portada

TIERRA FIRME


EL VOLCÁN Y EL SOSIEGO

FABIENNE BRADU

El volcán y el sosiego

UNA BIOGRAFÍA DE GONZALO ROJAS

Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

Nadie te conozca, ninguno te abarque, que, con esta treta, lo moderado parecerá mucho, y lo mucho infinito y lo infinito más.

BALTASAR GRACIÁN, El criticón

Lo que llevo dentro de mi corazón no es lo que es mío, ni es lo que no es mío; es lo que llevo dentro de mi corazón.

ANTONIO PORCHIA, Voces

Tuve cuidado de no convertir la verdad en un ídolo y preferí que conservase ese nombre suyo más humilde: exactitud.

MARGUERITE YOUCENAR, Opus nigrum

Índice

La figura siamesa de la contradicción

I. Diáfano viene uno

II. Aula áulica

III. La litera de arriba

IV. Perdí mi juventud

V. El fuego eterno

VI. Uno escribe en el viento

VII. Orompello

VIII. Cambiemos la aldea

IX. Los amantes

X. América es la casa

XI. Contra la muerte

XII. Un bárbaro en el Asia

XIII. Aquí cae mi pueblo

XIV. Domicilio en el Báltico

XV. Turpial A-6B

XVI. Poeta estrictamente cesante

XVII. Visiting professor

XVIII. Nieve de Provo

XIX. Dado lo extremo de la situación

XX. 80 veces nadie

XXI. De qué más se te acusa Gonzalo Rojas

XXII. No haya corrupción

Epílogo

Agradecimientos

Notas

Bibliografía

Índice onomástico

La figura siamesa de la contradicción

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado al mundo por dos madres, y en dos fui concebido, y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca, hay dos cabezas dentro de mi cráneo: dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran, dos esqueletos luchan por ser una columna.

GONZALO ROJAS, “El sol y la muerte”

En uno de mis viajes a Chillán, le regalé a Gonzalo Rojas una réplica de una escultura prehispánica, proveniente de Tlatilco, que concentra visualmente los versos de “El sol y la muerte”. Es una representación de la dualidad: dos cabezas unidas en un solo tronco, con únicamente dos brazos y dos piernas; simboliza el enfrentamiento de las fuerzas contrarias y complementarias del Universo. Después de examinarla un rato, el poeta exclamó: “¡Éste es mi signo!” Quizá quería decir: “Éste es mi sino”.

La dualidad tiene otro nombre menos neutro y más sancionado: la contradicción. Suele entenderse de manera negativa, en tanto que en poesía es el más alto designio al que aspiran los poetas en su voluntad de inscribir lo viviente en sus versos. Gonzalo Rojas pertenece a este linaje de poetas que, desde la Antigüedad y pasando por el romanticismo y el surrealismo, intentan emular el ritmo intrínseco de la vida en movimientos de contracción y expansión que, en el diccionario privado del chileno, se traducen como diástole y sístole. “Mi abolengo está en las vecindades de todos los que vivieron la contradicción”, declaró el poeta en una oportunidad.

El asunto se remonta a la antigüedad egipcia, cuyo léxico inscribe la contradicción en las palabras mismas: viejo-joven, lejano-cercano, ligar-separar, fuera-dentro, día-noche, ejemplos dados por el lingüista Carl Abel, que tanto interesó a Sigmund Freud en su ensayo “Sobre el sentido opuesto de las palabras originarias”. El compuesto no se decanta por un polo u otro, sino que muestra que uno no existe sin el otro, en un estado de tensión. Por su parte, Freud señala que en latín altus significa alto y profundo; sacer, santo o maldito, es decir, casos “en los que el sentido opuesto está enteramente presente sin modificación del sonido”. En el mismo tenor, se reconocen algunas expresiones predilectas de Gonzalo Rojas: el mismo “viejoven” que tomó prestado de Vicente Huidobro, o el “místico concupiscente”, con el que se definía sin renunciar a ninguno de los términos. La evolución del lenguaje, al igual que los sueños, fue eliminando la contradicción para quedarse con una sola vertiente de la realidad.

Tres principios rigen el proceso evolutivo de la naturaleza, según los filósofos del romanticismo alemán que Gonzalo Rojas frecuentó con asiduidad en su formación intelectual: el principio de elevación afirma que existe una elevación gradual de las formas que asume la materia, en virtud de la teoría de la serie, la potencia y la metamorfosis; el principio de polaridad, porque en la naturaleza existe un antagonismo entre las fuerzas determinantes de día y noche, positivo y negativo, atracción y repulsión, masculino y femenino, etc., y el principio de identidad, porque, de acuerdo con Schelling, existe una identidad absoluta entre espíritu y naturaleza, que Goethe, en La metamorfosis de las plantas, expresa como un “secreto parentesco”, y Gonzalo Rojas como “red en el abismo de las cosas”. No hay nada estático en el proceso de la vida, todo es dinámico y resultado de una tensión entre fuerzas opuestas. ¿Acaso no sucede lo mismo en la poesía? La metamorfosis de lo mismo, como la expresa Gonzalo Rojas, es la fuerza que Goethe procura describir en esta insatisfactoria formulación: “Esta fuerza contrae y dilata, forma y transforma, vincula, separa, colorea, descolora, difunde, prolonga, reblandece, endurece, comunica, sustrae, y sólo cuando viéramos en conjunto estas diversas actividades, podríamos conocer del modo más claro lo que he intentado explicar y exponer en todas estas palabras”. Entonces, ¿cómo decirlo todo al mismo tiempo y con palabras? Esto es el oficio mayor del poeta.

Después de leer Oscuro, en una carta del 9 de febrero de 1978, Octavio Paz le asegura a Gonzalo Rojas: “esa dualidad también se da en los románticos pero no como juego de contrastes, sino como tentativa de fusión. Y esto es lo que yo veo en tu poesía: una afirmación —brutal, desesperada— que engloba a la muerte y a la vida. En todo caso, más que antítesis habría que hablar de paradoja, en el sentido de Kierkegaard, salto mortal de una orilla a la otra”.

André Breton aseguró la continuación de la búsqueda romántica a través del movimiento surrealista: “Todo lleva a creer que existe un punto del espíritu en el que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo dejan de ser percibidos contradictoriamente”, propone en el Segundo Manifiesto. ¿Cómo se busca el punto del espíritu en que los opuestos se reúnen? No ciertamente desvaneciéndolos en una fraudulenta armonía, sino, como invita André Breton, cumpliendo un descenso vertiginoso en nosotros mismos, iluminando sistemáticamente los lugares ocultos y paseando perpetuamente en zona prohibida. La búsqueda no cesará mientras el hombre siga distinguiendo un animal de una llama o de una piedra. Así, afirma André Breton: “Sería absurdo atribuirle un sentido únicamente destructor o constructor: el punto de que se trata es a fortiori éste donde la construcción y la destrucción ya no pueden ser enfrentadas una contra la otra”. Dylan Thomas lo resume a su manera en un verso: “La oscuridad es un camino y la luz un lugar”.

Tempranamente en su vida, Gonzalo Rojas advierte en el surrealismo la aceptación del principio de contradicción que, hasta entonces, lo carcome como una aberración y del cual busca en vano una salida. Si algo le enseña el surrealismo es que la contradicción es el estado natural del poeta que se abisma en sus propios laberintos, observa las contradicciones que fracturan la realidad y el mundo, y no pretende borrarlas en nombre de la supuesta coherencia o adocenada cordura. Gonzalo Rojas no hace sino dialogar con su “representante tenebroso”, en quien cree y a quien deja que hable solo, incluso cuando él no entiende bien lo que este oscuro “yo” le dicta.

En un breve artículo: “La poesía como unión de los contrarios”, el filósofo francés Jean Wahl observa que la poesía rebosa de antítesis y que éstas “se unen en la esencia de la poesía”. Lo que distingue a la poesía de las demás artes es “que llega a esta unión mediante las palabras, mediante cierto orden de las palabras”. La poesía es conocimiento y asomo a lo desconocido. Por esto, continúa Jean Wahl, es un conocimiento directo y al mismo tiempo transformador: “es a la vez condensación y prolongación del tiempo, creación de un tiempo que ya no es el tiempo”. El movimiento que realiza la poesía es trascendente porque viene de no se sabe dónde, es decir, que trascendió de lo desconocido hacia nosotros, como trasciende desde nosotros hacia lo desconocido. Entonces, ¿la poesía no se limitaría a expresar la dualidad, sino que la trasciende a través de la tensión entre los opuestos? Gonzalo Rojas lo suscribe y lo realiza en más de un poema, como cuando nombra al silencio: “única voz”.

Aunque difícil de comprender y, sobre todo, de cumplir en la poesía, se llega a conceder que la contradicción reviste una connotación positiva y hasta elevada, casi sagrada, en el ámbito de la creación artística. No tan fácilmente se le atribuye la misma virtud en la vida. Sin embargo, la conducta de un poeta en su obra no puede ser distinta de la que rige su existencia. Es más, el poeta no puede crear una obra de estas características si en su vida no está habitado por el principio de contradicción o, al menos, por la conciencia de las contradicciones en las que descansa la vida.

Píndaro, un poeta celebrado por Gonzalo Rojas, afirmaba: “El hombre es el sueño de una sombra. Pero cuando un rayo divino lo toca, una brillante luz lo envuelve, y es un goce la vida”. El relámpago es otro sello de Gonzalo Rojas, tanto en la iluminación que persigue su poesía, como en la experiencia que en su infancia constituyó el punto de partida de su comprensión del mundo y del lenguaje. André Breton bautizó “cabezas de tormenta” a estos poetas habitados por la contradicción. Es un calificativo que Gonzalo Rojas reivindica para sí en repetidas ocasiones. El pintor Eugenio Granell precisa el sentido de la expresión: “Cabezas de tormenta no son cabezas atormentadas por el rayo y el trueno, sino cabezas capaces de soportar la violenta descarga eléctrica de las contradicciones y leer claro en el cegador zig-zag mensajero. Hombres lectores, por tanto, de la grafología de los elementos. Por eso pueden retener la eternidad en un instante, lo general en lo particular”. Gonzalo Rojas no solamente aguantó “la violenta descarga eléctrica de las contradicciones” a lo largo de su vida, sino que su poesía electriza mediante procedimientos lingüísticos a un tiempo cegadores e invisibles: el ritmo y la sonoridad fondean antes que el sentido. Es un aspecto de su obra que ha sido destacado en muchos estudios y una sensación corroborada por todos los que lo oyeron leer sus poemas.

En materia política, el asunto despierta más sospechas y menos unanimidad. Gonzalo Rojas repetía que no era el hombre de la adhesión total, retomando las palabras de André Breton. Con ello quería significar que no estaba dispuesto a sacrificar su capacidad crítica, única garante de su libertad de juicio. Algunos no le perdonaron dicha actitud, que le valió en un momento crítico de la historia de Chile ser simultáneamente condenado por la dictadura militar y por las izquierdas en el exilio. Su caso recuerda la incómoda postura de Octavio Paz en México que, a la par de su “hermano de horizonte”, era el blanco de los repudios de la polaridad política del momento. Gonzalo Rojas prefería definirse como “anarca”, sin limitar el calificativo al ámbito político: era más bien un rebelde, un insumiso, a veces un incomprendido, sobre todo en su propio país. “Adoramos la costumbre, la cama costumbre, la certeza costumbre, la respiración costumbre como si eso durara. Por eso a los disidentes de la estabilidad nos llaman locos.”

Si se repasaran relampagueantemente otras facetas de la vida de Gonzalo Rojas, irían apareciendo otras contradicciones que, a mi juicio, forman la columna vertebral de su existencia. Poesía de rescate y poesía de vanguardia son las dos cuerdas opuestas que Gonzalo Rojas no cesó de jalar a un mismo tiempo. Poesía de contemplación y poesía activa fueron dos etapas en su vida, no tan aisladas como suelen presentarse. La ambigüedad sellaba su actitud frente a los reconocimientos que desdeñaba al tiempo que los cosechaba. En el terreno amoroso era un apasionado, y llegó a ser cruel con las mujeres que amaba e inmortalizaba en su poesía. Era un hombre cordial y altivo, sin que se distinguieran los motivos de este trato contrastante con sus contemporáneos. Tenía un humor sin par, vivaz, y podía abismarse en las más hondas tinieblas bajo el sol del trópico. Amaba la vida y nunca perdió de vista que la muerte, “su tórtola occipital”, habitaba los latidos de su sangre. Otras contradicciones surgirán a lo largo de esta biografía que quise como el relato de una vida apasionada, arriesgada, complicada, castigada y, al mismo tiempo, solar y contagiosa. “No impongo nada; no propongo nada: expongo”, son los términos de Lytton Strachey que resumen mi método y mi ética de biógrafa.

En efecto, este preámbulo no aspira a ser una defensa del poeta, como tampoco lo es esta biografía, por la principal razón de que Gonzalo Rojas no necesita defensa alguna. A través de estos párrafos acerca de la contradicción sólo quise iluminar el título que di a la biografía: El volcán y el sosiego, retomando una confesión del propio poeta: “siempre funcionó en mi adolescencia la imantación y el reclamo de dos polos: el volcán y el sosiego”. Eran las médulas de su talante.

Gonzalo Rojas pidió que se le juzgara sobre lo que había hecho y no sobre lo que no había hecho. Lo mismo pido yo ahora.

Diciembre de 2015

pg16

Gonzalo Rojas con su madre. Lebu, 1921.
Archivo familiar
.