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Dirección de Ignacio Arellano

(Universidad de Navarra, Pamplona)

con la colaboración de Christoph Strosetzki

(Westfälische Wilhelms-Universität, Münster)

y Marc Vitse

(Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)

Subdirección:

Juan M. Escudero

(Universidad de Navarra, Pamplona)

Consejo asesor:

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University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 111

CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

JESÚS BOTELLO LÓPEZ-CANTI

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2016

Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97

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ISBN 978-3-95487-523-8 (Vervuert)

ÍNDICE

LISTA DE IMÁGENES

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

Capítulo I
OBSESIONES FILIPINAS: LA REPRESENTACIÓN TEXTUAL DE FELIPE II EN EL CORPUS CERVANTINO

Capítulo II
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA

Capítulo III
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA

Capítulo IV
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II

Capítulo V
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS: EL ESCORIAL Y LA CUEVA DE MONTESINOS

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA CITADA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

LISTA DE IMÁGENES

Figura 1. Monarquía de España. Lorenzo de San Pedro

Figura 2. Melancholia, Alberto Durero, 1514

Figura 3. Retrato de Felipe II, Juan Pantoja de la Cruz

Figura 4. Retrato de Felipe II, Sofonisba Anguissola, 1565

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo es una reescritura de mi tesis doctoral realizada en The University of Chicago. En cuanto a aquel proyecto, quiero agradecer a mi querido mentor y amigo Frederick de Armas su generosidad, incondicional apoyo y sus siempre útiles sugerencias. Muchas de las ideas de esta monografía han sido producto de conversaciones mantenidas con él, tanto en sus clases como fuera de ellas. Asimismo, debo agradecer a Ryan Giles su lectura del capítulo sobre la cueva de Montesinos, que me permitió refinar varias de las ideas expuestas en él. Ante todo, quiero dar gracias a Antonio Sánchez Jiménez por sus comentarios y sus correcciones, que han matizado y enriquecido, de una manera esencial, las ideas de cada uno de los capítulos. Es también el responsable de una segunda lectura de partes del presente trabajo que me ha ayudado a matizar muchas de las ideas expuestas en el libro. No hay duda de que sin sus sugerencias la calidad de esta monografía habría sido mucho menor. Su abrumadora generosidad conmigo ha sido constante desde que asistí a su magistral clase del Quijote en Miami University en 2005.

Igualmente, agradezco a la University of Delaware su apoyo y generosidad, que han contribuido a la publicación del libro. Así, parte de esta investigación se ha beneficiado de una beca GUR que me fue concedida en 2013, con la que tuve oportunidad de investigar en la biblioteca de El Escorial. También debo agradecer al Department of Languages, Literatures and Cultures y al College of Arts and Sciences de la mencionada institución su apoyo logístico y económico, fundamentales para que la presente obra haya visto la luz. Finalmente, una mención especial merece la jefa del departamento Annette Giesecke, por su incondicional apoyo y generosidad.

Asimismo, querría agradecer a las revistas Anales Cervantinos y Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America su permiso para reproducir el material publicado. Los comentarios de los anónimos lectores de ambas revistas han contribuido a mejorar de manera sustancial los capítulos 2: «Don Quijote, Felipe II y la tecnología de la escritura» (publicado en Cervantes, 29.1, 2009, pp. 197-207) y 3: «Oralidad y utopía en Barataria» (publicado en Anales cervantinos, 42, 2010, pp. 131-146). Por último, debo agradecer también a los miembros del grupo de investigación Tempranillos de Philadelphia los amables comentarios sobre una versión del capítulo 5: «De las reliquias a las maravillas: El Escorial y la cueva de Montesinos».

INTRODUCCIÓN

«Cervantes conceals any overt ideology in his text. And yet, (...) the writer hint(s) at possible answers hidden within his works»
     Frederick de Armas, Quixotic Frescoes

Desde mediados del siglo XVIII la exégesis cervantina ha analizado el Quijote —y en menor medida el resto de la producción literaria cervantina— buscando referencias políticas más o menos concretas que ayudaran a arrojar luz sobre las complejas relaciones existentes entre la obra maestra de Cervantes y los mecanismos de poder de la época, en particular los directamente controlados por la Monarquía Hispánica de los Austrias. Particular atención crítica se ha prestado ab initio al impacto cultural y político ejercido por el reinado del emperador Carlos V (1506-1556) y de su nieto Felipe III (1598-1621). En cambio, del Rey Prudente, Felipe II (1554-1598) se ha escrito menos y de manera quizá tangencial —repitiendo con frecuencia conocidos tópicos que enfatizan aspectos negativos de su reinado: cierre de fronteras, aislamiento cultural, imperialismo castellano— a pesar de la incuestionable influencia de las políticas que se tomaron bajo su reinado, el más dilatado de los Austrias mayores. Durante más de cinco décadas, los ritmos de la Monarquía Hispánica (y por extensión, el resto de potencias europeas y los diferentes territorios asociados a aquella) estuvieron dictados en gran parte por las decisiones o indecisiones de Felipe II, y resulta evidente que estas tuvieron un papel fundamental en el devenir vital de Cervantes y sus contemporáneos.

Cervantes nace en 1547, año de la batalla de Mühlberg, en la que las tropas del emperador Carlos V vencieron a las de la Liga de Esmalcalda, y murió en 1616, ya por tanto inmerso en pleno reinado de Felipe III. Cervantes, que vivió una larga vida (1547-1616) para las expectativas de la época, coincidió en su devenir vital con tres reyes Austrias: Carlos V, Felipe II y Felipe III. Sin embargo, los acontecimientos vitales y políticos más relevantes para Cervantes acaecen sin duda durante el reinado del Rey Prudente: su viaje a Italia en 1569, la victoria en la batalla de Lepanto en 1571, el cautiverio en Argel (1575-1580), sus frustraciones como recaudador de impuestos en Andalucía, o el fracaso de la Armada Invencible (1588) por citar los más conocidos. Por eso en su reciente Cervantes, visto por un historiador (2005), Manuel Fernández Álvarez afirma que «el tiempo de Cervantes es, en gran medida, el de Felipe II»1. Este atenuador «en gran medida», apunta a que no se deben trazar líneas divisorias tajantes a la hora de examinar qué periodo histórico, político y cultural influyó en el devenir vital del autor del Quijote. No obstante, como sugiere dicho historiador, no es casualidad que Jean Canavaggio, a la hora de señalar una obra clave para entender el contexto histórico de Cervantes, mencione en su biografía sobre el alcalaíno la monumental La Méditerranée et le Monde Méditerranéen à l’Epoque de Philippe II de Fernand Braudel2. Es decir, que el tiempo histórico en el que Cervantes alcanza su madurez artística coincide con la época del reinado de Felipe II. Como afirma el historiador I. A. A. Thompson al respecto: «Nuestro escritor alcanzó la madurez en el momento de máximo esplendor de esta [la Monarquía Hispana en tiempos de Felipe II]»3.

Nuestro trabajo explora conexiones entre lo literario y lo histórico en la obra de Cervantes, centrándonos en el periodo de Felipe II. Aquí seguimos en parte los principios establecidos por Fredric Jameson, quien entiende que el discurso literario es un acto social y simbólico que necesariamente debe ponerse en relación con el contexto histórico, económico y social en el que aquel se produce. Jameson reacciona contra la condición típica de la modernidad a la que imputa de adolecer de «historical deafness» y que define como «an exasperating condition [...] that determines a series of spasmodic and intermittent, but desperate, attempts at recuperation [del pasado histórico]»4. Nos posicionamos asimismo en la línea hermenéutica neohistoricista del «Cultural poetics», cuya figura intelectual más visible es, como es bien sabido, Stephen Greenblatt. La voluntad de Greenblatt (quien a su vez se inspira en la antropología interpretativa de Geertz y en el posestructuralismo francés, especialmente Michel Foucault) es integrar de manera dinámica los estudios literarios y la crítica cultural, arte y sociedad: la obra de arte es, para el citado crítico, «the product of a negotiation between a creator or a class of creators [...] and the institutions and practices of society»5.

Nuestro estudio explora por vez primera cómo varias de las decisiones políticas y/o modus operandi más característicos del reinado filipino permearon y modelaron de manera significativa varios aspectos de la producción literaria de Cervantes, en especial Don Quijote. En primer lugar, realizamos un estado de la cuestión, estudiando el conjunto de referencias textuales al monarca en el corpus cervantino. Segundo, analizamos cómo la obsesión de don Quijote con los libros de caballería —con la palabra escrita— puede ser leída como una velada crítica hacia el fuerte proceso de burocratización de España llevado a cabo durante el reinado de Felipe II, el Rey Papelero. Nos enfocamos en las múltiples interrupciones en las que don Quijote se ve envuelto y las relacionamos con la escritofilia filipina y los problemas logísticos que esta provocó. Tercero, estudiamos las sentencias de Sancho Panza en su gobierno baratario, proponiendo cómo son un ejemplo de la supremacía de la oralidad sobre la escritura y una crítica cervantina a la ineficaz justicia del momento, basada en un sistema legal cada vez más burocratizado. Barataria presenta la oralidad como un ejemplo (contra) utópico para los hombres, y como un símbolo de la vuelta a la Edad de Oro basada en la oralidad. A continuación relacionamos la decadencia caballeresca de don Quijote en la segunda parte de la novela con la decadencia de Amadís de Gaula en el ciclo Amadís-Esplandián. Proponemos que dicho declive puede leerse como una respuesta cervantina al anacrónico intento de Felipe II por reactivar la caballería castellana a finales del siglo XVI. Por último, estudiamos el espacio del episodio de Montesinos y lo comparamos con la construcción arquitectónica que epitomizó la personalidad de Felipe II: el Monasterio de El Escorial. Sugerimos que esta aventura puede ser leída como una creación literaria que tiene como fin emular/competir con las grandes colecciones de arte de su época, particularmente las contenidas en dicha construcción, las mayores de Occidente, creadas y organizadas por el propio Felipe II. En suma, nuestro trabajo plantea leer Don Quijote como un producto de la dinámica intersección entre la imaginación cervantina y la particular coyuntura cultural6, política y religiosa que definió (y decidió) el reinado de Felipe II, monarca que representó, en palabras del citado Braudel, «the sum of all the weaknesses and all the strengths of his empire»7.

Ahora bien, un sector del cervantismo ha sostenido que solo es posible una interpretación de la novela desde una perspectiva cómica, lo que en cierto modo refutaría una lectura política y cultural de la obra. Esta línea de investigación está representada por los trabajos Anthony Close, Alexander A. Parker, Peter Russell y Daniel Eisenberg, entre otros. Por ejemplo, Close, en The Romantic Approach to Don Quixote, sostiene que Don Quijote es una obra burlesca cuyo único fin es criticar los libros de caballerías. Para dicho crítico, todas las interpretaciones posteriores a los románticos alemanes (Schlegel, Schelling, Coleridge, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Castro, etc.) obligadamente pecan de anacronismo, al no tener en cuenta la recepción de los contemporáneos de Cervantes. Close es categórico a este respecto: «If a critical tradition [la de los románticos] so perversely ignores the obvious it must be suspected of having gone badly stray»8. Dos puntos pueden decirse sobre esta cuestión. Primero, los géneros en prosa no gozaban de gran prestigio en la época, por lo que no es extraño que el Quijote no mereciera suficiente estimación crítica en el Siglo de Oro. Segundo, y más importante, desde la fundación de la caballería castellana con Alfonso X y sus Partidas, existe una relación fundamental entre la institución caballeresca y la monarquía, apreciable también, como veremos, en los libros de caballerías españoles en los que se inspira el Quijote. En otras palabras, hablar de caballerías es en gran medida hablar de monarquía. Este hecho es esencial, pues justifica un análisis del Quijote que tenga en cuenta su relación con los mecanismos de poder político, en especial los que atañen a la monarquía. A continuación, con el fin de demostrar la vinculación entre caballería y monarquía, realizaremos un (breve) excursus para comentar dos textos fundacionales de la ideología caballeresca9, conocidos por Cervantes y en los que es evidente dicha asociación: las Siete partidas de Alfonso X y el Libro de la Orden de Caballería (Libre de l’orde de cavalleria), de Ramon Llull.

DON QUIJOTE: POÉTICA CABALLERESCA Y MONARQUÍA

La fundación de la caballería en Castilla como conjunto sistemático de leyes con vocación de proyección política y cultural (es decir, con carácter normativo) se efectúa en el apartado o título XXI de las Partidas II, compiladas por Alfonso X (1221-1284), en el que se declaran los estatutos relativos al ordo caballeresco10. Frente al texto legislativo anterior del Rey Sabio, el Espéculo, obra inorgánica, casuística y de carácter privado en la que los caballeros no se encuentran vinculados naturalmente al monarca (y por tanto no forman un estamento u ordo)11, el texto de las Partidas es absolutamente revolucionario en el campo de la jurisprudencia castellana: divide a la sociedad en tres estamentos («oradores», «labradores» y «defensores»), y dedica un prolijo apartado al grupo de los caballeros, miembros del tercer estamento, por dos razones fundamentales: «lo uno porque son los más honrados, et lo al porque señaladamente son establecidos para defender la tierra et acrescentarla»12. A diferencia del Espéculo, en el ulterior código alfonsí se categoriza, describe y proyecta a nivel social y político un retrato idealizado de la caballería, en el que esta es ayuda, prolongación y parte indivisible del poder real, con el que está en una relación recíproca y en cierto modo equitativa (aunque en el sistema alfonsí el monarca es la cabeza de la caballería, primus inter pares). El Rey Sabio crea un vínculo natural de solidaridad social y política con la nobleza castellana a través de la caballería y la dignidad aparejada con esta, hasta tal punto que, en la ley II, XI («Quien ha de poder hacer caballeros et quién non»), además de subrayar de nuevo la alta dignidad de la caballería, recuerda que incluso los reyes y emperadores necesitan haber sido armados caballeros previamente para ser coronados. En suma, Alfonso X formuló, prácticamente ex nihilo13, un sistema jurídico, político y social cuyo eje principal fue una caballería castellana, universalista y de tipo laico que pretendía establecer una asociación indisoluble entre monarquía y nobleza.

La influencia que el código alfonsí tuvo durante la Edad Media y el Siglo de Oro es incuestionable14, y en cuanto al Quijote, ha sido ampliamente señalada por la crítica15. Por ejemplo, la grotesca iniciación caballeresca de don Quijote ha sido analizada de acuerdo con la minuciosa descripción de la investidura caballeresca en las Partidas16; asimismo, la descripción del protagonista de los ocho primeros capítulos sería, de acuerdo con Susan Byrne, «an insulting, tongue-in-cheek elogium of Spain’s semi-legally prescribed ideal knight»17. Dicha estudiosa relaciona motivos como la avanzada edad de don Quijote, su linaje y las armas usadas por este, el personaje de Dulcinea, o el hecho de que don Quijote se crea exento de la ley común a causa de su condición de caballero con diferentes puntos de las Partidas18. Sin embargo, más allá de las coincidencias textuales (por otra parte evidentes) entre las Partidas y el Quijote, lo más relevante para el estudio de la obra de Cervantes es el hecho de que Alfonso X sancione de manera definitiva la participación activa de la Corona en la creación de la caballería castellana como ordo. En otras palabras, lo caballeresco tiene su formulación jurídica y política sistemática en España de manos de una monarquía que busca vincular a la nobleza a través de su inclusión social en la caballería. Este es un aspecto fundamental para nuestro estudio, puesto que sirve para sustentar una lectura que enfatiza la presencia de aspectos relacionados con los mecanismos de poder político en el Quijote, en especial los asociados a la monarquía de Felipe II.

La vinculación entre caballería y monarquía es también perceptible en el influyente Libro de la Orden de Caballería (1279-1283), de Ramon Llull. El tratado sigue los postulados alfonsíes, aunque el componente religioso es mucho más marcado en la obra del mallorquín, lo que apunta a que fue redactado tras su conversión religiosa19. De estructura narrativa, comienza con un joven escudero que se dirige a la corte de un rey («tan noble como provisto de buenas costumbres») con el objeto de ser armado caballero20. Al llegar a una hermosa floresta se queda dormido, y un ermitaño (caballero ya retirado del mundo, en realidad un alter ego de Llull) se le acerca para preguntarle el motivo de su llegada. La respuesta del joven ilustra el papel de la monarquía y la nobleza en el ideario caballeresco llulliano: este explica que un rey muy sabio ha convocado cortes para nombrarse caballero a sí mismo y a varios barones de su tierra21. A continuación el caballero anciano le da al escudero un libro que contiene «la regla y la orden de caballería»22 (el propio tratado del Libro de la Orden de Caballería), donde Llull describe de manera ejemplar la dependencia existente entre el ordo de caballería medieval y la autoridad política real, de la que los caballeros dependen, participan como agentes activos y a la que en cierta forma representan. Según Llull, la relación entre ambas es de reciprocidad, pues la función principal del rey (el mantenimiento del derecho de sus súbditos, es decir, el orden social) es asegurada gracias a la ayuda militar prestada por el estamento de los caballeros: «oficio de caballero es mantener y defender a su señor terrenal, pues ni rey ni príncipe ni alto barón alguno podrían mantener sin ayuda el derecho de sus gentes»23.

El texto del autor mallorquín es relevante por varios motivos. Primero, se convirtió en el tratado de caballerías más popular e influyente de Europa, traduciéndose al francés (tres ediciones en el siglo XVI), castellano, escocés medio e inglés. Como apunta Keen, el opúsculo llulliano «became the classic account of knighthood» en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento24. Segundo, Cervantes lo conoció, cuanto menos indirectamente, ya que es mencionado en los capítulos 27-37 del Tirant lo Blanch25, aunque la presencia en Llull de ideas como el origen de la caballería como producto de decadencia de la Edad de Oro, la mezcla de realidad y ficción o la sorprendente insistencia en describir precisamente en qué consiste la «mala caballería» sugieren, en nuestra opinión, un conocimiento de primera mano por parte de Cervantes. En cuanto al presente estudio, es relevante que Llull, al igual que Alfonso X, formulase una ideología caballeresca adscrita a la monarquía y la alta nobleza. Al igual que en el sistema legal de Alfonso X, el tratado de Llull ilustra un sistema en el que la caballería está estrechamente vinculada a la monarquía, lo cual confirma la validez de una lectura del Quijote asociada al contexto político y cultural del reinado de Felipe II26.

Sin embargo, se podría objetar que para la época en la que se publicó el Quijote la caballería era un sistema cultural y social que estaba ya en plena decadencia. A este respecto, la tesis de la decadencia de la caballería durante los siglos XIV y XV fue defendida primero por Huizinga en The Waning of the Middle Ages, donde se explica cómo las representaciones literarias de la caballería bajomedieval representan un fenómeno cultural arcaico, desasociado en su idealismo de la realidad histórica. El historiador neerlandés es categórico sobre este punto: «[T]he illusion of society based on chivalry curiously clashed with the reality of things»27. No obstante, el autor enfatiza también el impacto (casi siempre negativo, en su opinión) que los valores e ideales caballerescos ejercieron en la política y cultura europeas del Renacimiento28. Las ideas de Huizinga fueron retomadas por Raymond Kilgour, para quien la caballería perdió su vigor afectada por los cambios militares, la incipiente mentalidad burguesa y la búsqueda de riquezas materiales. «Chivalry had thus become», de acuerdo con Kilgour, «a sort of game, whose participants, in order to forget reality, turned to the illusion of a brilliant, heroic existence»29.

Las anteriores afirmaciones contienen una parte de verdad, pues sería ilógico pensar que la caballería del Siglo de Oro tenía las mismas características y vitalidad que durante la Edad Media. De todos modos, deben matizarse por varias razones. Primero, el tópico de la decadencia de la caballería y las costumbres corteses se encuentra ya en la literatura artúrica del siglo XII, por ejemplo en El Caballero del León de Chrétien de Troyes30. Segundo, los ideales caballerescos siguieron vigentes tiempo después de la época dorada de la caballería, los siglos XII-XIII, como ha demostrado Keen (quien habla incluso de un «Indian Summer» de la caballería a principios del XVI), y más recientemente Jennifer Goodman, quien señala que, aunque es cierto que los cambios sociales y militares modelaron algunos aspectos de la caballería, esta institución tenía a finales del XV vigencia suficiente para influir los modelos de comportamiento de la aristocracia europea31. Tercero, la eclosión del género caballeresco español (cuyo comienzo suele datarse con la publicación de Amadís de Gaula en 1508) es un fenómeno tardío con respecto a la literatura artúrica del resto de Europa, con lo cual también debe retrasarse su influencia, que dura al menos hasta comienzos del siglo XVII. Por último, como mencionaremos más adelante, Felipe II lleva a cabo un proceso de reactivación de la caballería de cuantía a partir de 1562 (y que dura hasta 1619, ya en época de Felipe III), hecho que demuestra que los ideales caballerescos aún tenían una vigencia relativamente importante en la España del Siglo de Oro.

En lo que respecta a los libros de caballería, género del que se nutre principalmente el Quijote, la presencia e importancia del componente político es también evidente en muchos de estos textos. De hecho, su popularidad y difusión en España están ligadas en general al fortalecimiento y el prestigio de la monarquía, proceso comenzado como se sabe con el reinado de los Reyes Católicos32. Estos libros están dirigidos (y producidos en muchos casos), explícitamente o no, a un público lector asociado a las élites aristocráticas y a la monarquía, por lo que participan de una manera activa en la ideología y propaganda de la nueva política imperial. Como sostiene María Carmen Marín Pina, «todos ellos [los libros de caballería españoles] transmiten el nuevo ideario a través de una serie de imágenes de representación del poder real de tipo providencialista y teocéntrico, profético y mesiánico»33. Así, Tirante el Blanco (1511) del caballero valenciano Joanot Martorell, representa el «dulce sueño» de una cristiandad fuerte capaz de mantener Constantinopla y los Santos Lugares fuera del alcance del Imperio Otomano34; el prólogo del Amadís de Gaula (1508) de Rodríguez de Montalvo constituye una hiperbólica laudatio al reinado de los Reyes Católicos: Montalvo menciona la «santa conquista» de Granada, compara a los Reyes con los emperadores romanos («que con más afición que con verdad que los nuestros Rey y Reina fueron loados») y alude en tono mesiánico a su reconocimiento futuro en el paraíso (donde Dios «les tiene aparejado el gualardón que por ello merescen»)35. En cuanto al argumento del libro, el conflicto principal de la narración es el enfrentamiento entre el caballero y el rey Lisuarte, quien ha actuado con Amadís de manera injusta, asesorado por malos consejeros. Por último, el elogio al poder real, el mesianismo y el espíritu de cruzada se enfatizan en la continuación del Amadís, las Sergas de Esplandián, otra muestra de laudatio si cabe aún más hiperbólica dirigida por Montalvo a los monarcas católicos. Estos son solo algunos ejemplos de libros de caballerías mencionados explícitamente en el Quijote, que demuestran la vinculación del género con las élites aristocráticas castellanas y aragonesas. Hay que tener además en cuenta un hecho relativo al género del Quijote. Si se piensa que la novela cervantina no es solo una parodia de los libros de caballerías, sino un libro de caballerías en sí mismo, de tipo humorístico, como ha venido defendiendo en varios de sus trabajos José Manuel Lucía Megías, no resulta extraño pensar en una lectura del Quijote que enfatice aspectos relacionados con los mecanismos de poder político, pues estos forman parte consustancial de dicho género literario36. Por último, incidir en el hecho de que el Siglo de Oro fue en general una época preocupada con la naturaleza, los efectos y los límites del poder político, en particular el real. Dramaturgos como Lope de Vega, Calderón o Tirso de Molina incluyen con frecuencia en sus obras a reyes como personajes (La vida es sueño, La Estrella de Sevilla, Fuenteovejuna, por citar ejemplos clásicos), que suelen tener un papel decisivo en el desarrollo de la acción. Por esa razón, a propósito de la relación entre la monarquía, el teatro y su plasmación en la escena teatral del Siglo de Oro, Melveena McKendrick comenta que «In an age deeply preoccupied with theories of state and the nature of kingship Spaniards had more reason than most in Europe from the late sixteenth century on to be concerned about their monarchs»37. Esta es una reflexión que podría ser aplicada a nuestro estudio. No es una coincidencia que fuera durante este periodo cuando aparecieron las obras de pensadores como Juan de Mariana, Pedro de Rivadeneira, Justo Lipsio o Álamos de Barrientos, que debatieron en profundidad el papel de la monarquía y el poder real38.

OPINIONES CRÍTICAS: CARLOS V, FELIPE II Y DON QUIJOTE

La crítica cervantina ha tendido a buscar paralelismos entre el personaje de don Quijote y el emperador Carlos V. La política imperialista de ambos, el sobrenombre Quijote —en alusión quizá a la prominente quijada del rey Habsburgo— y la representación del monarca como caballero andante han motivado esta plausible comparación. Gregorio Mayans nos informa en su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra de que ya había lectores en el siglo XVIII que consideraban a don Quijote como una representación de Carlos V, opinión no compartida por el autor ilustrado: «Solamente en lo que toca a don Quijote, no quiero pasar en silencio que se engañan mucho los que piensan que don Quijote de la Mancha es una representación de Carlos Quinto, sin más fundamento que antojárseles así. Cervantes apreciaba como debía la memoria de un príncipe y señor suyo de tanto valor y de tan heroicas virtudes, y muchas veces le nombró con la mayor veneración»39. De opinión contraria es Nicolás Díaz de Benjumea, quien un siglo después de Mayans sostuvo en La verdad sobre el Quijote (1878) que el hidalgo manchego es en realidad «el retrato del alma española, la pintura de Carlos V»40. En cuanto a la crítica contemporánea, Richard L. Predmore en 1973 recuerda que el desafío entre Francisco I y Carlos V podría ser considerado «a challenge worthy of Don Quijote himself»41, y comenta las semejanzas entre los proyectos fracasados de Carlos V y don Quijote en restaurar la unidad cristiana del Imperio42. José Antonio Maravall formuló quizá la propuesta más coherente sobre la relación entre Carlos V y don Quijote en Utopía y contrautopía en el Quijote. Maravall defiende que la novela cervantina debe enmarcarse en el espíritu utópico y precapitalista que impregnó el reinado de Carlos V. El mundo del Quijote supone un proceso de «universalismo indefinido, irrealizable, sin institucionalizar» (es decir, utópico) que a la vez está anclado en la realidad española del momento. Según Maravall, lo que al hidalgo le importa es la reforma interior cristiana de la Monarquía, más que los conflictos religiosos internacionales. «Aproximadamente a esto responde», afirma el autor, «el mundo de ciertos colaboradores hispanos de Carlos V, a quienes Cervantes presenta espiritualmente tan próximos a su personaje»43. Esto lo contrapone a los tiempos del Rey Prudente, monarca cuya figura y política dejaría poca impronta en la obra de Cervantes. En su opinión, «[M]ientras que Cervantes exalta la “felicísima” memoria del “invictísimo Carlos V” [...] solo tiene una breve referencia a través de su obra [...] a uno de los reyes de quienes fue contemporáneo, Felipe II, al que solo llama “nuestro buen rey Don Felipe”, a pesar de recordarle con ocasión de Lepanto»44. A partir de los estudios de Maravall se han sucedido otras interpretaciones que relacionan la obra cervantina con distintos aspectos del reinado carolino. Así, Antonio Sánchez Jiménez, después de analizar algunos pasajes del Carlo famoso (1566) de Luis Zapata de Chaves, llega a la conclusión de que existen alusiones veladas a la política del Imperator hispano. Aunque Sánchez Jiménez reconoce que sería difícil que la pluma de un soldado y un humanista como Cervantes atacara de manera explícita la figura del monarca más admirado por los españoles del Renacimiento, las asociaciones entre la obra de Zapata y el Carlo famoso apuntan a que Cervantes «podría albergar algunas reservas acerca del gobierno de Carlos I y de los Austria»45. Para este autor, Cervantes, de manera prudente, criticaría dos aspectos del gobierno carolino: el predominio de las armas sobre las letras (su «belicismo excesivo», que tendría como consecuencia el injusto trato a los poetas), y el hecho de que los reyes «permitieran que escritores como Zapata y Cervantes sufrieran injustas prisiones»46. En una línea interpretativa similar, Frederick de Armas postula que don Quijote viene a ser una versión caballeresca paródica de Carlos V. Así, de Armas sostiene que don Quijote, de emular a algún emperador, «it would certainly be Charles V, who wanted to revive the glories of chivalry and was viewed by many as the universal emperor, the one who would bring back the mythical Golden Age»47. Cree por ejemplo que la salida de don Quijote en el capítulo VII es una alusión paródica en clave de écfrasis al famoso retrato ecuestre de Carlos V de Tiziano. También afirma que el Carlo famoso aludido antes representa una crítica al emperador. En cuanto al apellido «Quijada» que el narrador asigna al comienzo a don Quijote, lo relaciona con un soldado de nombre don Luis Quijada, de gran valor y muy estimado por Carlos V. «Quijada» afirma De Armas, «is thus a name that looks to the past and is appropriately given to this country gentleman who nostalgically recalls the glories of past empires»48. Asimismo señala que dicho apelativo («quijada») podría referirse a la mandíbula prominente de Carlos V, peculiaridad física a la que pintores como Lucas Cranach y Tiziano tuvieron que enfrentarse a la hora de realizar sus retratos y resolver de distintas maneras49. En otro de sus trabajos, dicho estudioso reitera de manera diáfana su idea sobre la conexión entre el Quijote y Carlos V: «Publishing Don Quixote under Philip III, the grandson of would-be World Emperor Charles V, it should come as no surprise that Cervantes’s would-be knight, in picking up the forgotten and rusted armor of his ancestors, could well be pointing to that moment in time when knighthood was revived and when there was a dream of universal empire under Charles V»50. Recientemente, y siguiendo el tipo de estudios iniciados por De Armas, Ana María Laguna ha expandido el tema de las supuestas correspondencias entre el texto cervantino y Carlos V. En su opinión, tanto don Quijote como el Emperador se consideran elegidos por la mano de Dios y ambos demuestran una problemática incapacidad para distinguir realidad de ficción. Pone además de relieve el hecho de que ambos desplegaran al final de sus vidas «striking acts of abandonment»51. Carlos V delega el poder en su hijo Felipe II y se retira a Yuste y don Quijote reniega de las caballerías y su identidad antes de morir, para el asombro de sus parientes y amigos. Según la estudiosa, en Carlos V Cervantes encontró un modelo perfecto para la creación del hidalgo manchego. La ansiedad del monarca por su legado, junto con el énfasis en la transcripción visual y verbal de sus hazañas «has important resonances in Cervantes’s novel and establishes obvious parallels between both figures»52. Como puede comprobarse, la bibliografía cervantina ha tendido a encontrar numerosos paralelismos entre el Quijote y el reinado de Carlos V. Esto no obsta para que haya habido un cierto número de estudiosos que hayan explorado la representación de la figura de Felipe II y su reinado en la obra de Cervantes.

E.T. Aylward apunta que, con alguna excepción, los comentarios políticos brillan por su ausencia en el corpus cervantino: «Political topics» afirma el estudioso, «are carefully avoided in Cervantes’s fiction. Even the timely episode of Ricote and the expulsion of the moriscos (1609-1613) is gingerly handled in the 1615 Quijote.The Indies are only rarely alluded to, and certainly never treated as a major theme, in the rest of Cervantes’ work. Nor is the imposing figure of Philip II ever dealt with, either positively or negatively, in any of the Spanish master’s prose»53.

Ludovik Osterc ha examinado la representación del Rey Prudente en los textos cervantinos, comparándola con la de Carlos V. En opinión de este crítico, la forma de ejercer política y el carácter de ambos monarcas están «en las antípodas». Osterc recuerda que Cervantes cita al Emperador al menos diez veces, calificándolo de «rayo de la guerra» y de «invictísimo monarca», por asistir en persona al campo de batalla y por su «bravura en los campos de guerra». En cambio, de Felipe II Osterc señala su falta de «vocación guerrera», siendo sus únicas armas «la simulación, maquinación y asesinatos políticos»54. Cervantes admiraría el espíritu viajero y el carácter tolerante de Carlos V, mientras que denostaría el aislamiento en Castilla y el proceso de centralización llevado a cabo por Felipe II. En suma, Osterc no duda en afirmar que Cervantes «reprobaba la ultrarreaccionaria política de Felipe II y se mofaba de su falta de ánimo y valor»55. Osterc reconoce en este trabajo seguir la opinión de Américo Castro, quien ofrece en Hacia Cervantes varias opiniones sobre la valoración cervantina acerca del Rey Prudente. El erudito afirma de manera categórica que: «Es impensable [...] que el Quijote hubiera podido componerse en los años de Felipe II. La época de su sucesor no era ya la del solitario de El Escorial»56. Esto parece contradecirse con una opinión del mismo Castro, aunque vertida anteriormente: «En el Quijote halló Cervantes la forma de expresar lo no imprimible de aquellas sus poesías [...] frente al monumentalismo y ‘gigantismo’ que oprimía y humillaba a ciertos españoles»57. Cervantes, según Castro, «una y otra vez había lanzado visibles dardos contra Felipe II y su incapacidad política»58. Esto sin duda se debe, según el estudioso, a «la torpe mezquindad de Felipe II»59. En otro lugar de dicha obra, al examinar referencias posteriores al monarca, Castro matiza su opinión previa: «Este Cervantes [el de época ya madura] no era ya como el que escribía poesías impublicables contra Felipe II (aunque sí continuaba jactándose de haber compuesto el soneto sobre el regio túmulo)»60. En definitiva, Castro sugiere una animadversión cervantina hacia Felipe II, solo suavizada en las obras de la última etapa.

Jean Canavaggio es un poco más moderado en su opinión sobre la idea que Cervantes pudiera tener del Rey Prudente. Como en otros muchos aspectos tratados, el hispanista francés reconoce la dificultad de localizar una única opinión en torno al tema. Apunta que Cervantes «is not easy on a monarch who has roused admiration and hatred but of whom it cannot be said that he was equal to his mission»61. «The drama of Philip II» añade el crítico francés «is the result of a divorce between the principles on which his action was founded and the results he finally achieved». Siguiendo la conocida tesis de Fernand Braudel, Canavaggio sugiere que Cervantes reprochó a Felipe II el abandono del Mediterráneo por una política centrada en el Atlántico. ¿Tenía Cervantes una opinión definitiva sobre Felipe II? «No one knows. But he judged the king on his actions, and he did so bluntly»62.

Michael Armstrong-Roche resume bien varios de los tópicos negativos asociados a Felipe II. Este crítico se pregunta en una monografía reciente sobre el hecho de que Cervantes no citara a Felipe II en el Persiles, a pesar de que la obra (y la vida del propio Cervantes) esté situada cronológicamente en su reinado. Armstrong-Roche retoma temas conocidos sobre el reinado de Felipe II: cita la pragmática de 1558 que prohibía la importación de libros extranjeros y la obligación de que todos los libros llevasen la aprobación del Consejo de Castilla; la pragmática de 1559 que prohibía a los españoles (aunque en realidad la prohibición afectó únicamente a castellanos) estudiar en universidades en el extranjero y la publicación del Índice de Valdés de 1559, en el que se prohibían el Enquiridion de Erasmo y otras obras asociadas al humanismo cristiano. El aumento del dogmatismo religioso y el estancamiento de las actividades intelectuales en España («the quarantining of the country’s intellectual life») durante esta época harían que Cervantes decidiera no citar a Felipe II63.

Por último, Patricia Marín Cepeda ha publicado recientemente una excelente monografía en la que explora el campo literario en el que se movió Cervantes después de su cautiverio en Argel, en particular el de su grupo de amigos escritores por los años en los que el alcalaíno abandona la carrera militar para comenzar la de escritor64. En cuanto a Felipe II, la autora sostiene que las quejas en Los tratos de Argel sobre el abandono de los cautivos españoles en Argel (en favor de la anexión de Portugal) sugieren que Cervantes no estuvo de acuerdo con esta decisión del monarca. La autora explica que en Los tratos «se imploraba al monarca para que se continuase la labor emprendida por su padre Carlos V»65. En cuanto a la conquista de Inglaterra, Marín Cepeda comenta que Cervantes elogió en un soneto la obra de Cristóbal Mosquera de Figueroa, Comentario en breve compendio de la disciplina militar en que se escribe la jornada de las islas Azores (1596), donde se alaba la figura del marqués de Santa Cruz, que iba a ser el encargado de dirigir la Armada contra Inglaterra hasta su muerte y la posterior sustitución por Medina Sidonia. La autora estima que las canciones cervantinas sobre la Armada revelan la actitud negativa de Cervantes sobre dicho proyecto, no ahorrando «la enumeración de los males que sufre el prestigio español en el mundo, y el desgaste de vidas y haciendas de sus súbditos». A esto se añadiría el que varios amigos del escritor formasen parte de la expedición66. En definitiva, según la citada estudiosa, «la represión brutal de los rebeldes flamencos bajo las tesis militares del Duque de Alba, el abandono de la lucha contra el Turco y del mantenimiento de los presidios españoles en las costas africanas [...] así como la formación de un ejército para la conquista de Portugal y las enormes dádivas económicas con las que el monarca trató de lograr la adhesión de las élites portuguesas, hubieron de decepcionar hondamente al autor del Quijote, que honró más la memoria de Carlos V que la de su heredero»67. Estas explicaciones son perfectamente posibles, aunque no tienen en cuenta las alabanzas al monarca realizadas por Cervantes en varios de sus sonetos y particularmente en La Numancia, como se comentará más adelante.

FELIPE II Y EL MUNDO DE LA CABALLERÍA

Este repaso bibliográfico es testigo de un hecho incuestionable: el cervantismo ha resaltado la importancia de la figura de CarlosV y minusvalorado la de su hijo, Felipe II, repitiendo los mismos tópicos positivos y negativos asociados con uno y otro. Una de las ideas más recurrentes es que a Carlos V se lo considere tradicionalmente como una representación de un glorioso miles christianus, un campeón de la caballería andante, mientras que a Felipe II no se lo asocia con esta imagen caballeresca. Al enfatizar esto, de manera indirecta se está indicando que Carlos V fue un valiente y exitoso estratega mientras que su hijo fue un gobernante calculador y hasta cierto punto timorato. Pondremos un ejemplo revelador de esta actitud de la crítica en torno a Felipe II. Un gran conocedor de los libros de caballerías españoles, Daniel Eisenberg, comenta que el supuesto desinterés de Felipe II por este tipo de libros contribuyó al declive del género en España. «It is hard», argumenta dicho crítico «to picture Felipe taking a romance of chivalry to read at the Escorial»68. No obstante, la historiografía más reciente y autorizada ha desmentido de manera definitiva este aserto: Felipe II fue —al menos durante su juventud— un verdadero entusiasta de los libros de caballerías, y, como mostraremos a continuación, desde muy joven se ejércitó con fruición en justas, torneos, juegos de sortija y otros pasatiempos caballerescos.

Henry Kamen recuerda que Felipe sintió —como su padre, y como don Quijote— una profunda devoción por los libros de este género, y en especial, por el Amadís de Gaula, obra que el rey aprobó como parte de las lecturas obligatorias para su hijo —el futuro Felipe III— cuando este comenzó a aprender francés. Kamen recalca que «Siempre que le era posible, [Felipe II] presidía los torneos de la corte»69, llegando a veces a asumir el rol de caballero andante, como en la fantasía caballeresca que el monarca celebró inspirada en el Amadís, que incluía combates a caballo, rescates de doncellas en apuros y banquetes servidos por hermosas ninfas70. Kamen comenta que para celebrar el nacimiento de la infanta Ana, Felipe organizó un gran torneo caballeresco en la villa de Salvador de Muñico que duró tres días y que contó con la participación de ochocientos caballeros. De manera significativa, el historiador añade que «Podemos imaginar, como lo vio el ventero en Don Quijote, a los campesinos que venían en tropel para ver el espectáculo y “aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan”»71. Un cortesano incluso llegó a ensalzar la prestancia del rey, «que como ya más de los cincuenta años a cuestas, hace agora el galán»72. Geoffrey Parker resalta además los riesgos que el monarca corría al emular la prouesse caballeresca. En 1544 se celebró un torneo acuático en una isla situada en el río Pisuerga, cerca de Valladolid. Felipe y su equipo, «espléndidos en su armadura», embarcaron en una barca que sin embargo se hundió por el peso. Volvieron a intentarlo y de nuevo se hundieron, por lo que el torneo tuvo que ser suspendido. En julio de 1546 se celebró otro gran torneo en una isla en un lago de Guadalajara. Como consecuencia de la batalla escenificada, el rey se hirió las dos piernas y tuvo que andar con bastón durante varias semanas73. ¿Pudo haber tenido noticia Cervantes de estas fanfarrias caballerescas organizadas por el monarca?

Desde su mismo nacimiento, la figura de Felipe II se vio unida a la de Amadís de Gaula. Su padre Carlos V celebró el nacimiento de su hijo en 1527 con una representación del Amadís. En 1549, su padre Carlos quiso que Felipe conociese a sus futuros súbditos del Norte, por lo que organizó lo que el cronista Calvete de Estrella denominó «Felicísimo viaje» entre 1548-1551. El momento principal del viaje fueron las fiestas organizadas en honor del príncipe, por María de Austria en la última semana de agosto de 1549 en Binche. Kamen explica cómo el 24 y 25 de agosto una gran justa caballeresca fue organizada en los jardines del palacio, cuyo tema era el Amadís de Gaula y que tuvo como participante al mismo Felipe, que asumió el rol de caballero andante. En esta fantasía caballeresca, los caballeros tenían que atravesar numerosos obstáculos, librar combates a caballo, llegar a una torre oscura, rescatar a varias «Dulcineas» en apuros y atender banquetes servidos por hermosas ninfas74. Además, en honor del Príncipe, se escenificó el episodio del Castillo Oscuro del Amadís en el castillo de la reina María, hermana de Carlos V.Veinte años después, la gente todavía hablaba de los magníficos festivales de Binche. Según Parker, «Felipe II nunca los olvidó»75. Las menciones al Amadís reaparecen con frecuencia en la biografía de Felipe II. La visita a Inglaterra para celebrar la boda del monarca español con María Tudor avivó la imaginación caballeresca de los nobles españoles. Kamen comenta que «Los nobles estaban entusiasmados con Inglaterra. Para ellos, era la isla legendaria de la caballería, la tierra del rey Arturo y de Amadís»76. Un noble español llega incluso a afirmar que «El que inventó y compuso los libros de Amadís y otros libros de caballerías de esta manera, fingiendo aquellos floridos campos, casas de placer y encantamientos, antes que los describiese debió sin duda de ver primero los usos y tan extrañas costumbres que en este reino se acostumbran»77. Se ha escrito incluso que la pasión juvenil de Felipe II por el juego de la sortija, un juego ecuestre medieval, quizá tenga su origen en la lectura del Amadís78. En suma, Kamen resume lo anterior afirmando que en su juventud se deleitó con numerosas actividades de ocio. Sin embargo, «El lugar de honor en su lista» puntualiza el historiador, «lo tenían los ritos de la caballería»79. Por tanto, es legítimo suponer que don Quijote, que sueña con revivir el viejo espíritu caballeresco medieval, tenga en realidad mucha más relación con el reinado de Felipe II de lo que se ha venido suponiendo. Porque conscientemente o no, emulando a Amadís, don Quijote emula a Felipe II.

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