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El heliocentrismo
en el mundo de
habla española

Antonio Alatorre


Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2011
Primera edición electrónica, 2011

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ISBN 978-607-16-0804-8

Hecho en México - Made in Mexico

En 2009 se cumplieron 400 años del primer uso astronómico del telescopio (1609), por el científico italiano Galileo Galilei. Para conmemorarlo, El Colegio Nacional invitó a sus miembros a colaborar en un volumen colectivo: Galileo (El Colegio Nacional, México, 2010). Antonio Alatorre participó con el artículo «El heliocentrismo en el mundo de habla española», que ahora, gracias a la colección CENTZONTLE, el lector tiene ante sus ojos. Con estas páginas, el Fondo de Cultura Económica publica uno de los últimos trabajos del profesor Alatorre. Es muy probable que algunos lectores se pregunten qué hace el filólogo en terrenos, al parecer, tan lejanos de sus intereses (por ejemplo, pocos sabrán que fue lector asiduo de la Scientific American). No hay tal lejanía: Alatorre poseyó una curiosidad universal, casi renacentista. Sus saberes eran amplios, variados y profundos; sus dos pasiones fueron la lengua y la literatura, y no hay tema que no las cruce.

En el mundo hispánico la batalla de los seguidores de Copérnico y Galileo fue larga y penosa. «¿Qué se puede esperar de un pueblo que necesita permiso de un fraile para leer y pensar?» Sin embargo, durante un periodo largo, el país europeo más avanzado en cuanto a ciencia fue España, gracias a la conjunción de los conocimientos de los musulmanes y del ansia de saber de la Europa cristiana. Alfonso el Sabio promovió varias traducciones de materia astronómica destinadas a quedar fijadas en castellano. La España del siglo XVI heredaba una brillante tradición en el campo de la observación astronómica; parecía estar preparada para recibir la revolución de Copérnico. Dos hechos cambiaron la historia: la expulsión de moros y judíos y la condena inquisitorial, en 1616, del heliocentrismo.

El recorrido es fascinante: en sus comienzos el heliocentrismo sólo fue bien recibido en España e Inglaterra. En el resto de Europa, católica o protestante, hubo fuerte resistencia para aceptar el movimiento de la Tierra, y no por razones religiosas. No fue poco mérito de los teólogos españoles el haber creado el ambiente de tolerancia y aceptación de las nuevas ideas, mientras Melanchton apostrofaba a Copérnico: «¡Admirad a ese imbécil que quiere reformar la ciencia astronómica! Pero las Sagradas Escrituras lo declaran sin lugar a dudas: ¡Es al Sol y no a la Tierra al que Josué ordenó detenerse!»

Atento a lo escrito, Alatorre advierte esa tensión, las dudas de los primeros heliocentristas, que llegaron hasta el ilustrado Feijoo. Y es que la polémica entre el geocentrismo y el heliocentrismo trascendió el ámbito científico. Mucho estaba en juego: no sólo se debatía una cuestión astronómica, sino una nueva concepción del mundo, la autoridad de los clásicos y una nueva interpretación de las Sagradas Escrituras. Un reflejo del debate y de su evolución en el mundo de habla española es la toma de partido de autores no científicos que, como letrados cultos, estaban al día en los asuntos de la ciencia de su tiempo y, consciente o inconscientemente, los divulgaban. El movimiento de la Tierra suponía la crisis de la visión tradicional del mundo físico; no sólo contradecía al sentido común y a una filosofía natural muy arraigada, sino también a toda una tópica de la poesía áurea (es el Sol, o todo aquello que con él se alegorice, el «cuarto planeta», el «planeta bermejo y andante», como lo llama Quevedo). No era, pues, sencillo dejar de lado una concepción que lo había explicado todo y que ponía al hombre como centro del universo. Después de todo, como dice el canónigo Wodka al joven Nicolás Copérnico: «Todas las teorías son sólo nombres, pero el mundo es algo» (John Banville, Copérnico).

Martha Lilia Tenorio