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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Brenda Harlen

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Motivos ocultos, n.º 1690- abril 2018

Título original: The Marriage Solution

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-164-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

CRAIG Richmond golpeó impacientemente el suelo con el pie mientras esperaba a que le abriesen la puerta. Sabía que Tess estaba en casa… había llamado antes para asegurarse, no iba a seguir permitiendo que lo evitase. No dejaría que una amistad de quince años se estropease sólo por haber cometido el error de haberse acostado juntos.

Aunque para él no fuese un error. Sino, más bien, una fantasía hecha realidad. Evidentemente, Tess se arrepentía de haber hecho el amor con él. A pesar de sentirse decepcionado por que no fuese a repetirse, no iba a acabar con la relación que tenían. Aquella noche, hablarían de lo que había ocurrido y encontrarían la solución para seguir adelante.

Por fin se abrió la puerta y apareció Tess.

Craig observó su pelo oscuro ligeramente despeinado, aquellos enormes ojos azules tan claros como el cielo en un día de verano, esos labios carnosos, y luego, descendió por sus femeninas curvas hasta llegar a esas interminables piernas.

Se había enfadado porque no había respondido a sus llamadas, le había hecho daño al rechazarlo, pero, sobre todo, había echado de menos a su mejor amiga. Había echado de menos poder hablar y estar con ella. Y por eso iba dispuesto a dejar a un lado el deseo, ese deseo que había ignorado durante tantos años.

La miró a los ojos y vio que estaba confusa e incómoda, se esforzó por sonreír.

—Hola.

—Hola.

Craig esperó a que lo invitase a entrar, pero ella permaneció en la puerta, bloqueándole la entrada. Así que se cambió la bolsa de comida que llevaba de una mano a otra y preguntó:

—¿Puedo entrar?

Ella dudó un instante antes de responder.

—Ya te he dicho por teléfono que no era un buen momento.

—Nunca es buen momento desde hace varias semanas. Y no pienso marcharme hasta que no hablemos. Podemos hablar aquí, en la puerta, o puedes invitarme a entrar y compartir conmigo la comida tailandesa que traigo.

—No tengo hambre —soltó Tess antes de apartarse para dejarlo pasar.

Craig fue derecho a la cocina, con tanta soltura como si estuviese en su propia casa, y sacó dos platos del armario. Tess se quedó detrás de él, indecisa, mientras Craig repartía la comida. Luego, se volvió a mirarla y se dio cuenta de que estaba pálida y tenía ojeras. Se preguntó si los recuerdos de su noche de pasión le habrían impedido dormir y la idea le produjo una gran satisfacción.

—Vamos a comer —dijo Craig llevando los platos a la mesa.

Tess se sentó frente a él y miró la comida con recelo.

Él frunció el ceño y empezó a comer. Pasaron varios minutos en silencio durante los cuales él comió y ella jugó con el tenedor. Craig la miró y se dio cuenta de que ya no estaba pálida, se estaba poniendo verde.

—Tess…

Antes de que pudiese continuar hablando, ella se levantó de la silla y corrió por el pasillo. Oyó un portazo proveniente del cuarto de baño y luego, el inconfundible sonido de unas arcadas.

Retiró su propio plato, también sentía el estómago un poco revuelto. Quizás Tess tuviese gripe.

O tal vez hubiese otra explicación. Quizás estuviese embarazada.

 

 

Tess Lucas miró la caja de cartón que Craig tenía en las manos y se ruborizó. La noche anterior, se había presentado en su casa con la cena. Y esa mañana, aparecía con un test de embarazo.

Ella cerró los ojos, como si eso fuese a hacer que la caja, y la posibilidad de que estuviese embarazada, desapareciesen.

Llevaba varias semanas sintiéndose cansada y con ganas de vomitar, pero había dado por hecho que era algún virus. Y el dolor de los pechos indicaba que le iba a venir la regla. Porque le iba a venir, en cualquier momento. Entonces, no tendría que preocuparse por las posibles repercusiones de no haber utilizado ninguna protección.

Desgraciadamente, cuando volvió a abrir los ojos, la caja, y Craig, seguían allí.

Tomó el paquete de su mano y fue hacia el salón, donde lo dejó en la mesita del café antes de sentarse en su sillón favorito. Craig la siguió hasta allí, pero se quedó de pie.

—No es eso lo que esperaba que hicieses con él —dijo secamente.

—¿Qué esperabas?

—Que tuvieses tantas ganas como yo de saber la verdad.

—La verdad es que he tenido una semana muy dura y no tengo la energía necesaria para sacar ciertas conclusiones.

—Yo todavía no estoy sacando conclusiones —respondió él con paciencia.

Cómo no, Craig siempre era paciente y razonable, tranquilo e imperturbable. Ése era uno de los motivos por los que era el presidente de Richmond Pharmaceuticals, la empresa farmacéutica familiar que algún día sería suya.

Tess no podía ni siquiera pensar en que estaba embarazada. Quería tener hijos, algún día. Pero todavía no, ni de ese modo. Volvió a sentir náuseas y tomó aire, intentando controlarlas.

—Por favor, Tess, hazte la prueba.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

—Porque creo que es mejor averiguar la verdad que quedarme sentado dándole vueltas.

—Pues yo no —replicó ella. Le daba igual que aquello no tuviese sentido. No quería saber la verdad. No quería pensar en cómo podía cambiarle la vida un hijo.

—Tienes que averiguarlo. Para considerar las diferentes opciones.

—Tengo veintinueve años, sé cuáles son mis opciones. Y si estoy embarazada, tendré al bebé.

Craig se acercó a la mesa y tomó el test de embarazo.

—¿Entonces por qué no te haces la prueba?

Por mucho que odiase admitirlo, Tess sabía que su amigo tenía razón. Como casi siempre. Agarró la caja y se fue hacia el baño.

El corazón le latía con fuerza, le daba vueltas la cabeza y tenía ganas de vomitar. Otra vez.

Cerró la puerta y abrió la caja con manos temblorosas. Dentro había un folleto con las instrucciones y un palito de plástico. Parecía inofensivo, incapaz de cambiarle la vida.

Y lo era. Su vida, o al menos su relación con Craig, había cambiado por sus propios actos.

La atracción había estado ahí desde el principio, al menos por su parte. Había sido una adolescente tímida y se había enamorado perdidamente de él desde el principio. Pero se había guardado aquel sentimiento para ella y se habían convertido en amigos. En esos momentos, quince años de amistad estaban en peligro por culpa de una noche loca.

Aunque no había cambiado todo en una sola noche. A lo largo de los años, había habido cambios sutiles en su relación, coqueteos y tensiones ocasionales. Pero había conseguido ignorarlos por el bien de su amistad. Hasta la noche que habían hecho el amor.

Tess había esperado ser capaz de superarlo, pero no era demasiado optimista. Sólo con mirar sus labios recordaba cómo había recorrido con ellos todo su cuerpo y el más leve roce le hacía pensar en sus caricias. ¿Cómo iba a reanudar una relación platónica cuando no podía olvidar que había estado desnuda con él y deseaba hacerlo de nuevo?

No obstante, en aquellos momentos, la tensión entre ellos era la menor de sus preocupaciones. Lo más importante era decidir lo que iba a hacer con su futuro. Porque no necesitaba hacerse la prueba para saber algo que llevaba intentando negar casi dos semanas. Lo cierto era que el pequeño ser que llevaba dentro, el hijo de Craig, ya se había implantado en su corazón.

Pero él sí querría la prueba, así que miró el palito de plástico y esperó. Y, mientras lo hacía, estuvo dándole vueltas a la cabeza.

No sabía lo que pensaba Craig acerca de formar una familia. Había roto recientemente con la última de sus múltiples novias porque no estaba preparado para comprometerse. Y, a pesar de que Tess siempre había soñado con tener hijos algún día, también había esperado encontrar un marido, alguien con quien compartir las alegrías y las responsabilidades de educarlos. Después de haber sorprendido a su ex prometido en la cama con su ex mujer, había aceptado que aquel sueño nunca se haría realidad. Tendría aquel niño ella sola y cambiaría su vida lo que fuese necesario para ser la mejor madre soltera posible.

Se miró el reloj, suspiró hondo y tomó el palito de plástico. Según las instrucciones, si había sólo una raya en la ventana, no estaba embarazada; si había dos, sí lo estaba.

Le dio la vuelta al palito.

Una. Dos.

Le temblaron las rodillas y tuvo que sentarse en el borde de la bañera.

Iba a tener un bebé.

Aquello la sobrepasaba.

Estaba aterrada. Y un poco emocionada.

Un bebé.

No sabía si reír o llorar, pero sabía que su vida ya no volvería a ser la misma.

 

 

Craig iba y venía por la cocina de Tess. ¿Cuánto tiempo duraba la maldita prueba?

Se había leído los prospectos de todos los test de embarazo que había en la farmacia, pero no estaba seguro de haber elegido el más rápido.

¿Cómo era posible que dos minutos le estuviesen pareciendo aquella eternidad?

Quizás Tess no se hubiese hecho la prueba. Quizás no estuviese preparada para enfrentarse al resultado.

No podía culparla por estar asustada. Él se había sentido así veinticuatro horas antes, cuando se le había ocurrido que podía estar embarazada.

Después de una relación seria que había terminado un año y medio antes, había tenido cuidado de no hacer promesas a las mujeres con las que había salido después. Nunca se le había pasado por la cabeza tener un hijo con ninguna de ellas. Un hijo era la máxima responsabilidad que se podía tener, y él no quería asumir aquella responsabilidad de por vida. Nunca.

Se negaba a llevar a un hijo no deseado al mundo. No quería que ninguna mujer tuviese aquella arma para luchar contra él por la custodia o por una pensión. Sabía demasiado bien lo que significaba ser esa arma y había decidido que el único modo de asegurarse de que nunca haría pasar a un niño por algo así era no teniéndolo.

Así que siempre había tomado precauciones con la intención de proteger tanto a las mujeres con las que se acostaba como a él mismo. Y, a pesar de ser consciente de que ningún método contraceptivo era fiable al cien por cien, había sido la primera vez que se le había roto un preservativo.

El hecho de que hubiese ocurrido con Tess lo aliviaba y lo frustraba al mismo tiempo. Sabía que ella no se acostaba con cualquiera, así que su única preocupación era que pudiese quedarse embarazada. Pero era una preocupación vital, no sólo porque él no estuviese preparado para ser padre, quizás nunca fuese a estarlo, sino porque odiaba pensar en cómo le afectaría a Tess un embarazo no planificado. Era su amiga, su confidente, la mujer que más le importaba en el mundo, y no había sabido cuidarla.

Su propio egoísmo le dio vergüenza ajena. Se había dado cuenta inmediatamente de que había pasado algo, pero había seguido dentro de ella, en el calor de su cuerpo. Y cuando Tess había puesto las piernas alrededor de él y le había clavado las uñas en los hombros, no había podido evitar dejarse llevar.

Se metió las manos en los bolsillos y siguió yendo de un lado a otro. Lo último en lo que debería estar pensando era en cómo habían hecho el amor, pero no conseguía borrarlo de su mente. Pensaba en aquella noche con culpabilidad y remordimiento, pero reconocía que todo había sido perfecto hasta el momento en que el preservativo se había roto. No había vuelto a dormir sin soñar con ella y se había estado despertando deseándola cada día.

Sabía que hacer el amor con ella cambiaría su amistad. Pero no había pensado que sería incapaz de volver a mirarla sin desear tenerla de nuevo en su cama.

Se obligó a quitar aquella imagen de su mente y miró el reloj.

Tenía que haberse hecho la prueba ya.

Oyó sus pasos y al verla llegar, supo que se la había hecho.

Tenía los ojos muy abiertos, las mejillas pálidas y los labios muy apretados.

A pesar de que la veía angustiada, él se relajó. Prefería saber la verdad a estar con la incertidumbre. Al menos ya podía plantearse el futuro.

—Vamos a tener un bebé —dijo Craig.

Tess asintió.

Él estaba deseando abrazarla y asegurarle que estaban juntos en aquello, pero sospechó que a ella no le gustaría, sobre todo porque había sido aquel mismo deseo de reconfortarla lo que había llevado a otro tipo de deseo cuyo resultado acababan de descubrir.

Tess pasó por su lado y él la olió, su olor era afrutado, a ella. Volvió a desearla e, inmediatamente, se sintió culpable. Tess no era sólo su mejor amiga, también estaba esperando un hijo suyo.

Ella abrió la nevera y sacó un refresco.

—¿Quieres uno? —le ofreció.

—Sí.

Le dio la lata y sacó otra para ella. Le temblaban un poco las manos y tenía el rostro del mismo color que la noche anterior, cuando le había llevado la comida tailandesa.

—¿Vas a vomitar?

—Espero que no —contestó dando un trago al refresco—. Alguien va a tener que poner en hora el reloj biológico de este bebé porque en vez de tener náuseas por las mañanas, las tengo por las noches.

—¿Y te encuentras muy mal? —preguntó Craig con curiosidad y preocupación al mismo tiempo.

—No puedo quejarme.

—Lo siento, Tess.

—¿El qué, que tenga náuseas o que esté embarazada?

—Las dos cosas —admitió él.

—No te preocupes. Aunque no estuviese planeado, quiero tener el bebé.

—¿Qué puedo hacer yo?

—Ya has hecho tu parte.

—Lo hemos hecho juntos, que yo recuerde.

—Tienes razón —dijo ella ruborizándose. A Tess siempre le había incomodado su facilidad para sonrojarse, mientras que a él lo fascinaba. Era una mujer inteligente y con sentido común, pero el color de sus mejillas daba una pista de su inocencia.

—Y seguiremos juntos en ello. No pienso dejarte sola.

—Podré arreglármelas.

Craig debía haber imaginado que aquélla sería su respuesta. Tess era fuerte, capaz e independiente, no necesitaba a nadie ni a nada. Aquélla era una de las cosas que más admiraba de ella, aunque también le causase frustración.

Pero en esa ocasión, no podía permitir que lo dejase fuera. Al fin y al cabo, también era su hijo. Tenían que encontrar una solución que los satisficiese a ambos.

—Podríamos casarnos.

Ella lo miró claramente sorprendida.

Él mismo estaba sorprendido. No sabía cómo había podido hacer semejante propuesta, pero, en cualquier caso, le parecía una solución lógica. Un bebé merecía el amor y el cuidado tanto de la madre como del padre, y si se casaban, ambos estarían implicados en su vida.

Se aflojó la corbata y tragó saliva.

Tess parecía haberse recuperado de la impresión, reía.

Él frunció el ceño.

—Casi me siento tentada a contestarte que sí —comentó ella—. Sólo para ver si es posible que palidezcas todavía más.

—Ya sabes cuál es mi reacción instintiva a la palabra matrimonio.

—Lo sé.

—Pero no tienes por qué reírte de mi propuesta.

—¿Estás de broma, verdad?

—Vamos a tener un bebé. ¿Por qué no íbamos a casarnos?

—¿Es una pregunta o una proposición? —quiso saber Tess—. Si es una pregunta, podría darte miles de razones por las que no deberíamos casarnos. Y si es una proposición, la respuesta es no.

—¿Miles de razones? —la retó él, aliviado y molesto al mismo tiempo por su negativa.

—Empezando por que tú no quieres casarte —le recordó ella.

Tenía razón.

Lo cierto era que amaba a las mujeres: rubias, morenas, pelirrojas. Le gustaba su aspecto, su olor y su suavidad. Pero nunca se había enamorado de ninguna.

Tess pensaba que el hecho de que su madre lo hubiese abandonado impedía que abriese su corazón, y quizás tuviese razón. Cuando Charlene Richmond había dejado a su marido, no sólo se había separado de él, sino también de sus hijos.

Había vuelto a casa un par de meses más tarde, reclamando la custodia de sus hijos, pero Craig ya había aprendido a no confiar ni querer demasiado a nadie.

—Quizás haya cambiado de idea al respecto.

—Te necesito más como amigo que como marido.

—Y soy tu amigo —dijo él tomándole las manos—. Eso no significa que no pueda ser algo más.

—Eso complicaría la situación.

—A mí me parece que la situación ya es suficientemente complicada.

Tess soltó las manos de las de él y se alejó.

—Podías pensártelo al menos —insistió Craig.

—No.

—No estás siendo nada razonable.

Tess pensaba que lo que no había sido razonable había sido ir a casa con Craig, besarlo, acariciarlo, y terminar juntos en la cama. Tenía que enfrentarse a las consecuencias de aquellos actos impulsivos de manera racional.

—No espero nada de ti, Craig.

—¿Y puede saberse por qué no? —quiso saber él enfadado.

—Porque… no voy a hacerte cargar con la responsabilidad de algo que ha sido culpa mía.

—¿Tengo que volver a recordarte que el bebé es de los dos?

—Ya sabes a lo que me refiero.

—No, no lo sé.

—Ambos sabemos que lo que ocurrió aquella noche fue porque sentías lástima por mí.

Él le levantó la barbilla con un dedo y la obligó a mirarlo.

—¿Es eso lo que crees?

Esto… Aquello estaba empezando a ponerse peligroso. El mero hecho de que la tocase hacía que todo el cuerpo de Tess se pusiese alerta y aquella manera de mirarla estaba revolucionando sus hormonas.

Siempre había pensado que había que estar ciega para no darse cuenta de lo guapo que era. Tenía el pelo rubio oscuro, con algunas mechas más claras, los ojos marrones, de mirada profunda, y unas pestañas larguísimas, una boca generosa que sonreía con facilidad y el mentón fuerte y cuadrado, con un hoyuelo en medio. Y luego estaba su cuerpo: era alto, delgado, fuerte y muy masculino.

Pero Craig Richmond era mucho más que una cara bonita y un cuerpo de escándalo. Tenía un aura a su alrededor, una confianza, en el límite con la arrogancia y una fuerte personalidad que la atraía a pesar de que su sentido común le advertía que debía mantenerse alejada de él. Y en aquellos momentos, con sólo un dedo, había conseguido que se le acelerase el pulso.

Tess sabía que estaba esperando una respuesta, pero no conseguía recordar la pregunta.

—¿De verdad piensas que hice el amor contigo por lástima? —repitió él.

—¿Acaso no es cierto? —preguntó ella tragando saliva, de repente, tenía la garganta muy seca.

—No —respondió él con una sonrisa muy sexy.

Tess sintió que un suave escalofrío la recorría, como una caricia. Se obligó a apartarse de él. No podía permitir que las hormonas anulasen su sentido común.

—Hicimos el amor porque era lo que los dos necesitábamos —continuó.

Ella cerró los ojos, intentando evitar recordar lo increíble que había sido. El modo en el que había respondido a los besos y las caricias de Craig. La manera en que sus cuerpos se habían unido, con tanta naturalidad como si estuviesen hechos el uno para el otro. Nadie la había hecho sentirse así antes, porque nadie la conocía ni la entendía como Craig. Y aquello la aterraba.

—Me abalancé sobre ti —admitió Tess abatida—. Me sentía rechazada y sola. Necesitaba a alguien y tú estabas allí.

—No finjas que no fue algo personal, porque no te creo. Hace mucho tiempo que nos atraemos. Como mínimo, desde que en Navidad nos besamos debajo del muérdago.

—Aquel beso no significó nada —mintió ella.

—Si quieres te demuestro ahora mismo que no tienes razón —sugirió él apoyando la cadera en la encimera.

—No —respondió ella inmediatamente, cruzando la habitación para alejarse de él.

Craig sonrió.

—La amistad y la química son ambas bases sólidas para una relación —dijo él—. Y si nos casamos, nuestro bebé tendrá una familia de verdad.

Parecía hablar en serio. Parecía que de verdad quería casarse con ella. Pero por mucho que desease darle una familia a su bebé, Tess no podía hacer aquello. No podía casarse con Craig por unos motivos equivocados.

—Estamos en el siglo XXI —le recordó ella—. La sociedad no lo juzgará porque sus padres no estén casados.

Tess no entendía por qué estaban teniendo aquella conversación. Craig ni siquiera era capaz de salir con una mujer durante más de un mes si veía que ella pretendía comprometerse. Era evidente que la noticia del embarazo los había trastornado a ambos.

—¿Por qué no damos ambos un paso atrás? —sugirió Tess—. ¿No crees que es mejor esperar a asumir lo que ha ocurrido antes de hacer planes de futuro?

—¿Cuánto quieres que retrocedamos? —quiso saber Craig.

—No lo sé. Sé que hay que tomar muchas decisiones, pero necesito tiempo. No quiero arruinarle la vida a mi hijo.

—No lo harás.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo se supone que voy a saber qué debo hacer?

—Lo averiguaremos juntos.

—No estaba segura… después de aquella noche…

—¿Qué?

Tess se limitó a sacudir la cabeza.

—¿Por qué estás empeñada en no admitir que fue algo maravilloso?

Ella apartó la mirada e intentó ignorar la atracción que sentía por él. El adjetivo maravilloso se quedaba corto para describir la noche que habían pasado juntos.

—Porque recordarlo no nos hace ningún bien.

—¿No te parece que la compatibilidad física es importante en un matrimonio?

—Creo que deberías ir a que te mirasen la cabeza.

—¿Por qué no lo consideras al menos?

—Porque todavía tengo un vestido de novia en el armario que me recuerda al último hombre que me prometió que me amaría eternamente.

—Yo no te haré promesas que no pueda cumplir. Pero cuidaré de ti y del bebé y te seré fiel.

Tess sintió que se le rompía el corazón, no sólo porque quisiese más de lo que Craig le ofrecía, sino porque él no se creía capaz de darle más. Ella confiaba en el poder sanador del amor, pero aquella declaración demostraba que las cicatrices que había dejado en Craig el abandono de su madre todavía no se habían cerrado, y quizás no fuesen a cerrarse. Y ella se negaba a casarse con alguien que no podría quererla nunca.

—El bebé es de los dos —continuó Craig al ver que ella no respondía—. Y debemos asumir la responsabilidad. No sólo durante los siguientes ocho meses, sino para siempre.

Luego le dio un beso en la mejilla y se marchó.