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OBRAS ESCOGIDAS

JAIME TORRES BODET

OBRAS ESCOGIDAS

letras mexicanas


FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1961
Segunda edición, 1983
   Cuarta reimpresión, 2015
Primera edición electrónica, 2017

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contraportada

POESÍA

POESÍAS DE JUVENTUD

De NUEVAS CANCIONES
[1923]

CANCIÓN DE LAS VOCES SERENAS

SE NOS ha ido la tarde

en cantar una canción,

en perseguir una nube

y en deshojar una flor.

Se nos ha ido la noche

en decir una oración,

en hablar con una estrella

y en morir con una flor;

y se nos irá la aurora

en volver a esa canción,

en perseguir otra nube,

y en deshojar otra flor;

y se nos irá la vida

sin sentir otro rumor

que el del agua de las horas

que se lleva el corazón…

LA PRIMAVERA DE LA ALDEA

LA PRIMAVERA de la aldea

bajó esta tarde a la ciudad,

con su cara de niña fea

y su vestido de percal.

Traía nidos en las manos

y le temblaba el corazón

como en los últimos manzanos

el trino del primer gorrión.

A la ciudad, la primavera

trajo del campo un suave olor

en las tinas de la lechera

y las jarras del aguador…

INVITACIÓN AL VIAJE

CON LAS manos juntas,

en la tarde clara,

vámonos al bosque

de la sien de plata.

Bajo los pinares,

junto a la cañada,

hay un agua limpia

que hace limpia el alma.

Bajaremos juntos,

juntos a mirarla

y a mirarnos juntos

en sus ondas rápidas…

Bajo el cielo de oro

hay en la montaña

una encina negra

que hace negra el alma:

Subiremos juntos

a tocar sus ramas

y oler el perfume

de sus mieles ásperas…

Otoño nos cita

con un son de flautas:

vamos a buscarlo

por la tarde clara.

MÚSICA OCULTA

COMO el bosque tiene

tanta flor oculta,

parece olorosa

la luz de la luna.

Como el cielo tiene

tanta estrella oculta,

parece mirarnos

la noche de luna.

¡Como el alma tiene

su música oculta,

parece que el alma

llora con la luna!…

De LA CASA
[1923]

LA CASA

HEMOS alzado el muro y hemos tendido el techo.

Hemos abierto al claro del cielo las ventanas

y hemos regado flores sobre el umbral estrecho.

En una copa, brillan las primeras manzanas.

Desde el umbral, las rosas nos dan la bienvenida.

¿Lo veis? La casa entera tiembla de amor profundo.

¡Si para hacerla amable, la hicimos como el mundo:

un vaso en que pudiera caber toda la vida!

Queremos que una tarde, cuando su puerta se abra

a vuestra voz de amigos, deseosa de acogeros,

el cielo esté contando sus más puros luceros

y el alma ya no pueda ceñirse a la palabra.

Que al advertir la franca presión de nuestra mano,

os envuelva el aroma del huerto agradecido,

y que, al cerrar la puerta, entréis en el olvido

de cuanto fuera origen de vuestro error humano.

De LOS DÍAS
[1923]

MEDIODÍA

TENER, al mediodía, abiertas las ventanas

del patio iluminado que mira al comedor.

Oler un olor tibio de sol y de manzanas.

Decir cosas sencillas: las que inspiren amor.

Beber un agua pura, y en el vaso profundo,

ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.

Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.

Saber que todo cambia y que todo es igual.

Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver, en las cosas,

nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…

Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,

y graba, con la uña, un nombre en el mantel.

PAZ

NO NOS diremos nada. Cerraremos las puertas.

Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío

y besaré, en el hueco de tus manos abiertas,

la dulzura del mundo, que se va, como un río…

…12 DE JUNIO

AMADA, en estos versos que te escribo

quisiera que encontraras el color

de este pálido cielo pensativo

que estoy mirando, al recordar tu amor.

Que sintieras que ya julio se acerca

—el oro está naciendo de la mies—

y escucharas zumbar la mosca terca

que oigo volar en el calor del mes…

Y pensaras: “¡Qué año tan ardiente!”,

“¡cuánto sol en las bardas!”… y, quizás,

que un suspiro cerrara blandamente

tus ojos… nada más… ¿Para qué más?

VOLUNTAD

SI YO pudiera acariciarte, oh fina

suavidad de la música del viento,

en las ramas profundas de la encina…

¡Oh, si tuviera tacto el pensamiento

para palpar la redondez del mundo,

el rumor de los cielos transparentes,

el pensar de las frentes

y el viaje del suspiro vagabundo!

¡Si al corazón llegara

en su forma real, el infinito;

lo que fue llanto en la pupila clara,

saciedad en el grito;

si la verdad me hiriera

con su arista cruel, en tajo rudo;

si todo lo que viera

estuviera desnudo!

¿Qué palabra soberbia y rebosante

daría esa expresión apetecida?

¡Pensar que bastaría, así, un instante

para borrar las formas de la vida!

De POEMAS
[1924]

LA FLECHA

QUIERO doblar el arco de la vida

hasta que forme un círculo.

De mis manos saldrá, entonces, la flecha

de la certeza que persigo.

El aire, desgarrado por su vuelo,

irradiará, y el signo

de las constelaciones

palpitará en lo azul del infinito.

¡Ay, si pudiera el arco doblarse, sin romperse,

hasta formar un círculo!

¡Ay, si la flecha que lanzara el arco

llegara a su destino!

AGOSTO

VA A llover… Lo ha dicho al césped

el canto fresco del río;

el viento lo ha dicho al bosque

y el bosque al viento y al río.

Va a llover… Crujen las ramas

y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.

Pasan pájaros perdidos.

Va a llover… Ya el cielo empieza

a madurar en el fondo

de tus ojos pensativos.

RÍO

¡RÍO EN el amanecer!

¡Agua de tus ojos claros!

Caer —¡subir!— en lo azul

transparente, casi blanco.

Cielo en el río del alba

—mi amor en tus ojos vagos—

oh, naufragar

                   —¡ascender!—

¡siempre más hondo!

                          ¡Más alto!

… Río en el amanecer…

EL PUENTE

¿CÓMO se rompió, de pronto,

el puente que nos unía

al deseo por un lado

y por el otro a la dicha?

¿Y cómo —en mitad del puente

que a pedazos se caía—

tu alma rodó al torrente

y al cielo subió la mía?

RUPTURA

NOS HEMOS bruscamente desprendido.

Y nos hemos quedado,

como si una guirnalda

se nos hubiese ido de las manos;

con los ojos al suelo,

como viendo un cristal hecho pedazos:

el cristal de la copa en que bebimos

un vino tierno y pálido…

Como si nos hubiéramos perdido,

nuestros brazos

se buscan en la sombra… ¡Sin embargo,

ya no nos encontramos!

En la alcoba profunda

podríamos andar meses y años,

en pos uno del otro,

sin hallarnos.

LA COLMENA

COLMENA de la tarde, diálogo en el vergel:

la palabra es abeja, pero el silencio es miel.

AMBICIÓN

NADA más, Poesía:

la más alta clemencia

está en la flor sombría

que da toda su esencia.

No busques otra cosa.

Corta, abrevia, resume;

¡no quieras que la rosa

dé más que su perfume!

De BIOMBO
[1925]

CANTAR

DE ORO la arena.

De esmeralda el mar.

La tarde ha tendido

la red de la lluvia a secar.

El silencio suena

bajo el platanar.

El estío esparce ruidos de colmena.

La miel del olvido

quisieran las horas labrar.

Con la luna llena,

corazón, barquero, saliste a pescar.

Regresas vencido:

tus redes cayeron al fondo del mar.

Se aquieta la tarde… Serena

la brisa el palmar.

Se oye al olvido

hilar y cantar:

Yo tuve una pena.

Fue sólo una vela sombría en el mar.

SOLEDADES

QUERÍA, en la misma flor:

de la de ayer, el aroma;

de la de hoy, el color…

Criterio de mariposa.

Al alma, por los sentidos;

por el perfume, a la rosa.

¿Cómo podía expresar

con la palabra ¡tan lenta!

el corazón, tan fugaz?

Amaba el agua en la fuente.

Pero más en el arroyo.

Pero más en el torrente.

No sabía distinguir

entre pensar y cantar,

entre hablar y sonreír.

Su manera de ser rubia:

la de una tarde con sol

que se peinara en la lluvia.

Pude cortar en sazón

el racimo de sus viñas

¡y no el de su corazón!

LA SOMBRA

SOL DE otoño en las bardas del sendero,

¿por qué alargas mi sombra

del lado en que principian

a amarillear las rosas?

Y tú, luna de invierno,

si voy a medianoche por la costa,

¿por qué me echas al mar y me destrozas

en los espejos de las olas rotas?

En vano en lo más alto de las rocas

detengo el paso. En vano alzo la frente

adivinando la secreta aurora.

¡Ay, que si más mi cuerpo se levanta,

más mi sombra se ahoga!

SINCERIDAD

DUERME ya, desnuda.

El sueño te viste

mejor que una túnica.

MÚSICA

AMANECÍA tu voz

tan perezosa, tan blanda,

como si el día anterior

hubiera

llovido sobre tu alma.

Era, primero, un temblor

confuso del corazón,

una duda de poner

sobre los hielos del agua

el pie

desnudo de la palabra.

Después,

iba quedando la flor

de la emoción, enredada

a los hilos de tu voz

con esos garfios de escarcha

que el sol

desfleca en cintillos de agua.

Y se apagaba y se iba

poniendo blanca,

hasta dejar traslucir,

como la luna del alba,

la luz

tierna de la madrugada.

Y se apagaba y se iba

¡ay! haciendo tan delgada

como la espuma de plata

de la playa,

como la espuma de plata

que deja ver, en la arena,

la forma de una pisada.

LA DOBLE

ERA DE noche tan rubia

como de día morena.

Cambiaba, a cada momento

de color y de tristeza,

y en jugar a los reflejos

se le iba la existencia,

como al niño que, en el mar,

quiere pescar una estrella

y no la puede tocar

porque su mano la quiebra.

De noche, cuando cantaba,

olía su cabellera

a luz, como un despertar

de pájaros en la selva;

y si cantaba en el sol

se hacía su voz tan lenta,

tan íntima, tan opaca,

que apenas iluminaba

el sitio que, entre la hierba,

alumbra al amanecer

el brillo de una luciérnaga.

¡Era de noche tan rubia

y de día tan morena!

Suspiraba sin razón

en lo mejor de las fiestas

y, puesta frente a la dicha,

se equivocaba de puerta.

No se atrevía a escoger

entre el oro de la mies

y el oro de la hoja seca,

y —tal vez por eso— no

supe jamás entenderla,

porque de noche era rubia

y de mañana morena…

MAR

TE HE venido siguiendo, Mar de Otoño,

entre las hojas móviles del tiempo,

como se sigue un pensamiento hermoso.

¡Qué azul estabas en la madrugada!

Te vi saltar, desnudo, sobre el lomo

de los caballos vivos de la espuma.

Un látigo de luz cegó sus ojos.

Con rienda de zafiros los guiabas

hacia el ronco archipiélago sonoro.

Y luego, Mar, en esa arena tibia

en que el pie de la tarde

olvidó una sandalia de ceniza,

el pueblo de las barcas pescadoras

dormido entre los mástiles del día.

Mar de ojos delgados

como el filo del alba entre la niebla,

remendando las redes de la lluvia

te sorprendió la tarde, al volver de la pesca.

Ahora estás, fondeando, en la bahía.

Te alumbra,

intermitente faro, la marea

profunda de la música nocturna,

y como un ancla al puerto de lo eterno

has echado el creciente de la luna.

De lo alto del cielo,

con un cansancio de alas que se posan,

caen las velas húmedas del viento.

Vieja nave del mar, atada al mundo,

la tierra te protege

y te arrullan las voces de la orilla.

Esta noche, por fin, duerme seguro…

¡Ya zarparás mañana con el día!

EL VIENTO

AÚLLA, viento, aúlla.

Miedo mayor el de la pena muda.

Que tus manos sacudan

los troncos de los árboles, y crujan

lo mismo el tallo esbelto del que se hacen las flautas

y el ciprés que señala el sitio de las tumbas.

Incendiarás los campos. Del fuego que devore

la mies de los graneros, sembrarás la llanura.

Se romperán los diques. El agua en que se azula

el tallo de los lirios hará estallar las grutas.

Pastor de cataratas,

llevarás al abismo rebaños de la espuma.

Y más alto que el ala que más subiera un día

subirán los niveles delgados de la lluvia.

Aúlla, viento, aúlla.

Pena mayor la de la pena muda.

FINAL

VUELVO de andar a solas por la orilla de un río.

Estoy lleno de músicas, como un árbol al viento.

He dejado correr mi pensamiento

viendo en el agua el paso de una nube de estío.

Traigo tejido al alma el olor de una rosa.

En lo blando del césped puse, al andar, mi huella.

He vivido, ¡he vivido!… Y voy, como la estrella,

a perderme en el mar de un alba silenciosa.

De DESTIERRO
[1930]

DIAMANTE

TE DESCUBRÍ en el vértigo, diamante.

Aristas luminosas, púas vivas,

claras espadas y saetas finas

en tu nombre me hieren todavía.

¡Míralas!

Vertientes dobles, cumbres en que el cielo

al ojo es frenesí y al tacto hielo.

Frías aristas, enemigas cimas

de la prisa en la luz, islas de liras…

Batallas del sonido contra el aire,

de la voz contra el eco, del calor

contra la geometría del diamante.

Te encarcelé con triángulos, fulgor.

¿Iban?…

         Venían mínimas delicias

de antiguas brisas y de cimas frías

en las orillas limpias de tus iras.

DANZA

LLAMA

que por morir más pronto se levanta,

flotas entre las brasas de la danza.

Y te arranca de ti,

al principiar, un salto tan esbelto

que el sitio en que bailabas

se queda sin atmósfera.

Así el pedazo negro de la noche

en que pasó un lucero.

Pero de pronto vuelves

del torbellino de las formas

a la inmovilidad que te acechaba

y ocupas,

como un vestido exacto,

el hueco

de tu propia figura.

Pareces una cosa

caída en el espejo de un recuerdo:

te bisela

el declive del tiempo.

Un minuto después, estás desnuda…

La brisa

te peina el ondulado movimiento

y a cada nueva línea

que las flautas dibujan en la música

obedece una línea de tu cuerpo.

¡No resonéis ahora,

címbalos, que la danza es como el sueño!

POESÍA

¡QUÉ FIRME apoyas, sobre el lecho duro

por cuyo reino te suponen muerta,

en la corona blanca de lo frío

esta

armadura yacente

de princesa dormida,

de dormida despierta,

Poesía!

¡Cómo,

a los súbditos que te niegan,

señalas estaciones y concilias poemas!

Fijas

desde tu sueño el tiempo que la brisa

pesa en el ala de la golondrina.

El que invierte el arroyo

en llegar hasta el puente del otoño.

El que tarda el poema

en pasar del candor a la pureza…

Indiferente al diálogo, te inclinas

al revés en el tiempo —en la memoria—

y, del espejo al que desciendes, subes.

Y te ves con los ojos que te miran.

Y estás en todas partes

en ti, segura, peregrina, inmóvil,

sonámbula, dormida, despierta, Poesía.

BUZO

EL AGUA de la sombra nos desnuda

de todos los recuerdos

en esta brusca

inmersión que anticipa, en los oídos,

la sordera metálica del sueño.

Y quedamos de pronto sostenidos

—en este mar en donde nadie flota—

de una cadena lógica de ausencias,

como el buzo que vive, en su escafandra,

de la sierpe del aire que lo sigue.

Ni una burbuja traicionó la asfixia.

Lento

y con ruedas de espuma en el insomnio,

giró el acuario rápido del sueño.

Mas ya el silencio abre

un pozo ardiente en la memoria fría,

un pozo

donde nuestras imágenes

se lavan de la atmósfera perdida.

¿Con qué dedos de música tocarte?

Porque sólo la música podría

devolverte una forma para el tacto

a ti, que tienes tantas

para el oído ávido.

Porque sólo la música

sabría componer con los fragmentos

de tu semblante muchas veces roto,

el nuevo,

el expresivo rostro nuevo

que de tu sueño lento está naciendo…

HIELO

HIELO de abril, contra el calor fundido

de esta última rosa del otoño

que resulta, de pronto, reflejada

—sobre un tiempo invertido—

la rosa de la nueva primavera.

Labras

al frío el esqueleto de una luz tan exacta

que la boca del aire ya no puede

tocar sin vaho, disolver sin mancha.

Y enseñas al jardín

la geometría blanca del invierno

emplomando con sol esos vitrales

a cuyo lago de cristal te asomas,

príncipe del dibujo,

hielo de abril, maestro del paisaje…

CABOTAJE

ME HASTÍAS, placidez,

fingido paraíso cotidiano:

dulzura

que me endurece para la dulzura;

calor

de la pereza enferma en que me dejo

llevar por el espectro de los muertos,

como un barco vacío

—a babor, a estribor—

al fuego lento de la chimenea,

a través de los meses

de un mar sin latitudes,

de una alcoba sin islas

y de un sueño sin sueños…

CRIPTA

Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra…

QUEVEDO

DÉDALO

ENTERRADO vivo

en un infinito

dédalo de espejos,

me oigo, me sigo,

me busco en el liso

muro del silencio.

Pero no me encuentro.

Palpo, escucho, miro.

Por todos los ecos

de este laberinto,

un acento mío

está pretendiendo

llegar a mi oído.

Pero no lo advierto.

Alguien está preso

aquí, en este frío

lúcido recinto,

dédalo de espejos.

Alguien, al que imito.

Si se va, me alejo.

Si regresa, vuelvo.

Si se duerme, sueño.

—“¿Eres tú?” me digo…

Pero no contesto.

Perseguido, herido

por el mismo acento

—que no sé si es mío—

contra el eco mismo

del mismo recuerdo,

en este infinito

dédalo de espejos

enterrado vivo.

POESÍA

SECRETO codicilo

de un testamento falso,

verdad entre pudores,

confesión entre líneas

¿quién te escribió en mi pecho

con invisible tinta,

amor que sólo el fuego

revela cuando toca,

dolor que sólo puede

leerse entre cenizas,

decreto de qué sombra,

póstuma poesía?

TIEMPO

COMO una enredadera

de la que sólo fueran perceptibles

al ojo las luciérnagas,

el tiempo te rodea

con una eternidad tan estudiada

que, en su nocturna urdimbre, sólo aciertas

a descubrir, de pronto,

las rosas de tus horas verdaderas.

Pero lo que te exalta

ay, corazón, a ti, no es la perfecta

corola de simétricos minutos

en que, de tarde en tarde, un faro extraño

—por azar o con ritmo— se proyecta,

sino la voluntad de esa invisible

enredadera sin descanso

que no sabes aún dónde comienza

y que, con sus guirnaldas, te conduce

hacia el amanecer de un alma nueva.

ANDENES

ANDENES son las horas

en que nos reunimos:

estrechísimas cintas

de cólera y de frío

entre dos paralelos

rápidos enemigos

que timbres y teléfonos

anuncian al oído.

Amor: empalme incierto,

por lámparas y gritos,

de minuto en minuto

cortado y sacudido;

descanso entre dos viajes,

tierra entre dos abismos,

apeadero brusco

por túneles ceñido…

¡Andenes son las horas

en que nos reunimos!

ISLA

TE IMAGINÉ castillo

ceñido de rencores,

fortaleza entre riscos,

ciudad entre cañones.

Pero tú descansabas

en una azul delicia

de plácidos canales

y torres cristalinas,

feliz como una isla

desnuda y sin memoria,

mujer, junto a la orilla

esquiva de ti misma.

En la mitad de un bosque

poblado de amenazas,

te imaginé… Murallas

y puentes levadizos,

barbacanas, escarpas,

corazas y alabardas

pensé que de tu alma

las puertas custodiaban.

Pero te vi entre flotas

de naves silenciosas,

brocados, azucenas,

crepúsculos y góndolas.

Y me infundiste entonces

horror, pues la batalla

—a sangre, a fuego, a muerte—

que contra mí librabas

no estaba ya ocurriendo

bajo los claros templos

que un pie de mármol hunden

en tus canales trémulos;

sino en esa lejana

bahía solitaria

donde las carabelas

de un almirante muerto

están, desde hace siglos,

venciéndome en silencio…

DICHA

DE PRONTO, aquí, en las últimas

hojas de la novela

para cuyos extremos nos creara

la pluma de un autor naturalista;

entre el miedo y la cólera

de seres que no hubiéramos dejado

ensombrecer nuestro destino

si fuera nuestro el libro que vivimos;

aquí, junto al epílogo

del que la muerte misma no nos salva,

esta felicidad: página pura

escrita por un mágico poeta,

impresa toda en nobles caracteres,

égloga interpolada

en la nocturna prosa que recorre

con ojos evasivos

un corrector de pruebas sin sentido…

LIBRA

¿QUIÉN, durante la noche,

con mano sin prudencia,

aligeró los astros

que de remotas pesas

servían al destino

para tener en alto

—simétricos y justos—

los dos platillos, alma,

de tu balanza eterna?

Ni la hartura de un cáliz,

ni el eco de una esencia

delataron la ruina

de las estrellas crédulas

que necesita el cielo

mover entre la sombra

para igualar el peso

de una conciencia recta.

SELLO

COMO cera

—antes de que las llamas la derritan

y de que el molde helado la endurezca—

eras maleable en mí… Tan obediente

a la presión más suave

que la menor caricia te alteraba.

Pero el dolor te disolvió. Corriste

sin forma exacta ya, líquida y pura;

incendiada en rencores

—por su esplendor tan nítido— invisibles.

Y, creyendo que no perdurarían,

que nada queda en lo que a nada opone

voluntad ni temor, tracé en tu alma,

no sé ya contra quién, estas palabras

que, al enfriarte el tiempo, se han quedado

hundidas para siempre

en tu dureza póstuma de lacre.

SOLEDAD

… sent                  

to be a moment’s ornament…

WORDSWORTH

SI DAS un paso más te quedas sola…

En el umbral de un tiempo

que no es el tuyo aún y no es ya el mío.

Sobre el primer peldaño

de una escalera rápida que nadie

podrá jamás decir si baja o sube.

En el principio de una primavera

que, para tu patético hemisferio,

nunca resultará

sino el reverso casto de un otoño…

Porque la frágil hora

en que tu pie se apoya es un espejo,

si das un paso más te quedas sola.

PATRIA

MONTAÑAS, pasaportes,

banderas y leyendas

entre mi pensamiento

y tu alma se elevan.

Pero nos une un mundo

sin tiempo ni distancias;

un cielo igual desdeña

nuestras dos impaciencias

y en su instantánea sombra

—cuando decimos “nunca”—

con sólo no mirarnos

vemos la misma estrella.

Telégrafos, idiomas,

costumbres y monedas

ha combinado el hombre

para que no se entiendan

tu cólera y mi asombro,

mi silencio y tus quejas…

Pero de pronto cesan

el odio y la memoria.

En las manos que pugnan

por separarnos quedan

temblando los escudos,

las espadas inciertas

y —entre el arco y el blanco—

inmóviles las flechas.

Y empieza así la tregua

del sueño en que coinciden

—al fin reconciliadas—

nuestras vidas opuestas.

¡El sueño! Única patria

que ahora nos acepta:

litoral sin aduanas,

mundo al que todos entran

… y en el que todos callan,

pero en la misma lengua.

DESTINO

¿QUIÉN sabe qué secreto mecanismo,

como en un teleférico, equilibra

la canastilla en la que yo desciendo

y la que te conduce hasta la cima?

Una justicia extraña —o, tal vez, sólo

una máquina terca y sin justicia—

exige que decline

en mí un destino igual a tu destino

para que mi dolor pague tu dicha.

Pero no importa. Al cielo que pretendes,

renunciaré sin ira.

Y del compacto azul, del que desciendo,

se quedarán teñidas mis pupilas

mientras sepa mi alma

que su fuerza abolida

sirvió para exaltarte

hasta la cima estricta de ti misma.

PRESENCIA

DETRÁS de cada puerta

que cierras bruscamente,

debajo de la firma

de cada ser que olvidas

—y en cada ventanilla

de cada tren que pierdes—

una mujer sin pausa

medita y envejece.

En su mirada inmóvil

podrías ver la forma

segura de tu muerte.

ELEGÍA

NO LA toquéis… Si en la yacente estatua

que la encarcela todavía

una sonrisa póstuma os alarma,

sepultadla de prisa;

y, si en los dedos de la noble mano

con que desanudó vuestras caricias,

os duele ver endurecerse el tiempo,

quitadle las sortijas.

Pero no la toquéis en esta carta

escrita para un ser que viaja solo

por un país de lámparas erguidas;

ni en el cristal de la ventana oscura

en que —a veces— venía

a descansar una lejana frente

cargada de tristezas y de cintas;

ni en el libro de versos

en que su pluma tímida

subrayó levemente las palabras:

Aldebarán, camelia, golondrina…

¡Oh, sobre todo en estas

sílabas conmovidas

—clave de los románticos cerrojos

que sólo al eco de su voz cedían—

no la toquéis!…

                    Las criptas

de la noche y del alba intentaríais

en vano abrir con las sutiles voces

que, para comprender el universo,

—a ella únicamente—

de misteriosas cifras le servían.

GOZO

¿EN QUÉ luz principias,

repentina dicha?

¿Con qué luz te pones,

sol de medianoche?

Lo que, en otros climas,

de ti espera el hombre

ensartado en finas

hebras de estaciones,

me lo das —de pronto—

aquí, en este polo

íntimo del gozo,

instantáneo vado,

sol entre las puertas

trémulas del año.

Gocen otros seres

inviernos clementes.

Otras almas gocen

júbilos conformes.

Yo, en el propio centro

de mi sombra quiero

sólo tu inmediato

día exasperado:

resplandor sin halo,

tarde sin adioses,

congelado y arduo

sol de medianoche.

SOLEDAD

ESTÁS —en todas partes—

aprendiendo a morir; cerrando puertas

sobre el paisaje incauto de tu vida

y preparando, en todo,

ese desistimiento

que espera el corazón, pero no encuentra

sino en la resonancia

póstuma de un placer, en las extremas

violencias de una llama o de un volumen,

cimas de una pasión o de una época…

En la flor que deshojas

y del libro que cierras

no sé si lo que gustas es el breve

crepúsculo inmediato de la esencia,

el relámpago brusco del epílogo

o la ceniza lenta

que depositan en el alma

lo mismo una camelia que se rinde

que la disgregación de un vasto imperio

coronado de torres y leyendas.

Porque, en todas las cosas,

ensayas de la noche que anticipas

la paulatina y lenta pérdida,

despidiéndote vives

—aprendiz de fantasma— en una eterna

prisa por ascender a esa terraza

donde te buscarán los que no esperan

hallarte, suspirando,

tras de las puertas rápidas que cierras.

MÚSICA

COMO para aprenderte

fue menester pensarte

primero, día y noche,

sobre las blancas teclas

de un instrumento mudo;

ahora que la vida

me deja —a toda orquesta—

interpretarte, dicha

íntima y conmovida,

extraño el puro idioma

de puntos y de cifras,

el piano sin pedales

en que aprendí a tocarte

con notas de silencio

—ahora que, entre cítaras

coléricas y flautas,

la que soñé sonata

me hiere sinfonía…

RELOJ

EN EL fondo del alma

un puntual enemigo

—de agua en el desierto

y de sol en la noche—

me está abreviando siempre

el júbilo, el quebranto;

dividiéndome el cielo

en átomos dispersos,

la eternidad en horas

y en lágrimas el llanto.

¿Quién es? ¿Qué oscuros triunfos

pretende en mí este avaro?

Y ¿cómo, entre la pulpa

del minuto impermeable,

se introdujo esta larva

de la nocturna fruta

que lo devora todo

sin dientes y sin hambre?

Pregunto… Pero nadie

contesta a mi pregunta,

sino —en el vasto acecho

de las horas sin luna—

la piqueta invisible

que remueve en nosotros

una tierra de angustia

cada vez más secreta,

para abrir una tumba

cada vez más profunda.

MUJER

¿QUÉ PALABRAS dormidas

en páginas de líricos compendios

—o, al contrario, veloces,

de noche —azules, blancas— recorriendo

los tubos de qué eléctricos letreros—

debo resucitar para expresarte,

cielo de un corazón que a nadie aloja,

anuncio incomprensible,

mujer: adivinanza sin secreto?

ABRIL

NO SÉ ya en qué lugar

secreto del invierno

está oculto el botón

mecánico, la rosa,

el vals o la mujer

que un dedo sin esfuerzo

debería tocar

para ponerte en marcha,

automático abril

de un año descompuesto.

Lo siento. Estás ya aquí,

junto a mi pensamiento,

como —sobre el cristal

de una ventana oscura—

la exigencia sin voz

de un aletazo terco.

Pero, si salgo a abrir,

lo único que encuentro

es la noche, otra vez:

la noche y el silencio.

¿Palabras? ¿Para qué?

En ellas, por momentos,

creo tocarte al fin,

abril… Pero las digo

—raíz, pájaro, luz—

y me contesta el viento:

invierno; invierno el sol,

y soledad los ecos.

Libros de viaje busco.

Mapas de amor despliego.

A rostros de mujeres

que hace tiempo murieron,

en retratos y en cartas

pregunto cómo eras;

qué nubes o qué alondras

fueron, en otros puertos,

de tu regreso eterno

lúcidos mensajeros.

Pero nadie te ha visto

llegar, abril. A nadie

puedo pedir consejo

para esperarte. Nadie

conoce tus andenes,

sino —acaso— este ciego

que pugna por hallar

a tientas, en mis versos,

el secreto botón

que pone en marcha al mundo

cuando vacila el sol

y dudan los inviernos…

FUGA

¡Huyes, pero es de ti!

J. R. JIMÉNEZ

HUÍAS… Pero era en mí

y de ti de quien huías.

¿Cómo? ¿A dónde? ¿Para qué?

Por todo lo que es vial,

ascensor, tragaluz, puerto

para fugarse del hombre

en el hombre: por la voz,

por el pulso, por el sueño,

por los vértigos del cuerpo…

Por todo lo que la vida

ha puesto de catarata

—en el alma y en el alba—

huías… Pero era en mí.

NOCHE

UN JINETE de mármol

oscuramente viene

sobre la flaca yegua

de la noche silvestre.

Bajo el antiguo fardo

la bestia se estremece.

Pero en vano el cansancio

riberas le promete

y luminosas aguas

imagina su fiebre.

Cuando, en mitad del tiempo,

la flaca yegua torva

—con terror o de sueño—

parece detenerse,

una espuela de mármol

en el ijar exiguo

el sórdido jinete

le clava de repente.

Ruedan estrellas lentas

entre la crin rebelde

y los profundos ecos

de la fuga perenne

a poblar el camino

confusamente vuelven:

el camino, los bosques

y los torrentes…

¿A dónde va, en la sombra,

el pálido jinete

que nadie ha visto nunca

pero que todos temen?

En sus manos de mármol

las flojas riendas penden

y de su flaca yegua

una invisible aurora

imita, piensa, evoca

la cicatriz de un astro

en medio de la frente.

SITIO

PENETRO al fin en ti,

mujer desmantelada

que —al terminar el sitio—

ya sólo custodiaban

monótonos tambores

y trémulas estatuas.

Penetro en ti, por fin.

Y, entre la luz delgada

que filtran, por momentos,

estrellas y palabras,

encuentro a cada paso

que doy sobre los fríos

peldaños que conducen

al centro de tu alma

—un cuerpo junto a otro—

cien horas degolladas.

Me inclino… Una por una

las reconozco, a tientas.

Contra una jaula exacta

en ésta, oscuramente,

un ruiseñor estuvo

rompiéndose las alas.

En ésa… No sé ya

lo que en esa existencia

apolillada y blanda

moría o principiaba:

esquivas formas truncas,

presencias instantáneas,

deseos incompletos,

dichas decapitadas.

Y pienso: en mí, vencido,

y sobre ti, violada,

¿quién izará banderas

ni colgará guirnaldas?

Mujer, fantasmas eran

tus centinelas mudos;

relámpagos de níquel

sus pálidas espadas;

pero las sordas huestes

con que te rodearan

la noche y mis preguntas

también eran fantasmas

y las furias que bajan

ahora, hacia la muerte,

rodando por los bruscos

peldaños de tu alma,

ceniza solamente

serán en cuanto calles:

ceniza, polvo, sombra,

fantasma de fantasmas…

RESACA

POR MOMENTOS, el alba te devuelve

una tabla, un tornillo enmohecido

del barco en que hace siglos naufragaste..

Quisieras reunirlos

ahora, en plena luz. Pero los días

veleros son que entregan solamente

al océano en que zozobras

una brújula, un ancla, un nombre escrito

sobre la rueda de un timón…

                                         El nombre

del puerto, nunca visto,

donde una mano, entre gaviotas, blanca,

señala —nave o sueño— tu destino.

COHETE

¡MENTIRA! Tú no estás

aquí, en el paraíso

del júbilo que enciende

—puntual, año tras año—

el mismo inofensivo

y trémulo castillo

de fuegos de artificio;

ni en esa rosa estás,

de mecánico ritmo,

brotada —cada vez

que cierro yo los ojos—

en el cambiante friso

del cielo derruido.

En luces que sujetan

—tradiciones y voltios—

incandescentes hilos

de música a la tierra,

no quieras brillar tú,

corazón imprevisto:

ballesta y flecha a un tiempo

¡cohete de ti mismo!

PALIMPSESTO

A TRAVÉS de las frases

que dices, adivino las que callas

como, bajo los versos

de un pergamino antiguo —mal borradas

por la mano del monje

que para un jefe gótico miniara

en su blancura el trance de un martirio—,

aparecen de pronto, reanimadas

por una terca tinta rencorosa

—a contraluz de un sueño—,

las líneas de un colérico epigrama.

AMOR

PARA escapar de ti

no bastan ya peldaños,

túneles, aviones,

teléfonos o barcos.

Todo lo que se va

con el hombre que escapa:

el silencio, la voz,

los trenes y los años,

no sirve para huir

de este recinto exacto

que a todas partes va

conmigo, cuando viajo.

Para escapar de ti

necesito un cansancio

nacido de ti misma:

una duda, un rencor,

la vergüenza de un llanto;

el miedo que me dio,

por ejemplo, poner

sobre tu frágil nombre

la forma impropia y dura

y brusca de mis labios…

PAISAJE

¿POR QUÉ te has puesto a pensar

de pronto, Sol, en voz alta,

esa fuente, ese jardín,

y este rostro de mujer

—desnudo, pálido, lento—

en la mañana de plata?

No grites, Sol, no declames…

De pronto, lo que la noche

no cuenta sino a la noche,

lo que las sombras desean

que sólo la sombra entienda,

estás queriéndolo tú

articular en voz alta:

hasta el lirio, hasta el ciprés,

hasta el aire, hasta la alondra,

¡toda, toda, toda el alba!

Y no es verdad. No es así

como este paisaje hubiera

querido ser deletreado.

Paisaje para una voz

tan imparcial, tan sin énfasis,

que el menor cambio de luz

lo vela, lo desenfoca,

le impone un azul que ya

no es el suyo, un amarillo

que no es su propio amarillo,

una expresión desleal

de aurora de cuadro al óleo

y de jardín de teatro.

Desnudo, fuente, jazmín…

¡Cómo a fuego los burilas,

a fuego, Sol, en acero!

Si estaban mejor pensados

para otra luz, concebidos

para que fuese una voz

de luna la que viniese

a decírmelos, de noche,

no sé cómo, no sé cuándo…

Entonces, ¿por qué los gritas,

Sol, por qué me los declamas?

Déjame al menos oír

lo que callas: el temblor

de esa nube que te pone

una sordina de lluvia;

lo que duda, lo que gira,

lo que ya la niebla está

traduciéndome del mármol

retórico en que lo esculpes

al idioma tornasol

del río en que yo lo entiendo:

a la sombra de esa luz

que tocan al mismo tiempo

el pensamiento y el tacto,

los ecos y los espejos…

ERROR

¿PARA quién estaban hechos

hoy el tiempo, la ciudad,

la ingenuidad de esta risa

que muere, que no se va,

cual si pudiera su adiós

dolerme más que su muerte,

y este cielo que se empeña

en imitar el color

del cielo que debería

—si fuese lógico el mundo—

gustarle a un ser como yo?

¿Para quién estaban hechos

este día, aquel balcón,

y la flor de esa ventana,

y, en la ventana, esa voz

y, en la voz, esa tonada

en que otro —pues yo no—

tal vez adivinaría

lo que están queriendo ser

flor y sol, lámpara y alba?

¿Para quién, que murió en mí

sin duda desde hace años,

tuvo sentido el rumor

de la calle numerosa

por donde avanza este ser

que a la sombra fue a buscarme

y a la sombra me transporta?