jaz2094.jpg

 

HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Julianna Morris

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Volver a empezar, n.º 2094 - diciembre 2017

Título original: The Hometown Hero Returns

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-485-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

CASI nada –murmuró Nicki Johansson.

Sacó un paquete rectangular de su coche y se quedó mirando la casa que tenía delante. Él estaba en esa casa y era la última persona a la que quería ver. Si no le debiera tanto a su abuelo nunca se le habría vuelto a acercar.

En fin… Luke McCade era muy guapo.

Pero imposible. La abordó un incómodo recuerdo de los días de su infancia cuando una sencilla y dinámica chica vestida con ropa de segunda mano soñaba con que el capitán del equipo de fútbol se enamoraría de ella.

Nicki resopló. Se habían conocido porque Luke había estado ingresado en el hospital y necesitaba un tutor que lo ayudara con sus estudios. Nicki se había convencido de que el coqueteo de él podía ser significativo, aunque a ella ni siquiera le gustaba… por lo menos no tanto. Pero quería y admiraba a su abuelo y hubiera hecho casi cualquier cosa por él, por el profesor McCade.

Incluso se volvería a enfrentar a Luke y a los recuerdos que representaba.

Caminaba por la acera pensando que Luke podía haberla hecho sufrir cuando eran más jóvenes, pero ya no. A pesar de su resolución, su pulso se aceleró cuando abrió la puerta y vio sus anchos hombros.

–¿Sí? –dijo sin que sus ojos la reconocieran.

Nicki movió los pies, estaba dividida entre una perturbadora atracción por la gracia atlética de Luke y su imagen de ángel caído y un compromiso con su abuelo. Maldito sea. Si hubiera justicia en el mundo habría echado barriga y habría tenido entradas.

–No vamos a comprar nada –comenzó a cerrar la puerta, pero Nicki levantó su mano.

–No, espera. No soy una vendedora. He venido por el mercadillo de hace unos meses.

–Verás, agradecemos que la gente traiga cosas que el abuelo no debería haber vendido, pero estoy seguro de que si te quedas cualquier cosa que sea, no pasará nada. Él está confundido, pero las cosas de valor están aquí.

–No, no lo están.

–¿Perdón? –preguntó arqueando las cejas.

Nicki se aclaró la garganta. Luke estaba más guapo que nunca, con pequeñas arrugas en los ojos y algunas canas en su pelo negro, parecía una persona firme y responsable.

«No», pensó Nicki alarmada. No podía permitirse pensar nada positivo sobre él. Luke McCade siempre había hecho que deseara cosas que no tenía, como tener una persona que la amara tanto como ella lo amaba y lo deseaba a él, alguien a quien pertenecer. Luke le recordaba que quizá nunca la tendría y que estaba sola en el mundo mientras que él pertenecía a una familia grande y querida. Había vuelto de Chicago para ayudar a su abuelo, demostrando que no era tan egoísta como ella pensaba.

–¿Puedo pasar?

Nicki se puso rígida cuando Luke dudó. Respiró hondo para calmarse, ya que tenía el defecto de reaccionar de forma exagerada cuando se sentía insegura. Sus amigos le decían que su orgullo la convertía en una persona de carácter áspero. Era un resquicio de haber sido la niña rara cuando eran pequeños.

–No soy una ladrona ni una estafadora, si es lo que te preocupa –dijo finalmente tratando de parecer razonable.

–No pensaba que lo fueras, es que… –Luke se encogió de hombros y dio un paso hacia atrás abriendo más la puerta.

Nicki no había visto nunca el interior de la casa de los McCade y miraba con curiosidad. El vestíbulo era grande y espacioso, diversas habitaciones salían de él y tras el marco de una de esas puertas, Nicki vio al viejo profesor dormitando en una silla. Era un hombre adorable que se había dedicado al arte y a la enseñanza, lo contrario que el mayor de sus nietos, quien se había ganado la reputación de un hombre de negocios nada sentimental y únicamente interesado en los márgenes de beneficio. Nicki sabía eso porque los periódicos locales publicaba artículos sobre él a menudo y su nombre aparecía también en el diario Chicago que ella leía.

–Por aquí –indicó Luke encaminándose en dirección contraria.

–¿Cómo está el señor McCade? –preguntó mientras se dirigían a la cocina.

–Bien –respondió mirándola con atención– ¿Conoces a mi abuelo?

–Nos conocemos –contestó mientras ponía el paquete encima de la mesa. Era verdad, pero sólo en parte. Ella había sido una tímida alumna que se sentaba al fondo en las clases del profesor McCade, intentando pasar desapercibida. Pero las clases que impartía sobre la belleza del arte y del alma humana siempre la acompañarían–. Sí, asistí a todas sus clases en la universidad antes de que se jubilara, además, éste es un pueblo pequeño.

–Sí que lo es –comentó Luke pausadamente.

Vaya. No quería hacerlo pensar. Si la recordara, se acordaría del mote que le había puesto… la Pequeña Señorita 10. Odiaba ese apodo que tanto le gustaba al señor Capitán Perfecto del equipo de fútbol americano del instituto.

–Bueno, he venido por el cuadro que compré –lo desenvolvió y lo sostuvo para que él lo viera.

–Es bonito, supongo –murmuró sin apenas mirarlo.

Nicki puso los ojos en blanco. Luke no sabía de objetos valiosos y, a lo mejor, tenía algo que ver el que se dedicara a la especulación. Sin duda, para alguien que tiraba edificios y en su lugar levantaba centros comerciales, la delicadeza no tenía mucho valor. Por otra parte, podía deberse a que era un ex deportista. Su ex marido también lo había sido y tenía la sensibilidad de una apisonadora, además de otras cualidades indeseables.

–No es por el marco. Bueno, por eso lo compré, pero eso no es… El caso es que cuando examiné la pintura, descubrí que tenía bastante valor. Mira la firma.

Inclinándose hacia delante, Luke apartó un trozo de papel de la esquina inferior derecha del lienzo.

–A. Metlock. ¿Y qué?

–Que Arthur Metlock fue uno de los mejores impresionistas americanos.

Luke se impacientaba. Su huésped no invitada tenía unos grandes ojos azules en una cara con forma de corazón y un aire despistado que era extrañamente atractivo. Si se hubiera presentado en su oficina de Chicago vendiendo papeletas le habría comprado una docena. Pero en aquel momento se estaba preparando para volver a Chicago y no tenía tiempo para nada más que para la decadente salud de su abuelo, a quien el médico le había diagnosticado demencia senil y le había recetado medicamentos para retardar el proceso, aunque no estaban funcionando.

–Mire, señorita…

–Johansson.

–Señorita Johansson. Así que el cuadro cuesta unos dólares más de los que pagó. No nos importa. Probablemente, el abuelo no se quede en esta casa, lo que significa que nos desharemos de todo antes de venderla.

–No puedo quedarme con esto –dijo realmente conmocionada.

Dios. Luke había olvidado lo cabezota que la gente de Divine, Illinois, podía ser. Estaba acostumbrado al salvaje mundo de los negocios donde conseguir una ganga era el objetivo y no es que no agradeciera la honestidad de la mujer, muy pocas mujeres eran honestas, sino que no tenía ni el tiempo ni las ganas de ocuparse de algo más.

–De verdad, no tiene que preocuparse –dijo dándose cuenta de que su tono de voz era irritado.

–Claro que estoy preocupada –su obstinación le resultó familiar–. Por lo menos cuesta veinte mil dólares.

Luke parpadeó. Tenía que estar equivocada. Su abuelo había sido un hombre sagaz en su época, había escrito libros sobre historia del arte popular, había coleccionado arte y había impartido clases en la universidad privada del pueblo.

No importaba lo mal que mentalmente estaba en ese momento, no hubiera vendido en un mercadillo un cuadro valioso. Pero entonces… Luke se frotó las sienes. El abuelo había enfermado después de la muerte de la abuela hacía tres años. La abuela se había ido rápidamente, todavía sonreía a pesar de la velocidad a la que su enfermedad avanzaba. Pero el abuelo parecía perder un trozo de sí mismo cada día que pasaba, sin ni siquiera esforzarse por mejorar. De hecho, parecía que se había propuesto no mejorar. El amor había hecho aquello, robándole su espíritu.

Luke pensaba que el amor era inútil. Lo había traicionado más de una vez y el dolor de su abuelo era una razón más para no confiar en un sentimiento que, en el mejor de los casos, era esquivo y en el peor, destructivo.

–¿Cómo sabe que vale tanto? –preguntó–. ¿Es usted un genio del arte o algo parecido?

De repente, la mujer se sonrojó. Era un color que no quedaba mal junto a sus despeinados rizos rubios y sus ojos azules y Luke la miró con interés. Hacía mucho que no veía sonrojarse a una mujer, probablemente desde que era un crío y avergonzaba a la Pequeña Señorita 10, la más inteligente del colegio.

Abrió los ojos.

«¿Johansson? ¿Por qué no se había dado cuenta antes?»

–Si no lo veo no lo creo –dijo Luke arrastrando las palabras–. Eres Nicole Johansson.

–Y tú Taco McCade –respondió Nicki más desafiante que nunca.

Luke hizo una mueca al oír el mote del que había fardado. En los viejos tiempos había dado por hecho que era irresistible para las mujeres y que tenía un prometedor futuro como jugador de fútbol americano, hasta que en su último año de instituto, jugar al baloncesto con sus amigos se había convertido en doce semanas de inmovilización. Por aquella época fue cuando había intimado con la Pequeña Señorita 10, ya que a ella la habían contratado para que lo ayudara con sus estudios.

Los recuerdos eran tristes, el héroe futbolístico de Divine se había lesionado cuando el equipo iba a llegar a la final del campeonato estatal por primera vez. Quizá las cosas habrían sido diferentes si se hubiera lesionado durante un partido, pero el pueblo entero lo había odiado por estropearlo todo en el momento menos apropiado. Nicki era una excepción, no le gustaba el fútbol y lo odiaba por otras razones… la mayor parte del tiempo.

–Has cambiado –comentó él.

–Tú no.

No sonó como un piropo y Luke no la podía culpar. No se había portado bien con ella entonces, porque se tomaba mal que una cría tres años más joven que él lo ayudara a estudiar y la atormentaba por ello… cuando no le tomaba el pelo para que lo besara. Ella era mona de alguna manera y él estaba aburrido y muy enfadado con Divine y con el resto del mundo. Tenía una placa en el hombro del tamaño de Canadá.

Porque era más fácil pensar en otra cosa, Luke miró el cuadro.

–Si es tan valioso como dices deberías recibir una recompensa. Por cierto, ¿cuánto pagaste a mi abuelo por él? Tengo que devolverte tu dinero –se sacó la cartera del bolsillo.

–No hace falta.

–En serio, no puedo aceptar algo a cambio de nada.

–Lo que quieres decir es que no puedes permitir tener una obligación con alguien aquí en Divine, ¿no es así?

–Todavía me analizas, ¿verdad?

–Los deportistas no son difíciles de analizar, sólo tienen una cosa en la cabeza.

–Quizá, pero tú no me lo diste, ¿verdad? porque las chicas buenas no se dan por aludidas –dijo mofándose.

–Sólo me deseabas porque era la única chica que se te acercaba. Si hubiera habido una animadora en la habitación, yo habría sido invisible. Y, además ¿adónde habríamos llegado si tú no te podías mover?

–¡Eh! Intentaba ser creativo.

–Niños, dejad de discutir –dijo una voz divertida y Luke vio a su hermana plantada en la puerta de la cocina. Había veces que podía imitar a su madre tan bien que resultaba molesto.

–¿Qué quieres, Sherrie?

–Acabo de hablar con California. Mi socia en la clínica veterinaria se ha roto una pierna y no hay nadie que pueda sustituirla.

Luke profirió una maldición y cerró los ojos para no ver la expresión de preocupación de Sherrie y las sonrojadas mejillas de Nicki. El pasado año, la familia había pasado cada vez más tiempo en Divine intentando ayudar a su abuelo a permanecer en su casa. Él había pasado en Divine las últimas tres semanas y Sherrie acababa de llegar para relevarlo.

–No te preocupes, encontraré a alguien que se haga cargo de la clínica –dijo Sherrie rápidamente.

–No, tú has pasado aquí más tiempo que nadie y no es justo pedirte que hagas más que los demás. Lo arreglaré todo para quedarme más tiempo, tú puedes irte hoy.

La vergüenza hizo que las mejillas de Nicki se calentaran mientras miraba fijamente a los dos hermanos. Estaban tratando con un problema serio y ella había dejado que un viejo resentimiento sacara lo mejor de sí misma. Un resentimiento basado en la inseguridad.

Involuntariamente miró hacia abajo. Se había puesto un vestido de algodón suelto, que iba bien con el calor que hacía aquel mes de mayo. No era elegante, pero por lo menos no era peor que la ropa que solía llevar antaño. Quizá tendría que hacer algo con su forma de vestir. Tan pronto como lo pensó, se quitó la idea de la cabeza, ya que sentía que estaba intentando llamar la atención de Luke aunque era probable que no se volvieran a ver más. Además, ella no era el tipo de mujer que gustaba a un hombre como Luke. A él le iban las mujeres guapas, sofisticadas y sexualmente seguras y ella no era nada de aquello.

–Lo siento, Nicki –dijo Sherrie–. No debí interrumpir, pero es que era como oíros cuando discutíais en los viejos tiempos.

–No pasa nada –contestó sonriendo. Cuando eran niñas, le encantaba visitar a Sherrie, aunque su padre no quería que tuviera amigos porque decía que la distraerían de sus estudios. Pero Sherrie había sido simpática cuando su hermano no lo era y solían ir a la cafetería del hospital a hablar–. Siento lo de tu abuelo, lo admiro mucho. ¿Puedo ayudar en algo?

Era un ofrecimiento de corazón, John McCade la había animado a que hiciera una carrera diferente a la que su autoritario padre quería y el profesor nunca había sabido lo que habían significado para una chica solitaria que no se sentía integrada, su calor y su amabilidad.

–Bueno, nosotros…

–No –interrumpió Luke– no necesitamos ayuda.

Las dos mujeres lo ignoraron.

–Cualquier cosa que puedas hacer nos vendría bien. Está siendo difícil mantener las cosas. ¿Qué te trae por aquí?

–Vine a devolver un cuadro que el profesor McCade me vendió en un mercadillo accidentalmente. Enseño Historia del Arte en la universidad, pero también trabajo como tasadora para algunos museos, así que, cuando descubrí que era una obra tan valiosa, no pude quedármela –miró a Luke desafiándolo a decir algo sarcástico.

–Ésta es la bisabuela Helena –explicó Sherrie examinando la pintura y miró a su hermano con preocupación–. Tendremos que hacer un inventario de lo que hay en casa, no tenemos ni idea del valor de la colección del abuelo y, al menos, deberíamos asegurarla hasta que decidamos qué hacer.

–Me ocuparé de ello –asintió Luke.

–A lo mejor Nicki puede hacernos el inventario de la colección, es perfecta para hacer el trabajo.

–Oh, no, Sherrie, no podemos imponérselo.

–Yo me he ofrecido a ayudar –dijo Nicki con frialdad.

–¿Por qué? –preguntó Luke con franqueza– Tú no nos debes nada.

–Yo no te debo nada a ti –soltó Nicki–, pero el profesor McCade es diferente. Él… es… Yo me interesé por el arte cuando él venía al instituto a dar alguna conferencia. Al principio me gustaba porque ese tipo de cosas sacaba a mi padre de quicio, él quería que fuera científica o algo impresionante.

Luke la miró fijamente.

–No quiero decir eso –murmuró Nicki. Su cerebro había sufrido un cortocircuito. Algo en el oscuro pelo de Luke, en sus ojos o en su largo y poderoso cuerpo tenía un efecto químico sobre ella. En los días de escuela, solía sentirse insignificante cuando estaba a su lado, como un duendecillo a lunares amarillos mal vestido y con un corte de pelo aún peor.

–¿Qué es lo que quieres decir? –preguntó Luke impaciente.

–El profesor McCade siempre parecía alegre y yo creía que era debido a su pasión por el arte. Por supuesto que ahora sé que era, principalmente, porque amaba a su mujer y porque tenían un magnífico matri…

–Nicki. Por favor ve al grano –cruzó los brazos y le dedicó una mirada severa.

–Tu abuelo me inspiró. Le dije a mi padre que estaba asistiendo a una clase de Matemáticas por las tardes en la universidad en un programa para estudiantes avanzados, pero, en realidad, estaba yendo a una de las clases del profesor McCade. Sé que no debería haber mentido… –su voz se fue apagando y se sonrojó de nuevo.

Luke miraba fascinado cómo el color se expandía por las mejillas de Nicki. No podía imaginarse a las mujeres que conocía en Chicago avergonzándose por nada, y mucho menos por el recuerdo de una inofensiva mentira que habían dicho en el instituto. Quizá fuera algún truco de la blanca y escandinava piel de Nicki.

–Bueno, en cualquier caso, fue por el profesor McCade por lo que me fui de viaje a Europa y vi maravillosas pinturas y arquitectura en Italia y otros lugares. Él probablemente no lo sepa, pero cambió mi vida.

Luke suspiró entendiendo un poco mejor. Alguien como Nicki jamás se quedaría con algo valioso que no hubiera pagado en su totalidad. No cuando pertenecía a alguien que admiraba tanto.

El mundo de Luke no admitía personas tan idealistas como Nicki y nunca podría regresar a Divine para vivir tal y como ella había hecho. Después de graduarse, lo único que había querido era demostrarle al pueblo que no era un perdedor… que no era como los chicos que eran importantes en el instituto y que luego ejercían de matones en el cuerpo de policía local tratando de emular «los viejos tiempos».

Se sentía un matón incluso en aquel momento, burlándose de Nicki sobre el pasado. Era un infierno volver a casa, especialmente con viejos sentimientos merodeando como minas a punto de explotar. Pensabas que eras un adulto responsable y, de repente, ¡boom! Te encuentras actuando como si tuvieras dos años.

Obviamente, tener a Nicki cerca no era una buena idea. Luke había intentado manejar sus negocios a distancia mientras cuidaba de su abuelo y no tenía tiempo para distracciones, y mucho menos distracciones como Nicki, que además de molesta era guapa, inteligente y sexy.

Luke frunció el ceño. Aquello era extraño. No podía comprender cómo podía pensar que Nicki era sexy cuando llevaba un vestido sin formas y su obstinada nariz levantada. Pero había algo diferente en ella, una frescura innegablemente atractiva, cuando las mujeres de su círculo parecían aburridas constantemente.

–No creo que funcione –comentó él.