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Siglo XXI

Castor Méndez Paz

Pensar la psicología

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La ciencia avanza descomponiendo en partes los fenómenos más complejos y difíciles y la psicología no es una excepción en su estudio del hombre. Ese proceso de diferenciación ha de llevarse a cabo sin perder de vista que de lo que se trata es de explicar el comportamiento del sujeto como un todo dentro de un sistema natural y sociocultural más amplio del que forma parte. Solo si tenemos presente esta perspectiva, podremos evitar los excesos cometidos a lo largo de la historia de la psicología cuando cada aproximación ha tratado de convertirse en la única explicación válida que permitiría dar cuenta de todo el comportamiento, denigrando y excluyendo al resto de perspectivas y metodologías.

Con Pensar la psicología llega el momento de tomar en consideración las aportaciones de cada una de estas orientaciones sin necesidad de apostar en exclusiva por una de ellas como explicación global. No estamos proponiendo, por supuesto, una aproximación ecléctica en la que todo valga, sino trabajar en la dirección de integrar las aportaciones de las distintas perspectivas en un marco coherente sometido siempre a contrastación empírica.

Castor Méndez Paz es catedrático de Psicología Básica de la Universidad de Santiago de Compostela. Su investigación se ha centrada básicamente en la psicología del aprendizaje, y más concretamente en el aprendizaje por observación y el aprendizaje implícito. Entre sus publicaciones cabe destacar el libro Imitación y conducta humana (1996) y numerosos artículos en revistas especializadas.

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© Castor Méndez Paz, 2015

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2015

para lengua española

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28760 Tres Cantos

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Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxıeditores.com

ISBN: 978-84-323-1795-8

 

 

A Dulce, por tantos momentos compartidos reflexionando sobre estas y otras cuestiones.

INTRODUCCIÓN

Si dejásemos de lado todo lo que no está claro,

probablemente nos quedaríamos

con tautologías triviales y sin interés.

Werner Heisenberg

Conocer cómo funciona la mente ha sido desde siempre una preo­cupación de los seres humanos. De hecho no solo la filosofía, primero, y la psicología científica, más tarde, han tratado de averiguarlo, sino que la misma psicología popular parte del supuesto de que todos los seres humanos tenemos una mente y de que, en sus aspectos básicos, esta funciona de una manera parecida en todas las personas. Suponemos que todos tenemos la capacidad de percibir el mundo exterior de una manera parecida, aunque cada uno tengamos nuestro propio punto de vista; todos tenemos la capacidad de aprender, de recordar el pasado, de planificar el futuro, de tomar decisiones, de comunicarnos entre nosotros y, por supuesto, de actuar. Para atribuir mente a los demás y explicar el funcionamiento de esta partimos de nuestra experiencia con respecto al funcionamiento de nuestra propia mente ya que no podemos observar directamente el funcionamiento de la mente de los otros. Esta explicación de cómo funciona nuestra mente es limitada por cuanto solo tenemos acceso a una parte muy pequeña de nuestro funcionamiento mental, aquella que podemos experimentar conscientemente que, como tendremos ocasión de ver a lo largo de estas reflexiones, no es más que la punta del iceberg mental, cuya parte oculta a nuestra capacidad introspectiva, como sucede con los verdaderos icebergs, es mucho mayor.

La psicología, y las ciencias cognitivas en general, tratan precisamente de descubrir la organización y el funcionamiento de la mente, no solo de su parte consciente, sino de la mente en su conjunto, ya que se supone que la mente consciente es el resultado del funcionamiento de esa parte más grande a la que no tenemos acceso directo y que el comportamiento de los individuos es, a su vez, el resultado tanto del funcionamiento consciente como del no consciente. La comprensión de ese comportamiento es una de las «grandes cuestiones» que, junto con la naturaleza de la materia, el origen del universo y la naturaleza de la vida se ha planteado la humanidad desde siempre.

El pensamiento científico mejoró nuestra capacidad para entender, predecir y controlar las fuerzas naturales que hacen que nuestro mundo funcione de la manera en que lo hace. Y esto ha sido posible gracias a que ciencias, como la física, han descubierto algunos de los principios que rigen la organización y el funcionamiento de la materia que están más allá de lo que somos capaces de conocer los humanos en nuestra experiencia ordinaria. Del mismo modo, la psicología trata de entender, predecir y controlar las «fuerzas» que hacen que los organismos humanos funcionen del modo en que lo hacen, y para ello ha de ir también más allá de lo que podemos observar y experimentar directamente. Y, lo mismo que los conocimientos de la física nos han permitido liberarnos de muchas de las tiranías del medio (límites perceptivos, frío y calor, comunicación a grandes distancias, grandes desplazamientos, etc.), entender por qué nos comportamos de la manera en que lo hacemos nos permitiría liberarnos, al menos en parte, de la tiranía de los determinantes «ocultos» de nuestro comportamiento, al saber que están ahí y poder averiguar cuál es su naturaleza y, en alguna medida, poder controlarlos. El objetivo último sería llegar a conocer por qué hacemos lo que hacemos en cada ocasión, y ser capaces de entender también por qué los demás hacen lo que hacen. Ese conocimiento nos permitiría, por una parte, una mayor autonomía personal en nuestro funcionamiento y, por otra, una relación con los otros más transparente e igualitaria, ya que al poder hacerlo explícito estaríamos en condiciones de utilizarlo en nuestra relación con ellos. Se trataría de aprovechar la ciencia, en nuestro caso la psicología, como una fuente prolífica de nuevas formas de describir y entender tanto al mundo como a nosotros mismos (Gooding, 2004).

Conocer qué hacen los organismos humanos, cómo lo hacen y por qué lo hacen es el objeto de estudio de la psicología. En esto existe un consenso general entre los psicólogos. Donde, como veremos, se produce una diversidad de enfoques es en la manera de abordar el análisis y la explicación del comportamiento en las distintas situaciones en que este se produce. En primer lugar, la discrepancia se produce respecto a si el comportamiento se ha de explicar únicamente a partir de lo observable, el comportamiento mismo y las características de la situación en que este tiene lugar, sin postular la existencia de procesos internos no directamente observables que medien la relación entre ambos, o si es necesario invocar la existencia de tales procesos. Es la primera cuestión que la psicología ha de resolver. Como tendremos ocasión de ver en los capítulos que siguen, en la actualidad existe un amplio consenso con respecto a que no es posible explicar el comportamiento de los individuos sin recurrir a algún tipo de mecanismo interno de procesamiento de la información proporcionada por el entorno, ya que en una misma situación individuos distintos pueden comportarse de maneras muy diferentes en función de la interpretación que hagan de la misma. Incluso un mismo individuo puede comportarse de forma diferente en una misma situación en distintos momentos dependiendo de la interpretación que en cada ocasión haga de ella. Es decir, el efecto de la situación sobre el individuo no es directo y automático, sino que viene mediado por cómo el sujeto la percibe e interpreta, es decir, por cómo la procesa.

Una vez establecido que el sujeto no está sometido necesariamente al vaivén de las situaciones, sino que tiene un papel activo en la interpretación de las mismas y, en consecuencia, en la determinación del comportamiento a realizar en cada ocasión, la cuestión está en averiguar cómo está organizado y cómo funciona el sistema interno (cognitivo) que le permite al sujeto realizar dicha interpretación y escoger la manera de comportarse. El problema estriba en que dicho sistema no es directamente observable y solo podemos inferir su estructura y su funcionamiento a partir de lo que sí es observable, la situación y el comportamiento, por lo que el grado de indeterminación de los modelos elaborados para explicar qué sucede en el interior del individuo para que se comporte de la manera en que lo hace en una situación y un momento determinados es muy grande. Esta es precisamente la razón de que se hayan propuesto explicaciones de los determinantes internos del comportamiento de lo más diversas, desde las que se plantean sin apenas base empírica y con un carácter eminentemente especulativo y, por tanto, con muy pocas restricciones en la elaboración de modelos, como el psicoanálisis, hasta aquellas que tratan de elaborar modelos del funcionamiento mental a partir de datos empíricos contrastados, como la psicología del procesamiento de la información.

Aquí, de nuevo, surgen discrepancias sobre cuál es la mejor manera de entender los procesos (de cómputo) que tienen lugar en el interior del organismo. ¿Han de entenderse estos en términos puramente simbólicos, como plantean los modelos tradicionales de procesamiento de la información, o, por el contrario, es mejor plantearlos en términos subsimbólicos, más próximos al modo de funcionar del órgano responsable de esos procesos, el cerebro? ¿Y si el cerebro funciona de ambas maneras?

En realidad, de lo que se trata a la hora de elaborar modelos de funcionamiento mental es de tomar en consideración todas aquellas restricciones que permitan reducir el alto nivel de indeterminación de los modelos de procesamiento basados únicamente en la manipulación de símbolos y elaborados exclusivamente a partir de datos comportamentales.

Parece claro que para poder explicar el comportamiento de los sujetos humanos es necesario postular la existencia de procesos mentales. Los datos de la neurociencia indican que el órgano en el que tienen lugar estos procesos es el cerebro. En consecuencia, cualquier modelo de funcionamiento de los procesos mentales ha de anclarse tanto en la conducta a la que esos procesos dan lugar como en las propiedades estructurales y funcionales del cerebro en el que los procesos se realizan.

Pero tampoco podemos perder de vista que el cerebro no funciona de manera aislada, sino que forma parte de un cuerpo en permanente interacción con el mismo y, a través de él, en permanente interacción con el mundo circundante. Es necesario, por tanto, tener en cuenta también el papel del cuerpo y el del entorno que le rodea como elementos fundamentales para anclar y establecer restricciones a los modelos cognitivos. No en vano cuerpo y cerebro-mente forman una unidad como resultado de la evolución en un largo proceso de acoplamiento con el medio. Creemos que llamar la atención sobre esta necesidad es una aportación fundamental de quienes plantean que la cognición ha de considerarse desde la perspectiva encarnada y situada.

Y, si tenemos en cuenta que los humanos estamos situados en un entorno sociocultural, no es posible pensar en una psicología que trate de explicar el comportamiento de las personas prescindiendo de la contribución que la sociedad y la cultura hacen a la conformación de la mente. El contenido de nuestras representaciones del mundo y el modo de actuar en él vienen determinados en gran medida por las representaciones y las reglas de actuación de la cultura, si bien no hemos de perder de vista que estas se incorporan a la mente en el marco establecido por las restricciones que impone la estructura y el modo de funcionamiento del cerebro y el cuerpo, de los que en ningún caso, por mucho que queramos, podemos escaparnos.

Esta interrelación entre los determinantes biológicos y los determinantes culturales del funcionamiento mental puede entenderse mejor si tenemos en cuenta la distinción que la psicología ha llegado a establecer entre los dos modos de funcionar de la mente: un modo implícito, no consciente y automático, y otro explícito, consciente e intencional. El modo implícito sería el modo inicial de funcionamiento «de serie», resultado de la selección natural de un cerebro que forma parte de un cuerpo con sus modos específicos de interactuar con el mundo. Pero también formaría parte de ese modo de funcionar implícito aquella parte de la cultura que el sujeto va incorporando a su sistema de conocimiento y a su modo de funcionar, por el mero hecho de estar y actuar dentro de una cultura determinada. El lenguaje sería el ejemplo más claro de herramienta cultural incorporada al modo de funcionar de serie de los sujetos humanos. Pero también lo serían otras muchas habilidades, como, por ejemplo, la lectura y la escritura, la utilización de los números y la medida del tiempo (Pozo, 2001).

Pero la cultura, además de proporcionarnos la posibilidad de incorporar a nuestro funcionamiento de serie esas habilidades, nos proporciona también formas y contenidos de representación compartidos socialmente que podemos manejar de forma explícita, consciente e intencional, tanto para representar el mundo y representarnos a nosotros mismos, como para comunicarnos con los demás. Somos sujetos de acción, pero también de conocimiento, con contenido y con conciencia. Somos conscientes de muchos aspectos del mundo, pero también podemos ser conscientes de las representaciones que elaboramos de ese mundo y, al ser conscientes de ellas, podemos manejarlas como objetos de representación. No estamos limitados a manejar los objetos del mundo, sino que podemos manejar las representaciones de esos objetos e incluso las representaciones de las representaciones. Esto posibilita construir nuevos mundos en forma de representación mental, pero también hacerlos realidad en la medida en que las limitaciones físicas del mundo, las que establece la sociedad y las que nos impone nuestro propio cuerpo nos lo permiten. Podemos considerar que la característica fundamental de la mente humana, que la diferencia del resto de los animales y de los sistemas de cómputo artificiales, es esa capacidad de conocer sus propias representaciones y de ese modo poder actuar sobre ellas y guiarse por ellas.

La tesis que trataremos de defender en las reflexiones que siguen es, precisamente, que cualquier modelo que trate de explicar el comportamiento humano ha de partir del análisis del propio comportamiento, ha de tener en cuenta la organización y el funcionamiento del cerebro, la contribución del cuerpo tanto a la cognición como al comportamiento y la organización y el funcionamiento del medio en el que ese comportamiento tiene lugar. No será posible llegar a comprender el comportamiento humano si falta alguno de esos componentes. Somos conscientes de que lo que estamos proponiendo es una tarea de una enorme complejidad, por lo que no puede abordarse toda ella de golpe y al mismo tiempo.

La ciencia avanza descomponiendo en partes los fenómenos complejos difíciles de abarcar de una vez en toda su extensión y la psicología no es una excepción. Entendemos que ese proceso de diferenciación ha de llevarse a cabo sin perder de vista que de lo que se trata es de explicar el comportamiento del sujeto humano como un todo dentro de un sistema natural y sociocultural más amplio del que forma parte. Tener presente esta perspectiva permitiría evitar los excesos cometidos a lo largo de la historia de la psicología cuando cada aproximación ha tratado de convertirse en la única explicación válida que permitiría dar cuenta de todo el comportamiento, denigrando y excluyendo a las demás también de manera absoluta. Pasó con el conductismo respecto a la psicología de las estructuras y las funciones mentales; pasaría luego con la psicología del procesamiento de la información con respecto al conductismo y, en alguna medida, sigue pasando actualmente: el conexionismo frente a la aproximación simbólica tradicional; la aproximación desde los sistemas dinámicos y la cognición encarnada y situada frente a los demás.

Creemos que es hora de tomar en consideración las aportaciones de cada una de estas orientaciones situándolas en el lugar que les corresponde, sin la necesidad de apostar en exclusiva por una de ellas como explicación global. No estamos proponiendo, por supuesto, una aproximación ecléctica en la que todo valga, sino trabajar en la dirección de integrar las aportaciones de las distintas perspectivas en un marco coherente sometido siempre a contrastación empírica. La explicación del funcionamiento de los sistemas complejos ha de abordarse desde múltiples perspectivas y niveles. El sistema cognitivo es posiblemente el sistema más complejo que podemos conocer, no solo por su complejidad intrínseca, sino también porque es él mismo el que puede hacer posible dicho conocimiento.

No debemos olvidar que, como hemos dicho, de lo que trata la psicología es de explicar los comportamientos. Por tanto, es imprescindible partir de un análisis adecuado de estos y de las circunstancias en que cada uno de ellos tiene lugar. Pero este análisis se quedaría en un nivel puramente descriptivo de las regularidades observadas, y la psicología pretende ir más allá. Pretende explicar por qué un sujeto en cada situación manifiesta un tipo de comportamiento determinado y a partir de ahí poder predecir cómo se comportará en el futuro en ese tipo de situaciones. Para ello necesitamos entender cómo procesa el cerebro la situación correspondiente, teniendo en cuenta que dicho procesamiento se realiza en parte en términos subsimbólicos, implícitos o inconscientes, y en parte en términos simbólicos, explícitos o conscientes, y que en realidad lo que el cerebro procesa es la información que le llega a través del cuerpo del que a su vez dependen también los comportamientos. Y, al mismo tiempo, hemos de tener en cuenta que ese cuerpo con ese cerebro no está solo en el mundo, sino que forma parte de una sociedad con una cultura determinada.

En definitiva, el comportamiento de cada individuo está siempre situado en el aquí y ahora, pero con capacidad para abstraerse del presente y viajar hacia el pasado en el recuerdo y proyectarse hacia el futuro en la imaginación, y ello gracias a su capacidad de manejar representaciones internas y externas. Se trata de un comportamiento de fondo casi mecánico, automático, sin necesidad de control consciente permanente por parte del sujeto, pero que, al mismo tiempo, no está totalmente fuera de control, ya que en cuanto las cosas no van como se esperaba salta la alarma y el sujeto puede tomar el control de la situación. La evolución de la especie humana y el desarrollo de cada individuo consiste precisamente en avanzar hacia la mejor combinación posible de automatismo y control: automatismo para lo rutinario (mayor eficiencia y liberación de recursos) y control para las situaciones nuevas (mayor flexibilidad). Pero hemos de tener en cuenta que una combinación adecuada de ambos modos de funcionamiento no es una consecuencia natural de estar simplemente en el mundo. Requiere un entrenamiento explícito largo y exige esfuerzo. Pensar siempre supone esfuerzo. Pero, como toda habilidad, y pensar lo es, puede convertirse en un hábito como resultado de una práctica sistemática, requiriendo cada vez un esfuerzo menor.