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Antonia Michaelis

Nació en Kiel, Alemania. Estudió medicina y, de manera paralela, comenzó a escribir cuentos para niños y jóvenes hasta que decidió dedicarse de lleno a la literatura. Ha recibido diferentes premios por su obra, y varios de sus libros para jóvenes han aparecido en las listas de los títulos más populares de su país y han sido traducidos a diferentes idiomas. El Cuentacuentos, su primera novela publicada por el FCE, fue reconocido como el Buen Libro dentro de la Guía de libros recomendados para niños y jóvenes 2016 que editan IBBY México y la Secretaría de Cultura.

Nashville o el juego del lobo / A través del espejo

GOETHE INSTITUT

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Antonia Michaelis / Nashville o el juego del lobo

traducción de
Margarita Santos

Fondo de Cultura Económica
contraportada

ÍNDICE

ÍNDICE

Puntos de referencia

LISTADO DE PÁGINAS

VACÍO

Gunnar salió adelante. Pasó una semana en el hospital. Había perdido un montón de sangre. Tenía heridas graves en el cuello, en la cara y en los brazos.

La autopsia mostró que Nashville había muerto de un taponamiento cardíaco. Una puñalada le rasgó el pericardio. La sangre siguió bombeando con cada latido, lo que inevitablemente provocó un paro cardíaco. Unas circunstancias que se podían recordar para posteriores trabajos y exámenes.

O no.

La pregunta sobre la decisión con la que habían clavado el cuchillo en el pericardio quedó incierta.

O no.

La situación jurídica decía: defensa propia.

Svenja se mudó al camping de caravanas. Por el momento. No fue a recoger sus cosas. Katleen lo hizo por ella cuando Gunnar no estaba en casa. Al salir no echó la llave de Svenja en el buzón con el letrero HOLZEN. La arrojó a las aguas del Neckar.

Svenja visitó a Gunnar en el hospital. Ninguno de los otros la acompañó.

Gunnar se limitó a mirarla desde la cama. Svenja se acercó hasta la ventana y sintió en la espalda los ojos de Gunnar.

Ella callaba.

—Espero que no lo creas —dijo Gunnar—. Eso de lo que Friedel y los otros intentan convencerse a sí mismos. Sólo dije aquello, lo de la casa número 3, para que me dejaran libre. Tenía miedo.

Svenja se quedó junto a la ventana y calló. Afuera pasaron volando algunas palomas de ciudad.

—Y lo de Nashville, Svenja… Lo siento —añadió Gunnar—. Lo siento en el alma. Si puedo hacer algo, cualquier cosa… Yo también lo apreciaba, tú lo sabes. Mucho.

Svenja calló. Sonreía mientras callaba.

Callar era sorprendentemente maravilloso. La hacía invulnerable. Y de algún modo inexplicable hería a otros.

—Me gustó estar sobre el tejado comiendo melón con ustedes —susurró Gunnar—. Eso fue quizá lo más hermoso.

Svenja calló durante media hora, luego abandonó el hospital.

Su madre la ayudó a encontrar un abogado. La visitó, oyó toda la historia y pagó al abogado. Éste habló con Friedel y Katleen y el Gato Carlo y Thierry y Christin y otro montón de gente. Sin embargo, Gunnar no había dicho nada en el túnel excepto “En la casa número 3” y “En el sótano”, y ellos no habían encontrado a Nashville allí. Claro que había huellas en la habitación, huellas de Nashville. Pero él ya había vivido antes en aquella casa, tal vez estuvo también en el sótano. Nadie podía demostrar que hubiera estado encerrado en aquel cuarto. Ni que existiera una nota escrita por Gunnar para atraerlo hasta allí. Si entre el polvo y la suciedad se ocultaban pedazos de esa nota, nunca los encontraron.

La cosa se fue alargando.

Los periódicos escribían. Escribían lo que la gente vio: un niño de aspecto descuidado y mirada oscura, loco, poseído, que corría hacia un joven y le clavaba un cuchillo. El hombre se había defendido. Era natural.

Lo cuestionable era si el niño tendría algo que ver con los asesinatos de los últimos meses. A medida que la historia iba saliendo a la luz, parecía probable. El hijo de una indigente. Las huellas dactilares del niño cubrían el arma con la que la mataron. El cuchillo era suyo. Era la misma arma con la que atacó al médico de la clínica de otorrinolaringología. Por cierto que también era el hombre que lo había acogido en su casa durante un tiempo ofreciéndole cobijo. Pero la gente que sólo toma, que se pasa el día sentada en la calle mendigando, la gente con oscuridad en la mirada… es desagradecida, ya se sabe. El niño no tenía muchas posesiones. Eso sí: una colección de cuchillos robados.

Un médico mayor y respetado recordó cómo el niño lo atacó e hirió con un pedazo de cristal en una fiesta en su jardín.

Un empleado de la ciudad al que habían confiado el desalojo de la casa número 3 de la Ulrichstraße recordó una escena similar. El mismo niño lo había amenazado con un cuchillo. Había vivido un tiempo en esa casa junto a algunos estudiantes, pero éstos no se habían ocupado realmente de él. Parecían haberse dedicado más bien a cultivar cannabis en su balcón y a comprar la electricidad de los vecinos de manera ilegal para celebrar fiestas en su casa ocupada.

La policía investigó una vez más y después cerró el caso.

El juicio fue breve.

Nils declaró en beneficio de Gunnar. Sólo lo había visto irse de una fiesta camino a casa, en el parque Roßwiesen. En torno a la hora del primer asesinato. Nada más.

Gunnar quedó absuelto. Falta de pruebas. Además, estaba claro para todos quién era el verdadero asesino. Un niño profundamente perturbado. Ya era suficiente tragedia.

No se celebraron más juicios.

Gunnar presentó su dimisión en la clínica para mudarse a otra ciudad con Julietta. Encontró una plaza en Hamburgo. El día en que se casó con Julietta, Svenja calló veinticuatro horas seguidas, aunque él no lo supo, claro. Pasaba mucho tiempo parada de cabeza frente a la caravana, en diferentes intervalos. Todo el camping sabía que era un poco extraña.

Se acercaban y se unían a ella.

De cabeza.

El cuchillo está afilado.

Un largo corte recorre la mano que lo sostiene: se lo hizo al probar la hoja. Sí, está afilado, lo suficiente. De eso se trata.

Él no gritará. No le dará tiempo.

Duerme.

Se le veía desde afuera, a través de la ventana. No fue difícil que la dejaran entrar, sólo había que llamar a alguno de los timbres: “¡El periódico!”. Alguien pulsó el interfono. Abrir la puerta del departamento es más complicado. Pero siempre se pueden llevar a cabo antes las pesquisas necesarias, observar con paciencia. Se pueden tomar prestadas llaves para hacer copias si las dejan debajo del tapete.

Cuando la mano que no sostiene ningún cuchillo gira la llave en la cerradura no se produce ningún ruido.

El dormitorio se encuentra al final del pasillo, a la derecha. Así que allí duerme él. Ella no está, también había hecho pesquisas sobre ese punto. Esta mañana él está solo. Parecía tan joven visto a través de la ventana, soñando inocente tras sus párpados cerrados.

Tampoco hacen ruido los pasos en el pasillo, los ahoga el suelo alfombrado, un cómplice silencioso. La puerta del dormitorio se abre con el mismo sigilo. Sí, allí está él, inmóvil, atrapado en un profundo sueño, un sueño del que no regresará jamás. Ay, casi dan ganas de acercarse a la cama y acariciarle los cabellos castaños como a un niño pequeño, con ternura. Casi dan ganas de susurrar su nombre.

“¡Gunnar! ¡Gunnar!”

Todas sus pecas duermen tan profundamente como él. Sigue siendo hermoso; un hombre con la cara de un niño, aun cuando se perciben las sombras cansadas bajo sus ojos.

Las sábanas son de color azul claro con minúsculos puntos blancos; la sangre roja goteará encima como gotas de pintura sobre un lienzo. Quizá sea hermoso. El Gato Carlo podría pintarlo. En la pared de una casa.

Parada frente a la cama, piensa en los demás.

Es extraño: estos últimos días en esa ciudad no pensó nada en absoluto. Investigó, hizo una copia de la llave, elaboró un plan. Todo fue racional y lógico. Ahora regresan por primera vez los sentimientos y los recuerdos. Y las voces, las voces de los otros, de casa. Se llevó consigo todas esas voces.

No está sola.

—No lo hagas, Svenja —es la voz de Katleen—. Destrozarás tu vida. Tienes la vida por delante, toda la maldita vida. Todas las oportunidades…

—Olvídate del plan —Thierry—. Haremos uno mejor. Hay gente que hace ese tipo de cosas por encargo, profesionales, por decirlo así…

—Iremos contigo y te esperamos en el coche. Seremos el coche a la fuga —el Gato Carlo. Ella sonríe mientras piensa en las frases de éste.

—Bien, si no hay más remedio… —Friedel—. Yo lo haré por ti. Si me encierran a mí no será tan grave. De todos modos no sé qué hacer con mi vida cuando deje los estudios… dijo… dijo el lanzador de disco y arrojó a lo lejos su credencial de estudiante sobre el terreno de juego.

Se ríe en silencio por el chiste que no es chistoso. Los quiere tanto a todos que le produce dolor, por ofrecerle ayuda, por sus objeciones, sus bromas tontas.

—No, Friedel —le había respondido ella—. Esto tengo que hacerlo yo misma. Y ninguno de ustedes vendrá conmigo, nadie. Se quedarán aquí. Sólo yo iré a Hamburgo. Visitaré a Gunnar yo sola.

Mira el cuchillo. Katleen lo había afilado. Es el cuchillo de su cocina. El que le había robado Nashville.

Al final todos la ayudaron. Thierry encontró un hotel cerca del departamento de Gunnar y Julietta, en las afueras. El Gato Carlo compró el billete de tren. Friedel la acompañó a la estación.

Es verdad lo que Katleen dijo aquel día, junto a la ventana. “No siempre hay que amar o no amar.” No es obligatorio amar. Tener buenos amigos basta por completo. Amigos de los que hacen todo por ti. Incluso lo más extremo. Amar… ¿qué significa eso en realidad?

De Gunnar estuvo enamorada una vez. Pero nunca lo quiso. Amar… sólo amó a una persona, y se dio cuenta demasiado tarde. Aún lo ama.

Tenía once años

Está muerto.

Murió en sus brazos y no fue romántico ni melodramático, aunque lo parezca. Fue húmedo y sucio y horrible y luego acabó. Así de simple, cut, fin. Todavía conserva el acordeón. Está afuera en el pasillo y la espera, también ahora. Es parte de Nashville, que siempre está ahí, siempre junto a ella. Ha aprendido a tocarlo un poco y entonces es como si él regresara. En cada nota del acordeón se esconde un fragmento del beso bajo el puente.

“Y algún día la diferencia de edad no habría significado nada, ¿sabes? Algún día los dos tendríamos edades similares y sería como en mi sueño. El del vals en la casa número 3. El tiempo, ¿sabes?, el tiempo lo iguala todo… el tiempo cura todas las heridas. No. Tonterías. No lo hace. Y está bien que no lo haga. Algunas heridas son importantes. Contra el olvido.”

Tantea buscando el collar de cuentas de cristal que cuelga de su cuello. Aún puede verlo sostenido por la mano que se alza triunfante, ve la cara infantil destrozada y, aun así, orgullosa. Nunca olvidará esa cara. Da un paso más hacia la cama con la figura dormida.

Hay un teléfono sobre la mesilla. Podría llamar ella misma a urgencias. Claro, no hasta que la sangre deje de gotear. No se trata de desaparecer, no se trata de ocultarse. Sólo se trata de llevarlo a cabo.

“No lo hagas, Svenja. Destrozarás tu vida. Tienes la vida por delante, toda la maldita vida. Todas las oportunidades.”

Pero entre líneas no hay oportunidades. Allí donde vivía Nashville. Nunca las hubo.

Levanta la mano con el cuchillo. Será un corte limpio, a través de ambas arterias. Y a través de su propia vida.

“Gunnar… Gunnar. Nashville quería vengar a Sirja, a ella y a los demás. Y ahora yo lo hago por él. Alguien tiene que poner fin a tu principio mortal del ideal. ¿Soy yo capaz? ¿Soy capaz de hacerlo?”

Un minuto, se dice a sí misma. El último.

El cuchillo está afilado.

En recuerdo de un par de días soleados en Tubinga, donde hicimos demasiadas pesquisas y, al mismo tiempo, demasiado pocas.

 

El cuchillo está afilado.

Un largo corte recorre la mano que lo sostiene: se lo hizo al probar la hoja. Sí, está afilado, lo suficiente. De eso se trata.

Él no gritará, no le dará tiempo.

Duerme.

Se le veía desde afuera, a través de la ventana.

No fue difícil que la dejaran entrar en el bloque de departamentos, sólo había que llamar a algún timbre: “¡El periódico!” Alguien pulsó el interfono. Abrir la puerta del departamento es más complicado. Pero siempre se pueden llevar a cabo antes las pesquisas necesarias, observar con paciencia. Se pueden tomar prestadas llaves para hacer copias si las dejan debajo del tapete. El dormitorio está al final del pasillo, a la derecha. De modo que allí duerme él. Parecía tan joven visto a través de la ventana, soñando inocente tras sus párpados cerrados.

La alfombra del pasillo ahoga los pasos, una cómplice silenciosa. También la puerta del dormitorio se abre sin hacer ruido. Sí, allí está él, inmóvil, atrapado en un profundo sueño, un sueño del que no regresará jamás. Ay, casi dan ganas de acercarse a la cama y acariciarle el pelo como a un niño pequeño, con ternura. Casi dan ganas de susurrar su nombre.

Las sábanas son de color azul claro con minúsculos puntos blancos; la sangre roja goteará encima como gotas de pintura sobre un lienzo. Quizá sea hermoso.

Hay un teléfono sobre el buró. Podría llamar a urgencias. Cuando la sangre deje de gotear, claro. No se trata de desaparecer, de actuar en secreto. Se trata sólo de llevar a cabo lo que se propone.

No importa si encierran a la persona que blande el cuchillo. Importa lo que ocurrió antes. Importan las razones por las que afilaron el cuchillo y quién lo hizo y para quién, y por qué morirá el que yace bajo la manta azul claro. Le queda un minuto de vida. El último.

¿Quién duerme en la cama? En la cama duerme una persona.

¿Quién está frente a la puerta? Frente a la puerta hay una persona.