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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Pamela Toth

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Las raíces del pasado, n.º 10 - octubre 2017

Título original: Her Sister’s Secret Life

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Este título fue publicado originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-545-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

A STEVE Lindstrom le gustaba llegar a la obra antes que el resto de su equipo. Esa primera y solitaria media hora le permitía echar un vistazo sin que nadie lo asaltara con preguntas sobre especificaciones de construcción o entrega de materiales. Saboreaba el progreso de algo nacido gracias a su visión, su inversión y, en gran medida, el sudor de su frente.

De pie junto a su camioneta, bebía su café contemplando los últimos vestigios de un amanecer rosa y dorado desvanecerse tras los picos de las montañas Cascade, al este. La construcción era un riesgo, pero un mercado receptivo y su creciente reputación le habían permitido comprar ese terreno de impresionantes vistas. Ante él se elevaba el esqueleto de la que se estaba convirtiendo en su casa más espectacular, así como su mayor riesgo financiero. Cerca había otra, igualmente lujosa y casi terminada.

Desde que Steve había empezado a trabajar en la construcción durante las vacaciones de verano, el trabajo siempre le había proporcionado una satisfacción similar a la de marcar un gol, o sacar matrícula en un examen difícil. Y se había convertido en el jefe. La gestión, las decisiones y los dolores de cabeza relacionados con Construcciones Lindstrom le correspondían a él.

Una brisa ligera, cargada de sal y sol, llegaba desde la ensenada Admiralty Inlet; unos cuantos veleros surcaban el oleaje. Un águila sobrevoló un grupo de abetos cercano. Su cabeza blanca destacaba en el cielo azul y la envergadura de sus alas era digna de admiración. Una sensación de paz se asentó sobre la explanada, la sinuosa carretera y los dos edificios.

Steve dejó la taza de café a un lado, agarró su portapapeles y consultó las fechas de entrega y de los subcontratistas. No era fácil ocuparse de dos proyectos a la vez. Un retraso de los proveedores o un problema de instalación y su planificación se derrumbaría como una hilera de fichas de dominó.

Desde que había oído que Lily Mayfield estaba de vuelta en la ciudad, su concentración se había ido al garete, justo cuando más la necesitaba. La posibilidad de encontrarse con ella le irritaba como un dolor de muelas. A lo largo de los años, sus recuerdos de Lily habían empezado a difuminarse, pero la idea de volver a perderse en sus ojos azul cielo y embriagarse con su perfume había vuelto a dominar su mente.

Apartó una piedra de una patada para que nadie tropezase con ella, deseando tener alguna excusa para agarrar un martillo y destrozar algo, en vez de tener que quedar bien con el arquitecto y tranquilizar al banquero.

Estaba echándole un vistazo a la estructura del garaje para tres coches que habían levantado el día anterior, cuando oyó un motor. Alzó la cabeza; la furgoneta de su amigo Wade Garret se acercaba por el camino lentamente, para no levantar demasiado polvo. Wade se alojaba en casa de Steve, pero el día anterior no había ido a dormir.

Steve lo observó aparcar y bajar del vehículo. Wade era tan alto como él, pero más delgado. Vestía vaqueros, camiseta y una gorra de béisbol sobre el pelo oscuro. La sonrisa de su rostro era la propia de un hombre que acababa de salir de la cama, tras una noche de sexo glorioso.

Steve sintió un pinchazo de envidia. Le costaba recordar cuánto hacía que no disfrutaba de una noche de sexo, y menos aún glorioso.

–No te esperaba hoy –le dijo, cuando Wade llegó a su lado.

Wade trabajaba para él a tiempo parcial, pero llevaba un tiempo hablando de volver a su antigua profesión de corredor de bolsa.

–Hoy no trabajo, amigo. Estoy de celebración –Wade le dio una palmada entusiasta en la espalda–. Si no fuera tan temprano, te invitaría a una cerveza.

–¿Te ha tocado la lotería, o has estado con una chica de lujo? –farfulló Steve, escrutándolo.

Conocía a Wade desde hacía algunos meses y nunca lo había visto tan animado. De hecho, había estado más bien decaído desde que rompió con su novia, Pauline Mayfield, que además era la hermana mayor de Lily.

–Eh, amigo, estoy contento por algo mucho mejor que el dinero –contestó Wade con una sonrisa–. Mucho mejor.

–Te has liado con alguien –adivinó Steve, apoyando el hombro en una columna–. ¿Quién es la afortunada?

–No es lo que piensas –Wade movió la cabeza–. Pero quería que fueras el primero en enterarte.

–Los chicos llegarán enseguida, así que será mejor que lo sueltes de una vez. ¿Qué pasa?

Wade tenía el rostro encarnado y casi saltaba de excitación.

–Pauline y yo estamos juntos otra vez –dio un grito salvaje y tiró su gorra al aire–. Vamos a casarnos.

–¡Felicidades! –exclamó Steve, alegrándose por los dos. Dio un fuerte abrazo a Wade y le dio una palmada en la espalda antes de soltarlo.

No le extrañaba que Wade estuviera tan feliz. Llevaba loco por Pauline desde que ella le alquiló el apartamento que había encima de su casa.

Habría sido muy egoísta por parte de Steve desear que Wade se hubiera enamorado de otra, solo porque él había tenido una relación con Lily. Y más ahora que ella estaba de vuelta en la ciudad con un hijo de doce años del que él no sabía nada; un niño que, según se rumoreaba, se parecía mucho a Steve.

–Cielos –exclamó–, no me extraña que sonrías como un bobo. Te casas con un buen partido, no hay duda.

–Desde luego que sí –afirmó Wade. Se oyó una motocicleta; los trabajadores empezaban a llegar.

–Hora de empezar a trabajar –dijo Steve–, pero esta noche pagaré la primera ronda en el Crab Pot. Lleva a Pauline, para que pueda decirle lo mal que ha elegido.

–Se lo diré, a ver qué le parece –contestó Wade, sonando como si ya estuviera casado.

Carlos llegó montando su Harley, seguido por George en su furgoneta color rojo desvaído.

–Tengo que pedirte un favor –le dijo Wade a Steve, mientras los hombres descargaban sus herramientas–. ¿Podrías ser mi padrino de boda? Será a finales de septiembre, y muy sencilla –se aclaró la garganta–. Sé que es mucho pedir…

Steve supuso que Wade había notado su reacción cuando oyó la voz de Lily en el contestador automático; le había dejado un mensaje a Wade. Lo había pillado por sorpresa.

«Esta es la oportunidad de demostrar que ella no es más que un mal recuerdo», susurró una voz en la cabeza de Steve. Dado que las hermanas habían solucionado sus diferencias, sin duda Lily tomaría parte en la boda y en la vida de Pauline; pero no iba a permitir que la presencia de Lily le asustara.

–No digas bobadas –rezongó Steve, aunque notaba un cosquilleo en el estómago–. Es un honor que me lo hayas pedido, ¿está claro?

–Gracias, amigo –el ceño preocupado de Wade desapareció.

–Eh, Frisco, ¿trabajas hoy? –gritó Carlos, utilizando el mote que le había puesto a Wade–. Eso significa que yo puedo hacer el vago, ¿no, jefe?

–Incorrecto –contestó Steve–. Este tiene mejores cosas que hacer que clavar clavos –se volvió hacia su amigo–. Buen trabajo. Has conseguido a una mujer fantástica.

Steve no iba a preocuparse de nada más. Se apañaría. Lily era parte de su pasado y seguiría siéndolo.

 

 

Lily Mayfield y su hermana estaban en la acera, delante de Hilo Singular, la tienda de labores de punto de cruz de Pauline. Ocupaba parte de la planta baja de un viejo edificio de la zona comercial histórica de Crescent Cove.

–Sigue asombrándome cuánto ha crecido esto desde que me marché –Lily miró la ajetreada calle. De las antiguas farolas colgaban cestas con flores y banderines. Trece años antes, la mitad de los locales habían estado desocupados.

–Llevas aquí tiempo suficiente para haberte acostumbrado a los cambios –contestó Pauline, mientras estudiaba el escaparate de su tienda–. ¿Creías que todo iba a quedar paralizado hasta que tú decidieses volver?

–No, claro que no –Lily miró su reloj de pulsera. Ya era casi hora de ir a recoger a su hijo, Jordan, de casa de su amigo.

–¿Qué opinas? –Pauline miró el escaparate con el ceño fruncido–. ¿Demasiado lleno?, ¿o cursi?

Lily miró los tiestos de arcilla que estaban colocados ante una verja de madera blanca. En cada tiesto, clavado como una piruleta, había un bastidor redondo, con una flor bordada.

–Está bien pensado –comentó Lily–. Si no fuera tan manazas, hasta yo compraría uno para aprender.

–Espero que tengas razón –murmuró Pauline, poco convencida, mientras jugueteaba con un mechón de pelo rubio, de un tono bastante más oscuro que el de Lily–. Ahora que van a llegar tantos autocares desde Seattle y Canadá, espero poder atraer nueva clientela.

–Tengo que ir a por Jordan –le dijo Lily–. No te olvides de dejar algún hueco en tu horario para planificar la boda. Septiembre está a la vuelta de la esquina –aconsejó, aunque era difícil pensar en el otoño ese soleado día de julio.

–Creo que una sencilla ceremonia en el jardín de atrás será fácil –Pauline se encogió de hombros–. Si llueve, entraremos en casa.

Lily casi puso los ojos en blanco por la ingenuidad de su hermana. El salón de la vieja casa victoriana era enorme, pero el mobiliario estaba bastante estropeado.

–Sencilla pero elegante –dijo Lily con una sonrisa–. No te preocupes. Te ayudaré –dos meses antes, ni en sueños se habría imaginado planificando la boda con ella; sin embargo, estaba deseándolo–. Felicidades otra vez, Paulie –abrazó a su hermana–. Wade es un hombre afortunado.

–La afortunada soy yo –Pauline movió la cabeza–. Gracias por traerme. Él vendrá a por mí luego, así que te veré en casa.

Lily rodeó el coche, aparcado allí mismo, y se sentó al volante. Arrancó y, al volver la cabeza, vio a Pauline saludando a alguien con la mano.

Cuando la enorme furgoneta blanca se puso a la altura de su coche, Lily la miró con curiosidad. Unas gafas de sol ocultaban el rostro del conductor y una gorra de béisbol escondía en parte el pelo revuelto y dorado por el sol; pero reconoció la sonrisa de inmediato.

A pesar del tiempo transcurrido.

Por un instante, sus miradas parecieron encontrarse, a pesar de las gafas oscuras. Ella aferró el volante y desvió la mirada, clavándola en la puerta de la furgoneta.

Construcciones Lindstrom, rezaba el cartel.

Alzó la cabeza para echarle otro vistazo, pero demasiado tarde. Él había seguido conduciendo, como si no hubiera ocurrido nada importante.

Lily había sabido que no podría vivir mucho tiempo en Crescent Cove sin encontrarse con Steve. A pesar de su desarrollo y del gran número de turistas, seguía siendo la pequeña ciudad en la que habían crecido juntos. Se había creído preparada para esa primera visión del chico que le había robado el corazón, pero se había engañado. Siempre que pensaba en verlo de nuevo, el remordimiento y la vergüenza por cómo lo había tratado le atenazaban la garganta.

Tendría que verlo pronto. Le debía al menos eso, pero no se sentía preparada.

Se preguntó si la habría reconocido. Seguramente no era para él más que un mal recuerdo. Esa idea le entristeció.

–¡Lily, cuidado! –gritó Pauline.

Lily volvió a la realidad justo a tiempo de ver que el coche que había delante de ella se había detenido para aparcar. Pisó el freno, evitando el choque por centímetros.

–Maldición –exclamó, deseando que Steve no hubiera mirado hacia atrás y captado lo que había estado a punto de hacer.

–¿Estás bien? –preguntó Pauline asomándose por la ventanilla–. ¿Has visto…?

–¡Estoy perfectamente! –saltó Lily, con tono irritado, aunque sabía que su hermana no tenía la culpa de que se hubiera portado como una idiota.

El conductor que había delante de ella cambió de opinión sobre el hueco para aparcar y le dejó vía libre. Con una sonrisa avergonzada, Lily se despidió con la mano y arrancó. Si tenía suerte, Pauline habría olvidado el incidente para cuando regresara a casa.

Por desgracia, Lily no podía hacer lo mismo. Sintiéndose igual de cobarde que a los dieciocho años, fue a recoger al niño que era su compensación por todo lo que había tenido que sufrir, y el motivo de que le debiese a Steve una explicación.

 

 

Cuando Steve vio a la atractiva rubia y captó su expresión de asombro, estuvo al borde de sufrir un infarto. Dos bloques después giró abruptamente y entró en un aparcamiento, asustando a dos peatones que estaban a punto de cruzar. Pisó el freno y apagó el motor.

La rápida ojeada no había bastado para desvelar cuánto había cambiado Lily en trece años. No sabía si el tiempo había mancillado su belleza, estampando en su rostro la misma frialdad que dominaba en su corazón. Furioso por que eso le importara, golpeó el volante con la palma de la mano y soltó una palabrota, ganándose una mirada sorprendida de un pescador que se acercaba. El hombre dio un rodeo para evitar el coche y Steve se sintió aún más estúpido.

Miró el teléfono móvil que había en el asiento de al lado; lo tentaba llamar a Wade, pero no iba a permitir que ver a Lily un instante lo convirtiese en un pelele histérico. Se comportaría como un hombre, aguantaría e iría derecho al Crab Pot, la taberna local. Después de unas cuantas jarras de cerveza, le pediría a Wade que lo llevara a casa.

La única pega del plan era que era demasiado pronto para ponerlo en práctica. Había visto a Lily cuando iba de camino al almacén de material de construcción. Resignado a posponer el deshielo, arrancó el motor y volvió la cabeza para dar marcha atrás. Una pelirroja en un descapotable amarillo tocó el claxon y lo saludó con la mano. Su sonrisa le recordó que el mundo estaba lleno de mujeres amigables. No tenía sentido desperdiciar tiempo, o cerveza, en una antigua presa que se le había escapado.

Justo cuando llegaba a su destino, recompuesto, recibió una llamada de Carlos, desde la obra.

–Sí –contestó con brusquedad, preguntándose qué podía haber pasado allí.

–Eh, jefe, ¿puedes traernos unas hamburguesas? –preguntó Carlos–. Estamos muertos de hambre.

–Depende –Steve bajó de la camioneta con el teléfono pegado a la oreja–. ¿Habéis terminado de levantar la estructura de la cocina?

 

 

Lily cruzaba lentamente la parte antigua de la ciudad por la carretera que bordeaba los muelles, escuchando el parloteo de su hijo, de camino a la casa familiar de la calle Cedar, donde estaban viviendo con Pauline.

–A Cory le han hecho un circuito en el patio –exclamó Jordan. Apenas había dejado de hablar desde que Lily lo había recogido en casa de uno de sus nuevos amigos–. Hemos estado probándolo con los monopatines.

El traslado a Crescent Cove había sido difícil al principio porque él echaba de menos Los Ángeles y aún lloraba la pérdida de su gran amigo y ángel guardián de Lily, Francis Yost. Tras crecer en la espaciosa finca de Francis, Jordan le había dejado muy claro a Lily que no quería saber nada de Crescent Cove.

Por suerte, el prometido de Pauline le había echado una mano, pasando tiempo con él hasta que conoció a chicos de su edad. La amistad de Wade y Lily había causado una mala impresión inicial a Pauline, que había encontrado a Lily en brazos de Wade cuando este la consolaba tras una pelea con su hijo. Eso había quedado resuelto.

–¿Entonces lo has pasado bien? –le dijo a Jordan–. ¿Te has acordado de darle las gracias a la madre de Cory por invitarte?

Él se levantó la gorra para pasarse la mano por el espeso cabello rubio. Necesitaba un corte de pelo.

–Ay, mamá –suspiró con cansancio–. Siempre me acuerdo de esas cosas. Me lo llevas repitiendo desde que nací –volvió a bajarse la gorra–. Apuesto a que ya me lo decías cuando aún estaba en tu tripa.

–Mi misión en la vida es domesticarte y convertirte en un ser culto –bromeó ella, girando para entrar en Cedar, una calle estrecha con muchos árboles y casas victorianas en diversos estadios de abandono.

En vez de replicar, él la miró fijamente.

–¿Es cierto que mi padre vive por aquí? –preguntó–. ¿Y que me parezco a él?

La pregunta no debería haberle sorprendido. Los niños escuchaban muchas cosas.

–¿Dónde has oído eso? –inquirió, intentando ganar tiempo mientras tomaba el camino que llevaba a la casa, Mayfield Manor. Cuando frenó delante del garaje, le sorprendió ver que le temblaban las manos.

Miró a Jordan para ver si él lo había notado.

–Ryan MacPherson se estuvo burlando de mí cuando llegó a casa de Cory, pero la madre de Cory le dijo que se marchara.

–Bien por Michelle –afirmó Lily con fervor. En el instituto, la habían elegido a ella como protagonista de una obra teatral, en vez de a la madre de Ryan, Heather. Probablemente nunca se lo había perdonado; por lo visto seguía siendo una bruja.

Sintió el impulso de ir a enfrentarse a la otra madre por cotillear delante de Ryan, pero no podía culpar a Heather por decir en voz alta lo que media ciudad pensaba.

–¿Es verdad? –persistió Jordan–. ¿Vive mi padre en esta estúpida ciudad?

Lily se libró de contestar al ver a Wade acercarse al coche.

–Hablaremos después –le dijo a Jordan, cuando Wade se inclinó y les sonrió por la ventanilla.

–¿Te importa que secuestre a tu hijo un par de horas? –le preguntó a Lily–. ¡Hola, amigo! ¿Te apetece que vayamos a hacer unas canastas?

–Tiene que comer antes –intervino ella, agradeciendo la invitación.

–He comido en casa de Cory –Jordan bajó del coche y chocó la palma de la mano con la de Wade–. ¿Puedo ir? ¿Por favor, mamá?

Era obvio que no le importaba posponer el tema de su paternidad. Lily, en silencio, se prometió ocuparse de eso pronto, en cuanto decidiera cuánto contarle antes de ir a hablar con Steve.

Menudo lío. Salía del coche cuando se dio cuenta de que ambos seguían esperando una respuesta.

–Sí, puedes ir. Llévate una botella de agua y no te olvides de bebértela.

–Lo cuidaré bien, jefa –dijo Wade, colocando una mano paternal sobre el huesudo hombro de Jordan; le guiñó un ojo por encima de la cabeza del chico.

–Eso ya lo sé –contestó ella con una sonrisa–. Gracias.

–Tengo que cambiarme de zapatos –dijo Jordan–. Vuelvo enseguida.

–¿Va todo bien? –preguntó Wade en cuanto el chico se alejó–. ¿He interrumpido algo?

Después de su hermana, Wade era la última persona en la que Lily se habría atrevido a confiar. Movió la cabeza con pesar.

–Nada que no pueda esperar, y le viene muy bien pasar tiempo contigo.

–Y para mí es un descanso –dijo Wade, siguiéndola hacia la puerta trasera de la casa.

–¿Un descanso de los planes de boda? –se burló Lily. Incluso un hombre perfecto, que era lo que Pauline consideraba a su prometido, se desmoronaba cuando había que organizar los múltiples detalles de una boda, por sencilla que fuera: invitados, invitaciones, ropa, música, comida. La lista era interminable.

–Por favor, por favor, no se lo digas a Pauline –le ofreció una sonrisa deslumbrante–. Ya se ríe bastante de mí.

–No diré palabra –prometió Lily solemne, subiendo los escalones del porche. Antes de que pudiera abrir la puerta, Wade le puso una mano en el brazo.

–Lily, espera un segundo.

Ella pensó que quería consejo respecto a algún detalle de la boda, pero tenía una expresión preocupada.

–Quería decirte que le he pedido a Steve que sea mi padrino –murmuró él–. Sé lo que hubo entre vosotros y espero que no suponga un problema para ti; nos hemos hecho muy amigos desde que llegué aquí.

Todo el mundo sabía que Steve había sido su novio formal durante dos años, hasta que ella se fue de repente. Wade también sabía que no había avisado a Steve de su marcha ni hablado con él desde entonces.

–No me preocupa –forzó una amplia sonrisa–. Él y yo somos agua pasada –le sorprendió ver que el rostro de Wade no se relajaba.

–¿Has hablado ya con él? –preguntó Wade.

–¿De qué? –Lily alzó las cejas, aparentando ignorancia.

–Sé que no es de mi incumbencia, pero… –miró hacia la casa y después a ella otra vez.

–Agradezco que te preocupes –lo cortó Lily, abriendo la puerta. No quería que Jordan los oyera–. Estoy seca. ¿Quieres una limonada?

Wade agarró una bolsa de deporte que colgaba de un gancho, en el lavadero.

–No, gracias, pero si quieres hablar… –su voz se apagó al oír a Jordan correr escalera abajo.

Lily sintió un nudo en el estómago cuando apareció en la cocina segundos después, con una vieja camiseta y pantalones cortos. Más que nada en el mundo deseaba protegerlo del dolor y la decepción, aunque sabía que era un objetivo poco realista.

–Eh, amigo, saca una para mí también –dijo Wade, cuando Jordan abrió la nevera y sacó una botella de agua. El chico se colocó la pelota de baloncesto bajo el brazo y obedeció.

–Hasta luego, mamá –dijo, pasando junto a Lily.

A ella le asombró cuánto había crecido en los últimos meses. Antes de que se diera cuenta, sería un adulto. Sin remordimiento alguno, se negó a pensar en los años que su padre se había perdido.

–El chico merece saber la verdad –le dijo Wade con voz seria, antes de salir tras Jordan.

–No sabes lo que pides –musitó Lily, cuando Wade cerró la puerta.

No sabía si Jordan soportaría la verdad. Ni si la soportaría alguno de ellos.