan algo aquí.

—No, me apetece.

—Excelente. Si sigues el pasillo interior en cualquier dirección, llegarás al salón que está en la parte delantera de la casa. También puedes cruzar directamente el patio. Hace frío afuera, pero no demasiado.

—Estoy segura de que lo encontraré.

—Estupendo. Si necesitas algo…

—Ya. Sólo tengo que tocar el botón rojo.

—Te veré en la cena.

Ben se dio la media vuelta para marcharse.

—¿Ben?

Él se detuvo en la puerta, dándole la espalda.

—No tenía ni idea de que Donovan estuviese en silla de ruedas.

Se hizo un silencio y, después, se giró a regañadientes hacia ella.

—Sí, últimamente ha protegido mucho su privacidad.

—¿Qué le pasó?

Ben frunció el ceño.

—Tal vez hayas oído que tuvo un accidente escalando. Cayó y se rompió ambas piernas por varios sitios. —Entonces, ¿no es la columna vertebral? Quiero decir, que no está paralítico.

—No, no está paralítico.

—¿Volverá a andar?

—Es probable, pero… con dificultad. Y ya he hablado demasiado. A las siete en el salón. Y se marchó. Abilene se quitó la ropa del viaje y se dio una ducha. Veinte minutos después se había refrescado y estaba dispuesta a continuar. Pensó en darse un paseo por la casa, pero después se dijo que le pediría a Donovan que se la enseñase él. Tal vez pudiese ser una manera de romper el hielo entre ambos.

Si es que eso era posible. Era un hombre muy reservado.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos…

Hasta que el sonido de su teléfono móvil la despertó. Era su madre. —Ya estoy aquí. Sana y salva. —Sólo necesitaba saberlo. Tu padre te manda un beso.

—Dale otro de mi parte. ¿Se han ido Zoe y Dax?

El sábado, día de Año Nuevo, su hermana pequeña se había casado con su jefe y el que era el padre de su futuro hijo, y debían de haberse marchado de luna de miel a Maui esa mañana.

—Están de camino —le contó su madre—. Dax me ha pedido que te diga que saludes a Donovan.

El marido de Zoe y Donovan se conocían desde hacía mucho tiempo. —Y tu hermana me ha dicho que le adviertas que te trate bien —añadió.

—Se lo diré —le prometió Abilene.

—¿Ya has… hablado con él? —le preguntó su madre con cautela. Aleta Bravo sabía lo mucho que había disgustado a Abilene aquella situación.

—Hemos hablado, sí. Podría decirse así. Ha sido muy grosero conmigo y he tenido que decírselo.

—¿Debo preocuparme?

—Por el momento, no. Te mantendré informada.

—Ya sabes que puedes volver a casa cuando quieras. Y no tardarás en encontrar trabajo. Eres una Bravo. Y una de las mejores de tu promoción.

—Mamá, hay muchos arquitectos, pero pocos que hayan trabajado con Donovan McRae. Una beca de investigación como ésta no se consigue fácilmente.

Abilene pensó en contarle a su madre que Donovan iba en silla de ruedas, pero se contuvo. Ben le había dejado claro que McRae no quería que nadie se metiese en su vida privada. Y ella iba a respetar sus deseos. Al menos, hasta que entendiese mejor lo que le pasaba.

—Entonces, ¿vas a quedarte? —le preguntó Aleta.

—Sí.

Abilene oyó que su padre murmuraba algo desde el otro lado del teléfono.

—Tu padre dice que le des su merecido a tu jefe.

—Lo haré. Contad con ello.

Y después de despedirse de su madre, llamó a Javier Cabrera.

Javier era un constructor muy experimentado, y la primera persona a la que había llamado el día anterior después de haber hablado con Ben. Javier tenía su propia empresa, Cabrera Construction, y había tenido el detalle de contratarla para que trabajase de delineante durante los interminables meses en los que Abilene había estado esperando a que la llamasen para empezar con Donovan. Javier se había convertido no sólo en su amigo, sino también en una especie de mentor.

Su relación con la familia de Abilene era complicada. En el pasado, los Bravo y los Cabrera habían sido enemigos, pero en los últimos años ambas familias habían empezado a tener más cosas en común.

—Abby —la saludó Javier nada más oír su voz—. Estaba pensando en ti.

—Quería que supieras que he llegado sana y salva a la increíble casa de piedra que McRae tiene construida en medio de la nada.