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Gloria Clavería Nadal

De vacunar a dictaminar: la lexicografía
académica decimonónica y el neologismo

LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA
VOL. 61

DIRECTORES :

MARIO BARRA JOVER, Université Paris VIII
IGNACIO BOSQUE MUÑOZ, Universidad Complutense de Madrid, Real Academia
Española de la Lengua
ANTONIO BRIZ GÓMEZ, Universitat de València
GUIOMAR CIAPUSCIO, Universidad de Buenos Aires
CONCEPCIÓN COMPANY COMPANY, Universidad Nacional Autónoma de México
STEVEN DWORKIN, University of Michigan, Ann Arbor
ROLF EBERENZ, Université de Lausanne
MARÍA TERESA FUENTES MORÁN, Universidad de Salamanca
DANIEL JACOB, Albert-Ludwigs-Universität, Freiburg im Breisgau
JOHANNES KABATEK, Universität Zürich
RALPH PENNY, University of London
REINHOLD WERNER, Universität Augsburg

Gloria Clavería Nadal

De vacunar a dictaminar:
la lexicografía académica
decimonónica y el neologismo

Ibero americana · Vervuert · 2016

La publicación de este volumen ha sido posible gracias a las ayudas del Ministerio de Ciencia e Innovación (FFI2014-51904-P) y gracias al apoyo del Comissionat per Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya al Grupo de Lexicografía y Diacronía (SGR2014-1328).

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ISBN 978-84-8489-967-9 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-95487-503-0 (Vervuert)

ISBN 978-3-95487-857-4 (e-book)

Diseño de la cubierta: Carlos Zamora

ÍNDICE

Nota preliminar

1. El neologismo: de la palabra al concepto

1.1. El nacimiento de la voz neologismo

1.2. La evolución del concepto

1.3. El uso de la voz neologismo en el siglo XIX

1.4. De las voces nuevas al neologismo

2. La Real Academia Española y el neologismo en el siglo XIX: de la teoría a la práctica lexicográfica a través del Diccionario

2.1. Introducción

2.1.1. Fuentes primarias

2.1.1.1. Fuentes primarias internas

2.1.1.2. Fuentes primarias externas

2.2. Corpus léxico

3. Radiografía del aumento y del neologismo en el Diccionario (1803-1899)

3.1. El inicio del siglo: la cuarta edición del Diccionario (RAE 1803)

3.1.1. Las Reglas para la corrección y aumento del diccionario de 1760/1770

3.1.2. El prólogo

3.1.3. El aumento y la corrección

3.1.3.1. Las voces detalle y detallar

3.1.4. Entre la tradición y la novedad

3.2. Una revisión concienzuda: la quinta edición del Diccionario (RAE 1817)

3.2.1. Cambios en la metodología lexicográfica

3.2.1.1. La revisión de las voces de historia natural, química y farmacia

3.2.1.2. Las correspondencias latinas

3.2.1.3. El proyecto de Diccionario manual y las reflexiones metodológicas

3.2.2. El prólogo

3.2.3. El aumento y la corrección

3.2.3.1. El «Suplemento»: un testigo de excepción

3.2.3.2. La supresión de lemas

3.2.4. La edición de 1817: el inicio de una ruptura

3.3. La sexta edición del Diccionario (RAE 1822)

3.3.1. El Plan de trabajo del Diccionario grande

3.3.2. El prólogo

3.3.3. El ¿aumento? y la corrección

3.4. La séptima edición del Diccionario (RAE 1832) y la lexicografía no académica

3.4.1. Las directrices de la corrección de las voces de ciencias naturales

3.4.2. Los diccionarios de Núñez de Taboada y el Diccionario de la Academia

3.4.3. La revisión de los autores

3.4.4. El prólogo

3.4.5. El aumento y la corrección

3.5. La octava edición del Diccionario (RAE 1837)

3.5.1. El prólogo

3.5.2. El aumento y la corrección

3.6. La novena edición del Diccionario (RAE 1843)

3.6.1. De nuevo el Diccionario de autoridades y Reglas para la corrección y aumento del diccionario (1838)

3.6.2. El prólogo

3.6.3. El aumento y la corrección

3.7. La décima edición del Diccionario (RAE 1852) y los cambios estructurales en la Academia

3.7.1. Los discursos y el neologismo

3.7.2. El prólogo

3.7.3. El aumento y la corrección

3.8. La undécima edición del Diccionario (RAE 1869) y el cambio en la metodología del trabajo lexicográfico

3.8.1. Los primeros pasos

3.8.1.1. El examen de las observaciones externas a la Academia

3.8.2. Nuevos Estatutos (1859) y nuevos proyectos lexicográficos

3.8.3. El nacimiento de una nueva denominación: el Diccionario vulgar

3.8.4. Los diccionarios especiales

3.8.4.1. El Diccionario de arcaísmos y el Diccionario de neologismos

3.8.4.2. El Diccionario de sinónimos y la definición

3.8.4.3. De las correspondencias latinas al Diccionario etimológico

3.8.4.4. Los diccionarios especiales y la nueva metodología lexicográfica

3.8.5. Los discursos

3.8.5.1. Del arcaísmo y el neologismo ¿Cuándo se debe considerar fijada una lengua?

3.8.6. El prólogo

3.8.7. El aumento y la corrección

3.9. La duodécima edición del Diccionario (RAE 1884) y el tecnicismo.

3.9.1. Los trabajos preparatorios

3.9.1.1. Las Reglas para la corrección y aumento del diccionario vulgar (1869 y 1870)

3.9.2. Las colaboraciones de otras academias

3.9.3. Los límites del tecnicismo

3.9.4. Los neologismos y los tecnicismos ante la autoridad y el uso

3.9.5. Las consultas a la Academia

3.9.6. La etimología en la duodécima edición

3.9.7. Los discursos

3.9.7.1. El Estudio sobre la posibilidad y la utilidad de clasificar metódicamente las palabras de un idioma de F. Cutanda (1869) y las Reglas (1869 y 1870)

3.9.7.2. Los discursos de recepción y el conservadurismo

3.9.8. El prólogo

3.9.9. El aumento y la corrección

3.9.9.1. Los tecnicismos

3.9.9.2. Las voces dialectales

3.9.9.3. Las voces con marcas de uso

3.9.9.4. El neologismo y las voces anticuadas

3.9.10. Un cambio cualitativo y cuantitativo

3.10. La decimotercera edición del Diccionario (RAE 1899): la consolidación y ampliación del tecnicismo y el neologismo de procedencia americana

3.10.1 La colaboración de las academias americanas

3.10.2. Los límites del tecnicismo de nuevo

3.10.3. El criterio de la autoridad

3.10.4. El criterio de la buena formación

3.10.5. Las condiciones de admisión de voces y la adaptación de los préstamos según J. M.ª de Carvajal (1892)

3.10.6. Los discursos

3.10.7. El prólogo

3.10.8. El aumento y la corrección

3.10.8.1. El léxico científico y técnico en la decimotercera edición

3.10.8.2. El léxico procedente de América y los neologismos americanos

3.10.8.3. El léxico de la electricidad y los procesos de adaptación

4. De 1803 a 1899: un camino sin retorno

4.1. Los neologismos y los criterios de admisión

4.1.2. El neologismo y la autoridad a la sombra del Diccionario de autoridades

4.2. Aumento y neologismo en el Diccionario académico del siglo XIX: principio de periodización

4.2.1. Neologismo y arcaísmo

4.2.3. Neologismo y tecnicismo

4.2.3.1. El tecnicismo y la definición

4.2.3.2. Las voces de historia natural

4.2.4. La innovación léxica y las voces familiares

4.2.5. Los gentilicios

4.2.6. Huellas del neologismo en el Diccionario

Conclusión

Referencias bibliográficas

Índice de autores

Índice de palabras

NOTA PRELIMINAR

Esta monografía nació como un intento de aproximación al neologismo en la lexicografía académica del siglo XIX con el fin de explorar sus fundamentos, su tratamiento y su evolución. Sirven como base esencial del acercamiento las diez ediciones del Diccionario de la lengua castellana que la Real Academia Española preparó a lo largo de la centuria: la primera se publicó en los primeros años (1803); la última, poco antes de finalizar el siglo (1899). Pese a que las diez ediciones tienen un valor desigual motivado por el alcance de la revisión que entrañan, cada una de ellas constituye un eslabón de una misma cadena.

En el parámetro cronológico que encuadra este estudio, hallan eco las acertadas palabras que R. Menéndez Pidal escribió como pórtico a su estudio dedicado a la lengua del siglo XVI: «Concebimos tan cómodamente la historia dividida en siglos que casi no podemos hacer otra división, sobre todo tratándose del lenguaje, cuya evolución conocemos sólo a grandes rasgos» (Menéndez Pidal 1942 [1968]: 47). Efectivamente, atendiendo a principios lexicológicos y lexicográficos, es necesario tener en cuenta la sabia advertencia de don Ramón cuando señala que «para articular razonablemente cualquier exposición histórica el primer cuidado, creo, debe ser el de quebrar ese mecánico y descomunal molde para ver cómo la materia en él encerrada se nos presenta dividida en otras porciones cuajadas por sí mismas, mejor que unidas por el caer de las centenas en el calendario». A lo largo del siglo XIX, tanto la lengua como la lexicografía sufren continuas transformaciones, un proceso que puede seguirse a través de los diccionarios estudiados.

De vacunar a dictaminar: la lexicografía académica decimonónica y el neologismo se inicia con un primer capítulo en el que se expone la historia de la palabra neologismo, un término que nace en el siglo XVIII y se consolida en el XIX. Sigue con un capítulo dedicado a la exposición de las bases metodológicas en las que se fundamenta la investigación («La Real Academia Española y el neologismo en el siglo XIX: de la teoría a la práctica lexicográfica a través del Diccionario»). En el tercer capítulo —«Radiografía del aumento y del neologismo en el Diccionario (1803-1899)»—, se intenta analizar sistemáticamente el tratamiento del neologismo en cada una de las diez ediciones del Diccionario publicadas en el siglo XIX con el fin de reconstruir la historia de la recepción de estos elementos léxicos en la tradición académica. En el cuarto y último capítulo —«De 1803 a 1899: un camino sin retorno»—, se puede encontrar una recapitulación y análisis de conjunto del fenómeno.

Muchas personas me han auxiliado en la elaboración de esta monografía. Quiero dejar constancia de mi gratitud muy en especial a José Manuel Blecua Perdices y Dolors Poch, por su apoyo siempre inquebrantable, y a Steven N. Dworkin, por la evaluación del manuscrito; no puedo olvidar a Montserrat Amores, Susana Benito, M.ª Ángeles Blanco, Beatriz Ferrús, Cecilio Garriga, M.ª José Gil, Helena Estalella, Timo Herbez, Sheila Huertas, Carolina Julià y Margarita Freixas; y, siempre en la memoria del XIX, a Sergio Beser. Agradezco a la Real Academia Española el haberme facilitado las múltiples consultas de sus fondos, en especial, al Archivo y a la Biblioteca; y al Archivo Municipal de Lorca, la información remitida. A la Universitat Autònoma de Barcelona y al Departamento de Filología Española debo la concesión de los permisos que han facilitado la finalización de este estudio en el que solo había podido trabajar con grandes intermitencias. Esta investigación se ha desarrollado gracias a las ayudas del Ministerio de Economía y Competitividad (números de referencia FFI2011-24183 y FFI2014-51904-P) y con el apoyo del Comissionat per Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya (SGR2014-1328).

1.

EL NEOLOGISMO: DE LA PALABRA AL CONCEPTO

Desde hace cierto tiempo existe un creciente interés por el neologismo y la neología como uno de los motores de la vida de las lenguas y de las comunidades sociales que las usan. Puede percibirse esta atracción en la respetable cantidad de publicaciones cuyo objetivo primordial es el análisis del fenómeno desde los más diversos puntos de vista y en sus múltiples facetas. La presencia y, en consecuencia, la detección del neologismo resulta de especial relevancia en los medios de comunicación como bien demuestran el Observatorio de Neología (OBNEO) de la Universitat Pompeu Fabra y la red NEOROC, la atención que le depara la información léxica que atesora FUNDÉU1 o los encuentros centrados en el análisis del neologismo en los medios de comunicación2. Además, multitud de publicaciones ya desde principios de siglo XX han tenido por objeto de estudio las palabras nuevas3. En todas ellas, las voces neologismo y neología son los términos básicos utilizados para designar la innovación léxica surgida para responder a las exigencias de denominación de los nuevos conceptos que reflejan la evolución de la sociedad en todas sus perspectivas, desde las científicas y técnicas a las propias de la lengua cotidiana y coloquial.

La palabra empieza a utilizarse en español en el siglo XVIII y registra una importante evolución semántica y de uso en la centuria siguiente. No se trata de un concepto completamente nuevo, pues la voz neologismo establece relación con expresiones como voces nuevas o, desde la retórica, vocablos peregrinos, documentadas en textos anteriores al siglo XVIII. En realidad, la existencia de la palabra genera, junto con el término galicismo, un grupo de vocablos derivados con el sufijo -ismo comunes a muchas lenguas occidentales que designarán los procesos de contacto entre lenguas en la terminología lingüística moderna (Muñoz Armijo 2008, 2012).

1.1. El nacimiento de la voz neologismo

El vocablo, pues, lleva poco más de dos siglos en circulación. En español es una innovación de origen francés y se empieza a documentar a partir de la segunda mitad del siglo XVIII: la primera obra lexicográfica que incluye esta voz es el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes de Esteban de Terreros y Pando4 y aparece también, según noticia de P. Álvarez de Miranda, en el «Pensamiento LXXIV», incluido en El Pensador de J. Clavijo y Fajardo5. Aunque ambas documentaciones son muy cercanas en el tiempo, tienen una significación distinta para la historia del término por el tipo de texto al que pertenecen.

En el Diccionario de E. de Terreros figura el sustantivo neologismo (neolojismo con grafía terreriana) junto a dos voces más de la misma familia, neólogo y neológico. La información que proporciona el jesuita vizcaíno para estas tres palabras supera por fortuna la simple definición y es valiosísima para la historia de la lingüística:

NEOLOGO, el que afecta un nuevo lenguaje. Fr. Neologue, It. Neologo, las frases, las palabras, y modos nuevos de hablar con que en este siglo especialmente, nos han perseguido algunos Neologos en España han hecho guerra al buen lenguaje, tomando sin necesidad algunas palabras de Italia, otras de Francia, &c., otras de propia invencion, y capricho: en esta obra ponemos algunas como detail, desert, intriga, bufo, &c. porque las usan comunmente, pero con no poca violencia, pues no las juzgamos necesarias. La regla debia ser admitir lo que no tenemos como son muchas voces de animales, plantas, &c. pero esto no es abuso sino necesidad, y uso de toda nacion culta.

NEOLOJICO, título de un diccionario de palabras nuevas, y expresiones extraordinarias. Fr. Neologique. It. Neologico, che raccoglie le voci, é l’espressioni nouve, é strane. NEOLOJISMO, averiguacion, y coleccion de palabras, y frases nuevas, é inútiles, ó mal introducidas. Fr. Neolojisme. It. Neolojismo6.

El concepto es presentado por E. de Terreros desde una perspectiva negativa, tal como se usaba entonces en Francia, haciendo referencia a voces empleadas de manera impropia e innecesaria. Hay que advertir que no se restringe únicamente a las palabras, sino también a las frases e, incluso, a los modos nuevos de hablar. Se traza una clara diferencia entre la ampliación léxica guiada por la necesidad de otro tipo de innovaciones y que son tildadas de abuso. En cierta forma, se está oponiendo el concepto de neologismo innecesario a la innovación necesaria, una idea característica del siglo XVIII (Lázaro Carreter 1949 [1985]: 263). La actitud de Terreros ante la innovación léxica estaba firmemente enraizada en su experiencia como traductor, la cual le conduce a la elaboración de un magnífico Diccionario en el que aplica una amplia selección léxica fundamentada, en buena parte, en el uso lingüístico de la época7. Así, no solamente incluyó en él aquellas voces nuevas cuyo empleo creía que sería provechoso para el español sino que también recogió aquellas que, aun siendo innecesarias, gozaban de un uso más o menos difundido. En el caso de neólogo, neológico y neologismo, probablemente consideró que, siguiendo el modelo francés, eran necesarias y útiles para la descripción de la lingüística del español. De hecho, la palabra neologismo se integra perfectamente en el sistema léxico de las lenguas modernas, pues pasa a establecer un estrecho vínculo formal y semántico con el término arcaísmo (Sablayrolles 2000: 53-55), un vocablo cuya completa comprensión requiere adentrarse por los caminos de la gramática y de la retórica (Gutiérrez Cuadrado 2005) como bien demuestra la definición que proporciona el mismo Diccionario de Terreros:

ARCAISMO, expresion antigua, termino viejo, añejo, anticuado […] A Lucrecio le tachan de haber andado buscando arcaismos; y de esto mismo culpan á otros, que afectan buscar en Enio, Plauto, &c. terminos latinos: y en Castellano critican lo mismo en varios; y aunque este abuso, si le hai, es ridiculo, no lo es menos la critica, cuando recae sobre haber buscado solo terminos que han querido anticuar sin tener otros, ó sin mas razon que la voluntariedad, pues tanta culpa es anticuar aquellos, que no hai con que suplir, como admitir los nuevos, cuyos equivalentes nos sobran.

Comparten, por tanto, arcaísmo y neologismo la crítica cuando su uso resulta inadecuado.

En esta obra, los términos neológico y neologismo aparecen asociados con vocabularios y colecciones de voces nuevas tal como se venían empleando en la lengua francesa, en la que existieron desde la primera mitad de siglo XVIII obras que agrupaban este tipo de vocablos dentro del marco de la reflexión sobre la innovación léxica (Barnhart y Barnhart 1990; François 1966: 1053 y ss.); así, por ejemplo, ocurre en el Dictionnaire néologique de Guyot Desfontaines de 1726, en el que se documentan por primera vez en francés las palabras néologique y néologue8; o el anónimo Néologiste français ou vocabulaire portatif de 1796, cuyo subtítulo resulta muy elocuente: Le Néologiste Français ou Vocabulaire portatif des mots les plus nouveaux de la langue Française, avec l’explication en Allemand et l’étymologie historique d’un grand nombre. Ouvrage utile surtout à ceux, qui lisent les papiers publics Français et autres ouvrages modernes, dans cette langue9.

En francés, los tres miembros de la familia léxica de neolog- aparecen por primera vez en el siglo XVIII: néologique (1726), néologisme (1734) y néologie (1730, 1759)10. La palabra neologismo se utiliza para designar la innovación forzada en los usos lingüísticos (estructuras o palabras), en especial en ciertos estilos literarios. Se postuló un contraste entre néologie y néologisme por cuanto «on oppose ainsi vers la fin du XVIIIe s. la création nécessaire de modes d’expression nouveaux (la néologie) et l’abus des nouveautés par rapport à la norme (le néologisme11 en un intento de separar la innovación adecuada de la criticable. Esta cuestión, muy discutida en Francia a lo largo de todo el siglo XVIII12, se refleja claramente en las definiciones de la cuarta edición (1762) del Dictionnaire de la Academia Francesa en la que se incorporan estos términos13 o en la obra de Louis-Sébastien Mercier, publicada en los albores del siglo XIX (1801 [2009]), en cuyo prólogo se puntualiza de manera cuidadosa que el diccionario se titula La Néologie, ou Vocabulaire de mots nouveaux, à renouveler ou pris dans des acceptations nouvelles y no Dictionnaire Néologique porque néologique y néologisme tenían un valor negativo a diferencia de lo que ocurría con néologie. El autor intentó ilustrar la oposición semántica con un par de analogías: la diferencia entre néologie y néologisme era comparable a la diferencia entre religión y fanatismo o filosofía y filosofismo (Mercier 1801 [2009]: 5).

Para comprender la introducción del término en el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes de E. de Terreros, no hay que olvidar que su autor había traducido la obra francesa de Noël-Antoine Pluche Espectáculo de la naturaleza a la que alude de manera explícita en su obra lexicográfica (Terreros y Pando 1786-1793: vij)14, una actividad que le exigió responder a las nuevas necesidades léxicas del español. En el interesante «Prólogo del traductor», el jesuita vizcaíno se refiere a los problemas de orden léxico a los que había tenido que enfrentarse y expone el procedimiento seguido15:

no se hallará vocablo en estos Libros, que carezca de alguna, ó algunas de estas quatro circunstancias. 1. Que se halle casi universalmente introducido. 2. Que no tenga por fiador uno, ò muchos Diccionarios. 3. Que alguna, ò algunas personas de la Facultad, ò Arte de que se trata y en que sus Oficiales son nuestros Maestros, no hayan sido fiadores de su uso. 4. Finalmente, que despues de todas las diligencias posibles, ni en informes, ni en Libros, se haya hallado equivalente alguno. M. Pluche me sirve tambien de guia para valerme de esta ultima circunstancia, pues se vé, que quando carecía de terminos Franceses, usa los Latinos, Griegos, Ingleses, y Alemanes, de que pudiera traher no pocos egemplos (Terreros y Pando 1753-1755 [1771]: b2).

Terreros manifiesta abiertamente que en el caso de que el español no tenga una equivalencia se sirve primordialmente de vocablos de otras lenguas siguiendo la estela del propio Pluche16. Evidentemente, estas innovaciones, según la concepción del momento, no serían consideradas neologismos pues se ampararían en la necesidad.

La palabra neologismo y su familia penetran en la lexicografía del español ya en el siglo XVIII de la sabia mano de E. de Terreros; el vocablo, además, se emplea también en la prensa, una tradición discursiva en la que la innovación léxica tenía y tiene una presencia y función muy destacables. El «Pensamiento LXXIV» de El Pensador de J. Clavijo y Fajardo versa «Sobre la buena elocuencia», texto en el que se denuncia que esta virtud suele faltar en los oradores y el mal se achaca al fracaso de los métodos de enseñanza, a la par que se ensalza en clave tremendamente sarcástica y misógina la elocuencia de algunas mujeres; en la parte final del discurso se proporcionan algunos ejemplos de figuras y tropos propios de la pretendida elocuencia femenina, entre los que se citan el hyperbates, la ellipsis, el epiphonema, la enumeración, la amplificación y, también, dos modos de hablar opuestos y reprobables, el neologismo y el arcaísmo:

El Neologismo, nuevo modo de hablar, ò locucion en que se introducen palabras nuevas, y afectadas, es una figura, en que brilla el genio de las señoras con singular gracia. A su gusto, o cultura debemos, si no la invencion, la conservacion de unas advertencias remarcables, y una porcion de intrigas, y resortes; y ellas son las que saben decidir quáles son los Oficiales que tienen marcialitè, y quáles los petimetres, que saben vestirse à la derniere. Tal qual vez suelen mezclar algun Archaismo, modo de hablar, ò locucion antigua, que es la figura opuesta, y esto hace un maridage admirable (Clavijo y Fajardo 1767: 42-43).

En aquellos momentos, pues, y de forma parecida a como sucede actualmente, la prensa se hacía eco de los problemas suscitados por el empleo de voces prestadas de otras lenguas, una cuestión que en el siglo XVIII preocupó enormemente (Lázaro Carreter 1949 [1985]). Conviene advertir, además, que en las dos documentaciones examinadas el neologismo establece relación directa con el arcaísmo, un vínculo indisoluble en el pensamiento de los siglos XVIII y XIX17; ambos conceptos, además, son designados como modos de hablar18, porque se relacionan tanto con la palabra como con ciertas estructuras complejas.

Después de las dos documentaciones anteriores, la voz neologismo empieza a aparecer tímidamente en varios textos de la prensa de la segunda mitad del siglo XVIII. Se encuentra, por ejemplo, en el Diario curioso, erudito, económico y comercial (22 de agosto de 178619) en un comentario realizado por E. de Arteaga de un artículo de M. Borsa titulado «Sobre el estado actual del gusto en la literatura italiana», en el que este denuncia que lo mismo sucedía en España, es decir, «el uso desenfrenado de ciertos términos nuevos, y de ciertas formas de estilo tomados de los Franceses, y de otros pueblos inmediatos: este defecto le llama Neologismo estrangero» (p. 217); el artículo compara la situación del italiano con la del español, con lo que el término neologismo es aplicable a ambas lenguas y permite constatar el alcance internacional del fenómeno20. Contiene también el vocablo una «Carta de Mr. Reynier á Mr. de la Metherie, sobre la naturaleza del fuego» incluida en el Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa21, noticia en la que, al aparecer términos como fuego flogístico y principio inflamable, se señala que «[e]n todas las ciencias ciertos neologismos barbaros imponen un cierto respeto a la multitud, y contribuyen al éxito de las doctrinas que les emplean». Ya a finales de siglo, en el Mercurio de España22 dentro del apartado de «Noticias de Francia» se cuentan los enfrentamientos que en aquella nación se producían entre realistas y convencionalistas a través de un informe de B. Barère, presidente de la Convención; en el artículo se observa:

Así en esta parte como en todos los demas puntos de gobierno, el terror se emplea como el único medio para suplir la subordinacion á la autoridad. De aquí es, que se repite como sublime una expresion bárbara de Barrere, quien dixo en la Convencion, que el terror debia estar siempre á la órden del dia, expresion que traducida del ridículo neologismo introducido en Francia, significa, que el terror, efecto de los suplicios y crueldades, debe ser el primero y principal objeto en que debe ocuparse diariamente la Convencion.

El ejemplo resulta doblemente interesante ya que se atribuye, en realidad, a la expresión francesa y, además, se refiere no a una palabra sino a un modo de hablar, en este caso una estructura fraseológica (a la orden del día).

La aparición del término neologismo y su familia léxica en el siglo XVIII debe ser interpretada en el marco de las ideas lingüísticas del momento. Se trata de una época en la que la controversia sobre la conveniencia de la admisión de nuevo léxico adquiere notable relevancia y en español se centra muy especialmente en un tipo de neologismos, los préstamos de origen francés o galicismos. La cuestión ha sido magníficamente estudiada por F. Lázaro Carreter (1949 [1985]), quien examinó las ideas lingüísticas dieciochescas bajo la coordinación «neologismo y purismo», pese a que los eruditos de la época no solían utilizar el término neologismo para referirse al alud de incorporaciones léxicas procedentes del país vecino, pues, como se acaba de comprobar, en el siglo XVIII el uso de esta voz era restringido. Algo similar ocurre con el vocablo galicismo, que, según Étienvre (1996: 100-101), no emplean intelectuales como Feijoo o Mayans, a pesar de referirse en sus obras al fenómeno. Étienvre documenta la palabra galicismo por primera vez en el Diario de los literatos en 1737, en una traducción del francés al español, y su uso crece en la segunda mitad del siglo a la par que aumentan las traducciones del francés23. De hecho, en los textos de la época a menudo los sintagmas voces nuevas, vocablos nuevos, y los más específicamente relacionados con el préstamo voces forasteras, voces peregrinas, voces extrañas24, algunos de claro abolengo tradicional y retórico (Gutiérrez Cuadrado 2005: 342 y ss.), son los que se usan para designar el fenómeno de la innovación léxica. De este modo, Feijoo en su famosa carta «Defiéndese la introducción de algunas voces peregrinas, o nuevas en el idioma Castellano» no utiliza el término neologismo sino, tal como aparece en el mismo título, voces nuevas y, más especialmente, voces peregrinas o, también, voces forasteras (Feijoo 1742: I, XXXIII). Muestra el texto feijooniano un criterio tan razonable como el de Terreros, pues, para la introducción de este tipo de vocablos y para no incurrir en un vicio del estilo, señala que

es menester para ello un tino sutil, un discernimiento delicado. Supongo, que no ha de haber afectacion, que no ha de haber exceso. Supongo tambien, que es licito el uso de voz de idioma estraño, quando no la hai equivalente en el propio: de modo, que aunque se pueda explicar lo mismo con el complexo de dos, ò tres voces domesticas, es mejor hacerlo con una sola venga de donde viniere.

Destaca en estas palabras la coincidencia en el concepto de afectación con Terreros, reflejando la teoría retórica del estilo; aparece, además, en ellas un aspecto importante en la caracterización del fenómeno de la innovación léxica: una vez admitida la necesidad de voces nuevas, se refiere a la posibilidad de inventarlas o bien connaturalizar o domesticar las estrangeras. Ambos, Terreros y Feijoo, muestran una concepción del crecimiento léxico alejada de las posturas puristas intransigentes de las que hacían gala otros eruditos de la época25.

En la última década del siglo XVIII, se pueden mencionar dos textos que tratan más o menos de pleno la innovación léxica, en un caso se utiliza el término neologismo, en el otro, no. Lo emplea el gaditano J. Vargas Ponce en su Declamación contra los abusos introducidos en el castellano presentada y no premiada en la Academia Española, obra con la que tomó parte en los premios de elocuencia convocados por la Real Academia Española en 1791 y que fue publicada dos años después en la Imprenta de la viuda Ibarra. El opúsculo26 consta de tres partes distintas: la primera es un diálogo «que explica el artificio y designio de la obra» y que tiene la función de prólogo y presentación de la misma (págs. I-XXVI), la segunda contiene la Declamación propiamente dicha (págs. 1-54) a la que sigue una Disertación sobre el castellano con una historia de la lengua desde la época prerromana hasta el siglo XVIII de casi doscientas páginas complementaria a la Declamación. En el «Diálogo» inicial intervienen el autor, Don Justo y Don Severo; «el autor explica las circunstancias de redacción de las obras antedichas y [...] señala sus fuentes y su finalidad» (Ridruejo Alonso 1992: 827) e interesa a nuestro propósito porque en él se establece un vínculo entre arcaísmo y neologismo como base de la historia del castellano (Vargas Ponce 1793: VI, XII). Preside la obra una defensa del uso de las voces antiguas27 como remedio frente a los innecesarios neologismos a los que se considera como los culpables con su introducción del olvido de los vocablos propios y castizos, una circunstancia que se presenta a partir del siglo XVI con los cultismos y en el siglo XVIII con los «efectos de la introduccion del Frances en España» (Vargas Ponce 1793: 150-152 y 175-178).

Félix José Reinoso (1798), por su parte, pronuncia unas «Reflexiones sobre el uso de las palabras nuevas en la lengua castellana» en la Academia de Letras Humanas de Sevilla28, un delicioso discurso sobre la innovación léxica en el que se perciben las ideas de Feijoo, Capmany y Mayans (Lázaro Carreter 1949 [1985]: 281-282). Aunque no emplea el término neologismo, la innovación no puede desgajarse de la necesidad, de manera que el objetivo primordial de su discurso consiste en «encadenar algunas reflexiones sobre cuál sea la necesidad que tiene la Lengua Castellana de nuevos vocablos y de qué modo se deberán éstos formar o introducir» (Reinoso 1798: 16). Refleja el poeta sevillano una concepción de la renovación léxica gobernada por la variación estilística de modo que reconoce la existencia de varios criterios en su admisión; según este tenor, distingue entre lengua popular, lengua científica y lengua poética. A su juicio, el habla popular es la que «de todas admite menos las palabras nuevas», tanto porque este tipo de lengua no las necesita como porque «es donde ocurren menos ideas, menos objetos nuevos que no tengan voz determinada» (1798: 18). Por contra, en el terreno de la lengua de las ciencias, admite que es necesario mayor número de innovaciones porque en ella se originan «frecuentemente nuevas ideas que comunicar», pese a lo que hay que respetar ciertos límites: «deben ser moderados en introducir modos de hablar no conocidos, para no hacer ininteligibles unas materias de suyo recónditas» (1798: 18). Finalmente, el lenguaje poético tiene un comportamiento diferente pues en él hay mayor libertad de innovación ya que «al poeta se le piden y se le pedirán eternamente nuevos pensamientos, nuevas imágenes o a lo menos nueva disposición y nueva dicción» (1798: 19). A pesar del triple planteamiento inicial, en su discurso trata solamente los dos primeros y aplaza el examen del lenguaje poético para otro discurso. En Reinoso puede observarse la concepción más tradicional de la innovación léxica, aunque también se manifiesta la importancia que va ganando la atención a la lengua de la ciencia en el fenómeno; en este sentido, coincide en algunos aspectos con la línea de pensamiento de Terreros y Capmany. Aunque defiende con Capmany que el «dialecto científico puede decirse que no es propio de alguna nación floreciente, sino de las Ciencias mismas o Artes» (Reinoso 1798: 57), critica el prurito onomasiológico y el influjo francés, y muestra una actitud más reacia frente a las voces nuevas de carácter científico y técnico que el erudito catalán, a la par que mantiene, como no podía ser de otra manera, la preponderancia de la lengua poética.

La cuestión de la innovación léxica se plantea y se debate con intensidad en el pensamiento lingüístico del siglo XVIII. En este panorama el término neologismo y su familia empiezan a aparecer tímidamente en las obras lexicográficas (Terreros) o en textos muy cercanos al uso del vocablo en francés (lengua de la prensa periódica) para designar la acuñación de nuevos y reprobables modos de hablar y voces nuevas, siempre desde la consideración negativa que emana de la afectación y la no necesidad. Además, a menudo se establece una relación de práctica sinonimia entre este término y la voz galicismo que presenta mayor uso en el siglo XVIII que la palabra neologismo.

Cabe reparar, asimismo, en dos características de las primeras apariciones del término neologismo. En primer lugar, el vínculo que establece con el arcaísmo, no en vano su acuñación se hace sobre el modelo de esta última palabra y los dos fenómenos son presentados como una afectación y abuso en el uso lingüístico. En segundo lugar, la definición como vocablo o como modo de hablar, una expresión cuya naturaleza lexicográfica aparece claramente mencionada en la misma portada del Diccionario de autoridades (Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua), con lo que prevalece su relación tanto con la sintaxis idiomática o las combinaciones estables como con la palabra simple (Blecua Perdices 2006: 38 y ss.).

1.2. La evolución del concepto

Después de las primeras documentaciones en el siglo XVIII, el vocablo neologismo va incrementando su frecuencia de empleo desde principios del siglo XIX en distintos tipos de textos y, a la vez, experimenta cambios en su significado.

Se encuentra, por ejemplo, como palabra española en el diccionario bilingüe francés-español de A. de Capmany (1805). El Nuevo diccionario francés-español resulta obra fundamental para observar las ideas lingüísticas sobre la composición del léxico desde la actitud que adopta el erudito catalán entre dos posturas enfrentadas, pues compatibiliza la atención al léxico de carácter patrimonial con la admisión del vocabulario científico necesario, a su juicio, en cualquier lengua; naturalmente, todo ello se acompaña de una crítica a la innovación léxica innecesaria y, en especial, al galicismo.

Capmany aplica un criterio eminentemente práctico e inteligente en la elaboración de su obra al fundamentarla en la siguiente observación de carácter contrastivo: «el diccionario de una lengua no ha de ser un diccionario de todas; ni el diccionario comparado de dos lenguas ha de incluir mas voces que las que mudan su estructura, ó terminacion, vertiéndose de una en otra» (Capmany 1805: VII). De esta idea se deriva que no sea imprescindible que las voces propias de la nomenclatura científica formen parte del diccionario y, por consiguiente, en este sector del léxico, bastaría con dar

á los lectores unas reglas sencillas y generales para acomodarlas á las terminaciones castellanas, que es el único objeto á que se reduce el diccionario comparado del francés y castellano. Por exemplo todas las terminaciones francesas en age y ague, en arque, ere, gone y oque, deben convertirse en las desinencias españolas de ago, arca, arco, ério, gono, oco, y oquo (Capmany 1805: VII).

Con estas palabras está preconizando para este tipo de léxico, más que su importación del francés, una formación en español por analogía.

Su actitud con respecto a la neología, especialmente la de carácter científico, aparece diáfana y moderna29, de modo que en el «Suplemento» de su Diccionario acumula un buen número de voces científicas y técnicas30, fruto de un interés por dotar al español de los recursos léxicos imprescindibles para expresar los avances de las ciencias en el marco de la traducción (Cazorla Vivas 2002: 355-378, Roig Morras 1995). Así, al hacer referencia a la idea muy difundida de la pobreza del castellano en comparación con el francés, Capmany se pregunta muy acertadamente:

¿Por ventura los que nos faltan en nuestro diccionario comun, no los podemos adoptar, ó formar por analogia, como han hecho los franceses, tomándolos, ó componiéndolos del latin, ó del griego? Por otra parte tambien, ¿quien ha dicho que estas nuevas voces, ya técnicas, ya didascálicas, son de la lengua francesa, no siendo sino de sus escritores, que no es lo mismo? El diccionario de la física, la chîmica, la anatomía, la medicina, la farmácia, la botánica, la pintura, y arquitectura, es de todas las naciones cultas: por consiguiente es de todas lenguas, en las cuales no se debe hallar mas diferencia que en la terminacion de las palabras (Capmany 1805: XV).

La amplitud de miras en materia científica convive con una particular atención al léxico de carácter patrimonial al que considera el fundamento de la lengua. Capmany repara en la extensión y riqueza del vocabulario de este tipo del que en obras anteriores ya había advertido su relevancia como forma de evitar la importación léxica desmedida:

Los que creen que nuestra lengua está circunscrita toda en los libros y en los diccionarios y no quieren comprehender en su inmenso caudal igualmente la lengua no escrita, exclaman que carecemos de voces para las artes. Pregúnteselo al labrador, al hortelano, al artesano, al arquitecto, al marinero, etc.; y hallarán un género nuevo de vocabularios castellanos que no andan impresos, y que no por esto dejan de ser muy propios, muy castizos y muy necesarios para recopilarse y ordenarse, para no haber de mendigar todos los días de los idiomas extranjeros lo que tenemos sin conocerlo en el propio nuestro (apud Lázaro Carreter 1949 [1985]: 28731).

El empleo léxico contemporáneo le lleva a juzgar el arcaísmo como una buena solución léxica frente al galicismo, una idea que existía también en el pensamiento lingüístico francés del momento y que conseguirá cierta fortuna como fundamento lexicológico académico en la segunda mitad del siglo XIX. Así, por ejemplo, en el apartado dedicado al arcaísmo de la edición de la Filosofía de la Elocuencia de 1812 (Capmany 1812: 130-137), aunque siguiendo la concepción clásica este concepto es uno de los «vicios contrarios á las virtudes de la propiedad», llega a defender su uso antes que caer en el empleo inadecuado de galicismos especialmente en las traducciones en las que en general se abusa de estos elementos. Considera que «[l]a mitad de la lengua castellana está enterrada; pues los vocablos mas puros, hermosos, y eficaces hace medio siglo que ya no salen á la luz pública», una situación que le hace defender el uso de los arcaísmos: «Hemos llegado á tiempo en que se pueden perdonar los arcaismos por no caer en los galicismos: aquellos á lo menos tienen su cuna y su alcúrnia en nuestro país; y estos son intrusos y advenedizos» (Capmany 1812: 135-136)32.

En esta línea de pensamiento se inscribe su Nuevo diccionario francés-español para el que su autor señala como mérito el haber añadido «muchísimos exemplos de frases, ya proverbiales, ya familiares» a las fuentes lexicográficas manejadas. Al final del prólogo Capmany insiste de nuevo en la idea de que el español está perfectamente capacitado para formar voces nuevas como medio de expresión de nuevos conocimientos científicos, a semejanza del francés. Los mecanismos son magníficamente descritos: «formar las voces como ellos las han formado, ó acomodado, haciendo que las que antes no tenian sino una acepcion reciban dos, y que las que no habian salido de la esfera de las artes se introduzcan en el santuario de la eloqüencia, y en el pais encantado de las metáforas» (Capmany 1805: XXI). Y entre las razones aducidas para justificar los mecanismos de ampliación del léxico, aparece el término neologismo al que se refiere por medio de una praeteritio: «no hablaré del neologismo, introducido de algunos años acá por la mayor parte de sus escritores, que infatúan á nuestros jóvenes; al paso que en su mismo pais acaso no tienen mas nombre que el de los jornaleros de la literatura». Puede observarse, por tanto, que la única vez que utiliza el vocablo lo hace desde un valor fundamentalmente negativo para designar la introducción inadecuada de voces nuevas. Ello concuerda con la aparición en el interior del repertorio léxico bilingüe de neologismo y su familia:

Néologie = Neología; invencion ó creacion de voces nuevas en una lengua.

Néologique = Neológico: lo que pertenece á las voces y locuciones nuevas.

Néologisme = Neologismo: la afectacion y estudio de introducir nuevas voces en una lengua. Es el vicio opuesto al del archâismo.

Néologue = Neólogo: dícese del que afecta y estudia el uso de voces nuevas.

(Capmany 1805)

Como para Terreros y Mercier, la consideración es negativa en neologismo y neólogo, valoración transmitida por el verbo afecta y el sustantivo afectación; no lo es o al menos no se manifiesta de modo palpable en las voces neología y neológico. Aparece, además, en las definiciones clara relación entre neologismo y arcaísmo —un vínculo que ya se presentaba en el Diccionario de Terreros33—, dos conceptos hasta cierto punto complementarios en buena parte del siglo XIX.

Posiblemente a través de la obra de Capmany llegan los vocablos de la familia de neolog- al diccionario también bilingüe francés-español de mayor difusión en la primera mitad del siglo XIX, el de M. Núñez de Taboada (1812) y, de ahí, al repertorio monolingüe del mismo autor publicado en París en 1825 que incluye las cuatro voces (neología, neológico, neologismo, neólogo34). Las definiciones son similares al Diccionario de Capmany, aunque no se establece relación explícita con el arcaísmo, y se recoge tanto el valor negativo como su aplicación al estudio lingüístico, de manera que neologismo es «la afectacion y estudio de introducir nuevas voces en una lengua». En los dos diccionarios de Núñez de Taboada estas palabras aparecen señaladas con el asterisco que se emplea, siguiendo la costumbre de la lexicografía francesa, para distinguir aquellas voces que no se hallan en la última edición del Diccionario de la Academia35.

A diferencia de lo que ocurre en la tradición lexicográfica no académica, el Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española no incorpora ninguna palabra de esta familia léxica hasta la novena edición (RAE 1843) en la que solo figura el vocablo neologismo definido como «vicio que consiste en introducir voces nuevas en un idioma» (Desporte 1998). A pesar de que, por las actas de las juntas de la Academia, se sabe que la Corporación había utilizado las obras lexicográficas de Núñez de Taboada para incrementar su propia obra tanto en la quinta como en la séptima ediciones (RAE 1817 y 1832, cfr. Clavería Nadal 2007), la voz neologismo no fue una de las palabras elegidas, por lo que hay que pensar que entonces no se estimó que fuera una palabra autorizada ni de uso difundido. Para su definición, la Academia recurre al hiperónimo vicio, un término de larga tradición en la gramática36, y coincide así con las caracterizaciones lexicográficas de Capmany o Núñez de Taboada.

Desde su ingreso en el repertorio académico en 1843, el tratamiento lexicográfico de la palabra experimenta algunos cambios en las distintas ediciones del siglo XIX que no hacen más que reflejar la evolución semántica de la palabra (Desporte 1998: 204-212). En las definiciones de la segunda mitad del siglo se manifiesta tanto la ligera ampliación de significado del vocablo como la progresiva pérdida de su valor negativo, como rasgos preponderantes; así, en la undécima edición (RAE 1869), neologismo es «vocablo ó giro nuevo en una lengua. Generalmente se dice de los que se introducen sin necesidad» con lo que se admite la aplicación del término más allá de las innovaciones reprobables. El recurso al principio de la necesidad desaparece en la edición siguiente (RAE 1884): «Vocablo ó giro nuevo en una lengua Uso de estos vocablos ó giros nuevos»37; se añade también a la nomenclatura del Diccionario de la Academia en la duodécima edición tanto el adjetivo neológico para designar «lo perteneciente ó relativo al neologismo» como el término neólogo para «el que emplea neologismos». El cambio semántico que recogen las definiciones mencionadas no es más que el resultado de las modificaciones que experimentó el uso de la palabra en la sociedad culta de la segunda mitad del siglo XIX a la sombra de la evolución del francés (Bisconti 2012; Sablayrolles 2000: 55-68).

Por su parte, los diccionarios de V. Salvá y R. J. Domínguez reproducen en lo básico la definición de la Academia de 1843:

Vicio que consiste en introducir voces nuevas en un idioma (RAE 1843).

Vicio que consiste en introducir voces [ú locuciones] nuevas en un idioma (Salvá 1846).

Vicio que consiste en emplear voces nuevas en un idioma, sin necesidad y con frecuencia

(Domínguez 1846-1847 [1853]).

Cabe reparar en la acertada adición de la referencia a las locuciones en la obra de Salvá porque desde los inicios la palabra se aplicaba muy frecuentemente a estructuras complejas de variado tipo. Los diccionarios no académicos completan la voz neologismo con las palabras de la misma familia (neología, neológico, neólogo y neologista38).

Cabe reparar en el hecho de que en su Nuevo diccionario de la lengua castellana Salvá incorpora el vocablo otorgándole, además, la función de marca metalexicográfica (neol. = neologismo) cuando, en palabras de Salvá, «doy á entender que ha sido introducida en lo que va de siglo; pero que descansa en el uso general o en la autoridad de escritores correctos, de modo que no debe temerse faltar, empleándola, á las reglas del buen lenguaje» (Salvá 1846: XXVII)39; se utiliza, por tanto, sin el significado negativo, pese a que este se mantiene en la definición del término. Esta marca se encuentra también en otros diccionarios no académicos posteriores como los de R. J. Domínguez (1846-1847 [1853]), Gaspar y Roig (1853) o el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano editado por Montaner y Simón (1887-1899)40.

1.3. El uso de la voz neologismo en el siglo XIX

El comportamiento del término en las distintas ediciones del Diccionario de la Academia refleja su empleo en los textos y la misma historia de la palabra. En la primera mitad del siglo XIX no parece traspasar los límites de la terminología lingüístico-filológica y aún en ella es utilizado parcamente. Se presenta el término en general ligado a la lengua literaria y básicamente en su valor negativo como innovación léxica no necesaria. Así se encuentra, por ejemplo, junto a vocablos pertenecientes a la misma esfera semántica como arcaísmo y galicismo, en el «Discurso preliminar a las comedias» de Leandro Fernández de Moratín (1825-1828) cuando critica la lengua de algunos jóvenes escritores porque «inventaron á su placer, sin necesidad ni acierto, voces estravagantes que nada significan, formando un lenguaje oscuro y bárbaro, compuesto de arcaismos, de galicismos y de neologismo ridículo» (Ruiz Morcuende 1945: s. v.).