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SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS

Serie Ensayos

Coordinada por
ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Otro siglo perdido

VÍCTOR L. URQUIDI

OTRO SIGLO PERDIDO

Las políticas de desarrollo en América Latina (1930-2005)

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2005
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

PRESENTACIÓN

El Fideicomiso Historia de las Américas nace de la idea y la convicción de que la mayor comprensión de nuestra historia nos permitirá pensarnos como una comunidad plural de americanos y mexicanos, al mismo tiempo unidos y diferenciados. La obsesión por definir y caracterizar las identidades nacionales nos ha hecho olvidar que la realidad es más vasta, que supera nuestras fronteras, en cuanto ésta se inserta en procesos que engloban al mundo americano, primero, y a Occidente, después.

Recuperar la originalidad del mundo americano y su contribución a la historia universal es el objetivo que con optimismo intelectual trataremos de desarrollar a través de esta serie de “Ensayos”, que en esta ocasión presenta una trilogía de textos sobre historia económica: Mecanismos y elementos del sistema económico colonial americano, siglos XVI-XVIII, de Romano Ruggiero; El otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización, de Marcello Carmagnani, y la obra que el lector tiene en sus manos, de Víctor L. Urquidi. La finalidad de esta serie es promover las investigaciones en historia económica y social y fue patrocinada por el Fideicomiso Historia Económica de Banamex, fundado en 1989, gracias al interés de don Antonio Ortiz Mena, entonces director general del Banco Nacional de México. Expresamos nuestro reconocimiento a Banamex y a don Antonio Ortiz Mena.

La continuidad de la serie ha sido posible gracias al apoyo incondicional de la actual directora del Fondo de Cultura Económica, Consuelo Sáizar, y a su personal, al que debemos el excelente cuidado de nuestras publicaciones.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta del Fideicomiso Historia de las Américas

ÍNDICE

Prólogo

I. Introducción y consideración general

  1. El resurgimiento de las economías de la región latinoamericana en la posguerra
  2. El endeudamiento externo a partir de los años setenta
  3. El desenlace: los reajustes incompletos o imposibles
  4. ¿Cómo definir la economía de la región latinoamericana?
  5. Integración económica y desarrollo de la región latinoamericana
  6. Las relaciones externas de las economías de la región latinoamericana

II. La crisis de los años treinta

  1. Efectos de la Gran Depresión
  2. Recuperación y búsqueda de autonomía en el desarrollo

III. La segunda Guerra Mundial y sus repercusiones económicas

  1. Deformaciones comerciales y situaciones de escasez
  2. Industrialización inesperada
  3. Inflación y finanzas públicas
  4. Nuevas estrategias de desarrollo vagamente definidas
  5. Premoniciones y ajustes de la posguerra

IV. La edad de oro del desarrollo: la industrialización acelerada

  1. Posicionamiento para el mundo de la posguerra
  2. Trayectorias de crecimiento y cambios estructurales
  3. Desempeño del comercio exterior. Mercados nuevos, productos nuevos, mejor relación de precios del intercambio
  4. Industrialización acelerada impulsada por las políticas de sustitución de importaciones
  5. La ISI y el mercado interno
  6. Iniciativas de integración económica regional y subregional: una primera etapa

V. Problemas estructurales no resueltos en la economía “real”, 1950-1970

  1. Los problemas estructurales
  2. La agricultura y su organización
  3. Una agricultura que no satisfacía la demanda
  4. Utilización de energía y alternativas
  5. Transporte: del ferrocarril al autotransporte y al transporte aéreo; ocaso del transporte fluvial y del de cabotaje

VI. El financiamiento del desarrollo en 1950-1970 como problema estructural

  1. El ahorro interno y su movilización: el sesgo inflacionario
  2. La banca de desarrollo
  3. Las políticas públicas, la expansión del sector público y los déficit fiscales
  4. La cooperación internacional en el desarrollo

VII. Un decenio de inestabilidad en el sector externo, 1970-1980

  1. La gestación de la inestabilidad externa
  2. Inestabilidad monetaria internacional
  3. Las conmociones del mercado del petróleo y otros productos
  4. La crisis alimentaria
  5. Los efectos globales

VIII. El surgimiento de la inestabilidad interna, 1970-1980

  1. Los desequilibrios presupuestarios y otros del sector público
  2. El uso excesivo del endeudamiento externo para financiar el desarrollo
  3. Conclusión sobre el endeudamiento externo, 1970-1980
  4. Las monedas sobrevaluadas y sus consecuencias
  5. Las políticas económicas inoperantes

IX. El endeudamiento externo: la crisis de 1982 y sus consecuencias

  1. La crisis del endeudamiento en 1982
  2. Reajustes sin crecimiento
  3. La restructuración con factores externos limitantes
  4. La indecisión internacional y la reversión de los flujos de capital
  5. Conclusión: la interacción de factores externos e internos

X. Los reajustes de los años noventa

  1. Factores de letargo y estancamiento
  2. El “Consenso de Washington”
  3. Resultados en los años noventa
  4. La pérdida de autonomía y la globalización creciente
  5. La gran crisis internacional de 1995 a 2000
  6. Los rezagos tecnológicos
  7. El comercio exterior de la región latinoamericana

XI. Población, fuerza de trabajo y sectores sociales . .

  1. Orígenes de la desigualdad social
  2. Las variables demográficas

XII. El siglo perdido y la perspectiva. El desarrollo sustentable y sus requisitos

  1. Las tendencias dominantes: recapitulación
  2. La crisis de los años noventa
  3. El gran rezago
  4. Requisitos de un nuevo desarrollo bajo criterios de sustentabilidad y equidad
  5. Elementos de una perspectiva futura

Bibliografía


Siglas y abreviaturas


Índice de cuadros y gráficas

PRÓLOGO

No te atengas al tiempo que vendrá, porque el que has malgastado prematuramente ya habrá pasado cuando lo quieras usar.

SHAKESPEARE, Richard III, act IV, Sc. iv

En 1941, apenas iniciado en el trabajo profesional como economista, me interesó profundamente la evolución económica y social de América Latina, hoy denominada desarrollo. Durante mis estudios de licenciatura en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE) de 1937 a 1940, poco se sabía de América Latina. En la terminología de épocas posteriores, no se identificaba como “región”; tampoco se hablaba de “desarrollo”. A México se le consideraba parte de América del Norte, a veces integrante de Centroamérica, y era conocido más bien por su Revolución con mayúscula. Algo se conocía de Argentina, Chile y Brasil. Me di cuenta, por lo demás, con datos de la Sociedad de las Naciones, de que el comercio de América Latina no constituía una proporción significativa —como tampoco ahora— del comercio mundial. En cambio, ya que estudiábamos la crisis económica mundial de los años treinta, comprobé que en la región latinoamericana los estragos causados por la Gran Depresión en el comercio de sus principales países habían sido importantes. Me tocó estar en Londres cuando se expropió la industria petrolera mexicana en 1938, y ello hizo que me diera cuenta de los “factores estructurales” y políticos de la economía y me impulsó también a leer sobre la reforma agraria. En otra, más lejana juventud, había yo vivido con mis padres en tres países latinoamericanos: Colombia, El Salvador y Uruguay, donde cumplí buena parte de mi educación primaria. Para ir a Sudamérica se viajaba por ferrocarril o por barco a Nueva York, en este caso con la consabida y agradable escala en La Habana. A El Salvador se iba por tren y automóvil. A inicios de 1932, de vuelta en México, asistí a la escuela secundaria pública, terminé el bachillerato en parte en España y, finalmente, mediante examen ingresé a la Universidad de Londres en 1936.

Cuando regresé de Inglaterra a México en septiembre de 1940 con grado de licenciado en economía y comercio, obtuve empleo en el Banco de México, conseguí también iniciarme en la traducción de obras de economía para el Fondo de Cultura Económica y me asocié a los seminarios de El Colegio de México organizados por Daniel Cosío Villegas. Uno de ellos fue sobre América Latina y pude  adentrarme en la lectura de cuanto salía de los medios académicos de los Estados Unidos, Inglaterra y algunos países sudamericanos acerca de nuestra región, que no era mucho. Fueron determinantes también la lectura de Colin Clark (1940) sobre los cambios estructurales que el desarrollo entrañaba y después la de muchos otros autores.

¿Cómo veía el futuro de la región latinoamericana? Los años de la segunda Guerra Mundial estaban ya teniendo efectos profundos en las economías de los países latinoamericanos. En 1942, la Tesorería de los Estados Unidos, por medio de la Unión Panamericana, convocó en Washington a una Conferencia Interamericana sobre Cooperación Financiera y Control de los Bienes del Enemigo; tuve la suerte de que el director general del Banco de México, Eduardo Villaseñor, me invitara a formar parte de la delegación, lo que me permitió conocer a banqueros y representantes de los ministerios de Hacienda de todos los países de la región. En 1944, a invitación del secretario de Hacienda, licenciado Eduardo Suárez, participé en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (Bretton Woods) como secretario técnico de la delegación, pues había yo colaborado con Daniel Cosío Villegas en el análisis de los proyectos monetarios y financieros para la posguerra. De los 44 países que asistieron, 19 fueron latinoamericanos (la excepción fue Argentina, que no fue invitada). Allí tuve oportunidad de tratar a muchos de los delegados y de establecer amistades duraderas. A resultas de Bretton Woods, el Banco de México decidió convocar en 1946 a una primera Reunión de Técnicos de Banca Central del Continente Americano (incluidos Canadá y los Estados Unidos), cuya organización corrió a mi cargo. Participó Raúl Prebisch como invitado especial. En ésta conocimos la problemática latinoamericana de la posguerra y la del periodo que se avecinaba (Banco de México, 1946). Más allá de los asuntos monetarios y financieros, interesaba examinar el contexto internacional en que pudieran desenvolverse el comercio, las inversiones y sobre todo las políticas de industrialización ya perfiladas y en algunos casos puestas en práctica. Se creó en el banco, además, un pequeño grupo de estudios sobre la posguerra, con la participación de José Medina Echavarría.

Previa recomendación de la Asamblea General en 1947, el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas aprobó, el 25 de febrero de 1948, una resolución por medio de la cual se creó la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Como lo ha relatado en forma tan elocuente Hernán Santa Cruz,1 entonces representante de Chile ante las Naciones Unidas, quien fue el principal impulsor de la creación de este nuevo organismo, a imagen y semejanza de la Comisión Económica para Europa que encabezó Gunnar Myrdal, la propuesta tropezó con obstáculos, en lo principal porque existía ya un comité de la Unión Panamericana, próximo a convertirse, en Bogotá en 1948, en Consejo Interamericano Económico y Social de la Organización de Estados Americanos. Aprobada la creación de la CEPAL, se decidió establecerla en Santiago de Chile, donde se llevó a cabo su primer periodo de sesiones, ya nombrado secretario ejecutivo Gustavo Martínez Cabañas. El segundo periodo se convocó en La Habana en mayo de 1949, y en él Raúl Prebisch, entonces consultor de la Secretaría de la CEPAL, presentó su célebre informe que contribuyó a dar vida autónoma al organismo con su propia visión personal de la problemática del desarrollo latinoamericano y sus relaciones económicas internacionales (Prebisch, 1949). En 1943 estuvo en México unas semanas, su primera visita, a raíz de su dimisión del Banco Central de la República Argentina. Fue invitado por el director general del Banco de México, a instancias de Daniel Cosío Villegas, a compartir con funcionarios mexicanos de los sectores monetario y financiero sus experiencias como banquero central. Yo era el único que había leído por interés profesional los excelentes informes anuales de dicho Banco Central, publicados de 1935 en adelante. Participó Prebisch, además, en un seminario sobre América Latina en El Colegio de México, en que presentó un trabajo sobre el patrón oro y la vulnerabilidad económica de América Latina (Prebisch, 1944a). En 1944, volvió por un periodo de tres o cuatro meses a impartir un curso en el Banco de México (Prebisch, 1944b) y unas conferencias en El Colegio de México (Prebisch, 1944c). Me correspondió tratarlo con frecuencia, lo que me permitió conocer con mayor profundidad algunos de los temas latinoamericanos de mayor interés, que más adelante él expondría en la CEPAL.

En 1947 di una vuelta al mundo en dirección oriente, por encargo de la Secretaría de Hacienda, para estudiar la posibilidad de que México vendiera sus excedentes de plata y entablara negociaciones con algunos países para no desmonetizarla y adquirir a cambio productos industriales o materias primas. Escrito y presentado el informe respectivo, en octubre de ese año ingresé al personal técnico del Banco Mundial en Washington, por casi dos años, como encargado de una oficina sobre estudios de la economía de Brasil, Venezuela y otros países en lo que se llamó la “ribera oriental” de América Latina. Coincidieron conmigo en Washington varios economistas de la región latinoamericana contratados por el Fondo Monetario Internacional (FMI), con quienes el contacto frecuente, tanto profesional como social, fortalecía el interés en los problemas del momento y en las perspectivas. Entre ellos estaban Felipe Pazos (Cuba), Javier Márquez y Juan F. Noyola (México), Jorge Ahumada y Julio del Canto (Chile), Jorge Sol Castellanos (El Salvador), Jorge Montealegre (Nicaragua) y unos pocos más. Teníamos contacto asimismo con norteamericanos interesados en la región, por ejemplo, Edward Bernstein y Robert Triffin (FMI), John de Beers (Tesorería), David Grove (Reserva Federal), Henry Wallich (Reserva Federal de Nueva York) y otros. Era el momento del nuevo acceso de algunos países latinoamericanos al crédito a largo plazo obtenible del Banco Mundial y a los recursos a corto plazo del FMI. Me tocó participar en las negociaciones que el Banco Mundial inició con una empresa canadiense para ampliar sus instalaciones en la región Río-Sao Paulo de generación hidroeléctrica, servicios de agua potable, servicios telefónicos y tranvías. Después pasé a una sección de estudios generales que me motivó escasamente y determinó mi regreso a México a mediados de 1949.

Se me nombró a un cargo de asesor en la Secretaría de Hacienda para colaborar en temas de financiamiento del desarrollo y de política fiscal. Se pusieron en marcha varios proyectos importantes, entre ellos las proyecciones de los ingresos tributarios y la clasificación económica de los gastos públicos conforme a la metodología de las cuentas nacionales. En 1950 me integré junto con Raúl Ortiz Mena, de Nacional Financiera, a una Comisión Mixta del Gobierno de México y el Banco Mundial para el estudio del desarrollo económico de México y su financiamiento interno y externo (Ortiz Mena et al., 1953). Terminada la versión final de este informe hacia octubre de 1951, acepté un cargo que me ofreció Raúl Prebisch como director de estudios de la Oficina Regional de la CEPAL en México, recién abierta a mediados de ese año. Entré de lleno en los estudios y gestiones preliminares para la integración económica del Istmo Centroamericano que habían sido solicitados por los gobiernos de las repúblicas de Centroamérica en el cuarto periodo de sesiones de la CEPAL de mayo de 1951, para lo cual se creó un Comité de Cooperación Económica del Istmo Centroamericano en 1952. A esas tareas dediqué casi siete años, que culminaron en junio de 1958 con la firma del primer Tratado de Libre Comercio e Integración Económica de Centroamérica en Tegucigalpa y condujeron después al Mercado Común Centroamericano acordado en Managua en 1960. A principios de 1959 me reintegré a tareas de política de desarrollo en México. Como asesor del secretario de Hacienda, éstas sirvieron, entre otras cosas, para preparar la documentación relativa a la participación de México en la Alianza para el Progreso en 1963-1964.

Fue una etapa de esperanza. Publiqué el ensayo “Trayectoria del mercado común latinoamericano” (1960) y me aventuré a escribir un libro más general que denominé Viabilidad económica de América Latina (1962). En este último, no obstante cierto optimismo, hice hincapié en la problemática demográfica y social y en las dificultades institucionales y estructurales para llevar a cabo políticas de desarrollo congruentes, tema que la CEPAL y el Instituto Latinoamericano y del Caribe para la Planificación Económica y Social (ILPES) abordaron apenas en 1969. De allí pasé a discurrir, en numerosas conferencias y artículos, acerca de temas específicos del desarrollo latinoamericano, entre ellos los demográficos, los educativos, los de política científica y tecnológica, la cooperación en ciencias sociales, y la relación de América Latina con el resto del mundo cambiante y con los temas globales que se empezó a plantear en 1972.

En 1964 me incorporé a la vida académica mexicana, y después de casi 20 años de desempeñar el cargo de presidente de El Colegio de México, a partir de 1966, pensé dedicarme en 1986 a la temática de la ciencia y la tecnología —poco apreciada como elemento esencial del desarrollo en los países latinoamericanos—. No obstante, me obsesionaron de inmediato los problemas del servicio de la deuda externa como limitante del desarrollo y el poco éxito de las políticas de ajuste puestas en práctica, lo que requería examinar de nuevo a fondo los problemas fundamentales. Había yo estado un poco ausente de estos temas y ni siquiera estaba al corriente de la voluminosa bibliografía proveniente de la CEPAL y otros organismos. Al hacer el examen de las condiciones en que se había creado en tan poco tiempo la enorme deuda externa en los años setenta y ochenta, a partir del aumento pronunciado de los precios del petróleo en 1973, pensé que era necesario repasar la experiencia de desarrollo desde los años treinta y meditar sobre las perspectivas a mediano y largo plazos.

No tenía padrinos ni apoyos para llevar a cabo una investigación completa. En el propio Colegio de México había poco interés en la región latinoamericana. En septiembre de 1983 había yo dado un primer seminario breve en Toledo en la residencia universitaria de la Fundación José Ortega y Gasset. Mi segunda oportunidad de concentrarme un poco surgió de una invitación a dar un breve curso de verano en la Universidad de Washington, en Seattle, en 1986, bajo los auspicios del Instituto Henry M. Jackson de Estudios Internacionales. Nunca había impartido un curso en una universidad norteamericana y necesitaba ir a un compromiso de enseñanza en posgrado con la debida preparación. Kay Hubbard, de la Oficina de Estudios Extranjeros de la universidad, y Kenneth B. Pyle, director del instituto, me brindaron la oportunidad necesaria. En abril de 1987, el Instituto de Estudios Latinoamericanos (ILAS) y la Escuela de Graduados en Economía Empresarial de la Universidad de Texas me invitaron a dar parte de un curso de posgrado sobre economía latinoamericana que tenía a su cargo el profesor William P. Glade, a quien le estoy muy agradecido, lo mismo que a Richard A. Adams, director del ILAS. Ese mismo año, el programa MEXUS a cargo de Arturo Gómez Pompa de la Universidad de California en Riverside me invitó a impartir una serie de conferencias sobre América Latina o sobre México en esa dependencia, así como en los campus de Berkeley y Davis y, con la cooperación de Clark Reynolds, del Instituto de Investigación sobre Alimentos de la Universidad Stanford, en esta última. Fue lógico que de allí pasara a impartir una serie de conferencias sobre la economía latinoamericana en El Colegio de México, en el Centro de Estudios Internacionales, para estudiantes de las licenciaturas en estudios internacionales y en administración pública. Lo inicié mediante un curso público en el primer semestre de 1988, que ha constituido la base del presente libro, y lo repetí, más concreto, en 1989 sólo para estudiantes de El Colegio de México. En el ínterin gocé de la oportunidad de pasar un mes en el Centro de Estudios y de Conferencias de Bellagio, Lago Como, Italia, de la Fundación Rockefeller, donde la concentración me permitió hacer y repasar lecturas indispensables y redactar un primer borrador de gran parte de este libro. Es un texto que a la postre tuve que dejar latente durante varios años, debido a mi dedicación urgente a temas de economía ambiental en México. Concluida esta etapa, he podido al fin —no de manera continua, incluidos tres meses en St. Restitut, Drôme, Francia, en el año 2000 gracias a Gerardo Bueno— retomar el presente texto, revisarlo y actualizarlo.

Una de las razones que me impulsaron, y me impulsan aún, a insistir en este tipo de obras, es que se carecía de un análisis moderno de la región latinoamericana desde el punto de vista de la economía del desarrollo. En los Estados Unidos y Gran Bretaña dejaron de publicarse libros generales sobre la economía latinoamericana; los autores se concentraron en periodos cortos, en temas específicos y en la problemática de la deuda o del ajuste, o en determinados países. En Francia había apenas un par de libros que valieran la pena. Para los estudiantes de licenciatura y para el lector común hacía falta una obra general, tanto en español como en inglés. Mi primera redacción de esta obra fue en inglés, con vistas a conseguir un editor interesado, en lo cual fracasé repetidamente. Y en español quizá hubiera quedado aún en archivos si no hubiera sido por el Programa del Fideicomiso Historia de las Américas de El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica, dirigido por Alicia Hernández Chávez, quien me animó a concluir el proyecto. No es un libro para economistas de altos vuelos, que se interesan sólo en las etapas de posgrado, con grandes refinamientos técnicos de análisis. Tampoco es una historia económica, sino un análisis de las políticas de desarrollo. Es un libro que puede ilustrar al estudiante,a la sociedad civil, al sector empresarial y al mismo sector político y de gobierno, así como a la opinión pública, acerca de la problemática fundamental del desarrollo de los países de la región latinoamericana. Espero sea una aportación a la comprensión de la evolución económica y social de estos países y de la región.

Mis agradecimientos van muy lejos en cuanto a la deuda intelectual. En primer lugar, a quienes durante años, dedicados a la CEPAL, pusieron al descubierto los hechos y efectuaron análisis de gran importancia. Los documentos de la CEPAL, sin embargo, distan muchísimo de servir como libros de texto y de información general por ser farragosos y por carecer, en las etapas más recientes, de ideas novedosas y más críticas. Algunos escritos de otras épocas han sido de valor inestimable, como los ensayos de Carlos Díaz-Alejandro, William P. Glade, Albert O. Hirschman, John Sheehan, Raúl Prebisch, Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Aldo Ferrer, Aníbal Pinto, Fernando Henrique Cardoso, Felipe Pazos, José Antonio Mayobre y Tulio Halperin Donghi. En su tiempo fueron textos importantes y útiles los de Jean-Marie Martin y Denis Lambert, de la Universidad de Lyon. Más recientemente, merece mención especial el libro de Victor Bulmer-Thomas (1989), de la Universidad de Londres, y el estudio de Rosemary Thorp (1998), de la Universidad de Oxford, patrocinado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). A todos ellos expreso reconocimiento, así como a los valiosos informes de la propia CEPAL, el Banco Mundial y el BID, y a las muchas monografías sobre temas particulares y sobre determinados países. Los recientes cálculos revisados del producto interno bruto (PIB), total y por habitante de 184 países y territorios, en dólares de poder adquisitivo constante hechos para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) por Angus Maddison (2001, 2003) me han permitido hacer nuevas comparaciones internacionales de los niveles generales de ingreso y de productividad de los países de la región latinoamericana, con conclusiones asombrosas.

En el propio Colegio de México tuve entre 1988 y 1990 la colaboración invaluable de Francisco Giner de los Ríos y Díez-Canedo, y me estimuló la respuesta entusiasta de los estudiantes del Centro de Estudios Internacionales a los temas de seminario que les planteamos. Agradezco, por último, a El Colegio de México y a mis sucesores en la presidencia el haberme permitido, en mi calidad de profesor-investigador emérito, dedicar mi tiempo a éstas y a otras tareas de interés.

La responsabilidad de este texto y la originalidad que puedan tener mis interpretaciones son, por supuesto, mías. Estoy consciente de que cada economista de un país de la región latinoamericana tiende a ver los problemas de la región desde sus conocimientos locales y con el prisma y el prejuicio de sus propias mentalidad y cultura. Así por ejemplo, Prebisch fue un latinoamericano argentino, Herrera fue chileno, Pazos cubano, Mayobre venezolano, Lleras Restrepo colombiano, Furtado es brasileño y a mí me tocó ser mexicano. No se ha encontrado todavía un latinoamericano de cepa que se asemeje a los actuales europeos de la Unión Europea, por ejemplo, a Jacques Delors.

Debo advertir que en 1982 se inició mi pérdida de optimismo acerca del desarrollo latinoamericano, sobre todo por las consecuencias del brutal endeudamiento externo ocurrido entre el corto periodo de 1973 a esa fecha. En 1982, en una conferencia sustentada en la Universidad de Miami, bajo los auspicios del Instituto de Estudios Latinoamericanos, expresé algunas de mis dudas y reservas (Urquidi, 1983a). Ni de la publicación de la misma en un folleto en inglés ni del texto en español en El Trimestre Económico (Urquidi, 1983b) surgió absolutamente el menor comentario de nadie, mucho menos de mis amigos de la CEPAL. O estaba yo totalmente equivocado o tocaba yo un renglón de crítica que nadie quería escuchar, como suele suceder. Nada más peligroso que rehusarse a ver nuevas y complejas perspectivas; nada más negativo que creer que toda época pasada fue óptima y encerrarse en los abundantes mitos latinoamericanos. Nada peor que aislarse de las nuevas corrientes de la economía y la sociedad mundiales y dejarse llevar por la inercia de los acontecimientos actuales, sin prepararse para el futuro real y no para el de buenas intenciones y caras ilusiones de origen histórico. La región latinoamericana, hoy fraccionada y con grandes asimetrías internas, no puede a mi juicio tratarse como un gran conjunto, sino en forma de análisis subregionales y con atención en las características especiales de determinados países.

Más aún, mi propuesta como título de Otro siglo perdido ha surgido del propio análisis que he hecho al verificar con los más recientes datos (Maddison, 2001, 2003) que la región latinoamericana y la mayoría de sus países integrantes se quedaron rezagados a partir de 1950 en el desarrollo mundial, respecto a otras regiones, como el sudeste de Asia (salvo África, lo que no es consuelo). En la región latinoamericana se han sentido en forma acusada el lastre colonial y el del siglo XIX, y ha contribuido asimismo la falta de políticas de desarrollo congruentes y de visión del futuro en el XX.2

Por último, agradezco a mis ayudantes, sucesivamente proporcionados por el Sistema Nacional de Investigadores, Nora Esquivel, Mario Santaella, Pablo de Tarso Hernández, Mauricio Ugalde, Javier Becerril y Darcí Flores, así como los asistentes asignados por El Colegio de México y el Fideicomiso Historia de las Américas: Dulce C. Mendoza y Érika Sandoval, las tareas de apoyo estadístico y bibliográfico que contribuyeron a dar precisión a los textos y a evitar posibles errores. Y en la etapa final de revisión dejo testimonio de la muy eficaz colaboración de Alfonso Mercado García.

VÍCTOR L. URQUIDI

El Colegio de México

Marzo de 2004

1 Santa Cruz, tomo I, libro primero, capítulo sexto, sección IV, 1984, pp. 143-163.

2 En 1996 Leopoldo Zea usó la expresión, entre interrogantes, ¿centuria perdida?, como subtítulo, pero en un sentido más amplio referido al mundo en su conjunto en sus transiciones del siglo XIX al XX y sin alusión alguna a los temas del desarrollo (Zea, 1996, capítulo 1).

I. INTRODUCCIÓN Y CONSIDERACIÓN GENERAL

1. El resurgimiento de las economías de la región latinoamericana en la posguerra. 2. El endeudamiento externo a partir de los años setenta. 3. El desenlace: los reajustes incompletos o imposibles. 4. ¿Cómo definir la economía de la región latinoamericana? 5. Integración económica y desarrollo de la región latinoamericana. 6. Las relaciones externas de las economías de la región latinoamericana.

1. EL RESURGIMIENTO DE LAS ECONOMÍAS DE LA REGIÓN

LATINOAMERICANA EN LA POSGUERRA

Concluida la depresión profunda del comercio internacional a mediados de los años treinta y transcurrido el periodo de la segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países latinoamericanos pudo resurgir, al principio con lentitud, a una etapa sin precedente de crecimiento sostenido. Durante los años cincuenta y sesenta y aun una parte de los setenta, o sea casi 30 años, la región latinoamericana experimentó constante expansión económica, expresada en aspectos importantes de modernización e industrialización, con incorporación de nuevas tecnologías, mejoramiento de la agricultura comercial, y ampliación extensa de la infraestructura y de las comunicaciones internas. Al mismo tiempo, el volumen de comercio exterior se incrementó con rapidez y se perfiló una nueva estructura de participación en la economía mundial y de interacción con ella. El desarrollo se concibió casi sin excepción como un proceso que debía comprender el cambio social y el mejoramiento del bienestar humano. Se alcanzaron metas cada vez más elevadas de avance social, sobre todo en materia de educación, vivienda, salud y consolidación urbana. Aunque en bastante menor medida y no en todos lados, mejoraron asimismo las condiciones de la vida rural, ayudadas por la mayor intercomunicación.

El año de 1973 fue significativo por ser el último de un largo periodo de prosperidad iniciado en 1950 y por haberse producido ese año la gran convulsión del mercado internacional del petróleo como resultado de acciones emprendidas por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Se cuenta con cifras que permiten considerar los niveles del PIB per capita alcanzados por los países de la región latinoamericana en 1950 y 1973 en comparación con los de otras áreas geográficas,1 y calcular las tasas medias de incremento de dichos niveles entre 1950 y 1973.

La mayor parte de los países de la región latinoamericana y del Caribe, bajo esta metodología estadística, habían alcanzado en 1973 la categoría de naciones en etapa de “desarrollo intermedio”. Así, un grupo de 10 países de la región, comprendidos en los niveles más altos, registraba un producto per capita entre 4 000 y 11 000 dólares: en orden descendente, fueron Venezuela, Trinidad y Tabago, Argentina, Chile, Uruguay, México, Costa Rica, Panamá, Jamaica y Perú (véase el cuadro I.1 al final de este capítulo).

Sin embargo, estos países integrantes del grupo con los indicadores más altos en la región latinoamericana no llegaban con mucho a los niveles de los países de economía altamente desarrollada, aun cuando Venezuela se acercaba. Aun así, Venezuela si bien excedía el nivel per capita de España, que entonces era relativamente bajo, alcanzaba un coeficiente de 0.93 respecto a Japón, pero reportaba apenas 0.64 en relación con el de los Estados Unidos y 0.81 con el de Francia (véase el cuadro I.1.) Se entiende que se comparan promedios nacionales, sin atención a la distribución interna del PIB ni a la distribución por niveles internos de ingreso.