La independencia cuestionada
Independencia y República: Declaración y logro ¿cuestionados?
(Para un enfoque de largo plazo)
GERMÁN CARRERA DAMAS
 

Prólogo

En el lenguaje del oficio de historiador, cuestionar un conocimiento también significa formularse, respecto del mismo, preguntas susceptibles de generar inquietudes investigativas cuyo sentido consistiría en someter ese conocimiento a un proceso de comprobación. Del rigor crítico con que se enfoque este proceso, y de la metódica realización de este, resultará lo que es asunto primordial para el historiador: el fortalecimiento científico del conocimiento propuesto. Es decir, y aunque pueda parecerle al lego un tanto contradictorio, confirmándolo, enmendándolo o desechándolo.

Si bien es obvio que el proceso comprobatorio nace de la percepción de algún signo de incomodidad interpretativa respecto del conocimiento que habrá de ser sometido a crítica, el fin de la investigación que de ello pueda desprenderse deberá estar siempre guiado por el propósito de honrar el carácter científico que el conocimiento histórico procura, mediante el ejercicio del espíritu crítico y la observancia de los preceptos metódicos en el ámbito del sentido histórico.

En tal ha consistido la motivación profesional del autor de los breves trabajos aquí recogidos. Ella ha prevalecido respecto de una inquietud que no vacilo en hacerla constar. Identificado, durante toda mi vida de historiador profesional, con la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, no pude ver con indiferencia el hecho de que esa institución, que ha sobresalido en el desarrollo de los estudios históricos, venezolanos y latinoamericanos, parecía estar resuelta a quedar ausente del debate historiográfico sobre el denominado, publicitariamente, Bicentenario de la Independencia. Me propuse atenuar, siquiera, esta injustificable abstención de mi Escuela.

Correlacionados el propósito y la inquietud expresados con mi determinación demostrada de enfrentar la conjuración en marcha contra la conciencia histórica del venezolano, conjuración dirigida a cegar la que sigue siendo fuente primordial de los fundamentos sociopolíticos de la república liberal democrática, en proceso sociohistórico de instauración, me atrevo a decir que cumplo, de esta manera, con el deber social del historiador.

El lector apreciará que en este volumen se agrupan dos géneros de textos. Unos, que lo abren, son esquemas de charlas y conferencias comentadas. Fueron pronunciadas asumiendo el autor, motu proprio, la representación científica de su Escuela de Historia; siguiendo el procedimiento pedagógico de distribuir previamente los esquemas y enriquecer su desarrollo con complementos expositivos y discusión. Los otros textos son producto de comparecencias académicas en las cuales expuso algunos resultados de su prolongada reflexión sobre el complejo de cuestiones en el cual se inscribe la globalmente denominada Independencia de Venezuela; como declaración, como objetivo social, como logro y como instauración institucionalizada. Los incluyo porque me ha parecido razonable que el lector pueda advertir la fundamentación científica y crítica de lo asomado en los primeros escritos; al igual que comprobar la circunstancia de ser todos los textos, aquí agrupados, resultado del cumplimiento de compromisos de la más alta significación en el desempeño de mi oficio de historiador.

Caracas, julio de 2013

Notas

1. «Venezuela y sus orígenes republicanos: 5 de julio de 1811». Ponencia presentada en las II Jornadas «Reflexiones de la Venezuela histórica». Caracas, Universidad Monteávila, 3-5 de mayo de 2011.

2. Esquema para una charla ampliada dictada en la Casa de la Historia, el miércoles 11 de mayo de 2011; y de nuevo en la Escuela de Sociología de la Facultad de Economía de la Universidad Central de Venezuela, el miércoles 25 de mayo de 2011.

3. Esquema para una charla dictada en la Quinta Anauco, el 21 de mayo de 2011, en el ciclo «Bicentenario del 5 de julio: a 200 años del nacimiento de la República», patrocinado por la Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial y Museo de Arte Colonial. Caracas.

4. Ponencia presentada en el simposio sobre: «El Decreto de Guerra a Muerte y la segunda etapa de nuestra Independencia». Caracas, Casa de la Historia, 5 y 6 de noviembre de 2013.

5. Las citas de cartas corresponden al vol. I. Las de documentos, al vol. II.

6. Compilado en mi obra Entre el bronce y la polilla. Ensayos históricos.

7. La forja de un ejército. Documentos para la historia militar, 1810-1814.

8. Colombia, 1821-1827: Aprender a edificar una república moderna liberal. Demolición selectiva de la monarquía, instauración de la República y reanudación política de la disputa de la independencia. Caracas, Fondo Editorial de Humanidades y Educación. UCV. Academia Nacional de la Historia, 2010.

9. Archivo de Sucre. Caracas, Fundación Vicente Lecuna-Banco de Venezuela, 1976, t. IV.

10. Carrera Damas, Germán, Compilación y prólogo, Simón Bolívar fundamental. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1993, dos tomos.

11. Archivo de Sucre. Caracas, Fundación Vicente Lecuna-Banco de Venezuela, 1980, t. VI.

12. Ibídem.

13. Ibídem.

14. Ibídem.

15. Unanue, Hipólito, Obras científicas y literarias del doctor D. J. Hipólito Unanue. Jorge Arias-Schreiber Pezet, ed. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, t. II, Vol. 8.º, 1974.

16. Archivo de Sucre. Caracas, Fundación Vicente Lecuna-Banco de Venezuela, 1980, t. VI.

17. Carrera Damas, Germán, Compilación y prólogo, Simón Bolívar fundamental. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1993, dos tomos.

18. Ibídem.

19. Archivo de Sucre. Caracas, Fundación Vicente Lecuna-Banco de Venezuela, 1980, t. VI.

20. Véase: Germán Carrera Damas, «Las soluciones de compromiso, sus modalidades, su eficacia y su viabilidad». Historia de América Andina, vol. 4, pp. 388-408.

21. Cuerpo de Leyes de la República de Colombia, 1821-1827. Todos los textos legales corresponden a esta compilación.

22. Archivo de Sucre. Caracas, Fundación Vicente Lecuna-Banco de Venezuela, 1976, t. IV, y 1979, t. V.

23. Adlercreutz, Federico, La cartera del coronel conde de Adlercreutz. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2009.

24. Páez, José Antonio, Autobiografía del General José Antonio Páez. Caracas, Ediciones Antártida, 1970.

25. Entrevista realizada por Gloria M. Bastidas. Caracas, El Nacional, Siete días. 11 de diciembre de 2011.

26. Conferencia dictada en FORMA, previa distribución del texto. Caracas, Hotel Tamanaco, sábado 13 de julio de 2013.

27. El texto original corre en el presente volumen. Véanse pp. 267-272.

28. Conferencia dictada en el Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Úslar Pietri (Celaup) de la Universidad Metropolitana. Caracas, 4 de junio de 2012. Publicada en Pizarrón Latinoamericano. Órgano divulgativo del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Úslar Pietri – Celaup. Caracas, julio 2012, año I, vol. 2.

29. Discurso de posesión como académico correspondiente extranjero de la Academia Colombiana de Historia, pronunciado el 22 de noviembre de 2011.

30. Alexis de Tocqueville, L’ancien régime et la révolution. París, GF Flammarion, 1988, p. 114.

31. Germán Carrera Damas, El culto a Bolívar. Caracas, Editorial Alfa, 6.ª edición, 2008, p. 56.

32. Idem.

33. Ibídem.

34. Germán Carrera Damas, Historia de la Historiografía venezolana (Textos para su estudio). Caracas, Ediciones de la Universidad Central de Venezuela, 1961.

35. Germán Carrera Damas, Colombia, 1821-1827: Aprender a edificar una república moderna liberal. (Demolición selectiva de la monarquía, instauración de la República y reanudación política de la disputa de la independencia). Caracas, Fondo Editorial de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela y la Academia Nacional de la Historia, 2010.

36. Testimonios de la época emancipadora. Estudio preliminar de Elías Pino Iturrieta. (Colección Bicentenario de la Independencia). Caracas, Asociación Académica para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia, 2011.

37. Francisco Javier Yanes, Manual político del venezolano y Apuntamientos sobre la legislación de Colombia. Estudio preliminar de Rogelio Pérez Perdomo e Inés Quintero. (Colección Bicentenario de la Independencia). Caracas, Asociación Académica para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia, 2011.

38. José Gil Fortoul. Historia constitucional de Venezuela. Caracas, Editorial Las Novedades, 1942, vol. II, p. 141.

39. Testimonios de la época emancipadora, p. 294.

40. Francisco Javier Yanes, Manual político del venezolano y Apuntamientos sobre la legislación de Colombia, p. 88.

41. Ibídem, p. 50.

42. Discurso de orden pronunciado en el acto universitario de iniciación de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Venezuela. Universidad Central de Venezuela, 21 de abril de 2010.

43. Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Cátedra de Historia de Iberoamérica. Red Andina de Apoyo. Primer Módulo Itinerante de la Cátedra de Historia de Iberoamérica. Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Quito, Ecuador, 9 al 12 de diciembre de 2003.

44. Conferencia pública dictada en la inauguración de la Cátedra Andrés Bello 2000, sobre Historia e Integración. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Unidad de Postgrado. Lima, Perú. 24-28 de abril de 2000.

45. Según carta fechada en Trujillo (Venezuela), el 23 de agosto de 1821, dirigida al general Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar dispuso que fuesen enviados «al Sur [...] 3000 veteranos [...] del ejército de Carabobo», es decir el 50%.

46. En carta fechada en Cali, el 5 de enero de 1822, dijo Simón Bolívar al general Francisco de Paula Santander: «Colombia no perderá el fruto de sus sacrificios, ni permitirá, en agravio de sus derechos, que Guayaquil se incorpore a ningún otro gobierno, pues en América no hay poder ante el cual ceda Colombia»; y dice haber instruido al general José Antonio de Sucre para que «en ningún caso, permita que Guayaquil se incorpore a otro gobierno».

47. Los que Simón Bolívar, en carta fechada en Cuenca el 27 de octubre de 1822, dirigida al general Francisco de Paula Santander, denominó «los enemigos naturales de que se compone nuestra masa».

48. Esquema para una charla patrocinada por la Asociación Fulbright de Venezuela. «Independencia o Libertad. Reflexiones 200 años después». Viernes 8 de julio de 2011. Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Úslar Pietri (Celaup), Unimet.

49. Nota: El delirio historicista que hemos padecido con motivo de la conmemoración, oficial y excluyente, de la Declaración de Independencia, me indujo a recordar el primero de mis mensajes históricos, fechado en enero de 2005, y enviarlo de nuevo, el 10 de julio de 2007, a colegas y amigos con quienes comparto la preocupación por el asalto de que es víctima la conciencia histórica de los venezolanos, y por ende a su conciencia nacional.

Contenido
Prólogo
Introducción. Sobre momento histórico y conciencia histórica
Textos relativos a la conmemoración de los doscientos años de ¿la Declaración?, ¿de Independencia?
¿Monarquía, república o abolición selectiva de la monarquía?
Peripecia histórica de la Declaración de Independencia
¿La definitiva Declaración de Independencia?
Hacia una efectiva Declaración de Independencia. (Para una valoración histórico-crítica del denominado «Decreto de Guerra a muerte»)
Sobre las repercusiones políticas de la batalla de Ayacucho en la suerte de la República de Colombia y en la consolidación de la independencia del «mediodía de América»
«El militarismo ha creado una confusión entre independencia y libertad»
Textos complementarios de los relativos a la conmemoración de los doscientos años de ¿la Declaración?, ¿de Independencia?
Conciencia histórica y acción política
Sucre: un noble prócer civilista
Al rescate de la República de Colombia para la historiografía venezolana
En el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela: «doscientos años de lucha contra el despotismo»
Bolívar, la Revolución de la Independencia y la creación del sistema republicano
Sobre la génesis teórico-práctica del proyecto americano de Simón Bolívar
«Libre por sus leyes, é independiente por medio de sus armas» (Decreto Legislativo de la República de Colombia. 23 de junio de 1823)
Primer mensaje histórico. En defensa de las bases históricas de la conciencia nacional
Notas
Créditos

Introducción
Sobre momento histórico y conciencia histórica

Con ocasión de la conmemoración del Bicentenario del 5 de Julio de 1811, fecha consagrada como la del Día de la Declaración de la Independencia; y viendo cernirse sombrías nubes henchidas de patrioterismo oficial, me pareció oportuno, y hasta necesario, intentar cumplir con el precepto de la responsabilidad social del historiador, proponiéndole a la vapuleada conciencia histórica del venezolano de nuestros difíciles tiempos algunas dosis de posible antídoto crítico.

¿Había llegado el momento histórico de hacer ciertas puntualizaciones acerca de conceptos que, dada su habitual aceptación, parecían no requerirlas? ¿Pero, quizás, así lo parezca porque en función de esos conceptos se llama a conmemorar los doscientos años de la Independencia, según la fórmula divulgada por la propaganda oficial, ensañada en confundir la conciencia histórica de los venezolanos? Parece cosa lograda que esta última, asediada por el nominalismo de la propaganda oficial, que en todos los terrenos da por hecho lo tan solo dicho, tiende a admitir lo que fue declarado, el 5 de julio de 1811, como la fecha de la Independencia.

I. Momento histórico y tiempo histórico

Demarcar, en el continuado acontecer histórico de una sociedad, un momento particularmente representativo, por su historicidad, significaría diferenciarlo —y, en cierta medida, separarlo— de los demás momentos que se hilvanan en ese acontecer. Pero ocurre que el sentido histórico nos advierte sobre la imposibilidad de hacer un corte en el acontecer histórico; dada la alta probabilidad de que una suerte de secuencia fotográfica de tal acontecer revelaría la naturaleza esencialmente fluida del mismo. Por consiguiente, sería necesario observar el resultado de semejante corte en función de la noción de tiempo histórico; es decir, de una dimensión específica en la cual tienden a diluirse los hitos cronológicos. No es que se establezca un equilibrio entre estos; tampoco una mecánica sucesión. ¿El tiempo histórico resultaría, de una incesante dialéctica entre el haber sido y el llegar a ser, como la manifestación válida del ser histórico, entendido este, a su vez, como el estar siendo?

¿Sucede esto con la Independencia declarada el 5 de julio de 1811? Me temo que sí, por quedar enclavada esa declaratoria entre los acontecimientos de 1797, en el puerto de La Guaira, sintetizados en las denominadas Ordenanzas de Gual y España; y los también sintetizados en la denominada Declaración de Angostura, de 20 de noviembre de 1818. Se trata de tres acontecimientos que pueden reivindicar la condición de ser momentos históricos. Obviamente, cada uno de esos momentos debe su condición de histórico a significativas circunstancias y fundadas razones; lo que deja planteada la tarea de justificar la preferencia concedida a alguno de ellos. ¿Estableciéndose una suerte de escalafón, como lo han hecho las historiografías patria y nacional, reunidas en la historiografía oficial, en beneficio de la declaración fechada el 5 de julio de 1811? Para estos fines han calificado de precursor lo propuesto en La Guaira y han disminuido, tácitamente, la trascendencia de la postura asumida en Angostura.

Mas las reconsideraciones histórico-críticas que cabe suscitar acerca de la Declaración de la Independencia habrían de conducir, necesariamente, a darle igual tratamiento a la terminación del proceso así desencadenado. Quiere la historiografía oficial que tal haya ocurrido, en lo que respecta a Venezuela, como resultado de la batalla de Carabobo, librada el 24 de junio de 1821. Las consecuencias de esta que se pretende evidente conclusión, generalmente admitida, son materia de algunos de los textos reunidos en este volumen. Ellas se fundan en la que constituye una arbitraria amputación de la Historia de Venezuela, determinada por la necesidad, extrapolada, de desconocer la creación de la República de Colombia como instancia primordial del logro de la independencia de Venezuela. El reconocimiento de esta nuestra grandiosa obra obligaría a completar la historia de Venezuela enriqueciéndola con la prodigiosa campaña del Sur, y haciendo de la batalla de Ayacucho, librada el 9 de diciembre de 1824, la instancia definitiva de la independencia de Venezuela, solo que envuelta en la consolidación de la independencia de la República de Colombia, llevando a su más alta significación la contribución de los venezolanos que se fueron con Bolívar, en el empeño de hacer independientes también a los que no lo acompañaron.

a.- Evolución de la sociedad republicana venezolana

No se pretende tratar, con lo propuesto, solo de disquisiciones historiográficas. Ni siquiera preferentemente de tales. En este juego conceptual se halla comprometida, de manera esencial, la correlación entre la evolución formativa de la sociedad y el proceso de brote, conformación y maduración de su conciencia histórica. A tal cosa pretendió corresponder la diferenciación entre Historia patria e Historia nacional, a lo que se añadió la circunstancia de que ambas historias confluyeran en la hoy Historia oficial, que ha sido compuesto historiográfico particularmente complaciente con los circunstanciales requerimientos ideológicos del poder público.

La incipiente nacionalidad republicana venezolana halló, en la Historia patria, bálsamo heroico para restañar las profundas y enconadas heridas por la sociedad padecidas a lo largo de una frenética contienda armada; heridas que, además de permanecer ancladas en la memoria colectiva, recrudecían avivadas por los hechos de las subsiguientes secuelas de esa contienda, denominadas –aunque sobre todo para diferenciarlas, degradándolas para no contaminar el consagrado heroísmo– las guerras civiles. Una vez entrada esa sociedad en proceso de recuperación, a fines del siglo XIX, halló en la Historia nacional estímulo y aliento para perseverar en el empeño –y compartirlo, aunque subordinada, con el poder público autocrático– de hacerse nación. De esta desigual cooperación devino la Historia oficial, que al conjugar las dos historiografías precedentes dotó al poder público de un instrumento muy eficaz para conducir la sociedad, valiéndose de los medios diseñados para cultivar la opinión pública; particularmente del sistema educativo.

b.- Evolución política de la sociedad republicana venezolana

Tal fue el andamiaje historicista que permitió conducir una sociedad tutelada hacia las prácticas del poder público que conformaron la república liberal autocrática, vigente desde 1830 hasta finalizar el siglo XIX; y la subsiguiente fase degenerativa de esa misma república que, convertida en la dictadura liberal regionalista, imperó hasta 1946, cuando se dio inicio a la genuina instauración de la república moderna liberal democrática. Vale decir que la evolución sociopolítica de la sociedad republicana venezolana ha transcurrido entre la autocracia y la democracia, corriendo entre ambos extremos las secuelas, tenaces y nada desdeñables, de la monarquía colonial originaria; secuelas conformadas por la eficaz combinación funcional entre el sometimiento, producto del despotismo primario y la subordinación, producto de la rémora de la conciencia monárquica. ¿Cabía pensar que tal evolución sociopolítica no se expresase también en la conciencia histórica de la que buscaba dotarse la surgente sociedad republicana venezolana, oficializando el cultivo de la historiografía a partir del decreto orgánico de la creación de la Academia Nacional de la Historia, dictado por el presidente Dr. J. P. Rojas Paúl el 28 de octubre de 1888?

c.- Evolución ideológica republicana de la sociedad venezolana

Los fundamentos de la ideología republicana moderna liberal, primera y primaria en su formación, consolidación y desarrollo, como requerida justificación de la costosísima ruptura del nexo colonial y de la abolición legal de la monarquía colonial originaria, fueron aportados, de manera rudimentaria, en una primera instancia por la Historia patria; centrada en el auténtico heroísmo representado por el hecho bélico; erigido en fundamento obvio del mito del orden y la eficiencia militares, demostrados de manera incuestionable por el resultado final del hecho bélico originario, interpretado simbólicamente y extrapolado ahistóricamente. Nada holgado fue reivindicar, en medio del estruendo de la Venezuela heroica, la contribución civil a la formulación y promoción del Proyecto nacional. Culminación de este esfuerzo último fue la Historia nacional, en virtud de la cual han podido, militares y civiles, forcejear en la atribución respectiva de los méritos fundacionales de la república; sobre todo al ser integradas esas historias en una Historia oficial, tendenciosamente inclinada a presentar el acontecer histórico de la Venezuela republicana como un escenario en el cual el coro, formado por los próceres civiles, ha seguido la eficaz y ordenada dirección impartida por corifeos militares.

Esta conjugación de historias dotó al poder público, autocrático y dictatorial, de las ventajas derivadas del uso y abuso de la Historia, para los fines de manipular la conciencia histórica de una sociedad que por su atribuida e insuperable condición de embrionaria habría de permanecer tutelada.

II.- Conciencia histórica del venezolano

Entiendo por tal el complejo de conocimientos primarios y de creencias, historiográficos, que rige la percepción de su ser histórico por la generalidad de la sociedad. Es resultado de la acción formativa de la memoria colectiva, de la educación y de todos los demás medios de preservación y difusión de esos conocimientos primarios y creencias. Pero también es resultado, y con no menor efecto, de la eficaz y simultánea poda de esa memoria colectiva, limpiándola de significados que puedan parecer incómodos y/o controversiales por los servidores ideológicos del régimen sociopolítico vigente. Considerada en otro nivel, cabría entender como conciencia histórica la imagen de sí misma que se forma una sociedad plantada ante su historia. Por esta última razón, es determinante de la conciencia histórica la calidad crítica del conocimiento histórico ante el cual la sociedad se vea llamada a comparecer.

Cediendo a la necesidad de sintetizar, sugiero que se tomen como indicativos de la evolución de la conciencia histórica de la sociedad republicana venezolana el primer considerando y el artículo 2.º del Decreto n.º 216, dictado por la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela, mediante el cual se promulgó el Estatuto para la elección de representantes a la Asamblea Nacional Constituyente. Reza el primer considerando: «Que la consulta electoral sincera a la ciudadanía venezolana, restituyéndosele al pueblo la soberanía que le usurparon anteriores regímenes, debe estar regulada por un estatuto que garantice plenamente la pureza y la universalidad del sufragio». Y reza el artículo 2.º: «Son electores todos los venezolanos mayores de dieciocho años, sin distinción de sexo y sin más excepciones que los entredichos y los que cumplan condena penal, por sentencia firme que lleve consigo la inhabilitación política». Desde ese momento arranca la lucha de la sociedad republicana venezolana, así plenamente integrada y proclamada su soberanía, por ser el agente directo de su acontecer histórico; y por lo mismo la llamada a ser gestor y guardián responsable de su conciencia histórica. ¿Sería, por consiguiente, razonable postular la existencia de una correlación entre la soberanía popular y el vigor de la conciencia histórica?

Me permito añadir: ¿no fue esta aspiración la esencia conceptual de la república popular representativa, proclamada por el Congreso Constituyente de la República de Colombia, mediante la Ley fundamental de la unión de los pueblos de Colombia, aprobada y promulgada en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 18 de julio de 1821, ley que ratificó y enriqueció la Ley Fundamental de Colombia, aprobada y promulgada en Angostura el 17 de diciembre de 1819? Recuérdese que la ley colombiana reza, en su art. 1.º: «Los pueblos de la Nueva Granada y Venezuela quedan reunidos en un solo cuerpo de nación, bajo el pacto expreso de que su gobierno será ahora y siempre popular representativo». Es decir, se quiso hacer una misma nación la que fuera concebida en Angostura como una unión de repúblicas: «artículo 1.º: Las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola bajo el título glorioso de República de Colombia».

a.- Conocimiento histórico y evolución de la conciencia histórica

Aunque no siempre resulte claramente perceptible, existe una estrecha correlación funcional entre el desarrollo del conocimiento histórico y la evolución de la conciencia histórica. En esa correlación cabe observar la presencia, que suele ser determinante, de dos factores condicionantes. Un factor es la lentitud que se advierte en el descenso del conocimiento histórico formado en función de la investigación crítica de la Historia, hasta el nivel del conocimiento histórico común; es decir el conformado, de manera más acumulativa que integrada críticamente, por proposiciones primarias de conocimiento histórico vueltas creencias; y por lo mismo no necesitadas de explicación ni de ser sometidas a crítica. El otro factor consiste en el tenaz arraigo de las creencias ya integradas en el saber histórico común; arraigo propiciado por el cultivo escolar rutinario de que el conocimiento histórico es objeto.

Buenos ejemplos de esta situación lo ofrecen, en Venezuela, las seudodoctrinas centradas en el desmesurado concepto de el héroe necesario, en lo concerniente a la fase bélica de la Historia patria; en la de el hombre necesario, en lo concerniente a la fase de la república liberal autocrática; y en la de el gendarme necesario, en lo concerniente a la fase de la dictadura liberal regionalista. En suma, una historiografía exultante de un heroísmo militar genérico, inmune ante los vicios civiles.

Pasar de allí a la conciencia histórica fundada en el ejercicio de la soberanía popular ha requerido la siembra, el cultivo, la consolidación y el desarrollo de la democracia como régimen sociopolítico, proceso necesariamente prolongado y accidentado en toda sociedad que ha procedido directamente de la monarquía absoluta; es decir sin la mediación efectiva de su regulación constitucional, la que tardía y remedialmente fue intentada mediante la promulgación de la Constitución Política de la Monarquía Española, en 1812.

Pero no se trataría, en este caso, de la substitución de formas de conciencia histórica superadas por efectos de la evolución sociopolítica, sino de la reubicación de esas formas en el ámbito de una conciencia histórica más comprehensiva. Apta, por lo mismo, para reconocerles, a los valores implícitos en las instancias de la conciencia histórica reemplazadas o necesitadas de reemplazo, la participación que les ha correspondido en la evolución de la sociedad; y por lo mismo en la conformación de la conciencia histórica concomitante.

Con esta última consideración toco lo concerniente a la operación historiográfica e ideológica que denomino la poda de la conciencia histórica de una sociedad. En el caso de la venezolana también es posible, pese a la brevedad de su curso histórico republicano, diferenciar atendiendo a grado y trascendencia. Así, estimo difícil exagerar el grado de la distorsión de la conciencia histórica del venezolano por haber sido podado su hacer histórico de la creación de la República de Colombia; y del hecho altamente significativo de que fue Simón Bolívar el primer colombiano, en un escenario parcelado entre venezolanos y neogranadinos hasta 1819 y 1821, de acuerdo con la promulgación de las respectivas leyes fundamentales de la República de Colombia. Poda llevada al exceso de pasar también a una especie de limbo convencional la gran proeza político-militar que culminó con la victoria alcanzada por el ejército de la República de Colombia, comandado por el general colombiano, también nacido venezolano, Antonio José de Sucre, en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

En esta poda de la conciencia histórica del venezolano han revestido especial importancia la ruptura de la República de Colombia por los criollos caraqueños que no se fueron con Bolívar y la miope estimación de las consecuencias históricas de ese acto de fuerza. Si algún tema de la Historia de Venezuela que se procuraba elaborar para fundamentar la república resultaba espinoso, tal era el de esa ruptura. Ello fue así hasta el punto de que el historiador cumanés Marco Antonio Saluzzo, en el Discurso de Orden pronunciado en la inauguración pública de la Academia Nacional de la Historia, el 8 de noviembre de 1889 –es decir 60 años después de que un grupo de próceres civiles azuzaran los resentimientos de militares que no habían participado directamente en los magnos momentos de la lucha que culminó en la batalla de Ayacucho–, pagó tributo a la necesidad de justificarse e incurrió, por ello, en una notoria contradicción. El historiador Saluzzo, nacido en 1834, afirmó, como se correspondía con la historiografía nacional, en cuya institucionalización fue partícipe destacado, que:

«La disolución de la antigua Colombia, que lejos de ser retroceso o crimen como ha querido calificarla la imaginación calenturienta de algunos políticos empíricos, fue, por el contario, manifestación enérgica de virtud civil. Época gloriosa aquella, señores, en la cual, contra los terribles vaticinios de los más calificados de nuestros próceres y sobre las promiscuas ruinas de la anarquía y del despotismo, surge la República cívica de 1830, y con ella renace, aunque no en toda su plenitud, el derecho federal de 1811, y se ponen los fundamentos de la República democrática (sic).»

Pero, avanzando en su disertación, el historiador hubo de atender a sus propias recomendaciones historiográficas, expuestas en el mismo discurso y recogidas más adelante en el presente texto, incurriendo en una reveladora contradicción. Admitió que todavía seis décadas después de la ruptura de la República de Colombia, el advenimiento de la de Venezuela podía ser concebida como marcha hacia la tierra prometida:

«Y si es verdad que alguna vez nos hemos visto cercanos a la tierra prometida de la República por que tanto anhelamos y combatimos, hoy casi podemos decir que la poseemos, ya que los partidos deponen los odios y se avienen, cediendo algo, es verdad, pero también reapareciendo en la arena tales como tienen derecho a ser, es decir: con autoridad incontestable, con legítimas aspiraciones.»

Y como una suerte de presagio, que no de visión prospectiva, cerró el tema con una sacudidora exclamación: «¡Dios salve la República!».

b.- Uso y abuso de la Historia

Particular efecto perturbador de la correlación entre el desarrollo del conocimiento histórico y la evolución de la conciencia histórica lo tiene la práctica ideológico-política caracterizada como uso y abuso de la Historia. Consiste en apelar a las creencias que sustentan el saber histórico común, utilizándolas como vectores para transmitir directrices y orientaciones, capaces de inducir a la adopción de actitudes sociopolíticas acordes con propósitos generalmente vinculados con credos ideológicos o programas políticos.

Cabe observar que esta última aserción obliga a reconocer que en ocasiones se trata de un uso ejemplarizante, por lo general fundado en el heroísmo y el sacrificio colectivos, necesarios para realizar empresas sociopolíticas de gran envergadura; y en no pocas ocasiones acordes, también, con el interés colectivo. Pero es más frecuente que se utilice este recurso para enajenar la opinión pública, induciéndola a favorecer propósitos y prácticas segregacionistas, de oposición al cambio social o político, o de desorientación de la conciencia pública. En el siglo XX casi se agotó el repertorio de esta artería ideológica.

El uso y abuso de la Historia ha sido, en diversas sociedades, sobre todo motor y expresión de actitudes fundamentalistas; y por lo mismo bastión de una credulidad reacia a toda renovación crítica del conocimiento histórico. En la venezolana, el perdurable y desmesurado culto rendido a Simón Bolívar, convertido en política de Estado, ejemplifica esta situación en el más alto grado. Llevados al extremo por esta irresistible tentación en la que han caído incluso regímenes sociopolíticos que se han considerado democráticos y aun revolucionarios –en el sentido de pretender marcar el despertar de una nueva era– se han hecho elaborar una historia a la medida, para lo cual comenzaron por entorpecer y hasta vetar el cultivo de la historiografía crítica.

De esta pretensión ha dado ejemplo la dinastía militar de los Castro; y lo está dando el remedo de ella que actualmente padecemos los venezolanos; empeñadas ambas dinastías militares en borrar el medio siglo de historia inmediatamente precedente; procurando valerse de este expediente para erradicar la democracia demoliendo la república, al despojar esta última de su fundamento histórico. Privada de su fundamento, aportado por la conciencia histórica, la república queda reducida a un cascarón, vacío de validez histórica pero muy difícil de llenar con un contenido independiente del que prevalezca al amparo de la perversión del poder público. tal como sucedió con las denominadas repúblicas socialistas soviéticas, cuyo tenor autocrático nada tuvo que envidiar al del más crudo zarismo.

III.- Sobre conexiones e interacciones entre conocimiento histórico y conciencia histórica

Entre el conocimiento histórico y las modalidades de conciencia por él nutridas operan conexiones e interacciones que rigen la conciencia individual, enmarcada de manera directamente correspondiente en la conciencia social. Lo hacen en formas que pueden ser consideradas determinantes de actitudes individuales y, por extensión, de conductas sociales que se proyectan en el acontecer histórico, convirtiéndose, por consiguiente, en afluentes de las modalidades de la conciencia histórica que generan y mueven tales conexiones e interacciones.

Quizás por ello sea posible afirmar que la conciencia histórica puede funcionar en sentidos que resulten esencialmente contrapuestos, depurándose o fortaleciéndose en sus extravíos. El siglo XX, con sus grandes y por lo general nefastas construcciones ideológico-políticas pretendidamente revolucionarias –¿puede ser genuinamente revolucionario un régimen sociopolítico que falsee la conciencia histórica?– ofreció dolorosos ejemplos de la confrontación entre las dos grandes vertientes de la conciencia histórica, de signo opuesto, reunidas en el Gran frente de la democracia contra el fascismo, durante la Segunda Guerra Mundial; y en la Lucha contra el imperialismo y por la independencia nacional, durante la Guerra Fría.

Para estos efectos ha operado la cadena causal conformada por la conciencia histórica, como fundamento de la conciencia nacional; de esta última como fundamento de la conciencia social; y de esta última, a su vez, como fundamento de la conciencia política. La potencialidad de esta cadena causal quizás sea solo comparable a la de los poderosos explosivos, utilizables alternativamente con fines constructivos y con fines destructivos. Lo han comprendido así los manipuladores de pueblos. Para estos casos, últimos, han prestado su eficaz concurso vectores aparentemente inocuos, tomados de leyendas; mitos y simples prejuicios, erigidos en auspiciosos signos de superioridad social, cultural, política y aun racial. En no pocas ocasiones ha bastado con el elemental patriotismo, trocado en patrioterismo; alucinación temible esta, por sus efectos generalmente perversos.

a.- Conciencia histórica

Como todos los conceptos densos, multifacéticos y de vasto alcance, este rehúye el trance de la definición. Me atendré a que ella representa, sintéticamente, la asunción socioindividual de la conformación histórica de la sociedad. Tal asunción se basa en la identificación de rasgos supuestamente propios –si no pretendidamente exclusivos– que caracterizarían a esa sociedad; y que la recomendarían para poner por obra actitudes, conductas y procedimientos que suelen culminar confundiendo grandeza con predominio. O, como ha ocurrido en el caso de la sociedad venezolana, para hacerla cautiva de una creencia, que se expresa como la convicción inducida de que seremos, porque hemos sido; refiriendo para ello las conductas sociales, impuestas o recomendadas del presente a la visión heroica de la fase bélica de la disputa de la independencia; y tomando esa visión cual garantía de un porvenir luminoso, asumido como una variante de la censurada doctrina de el destino manifiesto.

b.- Conciencia nacional

Al tomarse el camino de la edificación de la república, fue necesario sustituir la ancestral condición objetiva de súbdito del rey por la novedosa de ciudadano de una abstracción denominada nación. Para ello fue formulado un concepto que permitiese superar el muy elemental contraste entre el uno –valía decir el rey– y el todos –valía decir los súbditos–. Mas ese todos, luego virtualmente compelido a asumir la figuración de ciudadanos enmarcados en la república, estaba igualmente regido por una escala de rangos y privilegios, traducida en una definición legal de la ciudadanía. Pero si bien esta operación ideológico-política podía expresar el cambio de naturaleza del poder público, no alcanzaba a legitimarlo en cuanto a su procedencia. Acudió en su auxilio la noción de conciencia nacional, mediante la cual el ciudadano puede lograr, con solo ser parte nominal de la nación, ganar conciencia de ello y, cumplidos requisitos constitucionales, convertirse en fuente originaria del poder público, dando con ello origen y fundamento a la noción de soberanía popular; sustitutiva, para esos efectos, de la voluntad divina, que amparaba al rey.

c.- Conciencia social

No obstante, esta proyección de la condición de ciudadano también representaba el hallarse vinculado con una abstracción: la nación. Tal vínculo ganaría concreción en la medida en que el ciudadano fuese partícipe en la formulación de actitudes sociales rectoras del conjunto. Igualmente, en la medida en que esas actitudes resultasen de obligante observancia por quienes estuviesen en capacidad de aportar a su formación, mediante el cumplimiento de una suerte de derecho-deber, regido por imperativos en los cuales se combinan lo legal y lo ético; contribuyentes, con su solo acatamiento, a la vigencia colectiva de lo establecido con su participación libre; que como tal fuese o no efectiva. Las ubicaciones intermedias, de grupo y de clase social, quedarían supeditadas a la más amplia y genérica derivada de la nación. El saber común dictaminaría que ser un ciudadano consciente, significaría asumir libremente un complejo de derechos y deberes que redefinirían, con base en el concepto de igualdad ante la ley, la ancestral noción de súbdito, cuyo originario tenor de igualdad consistía en poder ampararse bajo la gracia del rey.

d.- Conciencia política

Mas no basta con ser parte de una entidad abstracta, la nación; ni es suficiente contribuir a su concreción. Esta contribución debe resultar de una determinación en la cual se exprese –al menos como principio– un ejercicio de libre albedrío que habrá de conducir al acatamiento y cumplimiento de lo socialmente resuelto. Solo que la eficacia social del ejercicio del libre albedrío requiere la concurrencia de sus expresiones individuales en corrientes de actitudes sociales, más o menos organizadas, capaces de aportar eficacia a lo que de otra manera quedaría circunscrito al desiderátum socioindividual. La satisfacción de este requisito pone en funcionamiento toda la cadena causal de la cual la conciencia histórica es fundamento inicial y la conciencia política instancia culminante. Esta última representa, tanto por obra de la identificación como por la de la diferenciación, y mediante el ejercicio socioindividual de la soberanía popular, la articulación funcional de la conciencia histórica con el ejercicio de la ciudadanía.

IV.- Claves de las conexiones e interacciones entre conocimiento histórico y conciencia histórica

Dado que la cadena causal, ya sumariamente descrita y caracterizada, funciona en la medida en que ella se corresponda con las aspiraciones socioindividuales, es necesario siquiera apuntar las conexiones, entre el individuo y la sociedad, que hacen posible esa correspondencia. Esto, en el entendido de la conducta bidireccional de esas conexiones; hasta el punto de que toca a la psicología social estudiar su organicidad. Parece estar razonablemente establecido, sin embargo, que esas conexiones son básicas para el equilibrio de la personalidad del ciudadano, en sus vivencias materiales, intelectuales y espirituales; y que por lo mismo son fundamento y resultado, a la vez, de sus aspiraciones socioindividuales; sustentadas y avaladas, básicamente, por su conciencia histórica. Las conexiones en referencia se manifiestan como la noción de procedencia, la noción de pertenencia y la noción de permanencia.

a.- La noción de procedencia

Dejando en su sitial la conciencia religiosa, como referente esencialmente espiritual, parece comprobada la necesidad que siente el individuo de ubicarse en el tiempo, primero familiar y luego social y espacial; y, en sucesiva etapa, global. Es la escalada desde la familia al pueblo, a la región, a la nación y a la humanidad. Como resultado de esta progresión, el ser deviene en el provenir de; y de ello se deriva seguridad espiritual y aun intelectual, volviéndose el individuo portador de valores que comprometen su responsabilidad, ya sea esta consciente, ya sea meramente emotiva. El hecho de verse a sí mismo como portador de una representación originaria, cuya inminencia no es necesariamente física ni próxima, pero respecto de la cual estar separado por un imperativo inapelable puede llevar a la desolación espiritual y hasta el desvarío mental, es lo que hace del exilio la más dura y cruenta de las penas, pues induce a quien la sobrelleva a sentir que su ánimo se debata entre el haber sido y el dejar de ser.

b.- La noción de pertenencia

El ser de implica pertenencia, trátese de la familia, del pueblo, de la región, de la nación, de la humanidad; pero sobre todo, y aunque sugiera paradoja, previene o salva del alejamiento de sí mismo. Conjugados, los niveles de la pertenencia se sintetizan en la noción primaria de patria; y conducen, modernamente, a la de nacionalidad. Si bien cada nivel de pertenencia conlleva deberes y derechos, el correspondiente a la nación reviste la particular significación de que con ella se concreta la participación en decisiones colectivas; al mismo tiempo que generaliza tal concreción volviéndola una especie de abstracción concreta, si así pudiera decirse, atendiendo al hecho de que es predicada su primacía, aunque intangible, sobre cualquiera otra pertenencia. ¿No está regida la existencia del hombre, desde su ingreso al mundo natural exterior, por la preposición de? ¿No es la expresión mi madre la más absoluta proclamación de pertenencia recíproca? ¿No ha sido consagrada la nación, histórica y jurídicamente, como la madre del ciudadano?

c.- La noción de permanencia

Al igual que la de procedencia no se limita a la ascendencia, ni la de pertenencia lo hace al contexto familiar, tampoco la permanencia se limita a la descendencia biológica. La necesidad de perdurar, como expresión de la aspiración de permanencia, se manifiesta en diversos ámbitos de la existencia individual. Estos abarcan desde el nombre dado a los hijos hasta la obra realizada y el deber cumplido, pasando por la herencia; pero su nivel más alto concierne a la perduración de la entidad de la que se procede y a la cual se pertenece. A los jóvenes aptos se les incita, llegado el caso, a morir por la patria; vale decir a realizar las nociones de procedencia y pertenencia ascendiendo a la absoluta perduración en el recuerdo, ya sea espiritual, ya sea de piedra, ya sea de bronce. ¿Sería tal el apogeo de la conciencia histórica?

V.- Extravíos, aberraciones y amonestaciones soportados por la conciencia histórica

Sí, lo que sigue es un perogrullada: la historicidad del hombre es un arma de doble filo. Por un lado provee los esenciales factores de estabilidad social, intelectual, y aun espiritual, aquí comentados sumariamente. Por el otro, genera vulnerabilidad del individuo social ante la manipulación de la conciencia histórica por instancias sociales y del poder público. En el primer caso, puede abrirle al portador de esa conciencia las puertas de lo heroico o del banal sacrificio. En el segundo caso, puede ser puerta abierta a la actualización de vestigios de barbarie, ya se halle esta última asociada a la ignorancia, ya lo esté a la simple estupidez. Quizás venga al caso meditar un poco, al respecto, sobre el aserto del historiador cumanés Marco Antonio Saluzzo, en la ocasión, ya mencionada, de su discurso pronunciado en la inauguración pública de la Academia Nacional de la Historia, el 8 de noviembre de 1889:

«Suprimid la historia y habréis suprimido la humanidad, pues tal no podría llamarse la grey que dividiera con el bruto naturales y groseros instintos; que fuese idéntica en el tiempo y consiguientemente extraña al progreso; y por último que no dejase a su paso sobre la faz de la tierra sino ruinas y osamentas. Sin la historia podría existir el hombre, pero de ninguna manera el ser colectivo que se llama humanidad [Subrayado por G.C.D.]. Y para que midáis la trascendencia de tal circunstancia, meditad, siquiera por cortos instantes, en que el hombre es el único ser histórico; es decir: el único ser que tiene historia; y que cuando el bruto solo posee la locomoción del espacio en la vida animal, posee el hombre la locomoción del tiempo en la vida histórica.»

Para los fines de esta breve meditación sugerida conviene recordar que tal llamada de atención se hizo cuando la sociedad venezolana procuraba ofrecerse la requerida fundamentación historiográfica de la república. ¿Con el propósito de engrosar el haber en el cruento balance de la ruptura del nexo colonial, denominado independencia? Lo que explicaría las orientaciones –globales y quizás con atención puesta en la intensa y rica brevedad de la hasta entonces vida republicana– sobre el posible bien historiar, que siguieron al aserto:

«¿Y que viene a ser la historia?

»Materialmente, el atributo distintivo del género humano: atributo que varía con los tiempos y que en cada una de sus variaciones deja constancia de las distintas fases del progreso.

»Moralmente, la perpetuidad de las sociedades, su sabiduría experimental e inductiva, el itinerario del progreso, el dictado científico de la civilización.

»La historia es el testamento de las edades pasadas, y no como quiera, sino filosóficamente concienzudo; la expresión razonada de lo presente; el presentimiento lógico de lo porvenir.

»Y dicho está con esto que si en la mayor parte de las obras literarias nos satisface la perfección relativa, en las históricas nos es indispensable la perfección absoluta.»