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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Daphne Clair

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En deuda con tu amor, n.º 1407 - abril 2017

Título original: The Marriage Debt

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9683-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Shannon, querida! Enhorabuena. Una película magnífica.

Shannon Cleary se apartó del grupo para recibir un cálido beso en la mejilla.

–Gracias, Lloyd. Espero que digas lo mismo en tu artículo.

–¡Por supuesto, querida! Siempre he dicho que eres una de las directoras jóvenes más prometedoras de Nueva Zelanda –miró por encima del hombro de Shannon–. Disculpa, hay alguien a quien debo ver… –le dio una palmadita en el brazo y desapareció entre la multitud que abarrotaba el vestíbulo del cine más moderno de Auckland.

El acompañante de Shannon le puso una mano en la cintura y se acercó para susurrarle algo al oído.

–Menuda sobredosis de arrogancia.

Shannon soltó una carcajada, pero la risa se le cortó en la garganta cuando, a unos metros de distancia, una cabeza se giró al oírla. Unos ojos oscuros y brillantes se clavaron en ella, provocando que el corazón le diera un vuelco.

De repente todo parecía verlo más claro y nítido, como si estuviera mirando a través de una lente enfocada. Era consciente de los murmullos y las voces, del brazo protector de Craig Sloane en la espalda, de los espejos con marcos dorados que reflejaban los coloridos vestidos de las mujeres, los destellos de las joyas y la expresión de su propio rostro… con los labios ligeramente entreabiertos y sus verdes ojos dominados por la mirada fija de aquel hombre.

Cuando consiguió bajar la vista y fijarse en el impecable traje a medida, el hombre avanzó y se detuvo frente a ella.

–Shannon… –dijo con aquella voz profunda, tan bien recordada.

Todas las personas que los rodeaban se apartaron, a excepción de Craig. Shannon agradeció que la sujetara por la cintura, ya que empezaban a temblarle las rodillas.

–Devin –respondió, intentando mostrar una actitud de indiferencia–. ¿Qué haces aquí?

–He venido a ver tu película. Es tu primer largometraje como directora, ¿verdad?

–Sí –contestó con sequedad–. Espero que te haya gustado.

La mirada de Devin se hizo más penetrante, como si estuviera buscando algún significado oculto. Pero enseguida pareció relajarse, con una mano en el bolsillo del pantalón y el breve esbozo de una sonrisa.

–Mucho –desvió su mirada hacia Craig–. Tú también has estado muy bien –le dijo fríamente. Craig había interpretado el papel protagonista. Un joven de ciudad que descubría sus propias fuerzas y debilidades perdido en la naturaleza.

–Ha estado soberbio –dijo Shannon, y miró a Craig con una cálida sonrisa–. He tenido mucha suerte de trabajar con él.

–Gracias, cariño –Craig se inclinó y le dio un beso fugaz en los labios–. Lo mismo digo.

–¿No vas a presentarme? –preguntó Devin.

–Craig –dijo ella en tono dramático–, te presento a Devin.

–Hola –Craig le tendió la mano.

–Devin Keynes –respondió él, estrechándosela.

–¿Keynes? –preguntó Craig impresionado.

–El marido de Shannon.

–Ex marido –se apresuró a aclarar ella.

Craig miró a ambos. De repente parecía perplejo y asustado.

–No recuerdo ningún divorcio –dijo Devin.

–Ya no estamos casados.

–La ley dice lo contrario.

–Eso tiene fácil arreglo –Shannon deseó ser más alta, y así no tener que alzar la vista para mirarlo a los ojos.

–¿Piensas volver a casarte? –le preguntó él con un siniestro tono de burla.

–Esa no es la cuestión…

En ese momento una mujer con el pelo rojo y de punta, y con pendientes en las orejas, nariz y cejas, se acercó para felicitar y abrazar a Shannon.

–He oído que vas a hacer tu propia película.

–Eso espero –Shannon quería producir y dirigir a la vez, para no depender de las grandes productoras. Pero aún estaba muy lejos de conseguir la ayuda económica.

–Me alegro por ti. Si necesitas una directora de producción, estaré disponible dentro de seis semanas.

–Gracias, lo tendré en cuenta.

Otra mujer salió de la multitud y se acercó. Era rubia y esbelta, y llevaba un vestido plateado.

–¿Dev? –posó una mano en el brazo de Devin. Tenemos que irnos. Los Borland nos han invitado a cenar –le sonrió a Craig y extendió la otra mano–. Soy Rachelle Todd. Me has encantado en la película.

Craig le devolvió la sonrisa con un asentimiento de cabeza.

Rachelle miró a Shannon con curiosidad y, tras la presentación de Devin, hizo un vago comentario sobre su trabajo de dirección.

–¿Ex marido? –preguntó Craig cuando la otra pareja se marchó.

–No quiero hablar de ello –replicó Shannon–. Ni creo que él tampoco –durante el matrimonio había trabajado usando su propio apellido, sin querer aprovecharse de uno mucho más famoso.

–¿Un tema delicado? –Craig le apretó la cintura–. Lo siento.

Se acercaron más personas, y Shannon intentó olvidar el inesperado encuentro.

 

 

La película recibió buenas críticas en general, aunque hubo quien la ignoró en sus artículos e incluso quien criticó duramente el guión, la dirección y la actuación. Aquello sumió a Shannon en una profunda depresión durante varias horas, hasta que decidió animarse leyendo las opiniones positivas.

Pero el día en que perdió su última esperanza de financiar su propia película, lo único que quiso fue esconderse en un rincón y llorar.

En vez de eso llamó a Craig.

–Sería mejor que aceptaras ese papel que te ofrecieron para la televisión.

–Se lo ha quedado otra persona –respondió él–. ¿Qué ha pasado?

–No puedo hacer Asunto de honor. Al menos, no este año.

–¿Por qué?

–Por falta de presupuesto. Y estaba convencida de que no me lo iban a negar.

Craig soltó un suspiro de compasión.

–Te diré lo que haremos. Me pasaré por tu casa y nos iremos a ahogar nuestras penas en cualquier bar.

Al cabo de unas horas, Craig se había «ahogado» mucho más que Shannon, y se apoyaba pesadamente en ella mientras la acompañaba de vuelta a su apartamento, en el barrio de Ponsoby. Una vez allí lo dejó en el sofá de la salita, donde se quedó dormido enseguida, y ella se fue a la cama.

Por la mañana, le sirvió té y tostadas para desayunar, los dos sentados en la mesa de la cocina.

–¿Cómo es que no tienes el mismo aspecto que yo? –le preguntó él, mirándola con los ojos entrecerrados y medio nublados.

–Porque no bebí tanto como tú –respondió ella riendo.

–Nos hemos equivocado de oficio, ¿lo sabías?

–¿Hubieras preferido ser oficinista en un banco?

–Tu marido…

–Ex.

–Tu ex marido… –corrigió Craig–, ¿es uno de esos Keynes que poseen la mitad de las empresas editoriales del país?

–Esa es su familia –explicó ella–. Devin se ganó su propia fortuna.

–Ah… la fortuna. Esa es la palabra clave.

–¿Qué? –Shannon lo miró con incredulidad–. Si piensas que…

–Pienso que tu marido… o ex marido, puede ser un buen patrocinador.

–De eso nada –dijo ella negando con la cabeza.

–Pareces llevarte bien con él.

–Las peleas en público no son el estilo de Devin –ni tampoco era el suyo–, pero jamás se le ocurriría invertir en un proyecto mío.

–¿Se lo has pedido?

–¡Pues claro que no! Ya sé cuál sería su respuesta.

Craig se inclinó hacia delante.

–A veces la gente puede sorprenderte. ¿Cuánto tiempo lleváis separados?

–Tres años. ¿Por qué?

–La gente puede cambiar mucho en ese tiempo. He oído que alguien más está interesado en el juicio de Duncan Hobbs.

–¿Qué? –exclamó Shannon, dejando caer el cuchillo con el que untaba la mantequilla–. ¡Esa es mi historia!

–La historia es de cualquiera, Shan. No puedes hacerte con los derechos de autor. Jack Peterson es el director en el que están pensando.

El nombre de Peterson bastaba para que los productores e inversores se pelearan entre ellos para ofrecer sus servicios.

–No tengo ninguna esperanza de que pueda conseguir el dinero para este año, y para el siguiente puede ser demasiado tarde –se lamentó ella.

–¿Por qué no se lo pides a tu marido? Después de todo, ¿a quién más conoces con tanto dinero?

A nadie, pensó Shannon. Miró a Craig con sentimiento de impotencia.

–¿Tienes su número? –preguntó él levantándose.

–No, hacía años que no hablaba con él… hasta la otra noche. ¿Qué estás haciendo? –Craig había abierto la guía telefónica que descansaba en una estantería, bajo el teléfono de pared.

–Buscarlo.

–Estás loco.

–Tal vez –el dedo de Craig se paró en mitad de una página–. Este debe de ser.

–¡Craig! –se puso en pie de un salto, pero Craig ya estaba marcando, y cuando le arrancó el auricular de la mano, oyó una voz familiar al otro lado de la línea:

–Aquí Keynes, ¿diga?

–¡Vamos! –la apremió Craig, poniéndole el teléfono en la oreja–. Pídeselo.

–¿Quién es? –preguntó Devin.

–Soy yo. Shannon.

Se produjo un silencio sepulcral.

–¿Shannon? ¿Qué demonios ocurre?

–Nada –respondió ella. Le resultaba difícil contener la risa al ver la mímica con que Craig la incitaba a seguir–. Eh… Me preguntaba si podría pedirte una cosa.

–¿Pedirme qué? Estoy de camino al aeropuerto. Si es algo importante…

–No –se apresuró a negar–. Quiero decir, para mí es muy importante, pero si es un mal momento… –no podía soltarle la pregunta sin más. La única posibilidad pasaba por que escuchara su propuesta con calma.

–Tengo cosas mejores que hacer que participar en tus juegos, Shannon.

–¡Esto no es un juego! –¿acaso pensaba que para ella era divertido?–. ¿Podríamos hablar en otro momento? –le sugirió rápidamente–. ¿Tal vez cuando vuelvas del sitio al que vas?

Se produjo otro silencio lleno de tensión.

–Estaré de vuelta mañana –dijo él finalmente–. Podríamos cenar juntos, si quieres.

–Oh… Yo… gra… gracias.

–¿Qué ha dicho? –le susurró Craig.

Shannon cubrió con la mano el auricular y se volvió hacia él.

–Me ha invitado a cenar mañana –retiró la mano del auricular e intentó ignorar los frenéticos asentimientos de Craig.

–Le pediré a mi secretaria que nos reserve una mesa –dijo Devin con voz fría–. Pasaré a recogerte a las siete y media –hizo una pausa antes de decir su dirección–. ¿Es correcta?

–Sí.

–Y ahora si me disculpas, tengo que tomar un avión.

–Voy a verlo mañana por la noche –dijo Shannon al colgar.

–¡Genial! –Craig la agarró y le dio un beso en los labios.

–Seguramente se reirá en mi cara. No sé por qué te he permitido hacerme esto.

–Por mi encanto letal –le dijo con una sonrisa–. Vamos, cariño. Nunca se sabe. Puede que te diga que sí. Y al menos conseguirás una comida decente.

 

 

Shannon se libró de Craig tan pronto como pudo. Entonces volvió al teléfono y empezó a llamar a sus contactos.

Había rumores de que otro equipo de producción estaba olisqueando la historia que ella consideraba como suya. Por eso, al día siguiente, cuando tuvo que preparase para reunirse con Devin, y aunque era un manojo de nervios, estaba más dispuesta que nunca a intentarlo.

Después de desechar tres conjuntos, se puso unos pantalones grises, un top negro de satén y una chaqueta corta. Se soltó su espesa melena castaña y la dejó caer por los hombros como una sábana.

Cuando sonó el timbre de la puerta, abrió y encontró a Devin, vestido con un traje impecable.

–Tenemos mucho tiempo –le dijo–. ¿No vas a invitarme a pasar?

Shannon dio un paso atrás, no muy convencida, y él entró en el vestíbulo. Observó con interés el discreto maquillaje de sus ojos y labios, y le pasó la vista por todo el cuerpo.

–Estás muy guapa.

–Gracias –le indicó una habitación a oscuras y encendió la luz.

Devin se detuvo en el centro de una alfombra belga y echó una mirada crítica a su alrededor.

Shannon había colocado el sofá color calabaza contra una pared cubierta por una colección de espejitos, dispuestos en orden aleatorio. Un sillón estaba tapizado de rojo y otro de verde oscuro. Los cojines esparcidos por el tresillo combinaban con los colores de la alfombra, dando un toque de lujo a la habitación.

Devin caminó hacia unas estanterías y levantó un gallo de cristal veneciano, con la cola de oro y la cresta de rojo rubí.

–Aún lo tienes –dijo, pasando las manos por el contorno de la figura.

Se lo había regalado en su luna de miel, cuando ella se encaprichó por el objeto en una tienda de arte.

–Aún me gusta. Y combina bien con la habitación.

Recordó el impulso de guardarlo, junto a algunas ropas y libros, que se había quedado cuando rompió con Devin. Al decorar su nuevo hogar pensó en deshacerse de él, pero, en los aciagos momentos de soledad, descubrió que aquel objeto le suponía un débil lazo con un pasado más feliz.

Devin volvió a colocarlo en la estantería y siguió examinando la habitación. Su mirada se detuvo en un cuadro abstracto de gran tamaño, y se acercó para leer el nombre del pintor.

–Es bastante caro, ¿verdad? –le preguntó–. Aunque no logro comprender por qué.

–Me hizo un precio especial –respondió ella. Había conocido al pintor en una fiesta, y se había encaprichado con el cuadro a primera vista–. ¿Te apetece beber algo?

–No, gracias. Ya tomaré un poco de vino en la cena.

–Bueno, entonces… ¿Nos vamos? –la había puesto nerviosa, rondando por su casa.

Apagó la luz de la salita y él le abrió la puerta.

–¿Apago esta luz? –le preguntó, indicando el interruptor del vestíbulo.

–No, siempre la dejó encendida cuando salgo, para no encontrarme la casa a oscuras cuando regreso.

–¿Vives sola? –Devin se adelantó y abrió la puerta de su coche, un modelo amplio y espacioso de color granate.

–Sí –dijo ella sentándose en el asiento del pasajero.

Devin se sentó al volante, y al abrocharse el cinturón le rozó el brazo con su manga. Shannon sintió un escalofrío.

–Entonces, ¿con quién estabas ayer por la mañana cuando me llamaste? –le preguntó mientras arrancaba.

–¿Sabías… sabías que estaba con alguien?

–Era bastante obvio –dijo él secamente.

Shannon lo miró, pero a la débil luz de las farolas no pudo ver bien su expresión.

–Era Craig. Craig Sloane.

Durante unos minutos condujo en silencio.

–Así que te acuestas con tu guapo protagonista –dijo finalmente en tono despreocupado.

–¡Yo no me acuesto con él! –exclamó ella, y sin poder contenerse añadió–: ¿Te acuestas tú con la divina Rachelle?

Devin giró la cabeza para mirarla y se echó a reír.

–¿Te importa?

–Claro que no –mintió, intentando reprimir un repentino ataque de celos.

Estúpida, se dijo a sí misma. Durante tres años había conseguido no pensar en Devin con otra mujer, repitiéndose que ya no era asunto suyo.

–Si no sois amantes –dijo él–, ¿qué estaba haciendo Craig en tu casa?

–Se quedó a dormir en el sofá. Estaba un poco… mareado.

–Borracho.

Shannon apretó fuertemente los labios.

–¿Y si no lo hubiera estado? –insistió él.

Ella se encogió de hombros. No necesitaba darle ninguna excusa.

–¿Me estás diciendo que aún no te has acostado con él? –siguió Devin.

–No te estoy diciendo nada –espetó ella–. Mi vida amorosa no es asunto tuyo.

–Estamos casados.