Libro repleto de recuerdos de una vida dedicada al teatro español y a sus autores, así como a sus colegas en España, Francia y los Estados Unidos, las memorias de Phyllis Zatlin son un tesoro de intuiciones y datos que de otra forma se hubieran perdido. Un buen acompañamiento gráfico ilustra su comentario. Traductora también, sus versiones dieron a conocer en el mundo anglosajón a diversos autores españoles. Muchos de los amigos que Phyllis menciona ya no están con nosotros, pero estas remembranzas dan un sentido de continuidad a sus vidas y obras, a la vez que enriquecen nuestro saber. Tal es el valor de estos Escritores en el Recuerdo.

Robert Lima

Anales de la Literatura Española

Academia Norteamericana de la Lengua Española.

(Correspondiente de la RAE).

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Escritores en el recuerdo. Memorias de amistades en España y Francia

Phyllis Zatlin

Traducción de José Sánchez Compañy

www.edicionesoblicuas.com

Escritores en el recuerdo. Memorias de amistades en España y Francia

© 2017, Phyllis Zatlin

© 2018, Ediciones Oblicuas

EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

08870 Sitges (Barcelona)

info@edicionesoblicuas.com

© 2015, ESTRENO Studies

© 2017 de la traducción: José Sánchez Compañy

ISBN edición ebook: 978-84-16967-97-1

ISBN edición papel: 978-84-17269-08-1

Primera edición: enero de 2018

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

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Contenido

Prefacio

1. ¿Disparos a ciegas?

2. Encuentros en TWAS

3. Jaime Salom: dramaturgo y oftalmólogo (1925-2013)

4. Amigas, amigos y demás contactos

5. El tabaco perjudica seriamente la amistad

6. Los congresos son para hacer contactos

7. ¿Tiene que ser traición, la traducción?

8. ¿Hispanos disfrazados de franceses?

9. Organizar el congreso es aún mejor

10. Madrid: capital de mis amistades

Últimas palabras

Últimas fotos

Índice onomástico

La autora

Homenaje en la SGAE, 1997. De izquierda a derecha: José María Rodríguez Méndez, Jerónimo López Mozo, Jaime Salom, Paloma Pedrero, Santiago Moncada, Phyllis Zatlin, Antonio Gala, Alfredo Castellón, Agustín Gómez Arcos, Pilar Enciso, Luis Riaza, Itziar Pascual, Fermín Cabal. Fotografía, Candyce Leonard.

Prefacio

Risa es la típica respuesta al mencionar que soy básicamente tímida. Probablemente sea porque quienes me conocen saben que, aunque no me importa plantarme delante de una clase o de un auditorio, cócteles o recepciones son una tortura para mí; y tampoco soy especialmente hábil en el cara a cara con alguien a quien no conozca o a quien no tenga nada que venderle, en sentido literal o figurado. Necesito una razón válida para llamar a una persona y pedirle una entrevista. Aun así, como ponen de manifiesto las anécdotas de este libro, eso es precisamente lo que he hecho en multitud de ocasiones, sobre todo con autores franceses y españoles. Llegando a suceder en muchos casos que esos autores, incluyendo a algún miembro de su familia, se han convertido en buenos amigos míos.

Durante mis años universitarios en Rollins College, en Winter Park, Florida, fui jefa de redacción primero, y directora después, del Sandspur, nuestro semanario estudiantil. Allí hice mis primeros pinitos como entrevistadora durante mis dos últimos años, de 1958 a 1960. Me acuerdo especialmente de una conversación con el famoso organista y compositor francés, Jean Langlais (1907-1991), después del recital que dio en la capilla de nuestra facultad. Langlais, que era ciego, se mostró amable y cortés. Si mi francés le hacía temblar y mis preguntas le parecían no tan brillantes, tuvo la delicadeza de guardarse dichas impresiones.

En 1960-61 disfruté en Francia de una beca Fulbright, pero no tenía motivos para ir llamando a la puerta de escritores desconocidos. No obstante, durante mis primeros años de docencia universitaria, me presenté un día en Nueva York para entrevistar a Francisco Ayala (1906-2009). Ayala, autor de novela y ensayo de talla internacional, había nacido en España, aunque vivió muchos años en el exilio tras la Guerra Civil Española. Enseñaba en Rutgers University, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, donde yo trabajaba desde 1963 proveniente de Florida. Nadie nos presentó. Era yo profesora novata y no tuve el coraje de dirigirme a él para expresarle mi admiración por su obra. Los estudiantes de post-grado que estaban en sus clases disponían de una gran ventaja.

Francisco Ayala era profesor distinguido en la University of Chicago cuando por fin di con una excusa para dirigirme a él. Matilde Castells y yo estábamos preparando un libro de texto de nivel intermedio para la editorial Harcourt Brace Jovanovich. Titulado Lengua y lectura, incorporaba de forma creativa (nuestra opinión) dos historias cortas y dos obras teatrales en un acto. Una de dichas historias era de Ayala, y había algún aspecto que necesitábamos aclarar. Su esposa seguía viviendo en Nueva York, por lo que aproveché una de sus estancias allí para visitarle en su apartamento neoyorquino.

Francisco Ayala se mostró muy atento, sin duda, y tan cortés y bien dispuesto como Jean Langlais. Con mucha paciencia respondió a mis cuestiones. Una vez que el texto estuvo en la imprenta, mi siguiente proyecto de publicación fue una edición para estudiantes de una novela corta de Ayala, El rapto, también para Harcourt Brace. Francisco Ayala dio su aprobación a la propuesta y volvió a ofrecernos su generosa colaboración.

Tiempo después, mi jefe de departamento, Remigio Pane, me animó a telefonear a Ayala durante un viaje mío a Madrid. Estaba seguro de que Ayala, de quien siempre hablaba en los términos más elogiosos, estaría encantado de recibirme. Cada vez que me reuní con él o le llamé por teléfono se acordaba de mí, me trataba como a una amiga, y enviaba sus más cordiales saludos al Profesor Pane.

Estas experiencias tan halagüeñas con Jean Langlais y Francisco Ayala allanaron mi posterior labor de investigación. No todos los profesores universitarios piensan que sea aconsejable tratar personalmente a quienes son su objeto de estudio. En 1980, durante una representación de Petra Regalada de Antonio Gala, coincidí con el profesor John Kronik, que enseñaba en Cornell University, y con su esposa Eva. Después de la función, mi amiga Barbara Carballal y yo fuimos con los Kronik a charlar a un café. Kronik mencionó que él desaconsejaba que se estableciera una relación de amistad con los autores pues, en ese caso, la objetividad del estudioso podría verse afectada. La sobresaliente carrera académica de Kronik incluía la dirección de varias prestigiosas revistas especializadas, la más importante de las cuales era el PMLA de la Modern Language Association (1986-1992), por lo que su opinión no podía tomarse a la ligera. Aun así decidí ignorarla, y es muy probable que no le indicara que Antonio Gala se contaba ya entre mis amigos madrileños.

He aprendido mucho de los propios escritores para lamentar el haber entablado relación directa con ellos. En muchas ocasiones esas charlas y cafés han resultado más productivos que muchas horas de biblioteca. Dos ejemplos me vienen de inmediato a la mente.

Mientras trabajaba con las comedias de Víctor Ruiz Iriarte, le pregunté al mismo autor hasta qué punto sus obras y las de otros dramaturgos españoles estaban influidas por Luigi Pirandello. La cuestión surgía porque varios críticos habían comparado sus obras y las de Alejandro Casona con las del autor italiano, aunque en mi opinión esa conexión no fuera tan evidente. Ruiz Iriarte me indicó que más me valdría tener en cuenta al escritor ruso Nikolai Evreinov. Yo nunca había oído hablar de Evreinov, pero cuando localicé una traducción de su obra, The Main Thing, fui consciente de lo bien que me encaminaba Ruiz Iriarte. Escribí ese artículo gracias a la magnífica pista proporcionada por alguien que sabía mucho más que yo sobre el desarrollo de la comedia española anterior a la guerra civil. El artículo fue aceptado por una importante revista especializada, Modern Drama. Sharon Carnicke, experta en teatro ruso, me asegura que se llevó una buena sorpresa al descubrir mi artículo de 1979, dada la escasa atención crítica que hasta entonces había suscitado la obra de Evreinov.

El mismo John Kronik me animó a investigar sobre la influencia de Bertolt Brecht en España. Kronik hizo el controvertido aserto de que el teatro español le iba a la zaga al latinoamericano porque los españoles no supieron nada de Brecht hasta la mitad de la década de los 60. Con John nunca fue fácil dilucidar si hablaba en serio o si nos estaba picando para provocar nuestra reacción. Más tarde, cuando uno de sus estudiantes le enseñó el artículo que yo había escrito, publicado en 1990 en Theatre History Studies, tuvo la amabilidad de escribirme para expresar su satisfacción por haberlo inspirado.

El comentario de John Kronik me había incomodado por varias razones. Si el mundillo teatral español no sabía nada de Brecht, ¿cómo se las había apañado para representar sus principales obras en cuanto la censura franquista aflojó un poco? ¿De dónde salieron esas traducciones de Brecht? Yo ya conocía personalmente a algunos de los personajes clave que trajeron a Brecht a los escenarios españoles. Ellos, por su parte, me pusieron en contacto con otros. De estas conversaciones pude deducir que el profundo conocimiento y buena valoración que de la obra de Brecht había al sur de los Pirineos se podía explicar de varias maneras: por la lectura de las obras originales en alemán o mediante traducciones francesas o argentinas, o por los viajes a París para asistir a las giras del Berliner Ensemble. Más que de ignorancia de Brecht, habría que hablar de preparación: de directores, textos y repartos más que dispuestos a ponerlo en escena en cuanto se les diera luz verde.

Diametralmente opuesta a la opinión de que los estudiosos deberían evitar la relación personal con los autores fue el comentario que me hizo Francisco Nieva. Además de dramaturgo y novelista de primera línea, Paco Nieva es director teatral, escenógrafo y artista plástico. «Deberías escribir tus memorias —me dijo—, probablemente sepas más que nosotros mismos de muchos escritores españoles». Se refería a las amistades que he ido cultivando con los años. Es ese consejo de Paco lo que me motiva a escribir este libro.

Entre 1973 y 2009 no ha habido un año en que yo no haya viajado a España, a veces en más de una ocasión. A menudo se trataba de estancias cortas, de no más de dos o tres semanas, aunque durante los años sabáticos solía gravitar hacia Madrid, sin descuidar otros lugares, en especial Barcelona y algunas ciudades de Galicia. Durante 17 años, a partir de 1981, realicé viajes anuales a Salamanca para organizar el programa de verano de mi universidad, Rutgers. Desde 1987 y durante unos 20 años, también he viajado a Francia para seguir mis investigaciones sobre teatro. Desde mi jubilación a finales de 2008, mis viajes a España y a Francia se han ido espaciando, aunque siempre incluyendo cuantas visitas a viejos amigos como ha sido posible.

Como resulta evidente en estas memorias, otra ventaja de consultar a los autores es la oportunidad de conocer a sus familiares y amigos. Qué maravilloso resulta a nivel profesional y personal tener un amplio abanico de conocidos que nos ilustran y apoyan. Eso es tan cierto de los viajes al extranjero como de los realizados por Estados Unidos. He disfrutado de largas amistades que generosamente han compartido conmigo su saber y experiencia. A este respecto, estoy especialmente agradecida a Patricia (Pat) W. O’Connor, fundadora y directora desde 1975 de la revista Estreno, publicación académica estadounidense especializada en teatro español contemporáneo; y a Martha T. Halsey, que asumió esa dirección en 1992. Cuando yo iniciaba mis peregrinaciones anuales a España, ellas ya estaban al tanto de mucha gente implicada en la escena española con quienes me ayudaron a entrar en contacto.

Excepto para consultar pequeñas agendas que aún tengo a mano, o muy útiles mensajes de los varios amigos, escribo aquí fundamentalmente de memoria, sin recurrir a material escrito. Nunca me he desprendido de las cartas o las tarjetas postales que he ido recibiendo, de críticos y autores. Antes del correo electrónico, el servicio postal era la forma básica de comunicación intercontinental. Esos papeles, junto con obras no publicadas, programas teatrales y muchos otros artefactos, se encuentran ahora disponibles en la sección de Colecciones Especiales de la biblioteca de Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, en New Brunswick. Fernanda Helen Perrone ha sido durante estos años la documentalista responsable de poner un mínimo de sentido en ese caótico batiburrillo. Le estoy muy agradecida por su inagotable entusiasmo y su cuidadosa atención a estos materiales.

Ya desde esta introducción llevo mencionados unos cuantos nombres, aunque solo doy fechas para aquellos autores a quienes llegué a entrevistar. Lamentablemente, para un número cada vez mayor debo incluir también el año de su fallecimiento. Tengo la esperanza de que mis anécdotas —y fotos— reaviven los recuerdos que de ellos puedan tener los lectores que los conocieron. El análisis crítico está más allá del objeto de este libro, aunque se puede encontrar más información al respecto en las bibliotecas universitarias o en Internet. Mis propios trabajos están identificados en mi página web: www.phylliszatlin.com.

Quiero mostrar mi agradecimiento en especial a Elaine Bunn, que tuvo la gentileza de leer el borrador de las primeras secciones de este manuscrito. Planteó cuestiones esenciales sobre el propósito de mis memorias y la audiencia a la que iban dirigidas. ¿Por qué mis anécdotas iban a ser de interés para otros lectores más allá de aquellos especialistas que conocieran a los autores? De hecho, ¿por qué decidí estudiar literatura contemporánea? Y también, si me sentí obligada a hablar con los autores, ¿fue por no disponer de estudios académicos previos en los que basarme, como los que utilizaba ella para analizar los dramas históricos de Lope de Vega? Conociéndome como me conocía, con perspicacia observó: «creo que, más que en la teoría literaria, estabas interesada en incorporar el nombre de esos escritores al canon actual».

Elaine tiene razón. Mi director de tesis en la Universidad de Florida no asumía que yo me empeñara en investigar sobre literatura contemporánea. En su lugar, insistía en que preparara una edición de una obra de Lope de Vega del siglo XVII. Me recordó esta posición suya a la que entrábamos en el aula de defensa de mi tesis, aunque añadió que procuraría no mencionarlo.

Obstinada como soy, entonces y ahora, he tenido la satisfacción de «descubrir» autores de talento cuyas obras todavía no disfrutaban de reconocimiento académico en Estados Unidos, y a veces ni siquiera en sus países de origen. Los propios autores tenían respuestas para cuestiones aún sin explorar por los estudios de historia de la literatura. Solo ellos sabían qué daba forma y qué subyacía a su obra. En la mayoría de los casos, la teoría literaria no figuraba entre sus fuentes de inspiración. En el caso del teatro, los dramaturgos están más interesados en ver sus obras representadas y en el éxito que puedan tener, que en su posible relación con instrumentos teóricos de análisis textual.

Volviendo a la pregunta de Elaine sobre los lectores potenciales, soy de la opinión que las historias personales pueden transcender el tiempo, el espacio y los estrechos límites de los intereses académicos o familiares. Desde que estoy jubilada, he escrito dos libros para la sociedad histórica del pequeño pueblo de mi madre, Jacksonport, Wisconsin: uno sobre nuestra familia; y otro sobre los antiguos residentes de Lakeshore Road, donde mis padres levantaron una pequeña cabaña en la década de 1930. Esas anécdotas van dirigidas a lectores cuyo interés no se limita a la familia Butler de Jacksonport o a los habitantes de nuestro camino del lago. Los comentarios positivos recibidos por esos relatos me animan ahora a buscar horizontes más amplios al narrar estas historias de autores europeos y de la amistad que nos une.

Para esta edición de mis memorias publicada en España, quisiera agradecer la colaboración indispensable del traductor José Sánchez Compañy, sin cuya labor no dispondríamos de esta edición en castellano.