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ALEJANDRO SOLALINDE
ANA LUZ MINERA

SOLALINDE

Los migrantes del sur

Prólogo de
Carmen Aristegui

PRÓLOGO

SOLALINDE Y EL HOLOCAUSTO

Nadie duerme en el tren,

sobre el tren.

Agarrados al tren

todos buscan llegar a una frontera,

a un sueño dibujado como un mapa

con líneas de colores:

una larga y azul que brilla como un río

que ahoga como un pozo.

 

La Bestia (The American Way of Death),

DANIEL RODRÍGUEZ MOYA

Los migrantes del sur es un libro que cuenta la historia de un hombre que se ordenó sacerdote y que —en lo que para algunos sería demasiado tarde pero para él solo fue el comienzo— decidió dar un vuelco y reorientar su vida para entregarla de lleno a favor de los migrantes.

Con unas cuantas camisas de algodón blancas y una pequeña cruz de madera colgando al cuello, Alejandro Solalinde Guerra se marchó a Ixtepec, Oaxaca, a montar un albergue justo al lado de las vías del tren para recibir a los migrantes, para vigilar, desde ahí, que no se les haga daño. Ahí con su sonrisa franca y esa doble vara de firmeza y de bondad con la que transita, instaló no únicamente un albergue, sino una plataforma desde la cual ayuda no sólo a los que no denuncian y que prefieren pasar inadvertidos. Les ha dado la voz que no tenían. Solalinde habla por ellos, lucha por ellos y denuncia lo que les pasa.

Desde ese lugar del Istmo ha dado cuenta de cómo la migración ha dejado de ser sólo el paso de personas que, sin papeles, buscan cruzar el territorio nacional para alcanzar lo que ya nada más en el nombre queda como “el sueño americano”. Esa descripción casi bucólica se ha transformado en un monstruo criminal. El cambio cualitativo sufrido en los últimos años sobre el fenómeno migratorio es de gran envergadura y ha impactado de mil maneras a millones de seres humanos. Y el libro que usted tiene en sus manos arroja luz sobre una realidad como ésta y ofrece un gran perfil sobre ese sacerdote que no tiene pelos en la lengua y que igual que se enfrenta con gobiernos que se coluden, es capaz de pedir perdón a los sanguinarios Zetas, víctimas de “una sociedad enferma que no supo darles valores”.

Solalinde es querido y reconocido por los migrantes pero rechazado y satanizado por caciques y autoridades. Lo han acusado de “pollero”, de encubridor de criminales y hasta de proteger a los “maras”. Ha sido estigmatizado, perseguido y amenazado de muerte. No gusta a quienes lucran con los migrantes que se haya instalado ahí y que interfiera con su negocio. La animadversión que genera lo mismo vale para los criminales que para aquellos que en lugar de combatirlos se coluden con ellos. Demasiado dinero está en juego. El sacerdote católico no sólo ofrece techo y comida a los migrantes, los alecciona también sobre sus derechos, alza la voz por ellos en cuanto foro se le atraviesa. Es Solalinde, hoy por hoy, la voz más poderosa que sobre el tema tiene México. He aquí su historia.

Nadie como Alejandro Solalinde ha abrazado, entendido y cobijado a los migrantes que llegan a México. Nadie como Solalinde ha denunciado las redes criminales que han hecho de los migrantes el gran negocio que comparten delincuentes y autoridades. Nadie como Solalinde ha interpuesto denuncias, promovido leyes y llegado al fondo hasta tocar conciencias. Nadie como Solalinde ha dado alimento y techo a los que llegan rotos, hambrientos y heridos. Nadie como Solalinde ha llamado a las cosas por su nombre y dicho que lo que ha pasado y sigue pasando en México con los migrantes no es otra cosa que un holocausto.

La vida, giros biográficos y trascendente tarea de este sacerdote son narrados, en estas páginas, por Ana Luz Minera Castillo, antropóloga dedicada a investigar y estudiar la migración centroamericana y muy particularmente, la relacionada con los menores que viajan no acompañados y que recorren suelo mexicano buscando llegar a la frontera para cruzar a la Unión Americana.

Al realizar Ana Luz labores de voluntariado en el Albergue “Hermanos en el Camino”, fundado por el padre Solalinde, surgió la idea de elaborar este libro, no sólo para dejar constancia de la labor del sacerdote, sino que busca “...que al mismo tiempo sirva de denuncia acerca de las violaciones a los derechos humanos padecidas por los migrantes y para divulgar la situación y recaudar fondos para el albergue por medio de su venta”, según ha dicho a quien esto escribe, la autora.

Sepa pues, quien haya adquirido este libro, que al hacerlo no sólo podrá leer una biografía fascinante como la de Solalinde y saber acerca de los fenómenos migratorios desde diferentes perspectivas y dimensiones, sino que estará también colaborando para financiar una tarea tan dura como indispensable y de la cual —como nunca antes— dependen vidas y seguridad de muchos migrantes.

A partir de una serie de entrevistas y del trabajo realizado en el albergue, Minera Castillo y Solalinde dieron cuerpo a este texto, que va acompañado por un apéndice fotográfico.

Quienes lean este libro no dejarán de sorprenderse —y quedar con la boca abierta— ante algunas facetas no conocidas públicamente, sino hasta ahora, del hombre que, en pocos años, ha adquirido notoriedad y relevancia social y mediática gracias a su trabajo con los migrantes y a su permanente denuncia de lo que ocurre con ellos.

Algunos pasajes relatan lo inimaginable en una figura como esta, que hoy proyecta una imagen contestataria y rebelde; por ejemplo, que formó parte durante tres años —siendo apenas un muchacho— del siniestro grupo conocido como el Yunque. Él mismo narra que durante los años del bachillerato permaneció en esta organización ultra y que llegó, incluso, a ser “jefe de centro”. Solalinde cuenta aquí algunas de las cosas de las que pudo enterarse al estar inmerso en una organización de esta naturaleza. “Gracias a Dios, me di cuenta de que estaba actuando mal y pude ser rescatado.”

En estas páginas Solalinde va desgranando los capítulos que marcaron su vida y los enormes contrastes que pudo vivir en el interior de la Iglesia a la que pertenece. Por un lado, el extremo más conservador que vivió en sus años mozos y después, el contacto con el ala progresista de la Iglesia y la teología de la liberación.

Como en un tobogán, del Yunque pasó a tener contacto con personajes como el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo —a quien llamaban “el obispón rojo”, por sus posturas progresistas—; con José Llaguno, “el obispo de los rarámuris”; con Bartolomé Carrasco, de Oaxaca y, en otros momentos, con Samuel Ruiz el obispo de San Cristóbal, todos ellos fuertes personajes que reorientaron dramáticamente la vocación pastoral del padre Solalinde.

Cruzan por aquí posturas e inclinaciones rebeldes que provocaron, incluso, que fuera expulsado de la orden de los carmelitas y que abandonara el Instituto de Sacerdotes Operarios Diocesanos. En este libro podrán los lectores enterarse de cómo Solalinde —junto con otros inconformes— creó su propio grupo para ordenarse, finalmente, como sacerdote Diocesano y abrazar para sí el Concilio Vaticano II.

De ahí se explica cómo alguien que formó parte del Yunque pudo convertirse en lo que ahora es Solalinde: una voz potente y disidente desde dentro de su Iglesia; que la critica y que apuesta por incorporar en su tarea la defensa de los derechos humanos, el trato igualitario hacia las mujeres y la defensa de las libertades, poniendo siempre por delante a los migrantes y sus derechos.

En estas páginas, Solalinde diserta sobre la Iglesia de la que forma parte: “... no evolucionó más; sigue sintiendo mucho miedo a la libertad y a los hombres, pero particularmente a las mujeres. A lo desconocido, a perder el control y, sobre todo, tiene poca fe (...) prefieren mantener sus prerrogativas (...) No por otra cosa la feligresía y los seminarios han disminuido considerablemente”.

La presencia pública de Solalinde ha tenido un crecimiento vertiginoso en muy pocos años. Hoy es una figura identificada a nivel nacional e internacional. En México fue reconocido con el Premio Nacional de Derechos Humanos durante una ceremonia encabezada por Enrique Peña Nieto. Ha sido postulado, y forma parte ya, oficialmente, de la lista de candidatos al Premio Nobel de la Paz 2017. La Universidad Autónoma del Estado de México confirmó que la postulación que hizo del sacerdote católico y defensor de migrantes fue aceptada por el Comité Noruego del Premio Nobel.

Alberto Donis, uno de los coordinadores del Albergue “Hermanos en el Camino” —fallecido trágicamente en un accidente automovilístico este 2017— declaró que la noticia de la posibilidad de un Nobel para Solalinde “... fue recibida con mucha esperanza por el Albergue, no tanto por el premio, sino por el interés de colocar en el debate internacional la migración de América Latina, las violaciones a los derechos de los migrantes centroamericanos y la nueva política norteamericana en materia migratoria”. Tocaba Donis, de esa manera, la más grande amenaza de un presidente de Estados Unidos que pretende construir un muro gigante que separe físicamente —o termine de separar lo que ya está dividido de esa manera— la enorme frontera entre México y la potencia del norte. La xenofobia y el racismo que destila en contra de migrantes y mexicanos el presidente Donald Trump se han visto exacerbados por una franja importante de la población estadounidense que adjudica —haciendo eco de su presidente— a los migrantes de México y de Centroamérica —además del Tratado de Libre Comercio— ser fuente de todos los males que aquejan a la población y al gobierno de aquel país.

En otro periplo de su vida, Solalinde se vio convertido no sólo en defensor sino, también, en investigador sobre asuntos de derechos humanos. Presidió la Comisión de la Verdad para Oaxaca por los hechos de represión ocurridos entre 2006 y 2007 durante el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz. El padre, Marina Patricia Jiménez Ramírez y el periodista Diego Enrique Osorno desarrollaron una investigación con la que se esclarecen partes sustantivas de lo que fue una ola de represión primero contra el magisterio y luego extendida a otros sectores de la sociedad, justo en el marco del cambio de gobierno de Vicente Fox y el arribo de Felipe Calderón a la presidencia de México.

Gracias al informe presentado por Solalinde y la Comisión de la Verdad, se logró dejar constancia de graves violaciones a derechos humanos ocurridas en Oaxaca durante el periodo que estableció el mandato otorgado por el Congreso del estado. Recabaron más de 250 testimonios de fuentes directas e indirectas y un conjunto de informaciones diversas con lo que pudieron identificar: ejecuciones extrajudiciales; desapariciones forzadas; tortura y detenciones arbitrarias; desplazamientos forzados y ataques a la libertad de expresión. El informe se rindió ante el Congreso del estado y se presentó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para dejar registro de ese esfuerzo ciudadano por esclarecer y sancionar uno de los capítulos de represión más graves de los últimos años ocurrido en territorio nacional.

Solalinde no se distingue por reservarse opiniones y mucho menos contenerse cuando de revelar injusticias se trata. Durante el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz mantuvo una postura crítica y de denuncia en relación con el papel del gobierno y de las autoridades no sólo por la represión al movimiento de los maestros —que terminó en revuelta social—, sino de manera directa los ha responsabilizado de jugar un papel de beneficiarios dentro del negocio criminal que se ceba en los migrantes. No dudó, ni entonces ni ahora, en señalar al gobernador Ulises Ruiz, a quien llama URO, de ser parte de la estructura que obtiene ganancias de la cadena de robos, secuestros, extorsiones, trata y demás delitos con la que se convierte a los migrantes en botín y negocio criminal.

En una entrevista con Emiliano Ruiz Parra, para la revista Gatopardo, declaró: “Con [el gobierno de] Ulises Ruiz me queda claro que ellos querían hacer un negociazo con los migrantes: ganar en volumen con extorsión, secuestros, trata, todo. La mafia, desde el gobernador para abajo, presidente municipal, la policía judicial, vieron que era un botín, que eran clientes cautivos.”

El hombre que decidió abandonar lo que su propia Iglesia le ofrecía como una vida mucho más cómoda y tranquila, administrando una parroquia, oficiando misas y dedicando el tiempo a las labores de culto, decidió cambiar su rumbo por uno empedrado y azaroso que lo ha llevado a convertirse en el rostro y la voz de los miles de hombres, mujeres y niños que llegan a México huyendo de la miseria, la violencia y las amenazas que azotan a sus países para toparse, con sólo cruzar el Suchiate, con las fauces del monstruo criminal que los roba, viola, mata y extorsiona para alimentar una maquinaria en la que no sólo cuenta el dinero. Solalinde sostiene que: “... no se trata sólo de un lucrativo negocio en volumen, sino de una estrategia política para hacerle el trabajo sucio a Estados Unidos: contener mediante el miedo a la inmigración indocumentada a ese país”.

Ana Luz Minera afirma que para Solalinde: “... la migración es un derecho. Con ese principio y aliado con otros defensores de derechos humanos, presionó al Congreso mexicano que, finalmente, aprobó una Ley de Migración que descriminaliza la inmigración irregular”.

Es este un libro fundamental para conocer de cerca, de primera mano, de primera voz, no sólo la realidad lacerante de la permanente y brutal violación de los derechos humanos de los migrantes centroamericanos que cruzan nuestro país para alcanzar territorio estadounidense, o bien para permanecer en México, sino también la vida y la obra de un luchador que lo dejó todo para dedicarse por completo a la defensa de estas miles de víctimas: el padre José Alejandro Solalinde Guerra.

C. A.

 

INTRODUCCIÓN

Al estar en la mira de muchos que quisieran desaparecerme, y que en cualquier momento pueden hacerlo, pensé que era necesario dejar un testimonio más acerca de mi experiencia con mis hermanas y hermanos migrantes. Son muchos los intereses que he estorbado del crimen organizado y del crimen autorizado. El acompañamiento a estas personas tan vulnerables, víctimas del sistema capitalista, de la indiferencia de una gran mayoría de compatriotas, así como de la acción y la omisión de gobiernos corruptos, incondicionales de intereses extra nacionales, se ha convertido para mí en una aventura pastoral extrema en la que todo puede suceder pero, sobre todo, en la que cada instante que permanezca con vida es un recurso de lucha por esta causa. El riesgo vale la pena.

Es tiempo de que la gente conozca abiertamente la gran injusticia que se está cometiendo con nuestros más pobres del sur: que se sepa de una vez por todas que se trata de una masacre, un genocidio, ¡un holocausto!

Es posible que el siglo XXI no tome conciencia aún de la magnitud de esta destrucción humana, perpetrada desde el siglo XX y continuada sin interrupción hasta nuestros días. Cuando generaciones venideras tomen conciencia de ello, el mundo se llenará de horror y de vergüenza y experimentará sentimientos de culpa, pero ya ni siquiera estarán los responsables de esta brutal agresión contra la humanidad. Aunque estos crímenes no prescriban, será tarde para llamar a cuentas a los perpetradores. Porque el sistema tiene nombres y apellidos.

Este libro se escribió para tocar el corazón de hombres y mujeres de buena voluntad que nacieron en una época turbulenta de grandes transformaciones ante cuyos ojos transcurren personas en situación de movilidad sin precedentes. Mujeres y hombres; niños, jóvenes y ancianos migrantes desfilando por la banda de la violencia. ¡Todos, ellos y ellas, son el mayor signo de nuestro tiempo! Si no comprendemos su significado, más allá
de sólo verlos como víctimas, ¡no estamos entendiendo nuestra época! Sin la lectura profunda de su paso, nos quedaremos sin saber lo que nos ha sucedido como humanidad, lo que realmente estamos viviendo y lo que nos espera.

Nuestras hermanas y nuestros hermanos del sur son ciertamente una señal inequívoca de lo que estamos haciendo con nosotros mismos; de la brutalidad y el desamor; pero ellas y ellos son, principalmente, el anuncio de un mundo mejor que está por venir. ¡Pero un mundo migrante! ¡Sí, el futuro de la humanidad es migrante!

Esta obra es un llamado a la conciencia social. En nuestras culturas iberoamericanas, latinas vivimos aún la importancia de la familia como un espacio vital para el desarrollo humano. Por ello, dirijo mi mensaje a la consideración de cómo se están destruyendo miles y miles de familias a causa de la emigración forzada, destrucción que repercutirá, tarde o temprano, en el resto del género humano, porque somos una sola humanidad cada vez más interdependiente e interactuante. Somos un sistema de sistemas humanos.

Hoy, una enorme porción de los seres humanos han perdido el sentido comunitario; parte de la gente se ve como algo aislado, como si fuesen células encapsuladas, sin conexión con sus vecinos. Esto es más notorio en Estados Unidos, donde lo más común es tratar poco o nada a los vecinos, consecuencia del individualismo capitalista que confunde la legítima necesidad de disfrutar de un espacio privado para la familia con una casi habitual ignorancia de quienes viven al lado nuestro, con lo que se pierde la oportunidad de convivir abiertamente con una gran diversidad de culturas y otras realidades. Es por ello que la sola idea de una posible globalización de la solidaridad escapa a la mentalidad egoísta neoliberal.

Los pueblos originarios del sur conservan el sentido comunitario de la fiesta compartida. Los pobres son capaces de ahorrar para costear la fiesta patronal de su pueblo, la mayordomía, y darle de comer, así, a todos sus paisanos, aunque después se queden sin nada y a veces hasta endeudados. Una persona con mentalidad capitalista no lo entiende; dirá que es una tontería, una irresponsabilidad, porque para él, el valor está en preferir el dinero, ahorrar; no le dicen nada el prestigio y la autoridad moral que el mayordomo de una fiesta religiosa adquiere una vez cumplido su compromiso.

En este libro, los lectores podrán conocer experiencias humanas significativas; testimonios que son verdaderas lecciones de vida. Porque hay fenómenos desgarradores, de los que con frecuencia somos testigos en el Albergue, como el desplazamiento forzado de mujeres que con sus niños huyen de la violencia, o niños y adolescentes no acompañados emigrando hacia un lugar incierto, en medio de situaciones peligrosas que pueden marcar su vida, destruirla o incluso acabar con ella.

Precisamente, este tema tan sensible lo aborda la maestra Ana Luz Minera, quien realiza una minuciosa investigación para su tesis doctoral acerca de niñas, niños y adolescentes migrantes que viajan no acompañados. Ana Luz estuvo realizando su observación in situ, platicando por horas, días, semanas, meses, con personas migrantes y conmigo, inquiriendo los principales aspectos y los momentos cruciales de la migración regional. Por eso su información resulta sumamente rica, profunda y emotiva. Ella explora en el libro campos trascendentes de la fe, la espiritualidad del camino; cómo Dios ha estado presente en mi vida y en la vida del albergue y en toda la ruta migratoria donde Jesús ha encontrado un abrigo en cada casa, en cada albergue de migrantes en muchos sitios de la República Mexicana, con personas generosas, valientes y dispuestas a jugársela por nuestras hermanas y hermanos migrantes.

Insisto en que para una mejor comprensión del drama de la migración actual y su relación con el eje transversal de los derechos humanos, se requiere una consideración más detenida de lo que nos está pasando en estos comienzos del siglo XXI.

Politólogos, economistas, analistas, académicos, geoestrategas, hablan de una descomposición sistémica capitalista global, a la par de una crisis civilizatoria. Señalan, asimismo, un estrepitoso derrumbamiento de las instituciones de la modernidad, siendo una de las más influyentes la Iglesia Católica, otrora considerada como factor clave de la estabilidad mundial. Si bien es cierto que la Iglesia prevalecerá, no está exenta de crisis y de la necesidad de reformas recurrentes.

Aunado a lo anterior, es por demás notoria la pérdida del sentido de la vida a causa del debilitamiento de los valores humanos y espirituales; del sentido ético; de las buenas prácticas de convivencia social, de una fe reducida a la simple práctica de actos religiosos. Se ha ido perdiendo el sentido existencial profundo debido al materialismo, el consumismo, las farmacodependencias, la violencia, la destrucción, el individualismo cada vez más comunes en nuestras sociedades capitalistas.

Sí, sí estamos ante una crisis humanitaria migratoria global. Existen más de 140 millones de personas desplazándose a lugares distintos a los de su origen por motivo de violencia, empobrecimiento, búsqueda de mejores oportunidades, cambios climáticos. Transitamos de la visión moderna, con valores, conceptos considerados absolutos, incuestionables y perenes, al pensamiento posmoderno, fragmentario, plural, relativista y sin control. Asimismo, se está gestando una lenta superación de estructuras autoritarias que han uniformado y controlado la diversidad humana, ya reconocida en esta época.

Por otra parte, los sistemas capitalista y socialista siguen en tensión, después de años de haber cesado la Guerra Fría hay también un impacto transformador en los campos: cultural, religioso, legal, político, social y en el de los poderes fácticos. La irrupción del importante factor migratorio es visto como una amenaza al estatus establecido por las hegemonías oligárquicas dominantes, a pesar de haber sido ellas las que provocaron la migración forzada.

Un factor dialéctico de suma importancia en esta crisis generalizada es la aparición y el desarrollo de los derechos humanos, signo del avance indiscutible de luchas y consensos de la Comunidad Internacional. Estos derechos surgen en el mundo cristiano occidental, cuya fuente y fundamentación encuentra su origen en la persona, la vida y la enseñanza del Joven galileo. En efecto, Jesús de Nazaret, en el siglo I, sienta las bases del reconocimiento de la dignidad y la igualdad de todo ser humano; prioriza la justicia; reconoce e integra a la mujer en su discurso y en su práctica; presenta a Dios como Padre, pero con sentimientos y actitudes maternas, preocupado por la suerte de la humanidad y especialmente por los pequeños, los más vulnerables y los pecadores. Parte de un estado de cosas desastroso hacia un modelo de relación ideal identificado con el Reino de Dios. El Joven nazareno enseñó a sus discípulos y discípulas que lo más importante es la centralidad de las personas. En una ocasión, reubicó a un hombre tullido de la orilla al centro de la sinagoga.

Los derechos humanos nacen en el marco de la Revolución Francesa, en 1789, con la participación, entre otros muchos, de cristianos revolucionarios, algunos de ellos, ex alumnos jesuitas. Luego de pasar por el Humanismo del Renacimiento, cuando las ciencias se emancipan de la tutela religiosa, el Estado, ya al final del siglo XVIII, se independiza del poder eclesiástico. Así, la Revolución francesa es consecuencia de ambos movimientos culturales, tras los que se logra definir la forma republicana proclamándose valores revolucionarios como la libertad, la igualdad y la fraternidad y estableciendo los derechos del hombre y del ciudadano, independientes de las instancias religiosas.

El Vaticano reaccionó como Estado; el Papa Pío VI condenó dichos valores, calificándolos de heréticos y, en alianza con el episcopado francés, se opuso a la libertad religiosa, de expresión y de conciencia, posición que fue reiterada por el Papa Pío IX.

Hasta que, por fin, después de 200 años, la Iglesia Católica reconoció los postulados de la Revolución francesa en el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). De hecho, estos ideales revolucionarios contienen valores evangélicos, pero fueron rechazados en su momento por el poder eclesiástico debido a que lesionaban sus intereses de Estado; sin embargo, la Santa Sede tuvo que reconocerlos años después.

Los Derechos humanos han ido formando la conciencia social y ayudando a perder el miedo; han favorecido una sana autonomía frente a instituciones autoritarias; son parte de un nuevo humanismo del movimiento global ciudadano; apuntan hacia una ciudadanía mundial cuyo eje sea una cultura basada en ellos a modo de frente común contra el dominio explotador del sistema capitalista o de cualquier otro que abuse de la ciudadanía.

Contrariamente a esta cultura de los derechos humanos en crecimiento se ha generalizado todo tipo de atropellos contra personas en situación de movilidad: acciones bárbaras y violentas como las que se perpetran en México en clara contradicción entre la teoría y la práctica, es decir, entre la buena legislación y su inoperancia; entre el discurso oficial y su incongruencia con la realidad cotidiana. La comunidad internacional ha condenado al gobierno mexicano en diversos espacios y, por supuesto, este gobierno ha rechazado una y otra vez la censura de estos observadores internacionales de autoridad moral.

En el mapa regional, Centroamérica, México y Estados Unidos, se violan sistemáticamente los derechos humanos, en particular en nuestro país.

Corrupción, impunidad, injusticia; abandono de los sectores más vulnerables; servilismo ante intereses mezquinos; actos ilícitos que generan extorsiones, empobrecimiento, desigualdad; desapariciones forzadas; tortura, ejecuciones extrajudiciales, represión; maltrato a migrantes; persecución de defensores de derechos humanos y periodistas; secuestros, tráfico de armas, de estupefacientes. En el marco de este panorama regional, la crisis migratoria se agudiza: lejos de mejorar la situación de los países de origen, empeora para las personas migrantes, siendo los más afectados: niñas, niños, mujeres, adolescentes y adultos mayores.

En El Salvador, además de la precaria economía prácticamente remesaria, se agudiza cada día más el enfrentamiento entre el Estado y el poder fáctico de las maras. Con el nombramiento del cardenal Rosa Chávez se abre una oportunidad esperanzadora ante la crisis social de este país hermano, pues bien sabemos de su trayectoria pastoral comprometida y profética. El camino es la caridad pastoral, no la represión y el exterminio.

Honduras es un país que se ha ido desfigurando y transformando en un territorio dominado por la oligarquía, abierto a todas las inversiones capitalistas a costa del desplazamiento de la población empobrecida que huye de la violencia hacia E. U. Las familias árabes e italianas que se apoderaron del país han ido exterminando a los pobres y propiciando la emigración forzada. ¡Claro, con la bendición del cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, quien vive cómodamente en el Vaticano mientras su pueblo se hunde en la miseria y la violencia!

De Guatemala reportan los migrantes, la presencia de maras, crimen organizado, armamentismo entre la población y, sobre todo, el permanente flujo de emigración indígena. Es estimulante que este país hermano esté dando pasos importantes contra la corrupción y la impunidad, aunque sigue ocupando el tercer lugar en número de transmigrantes en nuestros albergues.

Aunado a las terribles condiciones de origen, los transmigrantes tienen que sobrevivir a los peligros de su paso por México, agredidos por la delincuencia organizada, la corrupción de agentes estatales, sobre todo del Instituto Nacional de Migración. Ellas y ellos se han convertido en una jugosa mercancía, víctimas de un sistema de justicia corrupto e impune. Sólo en el último año, nuestro Albergue “Hermanos en el Camino” ha presentado 811 denuncias penales ante la Fiscalía de delitos contra la población migrante; de éstas, ¡sólo dos han prosperado!

La crisis mexicana de derechos humanos y la descomposición nacional en general han impactado fuertemente a la población migrante. Si los connacionales no gozan de protección, los extranjeros menos, especialmente en lo que respecta a desapariciones forzadas, ahí es donde son más vulnerables.

El Movimiento Migrante Mesoamericano estima en cerca de 70 mil las personas desaparecidas, mientras que otras organizaciones y colectivos registramos más de 10 mil. En algunos casos a los que les dimos seguimiento, los hallazgos fueron: migrantes tratados con fines de explotación laboral o sexual; cárceles, fosas comunes entre oficiales y clandestinas, como la del MP de Coatzacoalcos, Veracruz. Muchas de estas personas se reportaron por última vez precisamente en este estado. También en Tabasco y en la Unión Americana.

Hay grupos enteros de los cuales no volvimos a saber nada, desaparecidos en autobuses o en el tren. Sabemos de casos en que algunos migrantes fueron reclutados para el crimen organizado, sí, como otros en que, por haberse negado, fueron asesinados, como en la masacre de San Fernando, Tamaulipas, en torno a la cual, por cierto, ha prevalecido el encubrimiento de elementos del ejército, pertenecientes al cártel de los Zetas. A siete años de este crimen de lesa humanidad, sigue imperando la impunidad. Cuando sucedió este crimen colectivo que conmocionó al mundo, se pensó que la situación para los y las migrantes iba a mejorar. A duras penas se sabe ahora que el capitán Alger Francisco Alba Arce, preso en el Campo Militar 1, es señalado como uno de los perpetradores de la masacre de San Fernando, pero no ha sido sentenciado aún, debido a la complicidad de jueces que le han otorgado amparos a discreción.

Otros muchos fueron cruelmente asesinados por no poder pagar el dinero de su secuestro. Todos estos casos permanecen impunes, sin esclarecerse, mientras grupos de migrantes que huyen de la violencia y de la miseria siguen cruzando el territorio nacional, más expuestos que antes.

Desde que el gobierno mexicano lanzó su Programa de la Frontera Sur bajo la careta de desarrollo regional y derechos humanos, el 7 de julio de 2014 (un vil operativo policiaco supervisado directamente por agentes estadounidenses), el flujo migratorio ha tenido que pagar más y arriesgarse más, ¡pero siguen pasando de muchas maneras! Ya son muchos los casos de transportación de migrantes en tráilers y camiones Torton. El Estado mexicano conoce perfectamente las terribles condiciones de vida en los países de origen y nada hace por apoyar a nuestros hermanos del sur, pero sí, en cambio, hace el trabajo sucio pagado por E. U.

¿Qué pasa, Estados Unidos y su sirviente incondicional, el gobierno de Peña Nieto, no pueden comprender que estamos hablando de una crisis humanitaria? ¿Qué no tienen un poco de compasión para entender esta tragedia humana? Estados Unidos debería reconocer su responsabilidad en el enorme deterioro económico, social y cultural de los países sureños. Gente como Donald Trump nunca lo va a reconocer, pero ciudadanos estadounidenses justos, sí.

El flujo migratorio del sur, visto desde la óptica de la seguridad nacional del norte, empeora las condiciones de su tránsito por México; toda vez que a causa de la Iniciativa Mérida y del Programa de la Frontera Sur se ha criminalizado el flujo migratorio persiguiéndolo y maltratándolo. La seguridad humana, en cambio, no se ha atendido ni en sus lugares de origen, ni en los de tránsito, ni en los de destino.

Entre 2014 y 2015 se incrementaron las violaciones de derechos humanos de 5 o 10% a 70 y hasta 90%. Nuestro albergue de migrantes, “Hermanos en el Camino”, denunció por medio de nuestro coordinador, José Alberto Donis Rodríguez, agresiones de todo tipo.

Las y los migrantes son hoy en día, los más pobres entre los pobres, porque no tienen nada, ni siquiera la seguridad de su propia vida: dejaron todo, nada llevan y nadie los espera en su mítico destino. Son, únicamente, un factor regulatorio y equilibrante en la dinámica esquizofrénica capitalista promotora del mercado, el dinero, el consumismo. El pueblo migrante anuncia, en cambio, con su sacrificio que lo más importante es Dios, la vida, la familia, las personas, la comunidad.

Reitero que, para el sistema capitalista, la propiedad privada individual tiene un valor casi absoluto. Los migrantes se desprenden de todo lo material sabiendo que Dios es el único dueño y poseedor del mundo y que nunca dejará de abastecerlos durante el camino. Los capitalistas se anclan en las propiedades, los migrantes están siempre en situación de camino, si bien, algunos de ellos adoptan por mimetismo, actitudes capitalistas.

Muchas personas que se vuelven consumistas nunca se llenan, ni encuentran la felicidad. Muchos migrantes y especialmente los niños y los jóvenes no dejan de reír ni de ser felices aún en medio de la dura experiencia de su trayecto. El capitalismo concibe los bienes inmuebles como un arraigo normal; los migrantes cambian de lugar relativizando los apegos existenciales, lo cual les permite gozar de mayor libertad ante lo material.

El sentido del lugar y de ubicación es también distinto entre ambos. Una persona en el capitalismo organiza normalmente su vida en torno a un inmueble, casa o negocio y alrededor de él pasa toda su vida. El migrante experimenta una libertad de desplazamiento y la existencia en situación de camino con un sentido diferente de tránsito de la vida y del tiempo. Las personas migrantes no dependen de un lugar para afincar su vida: llevan otro sentido del lugar como una estadía efímera y transitoria. En lo que sí se identifican los dos grupos es en que ambos son indigentes existenciales: tienen las mismas necesidades reales básicas: comer, tomar agua, vivir bajo un techo, necesidad de los demás, de Dios, de felicidad. Pero los acumuladores de dinero, los que viven para tener, disimulan su indigencia con lujo y apariencias; pagan la compañía humana. Mientras que los pobres reconocen humildemente su dependencia radical de Dios y de sus semejantes.

El holocausto migrante, como efecto de la estructura económica global, impacta al resto de los sistemas humanos al estar todos interconectados. Afecta incluso al 1% de los más pudientes, de los magnates. Los efectos del genocidio migrante terminarán por estallar tarde o temprano contra aquellos que los agreden, explotan, oprimen y lucran ilícitamente. Toda persona que agrede y destruye sistemáticamente a un semejante no ha comprendido que todos y todas somos una sola familia humana, una gran familia global.

Los migrantes nos están anunciando con su desplazamiento que un mundo ya se destruyó y otro se está gestando gracias a ellas y ellos; llevan en sí el germen de un migroma humano que dará a luz a una nueva generación y a un mundo nuevo que aún no hemos visto.

A. S.