Con mucho cariño a Conchita Vegas,
siempre amable y sonriente,
singular colaboradora de NARCEA,
que ha descansado en la paz del Señor
mientras escribía las páginas de este libro.

SIGLAS Y ABREVIATURAS

AHIT = Archivo Histórico de la Institución Teresiana, Madrid y Roma

BA = Boletín de la Academia de Santa Teresa de Jesús de Linares

BAT = Boletín de las Academias Teresianas, Jaén

BIT = Boletín de la Institución Teresiana, Madrid

CEA = Cuadernos de Emma Álvarez

CF = Cuadernos con temas de Formación, en el Archivo Histórico de la Institución Teresiana, fondo IV

CM = Cuadernos con apuntes marianos escritos por Josefa Segovia

CTM = Cuaderno de Teresa Montes

CVI = Cuadernos de Visitas de Inspección a las Escuelas Nacionales escritos por Josefa Segovia

DIT = Diario de la Institución Teresiana escrito por Josefa Segovia

DP = Diario personal de María Josefa

DVJ = Diario del viaje de Josefa Segovia a Jerusalén en 1955

Exp. = Exposición oral

Art. cit. = Artículo citado

Op. cit. = Obra citada

Para aligerar el aparato crítico hemos procedido de este modo:

— Las citas que no llevan otra referencia corresponden al Diario de la Institución Teresiana o a las notas personales de María Josefa de la fecha que se indica.

— Los testimonios de contemporáneos se citan por la fecha y solamente la primera vez que se toma algún fragmento de ellos.

— Cuando no se indica otro lugar, el documento se halla en el Archivo Histórico de la Institución Teresiana.

PRESENTACIÓN

“La biografía… es lo más humano de la historia ”, escribía Pedro Poveda en 1915 refiriéndose a la vida de Cristo, al crucifijo en concreto, y desde esta misma perspectiva queremos presentar esta serie de biografías, Mujeres en la Historia, que comienza por la de su “hija más hija”, como ella se llamaba a sí misma, María Josefa Segovia Morón.

Decía él que en la mirada a Jesucristo se une “lo intelectual, lo ético y lo estético”, ¿y por qué no pensar que, mirando la vida de unas personas que han participado de la vocación a la Institución Teresiana fundada por él, podemos también nosotros experimentar esa misma sensación? Porque la elaboración de una biografía supone, de hecho, un serio y profundo trabajo intelectual: la búsqueda y estudio de la documentación que aporta los datos; el tratamiento metodológico adecuado de los mismos; y la explicación histórica que los articula de modo que lleguemos a comprender la trayectoria vital de la persona. Además, elaborar una biografía no es solo recorrer una serie sucesiva de acontecimientos externos ocurridos a alguien; es encontrarnos con las motivaciones de los mismos, con las actitudes o acciones éticas que los sustentan, percibir el porqué de determinado modo de ser o de actuar. No cabe duda, además, de que en cada persona existe la impronta del creador, y que, en el entramado de momentos dolorosos y gratos; entre las luces y las sombras de todo devenir humano; entre los gustos y los disgustos que siempre conlleva la existencia, emerge la extraordinaria belleza de la inconfundible acción de Dios. Lo intelectual, lo ético y lo estético unido no solo en la mirada a Cristo crucificado, sino también contemplando a estas personas que seguramente desearon con toda su alma ser “crucifijos vivientes” y que más de una vez, sin duda, escucharon y repitieron esta expresión povedana.

Comienza esta colección de biografías, acabamos de decir, con la de María Josefa Segovia. Existen otros estudios biográficos sobre ella, y seguramente también los habrá de quienes sean biografiadas después. Lo que ahora se pretende es ofrecer una colección que presente la vida de las personas con la amplitud requerida por un serio y profundo trabajo de investigación histórica en el que las afirmaciones, documentadas, respondan a la verdad de los hechos, aunque en razón de la brevedad que también se pretende, no abunde el aparato crítico que puede encontrarse en la bibliografía a la que en cada caso se alude. Pretendemos que sea una colección de libros manejables, ágiles, gratos, de fácil lectura, destinados a todos los públicos, y deseamos que cada persona pueda encontrarse con la biografiada; que perciba su identidad y pueda sintonizar, sentirse interpelada o dialogar con quienes le han precedido en el tiempo.

“Mujeres en la Historia”. Hace años presentamos unos materiales audiovisuales sobre las personas que estaban comprometidas con la Institución Teresiana el día 11 de enero de 1924, cuando esta fue aprobada a perpetuidad por el papa Pío XI. Eran treinta y tres, incluidas las dos que después se desvincularon, más Antonia López Arista que ya había fallecido en esa fecha, y son las que ciertamente comenzaron esta “Obra de Dios”, como la solía llamar el padre Poveda. Ahora no nos vamos a ceñir a este criterio, pero sí podemos afirmar que todas ellas, mujeres impregnadas por el carisma teresiano, cuya existencia se ha desarrollado dentro de los cien años de vida con que cuenta esta Institución, todas, empezaron y vivieron una aventura vocacional nueva, inédita, distinta en lo peculiar unas de otras, pero iguales en cuanto pioneras de un modo de ser y de estar en la Iglesia y en el mundo, y también iguales en cuanto a la fidelidad y al entusiasmo con que cada una desarrolló su peculiar modo de ser.

María Josefa Segovia Morón, que encabeza esta serie, y Antonia López Arista, que también formará parte de ella, fueron las primeras que el día 28 de agosto de 1917 en Linares (Jaén), se comprometieron por completo y de modo definitivo con la Institución Teresiana.

Esta Institución acababa de ser aprobada en la diócesis de Jaén por medio de un decreto de su obispo, fray Plácido Ángel Rey Lemos, fechado el 16 de julio, y también había sido reconocida civilmente por el gobernador de la provincia el día 25 de agosto. El 26 tuvo lugar en Jaén la solemne promulgación del Decreto y de los primeros Estatutos de la Institución Teresiana en base a los cuales había recibido esta Obra su aprobación eclesiástica y civil, y seguidamente formularon su compromiso, en diversos modos y categorías, sus primeros miembros. Dos días después, el 28 de agosto, se repetía el acto de la promulgación en Linares y se comprometieron de modo definitivo las dos personas aludidas. Sirva esta colección, que iniciamos en fecha tan significativa, de celebración centenaria de estos actos y de homenaje al fundador, a estas y a todas las personas que comenzaron esta andadura fiadas por completo en la providencia de Dios.

Ellas, y las demás, mujeres jóvenes, audaces, entusiastas, empezaron un camino a lo largo de este siglo de historia; un camino que convocó y se ha ido ensanchando hasta cruzar países y continentes. Deseamos ahora que el testimonio de sus vidas sea también hoy convocatoria amplia, generosa y comprometida en este hermoso y actualísimo carisma que es la Institución Teresiana de san Pedro Poveda.

MAITE URIBE BILBAO
DIRECTORA GENERAL DE LA INSTITUCIÓN TERESIANA

Madrid, 29 de marzo de 2017

INTRODUCCIÓN

“Agradaba al Señor bendecir a su pueblo”, leemos en el libro de los Números (24,1), y por eso al profeta se le abrieron los ojos, lo vio y comenzó a hablar. Dijo palabras de bendición: “Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente” (24,6-7). Hermosas metáforas para bendecir las moradas de los elegidos de Dios. “¡Bendito quien te bendiga!” (24,9).

Hablando o en silencio, pero siempre con un gesto amable y acogedor, María Josefa también vio y bendijo con generosidad; trasladó a muchas personas la bendición del Señor y ellas se supieron bendecidas, sintieron sobre sí palabras o gestos que anulaban distancias y recreaban el pensar y el querer. María Josefa supo comunicar, haciéndolo nuevo desde su propio ser y su peculiar estilo, lo que ella misma había visto y había recibido.

Las palabras del hoy san Pedro Poveda cuando en 1913, en Jaén, se acercó a la casa de los Segovia fueron de bendición y de súplica. También él tenía los ojos abiertos y supo ver en profundidad: vio lo de cerca y vio a lo lejos; ante él brilló un presente y se esbozó un luminoso futuro. Desde entonces, la vida de María Josefa se articuló en tres etapas bien definidas, las tres de duración semejante: poco más de veinte años cada una.

Cuando en el domicilio familiar aquel 16 de octubre vio por primera vez al padre Poveda, acababa de cumplir, el día 10, veintidós años de edad, años en los que había visto crecer su familia, había estudiado, se había enamorado y estaba a punto de alcanzar un título académico de nivel superior. Pocos días después, los ojos de su corazón percibieron con intensa claridad que la había bendecido un hombre de Dios. La asomaron a la historia de él y desde entonces vio que en ella “estaba todo hecho”.

María Josefa se quedó en la Obra Teresiana, apenas iniciada por don Pedro, y comenzó una etapa, que se prolongó casi veintitrés años más, en la que vio aumentar y consolidarse esta Obra, y se vio crecer y madurar a sí misma. Etapa variada y fecunda, en la que se alternaron alegrías y sufrimientos, gozos muy intensos y penas muy hondas, pero siempre con la mirada articulando origen, presente y futuro, y siempre con la bendición amable y cercana del fundador.

“¿Qué será de los que tanto amamos?”, era su grito de no sabía qué mientras, primero en Ávila y después en Salamanca, se preguntaba por lo que estaría pasando al otro lado del frente de batalla en aquel julio-agosto de 1936. El padre Poveda había visto precipitarse los acontecimientos y, con un libro sobre Los primeros cristianos en la mano, había pedido a María Josefa que se alejase de Madrid. La noticia del martirio del fundador en la madrugada del 28 de julio, le llegó a ella el 24 de agosto. Se inició entonces una última y definitiva etapa de veintiún años más, hasta el 29 de marzo de 1957, etapa en la que desplegaría un enorme abanico de fe y confianza, de proyectos y decisiones.

Los dos picos de esta biografía son la noche del 26 al 27 de octubre de 1913 en Linares (Jaén), cuando, convencida de que “este señor [el padre Poveda] debe ser un santo”, vio la hondura y la magnitud de la vocación con que estaba siendo llamada, y la mañana de ese 24 de agosto de 1936 en Salamanca cuando, al leer la carta que le llegó desde Badajoz con la noticia de su martirio, vio de repente en sus manos la Obra que el fundador le había dejado “sin palabras”.

Situada en tan desconcertante presente, su reacción fue ver con luz nueva el camino recorrido y atisbar un horizonte plenamente coherente con él. No tardó en manifestarlo con toda claridad. Así se dirigía a los miembros de la Institución Teresiana en su carta de 4 de septiembre del mismo año 1936:

“No quiero haceros una ofensa como sería la de manifestar ante todas la compenetración con la doctrina de nuestro santo Padre, ni la identificación con su espíritu. Y sería un agravio porque estas manifestaciones mías supondrían en vosotras desconocimiento de una historia muy larga y gloriosa que tiene nuestra Obra. Bien sabido es de todas que yo fui la hija más hija que tuvo nuestro Padre; que no fui para la Institución una Directora General, como se me llamaba, sino su hija, su secretaria, su confidente, el instrumento de que se valía para realizar su Obra. Él pensaba y yo compartía con él la ejecución del trabajo; con él leía y despachaba el correo; tratábamos juntos los asuntos más graves y los más livianos; meditábamos, leíamos... y siempre en relación con la Obra. Nuestro Padre enseñándome; yo aprendiendo. Y así, una vida larga y fatigosa, de organización y de pruebas, de gozos y dolores muy amargos. Ahora, desde el cielo, con la gloriosa corona del martirio, seguirá gobernando su Obra y llevando de la mano a su hija. No tengáis miedo de que me aventure a dar una disposición sin haber antes tomado su consejo. ¡Conozco tan a maravilla su pensamiento!”.

Es, quizás, este su texto autobiográfico más denso de contenido, más profundo, más sintético, más emotivo y más cargado de sentimientos. Ante sus ojos abiertos se agolpó un pasado transido de una única experiencia explicativa de todas las demás y, como el profeta que se alzó sobre sí mismo para bendecir al pueblo amado de Dios, vislumbró un futuro cobijado por la bienaventuranza de la fidelidad.

No son pocas las personas, como veremos, que destacan la mirada de María Josefa; sus grandes, bellos y penetrantes ojos negros, capaces de adivinar, de hablar y de escuchar. En esta biografía vamos a centrar, pues, la atención en su capacidad de ver: de ver su contexto cercano y de ver más allá; en lo que ella vio, lo que percibió y lo que motivó su modo de actuar.

¿Qué pretendemos, en realidad? Pretendemos dejarnos mirar y bendecir por la mujer de los ojos abiertos y ser capaces de mirarla a ella de frente, sin temores ni recelos, sin miedo, con valentía, de modo que se genere una relación personal. Si vale la comparación, como la miró el padre Poveda, como la miraron sus contemporáneos.

Usamos con frecuencia el testimonio. Quiere esto decir que trascendemos su cronología concreta y la documentación que contiene y ampliamos su historia hasta nosotros por medio de quienes la conocieron y nos la han transmitido. Ellos sintieron la mirada de María Josefa y la miraron a ella: se encontraron. La finalidad de estas páginas es que también nosotros podamos ser testigos de sus ojos abiertos hacia nuestras personas y nuestro presente y que sepamos abrir los nuestros para percibirla en su verdadera realidad; que nos hayamos encontrado con María Josefa y que la sepamos transmitir.

Hacemos también uso frecuente de sus palabras, de sus exposiciones orales sobre acontecimientos personales o de la vida de la Institución Teresiana, lo cual aporta el dato de qué hechos seleccionó, cómo los interiorizó y de qué modo los transmitió. Con frecuencia se repite sobre los mismos temas. ¿Por qué? Nos encontramos así en un entramado de suceso-acogida-interpretación-transmisión que genera un diálogo entre ella y nosotros, como receptores. Por una parte, emerge lo que quiso decir y por otra, al interiorizar y escuchar nosotros su mensaje, nos obliga a recrearlo. En este cruce de miradas: ella hacia nosotros y nosotros hacia ella, se inscribe la narración de esta biografía.

Comenzamos situándola en su tiempo, un verdadero cambio de época que desembocó en la modernidad, y articulamos después su biografía en las tres grandes y similares etapas en cuanto a su duración que acabamos de esbozar.

Para acercarnos más a su persona, adjuntamos una breve Antología de escritos suyos de diferentes épocas y de variados géneros y contenidos: un artículo del Boletín de las Academias, de 1918, que la delata como buena y actualizada educadora; una carta a una persona diez años después, en la que se revela su acrisolado talante de mujer de ojos abiertos y profunda fe; unas consideraciones espirituales de 1943 en las que deja percibir su personal e íntima relación con Dios; la presentación de una nueva revista en 1954 que pone de manifiesto hasta qué punto se interesó por la ciencia y animó a estudiar, y las páginas finales de su diario personal en marzo de 1957, verdadero testimonio de su actitud ante la muerte que ya veía llegar.

No vamos a detenernos en referencias bibliográficas y notas; remitimos para ello a la publicación Pasión por la santidad. Biografía de María Josefa Segovia (BAC 2006), voluminoso libro minuciosamente documentado. Señalamos la fecha de los testimonios solamente la primera vez que los citamos, entendiendo que las sucesivas, si no se dice otra cosa, responden al mismo documento. En cuanto a sus exposiciones orales, sí señalamos la fecha y el lugar donde se encuentran, normalmente en los cuadernos de los cursos de formación (CF), o de algunas personas indicadas por sus iniciales, que guarda el Archivo Histórico de la Institución Teresiana (AHIT).

Hemos simplificado en esta publicación el aparato crítico, que está al alcance de todos en la biografía citada, porque preferimos recrearnos sencillamente con una nueva y profunda mirada a la Venerable Sierva de Dios, como cordial homenaje a la que en los días 26 y 28 de agosto de 1917, hace ahora cien años, se comprometió con la Institución Teresiana en entrega completa al Señor.