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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Lynne Graham

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hijos del invierno, n.º 2588 - diciembre 2017

Título original: The Greek’s Christmas Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-532-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

LAS VOCES masculinas llegaban del balcón mientras Holly, inquieta, esperaba el momento adecuado para unirse a la conversación. Aunque no sería fácil porque sabía que su presencia nunca era bien recibida por Apollo Metraxis.

Pero, estando casada con Vito, no podía hacer nada porque su marido era el mejor amigo de Apollo. Solo recientemente había empezado a entender el aprecio que había entre ellos y lo a menudo que hablaban por teléfono. Amigos desde la infancia en un internado, eran casi como hermanos y Apollo había desconfiado de ella desde el principio por la simple razón de que era una mujer sin medios económicos. Sabiendo eso, Holly había sugerido quedarse en casa en lugar de acudir al funeral del padre de Apollo, pero Vito se había negado.

Por el momento, la visita a la villa de los Metraxis en la isla privada de Nexos estaba siendo todo menos agradable. Entre la multitud de gente que había acudido al funeral estaban todas las madrastras de Apollo y sus hijos, con los que Apollo no parecía tener relación. Y, según su marido, después de la lectura del testamento, Apollo había salido disparado al descubrir que debía casarse y tener un hijo para heredar el vasto emporio que había dirigido durante años en nombre de su padre enfermo. Cualquiera que conociese la aversión de Apollo Metraxis al matrimonio sabría que el testamento de su padre lo ponía entre la espada y la pared.

–Solo tienes que elegir a una entre tus muchas novias y casarte con ella –estaba diciendo Vito, que en ese momento no parecía el marido cariñoso al que Holly adoraba–. Tienes una lista larguísima. Cásate con una de ellas, sigue casado el tiempo que puedas y luego…

–¿Y cómo voy a librarme de ella una vez casado? –lo había interrumpido Apollo–. Las mujeres se pegan a mí como el pegamento. ¿Cómo voy a confiar en que mantenga la boca cerrada? Si se le escapa que es un matrimonio falso, mis madrastras impugnarán el testamento para quitarme la herencia. Si le dices a una mujer que no la quieres se siente insultada y quiere vengarse.

–Por eso necesitas contratar a una esposa. Necesitas una mujer con la que no mantengas una relación y que no tenga nada contra ti. Claro que, considerando tu mala reputación, no creo que sea fácil encontrarla.

Holly salió entonces a la terraza.

–Contratar una esposa me parece la mejor idea –opinó, nerviosa.

A pesar del elegante traje de chaqueta, Apollo Metraxis parecía el chico malo que era. Con el pelo negro largo hasta los hombros, unos ojos verdes asombrosos y un elaborado tatuaje asomando bajo el puño de la camisa blanca, era un tipo poco convencional, voluble y arrogante, todo lo contrario a su conservador marido.

–No recuerdo haberte invitado a opinar –le espetó él con sequedad.

–Tres cabezas piensan mejor que dos –replicó ella, dejándose caer sobre una silla.

Apollo enarcó una irónica ceja.

–¿Tú crees?

–No te pongas dramático, no eres tan buen partido.

–¡Holly! –exclamó Vito, con tono de reproche.

–Es verdad. No todas las mujeres quieren pegarse a él.

–Dime una que no lo haría –la invitó Apollo.

Holly tuvo que pensar un momento antes de responder. Apollo era uno de los solteros más cotizados, guapísimo y multimillonario. Nueve de cada diez mujeres se lo comían con los ojos en cuanto entraba en una habitación.

–Mi amiga Pixie, para empezar –respondió por fin, satisfecha–. Pixie no te soporta y si ella no puede contigo, seguro que también habrá otras.

Un ligero rubor oscureció los marcados pómulos de Apollo.

–Pixie no reúne los requisitos –dijo Vito a toda prisa, compartiendo una mirada de complicidad con su amigo. No le había contado a su esposa los términos exactos del testamento y, por eso, no podía saber que lo que sugería era imposible.

Apollo se sintió indignado por tal sugerencia. La amiga de Holly, Pixie Robinson, era una simple peluquera. Lo sabía todo sobre ella porque había hecho que la investigaran cuando Holly apareció de repente diciendo que esperaba un hijo de Vito. Había descubierto su oscuro pasado y las deudas de su infame hermano que, por alguna razón, Pixie estaba intentando pagar. El resultado de esas deudas había sido una paliza que la había dejado en una silla de ruedas, con las dos piernas rotas.

Sabiendo eso sobre su amiga, Apollo desconfiaba de Holly y se había maravillado de la decisión de Vito de casarse con ella. Desde entonces había esperado que Pixie intentase aprovecharse para pedirle dinero, aunque por el momento no lo había hecho.

Pixie Robinson, pensó de nuevo, mientras Vito y Holly entraban de nuevo en el salón. Recordaba bien a la diminuta rubia en silla de ruedas que lo fulminaba con la mirada en la boda de su amigo. Holly estaba loca. Claro que Pixie era su mejor amiga, pero aun así, ¿de verdad podía imaginar que se casaría con ella para tener un heredero? Apollo sintió un escalofrío. Claro que Holly no conocía la exigencia más arbitraria en el testamento de su padre.

Había subestimado a su padre, tuvo que admitir. Vassilis Metraxis siempre había insistido en la continuación del apellido familiar, de ahí sus seis matrimonios y sus fracasados intentos de tener otro hijo. A los treinta años, Apollo era hijo único. Su padre había querido empujarlo al matrimonio muchas veces, pero él había permanecido firme en su convicción de no casarse y no tener hijos. A pesar de sus manipuladoras madrastras, y avariciosos hermanastros, Apollo siempre había mantenido una buena relación con su padre y, por eso, los términos del testamento habían sido una desagradable sorpresa.

Según el testamento, él seguiría dirigiendo el vasto emporio familiar y disfrutando de todas sus posesiones, pero solo durante cinco años. En ese periodo de tiempo debería casarse y tener un hijo si quería conservar la herencia. Si no lo hacía, el dinero de los Metraxis sería compartido entre sus exesposas e hijastros, aunque todos habían sido ampliamente recompensados mientras su padre vivía.

Apollo no podía creer que su padre hubiera querido chantajearlo después de muerto. Y, sin embargo, ¿no estaba siendo efectivo ese chantaje? Rígido de tensión, miró las olas golpeando el acantilado. Su abuelo había comprado la isla de Nexos muchos años atrás. Desde entonces, todos los Metraxis habían sido enterrados en el pequeño cementerio de la isla. Y también su madre, que había muerto cuando él nació.

Aquella isla era su hogar, el único hogar que había conocido, y no podía soportar la idea de decirle adiós. Tal vez estaba más apegado al apellido y las propiedades familiares de lo que creía.

Había luchado contra la idea del matrimonio, riéndose de la institución y burlándose de los intentos de su padre de recrear una familia normal. Había jurado que nunca tendría un hijo porque de niño había sufrido mucho y estaba convencido de que someter a un niño a lo que él había tenido que soportar era un pecado. Sin embargo, su padre parecía estar intentando ponerlo a prueba…

Porque la verdad era que Apollo no podía soportar la idea de perder un mundo que siempre había sido suyo, aunque sabía que retenerlo sería una lucha terrible. Una lucha contra sus inclinaciones y su innato amor por la libertad, una lucha contra ser forzado a vivir con una mujer a la que no quería, acostarse con ella y a tener un hijo que no deseaba.

Por desgracia, Vito tenía razón: debía contratar a una mujer que estuviera dispuesta a casarse solo por dinero. ¿Pero cómo iba a confiar en que tal mujer no contase el secreto a los medios de comunicación? Necesitaría controlarla, tener algún tipo de poder sobre ella. Debía ser una mujer que lo necesitase tanto como la necesitaba él y que tuviera una buena razón para respetar las reglas que impusiera.

Aunque nunca antes hubiera considerado esa posibilidad, necesitaba a una mujer como Pixie Robinson. Podría pagar las deudas de su hermano para presionarla, pensó, asegurándose de que mantuviese la boca cerrada y le diera exactamente lo que necesitaba para retener el imperio familiar. ¿Cómo iba a encontrar a otra mujer en su situación?

Si confiase en las mujeres podría haber sido menos receloso, pero después de seis madrastras e incontables amantes jamás había confiado en una mujer.

Su primera madrastra lo había enviado a un internado a los cuatro años, la segunda le pegaba, la tercera lo había seducido, su cuarta madrastra había hecho que sacrificaran a su querido perro, la quinta había intentado endosarle a su padre el hijo de otro hombre…

Aparte de las innumerables mujeres con las que se había acostado en su vida, todas hermosas buscavidas que querían sacar el mayor rendimiento posible durante sus breves aventuras con él. Nunca había conocido otro tipo de mujer, no podía creer que existiera.

Pero Holly era diferente, tuvo que reconocer a regañadientes. Holly adoraba a Vito y a Angelo, su hijo, de modo que había otra categoría: mujeres que amaban de verdad. Aunque él no buscaría una de esas. El amor lo atraparía, lo inhibiría y sofocaría. De nuevo, Apollo sintió un escalofrío. La vida era demasiado corta como para cometer ese error, pero necesitaba una esposa. Tendría que ser una a la que pudiese controlar, claro. Pensó en Pixie de nuevo. Pixie y su débil e irresponsable hermano con problemas económicos. Tenía que ser tonta para destruir su vida haciéndose cargo de los problemas de otro. ¿Por qué hacía eso? Él nunca había tenido hermanos, de modo que no entendía ese sacrificio. ¿Pero hasta dónde estaría Pixie dispuesta a llegar para salvar la piel de su hermano?

Le divertía saber más que Holly sobre los problemas de su amiga. Y le divertía aún más que Holly le hubiera asegurado que su amiga lo detestaba. Tenía que ser ciega. O quizá no había notado que, a pesar de su expresión retadora, Pixie no había dejado de mirarlo durante la boda.

Apollo esbozó una sonrisa que suavizó la dura línea de sus anchos y sensuales labios. Tal vez debería volver a ver a la diminuta rubia y decidir si podría servirle de algo.

Al fin y al cabo, no tenía nada que perder.