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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Judy Duarte

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Grandes descubrimientos, n.º 2120 - abril 2018

Título original: A Bride for a Blue-Ribbon Cowboy

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-178-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

CUANDO Blake Gray Feather consintió en competir en el siguiente rodeo, el comité organizador de la Feria del Condado de Blossom, casi se puso a bailar en medio de la plaza.

Después de todo, la fama de Blake y el hecho de ser originario de la zona, atraería a la gente, y a su dinero, que tan desesperadamente necesitaban. Además, dado que el rodeo era el pistoletazo de salida de la feria, esperaban que el entusiasmo y la asistencia de la comunidad, continuaran el resto de los días.

Pero Cindy Tucker tenía sus propias razones para estar emocionada. El guapo vaquero de la sonrisa rebelde se alojaría en Tumbling T con su abuelo y ella durante un par de semanas. Y eso era todo lo que necesitaba para poner en marcha un plan al que llevaba dando vueltas desde primeros de año. O a lo mejor desde antes.

Se había pasado la mañana paseando por el salón y asomándose a la ventana vigilando el camino que conducía al rancho, pero Blake no había aparecido.

Debería haber ayudado a su abuelo a arreglar la cerca del sur, pero estaba tan deseosa de ver a Blake, que había pasado toda la mañana en casa realizando los arreglos que nunca quería hacer. Al menos, por fin había resuelto la fuga de la cisterna y cambiado la bombilla del armario del pasillo. En ese momento estaba arreglando el sifón del desagüe de la pila de la cocina.

Mientras apretaba la rosca, Shep, el perro pastor, ladró y después salió de la cocina y fue corriendo al salón.

¿Habría oído la camioneta de Blake?

Cindy dejó las herramientas y salió de debajo de la pila.

Sí, se acercaba un coche. Se limpió las manos en los vaqueros y corrió hacia la puerta delantera donde se encontró con un todoterreno negro que tiraba de un remolque para caballos.

Reconoció al conductor y soltó el aire que había retenido. Era estupendo tener en casa a Blake. Sobre todo para algo más que para una visita rápida.

A pesar de que Blake había ido a vivir al rancho cuando era un adolescente, había llegado a ser parte de la familia.

Por supuesto a Cindy, una niña de diez años que había tenido a su abuelo sólo para ella durante cinco, la llegada de un Blake de catorce años no le había hecho muy feliz. Al principio de llegar había sido un adolescente salvaje necesitado de la orientación de su abuelo y una auténtica pesadilla para ella. Con el tiempo habían acabado por hacerse amigos. Y para cuando Blake había estado preparado para marcharse, se había convertido en el protagonista ocasional de los sueños románticos de una adolescente boba.

Pero eso era algo entre Cindy y su almohada.

Blake, en un sentido romántico, estaba fuera del alcance de una marimacho.

Pero Cindy tenía un gran favor que pedirle, un favor al que había estado dando vueltas desde que se había enterado de que iba a pasar una temporada en casa.

Abrió la puerta delantera y dejó que Shep saliera fuera meneando la cola y ladrando, mientras ella se quedaba dentro de la casa, mirando cómo Blake salía de una camioneta Chevy de dos ejes vestido con una camisa blanca, vaqueros negros y unas botas carísimas.

Era un hombre realmente guapo. De esa clase que las mujeres y la chicas miran embobadas.

Había heredado lo mejor de sus ancestros alemanes y comanches. Además de ocho años de su cosecha montando en los rodeos que habían endurecido su cuerpo y le habían puesto más guapo que nunca.

Cerró la puerta del conductor y se puso las gafas de sol, haciendo que la luz arrancara destellos brillantes de su pelo negro como el carbón.

Miró en dirección a la puerta y vio a Cindy, a quien dedicó una sonrisa de infarto.

–Eh, brotecillo, ¿qué pasa? –dijo.

–No mucho –dijo Cindy sin moverse de la puerta luchando contra el deseo de correr hacia él y abrazarlo como había hecho siempre cuando era pequeña.

Pero había cumplido ya los veintidós y cambiado de actitud respecto a algunas cosas. Quería que la viera como una mujer y no como a la pequeña terca pelirroja de su adolescencia.

Blake acarició a Shep y después levantó la vista hacia Cindy.

–Bueno, ¿no vas a darme un abrazo de bienvenida?

–Claro –empujó la puerta dejando que se cerrara de un portazo tras ella y fue hacia Blake.

Mientras lo abrazaba de puntillas, disfrutó de la sensación de ser rodeada por sus brazos y sentir su aroma a colonia tan fresca como un arroyo de montaña.

Se preguntó si un abrazo de Robby Bradshaw sería igual y esperó y deseó que así fuera.

Dejó volar su imaginación. Algunos enamoramientos, como ésos que las quinceañeras tenían con las estrellas del cine o del rock, eran sólo historias para soñar hasta que alguien más accesible aparecía. Alguien a su alcance, alguien feliz de quedarse en Blossom y formar una familia. Alguien como Robby.

Mientras Blake la soltaba, los ojos de color whisky que siempre la hipnotizaban, brillaron de sinceridad mientras decía:

–Tienes buen aspecto.

–Gracias –dijo, aunque captó la diferencia entre «tener buen aspecto» y «estar guapa».

Aquello recordó a Cindy el tema que quería abordar. Todo lo que tenía que hacer era dar con el modo de deslizarlo en la conversación.

Mientras Blake se dirigía al remolque dijo:

–No tienes idea de la falta que me hacía esta paz y tranquilidad. Pienso quedarme aquí unos días de vacaciones.

–Bien –estaba contenta de que se quedara una temporada.

Anteriormente sólo había hecho breves visitas, así que dos semanas parecían una eternidad; además dispondría de mucho tiempo para lo que tenía en la cabeza.

Lo miró mientras sacaba un caballo castaño castrado, la clase de montura que un vaquero cualificado desearía.

–Es un caballo precioso –dijo ella.

–Gracias. Es uno de los mejores caballos de corte de Texas. Se llama Cutter.

Cindy acarició la cabeza del animal mientras trataba de reunir el valor suficiente para pedirle lo que quería.

–Blake, yo… querría pedirte un favor.

–Claro. ¿De qué se trata?

Aquello facilitaba las cosas Era como si se hubiera comprometido a ayudarla antes incluso de saber de qué se trataba.

–El invierno pasado, cuando Robby Bradshaw vino a casa por las vacaciones de Navidad, me encontré con él en Twin Oaks Lake donde estaba pescando y me… –ah, maldición. Robby no había pronunciado exactamente las palabras, pero, de algún modo, ella se había figurado que las iba a decir. Además su evidente interés por ella había despertado en Cindy una especie de frenesí.

Blake se puso tenso y frunció el ceño. Su mirada se endureció y dijo:

–¿Qué demonios te hizo ese tipo?

–Oh, no –dijo ella al ser consciente de que Blake podía creer que tenía que defender su honor o algo así, aunque fuera agradable saber que podía contar con él si hiciera falta–. Es sólo que… bueno, está en Colorado y se va a graduar y probablemente vamos a tener una cita pronto y … todo eso.

–¿Una cita y todo eso? –dijo Blake arqueando las cejas con gesto de hermano mayor.

Cindy dio una patada al suelo.

–Bueno, la verdad es que no tengo mucha experiencia en esto de los hombres y los romances. Tú tienes que saberlo. Así que me vendría bien un poco de adiestramiento sobre cómo actuar. Y como tú eres un experto… bueno, ya sabes, me imaginaba que serías el maestro perfecto.

 

 

Blake no pudo reprimir una sonrisa. La pequeña Cindy Lou, con su pelo rojo recogido en un moño, las mangas de la camisa de franela enrolladas por encima de los codos y una mancha negra en la pecosa nariz, estaba creciendo. Y quería qué él le explicara algunas cosas respecto a los hombres.

Cindy se cruzó de brazos y dijo:

–No te rías.

–No me río. Simplemente me alegro de comprobar que por fin estás interesada en el otro sexo. Eso es todo.

–Tú, lo mismo que todo el mundo, deberías saber lo difícil que es esto para mí. Apenas puedo recordar a mi madre, ni a mi abuela.

–Lo sé, cariño.

Tampoco había tenido muchas amigas.

Blake nunca había estado seguro de si era por lo cabezota y difícil que resultaba o porque se sentía obligada a permanecer en el rancho cerca de su abuelo. Antes de que Blake fuera a vivir con ellos, el viejo vaquero de rodeo y su nieta habían estado muy unidos. Más de una vez, Blake había sospechado que Cindy hubiera deseado ser el hijo que Tuck había perdido cuando el padre de Cindy había muerto.

No le había llevado ni cinco minutos darse cuenta de que la niña pelirroja era una auténtica marimacho. Pero podía ser porque tampoco tenía oportunidad de saber cómo se hacía una mujer.

Benjamin «Tuck» Tucker era un buen vaquero y había hecho un gran trabajo enderezando a Blake, un adolescente problemático al que su abuelo había enviado a Tumbling T. Pero no tenía ni idea sobre criar niñas pequeñas. Así que no era nada sorprendente que Cindy tuviera algo de retraso en lo que se refería a cosas de mujeres, como cocinar o coser, arreglarse o flirtear.

–Bueno, ¿qué dices? –preguntó Cindy.

Blake respondió con otra pregunta.

–¿Qué habrías hecho si no hubiera vuelto a casa?

Volvió a cruzarse de brazos.

–Me hubiera buscado la vida de una forma u otra.

No lo dudó. Cindy era valiente.

Pero Blake no estaba seguro de qué podía hacer para ayudarla, más allá de animarla a comprarse algún vestido. A lo mejor peinarse de otro modo. Ése podría ser un buen comienzo.

Cindy nunca había sido lo que se dice guapa. Pero sólo porque no hacía nada para serlo. No usaba maquillaje, perfume ni cremas. Y, al menos que él supiera, nunca se ponía nada que no fueran vaqueros o camisas de franela.

La marimacho de pueblo iba a tener que cambiar de estilo.

Por supuesto Blake no tenía ni idea de cómo enseñar a una mujer esa clase de cosas, pero Cindy era una amiga especial, lo más parecido a una hermana pequeña. Y hacer que Robby pusiera los ojos en ella significaba mucho para Cindy.

Le dedicó una sonrisa de complicidad.

–Vas a necesitar un buen cambio.

–Entonces, me vas a ayudar.

–Claro –lo intentaría… si podía y si ella le dejaba vía libre.

Le sonrió con ojos brillantes, del color del heno recién segado. Blake no se había dado cuenta antes, pero eran realmente bonitos. Y mucho más expresivos de lo que recordaba.

Cuando la vio parpadear, apreció las largas y negras pestañas. Bueno, eso era una ventaja. No iba a tener que usar ninguna de esas cosas que se echaban las mujeres.

Le miró el pelo. Siempre lo llevaba recogido en una coleta en la parte trasera de la cabeza o en un moño, como en ese momento. En algunas mujeres, ese estilo resultaba atractivo cuando se escapaban algunos mechones y colgaban sueltos.

Empezó a soltar las horquillas que mantenían el pelo recogido.

Cindy abrió los ojos de par en par y dijo:

–¿Qué haces?

–Viendo cómo te queda suelto.

Se tocó el pelo con una mano sucia.

–Está todo revuelto.

Tenía que reconocer que era así, mientras recurría a los dedos para recolocar los rizos. Pero cuando el sol empezó a arrancar destellos dorados del cabello, su mano se detuvo.

Guau. Nunca había reparado en lo abundante, lo bonito… lo brillante que Cindy tenía el pelo.

Bajó las manos. Era evidente que no tenía ni idea de qué hacer con su pelo.

–Nuestra primera parada será en la peluquería.

–Oh, no –dijo ella dando un paso atrás–. Ahí no. El abuelo me llevó un par de veces cuando era pequeña y me dieron unos tirones de pelo horrorosos. No he vuelto, me arreglo yo el pelo desde hace años.

Nadie tenía que explicarle a Blake lo testaruda que Cindy podía ser. Así que decidió jugar a su juego:

–Si quieres de verdad un cambio de imagen, tendrás que hacer algo con el pelo. Y yo no tengo ni idea de cómo enseñarte a cambiar tu estilo de peinado.

–¿De verdad crees que alguien puede conseguir que este matojo obedezca a un peine? –dijo estirando un mechón de pelo.

–Seguro –dijo sonriendo–. Podemos seguir hablando de ello en casa. Déjame llevar a Cutter al corral para que pueda estirar las patas.

–¿Te importa que te ayude?

–Claro que no. Me encanta que me acompañes. Te he echado de menos.

Y era cierto.

Cindy había sido una peste cuando era pequeña y él había llegado a vivir allí, pero se había convertido en una dulce peste. Y en ese momento, ocho años después de haberse marchado del rancho, era su obligación ayudarla a atraer la atención de Robby Bradshaw, un tipo al que más le valía tratarla bien si no quería enfrentarse a sus puños.

Blake no hubiera tolerado que nadie hiciera daño a una joven que estaba a su cargo.

Mientras dejaba a Cutter en el corral, miró a Cindy que se dirigía a cerrar la cancela. Le sorprendió observar el balanceo natural de sus pasos y la hermosa curva de sus caderas.

Años antes no era nada más que un manojo de huesos.

Pero algo había crecido dentro de aquellos vaqueros.

 

 

La cena en el rancho Tumbling T fue la habitual: algo sencillo y sin estridencias. Desde que la esposa del viejo vaquero había muerto y cocinar había recaído en las manos de Tuck, se habían impuesto las comidas sencillas que requerían poco tiempo de elaboración. Tuck era un maestro del abrelatas.

–¿Quieres más judías? –preguntó Tuck.

–No. Por mí ya es bastante –de adolescente Blake se había hartado de comida de lata, especialmente de magro de cerdo y judías, las favoritas de Tuck.

–¿Y tú, Cindy Lou? –el hombre de pelo gris agarró la sartén y la llevó a la mesa para servirle.

–No, gracias, abuelo. Me he llenado con los sándwiches.

Después de echarse una tercera ración en su plato, Tuck volvió a la maltrecha mesa de roble y se sentó.

–Me alegro de que estés en casa, muchacho.

Blake sonrió con el pecho henchido simplemente por sentarse en la mesa familiar y saber que era bienvenido.

–Es agradable estar de vuelta.

De adolescente le habían enviado a vivir al Tumbling T porque su abuelo, que había sido compañero de armas de Tuck, tenía la esperanza de que el áspero vaquero orientara a Blake de alguna manera. Y después de algunos encontronazos con Blake, eso era exactamente lo que Tuck había conseguido.

–Bueno, ¿cuál es el último chismorreo del pueblo? –preguntó Blake sabiendo que siempre pasaba algo en Blossom.

–Sólo el jaleo entre el Comité de la Feria y el Comité por la Conducta Moral.

–¿El Comité por la Conducta Moral? –preguntó–. ¿Qué es eso?

–Un grupo que monta jaleo y que cree que la gente no puede divertirse –dijo Tuck metiendo la cuchara en el plato de judías–, pero nadie va a decirme dónde y cuándo puedo beber. O en qué puedo gastarme mi dinero.

–¿Qué tienen en contra de la feria? –preguntó Blake.

Tuck tenía la boca llena así que contestó Cindy.

–Hace dos años, en la feria del condado, una gitana que adivinaba el futuro dijo a algunas personas del pueblo que se harían ricas. Después, cuando vino a la ciudad un charlatán que vendía participaciones en un negocio de bienes raíces, un montón de paisanos cegados por la codicia perdieron hasta la camisa. Pensando que los feriantes eran malos elementos, el comité organizador decidió no permitir a los feriantes colocar sus negocios en la avenida principal en la feria del año pasado. Ni qué decir tiene, la asistencia a la feria cayó en picado.

–Y la feria fue un completo fracaso –añadió Tuck.

Blake se lo podía imaginar. La gente de los secos condados de alrededor había acudido como un rebaño a la feria los años anteriores, y no sólo porque el condado de Blossom fuera húmedo y su terrazas de verano un gran atractivo, sino porque había un montón de atracciones para los niños en la avenida principal de la feria y éstos arrastraban a sus padres.

–Los fondos del condado todavía no se han repuesto –añadió Cindy.

–Qué demonios –dijo Tuck frunciendo el ceño–. El escándalo se ha vuelto tan grande e inmanejable que nadie puede poner un pie en Blossom sin verse envuelto en una discusión. Todo el mundo ha ido tomando partido y cualquier día de éstos se va a organizar una pelea.

Blake pensaba que la gente era la única responsable de sus negocios locos.

–¿Qué clase de chiflado hace caso de las recomendaciones de una adivinadora de feria?

–Algunos no tienen ni el cerebro de un mosquito –dijo Tuck mientras separaba la silla de la mesa, se pasaba la mano por el estómago y se levantaba–. Bueno, voy a dar un paseíto para bajar la cena y charlar un rato con Mary Ellen.

Blake y Cindy miraron al viejo mientras se dirigía hacía el porche, tomaba el sombrero del perchero y salía con Shep trotando a su lado.

Cindy rompió la esquina de la servilleta de papel, miró a la puerta cerrada y dijo:

–Siempre me produce tristeza verlo hacer eso. Tiene que haber querido tanto a la abuela.