el-hombre-que-se-perdio-a-trozos.jpg

EL HOMBRE QUE SE PERDIÓ A TROZOS

Jesús Ballaz

EL ABRIGO VACÍO DE OCUPANTE

En el exterior de la taberna La Botella Verde había aparecido un día ya lejano, tirado en el suelo, un oscuro y mugriento abrigo. Cualquiera que lo hubiera mirado con atención hubiera pensado que escondía algo inquietante, un misterio.

La raída prenda ya no conservaba el calor ni las huellas de aquel al que perteneció, a quien ni siquiera el detective Elipio Lipe se atrevía a recordar en público. «Hay recuerdos para enterrar y otros para tenerlos a la vista», sentenciaba a veces.

Fuera por lo que fuese, el hecho es que ni Giga ni Olga, los dueños del bar, ni ningún cliente osaban a tirarlo a la basura. Y allí permanecía, como testigo mudo de un pasado oscuro.

Igual que las setas sobre los troncos podridos, sobre el viejo gabán empezaron a florecer historias que corrían de boca en boca por todo Olabe. Muchas eran fantásticas; otras estaban llenas de humor, y no pocas, por fin, cargadas de maledicencias.

En la bonita ciudad costera de Olabe pasaban muchas cosas corrientes. Por ejemplo, pasaba un río por debajo de los puentes. Por ese río, cercano a la taberna, entraba el viento de la tarde, salían las nieblas de la mañana, y subían y bajaban los salmones a todas las horas, porque no tienen horario fijo. Por sus aguas abiertas al océano llegaban también las historias, que se conocían antes en las tabernas de las dos orillas que en las emisoras que dan las noticias, casi siempre malas.

La pequeña ciudad, tendida entre el verde de las colinas y el azul del mar, era recogida y espléndida. Al ver las plazoletas y los hermosos parques llenos de flores y frondosos árboles, los viajeros que la visitaban mostraban su admiración y su envidia.

Pero muchos de sus habitantes no sabían que era tan bonita. Sólo conocían el trayecto que iba de su casa al taller, y de aquí, a las calles pobladas de bares. Para ellos, Olabe era una población sin encantos, lluviosa, oscura y violenta, en la que solo brillaban los adoquines, la sidra, los rojizos vinos, y las historias y canciones de taberna.

En la oscura ciudad también pasaban cosas extrañas que nadie acertaba a explicarse. La que he recogido en este libro cuenta la vida de Marcial, un hombre que habitó dentro un viejo abrigo, mientras se iba perdiendo a trozos. ¡

El lector verá si puede dar crédito a esta versión que a mí me parece verídica. Pero esté seguro de que, en ese barrio de la margen izquiera del río, de grises y húmedos bares, podían pasar estos y otros muchos extraños sucesos. O, al menos, allí se contaban como si fueran reales. ¡Y nunca faltan oídos que los escuchan, si la palabra es viva y las narraciones que se cuentan son emocionantes!

* * *

Una noche de invierno, un hombre llegó a Olabe. Se dirigió a La Botella Verde sin titubeos y entró en ella. Los humos de los fumadores hicieron que su llegada pasara inadvertida. Nadie volvió la cabeza.

Después, todos se mostrarían convencidos de que había llegado por el río; aunque unos dirían que había bajado de las montañas, y otros, que había venido del mar.

En aquella taberna tanto recalaban pescadores que navegarían hacia el infierno de Terranova, como contrabandistas que se dirigían a la frontera o los leñadores que iban a talar árboles.

El hombre tenía un rostro envejecido y pálido, casi artifical, y una mirada metálica que apenas se adivinaba tras la bufanda. Todo él, no sólo sus manos enguantadas, estaba dominado por un ligero temblor que trataba de disimular.

Giga y su mujer se parapetaron tras el mostrador como queriendo ignorar su presencia. ¿Les recordaba a alguien?

De los pocos que se fijaron en él, más de uno se hizo a un lado en un primer momento, porque el viajero tenía algo que inquietaba, que incluso daba miedo. Los que poco después le admitieron en su corro, se atrevieron a preguntarle quién era y de dónde venía, pero él contestó misteriosamente:

-¡Y qué más da, si he cambiado de vida!

Se adivinaba que al hombre le resultaba penoso recordar su vida anterior. Pero después de algún titubeo, pidió un vaso de vino, que ni siquiera probó, miró hacia el mar, y empezó a contar la historia más extraña que se haya contado nunca en La Botella Verde, y que después otros repetirían de mil maneras...

-Ocurrió hace mucho tiempo aquí mismo. Y quizás también en otras tabernas cerca de este río que no cesa de bajar...

Echó un carcajada, miró al fondo de su memoria y añadió enigmáticamente:

-¿Y qué importa dónde pasó lo que pasó? Bueno, si ocurrió aquí mismo, alguno de vosotros tendría que acordarse... Es la historia de Marcial, el hombre que se perdió a trozos.