Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Rachael Thomas
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tras la medianoche, n.º 2586 - noviembre 2017
Título original: New Year at the Boss’s Bidding
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-530-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
NADA PODÍA enturbiar la alegría que Tilly sentía por el contrato que había conseguido. Aquella noche sería responsable de la cena de Fin de Año de Xavier Moretti, un trabajo que serviría para promover su incipiente negocio.
Ni siquiera le importaba que le estuviera resultando difícil localizar la casa que había alquilado Moretti para la ocasión, en el límite Exmoor. Se alegraba de estar fuera de Londres y que su Nochevieja fuera ser tan diferente a la del año anterior
Asió con fuerza el volante de su pequeña furgoneta blanca al ver que la nieve arreciaba. La casa no podía estar ya lejos. Tras una de las curvas que trazaba la carretera vio con alivio una gran verja de hierro.
Sin embargo, la verja estaba cerrada y cuando miró hacia el camino que se abría tras ella, no vio señales de vida. Afortunadamente, supo que estaba en el lugar correcto porque en uno de los altos pilares laterales de piedra colgaba un letrero en hierro: Mansión Wimble.
Deduciendo que era la entrada principal y que debía buscar la de servicio, avanzó con lentitud por la carretera, en la que la nieve empezaba a cuajar.
Un poco más adelante, vio una pequeña caseta del guarda y, asomando entre el seto desnudo de hojas, una verja abierta por la que Tilly entró, siguiendo las huellas de unas ruedas que la nieve empezaba a borrar. Alguien había llegado antes que ella, pero podía tratarse de su personal, Katie y Jane. Las esperaba por la tarde, para cuando, con suerte, habría parado de nevar.
Condujo con cautela por el camino nevado sin poder evitar distraerse con la vista de los terrenos de la mansión, que empezaban adquirir el aspecto de un cuento de hadas. El estrecho camino atravesó un bosque y cruzó un viejo puente de piedra tras el que Tilly vio finalmente la mansión Wimble.
–¡Dios mío! –susurró al ver el majestuoso edificio. La nieve, que caía copiosamente, le otorgaba un aire misterioso, romántico.
Le habría encantado darse un paseo, pero no podía permitirse ese lujo. Aquel trabajo tenía que salir a la perfección. Xavier Moretti, antiguo rey de las pistas de motociclismo, reconvertido en empresario y mentor de pilotos jóvenes, era el cliente más importante que había tenido hasta ese momento.
Recibir un correo de Moretti en el que le encargaba el menú de su fiesta había supuesto una magnífica sorpresa. No ya por el empujón que representaba para el negocio, sino porque también la beneficiaba a un nivel personal. La ayudaría a no pensar en lo que había sucedido la Nochevieja anterior y le proporcionaba la perfecta excusa para evitar ir a fiestas, aunque su mejor amiga, Vanessa, le habían confesado que iba anunciar su compromiso en su fiesta de Año Nuevo y Tilly no podría faltar, entre otras cosas porque quería demostrarse a sí misma y a sus amigos que había pasado página. Sería un paso más en su objetivo de reinventarse a sí misma, como lo había sido poner en marcha el negocio.
Apartó sus pensamientos de compromisos de bodas y fiestas y se concentró en la petición que había hecho Xavier Moretti de comida italiana casera, casualmente la comida favorita de Tilly, que había crecido en la cocina de su abuela italiana. Pensar en ella le hizo sonreír, y se dijo que la cena de aquella noche sería tan excepcional que el anfitrión y sus invitados la recomendarían encarecidamente a sus amigos.
Siguió el estrecho acceso a la casa que, tras rodearla, desembocaba en un patio. Al darse cuenta de que las huellas del otro coche llegaban hasta allí, dedujo que se trataría del ama de llaves que habría acudido a preparar la llegada de su jefe. Tilly confiaba en no haber llegado demasiado temprano. Había querido darse todo el tiempo necesario para preparar la cena con calma y había salido de Londres a primera hora.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que las huellas de ruedas pertenecían a un deportivo negro, que estaba prácticamente cubierto por la nieve. Se bajó del coche y miró admirada a su alrededor, alzando el rostro hacia la nieve, que caía en densos y pesados copos sobre su rostro y su gorro de lana rojo.
Se ajustó la bufanda y resistió la tentación de cruzar el patio para ver qué había en los edificios que lo rodeaban. Podría explorar más tarde. Primero, tenía que descargar la furgoneta y preparar la cocina. Dando un suspiro, se volvió hacia la puerta… y se quedó paralizada.
En el umbral había un hombre alto, guapo y seguro de sí mismo, al que Tilly identificó, por las fotos que había visto en Internet, como Xavier Moretti. Él la observaba con una mezcla de curiosidad y regocijo, esbozando una sonrisa apenas perceptible.
El viento removía su cabello azabache, salpicado por la nieve. Su piel cetrina parecía fuera de lugar en el invierno inglés. Tenía un aire exótico, con un toque salvaje que Tilly encontró fascinante.
No estando acostumbrada a hombres como aquel, se ruborizó y sintió un cosquilleo en el estómago que prefirió ignorar, aunque intuyó que no era simple nerviosismo. Tenía que actuar profesionalmente. Moretti había contratado La Mesa de Tilly para su cena y por medio de él podría conseguir muchos más clientes.
Estaba vestido como un perfecto caballero de campo, con un jersey gris oscuro sobre una camisa azul. Tilly no pudo evitar deslizar la mirada hacia sus largas piernas envueltas en vaqueros. ¿Qué demonios le pasaba? Nunca había sentido una atracción tan inmediata por un hombre. Dominando su inesperada reacción, alzó la mirada y vio que él la observaba atentamente.
–Hola, soy Tilly Rogers. Vengo a preparar la cena para la fiesta del señor Moretti.
La sonrisa que le dedicó no contribuyó a aplacar los nervios de Tilly. Pero le confirmó que se trataba de Xavier Moretti.
–Buongiorno. Xavier Moretti, –se presentó él. Y Tilly encontró su acento italiano extrañamente seductor–. No la esperaba tan pronto, señorita Rogers. ¿Siempre disfruta tanto con la nieve?
Tilly sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Qué le estaba pasando?
–Me encanta estar fuera de Londres –dijo sin poder disimular su entusiasmo–. Pero no esperaba encontrarlo aquí, signor Moretti.
–Llámame Xavier, por favor –dijo él–. Pasa y caliéntate.
–Estoy bien –dijo ella, sacudiendo la cabeza y sonriendo a la vez que intentaba no prestar atención al hormigueo que le provocaba su voz–. Además, tengo que descargar y ponerme a trabajar.
Él cruzó el patio y mantuvo la puerta de la furgoneta abierta mientras Tilly alcanzaba las cajas. Él se las tomó y cuando sus dedos rozaron las manos de ella, Tilly sintió una descarga eléctrica que le abrió los ojos como platos. Inconscientemente, alzo la mirada hacia él, y vio que la miraba fijamente con sus profundos ojos oscuros. Por un instante el tiempo se detuvo y el corazón de Tilly se paró. Solo existían ellos dos en el mundo. Y Tilly observó aquel hermoso rostro como si pretendiera memorizarlo antes de guardarlo bajo una etiqueta de Peligro.
¿Por qué habría pensado eso? Un hombre como aquel jamás se fijaría en ella. Apartó la mirada, fingiendo mirar el contenido de una de las cajas.
–¿Te ayudo? –una vez más la voz de Xavier hizo que se sonrojara y sintiera mariposas en el estómago, y Tilly se alegró de que él se adelantara hacia el interior.
Ella le siguió con más cajas.
–Espero que deje de nevar –dijo al entrar en la cocina, intentando adoptar un aire de naturalidad.
–Al menos tú ya has llegado. Vienes tan bien recomendada, que habría sido una lástima no probar tu comida.
Para esconder su rubor, Tilly inspeccionó la enorme cocina. Entre las cazuelas que colgaban de una rejilla superior y los moldes de bronce de las paredes, combinaba a la perfección el encanto del pasado con las comodidades del siglo XXI.
–Estoy deseando trabajar en un espacio tan maravilloso –dijo, mirando hacia el alto techo y pensando cuánto le gustaría tener una cocina como aquella
–Sí, è bello –dijo Xavier, aunque la miraba a ella.
¿Tenía que salpicar sus comentarios de palabras en italiano? Cada una de ellas hacía pensar a Tilly en su feliz infancia en la casa de la Toscana; en las tardes al sol y el olor a hierbas aromáticas.
Cuando volvió a la furgoneta, ya apenas caían unos copos de nieve. Al inclinarse para alcanzar más cajas, apartó el vestido que había comprado para la fiesta de Vanessa del día siguiente. Acarició la funda de plástico que lo protegía y pensó en el vestido de boda que ella debía haberse puesto un año atrás, y la conversación que había tenido lugar se filtró a traición en su mente. La voz de Jason sonaba con igual firmeza que entonces, cuando le había dicho que necesitaba algo más que amistad y la animó a salir al mundo y explorarlo, tal y como él tenía intención de hacer.
Pero pensar en el pasado no servía de nada. Tilly suspiró y, al volver la vista hacia la casa, vio que Xavier salía y miraba con preocupación al cielo antes de volver la atención hacia ella.
–Permíteme –dijo él, viendo que Tilly intentaba cerrar la furgoneta haciendo equilibrios con las cajas.
–Gracias –Tilly sintió una súbita timidez. Le inquietaba que Xavier la alterara tanto.
–Prego.
De nuevo aquella voz aterciopelada pronunciando palabras que ella reconocía de cuando su abuela compartía sus secretos culinarios con ella, sellando, sin saberlo, el futuro de su nieta.
Cuando llegó a la cocina con la última caja, Xavier estaba apoyado en la encimera, de brazos cruzados, con el aire de alguien que se sintiera cómodo en su propia piel. Ella dejó la caja sobre la mesa, consciente de que él seguía cada uno de sus movimientos con la mirada, y sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda
Xavier observó a Tilly quitarse la bufanda y el gorro. La rubia y densa melena cayó despeinada sobre sus hombros, invocando imágenes de ella en su cama, en una noche apasionada.
Aquel inesperado pensamiento, despertó un súbito deseo en él.
La inmediata atracción que había sentido hacia ella era totalmente inapropiada. Había contratado su empresa para la cena de aquella noche, pero en ningún momento se había planteado que la dueña de La Mesa de Tilly pudiera resultarle tan fascinante.
Debía ser un efecto de estar en aquella casa, tan cálida y acogedora, que le recordaba tanto a la de su infancia. Lo cierto era que Tilly era preciosa, pero no daba la impresión de ser consciente de ello, lo que resultaba extremadamente refrescante. Estar en aquella casa con una mujer tan inocente, una mujer que querría un amor duradero, le hizo pensar en un tiempo en el que él había querido sentar la cabeza y ser feliz. Algo que ya no era posible porque el accidente que había sufrido tres años atrás había acabado con esos sueños.
–¿Quieres un café? –la dulce voz de Tilly lo arrancó de su ensimismamiento y le hizo recordar que sus padres, su prima y el marido de esta, llegarían pronto.
Al menos su presencia le obligaría a concentrase en la celebración de la Nochevieja. Después de todo, si estaban allí era porque le habían obligado a celebrar las Navidades por primera vez en años, aun sabiendo que era una época que él odiaba.
Tilly se quitó el abrigo y ver su cuerpo delgado, pero con curvas en los lugares precisos, envuelto en un jersey y uno vaqueros ajustados, volvió a invocar la imagen de su cama.
–Grazie –contestó, intentando borrar esa escena de su mente.
¿Qué demonios le estaba pasando? Jamás se sentía instantáneamente atraído por una mujer y, sin embargo, Tilly Rogers había captado su atención desde que la había visto. Que fuera hermosa no bastaba como justificación. Nunca había tenido la sensación de tener tan cerca la esperanza de una tentadora felicidad, y menos desde que sabía que la felicidad era para él un sueño inalcanzable.
Lo cierto era que, comparada con las mujeres de su círculo, Tilly era una bocanada de aire fresco. Bajo su risa cantarina, percibía una vulnerabilidad que era como un eco de la suya y que lo atraía hacia ella como el canto de una sirena.
Le habría gustado conocerla en otras circunstancias, aunque quizá ese deseo solo demostraba que no se resignaba a aceptar que había cosas que le estaban prohibidas. Porque para que las circunstancias fueran verdaderamente distintas, tendría que haberla conocido antes del accidente. Ninguna mujer, ni siquiera alguien tan genuino como Tilly Rogers, querría relacionarse con alguien como él una vez la verdad saliera a la luz. Las cicatrices de sus piernas eran un permanente recordatorio de que no merecía ser feliz, y esa era la razón de que en los últimos tres años su relación con las mujeres no hubiera pasado de salir a cenar o ir a una fiesta.
Notó que Tilly lo seguía con la mirada cuando se acercó a mirar por la ventana. ¿Qué le haría desear de pronto cosas que había sabido que le estaban negadas desde que vio cómo reaccionaba Carlotta? Había visto su mirada de repulsión tras el accidente; sabía que lo había considerado responsable; y él había terminado la relación en aquel mismo momento porque sabía que no tenía otra opción. Después de lo que había hecho, no merecía ser feliz
–Voy por unas carpetas que he olvidado en el coche –dijo Tilly.
El contoneo de sus caderas fascinó a Xavier como si fuera un adolescente. Sacudió la neblina de deseo que lo envolvía y se acercó a la puerta trasera para mirar al cielo.
Si continuaba nevando y tenía que cancelar la cena, su familia le acusaría de haber alquilado una casa tan remota precisamente con esa intención. Y si era sincero, evitar aquel tipo de celebraciones era la razón por la que había preferido permanecer en Inglaterra, dedicándose al programa de formación, en lugar de volver a Milán.
Tilly lo miró desde la furgoneta con ojos chispeantes.
–Es una pena que haya dejado de nevar.
–Puede que tus deseos se cumplan. Yo diría que esas nubes están cargadas.
–Sería divertido, aunque solo después de que lleguen los invitados –Tilly rio y se inclinó para alcanzar las carpetas en la furgoneta. Al hacerlo, el jersey se le levantó y Xavier vio una franja de piel que le hizo apretar los dientes. Tenía que dejar de pensar en esa mujer de aquella manera… Afortunadamente, ella se incorporó y arregló las carpetas que cargaba en los brazos. Pero evitó mirarlo a los ojos. ¿Sentiría también ella el aire vibrar? ¿Sería consciente de hasta qué punto lo estaba alterando?
–Tengo cosas que hacer y estoy seguro de que tú también –dijo Xavier. Si no se alejaba de ella temía caer en la tentación de saltarse la frontera entre lo profesional y lo personal. No había sentido aquel deseo de abrazar y besar a ninguna de las mujeres con las que había salido–. Pero antes te voy a enseñar el comedor y la sala.
Sintiéndose como un oso malhumorado al que hubieran sacado de su hibernación, la precedió hacia el vestíbulo principal y la escalera. La exclamación admirada de Tilly le hizo pararse en seco y volverse. Estaba mirando a su alrededor, asombrada, e incluía en su inspección el gran árbol de Navidad que, a pesar de que Xavier había pedido que lo retiraran porque era otro recordatorio de todo aquello que no merecía, seguía dominando un lado del vestíbulo.
–Es precioso –apretando las carpetas contra el pecho, Tilly fue hasta el pie de la escalera, donde estaba Xavier. Allí se detuvo y contempló la majestuosa entrada principal de la casa–. Y este árbol es impresionante. De pequeña siempre quise tener uno así de grande.
Xavier percibió un leve tono de tristeza en sus palabras que le hizo sentirse aún más como un oso gruñón.
–Ah, sí, el árbol. Pedí que lo retiraran, pero, como ves, no lo han hecho.
–¿Por qué? Es Navidad –dijo ella con un lógico desconcierto. No tenía por qué saber que hacía tiempo que él no compartía del espíritu festivo.
–La Navidad ya ha pasado –gruñó.
¿A quién podía importarle la Navidad cuando había causado un accidente en el que había muerto un amigo? Su temeridad aquel día en la pista había destrozado las Navidades de una familia para siempre, había dejado a unos niños sin su padre.
Tilly negó con la cabeza y su cabello brilló como oro bajo la luces de la entrada.
–La Navidad no ha terminado, y vas a celebrar aquí el Año Nuevo.
–Me limito a entretener a mi familia. Nada más –Xavier no quería continuar aquella conversación. Dio media vuelta y se dirigió al comedor, dejándola sin otra opción que seguirlo.
nonna
Xavier se encogió de hombros con una picardía cómplice y el corazón Tilly volvió a acelerarse.
–Teniendo antepasados italianos es una lástima, ¿no crees?
–Puede que algún día tome lecciones, o incluso vaya a Italia –dijo ella animadamente, para intentar dirigir la conversación en otra dirección.
Al romper su compromiso con Jason, había escrito una lista de cosas que quería hacer. Ir a Italia era la primera. Por el momento solo había cumplido la de abrir un negocio. Las demás, incluida la de buscar a la familia de su padre, todavía estaban pendientes.
–Es una buena idea –Xavier fue hacia la puerta y añadió antes de salir–: No deberías renegar de tu pasado.
–¿De mi pasado? –¿qué sabía él de su pasado? Siempre se había ocupado de mantener su vida privada para sí. No quería que la gente sintiera lástima por ella al enterarse de que Jason la había plantado prácticamente en el altar.
–Me refiero a tus antepasados italianos –contestó Xavier desconcertado.
Era evidente que haber reaccionado a la defensiva, le había hecho intuir que ocultaba algo.
–Tienes razón –dijo Tilly, caminando hacia él–. Un día, iré a Italia –después de todo, estaba en su lista de deseos.
Xavier asintió con aprobación y a la vez que salía de la habitación, dijo:
–Los dos tenemos cosas que hacer. Espero que te sientas como en casa.
–Gracias –dijo ella y bajó la mirada con una súbita timidez. Verse a sí misma como invitada y no como trabajadora, evocó imágenes en su mente completamente inapropiadas.
Cuando alzó la mirada, vio que él la miraba con gesto serio. Costaba creer que tan solo unos minutos atrás hubiera creído que iba a besarla. Definitivamente, debía haberlo imaginado.
–Mi scusi, Natalie.
Antes de que Tilly tuviera la oportunidad de recordarle que solo su abuela la llamaba así, Xavier se fue precipitadamente. Era evidente que quería perderla de vista.
–Grazie, Xavier –musitó ella.
Luego sacudió la cabeza vigorosamente como si quisiera librarse del anhelo que había de que la besara. Había sido una idiota creyendo que eso era lo que iba a hacer.
Por lo poco que había averiguado sobre él in Internet, debía ser un playboy que no salía más de dos veces con una mujer. No era el tipo que le convenía. Ella quería ser amada y respetada, y ser feliz junto a alguien. Él era su cliente. Nada más.
Miró la hora, confiando en que su personal y los invitados llegaran pronto. Así dejaría de pensar lo que no debía.
Cuanto antes acabara lo que tenía que hacer, antes podría irse al hotel en el que había hecho una reserva. Al día siguiente iría a la casa familiar de Vanessa, para celebrar una fiesta que serviría de prueba de hasta qué punto había superado lo sucedido el año anterior.
No podía permitir que Xavier Moretti la confundiera. Por muy agradable o guapo que fuera, no era el hombre que le convenía.