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Akal / Universitaria / Serie Sociología y antropología / 329

Émile Durkheim

El suicidio

Un estudio de sociología

Revisión de la traducción: Sandra Chaparro Martínez

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Émile Durkheim, dentro del circunscrito marco de referencia de los grandes maestros de la ciencia social, ha sido uno de los que más ha contribuido a configurar esta disciplina como ciencia, delimitando ri­gurosamente su objeto específico y sus métodos propios.

El excesivo énfasis puesto por el autor de El suicidio (1897), obra clásica dentro del campo bibliográfico de la Sociología, en la realidad de la sociedad como algo separado de la realidad de los individuos, lo expuso a la acusación de ensalzar la sociedad como una entidad mítica superior al individuo. Así, el nombre de Durkheim ha sido asociado a ideo­logías totali­tarias. No obstante, una lectura atenta de su obra pone en claro que estas críticas son injustificables y que las oscuridades filosóficas en que incurrió son de menor importancia comparadas con la estimulante claridad de su visión teorética y con la minuciosidad de sus investigaciones empíricas.

Esta nueva edición de El suicidio ha sido completamente revisada y cotejada con el original de la obra, publicado en 1897, ofreciendo al lector un texto nuevo, actualizado y de gran rigor.

Émile Durkheim (1858-1917) es, junto a Vilfredo Pareto y a Max Weber, uno de los fundadores de la Sociología moderna. Discípulo, en la École Normale Supérieure, de Fustel de Coulanges, fue profesor de Pedagogía y Ciencias Sociales en la Universidad de Burdeos. Sus principales trabajos son, además de la presente, La división del trabajo social (1893), Las reglas del método sociológico (1895), La educación moral (1902) y Las formas elementales de la vida religiosa (1912).

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Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Le suicide

© Ediciones Akal, S. A., 1982, 2012

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4035-4

 

 

Nota del editor

Émile Durkheim, El suicidio. Esta nueva versión ha sido cuidadosamente revisada y cotejada con la edición original de 1897, publicada por Félix Alcan, Éditeur.

En ella, además de una cuidada revisión de la traducción, el lector encontrará por vez primera en español la totalidad de láminas y gráficos originales que el innovador estudio de Émile Durkheim incluía.

El lector tiene en sus manos no sólo una de las más fundamentales obras de la teoría sociológica, sino también un título clave en la historia del pensamiento occidental. Que lo disfrute.

Prólogo

Desde hace algún tiempo la sociología está de moda. La palabra, poco conocida y descodificada hace apenas una decena de años, es hoy de uso corriente. Las vocaciones se multiplican y el público está favorablemente prejuiciado hacia la nueva ciencia. Se espera mucho de ella. Sin embargo, hay que confesar que los resultados obtenidos están por debajo de lo que cabría esperar atendiendo al número de trabajos publicados y el interés puesto en su evolución. Las ciencias progresan gracias a la evolución de las cuestiones que constituyen su objeto de estudio. Se dice que avanzan cuando se descubren leyes ignoradas hasta entonces o cuando nuevos datos modifican la forma de plantear los problemas, aunque no se imponga una solución que pueda considerarse definitiva. Desgraciadamente existe una razón que explica que la sociología no ofrezca ese espectáculo: no plantea problemas concretos. Aún no ha superado la era de las estructuras y las síntesis filosóficas. En vez de arrojar luz sobre una pequeña parcela del campo social, prefiere esas generalidades brillantes en las que se pasa revista a todas las cuestiones sin estudiar ninguna a fondo. Este método, que permite distraer un poco la curiosidad del público aclarándole toda clase de cuestiones, no conduce a nada objetivo. Las leyes de una realidad tan compleja no se descubren con exámenes sumarios a base de intuiciones rápidas. Además este tipo de generalizaciones, vastas y atrevidas a la vez, no son susceptibles de prueba alguna. Lo más que cabe hacer es citar algunos ejemplos para ilustrar la hipótesis propuesta, pero una ilustración no es una demostración. Por otra parte, cuando se tratan cuestiones tan diversas, no se puede ser un especialista en ninguna y hay que remitirse a referencias de segunda mano que uno no está en situación de juzgar críticamente. De ahí que los libros de sociología pura no sean de utilidad para quienes se han impuesto como norma no abordar más que problemas concretos. La mayor parte de este tipo de cuestiones no encajan en ningún campo y, además, la documentación utilizable es pobre y poco fiable.

Los que crean en el futuro de nuestra disciplina deben intentar poner fin a este estado de cosas. Si se mantienen, la sociología caerá pronto en su antiguo descrédito; algo de lo que sólo podrían alegrarse los enemigos de la razón. Sería un deplorable fracaso para el espíritu humano que esta parte de la realidad, la única que ha resistido hasta el presente y la única en la que se investiga y debate con pasión, se le escapara, aunque sólo fuera por poco tiempo. La indeterminación de los resultados obtenidos no debe descorazonarnos. Es una razón para esforzarnos de nuevo, pero nunca un motivo de abdicación. Una ciencia nacida ayer tiene derecho a la prueba y el error, siempre que sea consciente de esos intentos y de esos errores. La sociología no debe renunciar a ninguna de sus ambiciones pero, para merecer la esperanza depositada en ella, debe aspirar a ser algo más que una forma, más o menos original, de la literatura filosófica. En vez de complacerse en meditaciones metafísicas sobre los asuntos sociales, debe convertir en objeto de sus investigaciones a conjuntos de datos netamente circunscritos, que aparezcan con claridad y sepamos dónde comienzan y dónde acaban, en los que podamos basarnos con firmeza. La sociología debe contar con las disciplinas auxiliares: historia, etnografía, estadística, sin cuya ayuda no puede prosperar. Si algo hay que temer es que, a pesar de todo, la información no la lleve nunca hasta el objeto que quiere aprehender ya que, por muy cuidadosamente que se lo delimite, es tan rica y tan diversa que tiene reservas inagotables e imprevistas. Pero no importa si se procede como hemos dicho, pues aunque sus inventarios de datos sean incompletos y sus fórmulas demasiado limitadas, se habrá realizado un trabajo útil que se proseguirá en el futuro. Las concepciones que parten de una base objetiva no van estrechamente ligadas a la personalidad de su autor, tienen algo de impersonal que permite que otros puedan ahondar en ellas; son susceptibles de transmisión. Esto dota de continuidad a las investigaciones científicas, y esa continuidad es imprescindible para su avance.

Esta obra ha sido concebida con ese espíritu. Si de entre todas las cuestiones que hemos tenido ocasión de estudiar a lo largo de nuestros años de docencia hemos escogido el suicidio para la presente publicación es porque nos ha parecido un ejemplo particularmente oportuno por su indeterminación; de ahí la necesidad de un trabajo previo para precisar bien sus límites. Lo que compensa esa actividad tan concentrada es el descubrimiento de auténticas leyes que demuestran mejor que cualquier argumentación dialéctica las posibilidades de la sociología. Expondremos aquellas que consideramos demostradas. Seguramente nos habremos equivocado más de una vez, yendo más allá de los hechos observados con nuestras inducciones. Pero, al menos, presentamos cada hipótesis junto a las pruebas que nos hemos esforzado en multiplicar en la medida posible. Asimismo hemos procurado distinguir, en todo momento, entre los razonamientos y las interpretaciones de los hechos. De este modo el lector estará en situación de juzgar, sin que nada turbe su juicio, si las explicaciones que se le ofrecen están bien fundamentadas.

Hay quien piensa que, limitando así la investigación, se pierden necesariamente las visiones de conjunto y los puntos de vista generales. Todo lo contrario; nosotros pensamos que hemos llegado a establecer cierto número de proposiciones concernientes al matrimonio, la viudez, la familia, la sociedad religiosa…, a las que no hubiéramos llegado sólo con las teorías ordinarias de los moralistas sobre la naturaleza de estas instituciones o estados. También se desprenderán de nuestro estudio algunas indicaciones sobre las causas del malestar general que sufren actualmente las sociedades europeas y sobre los remedios que pueden atenuarlo. Además, un estado general no se explica sólo a base de generalidades, porque puede tener causas concretas que escaparían a la percepción, si no se tuviera el cuidado de estudiarlas a través de las manifestaciones, no menos definidas, que las exteriorizan. Dado que el suicidio, tal como aparece hoy, es una de las formas en que se traduce la afección colectiva que todos padecemos, nos puede ayudar a comprenderla.

Por último, el lector hallará en este libro, de forma concreta y aplicada, las principales cuestiones de metodología que hemos planteado y examinado con mayor detenimiento en otro lugar1. Las páginas que siguen aportan una contribución importantísima a una de estas cuestiones que vamos a referir en seguida al lector.

El método sociológico, tal como lo practicamos nosotros, se basa en el siguiente principio fundamental: los hechos sociales deben estudiarse como objetos, es decir, como realidades externas al individuo. No hay precepto más demostrado y eso que no es, precisamente, el más fundamental. La sociología, para existir, ha de tener un objeto propio, una realidad propia que no derive de otras ciencias. Si no hay nada real fuera de las conciencias particulares se desvanece por falta de materia propia. Lo único observable serían entonces los estados mentales del individuo que pertenecen al campo de la psicología. Desde este punto de vista, lo esencial del matrimonio, la familia o la religión, por ejemplo, son las necesidades individuales a las que deben responder estas instituciones: el amor paterno, el amor filial, el impulso sexual, lo que se ha llamado el sentimiento religioso. Las instituciones, y las variadas y complejas formas que han adoptado históricamente, llegan a ser insignificantes y carentes de interés; una expresión superficial y contingente de las propiedades generales de la naturaleza individual de la que sólo son un aspecto que no requiere de investigación. Puede resultar curioso analizar cómo se han manifestado esos sentimientos eternos de la humanidad en las diversas épocas de la historia. Pero, dado que todas sus manifestaciones son imperfectas, no se les puede conceder mucha importancia. Desde cierto punto de vista, hasta conviene prescindir de ellas para atender mejor al texto original que les da un sentido que desnaturalizan. A veces, con el pretexto de dotar a la ciencia sociológica de bases más sólidas fundamentándola en la constitución psicológica del individuo, se la desvía del único objetivo al que no puede renunciar: No puede haber sociología sin sociedades, y donde sólo hay individuos no existen sociedades. Esta concepción es una de las principales causas de que la sociología se pierda en vagas generalidades; ¿por qué habría que definir las formas concretas de la vida social cuando no se les reconoce más que una existencia artificial?

A nosotros, en cambio, lo que nos parece difícil es evitar que, de cada página de este libro, se desprenda la impresión de que el individuo se ve dominado por una realidad moral que lo supera: la realidad colectiva. Cuando vemos que cada pueblo tiene una tasa de suicidios propia; que esta cifra es más constante que la de la mortalidad general; que si evoluciona, lo hace siguiendo un coeficiente de aceleración que es peculiar de cada sociedad; que las variaciones por las que atraviesa en los diferentes momentos del día, del mes, del año, no hacen más que reproducir el ritmo de la vida social; cuando se comprueba que el matrimonio, el divorcio, la familia, la sociedad religiosa, el ejército, etc., influyen sobre la tasa de suicidios según leyes definidas que, en ocasiones, pueden expresarse numéricamente, se renunciará a considerar a esos estados e instituciones, imaginarias fórmulas ideológicas sin virtud ni eficacia. Por el contrario, se tendrá la sensación de que se trata de fuerzas reales muy vivas y activas que demuestran que no dependen del individuo por la forma en que lo determinan. Cuando el individuo se convierte en un elemento de la combinación de fuerzas, estas acaban por imponerse a medida que se van formando. De ahí que la sociología pueda y deba ser objetiva, pues investiga realidades tan definidas y consistentes como las que son objeto de estudio por parte del psicólogo y el biólogo2.

Sólo nos resta pagar una deuda de gratitud, dando públicamente las gracias a nuestros antiguos discípulos, el señor Ferrand, profesor de la Escuela Primaria Superior de Burdeos, y el señor Marcel Mauss, agregado de Filosofía, por el desinterés con el que nos han secundado y por los servicios que nos han prestado. El primero ha confeccionado todos los mapas incluidos en este libro y, gracias al segundo, hemos podido reunir los elementos necesarios para elaborar las tablas XXI y XXII, cuya importancia se apreciará más adelante. Hemos consultado los expedientes de unos veintiséis mil suicidios para consignar, por separado, la edad, el sexo, el estado civil, así como la existencia o no de hijos. El señor Mauss es el artífice de tamaña labor.

Los datos de las tablas se han extraído de documentos del Ministerio de Justicia que no aparecen en las relaciones anuales. Los puso a nuestra disposición, con la mayor amabilidad, el señor Tarde, jefe del servicio de estadística judicial. Desde estas páginas queremos testimoniarle nuestra gratitud.

1 Les règles de la méthode sociologique, París, F. Alcan, 1895 [ed. cast.: Las reglas del método sociológico, Madrid, Akal, 62001].

2 Ya demostraremos más adelante que esta teoría, lejos de excluir toda libertad, es la única forma de conciliarla con el determinismo que ponen de relieve los datos estadísticos.