portada

ROBERT HOWARD COBEAN. Estudió la licenciatura en arqueología en la Universidad de Yale y es doctor en arqueología por la Universidad de Harvard. Actualmente es investigador en la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH. Ha colaborado en proyectos arqueológicos en el área de Tula, Hidalgo, durante más de 20 años, además de trabajar en un proyecto multidisciplinario de estudio de la minería en la antigua Mesoamérica y el comercio de obsidiana.

ALBA GUADALUPE MASTACHE FLORES. Maestra en arqueología por la ENAH, hizo el doctorado en antropología en la UNAM. Estudió conservación de monumentos históricos en el Centro Internacional para el Estudio de la Preservación y Restauración del Patrimonio Cultural (UNESCO) en la ciudad de Roma, y en la Universidad de Roma cursó estudios de arqueología clásica. En 1993 fundó, junto con Joaquín García-Bárcena, la revista Arqueología Mexicana. La mayor parte de sus investigaciones se centran en la arqueología mesoamericana. Durante casi tres décadas se dedicó a investigar acerca del Estado tolteca y la antigua ciudad de Tula.

ELIZABETH JIMÉNEZ GARCÍA. Es arqueóloga por la ENAH. Cursó la maestría en estudios mesoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autora de Iconografía de Tula: el caso de la escultura (INAH, 1998), y ha colaborado en obras como Historia general de Guerrero, vol. 1 (INAH, 1998) y El pasado arqueológico de Guerrero (Conaculta, 2002). Actualmente es investigadora del Centro INAH Guerrero.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA
Fideicomiso Historia de las Américas
Serie Ciudades

Coordinada por
ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
y
EDUARDO MATOS MOCTEZUMA

Tula

ROBERT H. COBEAN
ELIZABETH JIMÉNEZ GARCÍA
ALBA GUADALUPE MASTACHE

TULA

Traducción de
Aarón Arboleyda Castro

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS

Primera edición, 2012
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

Índice

Presentación

Agradecimientos

Introducción

I.

Medio ambiente

 

1. Sistemas de riego

II.

Tula en Mesoamérica

 

1. Los toltecas de Tula-Xicocotitlan

 

2. Los cimientos de una ciudad

 

3. Tula y Chichén Itzá

III.

La conformación de Tula

 

1. Tula Chico, la ciudad temprana

 

2. Tula Grande, núcleo del desarrollo de la ciudad

 

a) El contexto urbano de Tula

 

b) Planeación y diseño urbanos

 

c) La zona de monumentos y su recinto sagrado

 

3. El recinto sagrado: Tula Grande

 

4. Accesos

IV.

Arquitectura, cosmovisión y religión de los toltecas

 

1. Pirámide C

 

2. Pirámide B

 

a) Los pilares de la Pirámide B

 

3. Palacio de Quetzalcóatl o Edificio 1

 

4. Palacio Quemado

 

5. Edificio 4 o Palacio al este del Vestíbulo

 

6. Edificio J o Edificio al sur de la Pirámide C

 

7. Edificio K

 

8. El Adoratorio

 

9. Juegos de pelota

 

a) Juego de Pelota 1

 

b) Juego de Pelota 2

 

10. El Tzompantli

 

11. Comentarios generales acerca del recinto sagrado

V.

Tipos de habitaciones en la ciudad

 

1. Palacios

 

2. Grupos de casas

 

3. Conjuntos de departamentos

VI.

Barrios, distritos y sectores

VII.

Escultura, guerra y arte toltecas

 

1. Tula y su espacio sagrado en el tiempo

 

2. Tula Chico (Periodo 1)

 

3. Tula Grande (Periodo 2)

 

a) Periodo 2A

 

b) Periodo 2B

VIII.

Escritura de Tula, una confluencia de pueblos

 

1. Estructura de los glifos

 

2. Nombres personales

 

3. Tula, ciudad cosmopolita

IX.

Decadencia de Tula

 

1. Reocupación de Tula

 

a) Periodo 3A

 

b) Periodo 3B

Conclusiones

Bibliografía

Presentación

POR MÁS DE TRES LUSTROS, el Fideicomiso Historia de las Américas de El Colegio de México ha presentado proyectos de investigación y divulgación de alto nivel, accesibles al estudiante y al gran público. A la fecha hemos publicado en coedición con el Fondo de Cultura Económica cerca de 80 estudios originales, merecedores de varias reimpresiones, traducciones y algunos premios.

Iniciamos la Serie Ciudades —con la generosa colaboración del doctor Eduardo Matos Moctezuma— porque pensamos que la historia de México no se comprende sin el conocimiento del mundo prehispánico. Elegimos la ciudad como unidad de estudio porque arroja luz en torno al desenvolvimiento y función de las urbes prehispánicas con respecto a su territorio y a otras urbes mesoamericanas.

La ciudad es la expresión evidente de sociedades complejas que llegaron a reunir a miles y miles de personas en un determinado espacio. En ella se asentaban los poderes y se manifestaban la división social y las relaciones que establecían sus habitantes, además de que en su distribución interna se incluían espacios específicos de gobierno, de administración, habitacionales, de intercambio, religiosos, de vialidad, defensivos.

Desentrañar en lo posible la compleja función de las ciudades como centros religiosos, cabezas de reinos, centros de acopio y tránsito y goznes de grandes redes comunicantes y complementarias con jurisdicción sobre pobladores y amplios territorios es uno de los objetivos de esta serie.

Las urbes seleccionadas poseen diferentes características, determinadas por su lugar de asentamiento: Tenochtitlan es una ciudad lacustre; Teotihuacan se encuentra en medio de un pequeño valle; Monte Albán está en lo alto de cerros cuyas laderas fueron aprovechadas intensivamente; Palenque nace en la selva; Paquimé, en el árido norte; El Tajín, en los trópicos, vecina al mar; Chichén Itzá, en planicies calcáreas, y Tula, en las goteras del valle de México.

Confiamos en que el lector recibirá este nuevo libro, Tula, con el mismo entusiasmo que los anteriores.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Fundadora y presidenta del Fideicomiso
Historia de las Américas

EDUARDO MATOS MOCTEZUMA
Instituto Nacional de Antropología e Historia

Agradecimientos

SON MUCHAS LAS PERSONAS que han ayudado a lo largo de las diversas etapas de nuestras investigaciones en Tula y sería necesario un largo ensayo para expresarles en forma adecuada nuestra gratitud por su apoyo y generosidad. En primer lugar, nuestro reconocimiento a la doctora Alicia Hernández Chávez por su apoyo e inspiración para preparar el actual volumen dentro de la excelente serie que coordina acerca de las ciudades prehispánicas.

Hace muchos años el profesor Jorge R. Acosta, pionero de la investigación científica en Tula, aceptó desinteresadamente entrevistarse con Cobean y otros alumnos de los nuevos proyectos en Tula para aconsejarlos y compartir con ellos interpretaciones de las funciones de edificios y sectores de la ciudad antigua que él excavó. Algunos de sus comentarios están citados en el presente texto. Damos gracias al profesor Eduardo Matos Moctezuma, director del Proyecto Tula del INAH, y al profesor Richard A. Diehl, director del Proyecto Tula de la Universidad de Missouri, por su apoyo y consejos clave a lo largo de los años. El profesor Matos también nos invitó a escribir este libro para la serie que coordina con la doctora Hernández.

El profesor Dan Healan, investigador de la Universidad de Tulane, nos orientó con los resultados de sus investigaciones fundamentales en Tula y el Bajío que enriquecieron las conclusiones de este texto. Los maestros Luis Gamboa Cabezas y Nadia Vélez Saldaña proporcionaron información medular acerca del desarrollo urbano de Tula obtenida en excavaciones recientes en varios sectores de la ciudad y su área de sostenimiento. La maestra Ana María Crespo también ha compartido durante años datos muy importantes de sus análisis de los asentamientos antiguos en la ciudad y su región. Los doctores Alejandro Pastrana y Juan Yadéun nos aconsejaron acerca de la estructura de barrios en la ciudad, especialmente para las zonas de talleres de obsidiana. También nos fue muy útil la información proporcionada por el arqueólogo Carlos Hernández Reyes, quien exploró los contextos específicos de talleres de esculturas monumentales y de esculturas que él ha rescatado durante sus numerosas investigaciones en Tula. El arquitecto Jesús Acevedo produjo una serie de planos en tres dimensiones para edificios monumentales en el sector de Tula Grande basándose en los datos obtenidos en campo por Jorge Acosta y Alba Guadalupe Mastache.

Muchos investigadores que fueron alumnos de Mastache y Cobean redactaron tesis e informes que son fuentes clave de información para Tula: Fernando Getino Granados, Javier Figueroa Silva, Fernando Báez Urincho, María Elena Suárez Cortés, Héctor Patiño Rodríguez, María Guadalupe Sánchez, George Bey, José Clemente Salazar, Blanca Estela Martínez Landa, Rosa Elena Moncayo y Donald Jackson.

La influencia de William T. Sanders sobre las investigaciones en la ciudad y en los sitios de la región de Tula ha sido fundamental desde la década de 1970, cuando ayudó a formular los objetivos y la metodología de investigación para el trabajo de campo de Mastache, Crespo y Cobean. Por largo tiempo el profesor Jeffrey Parsons también ha enriquecido nuestras investigaciones en Tula con sus profundos conocimientos acerca de procesos económicos y de urbanismo en el centro de México. Como se puede ver en la discusión acerca de los barrios en Tula, nos apoyamos en los profundos estudios sobre Tenochtitlan y la información comparativa del profesor Edward Calnek. El profesor Karl Taube ha sido muy generoso al compartir con nosotros sus magníficas investigaciones de la iconografía mesoamericana, que en varios casos fueron cruciales para identificar temas y deidades centrales en el arte tolteca.

Amigos y colegas nos han beneficiado en mucho con sus comentarios y visitas a los trabajos de campo: Beatriz Braniff, Evelyn Rattray, Marie-Areti Hers, Ángel García Cook, Kenneth Hirth, William Fowler, Rubén Cabrera, Mari Carmen Serra, Nigel Davies, Gianfranco Cassiano, Ana María Álvarez Palma, Barbara Stark, Michael Spence, Thomas Charlton, María Elena Morales, Susan Evans, Robert D. Drennan, Christine Hernández, Heath Anderson y Christopher Pool. A lo largo de los años fue muy importante la intervención del doctor Alejandro Martínez Muriel para conseguir permisos y recursos para el trabajo de campo y nos proporcionó consejos importantes sobre la interpretación de los datos obtenidos. En muchas ocasiones el profesor José Vergara, del Centro INAH Hidalgo, y la etnóloga Blanca Jiménez Padilla, desde el Centro INAH Guerrero, otorgaron apoyos fundamentales para alcanzar nuestros objetivos.

Sin duda, los logros del proyecto se han conseguido merced a la participación, esfuerzo y compromiso de un excelente equipo de trabajadores de la región de Tula, quienes han participado en proyectos arqueológicos durante muchos años: los jefes principales son Florentino Jiménez, Bernabé Jiménez, Zenón Jiménez, Pablo Jiménez y Guadalupe Alcántara. Constantina Martínez López trabajó por años organizando las colecciones de laboratorio para los análisis.

Versiones iniciales de varios capítulos de este libro fueron traducidas del inglés al español por el arqueólogo Aarón Arboleyda, cuyo gran profesionalismo mejoró nuestro discurso. También participó en la captura de información y digitalización de muchas de las ilustraciones aquí publicadas, así como en diversos aspectos logísticos durante el desarrollo del trabajo.

Diversas fotografías y muchos de los dibujos del material escultórico se obtuvieron gracias al financiamiento de la Fundación para el Avance de Estudios Mesoamericanos, Inc. (FAMSI, por sus siglas en inglés), que otorgó a Elizabeth Jiménez García durante 2007.

Los dibujos de la escultura se deben al talento y dedicación que Daniel Correa Baltazar tuvo para cada una de las piezas, a pesar de las inclemencias del sol, la lluvia y el aire en la zona arqueológica. Los dibujos de los pilares quedaron integrados y digitalizados gracias a Daniela Marín Atilano.

José Ramírez, jefe del Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología, colaboró como siempre con nuestros estudios de los informes de Jorge Acosta y Hugo Moedano que se conservan en ese magnífico archivo.

La señora Minerva Olmos, de la Dirección de Estudios Arqueológicos, ayudó de distintas maneras en la preparación y edición de este texto.

Finalmente, apreciamos en mucho el trabajo de Laura Villanueva Fonseca y el personal del FCE por su excelente labor en la corrección y edición final de esta obra.

Introducción

EN EL EXTREMO NORTE de la actual ciudad de Tula, municipio de Tula de Allende, estado de Hidalgo, se encuentra la zona arqueológica de Tula (lámina 1, figura 1). Durante su etapa de apogeo en los siglos X al XII d.C. este antiguo asentamiento, que llegó a cubrir más de 15 kilómetros cuadrados, se distribuía principalmente sobre la margen derecha del río Tula, frente a los cerros que se conocen localmente como La Malinche y Magoni.

El mayor atractivo turístico y que también continúa siendo un enigma para los estudiosos de la cultura tolteca son sus grandes esculturas masculinas conocidas por todos como atlantes (lámina 2, figuras 2 y 3). Con una altura de 4.60 metros en promedio hacen cuestionarse a propios y extraños sobre la antigua población que las creó, sobre su significado, su función e importancia. Otras preguntas se enfocan en la forma en que fueron trasladados los grandes bloques de basalto con que se realizaron, la elección y uso de determinadas herramientas para su tallado y, sobre todo, la combinación de arte, diseño y simbolismo religioso, todo ello enfocado en una sociedad guerrera.

Esas mismas preguntas debieron surgir entre los estudiosos de la época de Jorge R. Acosta a mediados del siglo XX, quien, encabezando una de las más importantes investigaciones del centro de México, se dedicó por dos décadas al estudio, registro, descripción, excavación, consolidación, restauración y reconstrucción del núcleo de ese asentamiento prehispánico al que llamaría Tula, por encontrarse junto a la ciudad moderna del mismo nombre. Jorge Acosta (figura 4), junto con Hugo Moedano Koer, su brazo derecho en las investigaciones, sigue siendo referente por sus múltiples aportaciones en la arqueología.

Los únicos estudiosos de los que se conoce su participación en Tula, antes de Jorge Acosta, fueron Antonio García Cubas en 1873, Désiré Charnay en la década de 1880 y Francisco Mújica Diez de Bonilla por el año 1933 (Schávelzon y Tomasi, 2005), el primero cuando describe las “ruinas” de la ciudad, el segundo como explorador y el tercero como dibujante de los vestigios que anteriormente había descubierto Charnay y de las piezas que encontró diseminadas tanto en las calles y casas de la ciudad moderna de Tula como en los alrededores. A fines de la década de 1930 el arqueólogo George Vaillant (1938) hizo pozos estratigráficos en Tula para estudios comparativos de cerámica con las culturas del Posclásico en la cuenca de México.

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FIGURA 1. El recinto conocido como Tula Grande. (Plano: Alba Guadalupe Mastache y Jesús Acevedo García.)

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FIGURA 2. Pirámide B. Este edificio probablemente fue un monumento consagrado a la dinastía real de Tula. (Foto: Robert Cobean.)

Después de Jorge Acosta, en 1968 Tula recibe atención especial por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia, por conducto de Eduardo Matos Moctezuma, quien llevó a cabo la exploración y restauración de varias estructuras de la plaza principal y excavaciones estratigráficas en otros sectores de la ciudad antigua. Posteriormente Juan Yadéun se dedicaría a un reconocimiento de superficie de la antigua zona urbana y, con el apoyo de la fotografía aérea, elaboró un mapa preliminar que ha servido de guía académica desde entonces. En la década de 1970 varios arqueólogos efectuaron excavaciones extensivas y estratigráficas en diversos puntos y Alejandro Pastrana empezó un estudio de superficie en talleres de obsidiana. En 1973 Alba Guadalupe Mastache Flores y Ana María Crespo inician una investigación de área que abarcó una extensión aproximada de 1 000 kilómetros cuadrados alrededor de lo que se conoce actualmente como la zona arqueológica de Tula.

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FIGURA 3. Fragmento de un atlante encontrado por Jorge R. Acosta en una cala prehispánica en la Pirámide B. Esta pirámide sufrió daños masivos con el abandono de la ciudad (ca. 1200 d.C.). (Foto: INAH.)

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FIGURA 4. El arqueólogo Jorge R. Acosta dirigió más de 20 temporadas de excavaciones en Tula a partir de 1940. (Foto: INAH.)

También en 1970 la Universidad de Missouri emprendió investigaciones enfocadas a recorridos de superficie en la zona urbana, excavaciones extensivas en varias unidades residenciales y pozos estratigráficos dentro y fuera de la ciudad prehispánica. Por su parte, la Universidad de Tulane excavó en 1980 un conjunto residencial asociado a la producción de instrumentos de obsidiana.

Entre 1979 y 1980 el Centro INAH Hidalgo asumió la dirección de excavaciones de salvamento en diversos sectores dentro de la zona urbana que después serían afectados o destruidos por diversas obras de infraestructura a cargo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) y de la conocida anteriormente como Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (SAHOP). Desde entonces y hasta la fecha investigadores tanto del Centro INAH Hidalgo como de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH y otras instituciones extranjeras han participado de manera constante en rescates arqueológicos, proyectos de área y proyectos específicos tanto de la zona arqueológica cuyos vestigios se encuentran a la vista como en espacios alejados del núcleo de la antigua ciudad.

Investigaciones recientes en Tula

Tula ha sido objeto de reconocimientos y excavaciones durante más de un siglo, aunque de forma intermitente. Los edificios del recinto monumental de esta ciudad fueron excavados en su mayoría durante las décadas de 1940 y 1950 por Jorge R. Acosta, Hugo Moedano y otros miembros de su equipo. A menudo se ha criticado injustamente el trabajo de Acosta por haber reconstruido excesivamente los edificios de forma confusa (Molina Montes, 1987); sin embargo, en una lectura minuciosa de sus informes publicados se encuentran numerosas descripciones detalladas y análisis de las estructuras que excavó, con una cuidadosa distinción entre los restos fragmentarios originales y lo que finalmente fue restaurado (Healan, 2001; Cobean y Mastache, 1988; Diehl, 1989).

Sobre trabajos de recorrido de superficie se han realizado por lo menos tres proyectos en la zona urbana de Tula, dirigidos por Stoutamire (1975), Healan y Stoutamire (1989), Yadéun (1975) y Mastache y Crespo (1982). Estas y otras investigaciones han documentado muchos de los aspectos económicos y políticos de la complejidad social de esta ciudad.

Durante la lectura de este trabajo el lector podrá percibir que han sido numerosos los investigadores que han enfocado su interés en la antigua ciudad de Tula, ya sea a través de la excavación y consolidación de edificios, o bien mediante reconocimientos de superficie. Asimismo, existen estudios sobre el patrón de asentamiento, la arquitectura, el análisis de materiales cerámicos, líticos y escultóricos, restos óseos, madera, semillas, etc., hasta incluir aspectos más complejos y difíciles como son la interpretación de las imágenes y figuras de los propios vestigios materiales que se han obtenido durante más de 70 años. A continuación se presentan, de manera global, los hallazgos más relevantes o la información que permite apreciar en su conjunto los restos arqueológicos de lo que fuera la antigua ciudad de Tula-Xicocotitlan.

I. Medio ambiente

LA ANTIGUA CIUDAD DE TULA se encuentra en el centro de un área de aproximadamente 1 000 kilómetros cuadrados que limita al sur con la cuenca de México, al norte con el valle del Mezquital y al este con una cadena montañosa que alcanza altitudes de hasta 2 800 metros sobre el nivel del mar. Esta área comprende los municipios de Atitalaquia, Atotonilco de Tula, Tepeji del Río, Tepetitlán, Tezontepec de Aldama, Tlahuelilpan, Tlaxcoapan y Tula de Allende.

La temperatura media anual en las zonas más secas es de 18 °C con lluvias de tan sólo 450 a 600 milímetros anuales, mientras que en la zona templada seca la temperatura media va de 12 a 17.5 °C con una precipitación media anual de 700 milímetros, sobre todo entre los meses de junio y septiembre. La baja precipitación hace necesario el uso de sistemas de riego para mantener una población urbana en la región.

La zona pertenece a la subcuenca hidrográfica del río Tula, que forma parte del sistema de drenaje del río Pánuco. Está situada en la región fisiográfica de la Meseta Central, entre la Sierra Madre Oriental y el Eje Neovolcánico. El río principal de Tula tiene cuatro afluentes: los ríos Coscomate, Rosas, Salado y El Salto. Los dos primeros van en sentido de oeste a este y los otros dos, de sur a norte. Donde desembocan las aguas del río Rosas con el de Tula se encuentra el área donde se desarrolló la antigua ciudad de Tula.

La mayor parte de la zona está cubierta por cadenas montañosas, y la antigua Tula se levantó en las estribaciones situadas al oeste, frente al cerro Magoni. En el sector donde está Tula hay valles intermontanos que incluyen llanuras aluviales entre los ríos Rosas y Coscomate. Es en el cuadrante noreste donde también se encuentra una amplia llanura aluvial entre los ríos Salado y Tula; ahí afloran depósitos volcánicos aislados, como el cerro Xicuco, que permitió identificar a Tollan Xicocotitlan, o sea, Tula-Xicocotitlan.

En las partes altas de las montañas la erosión es muy fuerte y sus suelos son delgados o inexistentes, y en zonas de piedra caliza los suelos son muy pobres en nutrientes. En cambio, en las llanuras aluviales los suelos se formaron con sedimentos de origen volcánico, sobre todo de limo y arcilla, por lo que es mayor su riqueza de nutrientes. También los suelos de las laderas fueron más favorables para la agricultura debido a la abundancia de piroclastos, es decir, cenizas y fragmentos de roca ígnea de origen volcánico.

En el área existieron bosques mixtos en áreas boscosas, así como zonas de matorrales y mezquites. Quizá la vegetación original debió de estar dominada por mezquites (Prosopis laevigata), y es posible conjeturar que en la zona de calizas había huizaches (Acacia farnesiana o Acacia tortuosa) y otras plantas desérticas, con abundantes garambullos (Myrtillocactus geometrizans), arbustos espinosos y nopales (Opuntia spp.).

En las laderas altas son característicos los agaves, lechuguillas (Agave lechuguilla), palmita (Hechtia glomerata), además de cactos, plantas labiadas (hierbas y arbustos aromáticos, de uso medicinal) y abundantes pastos y gramíneas. Entre la diversidad de hierbas y arbustos, existen muchas especies útiles que en el pasado debieron ser muy importantes para las comunidades.

Por encima de los 2 300 metros de altitud hay robles (Quercus spp.), madroños (Arbutus spp.) y enebros (Juniperus flaccida) junto a otras especies de arbustos que indican una mayor humedad. En las montañas del suroeste existen bosques mixtos de pinos.

Las márgenes del río Tula están dominadas por ahuehuetes (Taxodium mucronatum), acompañados por álamos (Populus spp.) y sauces (Salix bomplandiana) y por plantas típicas de zonas inundadas, como hierbas y juncos. Para tener una idea general sobre la vegetación que predominó en el área donde se encuentra Tula, podemos decir que en la década de 1970, 29% del área estaba cubierto por arbustos espinosos de ambiente desértico (González Quintero, 1967), mientras que los matorrales representaban 4% y el bosque mixto sólo 2% (Crespo, 1976).

Por los restos encontrados en excavaciones arqueológicas sabemos que en la fauna local existieron ciervos, liebres y conejos cola de algodón. Además de aprovechar su carne, los guajolotes y perros pequeños debieron criarse en grandes cantidades para su comercialización, pues ambos tenían uso no sólo doméstico sino también ritual.

1. Sistemas de riego

La agricultura por irrigación fue sin duda de vital importancia en este tipo de hábitat semidesértico en las partes bajas del área (láminas 3 y 4, figura 1.1). Es muy probable que las obras prehispánicas de regadío se construyeran en los mismos lugares que los sistemas más tardíos, algunos de los cuales todavía se utilizaban en la década de 1970, pues la localización de diques y canales está determinada en gran medida por las características geomorfológicas e hidrográficas de la región (figuras I.2 y I.3).

En la zona aledaña a Tula coexisten dos tipos de sistemas de riego: moderno y tradicional, cada uno con sus propias características. El sistema moderno de riego se alimenta básicamente de dos grandes presas de almacenamiento: Requena y Endhó. La presa de Requena fue construida en 1919 en el río Tepeji, al norte de Tepeji del Río, pueblo que se conecta a través del río Tula con la antigua ciudad de Tula. Los canales alimentados por la represa corren de sur a norte, como corren los ríos, y han sido esenciales para irrigar las tierras bajas, especialmente el valle aluvial.

En cambio, la presa de Endhó beneficia especialmente la zona norte entre Mixquiahuala e Ixmiquilpan, en la parte principal del valle del Mezquital. Fue construida entre 1947 y 1951 en el punto donde los ríos Coscomate y Rosas alimentan al río Tula.

En general, los sistemas asociados con los pueblos son construcciones sencillas, basadas en pequeños diques o represas hechas de rocas que desvían el agua de los ríos hacia uno o dos canales. La primera sección de éstos actualmente es de hormigón, pero la mayoría de los canales consisten en zanjas de tierra que por lo general irrigan estrechas franjas de tierra a lo largo del canal de alimentación.

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FIGURA I.1. Canales de riego del periodo Clásico asociados a la zanja Romera, obras que posteriormente se generalizaron en toda la región. (Mapa: Alba Guadalupe Mastache.)

Durante el periodo colonial (lámina 6) la zanja Romera, también conocida como la zanja del Correo Mayor, fue uno de los sistemas de riego tradicionales más importantes, controlado por la hacienda Chingú. Arrancaba en una presa de piedra sobre el río Tepeji, al sur precisamente del pueblo de Tepeji del Río. La presa encauza el agua a un canal de más de 30 kilómetros de largo que regaba las tierras de varias haciendas, especialmente en el valle aluvial. Este sistema se ha abandonado, con excepción de tramos cortos cerca de Tepeji del Río.

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FIGURA I.2. Zonas de riego potencial (áreas sombreadas) para la región de Tula durante la época prehispánica. (Mapa: Alba Guadalupe Mastache.)

Otro sistema de riego era conocido como la Nueva Zanja. No sabemos cuántos años tiene, pero el nombre sugiere que fue construido después de la Romera y con ruta similar, pero más corta. El sistema comenzó en el río Tepeji, con un dique que fue cubierto más tarde por la presa Requena. Tiene algunos tramos subterráneos y acueductos y termina al oeste de Tlahuelilpan. La zanja Romera y los sistemas de la Zanja Nueva son de gran interés para entender Tula porque la distribución de los sitios en el área del periodo Clásico teotihuacano y de la fase Tollan sugiere que un sistema con una ruta similar podría haber existido desde esa época.

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FIGURA I.3. Panorámica de la región de Tula en temporada de secas. (Foto: Robert Cobean.)

El río Salado alimentó diversos sistemas de riego, como el de la presa Las Cadenas, presa Vieja y presa Yocua, que regaron las tierras de la hacienda Tlahuelilpan, lugar que parece haber sido importante durante la época prehispánica porque de ahí procede una gran escultura que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología. En el siglo XIX esta hacienda fue la más importante de la zona y poseía la mayor parte de la tierra en el valle aluvial; hacia el sur rodeaba la ciudad de Tula y la hacienda de Jasso y al norte limitaba con Atengo y Tezontepec y la hacienda Ulapa.

Otro sistema importante, que inferimos también es de origen prehispánico, es el del río Salado que regaba las tierras de Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tlahuelilpan. Suponemos que de Atitalaquia se controlaba el sistema de riego.

Del río Tula también nacían diversos canales de riego. Uno de los más importantes fue la zanja de los Tres Pueblos, que todavía se usaba parcialmente hacia 1970. Comenzaba con un pequeño dique situado a unos dos kilómetros al norte de la presa Requena, el cual desviaba el agua para hacerla correr por un canal trazado a lo largo de la margen derecha del río. Era una zanja sencilla de casi 10 kilómetros de largo que irrigaba las tierras en San Miguel Vindhó, San Marcos y San Lorenzo Xipacoya, pueblos situados al sur de la ciudad prehispánica.

Hubo otro pequeño sistema de riego dentro de los límites de la antigua ciudad que empezaba en un dique bajo el puente colgante situado entre la moderna ciudad de Tula y la zona arqueológica. Este sistema pertenecía en el siglo XIX a la hacienda de San Francisco Bojay. El agua drenada por el dique corría a lo largo de la margen izquierda del río a la hacienda e irrigaba las tierras que ahora están bajo la presa Endhó; era una estrecha franja que cubría casi 100 hectáreas. Aguas abajo había una serie de pequeños sistemas con características muy similares a lo descrito anteriormente.

El sistema de riego Xochitlán requiere una mención especial. Éste es un pueblo semidisperso a unos ocho kilómetros al oeste de Tula. Xochitlán todavía controla un sistema de riego de vital importancia para varios pueblos de la zona, incluyendo la ciudad de Tula. El sistema es alimentado por un manantial llamado El Quinte o San Francisco, que se encuentra cerca de la ciudad de San Francisco Soyaniquilpan, en la región de Jilotepec, Estado de México. El agua de este manantial se canaliza del río Rosas a San Agustín, donde se une con el agua procedente de otros manantiales.

El volumen de agua en este sistema es ahora muy bajo, sobre todo porque tiene que ser compartida por varios pueblos: Xochitlán, San Andrés Nantza, Michimaloya, Xitejé y Tula. El sistema utilizado para canalizar el agua a estos asentamientos es bastante complejo, ya que combina tramos en los que el agua fluye en ríos y arroyos con secciones de canales y zanjas de tierra de varios kilómetros. Sin embargo, desde un punto de vista constructivo, su tecnología es muy simple ya que no hay acueductos ni tramos subterráneos. Debido a que Xochitlán es el más cercano a la fuente de agua y se encuentra más alto que los otros pueblos, es el que controla la distribución del líquido. Al parecer, su función como distribuidor del agua de los manantiales fue importante desde la época prehispánica.