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Siglo XXI

Paul Strathern

James Joyce

en 90 minutos

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

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En su Ulises, obra clave del modernismo, Joyce hizo añicos las convenciones realistas de la novela burguesa. Creaba un realismo completamente nuevo a partir de la psicología freudiana, el arte de Picasso, la física de Einstein, la música de Stravinsky, la filosofía de Wittgenstein, reflejando las maneras absolutamente novedosas en que la humanidad comenzaba a entenderse y a comprender el mundo que la rodea. El monólogo interior joyceano escandalizó, pero era el arte del futuro. El siglo xx había dado con su voz.

En Joyce en 90 minutos, Paul Strathern nos ofrece un relato tan conciso como experto sobre la vida y obra de Joyce, y explica su influencia sobre la literatura y la lucha del hombre para entender su lugar en el mundo. El libro incluye asimismo una cronología de su vida y época, así como lecturas recomendadas para quienes quieran saber más.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y literatos de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento, los descubrimientos y la obra de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

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Título original

James Joyce in 90 minutes

© Paul Strathern, 2005

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2016

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1843-6

Introducción

La obra de James Joyce es uno de los iconos del modernismo, un movimiento cultural que se impuso en Europa y las Américas en las primeras décadas del siglo xx. A finales del siglo xix, todas las formas de arte occidental habían madurado y alcanzado cierta sofisticación, fiel reflejo de la sociedad en la que habían nacido. Pero, al recubrirse de tan civilizado barniz, la sociedad dominada por la burguesía se había vuelto rígida, seria e hipócrita. Los elementos inaceptables de la conducta humana, como nuestra sexualidad primitiva, los instintos agresivos y las perversidades de nuestra imaginación se barrían bajo la alfombra. La sociedad empezaba a asfixiar los impulsos que habían dado lugar a la creación dinámica.

Sigmund Freud publicó La interpretación de los sueños en 1899. En él describía el subconsciente como un pozo de irracionalidades desagradables latentes bajo la superficie de la vida cotidiana; el arte no tardó en mostrar esos impulsos. Picasso pintó su estridente y terrorífico retrato denominado Las señoritas de Avignon, en el que aparecen un grupo de mujeres desnudas, cuyos contornos han sido horrible y grotescamente deformados. Esto le llevó a pintar en un estilo cubista, que fragmentó para siempre las formas de ver el mundo, más realistas e impresionistas, de estilos anteriores de Europa occidental. Curiosamente, la naturaleza relativista de los objetos de las pinturas cubistas tenía un paralelo en la teoría de la relatividad, propuesta por Einstein hacía poco, que causaría una revolución en el mundo de la ciencia. Seis años después, en 1913, el mundo de la música sufrió una convulsión parecida cuando se representó La primavera de Stravinsky, cuya estridente falta de armonía y primitivismo rampante provocaron tumultos durante su estreno en París. Había nacido el modernismo en el mundo del arte.

Todo esto se hundió en el cataclismo que estremeció a Europa tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Las naciones más grandes de Europa, antaño estables y prósperas, se enzarzaron en una guerra interna que destrozó para siempre a sus petulantes y estables sociedades. En medio de esta contienda, una de las naciones mayores, Rusia, sucumbió a una revolución que se había propuesto la creación de una sociedad comunista totalmente nueva. Tras cuatro largos años de guerra, el mayor Imperio europeo de la época, el austro-húngaro, sencillamente se colapsó, fragmentándose en una serie de Estados-nación.

Durante este prolongado periodo de revoluciones artísticas y sociales, algunos escritores habían comenzado a escribir obras que llevaron el modernismo a la literatura y la filosofía. Es una extraña coincidencia que varias de las grandes obras del modernismo literario se publicaran en 1922, que pasó a conocerse como el annus mirabilis de la nueva era. El poeta estadounidense, T. S. Eliot, que por entonces vivía en Gran Bretaña, publicó su poema épico, La tierra baldía, una obra que expresa una desesperación sofisticada pero modernista. Ese mismo año se publicó el Tractatus logico-philosophicus del filósofo austriaco Wittgenstein, que introducía toda una nueva forma de filosofía, cuya claridad y precisión lógica desgarraba lo más hondo de una filosofía previa mucho más pesada. Pero no cabe duda de que la obra más trascendental del modernismo publicada ese año fue Ulises, de James Joyce. Nunca se había escrito algo así. Las convenciones realistas de la novela burguesa moderna se disolvieron para siempre en una plétora de estilos que clamaban, todos ellos, ser realistas de una forma totalmente nueva, reflejando de un modo totalmente novedoso la forma en que la humanidad se veía a sí misma y al mundo que la rodeaba. Lo más característico de la técnica estilística de Joyce es su «monólogo interior», con el que refleja todos los pensamientos, ideas, fantasías, impulsos y oscuras imaginaciones que pasan por la mente humana. Era el anárquico inconsciente de Freud captado en forma literaria, y su chocante autenticidad y realismo provocarían indignación. Los lectores se enfrentaban a un espejo que reflejaba sus pensamientos e hipócritamente decidieron que no les gustaba lo que veían. Eran los impulsos humanos más bajos convertidos en arte. Pasó cierto tiempo hasta que la obra de Joyce, sorprendente por su inventiva y originalidad, se considerara arte. Como otras obras seminales del modernismo, era el arte del futuro. James Joyce dio voz al siglo xx refiriéndose a sí mismo como «la voz de la vergüenza».