Introducción

 

Claves del Quijote

PUBLICACIÓN

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es el título completo con el que apareció la obra en el año 1605. La segunda parte se publicó años más tarde, en 1615, con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.

La obra tuvo una gran aceptación desde el principio. Se leyó en clave de humor, como parodia de los libros de caballerías tan populares en el siglo XVI.

Cervantes, que tanto se lamentaba por no conseguir la fama y el reconocimiento en su época, logró alcanzar el mayor éxito de todos los tiempos y convertirse en el creador de la novela moderna gracias a su originalidad e innovación formal.

Cervantes logró alcanzar el mayor éxito de todos los tiempos y convertirse en el creador de la novela moderna.

ARGUMENTO

Alonso Quijano es un hidalgo apasionado de los libros de caballerías. A causa de su lectura se vuelve loco: se cree un caballero andante y sale de su casa en tres ocasiones en busca de aventuras, hasta que vuelve a su aldea, donde enferma, recupera la cordura y muere.

ESTRUCTURA

La primera parte del Quijote relata las dos primeras salidas del héroe y sus aventuras. Entre ellas, Cervantes intercala otras narraciones ajenas a la historia principal, muchas sin ninguna relación con el argumento.

La segunda parte comprende la tercera salida, el regreso de don Quijote y su muerte.

Portada de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

MIGUEL DE CERVANTES, 1605.

TEMAS

Parodia de los libros de caballerías: Cervantes se burla con su obra de los libros de caballerías, que tanto éxito tenían en su época. El Quijote ridiculiza el estilo y los episodios disparatados, además de otros excesos a los que este género había derivado en su tiempo.

Ficción y realidad: las fantasías de las novelas de caballerías desbordan a don Quijote y le provocan tal confusión que cree vivir en el mismo mundo novelesco que los caballeros andantes. No obstante, la ficción va contagiando poco a poco la realidad, hasta el punto de que Sancho Panza, en principio pragmático y materialista, sucumbe y se deja llevar por la ilusión de su señor.

Locura: Alonso Quijano enloquece debido a sus lecturas. Esto influye en su forma de ver el mundo y en su deseo de recuperar los valores caballerescos. Don Quijote recupera el juicio al final y, con él, renuncia a sus sueños de heroísmo y a sus locuras.

Libertad: el Quijote es un canto a la libertad del individuo. Para don Quijote, cada persona tiene el derecho de decidir cómo quiere vivir su vida, atendiendo a su voluntad e inteligencia. De esta forma, defiende allá por donde pasa la libertad, la justicia y la dignidad de los hombres.

Don Quijote y Sancho Panza, grabado de GUSTAVE DORÉ.

PERSONAJES

Don Quijote: hidalgo que enloquece con sus lecturas, pero que mantiene vivos su inteligencia y sus valores. Idealista que persigue la justicia, el bien y el amor.

Sancho Panza: labrador y escudero de don Quijote. Hombre aparentemente sencillo, pragmático y materialista que logrará entusiasmarse con las fantasías e ideales de su señor.

Rocinante: un viejo rocín, «todo piel y huesos», al que don Quijote considera un espléndido corcel.

Dulcinea del Toboso: como todo caballero, don Quijote encuentra en esta labradora, Aldonza Lorenzo, la dama a la que servir. Esta dama refinada solo existirá en su imaginación, y nunca llega a participar en la acción.

El ama, la sobrina, el cura, el barbero: intentan que don Quijote recupere el juicio y regrese a casa.

El bachiller Sansón Carrasco: haciéndose pasar por el Caballero de la Blanca Luna, derrotará al hidalgo y hará que abandone la caballería.

ESTILO

Una de las razones por las que se dice que el Quijote inaugura la novela moderna es, sin duda, la riqueza y variedad de estilos que presenta. Cervantes emplea la parodia y la ironía a lo largo de toda la obra (no hay que olvidar que se leyó como una obra cómica), y combina el humor con juicios inteligentes, refranes y dichos populares.

Cervantes emplea la parodia y la ironía a lo largo de toda la obra.

Los diálogos constituyen un ejemplo de la variedad de estilos. Son el reflejo de los personajes: el habla de don Quijote es típica de un caballero, elegante, refinada, con expresiones arcaizantes y cultas; mientras que Sancho hace uso de un lenguaje popular, sencillo y repleto de refranes.

El narrador es otra de las figuras importantes de la novela. Cervantes juega con el lector y combina diversas perspectivas o puntos de vista. Incluye un narrador omnisciente que nos informa de que la novela es la traducción de un manuscrito árabe encontrado por casualidad. Este recurso era uno de los tópicos de los libros de caballerías. En otros momentos, los personajes se convierten en narradores de las historias que se intercalan a lo largo del relato.

Además, la novela es un reflejo de la sociedad de la época. Aparecen personajes reales que participan de la acción, otros ficticios procedentes de obras literarias anteriores, localizaciones y hechos históricos verídicos, etc. Así como la ficción contagia la realidad, la realidad se introduce en la ficción.

PABLO PICASSO, Don Quijote y Sancho Panza.

Del Quijote a nuestros días

En un lugar de Alcalá…

Descubre dónde nació Cervantes y contágiate del espíritu novelesco de su vida. En el Museo Casa Natal, en Alcalá de Henares, podrás conocer la forma de vida de los siglos XVI y XVII, contemplar ediciones cervantinas de todos los tiempos y disfrutar de las actividades y talleres que se ofrecen.

Don Quijote y Sancho Panza, Museo Casa Natal.

Una pincelada por aquí, otra por allá...

El Quijote ha inspirado a muchos artistas a lo largo de toda la historia: Pablo Picasso, Gustave Doré… Salvador Dalí se identificó con el espíritu soñador y libre de nuestro caballero e ilustró la obra para una de sus ediciones más cuidadas y valiosas.

Nunca dejes de reír

Si la locura de don Quijote al creerse un caballero andante te provoca momentos desternillantes, espera a ver Los caballeros de la mesa cuadrada, un clásico del humor inglés de los Monty Python que parodia también los libros de caballerías.

Don Quijote en la TIA

Ibáñez homenajea a Cervantes en una de sus historietas: Mortadelo de la Mancha. Sus archiconocidos personajes se transforman en Mortadelo de la Mancha y Filemoncho, que viven alocadas aventuras en nuestro siglo.

Mortadelo disfrazado de don Quijote.

¿Ficción o realidad?

Jorge Luis Borges trata en su obra Ficciones el tema de la ficción, muy presente en el Quijote, ya que es esta quien se apodera del hidalgo hasta el punto de transformar su vida.

Acércate a la obra de Borges y encontrarás un relato inspirado directamente en la obra de Cervantes: «Pierre Menard, autor del Quijote».

Jorge Luis Borges y su obra Ficciones.

Versos quijotescos

Escritores como Rubén Darío, Gloria Fuertes o Lorca han dedicado poemas a esta obra cumbre de la literatura. El poeta Luis García Montero los reúne en la antología La poesía, señor hidalgo… Sumérgete en sus páginas y disfruta con las lecturas del Quijote que hicieron grandes poetas.

[…]
Parda y desabrida,
la Mancha se hunde
en la noche fría.

Versos de La hija del ventero, de MANUEL MACHADO

Va de locos…

En la película El estudiante, el protagonista es un loco cuerdo que rompe con las normas y con lo que la gente espera de él, un jubilado universitario.

Protagonistas de El estudiante.

¿Sabías que...?

Hoy día se utiliza la expresión «ser un quijote» para referirse a una persona idealista que lucha en defensa de causas que considera justas.

 

 

El Quijote

 

1.

El hidalgo don Quijote de la Mancha

 

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía hace tiempo un hidalgo llamado Alonso Quijano. Hay quien dice que su verdadero apellido era Quijada, y otros dicen que Quesada, pero eso carece de importancia para esta historia. Tenía este hidalgo unos cincuenta años. Era alto de cuerpo y largo de brazos y piernas. Sus cabellos eran casi todos canos. Su nariz ganchuda y sus bigotes negros, grandes y caídos, acentuaban la delgadez de su rostro. Vivía sin grandes lujos con un ama que ya había pasado de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte. Como era hidalgo, no trabajaba. [Nota] Le gustaba levantarse temprano para salir de caza por sus tierras, pero el resto del tiempo se aburría. Para entretenerse, empezó a leer libros de caballerías, en los que se contaban increíbles historias de batallas y desafíos, amores y encantamientos, princesas, caballeros y gigantes. La mayoría estaban llenos de auténticos disparates [Nota] , pero tanto se aficionó el hidalgo a su lectura que vendió parte de sus tierras para comprar todos los libros que pudo encontrar. Ya no salía a cazar. Se pasaba la noche y el día leyendo frases absurdas o incomprensibles.

–La razón de la sinrazón que a mi razón se hace –leía en uno de aquellos libros– de tal manera mi corazón enflaquece que con razón me quejo, señora, de vuestra hermosura.

Luego releía la frase, y la repetía hasta que se la aprendía de memoria. Y así, del poco dormir y del mucho leer tonterías como aquella, se le secó el cerebro, perdió la razón o, por decirlo más claramente, se volvió loco. Creyó que todos aquellos disparates eran hechos reales que en verdad habían ocurrido. Y, peor aún, se le metió en la cabeza la idea de resucitar la edad de los caballeros andantes, que nunca habían existido, convirtiéndose él mismo en uno de ellos.

Según aquellos libros, lo primero que necesitaba un caballero andante eran armas y un caballo. El hidalgo buscó en el desván, y en un rincón encontró una armadura con su casco, una espada, una lanza y un escudo que habían pertenecido a sus bisabuelos. Limpió aquellas antiguallas y les quitó el óxido acumulado durante tantos años. Luego fue a la cuadra a ver a su viejo rocín, un pobre animalejo que era todo piel y huesos. Claro que a él le parecía otra cosa.

–Ni siquiera Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, podría compararse contigo –le dijo acariciándolo.

Entonces cayó en la cuenta de que su caballo no tenía nombre. Y ningún caballero se había hecho famoso montando un caballo sin nombre. Tenía que encontrar uno para su rocín.

Cuatro días le estuvo dando vueltas a la cuestión, hasta que por fin se le ocurrió uno que le pareció sonoro y expresivo: Rocinante. Al oír ese nombre, todo el mundo entendería que aquel animal, que antes fuera rocín, era ahora el corcel de un caballero andante.

Satisfecho de haber hallado un nombre tan apropiado para su caballo, decidió buscar otro para él. Eso era más difícil, y le llevó el doble de tiempo. Al final encontró uno que le pareció inmejorable.

–Me llamaré don Quijote de la Mancha –se dijo–. Quijote por mi apellido, y de la Mancha por la tierra que me ha visto nacer.

Ya solo una cosa faltaba: una dama de la que enamorarse, pues un caballero andante sin amores era como un árbol sin frutos. Si tuviera una dama, cada vez que derrotara a un gigante –algo que por lo visto a los caballeros andantes les sucedía casi a diario– podría ordenarle que fuera en su busca para arrodillarse ante ella y declarar que don Quijote de la Mancha, el mejor de los caballeros, le había vencido en singular combate.

El problema era que el hidalgo no conocía a ninguna dama, ni tampoco las había por allí cerca. Pero no por eso se desanimó. Decidió enamorarse de una moza del Toboso, un pueblo cercano, llamada Aldonza Lorenzo. Mas como ese nombre no le pareció apropiado para la que desde aquel momento sería la dueña de sus pensamientos, le buscó otro.

–Dulcinea del Toboso –dijo en voz alta–. Sí, mucho mejor. Es un nombre bonito, y también original.

No había tiempo para más preparativos: el mundo esperaba impaciente a don Quijote con incontables doncellas a las que socorrer, abusos que corregir e injusticias que remediar. [Nota] Y así, sin decir nada al ama ni a la sobrina, se levantó una mañana antes del amanecer, tomó sus armas, montó en Rocinante y salió por la puerta trasera del corral en busca de las aventuras que el ancho mundo le tenía preparadas.

2.

Cómo don Quijote fue armado caballero

 

Cabalgaba don Quijote por los campos de la Mancha, muy contento de ver lo fácil que resultaba lanzarse a la aventura, cuando de pronto se dio cuenta de que había pasado por alto una cuestión importantísima. Según las leyes de la caballería, solo los que habían sido armados caballeros tenían derecho a llevar ese título. El olvido era tan grave que a punto estuvo de dar la vuelta y volver a casa. Pero entonces recordó que más de una vez un aventurero se había hecho armar caballero por el primero que encontraba en su camino. Con eso se tranquilizó y siguió cabalgando tan contento como antes, dejando que Rocinante lo llevase por donde mejor le parecía.

–¡Oh, señora Dulcinea, dueña de mi corazón! –iba diciendo–. ¡Mucho daño me habéis hecho al prohibirme contemplar vuestra hermosura!

Ensartando uno tras otro disparates como aquel, pasó el día entero cabalgando sin que le sucediera nada digno de ser contado. Era verano, y hacía un sol abrasador. Si a don Quijote le hubieran quedado algunos sesos en la mollera, se le habrían derretido bajo el casco.

Al atardecer, el hidalgo y su rocín estaban cansados y muertos de hambre. Don Quijote miraba a todas partes, buscando algún lugar donde pasar la noche y reponer las fuerzas. No muy lejos del camino descubrió una venta, aunque a él le pareció un castillo con sus torres, su foso y su puente levadizo. Espoleó a Rocinante y se dio prisa en llegar allí antes de que oscureciera.

En ese momento, un pastor que cuidaba una piara de cerdos hizo sonar un cuerno para reunir los animales.

–Sin duda es un enano –se dijo don Quijote al oír aquella llamada– que toca la trompeta desde las almenas para anunciar mi llegada a los dueños del castillo.

En su locura, el hidalgo se imaginaba que todo lo que veía, oía o le sucedía era exactamente igual que lo que había leído en los libros de caballerías. Y así, a dos mozas que charlaban a la puerta de la venta las confundió con unas hermosas damas que disfrutaban del frescor del atardecer junto al foso del castillo.

Al verlo llegar vestido de manera tan extraña y armado con escudo y lanza, las mozas quisieron refugiarse en la venta.

–No huyan vuestras mercedes –les dijo don Quijote, levantando la visera de cartón que él mismo había fabricado para su casco– ni teman daño alguno, que no es propio de caballeros importunar a tan altas damas.

Al oír aquellas palabras, las mozas no pudieron contener la risa, y las carcajadas hicieron salir al ventero1. Cuando este vio la estrafalaria figura de don Quijote, a punto estuvo de romper a reír también él. Pero como se dio cuenta de que aquel espantajo iba armado hasta los dientes, se contuvo y decidió hablarle con naturalidad.

–Si buscáis posada, caballero, sed bienvenido, aunque aquí no hallaréis una cama adecuada. Todo lo demás lo encontraréis en abundancia.

Don Quijote pensó que el ventero era el dueño del castillo.

–A un caballero, señor castellano –respondió–, cualquier cosa le basta para alimentarse, y en cualquier lugar puede descansar.

El ventero se acercó para sostenerle el estribo mientras desmontaba. Luego tomó a Rocinante de las riendas y lo llevó a la caballeriza, mientras las mozas ayudaban a don Quijote a quitarse la armadura. Pero no fueron capaces de desencajarle la parte que le protegía el cuello, ni tampoco el casco. Don Quijote había atado una y otro con unas cintas de colores cuyos nudos no pudieron soltar. Como se negó a que los cortaran, le dejaron con el casco puesto y en camisa, ofreciendo la estampa más grotesca que jamás se había visto en aquella venta.

El ventero sacó una mesa al patio, y allí le dieron de cenar. Don Quijote tenía ambas manos ocupadas en levantar la visera del casco, así que una de las mozas tuvo que ir poniéndole la comida en la boca. Para darle de beber, el ventero horadó2 una caña, y por medio de ella le fue echando el vino en el gaznate.

Don Quijote se sentía muy contento de recibir tantas atenciones en aquel castillo imaginario. Solo una cosa le dolía: todavía no había recibido la orden de caballería y, por tanto, aún no tenía derecho a participar en ninguna aventura.

Por eso, cuando acabó de cenar, se hincó de rodillas ante el ventero y le dijo que no se levantaría de allí hasta que le concediera el don de armarle caballero.

–Habéis de hacerlo mañana mismo –añadió–. Esta noche la pasaré velando mis armas en la capilla de vuestro castillo.

El ventero ya se había dado cuenta de la chaladura de su huésped, y decidió seguirle la corriente para así tener algo de lo que reírse aquella noche.

–Con mucho gusto os concederé lo que me pedís –le dijo a don Quijote–. Pero en este castillo no hay capilla, pues la que había la he mandado derribar para levantar otra nueva. Podéis velar vuestras armas en el patio del castillo, y mañana seréis armado caballero con las debidas ceremonias.

Le mostró un corral que había al otro lado de la venta, y le dijo que aquel era el patio del castillo. Don Quijote, muy contento, llevó allí sus armas y las colocó sobre una pila que se usaba como abrevadero para los animales. Abrazó el escudo, empuñó la lanza y se puso a pasear con aire muy digno delante de la pila.

En esto, un arriero3 que se alojaba en la venta fue a buscar agua para sus mulas. Cuando iba a retirar las armas de la pila, don Quijote le dijo en voz alta:

–¡Oh, tú, que osas tocar las armas del más valiente caballero andante que jamás ciñó espada! Mira bien lo que haces, si no quieres perder la vida en pago por tu atrevimiento.

El arriero no le hizo el menor caso. Agarró las correas de las armas y, tirando de ellas, las arrojó al suelo. Don Quijote, furioso, soltó el escudo, levantó la lanza con las dos manos y le sacudió al arriero tal golpe en la cabeza que lo dejó sin sentido. Luego volvió a colocar las armas en la pila y se puso a pasear de nuevo, como si nada hubiera sucedido.

Al poco rato llegó otro arriero con la misma intención que el anterior. Esta vez, don Quijote no dijo una sola palabra. En cuanto el arriero puso las manos sobre las armas, descargó tal golpe sobre su cabeza que se la abrió.

El ruido hizo acudir a todos los que se hallaban en la venta. Los compañeros de los arrieros, viéndolos tendidos en el suelo, hicieron llover piedras sobre don Quijote. El ventero les gritaba que le dejasen, que aquel hombre estaba loco. Y aún más gritaba don Quijote, profiriendo tales amenazas que al final los arrieros se asustaron y dejaron de apedrearle. Entonces don Quijote les permitió que se llevasen a los heridos y volvió a velar sus armas con la misma tranquilidad que al principio.

Pero quien no se había quedado nada tranquilo era el ventero. Decidido a acabar de una vez con aquella locura antes de que sucediera alguna otra desgracia, fue hasta donde estaba don Quijote y le dijo que, para lo que quedaba de noche, ya no valía la pena pasar más tiempo velando las armas.

–Ahora mismo, si os parece bien, os armaré caballero.

A don Quijote le pareció una idea excelente. El ventero trajo el libro donde llevaba las cuentas de la paja y la cebada que daba a los arrieros, y a la luz de una vela hizo arrodillarse a don Quijote. Fingió que leía una oración en aquel libro y, sin dejar de murmurar entre dientes, le dio una colleja y después un golpecito en el hombro con la espada. Luego ordenó a una de las mozas que le ciñese a don Quijote la espada a la cintura, lo que esta hizo aguantándose la risa.

De este modo, sin saber que se estaban burlando de él, don Quijote fue armado caballero. Concluida la ceremonia, abrazó al ventero, montó en Rocinante y salió de la venta en busca de aventuras. Y tanto se alegró el ventero de verlo marchar, que ni siquiera se le pasó por la cabeza pedirle que le pagara la cena y el pienso del caballo.

3.

Lo que le sucedió a don Quijote al salir de la venta

 

Empezaba a clarear cuando don Quijote dejó la venta, tan contento de verse ya armado caballero que la alegría le reventaba por las cinchas del caballo. Pero entonces se acordó de que todos los caballeros andantes necesitaban un escudero, y decidió volver a su pueblo para contratar a uno. Estaba seguro de que un labrador vecino suyo, pobre y con hijos que alimentar, serviría muy bien para ese oficio.

Ya había cabalgado un buen trecho cuando le pareció oír unos gemidos que salían de un bosque junto al camino. Tiró de las riendas de Rocinante y le hizo adentrarse en la espesura, dispuesto a ofrecer su ayuda a quienquiera que fuese el que se quejaba.

Atado a una encina encontró a un muchacho de unos quince años, desnudo de cintura para arriba. Eran suyos los sollozos, y no sin motivo, pues un robusto labrador le estaba azotando con una correa.

–Para que otra vez tengas los ojos más abiertos –decía el labrador mientras le azotaba.

–No volveré a hacerlo, señor –respondía el muchacho–. Os prometo que de ahora en adelante tendré más cuidado con el rebaño.

Don Quijote se encolerizó.

–Gran cobardía es tomarla con quien no se puede defender –le dijo al labrador–. [Nota] Coged un arma más propia de caballeros y os enseñaré lo que es bueno.

El labrador se dio la vuelta, vio la lanza con la que aquel hombre le amenazaba y se echó a temblar.

–Señor caballero –le dijo–, este muchacho es mi criado Andrés, y es tan descuidado que todos los días me pierde una oveja. No hago otra cosa que castigar su descuido y su insolencia, pues me llama miserable porque aún no he tenido ocasión de pagarle su sueldo.

–Un bellaco es lo que sois –le dijo don Quijote–. Ya podéis desatar a vuestro criado si no queréis que os pase de parte a parte con esta lanza. Y tú, muchacho, ¿cuánto te debe tu amo?

–Nueve meses, mi señor, a siete reales1 cada mes.

–Pagádselos ahora mismo si apreciáis vuestra vida –le dijo don Quijote al labrador.

–Con gusto lo haría, señor caballero, si tuviera aquí dinero. Que venga conmigo a mi casa, y allí se los pagaré.

–¿Irme yo con él? –repuso el muchacho–. Ni pensarlo. En cuanto estemos a solas, me arrancará la piel.

–No hará tal cosa –aseguró don Quijote–. Basta con que me lo jure por la ley de la caballería.

–De buen grado lo juro por todas las órdenes de caballería que hay en el mundo –respondió el labrador–. Recibirá lo suyo, y aún más le daré.

Satisfecho con aquel juramento, don Quijote les dijo adiós, no sin antes advertir al labrador que si no lo cumplía volvería para castigarlo.

En cuanto el labrador le vio cruzar el lindero del bosque, agarró al muchacho del brazo.

–Ven, Andrés, que voy a aumentar la deuda para que la paga sea también mayor.

Y llevándolo junto a la encina, lo ató otra vez y volvió a azotarlo con más fuerza que antes.

–Llama a tu caballero, Andrés –decía el labrador–, llámalo, que ganas me dan de arrancarte la piel como temías.

Pero por más que el pobre muchacho gritaba, don Quijote ya estaba demasiado lejos para oír sus gritos. Cabalgaba hacia su pueblo, muy contento de cómo había terminado aquella aventura. De pronto, vio venir por el camino a un grupo de mercaderes que viajaban a caballo, acompañados por sus criados y por algunos mozos de mulas.

–¡Vaya! –se dijo–. He aquí que se me ofrece una aventura muy apropiada para un caballero andante.

Apretó la lanza, se cubrió el pecho con el escudo y se plantó sobre Rocinante en medio del camino, aguardando la llegada de los que tomó por caballeros andantes. Cuando los mercaderes estuvieron tan cerca que pudo verles el rostro, les dijo con voz y gesto desafiantes:

–Quien no confiese que no hay en el mundo doncella más hermosa que la sin par Dulcinea del Toboso, emperatriz de la Mancha, no se atreva a dar un paso más.

Los mercaderes se detuvieron, sorprendidos por aquellas palabras, y todavía más por la extraña figura del que las había pronunciado. Uno de ellos, que era un poco burlón, le dijo:

–Señor caballero, no conocemos a esa señora de la que habláis. Mostrádnosla y, si es tan hermosa como aseguráis, de buena gana confesaremos lo que nos pedís.

[Nota]

Pero el cura no quiso quemarlos sin leer antes por lo menos los títulos, porque quizá hubiera alguno que no mereciera ser condenado al fuego. El barbero y él empezaron a examinar el contenido de la biblioteca. Fueron arrojando por la ventana los libros que les parecían responsables de haber llenado de tonterías la cabeza de su amigo. Muy pocos se salvaron, entre ellos las historias de los caballeros Amadís de Gaula2 y Tirante el Blanco, [Nota] porque estaban bien escritas y no contaban disparates. También se libraron de la quema los libros de poesía, y una novela titulada La Galatea, escrita por un tal Miguel de Cervantes. [Nota] Todos los demás acabaron amontonados en el corral, y aquella misma noche, el ama encendió con ellos una hoguera que los redujo a cenizas.

Primera salida: del capítulo 1 al 3

¿Cuáles son los ideales de un caballero andante?

¿Cuál es la causa de la locura de don Quijote?