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Si me quieres, dímelo...

Diego Alejandro Jaramillo

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Si me quieres Dímelo

ISBN papel: 978-9942-907-93-6

ISBN ebook: 978-9942-758-01-9

No. Derecho de Autor: 048997

© CODEU

© Autor: Diego Alejandro Jaramillo

Editorial © CODEU - www.codeu.org.ec

Fecha de publicación: Julio 2016

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Índice

Prólogo 5

A modo de pretexto 11

Preludio 13

La familia es nuestra primera escuela de amor 15

El compañerismo 21

La amistad 24

“Trece líneas para vivir” 28

El enamoramiento 29

El noviazgo 46

Hasta que la muerte nos separe 59

Matrimonio y educación 72

¿Y los hijos? 75

Etapas críticas en el matrimonio 90

Causas de conflictos 98

¿Y si llega la crisis? 100

Sobre suegras y nueras… 103

Dímelo… 109

Última recomendación 111

Bibliografía 114

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Prólogo

El amor es tan importante que basta con decir que es una de las fuerzas que mueven el mundo. Hesíodo, en su Cosmogonía, dice que en el principio existió el Caos. Y luego la Tierra, asiento firme de los Inmortales que habitan el Olimpo. Y, en lo más profundo de la Tierra, el sombrío Tártaro. Y Eros, el más bello entre los dioses, el que somete la mente y la conducta prudente de dioses y hombres.

Diego Jaramillo, en este segundo libro sobre el Matrimonio,

escribe fundamentalmente acerca del amor. Y además lo hace, para mi regocijo, con la sencillez, ternura y claridad de una persona

enamorada que conoce con integridad y armonía la consistencia del arte de amar.

Cuando se comienza a leer el texto, deseas no parar porque su

lectura es rápida, sugestiva y marinada de anécdotas de la vida real. Sucesos vividos, amados, queridos, sufridos, reídos; descubiertos,

interiorizados e incorporados a la esencia personal, de la que siempre han formado parte.

Sabemos por experiencia que es el amor el que mejor hace vibrar las fibras profundas del ser humano. Platón, en El Banquete, constata

que estamos hechos para la belleza, e intuye que la belleza es una llamada de otro mundo para despertarnos, desperezarnos y rescatarnos de la oscuridad de la caverna en la que vivimos.

La antropología nos dice que cualquier hombre, nunca ve a los demás como cuerpos neutros, sino como personas con una riqueza subjetiva que se capta mediante los afectos. Y que el conocimiento de los demás está siempre coloreado por sentimientos diversos: aprecio o desprecio, amistad o indiferencia, admiración o envidia. Y que la tipología de los afectos es variada, pero hay uno que es experimentado como el más radical y esencial de todos: el amor.

En el lenguaje ordinario designa principalmente un tipo especial de relación entre hombre y mujer, aunque también se usa para designar relaciones entre padres e hijos, entre el hombre y Dios, entre un hombre y sus ideales, su tierra, la naturaleza, etc.

J. Pieper dice que amar es aprobar, dar por bueno, ser capaz de decir: «es bueno que existas, que estés en el mundo» y, por tanto,

«yo quiero que existas». Por eso, el amor protesta siempre contra la muerte. Además de existir, lo que necesitamos es amar y ser amados por otra persona. Solo sabiéndose amado consigue el ser humano existir del todo, sentirse arropado en el mundo.

El amor aparece así como un principio intrínsecamente constitutivo de la personalidad humana, origen de la tendencia natural a una realización vital recíproca. Por esa reciprocidad se dice que no se puede vivir sin la persona amada, y que ella es más que la propia vida.

El enamoramiento está certeramente caracterizado por Ortega y Gasset como una alteración «patológica» de la atención, porque el conocimiento y la voluntad del amante se concentran en el amado

hasta llegar a ver el mundo por los ojos del otro. Un estudio

comparativo de las innumerables caras que presenta el fenómeno del amor, desde Platón hasta el psicoanálisis, pone de manifiesto el rasgo común de la preferencia: el amor es siempre un preferir.

La realidad aparece entonces como lo que gusta o no gusta al ser amado, como lo que le favorece o perjudica. Tal situación no puede mantenerse mucho tiempo, porque la vida humana implica una pluralidad de actividades que impide el arrebato permanente,

y porque la plenitud anunciada es un programa que debe ser

realizado en el tiempo.

En la realización de ese programa lleva la voz cantante la voluntad,

que toma el relevo del sentimiento. Solo así puede ser el amor

objeto de regulación jurídica y de prescripciones morales. Cuando se quiere expresar jurídicamente la relación conyugal, se considera que aquello es un acto de voluntad expresamente manifiesto (el consentimiento). Ello es así porque un sentimiento es algo que no obliga a nada.

En el enamoramiento somos sujetos agentes de un proyecto

voluntario, capaces de compromiso libre, esfuerzo y sacrificio. Al ir más allá del sentimiento, la fórmula del amor tampoco es sentimental:

no dice «yo te quiero porque eres así, mientras seas así», pues todo el mundo estará de acuerdo en que si un amor termina en el

momento en el que desaparecen ciertas cualidades (belleza,

juventud, éxitos), quiere decir que no existió nunca. El amor suele nacer al ver en una persona las mencionadas cualidades, pero luego se afianza en el centro de la persona que posee esas

cualidades, y permanece como un acto de voluntad cuando esos irresistibles adornos han desaparecido.

Platón, ha determinado que el auténtico arrebato amoroso nos transporta por encima del espacio y del tiempo, de tal modo que el conmovido por la belleza desearía que el instante fuera eterno, y querría abandonar el camino que suelen seguir los hombres.

Por eso, los dioses se refieren a Eros como el que proporciona alas. Esto quiere decir que, cuando recibimos la belleza rectamente,

encontramos una satisfacción incompleta, un sabor agridulce en el que la felicidad se mezcla con el sinsabor de una espera, de una promesa que posiblemente no pueda realizarse en el ámbito de la existencia corporal.

Así define Paul Claudel a la mujer: «la promesa que no puede ser cumplida». Esa promesa excita en el alma –así lo interpreta Platón- el recuerdo de su origen y la nostalgia de una felicidad perdida. Entonces le crecen alas para volver a la compañía de los dioses

aún antes de terminar el exilio infligido, y el alma se aficiona a

contemplar y disfrutar lo divino.

Parafraseando a Pascal, diríamos que el amor supera infinitamente al amor, pues despierta una sed que no puede calmarse. «¿Eres la sed o el agua en mi camino?», se preguntaba Antonio Machado. Sospechamos que el amor es ambas cosas, sed y agua: una gustosa ansiedad. Pero experimentar lo realmente gustoso de esa ansiedad solo es posible –sigue diciendo Platón- cuando se respeta una condición previa: conservar puro el impulso amoroso, protegerlo de las posibilidades de falseamiento o corrupción que nacen de confundir el arrebato por la belleza con el mero deseo de placer.

Es importante ver la diferencia entre deseo y amor. El que desea sabe exactamente lo que quiere, es un calculador. Pero desear no es amar: «En rigor, no es amado quien es deseado, sino aquel para quien se desea algo», afirma Pieper.

C.S. Lewis, uno de los escritores ingleses más perspicaces, trata este asunto con una sorprendente clarividencia. Confiesa que, al perseguir la felicidad en la experiencia erótica, perdía siempre el rastro, «y el deseo real se marchaba diciendo: ¿qué tiene que ver esto conmigo?»1 . Durante muchos años buscó la felicidad en el placer, «pero al final terminé de construir el templo y descubrí que el dios se había ido».

Diego nos lleva de la mano a la realidad más profunda del amor verdadero con sinceridad, demostrando que es un hombre de su tiempo que no añora el pasado y que quiere construir el futuro señoreando y cariñeando su presente.

Nos hace amigos de la pubertad y la adolescencia sin miedos, con respeto pero sin parada final. Paseamos junto al enamoramiento y nos sentamos con él bajo el árbol del noviazgo. Seguimos caminando

del brazo del matrimonio con sus dulzuras y sinsabores.

Y vivimos con el darse en vez de dar. Y nos preparamos para recibir el fruto de los hijos que nos recuerda que son de los hijos mismos y que se nos entregan como donación. La familia crece junta y aprende a alegrarse y entristecerse. A partir y a compartir.

Y todo lo que Diego escribe, destila razón iluminada por la fe. Por la fe en un Dios vivo, enamorado del hombre, que en su infinita misericordia vela por cada uno. Y por esa fe, se manifiesta en cada párrafo, en cada frase, en cada idea del libro, el Diego de los tres amores: Paty, Coté y Lala.

Platón sabía que el hombre está destinado al amor profundo, pero también era consciente de que lo verdaderamente humano no se da nunca en la mayoría de las personas. Por eso, Sócrates, después de hablar con Fedro de estos temas, eleva una oración a Pan y a todos los demás dioses: «Otórgame la belleza interior y haz que mi exterior trabe amistad con ella».

Gracias Diego por el honor que me has concedido al permitirme prologar tu libro.

Un fuerte abrazo de tu amigo,

Vicente Gimeno Bustos 2

A Paty, mi esposa, la mejor compañera de viaje.

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A modo de pretexto

Este es otro libro de amor. Uno más de tantos que circulan en librerías y a través del Internet. La gran diferencia es que éste no cuenta ninguna historia ajena, les prepara para vivir la suya, para construir su propia historia de amor. Y por si no lo saben todavía, amar y ser amado es lo más maravilloso que le puede pasar a un ser humano, y que desde el momento de la concepción hasta la muerte, lo buscamos desesperadamente.

Es fácil comprender entonces que el amor es la esencia del ser

humano y en su acción se funde lo físico y lo espiritual, no en vano todas las religiones lo ponen como fundamento de su filosofía.

Pero si es algo tan importante, entonces significa que debemos prepararnos para amar, para aprender amar, un aprendizaje que durará toda la vida y en el que podremos crecer en la medida en que seamos cuidadosos.

Como ha sucedido antes con mis libros sobre temas de formación, éste lo escribo bajo la presión de mi esposa. Con su capacidad para que yo haga cosas que no quiero hacer, fue lanzándome indirectas, frases, temas, y diciendo: “ya seguirás escribiendo literatura algún día, por ahora debes ayudarles a otras personas a que sean tan felices como lo somos nosotros”.

Entonces cedo a sus encantos y también a su capacidad de insistencia

y escribo sobre un tema que hemos tratado muchas veces con parejas que buscaban nuestra ayuda como consejeros matrimoniales,

o en charlas que dábamos a grupos de personas que buscaban formarse y mejorar sus relaciones.

Así que básicamente este libro habla de felicidad y me negué a escribirlo durante mucho tiempo, no porque de manera egoísta evitara ayudar a otros, sino porque me parecía que el tema era tan sencillo que no merecía un libro, así de simple.

Categóricamente, ser feliz en el matrimonio no es complejo, pero parece que a las personas les cuesta mucho y si alguien necesita unos pocos datos para que su relación sentimental funcione mejor, estaré feliz de hacerlo, pues incluso en la vejez serán aprendices de amor.

Tengo otra razón personal y es que en este momento de mi vida tengo a mis hijas en la adolescencia y quiero que desde ya comiencen a construir su futuro, que tengan claro que la felicidad se construye paso a paso, con las amistades, con las experiencias y sobre todo, con las buenas decisiones. Que exijan amor de verdad

en cada una de sus experiencias, que lo busquen para emprender la linda aventura del Matrimonio. Al final sus vidas serán definidas

por la calidad del amor que dieron y recibieron, no sólo por la cantidad.

La felicidad se fabrica, es una labor de artesanía, no se espera como un tema de suerte, un boleto de lotería que me quiero ganar; se crea paso a paso y me preparo también para ella, porque no basta con saber escoger a esa otra persona, también depende de lo que yo

aporto, de lo que estoy dispuesto a dar y a ceder, de mi capacidad

de convivencia, de entrega y sobre todo, de generosidad; por esta razón hablaré de todos los temas correspondientes a la génesis del amor, desde el compañerismo, la amistad, el enamoramiento, el

noviazgo y finalmente el matrimonio. Lo haré por capítulos para que los lectores más prácticos lean solo lo que les interesa y se salten lo demás. Así que comencemos.

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Preludio

Me encanta cuando la noche cae y te ríes y cantas, y al día siguiente no hay que madrugar, aunque yo me despierte igual poco después de la media noche, con esa perspectiva de tu risa que tiene un poco de irresponsabilidad, porque al día siguiente no hay nada serio que hacer y podemos dedicarnos a cosas más importantes.

Me encanta cuando la noche cae y sirves un trago como si fuera un elixir para evitar los dolores; vemos la televisión sin pensar en nada, sin teorizar, sin aparentar que somos intelectuales y cada cosa que se dice debe tener sentido, porque en realidad es al contrario, nos gustan los sin sentidos y los absurdos, y cada minuto que pasa sin hacer nada es morirse un poco de felicidad.

Me gusta cuando nuestras hijas expresan su alegría a carcajadas y se parecen tanto a ti, como si fueran pájaros, habitantes de una casa loca, saltimbanquis cruzando la calle principal del pueblo y yo soy un simple espectador que duda entre seguir viendo el desfile o escaparse a comprar algodón de azúcar, aunque no me guste el desfile ni el algodón, pero es una forma de evasión discreta, un

pretexto para no estar entre el mundo, entre la gente que grita siempre pero no sabe la razón, porque mi mundo son ustedes.

Me gusta todavía más cuando tus ojos brillan en la oscuridad y en tu ceño aparece un destello malicioso; entonces, cuando no te vence el sueño, sueles besarme y me atraes entre suspiros hasta tu cuerpo, comenzando un sueño repetido pero nunca igual, una especie de simulacro para salvarse en medio de un naufragio y en este punto me pregunto siempre cómo será vivir en ese lugar

desamparado donde flotan los que se ahogan en el mar, como una especie de estanque lleno de algas y de peces.

Me gustan las siestas más de lo que debería, porque me acercan a ti en medio de una muerte plácida y vienen cargadas de memorias con olor a caserón viejo, a tapias llenas de humedades y secretos; en medio de un suspiro práctico murmuras que solo es dormir, pero tengo ese mal hábito de volver trascendentes las cosas más vanas... como este libro.

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1 Lewis, C.S.: Los cuatro amores, Rialp.

2 Vicente José Gimeno Bustos (Valencia, España)

Máster en Asesoramiento Educativo Familiar y Máster en Dirección de Centros Educativos. Profesor del Master en Asesoramiento Educativo Familiar del Centro Universitario Villanueva; profesor en España, México, Guatemala y Ecuador. Especialista en comunicación, valores y virtudes, adolescencia, afectividad e Ideología de Género. Colaborador en los Centros de Orientación Familiar, del Instituto Juan Pablo II y de la Fundación ICEF de Guatemala.