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La denominación de arte gótico para clasificar al estilo artístico que floreció desde el siglo XIII al XV en toda Europa parece la debemos al Vasari, que en su libro critico e histórico del arte europeo le define con este nombre por sospechar su procedencia germánica. Nada más lejos de la realidad, pues el estilo gótico sólo es una evolución del románico anterior.

Tiene una difusión más amplia en el tiempo y en el espacio. En los primeros años del siglo XVI aún encontramos edificios construidos en estilo gótico, si bien muy evolucionado y recargado.

El fenómeno de evolución del arte románico al gótico no es tan sólo un cambio de gusto, sino más bien el reflejo de un cambio de mentalidad que separa, como un hondo precipicio, la Alta Edad Media y la Baja Edad Media. Alguien ha dicho que es más clara la separación entre estas dos épocas que entre la Baja Edad Media y el Renacimiento. Así lo creemos nosotros, pues el gótico es el despertar del espíritu burgués e individualista en Occidente, mientras que el Renacimiento sólo es su reafirmación. El espíritu cristiano da un giro de muchos grados del románico al gótico y nada lo evidencia tan claramente como las artes plásticas. La atención de los artistas comienza a desplazarse de los grandes símbolos y representaciones metafísicas a la representación de lo cotidiano, lo individual, visible y experimental. Las cosas corrientes que rodean al hombre en su rutinaria existencia, animales, árboles, objetos, ya no necesitan un realce sobrenatural para merecer el honor de ser representadas por los artistas. Dice Hauser que nada mejor para ilustrar el cambio que las palabras de Santo Tomás de Aquino: «Dios se alegra con todas las cosas, porque todas y cada una están en armonía con su esencia». Estas palabras son como la justificación teológica del naturalismo artístico.

La arquitectura gótica presenta un prurito de grandeza y amplitud nunca superadas. Sus obras dan la sensación de no estar finalizadas porque no pueden abarcase con la mirada y el espectador siente frente a ellas la inquietud de lo gigantesco y exótico. El siglo XIX intentó explicar esta arquitectura con sus esquemas racionalistas y confundió ciertamente a los observadores posteriores. Gotfried Semper decía del arte gótico que era una «mera traducción a la piedra de la filosofía escolástica». Viollet le Duc, el gran tratadista estético, veía en la arquitectura gótica la aplicación exacta de unas leyes matemáticas rigurosamente concebidas. El siglo XIX, en general, pensó en el gótico más como ingeniería técnica que como un arte, con todo lo que esta palabra encierra de caprichoso e irracional. Partiendo de estas bases se intentó explicar la arquitectura gótica como resultado de unas conquistas técnicas que permitían elevar la altura de las bóvedas con un sistema de empujes y contrarrestos muy ingenioso. Para Dehio y otros muchos tratadistas la clave del estilo gótico fue el descubrimiento de la bóveda de crucería que determinó el cambio de los soportes, los arcos y todo lo demás. Gall fue el primero en invertir los términos y señalar acertadamente que lo auténticamente primario en la inspiración gótica es su sentido de verticalidad incontenible y que la bóveda de crucería y todas las soluciones técnicas no son más que una solución brindada a ese deseo de altura. Otros estudiosos han llegado a sostener que las conclusiones sobre la destreza técnica de los arquitectos góticos son muy exageradas y que todo el sistema de contrafuertes, estribos y arbotantes cumplen una función decorativa más que constructiva en los nuevos edificios. Esto quizá sea exagerar un poco la nota.