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María García Amilburu
Juan García Gutiérrez

FILOSOFÍA
DE LA EDUCACIÓN

Cuestiones de hoy y de siempre

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Narcea, S. A. de Ediciones

Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

© NARCEA, S. A. DE EDICIONES

Paseo Imperial, 53-55. 28005 Madrid. España

www.narceaediciones.es

ISBN papel: 978-84-277-1819-7

ISBN (UNED): 978-84-362-6435-7
ISBN ePdf:  978-84-277-1920-0

ISBN ePub: 978-84-277-2312-2

Diseño de cubierta: aderal

Dibujo de Cubierta: Pilar García A.

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Índice

Prefacio. Richard Pring, Universidad de Oxford

Introducción

Capítulo 1. ¿Qué es «Filosofía de la Educación»?

1. Qué es «Filosofía». La Filosofía como «saber», o la perspectiva filosófica

2. La Filosofía de la Educación como «aproximación filosófica al conocimiento de la educación»

3. La Filosofía de la Educación como «disciplina académica»

4. Relaciones de la Filosofía de la Educación con otras disciplinas pedagógicas

Filosofía de la Educación y Teoría de la Educación. Filosofía de la Educación y Antropología.

5. La Filosofía de la Educación y los educadores profesionales

Capítulo 2. Presupuestos antropológicos de la educación

1. ¿Por qué los humanos necesitamos que nos eduquen? La educabilidad

2. ¿Qué dimensiones humanas son educables?

3. El papel de la educación en el diseño de la identidad personal

4. El arte de educar

Capítulo 3. Conceptualización y ámbitos del proceso educativo

1. Aproximaciones al concepto de educación

Origen etimológico del término educación. Definiciones de educación: características principales. Propiedades del hecho educativo.

2. Ámbitos y modalidades de realización del fenómeno educativo.

Los ámbitos de la educación. Las modalidades educativas.

3. La educación como concepto antinómico y la elaboración de un concepto normativo de educación

4. Educación y procesos no educativos

Capítulo 4. Los agentes y sujetos del proceso educativo

1. Los protagonistas del proceso educativo

La educatividad de los agentes educativos. Los ambientes educativos. Los protagonistas del proceso educativo.

2. Las relaciones entre los agentes educativos. La relación educativa.

Características y límites de las relaciones educativas. Las tensiones propias de la relación educativa.

3. ¿Es posible educar en un contexto deseducativo?

El elemento positivo de las crisis. La crisis de las transmisiones y las estructuras de acogida. Disolución del yo y fragmentación de la comunidad.

Capítulo 5. La educación vista por los filósofos (I). Los clásicos

1. Los filósofos, la historia y la educación

2. Sócrates (469-399 a. C.) y Platón (427-347 a. C.). La cuestión del método en educación

3. Aristóteles (384-322 a. C.). La ética y las virtudes

4. San Agustín (354-430). Los dos maestros

5. Santo Tomás de Aquino (1224-1274). Generación y educación.

Capítulo 6. La educación vista por los filósofos (II). Los omitidos

1. Soren Kierkegaard (1813-1855). Comunicación indirecta y pensamiento subjetivo

2. John H. Newman (1801-1890). La idea de Universidad

3. Hans Georg Gadamer (1900-2002). Hermenéutica y educación

4. Mortimer J. Adler (1902-2001). El Proyecto Paideia

Capítulo 7. La Filosofía de la Educación en la actualidad

1. La «prehistoria académica» de la Filosofía de la Educación

2. Richard S. Peters (1919-2011). La educación como iniciación

3. Principales corrientes de Filosofía de la Educación en la actualidad

4. Sociedades, congresos y revistas científicas de Filosofía de la Educación

Sociedades de Filosofía de la Educación. Otras Sociedades y reuniones científicas relacionadas con la Filosofía de la Educación. Publicaciones especializadas. La Filosofía de la Educación en España.

Capítulo 8. La dimensión política y el derecho a la educación

1. Introducción

2. Pasión, indiferencia y pluralismo

La pasión política. Indiferencia política. El pluralismo, clave en la relación entre política y educación.

3. La determinación filosófico-educativa del derecho a la educación.

4. Tensiones y controversias del dinamismo democrático

Capítulo 9. La educación en las sociedades democráticas

1. Educación y cultura democrática

2. La formación de la identidad personal en las sociedades democráticas

Modelos de formación de la identidad moral. La educación de la ciudadanía. Derechos Humanos y educación.

3. El desarrollo pedagógico de la noción de responsabilidad y el enfoque del aprendizaje servicio solidario

Capítulo 10. Educación y convicciones

1. Las convicciones educativas en la enseñanza

Noción de «convicciones religiosas». Noción de «convicciones filosóficas y/o morales». Noción de «convicciones pedagógicas». «Convicciones culturales».

2. La responsabilidad de la educación en la transmisión de las convicciones. Recomponiendo una pedagogía de la transmisión

Planteamientos generales. «Neutralidad» y «beligerancia» en educación. El profesor ante los valores controvertidos.

3. Estado, familia y escuela

Capítulo 11. Los profesionales de la educación

1. Trabajo y profesión. La profesionalización de la tarea educativa

2. El «mapa» de los profesionales de la educación

3. Vivencia subjetiva de la dedicación profesional a la educación

4. Desarrollo profesional de educadores reflexivos

5. El tacto pedagógico en el quehacer docente

Capítulo 12. Formación de profesionales y ética del quehacer educativo

1. La formación de los profesionales de la educación

2. Ámbitos que debe abarcar la formación de los educadores

Formación científica. Formación pedagógica. Formación humanística. Formación moral.

3. Los códigos deontológicos como reguladores normativos del quehacer educativo

4. La ética en los espacios educativos virtuales

Referencias bibliográficas

Autores

Prefacio

Éste es un libro importante por dos razones.

Primero, porque las cuestiones que han preocupado a los filósofos de la educación desde Platón en adelante son importantes para nuestra comprensión de la educación —las cuestiones éticas acerca de los fines de la educación, lo que cuenta como desarrollo humano, el tipo de conocimiento que vale la pena alcanzar, las relaciones entre el pensamiento y la acción, los vínculos entre la autonomía personal y la responsabilidad social—. Este libro muestra que esas cuestiones entran de lleno en el pensamiento educativo a cualquier nivel, y que éste se ve empobrecido cuando no se tienen en cuenta.

Segundo, porque a pesar de lo dicho, se ha descuidado gravemente la filosofía en la formación y preparación de los docentes. La filosofía se considera un engorro. Lleva a los futuros docentes a hacerse preguntas extrañas. Socava el prejuicio de que la mejora en el ámbito educativo es sólo cuestión de seguir lo que se ha demostrado que «funciona», cuestiona el creciente dominio del lenguaje mercantilista. Sin embargo, ha habido un renacimiento de la filosofía de la educación en Europa, como se puede comprobar en los numerosos Congresos Internacionales que se celebran.

Este libro se nutre de y contribuye a ese renacimiento. Está enraizado en la historia de las ideas filosóficas cuando entran en relación con la teoría de la educación, a la vez que señala las cuestiones que son más relevantes en la actualidad. Wittgenstein dijo: «mi propósito es enseñar cómo pasar de un sinsentido no evidente a uno evidente»*. Este libro enseña a hacerlo, y debería ser estudiado por todos aquellos que entran en la profesión educativa.

RICHARD PRING
Catedrático Emérito de Filosofía de la Educación
Green Templeton College
Universidad de Oxford

 

* WITTGENSTEIN, L., Investigaciones Filosóficas, Crítica, Barcelona, 1988. (Traducción de Alfonso García Suárez y Ulises Moulines), I, §464.

Foreword

This is an important book for two reasons.

First, the questions that have concerned philosophers from Plato onwards are central to our understanding of education -the ethical questions about the aims of education and what count as human development, the nature of knowledge which is to be pursued, the relationship of thinking to doing, the links between individual autonomy and social responsibility. This book shows these questions enter into our educational thinking at every level and how that thinking is impoverished without them.

Second, however, and despite that, there has been a severe neglect of philosophy in the training and preparation of teachers. Philosophy is seen as a nuisance. It gets the trainee teachers to ask awkward questions. It undermines the belief that educational improvement is but a matter of following what has been proved ‘to work’. It challenges the increasing dominance of the language of performance management. But there has been a renaissance in the philosophy of education in Europe, as is reflected in the many highly popular international conferences.

This book both draws upon and contributes to that renaissance. It is rooted in the history of philosophical ideas as they enter into educational theory whilst at the same time it tackles the very questions which are highly relevant today. The philosopher Wittgenstein said ‘my aim is: to teach you to pass from a piece of disguised nonsense to something that is patent nonsense’. This book helps us to do that, and should be studied by all who enter the teaching profession.

RICHARD PRING
Emeritus Professor of Philosophy of Education
Green Templeton College
University of Oxford

Introducción

Esta obra se ha escrito con el propósito de introducir en el ámbito de la Filosofía de la Educación a los futuros1 profesionales del sector educativo. El impulso inmediato para su redacción obedece a la necesidad de ofrecerles los conocimientos que les permitan adquirir los hábitos y competencias exigidos por el proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Se espera de los estudios del Grado de Pedagogía que proporcionen la formación profesional y humana básica para desarrollar adecuadamente la labor que se encomendará a los educadores, teniendo en cuenta que deberán realizar su trabajo en un ambiente social cada vez más complejo y diversificado.

Este libro tiene también interés y puede ser de utilidad para otros universitarios preocupados por la educación, así como para la formación permanente del profesorado, pues los temas que aquí se abordan tienen un interés general. En efecto, la Filosofía constituye una reflexión sobre las cuestiones esenciales que han interesado a los seres humanos en todos los tiempos y, sin duda, la educación es una de ellas, porque nadie puede realizarse plenamente como «humano» si no es en el seno de una tradición y una cultura, a las que sólo se accede al ser educado.

La Filosofía de la Educación analiza el fenómeno educativo, sus elementos constitutivos y los referentes que lo condicionan, valorando la necesidad de la educación a lo largo de la vida; éste es el primer objetivo propuesto por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) para los estudios del Grado de Pedagogía. La Filosofía de la Educación favorece también directamente la adquisición de algunas competencias genéricas como, por ejemplo, desarrollar procesos cognitivos superiores (análisis y síntesis; aplicación de conocimientos a la práctica; resolución de problemas en entornos nuevos o poco conocidos; pensamiento creativo; razonamiento crítico; toma de decisiones; aprendizaje a partir de la práctica; elaboración de teoría a partir de la práctica; valoración fundamentada), y desarrollar actitudes éticas de acuerdo con los principios deontológicos y el compromiso social (compromiso ético; ética profesional; compromiso social; aplicación y desarrollo del marco jurídico del área profesional).

El libro se compone de doce capítulos. En los cuatro primeros se tratan temas fundamentales de la Filosofía de la Educación desde una aproximación sistemática. En el capítulo 1 se estudian las características propias de la perspectiva filosófica, para examinar seguidamente la naturaleza de la Filosofía de la Educación como aproximación filosófica al conocimiento de la educación, como disciplina académica, sus relaciones con otros saberes pedagógicos, y la ayuda intelectual que presta a los educadores de cara al ejercicio de su labor.

El capítulo 2 se dedica al análisis de los presupuestos antropológicos de la educación. En concreto, se intenta responder a preguntas como: ¿Por qué los humanos necesitamos que nos eduquen? ¿Qué dimensiones humanas son educables? ¿Qué papel corresponde a la educación en el diseño de la identidad personal? Se concluye este capítulo con unas reflexiones sobre el arte de educar.

En el capítulo 3, tras una aproximación etimológica al concepto de educación, se presentan algunas definiciones y propiedades del hecho educativo y los ámbitos y modalidades de su realización. Finalmente, se estudia la condición antinómica de la educación y se elabora un concepto normativo de este fenómeno que permita distinguirlo de otros procesos no educativos.

El capítulo 4 estudia a los protagonistas de la educación, las relaciones que se establecen entre los agentes educativos y la naturaleza de las mismas. Se examinan también las dificultades inherentes al reto de educar en contextos des-educativos, como sucede en muchos casos actualmente.

Del capítulo 5 al 7 se analiza el desarrollo de la Filosofía de la Educación desde una perspectiva histórica, presentando cuestiones tratadas por pensadores clásicos —Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín y Sto. Tomás de Aquino— y otros autores que no son mencionados habitualmente en los libros de Historia de la Educación —Kierkegaard, John H. Newman, Gadamer y Adler—. Se ofrece también una panorámica de la situación de la disciplina después del impulso recibido por R. S. Peters, señalando las corrientes de pensamiento filosófico-educativo más influyentes en la actualidad, así como las principales sociedades, congresos y revistas científicas del área.

Los capítulos 8, 9 y 10 abordan la dimensión política del fenómeno educativo y el derecho humano a la educación, cuando se contemplan desde el prisma de las sociedades democráticas. Se tratan cuestiones tales como las relaciones entre educación y cultura democrática, la formación de la identidad personal en las sociedades democráticas, el desarrollo pedagógico de la noción de responsabilidad, el papel de la educación en la transmisión de las convicciones religiosas, filosóficas y culturales en una democracia, las relaciones entre el estado, la familia y la escuela, etc.

Los dos últimos capítulos, 11 y 12, se centran específicamente en la persona y el trabajo del profesional de la educación. Se presenta un mapa de las profesiones educativas y se analizan los distintos modos de vivencia subjetiva de la dedicación profesional a la educación, así como el desarrollo profesional de educadores reflexivos y el tacto pedagógico en el quehacer docente. Se dedica una atención especial a los ámbitos que debe abarcar la formación de los educadores, y a la importancia de los códigos deontológicos como reguladores normativos del quehacer educativo. Por último, se subraya la necesidad de la ética en los espacios educativos virtuales

Agradezco sinceramente al Prof. Richard Pring de la Universidad de Oxford su amable hospitalidad para la redacción de este libro, el interés que siempre ha mostrado por mi trabajo, sus valiosos comentarios y la presentación que ha escrito para esta obra.

MARÍA GARCÍA AMILBURU
Madrid, 9 de noviembre de 2011

 

1 Para simplificar, se utiliza el término hombre o el masculino genérico para hacer referencia a cualquier ser humano. Cuando las diferencias de sexo sean relevantes, se emplearán los términos varón y mujer.

Capítulo 1

¿Qué es «Filosofía
de la Educación»?

En este capítulo se encuadra la Filosofía de la Educación en el amplio marco del conocimiento humano, integrado tanto por el saber que se alcanza de manera espontánea, como el que se obtiene tras una elaboración científica. Se mencionan las ciencias que se relacionan más directamente con esta disciplina académica, prestando especial atención al tipo de reflexión característico de la Filosofía, y a las aportaciones de la Antropología en el ámbito de la educación.

Palabras clave: filosofía; filosofía de la educación; ciencias de la educación; pedagogía; antropología física; antropología sociocultural; antropología filosófica.

1. QUÉ ES «FILOSOFÍA». LA FILOSOFÍA COMO «SABER»,
O LA PERSPECTIVA FILOSÓFICA

Desde sus orígenes en la Grecia clásica, hace más de 26 siglos, la Filosofía se constituye como el saber más general y a la vez más profundo sobre la realidad, porque se ocupa del conocimiento del ser en toda su amplitud a la luz de sus últimas causas y primeros principios.

Ciertamente, el pensamiento filosófico nace y se desarrolla en una determinada cultura y, por lo tanto, no está libre de supuestos: pertenece a una tradición y está incardinado en un medio sociocultural. Pero desde sus mismos orígenes, tiene una exigencia intrínseca de verdad y universalidad, y no sólo de utilidad. El conocimiento filosófico se caracteriza por estar reflexiva y críticamente fundado, por su exigencia de coherencia interna y adecuación a la realidad, y no por su realización práctica en una determinada cultura.

La Filosofía, por su propia naturaleza, constituye un saber de segundo orden —entendiendo por saberes de primer orden tanto el conocimiento espontáneo, como las ciencias particulares—, pues sólo superando el plano espistemológico propio de estos saberes es posible alcanzar la unidad de sentido a la que tiende la Filosofía.

Como consecuencia, en algunos ambientes se ha extendido una mentalidad hostil hacia ella, por considerarla un saber excesivamente abstracto y desvinculado de las cuestiones vitales que entretejen la existencia ordinaria y, por lo tanto, se la ha declarado inútil o carente de interés.

Si bien es cierto que en ocasiones —particularmente en el caso de algunos autores y en épocas determinadas— la Filosofía se ha cultivado de un modo demasiado abstracto y desligado de los intereses inmediatos del hombre común, esto no significa que la Filosofía, en sí misma, sea ajena a la vida. Pero se hace necesario mostrar que los problemas y formulaciones filosóficas son, en buena parte, problemas de la vida ordinaria humana y, en concreto, aquellos que la afectan más profundamente.

La Filosofía toma como punto de partida el lenguaje ordinario y la evidencia, tanto empírica como intelectual: trata de los fenómenos que todos conocen, de las cuestiones que interesan a los seres humanos, bien sean científicos, historiadores, poetas o «gente de la calle». Pero el filósofo pretende llegar a la interpretación «última» o más profunda de los hechos y debería esforzarse para que sus reflexiones no resulten incomprensibles para sus semejantes.

El ejercicio del pensamiento filosófico suele encontrar además un problema adicional, porque cuando alguien se inicia en este terreno tiene la impresión de enfrentarse a numerosas «interpretaciones últimas» o «explicaciones globales» de lo real que son incompatibles entre sí. Por eso es frecuente pensar que mientras que la Ciencia en su conjunto —y cada una de las ciencias por separado— goza de cierta unidad en sí misma, la Filosofía es como un caleidoscopio de opiniones irreconciliables entre sí.

Sin embargo, si nos detenemos a examinar la historia de las distintas ciencias experimentales —por ejemplo la Física, que ha sido considerada «la ciencia» por antonomasia durante los últimos siglos, o cualquier otra ciencia positiva— comprobamos que la mayoría de los descubrimientos realizados han sido posibles gracias a que investigadores anteriores los formularon mal o imprecisamente. Pero su mérito consistió en que «pusieron el dedo en la llaga», apuntaron a fenómenos y leyes efectivamente reales. Por eso, indagando posteriormente sobre esa misma realidad, otros científicos pudieron corregir sus formulaciones 1.

En el campo de la Filosofía ocurre algo semejante. A lo largo de la historia los filósofos han ofrecido explicaciones de ciertos fenómenos, han planteado nuevas interpretaciones globales de la realidad, han señalado los problemas de comprensión que se le presentan al ser humano o han analizado dilemas anteriores desde diferentes perspectivas. Cuando realmente «pusieron el dedo en la llaga», los filósofos posteriores retomaron y corrigieron sus planteamientos. Por eso también se puede decir que el pensamiento filosófico es unoy se puede sostener con Leibniz que, dado que la Filosofía se ocupa del estudio de la totalidad de lo real, en el fondo todos los filósofos se han hecho siempre las mismas preguntas y han dado siempre las mismas respuestas, pero —habría que añadir con Hegel— cada vez desde un nivel distinto, mas alto, en la historia del espíritu.

Por tanto es un error plantear el estudio de la Filosofía como si fuese una especie de «Museo del pensamiento pensado» o «Botánica de las ideas disecadas», sin tener en cuenta cuáles eran los problemas a los que se quería responder, y cuál es la realidad a la que ahora cabe referir ese pensamiento reformulado de un modo nuevo y más fecundo.

A menudo, en tratados de historia de la Filosofía se contraponen unos filósofos a otros y se acentúan sus rasgos diferenciales, en parte por razones didácticas y en parte también por razones de rigor hermenéutico. Pero si en vez del punto de vista histórico se adopta el punto de vista sistemático, y en lugar de contraponer unos filósofos a otros se trata de ver el hilo conductor que recorre la historia del pensamiento, el resultado es bien diferente. Además, es necesario aprender a contrastar las doctrinas y las explicaciones filosóficas con la propia experiencia, a comparar cualquier especulación abstracta con la realidad, siendo conscientes de que la reflexión filosófica no puede reemplazar a las cosas mismas, ni a la vida humana; pero cumple una función muy importante en relación con ellas, pues contribuye a comprenderlas e interpretarlas de manera que se esté en mejores condiciones de protagonizarlas personalmente.

2. LA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN COMO «APROXIMACIÓN
FILOSÓFICA AL CONOCIMIENTO DE LA EDUCACIÓN»

Teniendo en cuenta lo que se ha dicho acerca de la naturaleza de la reflexión filosófica, es el momento de señalar qué se entiende aquí por Filosofía de la Educación. Por decirlo de la manera más sencilla posible, se puede definir como la aproximación al mundo de los fenómenos educativos empleando la metodología propia de la Filosofía.

La Filosofía de la Educación se constituye como un tipo de «saber práctico». Esto significa que se trata de un saber de y para la acción, es un conocimiento en y desde la acción. La Filosofía de la Educación no tiene como fin principal la contemplación de la realidad educativa, sino la mejora de esta actividad. Por lo tanto, no se trata de un conocimiento teórico que se aplica después a la acción, sino de un saber que se decanta en la acción misma, porque el conocimiento práctico sólo se establece en la propia praxis2.

La consideración de la realidad educativa desde una perspectiva filosófica, debe afrontar algunos obstáculos que es conveniente examinar. En general, las objeciones que se hacen al estudio filosófico de la educación provienen de dos frentes, que podemos caracterizar genéricamente como «los prejuicios del hombre de la calle» y «las resistencias de los profesionales», bien pertenezcan éstos al ámbito de la filosofía como al de la educación. Vamos a señalar seguidamente las cuatro objeciones más comunes:

a. El hombre de la calle suele rechazar los planteamientos filosóficos en general, por considerar la Filosofía como un tipo de saber excesivamente «teórico», cultivado por «especialistas en cuestiones abstractas», ajenas a las preocupaciones de la vida ordinaria utilizando además un lenguaje que sólo ellos entienden.

A esta objeción cabe decir que, ciertamente, el pensamiento filosófico debe hacer uso de la abstracción para alcanzar su nivel de generalidad propio, y al situarse en ese plano, lo que se gana en precisión se pierde en riqueza significativa; pero ésa es, en definitiva, la ventaja y el inconveniente de todas las formalizaciones, como sucede por ejemplo en el caso de las matemáticas. Por eso, hay en la Filosofía un espacio legítimo para la abstracción y la especialización, pero éstas sólo se justifican en la medida en que son necesarias para elaborar un razonamiento correcto sobre temas que son de vital importancia para cualquier ser humano, y no sólo para los filósofos profesionales3.

b. Una segunda objeción a la aproximación filosófica al fenómeno educativo proviene del ámbito de los profesionales, pues tanto filósofos como educadores manifiestan a menudo que no saben muy bien qué quiere decir exactamente «Filosofía de la Educación». Pues bien, en el contexto de esta obra entendemos por Filosofía de la Educación aquel saber que se constituye como una reflexión radical —filosófica— sobre los supuestos profundos de la educación, y que requiere un buen conocimiento de la historia, el ejercicio del análisis del lenguaje y el dominio de la antropología filosófica, sin ceñirse sólo al plano ontológicometafísico4.

En otras palabras, se trata del área del saber que se ocupa de la investigación sobre la educación como una práctica singular, y que debe aunar dos exigencias aparentemente contrapuestas: la apelación a una imagen directiva del ser humano educable, y la atención a las condiciones contingentes en que se realiza la acción educativa, que es en sí misma una práctica situada5.

c. La objeción más común que se formula contra la Filosofía de la Educación por parte de los profesionales de la Filosofía, consiste en considerarla una disciplina filosófica «de segunda categoría», pues constituye una de las ramas de la Filosofía que toma una actividad particular como objeto de estudio. Para que pueda desarrollarse un saber auténticamente filosófico, señalan, sería preciso averiguar previamente si la actividad que se toma en consideración tiene entidad ontológica suficiente como para constituir un objeto idóneo para el tratamiento filosófico.

En otras palabras, habría que determinar cuáles son las condiciones que debe satisfacer la actividad «X» para elaborar una «Filosofía de X» consistente, porque cualquier materia no es adecuada para ello. En aquellos casos en los que ha sido desarrollada con éxito, «X» tenía una estructura racional de una complejidad suficiente como para originar un número elevado de problemas para su comprensión. Se sostiene que, para que una materia o actividad pueda convertirse en objeto adecuado para la constitución de un saber filosófico debe ser capaz de suscitar preguntas del tipo: «¿cómo es esto posible?». Aunque no todas las preguntas filosóficas son de esta clase, hay una fuerte tradición que tiene su origen en Kant que lo considera así. Cuando algo constituye un reto para el entendimiento, es su misma posibilidad lo que se cuestiona; o si no se cuestiona la existencia de esa posibilidad, al menos se pregunta por el modo cómo eso puede ser posible. Por lo tanto, si dentro de un determinado campo del saber no hubiera lugar para formularse preguntas de este género, no constituiría una materia apta para la reflexión filosófica.

Pues bien, ¿cuántas preguntas del tipo «cómo es posible» se pueden formular respecto de la educación? Ciertamente, algunas como por ejemplo, «¿Cómo es posible que aumente el conocimiento?», o «¿Cómo es posible que haya enseñanza sin adoctrinamiento?», etc. Pero ¿son suficientes en número y categoría para justificar la existencia de una disciplina autónoma? Muchos filósofos piensan que no. Por eso, desde los ámbitos filosóficos de corte más especulativo se mira despectivamente a la Filosofía de la Educación, por considerarla una reflexión filosófica realizada sobre cuestiones que tienen poca consistencia epistemológica y que, por lo tanto, nunca harán avanzar el conocimiento filosófico.

d. Por último, hay que señalar que algunas de las objeciones a la Filosofía de la Educación que conducen al rechazo, al menos inicial, de este saber provienen de los prejuicios de los mismos profesionales de la educación. Se pueden resumir en la acusación de que, tanto la Filosofía en general como la Filosofía de la Educación en particular, son saberes inútiles, incapaces de orientar la acción. Y dado que la educación es, por su propia naturaleza, una actividad, una tarea, un proceso, la Filosofía no tendría nada que decir sobre ella.

Esta objeción, hay que admitirlo, tiene en algunos casos cierto fundamento, porque en ocasiones la Filosofía de la Educación se ha desarrollado más como «Reflexión sobre la reflexión acerca del lenguaje que empleamos para hablar de educación», o «MetaFilosofía de la Educación»; y se ha ocupado casi exclusivamente de cuestiones autorreferenciales tales como, por ejemplo, definir su propio estatuto epistemológico, sus vinculaciones con otras materias, el lugar que le corresponde en el conjunto de los saberes filosóficos o pedagógicos, o su propia subsistencia como disciplina académica6. Además, hay que señalar que, aunque sea necesario plantearse este tipo de cuestiones, no siempre merece la pena detenerse mucho en ellas. Tanto en la vida académica como en la vida personal la reflexión es necesaria para orientar la acción, pero si se hipertrofia y se lleva hasta el extremo, puede convertirse en una evasión que retrase e incluso incapacite para llevar a cabo la actividad que se debe realizar.

En conclusión, se podría afirmar que estas objeciones contra la Filosofía de la Educación no suponen, en el fondo, el rechazo de la reflexión filosófica sobre cuestiones educativas, sino que apuntan más bien hacia modos concretos de llevarla a cabo que se muestran poco eficaces de cara a la acción; y reclaman maneras diferentes de desarrollarla.

3. LA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN COMO
«DISCIPLINA ACADÉMICA»

La diversificación de las asignaturas en los curricula obedece a la consideración de las distintas disciplinas como áreas de estudio organizadas sistemáticamente, como ámbitos del saber y del hacer en que son iniciados los alumnos en las escuelas y otras instituciones educativas. Las disciplinas —en sí mismas— más que conjuntos estáticos de saberes objetivados, son modos de disponer un conjunto de actividades cognoscitivas.

Dominar una disciplina no significa, por tanto, poseer un patrimonio estable de información, sino más bien saber cómo hacer algo: cómo resolver un problema, cómo crear algo de valor, cómo actuar rectamente en conformidad con lo que es valioso y deseable, etc.

El ser humano necesita integrar los diversos conocimientos y habilidades que posee en una síntesis globalizadora que le permita unificar vitalmente lo que conoce, pero esa síntesis no puede ser enseñada como un producto ya fabricado, sino que ha de ser elaborada y asumida tras un proceso de interiorización personal.

Como ya se ha mencionado, tanto filósofos como pedagogos se han mostrado reticentes a la hora de admitir que la Filosofía de la Educación sea un saber con la suficiente consistencia como para constituir una «disciplina académica». Aunque, por otra parte, se admite comúnmente que existe una Filosofía de la Educación implícita en las obras de muchos filósofos —desde Platón a Gadamer— ocupando en algunos casos un lugar central de su pensamiento. Y también la Filosofía de la Educación es una de las asignaturas que integran el currículum de los estudios pedagógicos en muchos países.

Aquí se considera la Filosofía de la Educación como una disciplina académica de pleno derecho.

Su objeto propio consiste en la elaboración de un cuerpo de doctrina sistemático en el que se abordan unos problemas específicos: aquellos que se derivan de la consideración de las cuestiones últimas acerca del proceso educativo y del ser humano como alguien que debe ser educado.

Esta disciplina se desarrolla de acuerdo con una metodología propia: el análisis filosófico de la realidad educativa y de los procesos de ense-ñanza-aprendizaje.

Y tiene además un fin particular, permitir a los profesionales de la educación comprender mejor el sentido de su actividad, y mejorar así su ejercicio.

A lo largo de la historia de la Filosofía de la Educación como disciplina científica se han propuesto diversas maneras de elaborarla, y muchas de ellas pueden ser válidas. El hecho de que quien la cultive se incline por una orientación más histórica o sistemática, etc., estará en función de sus propios intereses académicos y preferencias, o de las circunstancias externas —requisitos legales, académicos, etc.— que pesen sobre él.

Pero, en cualquier caso, es necesario tener en cuenta que la Filosofía de la Educación no constituye un campo acotado e independiente, como una «reserva» o parcela aislada de conocimiento, sino que debe cultivarse en diálogo interdisciplinar con los demás saberes que se ocupan del estudio del ser humano y de la educación7.

La Filosofía de la Educación se puede situar en el lugar de intersección donde la Antropología, la Filosofía de la Cultura y las Ciencias de la Educación se encuentran en el afán común por comprender en plenitud al ser humano en cuanto educable, con vistas a iluminar lúcidamente la acción educativa, como se plasma en la Figura 1.1.

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FIGURA 1.1. La Filosofía de la Educación, en la intersección entre Filosofía
de la Cultura, Antropología y Ciencias de la Educación

A mediados del siglo xx, la Filosofía de la Educación experimentó un importante desarrollo gracias al impulso de Richard S. Peters, del Instituto de Educación de la Universidad de Londres. Desde 1962 Peters lideró el trabajo de un grupo de profesores, expertos en Filosofía Analítica, que aplicaron la metodología propia del Análisis Lógico del Lenguaje al ámbito de la educación. Su objetivo principal era lograr la clarificación filosófica de conceptos tales como enseñanza, adoctrinamiento, libertad, castigo, autoridad, conocimiento, educación, aprendizaje, creatividad, etc., que hasta ese momento habían recibido poca atención.

Peters definió la disciplina «Filosofía de la Educación» como una familia de investigaciones unidas entre sí por su carácter filosófico y su relevancia en cuestiones educativas, y señaló también que debía tomar como punto de partida los problemas de la educación, y había de construirse en diálogo fecundo con la Ética, la Filosofía Social y la Teoría del Conocimiento, entre otros saberes8.

Los pioneros de la Filosofía de la Educación en Gran Bretaña se fijaron un doble propósito: que esta disciplina fuera auténticamente filosófica —y, por lo tanto, reconocida como tal por los demás filósofos—, y que se entendiera su relevancia de cara a la formación del profesorado, de modo que acabara introduciéndose efectivamente en los planes de estudio nacionales; y aunque en parte lograron estas metas, la Filosofía de la Educación que ellos elaboraron resultó excesivamente técnica y descarnada, ya que operaban sin una teoría explícita de la naturaleza humana que la sustentase.

Por lo que respecta a la Filosofía de la Educación en nuestro país, se ha afirmado que las notas dominantes en su desarrollo han sido la dispersión y falta de unidad de criterio en su elaboración9.

Ha habido quienes la han cultivado como una «Filosofía para educadores», realizando antologías de cuestiones filosóficas relevantes para la formación de los profesores.

También se han desarrollado estudios metafísicos aplicados a la educación, a modo de «ontologías de la realidad educativa», de más interés para los filósofos que para los educadores.

Se han llevado a cabo deducciones lógicas a partir de los grandes sistemas filosóficos para traducirlos en sistemas educativos.

Hay también quienes se han dedicado al estudio de la «Filosofía de la Educación de determinados autores», o trabajos desarrollados desde una perspectiva analítica, explorando las virtualidades metodológicas del análisis lógico del lenguaje, etc.

Las primeras noticias de la Filosofía de la Educación como disciplina curricular universitaria en España se remontan al año 1932, cuando se crea la Sección de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, elevando así al rango universitario los estudios sobre educación. En ellos, la disciplina Filosofía de la Educación figura ya desde los primeros planes de estudio.

En 1951 se creó una cátedra en la Universidad de Madrid con la denominación Fundamentos de Filosofía, Historia de los Sistemas Filosóficos y Filosofía de la Educación, que fue la primera vez que esta disciplina aparece formalmente en la denominación de una cátedra, aunque no fuera en solitario; habrá que esperar hasta 1975 para que se convoque la primera Agregaduría —convertida posteriormente en Cátedra— con la denominación exclusiva de Filosofía de la Educación.

A partir de ese momento, la «Filosofía de la Educación» ha estado presente como disciplina académica en los planes de estudio universitarios españoles de Pedagogía y de Ciencias de la Educación. En la actualidad, al implantarse el Espacio Europeo de Educación Superior aparece también en algunas Universidades, formando parte del currículo de los estudios del Grado de Pedagogía. Este hecho puede considerarse como un reconocimiento práctico, a nivel institucional, de la importancia que se otorga a la Filosofía de la Educación de cara a la formación de los educadores.

4. RELACIONES DE LA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN
CON OTRAS DISCIPLINAS PEDAGÓGICAS

Como ya se ha dicho, la Filosofía de la Educación se propone llevar a cabo una reflexión que ilumine las cuestiones fundamentales del quehacer educativo con el fin de ayudar a mejorar la práctica pedagógica. Para ello, debe trabajar conjuntamente con aquellos saberes que se ocupan del estudio del ser humano en cuanto educable y de la naturaleza y rasgos propios que caracterizan la actividad educativa.

Antes de abordar el tema de las relaciones de la Filosofía de la Educación con otras disciplinas pedagógicas conviene aclarar algunos puntos sobre elnacimiento de algunas disciplinas que estudian la realidad educativa10. En nuestro país se utilizó inicialmente el término «Pedagogía» para referirse a la ciencia que tenía como objeto específico de estudio la educación. Así, la Pedagogía era la «disciplina que describe y da razón de la actividad educativa y se propone averiguar cómo debe llevarse a cabo»11.

Con el paso del tiempo, el estudio de la educación ha alcanzado niveles de especialización cada vez más complejos, asumiendo la metodología propia de las ciencias experimentales, con las que ha ido estableciendo vinculaciones cada vez más estrechas. Así, quienes se dedicaban al estudio del fenómeno educativo, los pedagogos, se interesaron progresivamente por conocer e incorporar los esquemas epistemológicos y la metodología de ciencias como la Psicología, Biología, Sociología, Economía, etc. De esta manera, el «estudio científico de la educación» se amplió hasta albergar todos aquellos saberes a los que empezó a llamarse Ciencias de la Educación. Esta ampliación supuso simultáneamente un parcelamiento del estudio científico del fenómeno educativo —diferentes objetos, métodos, contenidos, etc.— que propició un tratamiento diferenciado y autónomo de la educación en cada una de ellas.

Sin embargo, no es posible ni conveniente perder de vista que todas las Ciencias de la Educación —si realmente lo son— están hablando del mismo fenómeno: la realidad educativa. Por eso se hace necesaria la coordinación interdisciplinar y cierto grado de sistematización para comprender, interpretar, describir, explicar, predecir, justificar, etc., las múltiples circunstancias que concurren en este proceso, evitando la fragmentación o la mera yuxtaposición de informaciones acerca de las cuestiones educativas.

Por eso, las Ciencias de la Educación volvieron nuevamente la mirada hacia la Pedagogía, como «ciencia que aporta la fundamentación teórica, tecnológica y axiológica dirigida a explicar, interpretar, decidir y ordenar la práctica de la educación»12.

Pero, paradójicamente, la denominación «Pedagogía» perdió su carga «científica» y aparecieron otras dos disciplinas —Teoría y Filosofía de la Educación—, conviviendo con ella sin una delimitación clara de sus fronteras.

Veremos a continuación las relaciones entre estas dos áreas de conocimiento:

Filosofía de la Educación y Teoría de la Educación

En el mundo académico anglosajón, que es donde la Filosofía de la Educación se ha desarrollado con más vigor en los últimos 50 años, no existe la distinción entre Filosofía de la Educación y Teoría de la Educación en cuanto disciplinas académicas. De hecho, Dewey sostenía que ambas denominaciones tratan de lo mismo y resulta significativo que la Revista oficial de la Philosophy of Education Society (PES) de los Estados Unidos se llame Educational Theory.

En esta línea, hay autores que sostienen que la existencia de estas dos disciplinas en nuestro país obedece más a motivos de política educativa que a razones estrictamente epistemológicas, y que «ni institucionalmente, ni epistemológicamente ha quedado clara la delimitación de ambas»13, aunque no todos sean de esta opinión. Así, por ejemplo, hay quienes defienden que la Filosofía de la Educación es una disciplina heredera de la Pedagogía General, y por tanto de corte más metafísico, mientras que la Teoría de la Educación pretende constituirse como una más entre las nuevas Ciencias de la Educación, más cercanas a los objetivos, contenidos y métodos propios de las ciencias positivas14.

Se puede afirmar, por tanto, que la Teoría de la Educación se configura como un saber de carácter más descriptivo y demostrativo, mientras que la Filosofía de la Educación posee una intención normativa. A la primera le corresponde estudiar la educación desde un punto de vista predominantemente fáctico, mientras que la Filosofía de la Educación lo hace desde uno más interpretativo. La Teoría de la Educación estaría más orientada hacia el análisis de temas que podemos calificar como inmediatos o circunstanciales, mientras que la Filosofía de la Educación buscaría fundamentar reflexivamente la acción educativa15.

En resumen, una de las principales diferencias entre la Teoría de la Educación y la Filosofía de la Educación en el ámbito académico español es que laprimera tiende a constituirse como un conjunto de teorías explicativas de los procesos educativos: es decir, se ocuparía del aspecto científicopositivo del conocimiento de la educación. Por su parte, la Filosofía de la Educación se caracterizaría como un saber globalizador, comprensivo de los fenómenos educacionales, referido a los presupuestos antropológicos, epistemológicos, axiológicos y críticos de estos procesos16.

Filosofía de la Educación y Antropología

La Antropología cumple una función propedéutica en cualquier estudio relacionado con la educación, ya que disponer de un conocimiento adecuado del hombre —de su modo de ser y de obrar— es una condición necesaria para poder llevar a cabo con acierto la tarea educativa17.

El estudio del ser humano puede abordarse desde ángulos muy diversos y con propósitos y metodologías diferentes. En primer término, el hombre se conoce a sí mismo gracias a la experiencia inmediata que tiene de sí, —lo que se ha llamado conocimiento espontáneo o evidencia originaria—. A partir de ese conocimiento espontáneo, el hombre se toma también a sí mismo como objeto de conocimiento científico, un modo de saber que Aristóteles define como un saber ordenado y sistemático, que da razón de las causas de los objetos que se estudian.

Atendiendo a la distinción establecida por Dilthey entre Ciencias de la Naturaleza y Ciencias del Espíritu, el ser humano puede ser estudiado tanto por las Ciencias Experimentales, Positivas o de la Naturaleza (Física, Biología, Medicina, etc.), como por las Ciencias Humanas o del Espíritu (Historia, Sociología, Literatura, etc.). Cada una de ellas tiene su objeto propio, y todas son relevantes a la hora de aportar conocimientos sobre el ser humano pues cada una ilumina, desde su peculiar posición, alguna de las múltiples dimensiones a las que está constitutivamente abierto.

Entre los estudios antropológicos que revisten un mayor interés de cara a la educación se pueden distinguir dos grandes ámbitos: la Antropología Filosófica y las Antropologías Positivas; a su vez, estas últimas engloban los estudios de Antropología Física y los de Antropología Sociocultural18.

La Antropología Física considera al hombre en cuanto miembro del reino animal: sus rasgos somáticos, las diferencias raciales, las influencias del medio ambiente en el desarrollo biológico y sus fases, el cuerpo humano como fruto de un proceso evolutivo y de adaptación, etc. En definitiva, busca determinar desde el punto de vista de las Ciencias de la Naturaleza, cuáles son los hombres, es decir, a qué tipo de organismo vivo podemos aplicar el calificativo humano.

La Antropología Sociocultural estudia el comportamiento aprendido del hombre, los procesos por los que se enfrenta al medio natural y crea un ámbito que le resulte habitable, y el modo como se transmite la cultura, etc. La Antropología Sociocultural se centra así en la investigación de los sistemas socioculturales —su constitución y dinámica— tanto desde el punto de vista diacrónico como sincrónico, y aborda también estudios comparativos entre diversas culturas.

Por su parte, la Antropología Filosófica trata de responder con la mayor profundidad, amplitud y radicalidad que le sea posible, a la pregunta por el ser del hombre desde el nivel específico de la reflexión filosófica. Para ello, parte de los conocimientos que le proporcionan tanto la experiencia inmediata como los que le facilitan las Antropologías Positivas y las demás ciencias que estudian al ser humano.

Mientras que las Antropologías Física y Sociocultural estudian distintos aspectos de la facticidad humana empleando los métodos y procedimientos propios de las ciencias particulares, la Antropología Filosófica se propone llegar a comprender el sentido de lo humano, que no se agota en su dimensión fáctica. Esta tarea no es superflua, porque el hombre es para sí mismo objeto de conocimiento y sujeto de reconocimiento; y este reconocimiento ante sí mismo y ante sus semejantes escapa del ámbito de los hechos para inscribirse en la dimensión del sentido, y constituye un elemento necesario para la formación de la identidad personal.

Antropología de la Educación