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Ana M.ª Freire López / Dolores Thion Soriano-Mollá

CARTAS DE BUENA AMISTAD

Epistolario de Emilia Pardo Bazán a Blanca de los Ríos (1893-1919)

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LA CUESTIÓN PALPITANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA VOL. 26

CONSEJO EDITORIAL

Joaquín Álvarez Barrientos

(CSIC, Madrid)

Pedro Álvarez de Miranda

(Real Academia Española)

Lou Charnon-Deutsch

(SUNY at Stony Brook)

Luisa Elena Delgado

(University of Illinois at Urbana Champaign)

Fernando Durán López

(Universidad de Cádiz)

Pura Fernández

(Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid)

Andreas Gelz

(Albert-Ludwigs-Universität, Freiburg im Breisgau)

David T. Gies

(University of Virginia, Charlottesville)

Kirsty Hooper

(University of Warwick, Coventry)

Marie-Linda Ortega

(Université de la Sorbonne Nouvelle / Paris III)

Ana Rueda

(University of Kentucky, Lexington)

Manfred Tietz

(Ruhr-Universität, Bochum)

Akiko Tsuchiya

(Washington University, St. Louis)

CARTAS DE BUENA AMISTAD Epistolario de Emilia Pardo Bazán a Blanca de los Ríos (1893-1919)

Ana M.ª Freire López/ Dolores Thion Soriano-Mollá

Iberoamericana • Vervuert • 2016

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Esta obra se inscribe en el proyecto de investigación La Literatura Española en Europa, 1850-1914 (FFI2013-46558-R), dentro del Programa Estatal de I+D+i orientada a los Retos de la Sociedad.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos)sinecesitafotocopiaroescanearalgún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Reservados todos los derechos

© Iberoamericana, 2016

© Vervuert, 2016

ISBN 978-84-8489-839-9 (Iberoamericana)

Diseño de la cubierta: a. f. diseño y comunicación

ÍNDICE

ESTUDIO PRELIMINAR

Emilia Pardo Bazán y el género epistolar

Historia de esta edición

Composición del corpus

Historia de una amistad

Contexto vital de esta correspondencia

Contenidos, tono y estilo de las cartas

La creación literaria de Blanca de los Ríos

La narrativa en marcha de Emilia Pardo Bazán

Blanca de los Ríos busca escenario

El incomprendido teatro de Emilia Pardo Bazán

Emilia y Blanca en el Ateneo de Madrid: una conquista para la mujer

Las obras de Meirás en el epistolario

Las cartas perdidas de Blanca de los Ríos

SIGLAS DE PUBLICACIONES PERIÓDICAS CITADAS

NUESTRA EDICIÓN

EDICIÓN DEL CORPUS

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

ESTUDIO PRELIMINAR

Lo malo es que entre las postales, el telégrafo y el teléfono, la carta se muere, la carta desaparece, la carta pasa a ser un recuerdo histórico, un cachivache de antaño, y la generación nueva acabará por no saber cómo se redacta una carta, pues ha prescindido completamente de ese medio de relación.

EMILIA PARDO BAZÁN, La Ilustración Artística, 14-X-1901

EMILIA PARDO BAZÁN Y EL GÉNERO EPISTOLAR

A Emilia Pardo Bazán no le desagradaría la publicación de este epistolario. Le interesaban los géneros epistolar y autobiográfico, porque le gustaba conocer de primera mano las intimidades de los escritores, de las personas individuales que vivían detrás de las obras literarias. En la primera redacción de sus Apuntes autobiográficos, bosquejados en la primera década de su carrera literaria, disfrutaba imaginando

qué picantes y sabrosas páginas gozaríamos si Galdós nos quisiese referir algo de la génesis de los Episodios nacionales; si Pereda nos contase sus orígenes literarios algo más extensamente que en las cortas palabras que en sus prólogos dedica; si Valera fuese menos escaso de las picantes indiscreciones que en algunos puntos de sus obras traslucen, como prenda de lo que podría ser un estudio autobiográfico de Valera escrito por él mismo; si en suma nuestros buenos novelistas, poetas y críticos quisiesen confiarse al público: ¿quién duda que dirían cosas muy gustosas?

Se refería entonces a la voluntaria manifestación de su intimidad por parte de los creadores. Pero no creyó que se violara esa intimidad si era otro quien hacía pública su correspondencia privada. Cuando en 1918 tuvo oportunidad de leer el Epistolario de Gabriel y Galán, recién publicado por Mariano de Santiago Cividanes, doña Emilia lo celebraba:

El Epistolario nos le muestra en espíritu y verdad. No escritas sus cartas ni con barruntos de que pudieran ser publicadas nunca, son revelación franca de una psicología que no puede ser más poética (...) Y en tal sinceridad estriba, en gran parte, el atractivo peculiar de su obra (...) Su poesía es él mismo; y este Epistolario me lo revelaría, si no lo supiese ya por las múltiples referencias de mis amigos de Salamanca (...) Quien lea el Epistolario de Gabriel y Galán se interesará por el poeta y el hombre (Sinovas, 1999: 1.274-1.277).

El valor que doña Emilia concedía a las cartas se hace patente cuando sabemos que conservaba todas las que recibía y que, en varias ocasiones, hizo donación de algún lote de ellas, porque consideraba que “entre estos autógrafos hay algunos de mérito o que lo serán con el tiempo”1.

Y es que, interesándole las cartas por la riqueza de su contenido, también cautivaba a doña Emilia el estilo, y así se lo escribió a Unamuno en 1916, a propósito de las que recientemente éste le había dirigido:

Es usted un Sevigné. Lo mejor de cuanto usted hace es lo epistolar. Y no crea que esto es grano de anís. Ya van quedando muy pocas gentes que sepan tornear (sin proponérselo, sin afectación) las cartas y los billetes. Es culpa de la imprenta, del periodismo, de las locuciones flojas y ralas, y de la máquina de escribir, muy útil, pero, ¡una calamidad! (Rodríguez Guerra, 2000: 444).

HISTORIA DE ESTA EDICIÓN

La primera noticia sobre la posible existencia de este epistolario se remonta a la época en que M.ª Antonieta González preparaba, bajo la dirección de Ana M.ª Freire, su tesis doctoral sobre la obra literaria y periodística de Blanca de los Ríos (González López, 20011), con cuyos herederos entró en contacto para su investigación. Suponía M.ª Antonieta que estos familiares poseían correspondencia entre ambas escritoras, que podría interesar a la directora de su trabajo. Y así fue. Las dificultades que implicaba la residencia en Estados Unidos de Maravillas de Carlos, poseedora de la mayor parte de las cartas, se resolvieron con ocasión de un viaje que ésta hizo a España y con su disposición a colaborar en lo que estuviera de su parte. Efectivamente, en su infancia había conocido y tratado personalmente a Blanca de los Ríos, de la que su tía Blanca era ahijada y secretaria. En cuanto a las cartas de Emilia Pardo Bazán, había vendido buena parte de ellas a la Biblioteca Nacional en 1975.

La sorpresa fue que en los ficheros de la Biblioteca no constaba la existencia de tales cartas. El interés y la diligencia de la bibliotecaria Pilar Egoscozábal hicieron posible localizarlas a través de los registros de adquisiciones de la Biblioteca, restituir la ficha al lugar del que había desaparecido, incluirla en el Catálogo y, desde luego, acceder a esos documentos, que Carmen Bravo Villasante había utilizado, citando algunos fragmentos, cuando preparó la biografía de Emilia Pardo Bazán que publicó en 1962.

No obstante, esas cartas no eran la totalidad del legado. La poseedora, que deseaba vender también las demás, las puso a nuestra disposición antes de hacerlo y nos puso en contacto con su sobrina Laura de Carlos, que también conservaba –y conserva– otras cartas de Emilia Pardo Bazán a Blanca de los Ríos.

Estos tres lotes de correspondencia forman el corpus que ahora editamos, uno en su origen, gracias al cuidado con que Blanca de los Ríos conservó las cartas y tarjetas de su amiga Emilia durante su larga vida, en medio de vicisitudes, varios traslados de domicilio e incluso una guerra, después de la cual llegó a darlas por perdidas (Ríos, 1945).

COMPOSICIÓN DEL CORPUS

El epistolario de Emilia Pardo Bazán a Blanca de los Ríos se compone de 39 cartas y 45 tarjetas de visita, remitidas las cartas casi en su totalidad desde Galicia, donde la familia Pardo Bazán pasaba la segunda mitad del año, y enviadas las tarjetas, con breves recados, durante los inviernos madrileños, en los que ambas escritoras se veían con más frecuencia2. De este corpus, el más nutrido de la correspondencia de Emilia Pardo Bazán con un mismo corresponsal, y el único exclusivamente femenino, editamos las 64 cartas y tarjetas cuyo contenido es significativo, obviando algunas tarjetas de visita sin más mensaje que una palabra, una hora para una cita o contenido semejante. El arco temporal, 27 años de correspondencia, es más corto que el de las cartas que Emilia Pardo Bazán escribió a Francisco Giner de los Ríos entre 1876 y 1909, pero éstas, publicadas por José Luis Varela (Varela, 20011 y 20012), son 57. Y 55 son las que conservó Marcelino Menéndez Pelayo. Nuestra investigación nos lleva a creer que nuestro corpus abarca la totalidad de los años de intercambio epistolar entre ambas escritoras, de modo que, aunque es posible que se haya extraviado alguna carta, nos encontramos ante el conjunto del epistolario de principio a fin.

Corresponden estas cartas a los años de apogeo de Emilia Pardo Bazán como escritora, a su etapa de definitiva residencia en Madrid, que comenzó en el otoño de 1890 y se dilató hasta el final de su vida. Años durante los cuales Emilia y Blanca compartieron inquietudes personales y profesionales, proyectos literarios y teatrales, problemas familiares y de salud, intrigas electorales en el Ateneo y hasta detalles de la construcción de lo que hoy conocemos como pazo de Meirás. Entre sus muros guardó doña Emilia las cartas correspondientes que Blanca de los Ríos le envió, hoy desaparecidas, que completarían este cuadro epistolar de tan larga y buena amistad3.

Todas las cartas son autógrafas, excepto una mecanografiada (Carta 54), debido a una enfermedad de doña Emilia, y están escritas en distintos tipos de papel, por lo general timbrado, con la corona condal impresa o grabada en relieve, o con la imagen de las Torres de Meirás, cuando éstas estuvieron terminadas. Una de las cartas (Carta 52), a la que nos referiremos más adelante, está escrita sobre varias tarjetas postales con diferentes vistas del edificio.

Balneario de Mondariz, La Voz de Vigo.

Fachada del balneario de La Toja y escalera principal del Gran Hotel de Mondariz, Lucien Roisin, l’Arxiu Històric Fotogràfic de l’Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya.

De arriba a abajo, de izquierda a derecha:

José Pardo Bazán, conde de Pardo Bazán; Amalia de la Rúa-Figueroa; José Quiroga y Jaime Quiroga Pardo Bazán (Arquivo Casa Museo Emilia Pardo Bazán. Real Academia Galega).

La mayor parte de las cartas las data doña Emilia en Meirás, pero no deja de escribir a su amiga desde La Coruña y desde los balnearios de Mondariz y La Toja, en los que solía pasar algunas semanas cada verano, animándola a visitarlos, con la esperanza de que sus aguas ayudasen a mejorar la salud siempre frágil de Blanca de los Ríos.

La carta más antigua, aunque no lleva fecha, podemos datarla por su contenido en los últimos meses de 1892 o enero de 1893, poco después de la intervención de Emilia Pardo Bazán en el Congreso Pedagógico Internacional, donde disertó sobre “La educación del hombre y la de la mujer: sus relaciones y diferencias”, por la mención al Nuevo Teatro Crítico, que entonces dirigía la escritora4, y en cuyas páginas ofrecía a su amiga dar noticia de los trabajos que ésta preparaba sobre el personaje del don Juan de Tirso de Molina.

En la última carta, datada el 11 de agosto de 1919 en las Torres de Meirás, se disculpa doña Emilia por felicitar con retraso a Blanca, que celebraba su onomástica el día 5 de ese mes, debido a un accidente de automóvil que relata con detalle.

Entre ambas misivas, 27 años de intercambio epistolar, en el que es apreciable la maduración de una amistad que solo la inesperada muerte de Emilia Pardo Bazán pudo interrumpir5.

Por su parte, las tarjetas de visita presentan distintos modelos y formatos. Hacia 1907 estas cartulinas habían cobrado una gran importancia, no sólo para las relaciones sociales, sino incluso para la vida diaria. Emilia, mujer perspicaz, consideraba que “una persona que tenga costumbre de ver tarjetas adivina exactamente por ellas no solo la verdadera posición social, sino hasta, en parte, los gustos, las aficiones, la edad y las circunstancias del sujeto cuyo nombre destaca en el blanco campo de la tarjeta” (LIA, 17-VI-1907). Acostumbrada a enviarlas y a recibirlas, observaba que

La tendencia, sin embargo, es a la sencillez absoluta. Hasta la heráldica va despareciendo: se suprimen coronas, escudos, mantos, divisas, y se reduce gradualmente la tarjeta al sucinto nombre y a las señas; y aun las señas, casi vedadas para las señoras, van camino también de proscribirse para los hombres, cuando su posición es tal que se supone que nadie ignora su domicilio. Cada día más simplificada, más arreglada a un patrón uniforme, la tarjeta, sin embargo, conserva fisonomía (LIA, 17-VI-1907).

En cuanto a las tarjetas postales, el hecho de que no se conserven muchas en este corpus, salvo la excepción mencionada, no significa que no hubiera existido alguna, ya que doña Emilia recurría a ellas en ocasiones. Diez días antes de que se publicara en La Ilustración Artística de Barcelona una crónica en la que se explayaba sobre la nueva moda de las tarjetas postales, ella misma comentaba a Blanca, en una carta enviada desde Meirás (Carta 6), que creía recordar que ya le había enviado una tarjeta postal desde Mondariz, donde la cantidad de cartas urgentes que allí había encontrado le había obligado a contestarle con brevedad por aquel medio.

En la citada crónica de “La vida contemporánea” aseguraba que cualquiera que tuviera menos de 25 años respondería con pasión que le gustaban las “tarjetas postales ilustradas”, una novedad que se había extendido en España durante los cuatro o cinco últimos años, y que doña Emilia fingía temer que acabase con el género epistolar: “No hay que romperse la cabeza: la estampita es el asunto: lo escrito nada importa: y ya, si lo reemplazan los versos de Campoamor, se llega al ideal de decirlo todo por boca ajena, y con una firma y un sello de cinco céntimos, tan campantes”.

HISTORIA DE UNA AMISTAD

Según su propio testimonio, Blanca de los Ríos conoció a Emilia Pardo Bazán cuando la novelista gallega ya se había instalado definitivamente en Madrid, en la casa de la calle de San Bernardo 376.

Doña Emilia llevaba años viajando a la capital y hospedándose en distintos alojamientos, hasta que, en el otoño de 1890, se trasladó con el resto de la familia al inmueble de San Bernardo, que su madre había adquirido poco antes de la muerte de don José Pardo Bazán, ocurrida en marzo de ese mismo año (E, 1-VI-1890).

En la segunda quincena de octubre comenzó la escritora a habitar la nueva casa, que ofreció a sus conocidos, entre ellos a José María Pereda, en una carta fechada en La Coruña el día 9 (González Herrán, 1983: 285-287) y a Narcís Oller en otra, ya desde Madrid, el 23 de noviembre (Oller, 1962: 124). En la primera comunicaba a Pereda que se trasladaría a Madrid al cabo de pocos días, con su hijo Jaime, que iba a empezar su carrera universitaria; en noviembre se les reuniría “lo que me queda de familia, mamá, las niñas...”. Entre los puntos suspensivos estaría la tía Vicenta, hermana de la condesa viuda de Pardo Bazán, que siempre vivió con ellos y que sobreviviría a su sobrina (ABC, 14-II-1925).

Recién instalada en Madrid, doña Emilia puso en marcha un proyecto acariciado desde hacía tiempo: la fundación y dirección de su revista Nuevo Teatro Crítico, redactada completamente por ella, que llegó a tener 30 números de unas 100 páginas, el primero de los cuales salió en enero de 1891. Transcurrido el tiempo de luto por la muerte de su padre, la escritora comenzó a recibir a sus amistades en una tertulia que se celebraba, en sus comienzos, los días 1 y 15 de cada mes7. Las fechas de esas reuniones pasaron a ser los días 5 y 20, a partir de febrero de 1895, tras las obras de remodelación de los salones8. Y desde finales de 1897, en que de nuevo hicieron obras, la tertulia tuvo lugar una sola vez al mes. En ella se reunían destacados personajes de la vida social e intelectual madrileña, o que pasaban ocasionalmente por la capital, como Rubén Darío. Cuando Blanca de los Ríos comenzó a frecuentar asiduamente la tertulia en 1892, alrededor de la fecha en que comienza este epistolario, Emilia Pardo Bazán acababa de cumplir 41 años9 y Blanca tenía 3310. Antes de finalizar ese año, Blanca contrajo matrimonio con Vicente Lampérez y Romea11, arquitecto algo menor que ella12, que en 1885 se había incorporado al equipo encargado de la reconstrucción de la catedral de León, bajo la dirección de Demetrio de los Ríos, padre de Blanca (González López, 20011: 45). Al parecer, ella empezó a tratarle más asiduamente en las tertulias que se celebraban en casa de la familia Romea –las hermanas del actor Julián Romea estaban casadas, respectivamente, con Luis González Bravo y con Cándido Nocedal–, frecuentadas por personajes del mundo de las letras, del arte y de la política (González López, 20011: 27).

Tras su matrimonio, los Lampérez establecieron su domicilio en la calle Villalar 6, donde ocuparon el piso segundo derecha, hasta que en julio de 1900 se trasladaron a Marqués del Duero 8, tercero izquierda. Muy probablemente doña Emilia no fue ajena a la elección de esta segunda casa, pues en ese mismo edificio, en el primero izquierda, residió durante su última estancia en Madrid, antes de su instalación en San Bernardo 3713. Desde ese domicilio provisional escribió al poeta gallego Eduardo Pondal, un 3 de junio –con toda probabilidad el de 1888–, comunicándole que le había enviado un ejemplar de De mi tierra, y ofreciéndole su casa en la citada dirección (Ferreiro, 1991: 142). Pasados los años, Blanca de los Ríos recordaría que fue precisamente en el domicilio de Marqués del Duero donde Emilia Pardo Bazán escribió Insolación (Ríos, 1945).

CONTEXTO VITAL DE ESTA CORRESPONDENCIA

Durante seis meses del año, a partir del otoño hasta fin de primavera, Emilia hacía la vida madrileña de salones y teatros, Congreso y paseos. Cuando los manzanos de su tierra comenzaban a florecer partía la familia para instalarse en la aldea, no lejos del mar, deleitoso paraje donde sobre el solar de lo que en tiempos fuera granja de Meirás construyera la escritora su palacio campestre. Allí desaparecía la Pardo Bazán mundana para dar paso a la trabajadora incansable que durante un semestre llenaba sus trojes literarios con mieses sazonadas (Almagro, 1954: 118).

Así resume Melchor Almagro San Martín el ciclo anual de la escritora. Efectivamente, era así. Estas cartas confirman que la familia Pardo Bazán vivía en Madrid la primera mitad del año y que, avanzada la primavera, trasladaba su residencia a Galicia, desde donde doña Emilia emprendía cortos viajes, que tenían a Meirás como punto de partida y de regreso. A través de esta correspondencia se advierte que la familia solía llegar a Galicia en una fecha variable del mes de junio, e incluso en alguna ocasión a finales de mayo14. Descansaban el mes de julio en Meirás, y el de agosto solía repartirlo Emilia entre La Coruña, donde pasaban las fiestas de la ciudad en el caserón de la calle de Tabernas, y los balnearios de La Toja y Mondariz, “el Vichy gallego” (E, 29-VII-1891), cuyas aguas tomaba cada verano.

La fecha de regreso a Madrid dependía de distintas circunstancias (compromisos de la escritora, necesidad de seguir las obras de construcción del pazo de Meirás, imprevistos de carácter familiar...) y también de la indefinición de la condesa madre, a la que Emilia alude en sus cartas, pero siempre continuaban en Galicia terminado el verano, pasando muchos años en su tierra las fiestas de Navidad.

Este epistolario nos permite conocer con detalle aquellas largas estancias en Galicia, que algún año se prolongaron desde junio hasta noviembre o diciembre, e incluso enero, debido a las obras de Meirás –“Creo que estaremos ahí del 2 al 3 de diciembre”, escribe a Blanca el 14 de noviembre de 1905– o a motivos familiares, que van desde una enfermedad –hay varias alusiones a achaques de Blanca, de Carmen, de Jaime o de la propia doña Emilia (Carta 24)–, hasta la enfermedad y muerte de don José Quiroga, a comienzos de noviembre de 1912 (Carta 53).

Los veranos en que Emilia salía a europeizarse en el mes de agosto, posponía la temporada balnearia hasta septiembre, prolongándola alguna vez hasta comienzos de octubre, como ocurrió en 1902 (Carta 18). De esos viajes al extranjero no se conservan cartas a Blanca de los Ríos, seguramente porque no existieron. Por eso no hay en este corpus cartas de 1900, año en que doña Emilia acudió como corresponsal de El Imparcial a la Exposición Universal que se inauguró en París el 15 de abril y duró hasta el 12 de noviembre. Las crónicas de doña Emilia, que se publicaron en El Imparcial, fueron reunidas posteriormente en su libro Cuarenta días en la Exposición. Fue durante aquella ausencia parisina cuando, el 18 de agosto, falleció en Meirás el pintor Joaquín Vaamonde, que ella convertiría en Silvio Lago, el protagonista de La Quimera. De modo que tampoco existe testimonio epistolar de este suceso en la correspondencia con Blanca de los Ríos.

En 1901 Emilia Pardo Bazán llegó a Galicia en mayo, pues estaba invitada a ser la mantenedora de los Juegos Florales de Orense, que se celebraron a primeros de junio15. A finales de julio salió a europeizarse. El día 26 se encontraba Emilia en Venta de Baños, a punto de subirse al Sud-Exprés, camino de los Países Bajos. En la estación escribió varias cartas, una de ellas a Blanca de los Ríos (Carta 4)16. También las crónicas de ese viaje se publicaron en El Imparcial, antes de que las reuniera en el libro Por la Europa católica. El 28 de agosto La Época daba noticia de su regreso a España. Después de su escapada balnearia, que tuvo lugar en septiembre, volvió a Meirás. Y aunque habían pensado dar por terminada su estancia en Galicia en el mes de noviembre, unas calenturas infecciosas que padeció Blanca, su hija mayor (E, 8-XI-1901), y su lenta convalecencia, retrasaron el regreso a Madrid hasta el 9 de enero de 1902.

Pasados cinco meses escasos, el 8 de junio partieron de nuevo rumbo a Galicia, de donde no regresaron a Madrid hasta el 8 de enero de 1903. Bien es verdad que una vez más Emilia hizo ese verano una escapada a París, donde trató con editores y acordó traducciones (Carta 17), saliendo de La Coruña el 15 de agosto (N, 16-VIII-1902). El 7 de septiembre estaba de nuevo en casa.

En 1903 la familia Pardo Bazán apenas pasó en Madrid los cuatro primeros meses del año, pues hacia el 6 de mayo estaban de nuevo en Galicia, sin que esto supusiera pérdida de contacto con el mundo intelectual y literario. Ese verano no sólo tuvo lugar en junio la visita de Unamuno, sino que, por fin, los Lampérez accedieron a realizar un viaje tantas veces aconsejado por doña Emilia, para que su amiga buscara remedio a sus males en los balnearios gallegos y el matrimonio disfrutara algún tiempo de su hospitalidad en Meirás. Finalmente las dos escritoras pasaron juntas en el balneario de Mondariz unos días de agosto –pocos, a juicio de Emilia– y, ya en septiembre, Emilia sola continuó su cura balnearia en La Toja. No obstante, allí contrajo una enfermedad que la obligó a viajar hasta La Coruña con 39 grados de fiebre y que la retuvo 21 días en la cama. Continuó en La Coruña todo el mes de octubre y toda la familia regresó a Madrid en la primera semana de noviembre.

El viaje a Galicia se retrasó en 1904 por una gripe de Jaime y, aun así, llegaron antes de lo acostumbrado, el 25 de mayo, en el tren correo. Blanca, la hija mayor de la escritora, llegó a La Coruña indispuesta, tanto que, al día siguiente, doña Emilia regresó con ella a Madrid, donde permanecieron hasta su restablecimiento. A finales de ese verano, el 24 de septiembre, tuvo lugar la bendición de la nueva capilla de la residencia de Meirás, ya terminada (Sánchez García, 2010). El domingo 6 de noviembre, doña Emilia pronunció en la Reunión de Artesanos de La Coruña la conferencia “Goya y la espontaneidad española” (N, 8-I-1904), que el 16 de mayo de 1905 repetiría en el Ateneo de Madrid, adonde regresaron el 22 de noviembre, de nuevo en el tren correo.

Hasta mediados de junio de 1905 no pudieron volver a Meirás, pues, aunque querían haber partido antes “hacia Marineda, la severa y fría, y Alborada, la poética” (Carta 28), de nuevo una indisposición de Jaime les obligó a retrasar el viaje. El 15 de junio de 1905 la prensa anunciaba que habían salido para Galicia. En agosto, como de costumbre, vivieron en la casa de la calle de Tabernas los días de las fiestas. Pasadas éstas, llegaría Gloria Laguna y los planes serían más variados. La muerte de Francisco Navarro Ledesma el 21 de septiembre ofreció a Emilia Pardo Bazán la oportunidad de optar a su vacante en el Ateneo de Madrid y las cartas a Blanca se hacen más frecuentes, especialmente durante el mes de noviembre: desde La Coruña le escribe los días 3, 9 y 11 y desde Meirás, el 14, el 15 y el 26. Es en la carta del día 14 donde adelanta a Blanca que “estaremos ahí del 2 al 3 de diciembre”.

Los acontecimientos de 1906 retrasaron el viaje a Galicia hasta la segunda quincena de junio, pues el 16 de ese mes Emilia Pardo Bazán fue elegida presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid. El 27 está fechada una carta a Blanca desde La Coruña, adonde acaban de llegar. Ese mismo mes, sus paisanos la habían nombrado presidenta honorífica de la Real Academia Gallega. La estancia en Galicia se prolongó ese año hasta finales de diciembre.

Seis meses después estaban de nuevo en Galicia, hacia donde salieron a principios de julio de 1907. Ya instalada en Meirás, Emilia no tardó en responder a una carta de Blanca, que dice guardar “como oro en paño”, con una larga carta suya, fechada el día 16, no sin que antes hubieran intercambiado sendos telefonemas relacionados con sus pretensiones relativas al Ateneo madrileño. En septiembre la escritora presidió en La Coruña el homenaje a Concepción Arenal y la familia permaneció en Galicia hasta terminar el año17.

No se conservan cartas de 1908, año en que llegaron a Galicia en junio, después de que un Real Decreto con fecha de 12 de mayo concediera a la escritora, por su mérito literario, el título de condesa. Su estancia se prolongó hasta después de las fiestas de Navidad. Fueron las últimas que Emilia Pardo Bazán pasó en su tierra, si exceptuamos las de 1912, en que hubieron de quedarse por la enfermedad, seguida del fallecimiento, del marido de la escritora en el mes de noviembre, y las secuelas a que esto dio lugar. Fuera de esa ocasión, desde 1909 hasta la última, la de 1920, la familia Pardo Bazán celebraría la Navidad en Madrid, partiendo de Meirás cada vez un poco antes: a mediados de diciembre en 1909, 1910 y 1911; a finales de noviembre en 1913 y 1914; en la primera quincena de noviembre en 1916 y 1917; y en la segunda de octubre en 1918 y 191918. En dos ocasiones, 1915 y 1920, el regreso a Madrid no fue directo. El primero de estos años, en que había fallecido la madre de la escritora19, doña Emilia pasó antes, acompañada por su hija Carmen, a recorrer sus posesiones en las provincias de Pontevedra y de Orense, según la prensa coruñesa. En 1920 de nuevo hizo una escala en Pontevedra, en esta ocasión invitada por los marqueses de Riestra, con los que pasó varios días de octubre en su finca La Caleira. Al final de ese mes fue a Vitoria, donde se encontraban sus hijos, los marqueses de Cavalcanti, y regresó finalmente a Madrid a mediados de noviembre.

La temporada gallega de 1909 fue algo más corta, pues transcurrió desde mediados de julio hasta que el 11 de diciembre regresaron a Madrid.

El verano de 1910, que doña Emilia pasó “entre el amor y las letras” (Carta 50), lo dedicó en buena parte a los preparativos de la boda de su hija Blanca con José de Cavalcanti20, que tuvo lugar en la capilla de Meirás el 10 de octubre. A primeros de noviembre, continuaba en Meirás y tenía la intención de darse una vuelta por Portugal antes de regresar a Madrid.

A partir de este año, cada vez son más espaciadas las cartas a Blanca de los Ríos. No hay ninguna del verano de 1911, y aunque hay dos de 1912, el año del nuevo intento de doña Emilia de ser admitida en la Real Academia Española, no hay ninguna mención a ello en las cartas, por otra parte muy interesantes. La primera (Carta 52) por estar escrita en una colección de postales de las Torres de Meirás, con ánimo de que Blanca, que no las ha visto terminadas, las conozca; la otra (Carta 53) por haberla remitido doña Emilia desde Carballino, adonde había tenido que acudir a media noche, pues se estaba muriendo su marido, como así ocurrió tres días después de escribirla.

De los años siguientes no hay testimonios epistolares hasta 1916, en que la única carta (Carta 55) está fechada en Madrid el 24 de diciembre, 20 días escasos después de la célebre conferencia que doña Emilia pronunció el día 5 en la Residencia de Estudiantes sobre “El porvenir de la literatura después de la guerra”. En ella ofrece a su amiga, en alquiler, varios pisos del inmueble de la calle San Bernardo, entre ellos el mismo en que hasta ese momento habitaba. Emilia preparaba entonces el traslado de su domicilio a la calle Princesa 27 (de entonces) (Dorado, 2008: 24), en donde se instaló en la primera quincena de abril de 1917.

La última carta del epistolario, del 11 de agosto de 1919, está escrita, como otras de años anteriores en esas fechas, en Meirás, después de haber sufrido un accidente de automóvil que relata con detalle, además de comentarle otros asuntos literarios21.

CONTENIDOS, TONO Y ESTILO DE LAS CARTAS

El contenido de estas cartas, escritas con la confianza que se deriva de una buena amistad, es muy rico. En los siguientes apartados nos referiremos con detalle a algunos asuntos de mayor relieve en este epistolario, como la creación literaria de ambas escritoras, sus proyectos teatrales, su relación con el Ateneo de Madrid o la construcción de las Torres de Meirás, que puede seguirse paso a paso a través de estas cartas, salpicadas por frecuentes comentarios sobre la proverbial falta de tiempo de Emilia, la frágil salud de Blanca, problemas domésticos, viajes o cambios de domicilio. Son textos llenos de confidencias literarias, profesionales, sociales y también familiares. Por ellos desfilan los nombres de numerosos personajes del círculo social en que ambas se movían, del mundo intelectual y literario, del periodismo nacional y del gallego. La ausencia de algunos sucesos importantes en la vida de Emilia Pardo Bazán, ocurridos en estos años, se explica porque tuvieron lugar en invierno, cuando ambas se veían personalmente en Madrid. Así, en las cartas no hay la menor alusión a los intentos de doña Emilia para llegar a ocupar un sillón en la Real Academia Española, ni a la cátedra universitaria que se le concedió en 1916, el mismo año en que Vicente Lampérez tomó posesión, en junio, como académico en la Real Academia de la Historia22. Tampoco hay referencias a importantes acontecimientos de carácter familiar, como el fallecimiento de la madre de la escritora, en febrero de 1915, o la boda de su hijo Jaime, en mayo de 1916.

El tono en que están escritas refleja una amistad recíproca, que va creciendo en confianza a medida que pasa el tiempo, aunque al lector de hoy no deja de llamarle la atención que nunca abandonaran el tratamiento de usted.

Los encabezados, siempre cordiales, varían poco –“Mi buena amiga”, “Mi querida amiga”, “Mi muy querida amiga”– y sólo en una ocasión, tan tardía como 1910, escribe Emilia el nombre de la destinataria: “Querida Blanca”. En las despedidas, por el contrario, es mucho más perceptible la evolución de su trato hacia una mayor confianza, desde el “De V. amiga affma.” de la carta más antigua, hasta “Un abrazo de su verdadera amiga” de la de 1919. Lo mismo ocurre con la firma, que es “Emilia Pardo Bazán” hasta que, en 1902, pasa a ser únicamente “Emilia”. Precisamente de agosto de ese año es la que la madre y las hijas de la escritora dirigen a Blanca de los Ríos, felicitándola por su onomástica, con palabras que traspasan los límites de la mera formalidad. Blanca y Vicente eran ya entonces amigos no sólo de la escritora, sino también de su familia. Por estas misivas sabemos que Lampérez enviaba tarjetas postales pintadas por él, que coleccionaba Carmen, la hija menor de la escritora. También el modo de referirse al arquitecto va ganando en confianza a lo largo del epistolario. Si al principio Emilia habla a Blanca de “su marido” (1899), a partir de julio de 1903 sus recuerdos son para “el cantero mayor” (Carta 19), “el cantero” (Carta 23), “el cónyuge” (Carta 24) o simplemente “Vicente” (Cartas 22, 26, 32...), cuando no “el baturro” (Carta 35) o “el albañil” (Carta 51).

Si entre ambas escritoras se estrecharon los lazos de confianza –“No es necesario explicarse cuando nos conocemos, creo que bien y del todo” (Carta 30)–, hubo tres asuntos que contribuyeron a fortalecer la amistad entre las familias Lampérez y Pardo Bazán: el viaje de los Lampérez a Galicia en el verano de 1903, el apoyo de éstos a doña Emilia en las elecciones del Ateneo, y los consejos desinteresados de Vicente Lampérez sobre cuestiones relativas a las obras de Meirás.

El estilo de las cartas muestra la soltura epistolar de doña Emilia y una ausencia de formalidades que a veces raya en el desenfado, como cuando le comenta que en el Gran Teatro “no se capisca nada” (Carta 34), cuando lamenta que el Centro Andaluz no le haya confirmado si son seguras “las tres cochinas adhesiones” (Carta 39) o cuando le pregunta a Blanca por qué no va a Suiza a “echarse un remiendo”, (Carta 52). También se expresa de forma desenvuelta al disuadir a su amiga de inscribirse en una asociación que sólo les serviría para “soltar diez francos del ala” (Carta 43), al decirle que La sirena negra “va jondita” (Carta 46), o que “Leo todo, aunque, como el jumento del gitano, no prenuncio” (Carta 46).

Y todo ello en un estilo entreverado de neologismos (“europeizarme”, “fernancaballerismo”, “tonticomio”, “patifestación”, “teatralerías”), de palabras extranjeras (serre, grippe, fronteira, rentrée, el château), de expresiones en otras lenguas (Morte fora, Le pavillon comme la marchandise, Christianos ad leones, nous voici, al suo commodo, sublata causa), y hasta de unos versos de El barbero de Sevilla: “Oh, che vita, che vita!/ Oh, che mestiere!”, que se permite citar libremente de memoria, junto a referencias cultas, que evidencian abundantes lecturas y reflexiones.

Muestran estas cartas autógrafas la espontaneidad redaccional de doña Emilia, con uso frecuente del laísmo; con habitual escritura –sin separación– de “enfín”, “apesar”, “conque”, “aver”, “apropósito”; y otras palabras que difieren de la ortografía en uso: “absorvía”, “sinó”, “espresarla”, “un sin fin”, “oleage”, “espectación”, “exijen”, “estrañarlo”, “porqué” (interrogativo), “recojer”, “corrijiendo”, “ageno”, “escusas”, que hemos mantenido.

LA CREACIÓN LITERARIA DE BLANCA DE LOS RÍOS

La carta privada, por ser espacio de libre expresión y de intimidades, atesora información de primera mano sobre los centros de interés de las personas que las intercambian. Durante los 27 años de vida de este epistolario, las actividades literarias de Emilia Pardo Bazán y de Blanca de los Ríos quedan documentadas de manera sucinta pero continua. Esa información ofrece una visión amplia del hecho literario porque va más allá del acto estricto de creación.