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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Elizabeth Power

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Oscuro juego de seducción, n.º 2453 - marzo 2016

Título original: Back in the Lion’s Den

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7661-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

AnteS de llegar, ya se podía escuchar la música que provenía de la clase de fitness. Su ritmo marcado y fuerte resonaba por todo el pasillo.

A los lados, a través de las paredes de cristal, podía ver a los entusiastas clientes del centro deportivo ejercitando los músculos. Sabía que, vestido con un traje de chaqueta oscuro, desentonaba un poco. Dos mujeres que estaban jugando al squash pararon un momento y se le quedaron mirando.

Era un hombre alto y musculoso, de cabello moreno y lustroso, y estaba acostumbrado a llamar la atención del sexo opuesto. Normalmente, les hubiera dedicado un par de miradas a sus admiradoras, pero ese día, Conan Ryder tenía la mente en otro sitio.

Ignorándolas, continuó su camino con determinación, con los ojos verdes clavados en la puerta entreabierta de donde salía la música. Echó los hombros hacia atrás para intentar relajarse un poco, pues la adrenalina le corría por las venas como un torrente.

Luchando por mantener la compostura, apretó la mandíbula. ¡No podía consentir que nadie le hiciera sentir así! Y, menos, una mujer, en especial, una mujer como Sienna Ryder. Quería pedirle algo, eso era todo. Lo más probable era que ella se negara, por lo que una batalla verbal iba a ser inevitable para conseguir su propósito. Después, solo tenía que hacer los arreglos pertinentes y salir de allí.

–¡Muy bien, Charlene! ¡Deja que tus caderas se muevan! ¡Estupendo! ¡Dejad que fluya!

Conan oyó su voz por encima de la música mientras abría la puerta y respiró hondo para mantener la calma.

El vibrante ritmo seguía sonando cuando veinte pares de ojos se clavaron en el recién llegado. Sin embargo, él solo estaba interesado en la menuda mujer morena con unas mayas de tirantes de color rojo, que seguía dirigiendo la clase, de espaldas a él.

Tenía el pelo moreno y corto, con la nuca al descubierto, un toque masculino que solo añadía más atractivo a su feminidad. Su cuerpo exhibía las proporciones perfectas, ensalzadas por aquella ropa tan ajustada. Además, se fijó en algo nuevo que le había pasado desapercibido cuando se había casado con su hermano.

Cuando llegó detrás de ella, le recorrió la nuca con la mirada y se detuvo en la pequeña mariposa tatuada que llevaba en el hombro derecho. Una incómoda sensación de atracción lo invadió un momento, tanto que tuvo que aclararse la garganta para poder hablar.

–Siento interrumpir tu trabajo, pero no me ha quedado más remedio que venir a buscarte, ya que te muestras tan esquiva. ¿Cómo es posible ponerse en contacto contigo? ¿Con una paloma mensajera? – le espetó él, mientras su tono de voz delataba el resquemor de pasadas hostilidades–. ¿O quieres que intente hablarte por telepatía?

La mujer se dio la vuelta de golpe con los ojos azules muy abiertos.

–Hola, Conan – saludó ella con una sonrisa forzada y mirada de frío desapego–. Yo también me alegro de volver a verte – señaló con sarcasmo. Sin embargo, al instante, se puso pálida–. ¿Daisy? ¿Está bien?

Era obvio que se preocupaba por su hija, aunque no hubiera mostrado la misma consideración por su marido.

–¿Cómo voy a saberlo? – replicó él–. ¡No la veo desde hace casi tres años! – exclamó con honda censura.

Ella respiró aliviada, comprendiendo que no era posible que Conan supiera nada sobre el bienestar de su sobrina.

–Llevo días intentando hablar contigo, pero tu móvil no está disponible y, cada vez que te llamo a casa, no estás.

Sienna lo miró con perplejidad. Quizá, no había esperado que él conociera su dirección ni el teléfono de su casa.

–Hemos estado ocupadas – contestó ella, negándose a darle más explicaciones sobre su vida privada–. De todos modos, ¿por qué querías verme?

Tenso, Conan apretó la mandíbula, mientras sentía cómo las veinte mujeres que esperaban en la sala lo devoraban con la mirada, como si no hubieran visto a un hombre jamás en la vida.

–¿Podemos hablar en otra parte? – pidió él.

Sienna hizo una seña a sus alumnas para que continuaran y, luego, le hizo al visitante inesperado un gesto con la cabeza hacia la puerta abierta.

Cuando pasó delante de él, Conan captó la frescura de su piel, se fijó en el contoneo de sus esbeltas caderas y sus glúteos firmes embutidos en aquellos leotardos ajustados, su fina cintura, la cabeza alta y orgullosa como la de una bailarina.

–¿Qué quieres? – preguntó ella, girándose hacia él.

Conan Ryder estaba invadiendo su terreno y Sienna no pudo evitar ponerse a la defensiva. El medio hermano de su difunto marido estaba guapo y tan serio como lo recordaba. Era la imagen perfecta de un millonario.

Sin embargo, él tenía razón. Habían pasado tres años desde que ella había huido de Surrey a su pueblo natal a las afueras de Londres, cargada con un bebé de dieciocho meses, con el único objetivo de escapar a las crueles acusaciones que le habían hecho. Habían pasado tres años desde el trágico accidente de Niall que la había dejado viuda y a su hija, huérfana.

Por la actitud despreciativa de Conan, estaba claro que su opinión de ella no había cambiado. Allí, a solas con él, se sentía menos segura de sí misma y volvía a ser la joven dependiente que no había sabido cómo defenderse de sus acometidas verbales. No había sabido cómo explicar sus acciones, ni por qué había mentido. No había sabido cómo redimir su culpa sin tener que desnudarle su alma, por eso, se había ido.

–¿Por qué diablos querías verme? – inquirió ella de nuevo, en un murmullo, tratando de ignorar el amargo dolor que la invadía.

–A ti, no – repuso él con gesto impasible–. A Daisy. He venido para insistir en que Daisy vuelva conmigo.

¿Qué?, se dijo ella con el estómago encogido. «Haría cualquier cosa por mantener a Daisy lejos de ti», quiso decirle, presa del pánico. Sin embargo, hizo todo lo posible por ocultar su ansiedad.

–¿Contigo?

–Es la hija de mi hermano – le recordó él con antipatía–. Tiene una abuela que quiere verla.

–También tiene una madre que no es lo bastante buena para ninguno de vosotros, ¿recuerdas? – le espetó ella, alzando la voz.

Conan clavó en ella sus ojos verdes. Tenía los rasgos fuertes y angulosos, una sombra de barba pintaba su mandíbula.

–Bien – dijo él, apretando los labios–. Sé que he hemos tenido nuestras diferencias.

–¿Nuestras diferencias? – repitió ella, a punto de reírse en su cara–. ¿Así lo llamas tú? Me acusasteis de ser una mala madre y una esposa infiel.

–Sí, bueno… – repuso él.

A pesar de su mirada severa y desaprobadora, no parecía dispuesto a discutir sobre sus acusaciones.

–De todas maneras, eso no te da derecho a privar a Daisy de su familia.

–¡Tengo todo el derecho! – exclamó ella, levantando la cabeza, sonrojada. Se sentía en inferioridad de condiciones por ir vestida solo con unas mallas, ante la penetrante mirada de un hombre tan viril y poderoso–. Niall era toda la familia que mi hija tenía. ¡A Niall y a mí!

–Niall era mi hermano.

–Sí, bueno… ¡fue una pena que no lo recordaras cuando estuvo vivo!

Sienna había tocado un punto débil. Lo comprendió al ver cómo él apretaba la mandíbula y se le oscurecían los ojos. Quizá, se arrepentía de no haberle brindado ayuda económica a su hermano cuando se lo había pedido. Sin embargo, respondió con letal frialdad.

–¿Todavía quieres aguijonearme con eso?

Algo le advirtió a Sienna que era mejor no molestarlo más de lo necesario.

–No quiero hacer nada contigo, Conan Ryder.

Cuando él la recorrió con la mirada, deteniéndose un momento en sus pechos firmes y pequeños, Sienna se recordó a sí misma que era un hombre sin escrúpulos y que no le gustaba. Aun así, no pudo evitar sentir que le subía la temperatura.

–¿Acaso te lo he pedido alguna vez? – dijo él con tono burlón, remarcando el significado implícito de su pregunta.

No, no lo había hecho. Y ella nunca lo había visto más que como el hermano de su marido. Por supuesto, se había fijado en sus atributos durante los dos años que había estado casada con Niall. ¿Qué mujer podía haberlo ignorado? Era un hombre guapo, dinámico y muy rico. También era callado y misterioso, cruel e insensible. Se había fijado en él, sí, pero había amado a Niall. Lo había amado con una pasión que casi la había hecho enloquecer…

–Si lo recuerdo bien, no necesitaste mi ayuda para romper los votos de tu matrimonio – dijo él con frialdad–. Aunque estoy seguro de que habría podido tenerte solo con chasquear los dedos, incluso con tu amante en escena.

–¡No era mi amante! – gritó ella–. ¡Y te equivocas, como siempre, si crees que podría interesarme un tipo como tú! – añadió, invadida por los recuerdos de la última vez que se había enfrentado a él–. Para tu información…

Justo cuando iba a decirle que había amado a su hermano, la puerta de la clase de abrió y la música los envolvió.

Una joven salió, miró a Conan con una invitadora sonrisa y pasó delante de ellos para ir al cuarto de baño.

Para dejarla pasar, él tuvo que dar un paso hacia su interlocutora. De pronto, ella se quedó sin aire y se sintió desnuda con ese atuendo tan ligero.

Desde tan corta distancia, Sienna podía percibir la fragancia a limón de su colonia. Estaba vestido con un traje impecable que realzaba su aura de poder. Probablemente, acabara de tener una reunión de negocios con algún magnate multimillonario como él, caviló y dio un paso atrás, aturdida por su cercanía.

Su visitante inesperado arqueó una ceja, pero no hizo ningún comentario.

–Mi madre necesita ver a Daisy – prosiguió él, cuando la puerta del cuarto de baño se cerró en el pasillo–. Y yo – añadió con gesto sombrío–. Mi madre no se encuentra muy bien últimamente… – señaló, aunque se interrumpió de golpe. No quería compartir con Sienna lo preocupado que estaba por Avril Ryder. No quería suplicar–. Y creo que le sentaría bien una visita de su única nieta. No la ha visto desde hace tres años. Igual que ninguno de nosotros.

–¿Y crees que puedes venir aquí y llevarte a Daisy sin más? ¿Crees que voy a consentirlo? – replicó ella, conteniendo su pánico–. Ella no te conoce, Conan.

–¿Y quién tiene la culpa de eso?

–No te conoce – reiteró Sienna, ignorando su comentario censurador.

–¡Soy su tío, por todos los santos! Aunque tú no le has dejado conocerme. No nos has enviado fotos, ni has contactado con nosotros. ¿Sabes lo que ha sufrido Avril? ¡Es su abuela! ¿Crees que no tuvo bastante con perder a Niall?

–Me obligasteis a irme – se defendió ella–. Y parece que olvidas que… yo también perdí algo – comentó con los ojos cargados de dolor–. Perdí a mi marido. Y tuve que enfrentarme a vuestras horribles acusaciones. ¿No crees que ya me sentía lo bastante culpable por lo que le pasó? Todo el mundo me hizo responsable de que se diera al juego y a la bebida. Sé lo que pensabais de mí. A cada oportunidad, me dejabais claro que pensabais que Niall se había casado con alguien que no estaba a su altura.

–Yo nunca dije eso.

–¡No hacía falta! Lo demostrabas con cada crítica por todo lo que yo hacía o decía. ¡Tu madre no pudo ocultar su desaprobación porque Niall se casara con una camarera! Me crucificasteis de antemano, ¿verdad? Estabais decididos a hacerme la vida imposible desde el principio.

–Yo no soy responsable de lo que pensara mi madre. En cuanto a mí, solo me dejé llevar por lo que vi con mis propios ojos.

–¿Y qué viste? Además de mi supuesta infidelidad, claro.

El gesto condenatorio y cruel de Conan le daba el aspecto de un guerrero celta de otros tiempos.

–Lo sabes muy bien. Niall no sabía administrar el dinero. Vivía por encima de sus posibilidades y tú lo animabas a hacerlo.

Sienna había ignorado cuál había sido la situación de su marido. Había sido demasiado joven para reconocer los síntomas, su irritabilidad, su afición por la bebida, sus cambios de humor.

–Le has chupado la sangre hasta dejarlo seco – recordó ella con amargura–. Esas fueron las palabras que usaste conmigo, ¿verdad?

Conan no lo negó. No podía. No era la clase de hombre que se excusara con mentiras o subterfugios, como ella había hecho.

–No puedo hablar de esto ahora – señaló Sienna, mientras terminaba el último tema del disco que había dejado puesto en su clase–. Tengo que volver al trabajo – indicó y se dio media vuelta, deseando zanjar cuanto antes aquella reunión.

–Harás lo que te pido, Sienna.

Ella se giró de golpe, mirándolo con gesto desafiante.

–¿No me digas? ¿Y qué vas a hacer para obligarme? ¿Inventarás una historia sobre lo mala madre que soy y pedirás una orden judicial para que me quiten a mi hija, como me amenazaste una vez? – le espetó ella. Sin embargo, por dentro, se apoderó de ella el pánico. Si él quería, podía intentar usar su poder y su influencia para robarle a su hija.

–No he venido aquí para eso.

–No. Pretendes que te entregue a la niña sin rechistar. Pues lo siento, Conan, pero mi respuesta es no. Daisy no irá a ningún sitio sin mí. Y te aseguro que yo no voy a volver a la boca del lobo, ¡gracias!

–Creo que sí lo harás, Sienna.

–¿Y por qué estás tan seguro?

–Si tienes algo de moral, lo harás, preciosa.

–¿Como la tienes tú? – le espetó ella y levantó la barbilla, ignorando el tono paternalista de él. Acto seguido, se refugió en su clase.

 

 

Después de asegurarse de que Daisy estaba dormida, Sienna le dio un beso en la mejilla y apagó la luz de la mesilla de noche.

La pequeña tenía el pelo castaño y rizado, como su padre, pensó, mientras la arropaba.

A continuación, bajó y abrió la puerta para dejar pasar al perro, le llenó su plato de comida y comenzó a planchar la ropa. Eran rutinas habituales de cada día, aunque esa noche, le costaba recuperar la sensación de normalidad.

Haber visto a Conan de nuevo le había hecho revivir toda su infelicidad del pasado, le había obligado a reabrir heridas que había creído curadas.

Había tenido solo veinte años cuando había conocido a Niall.

Sus padres habían vendido su casa en Inglaterra para irse a vivir al extranjero, mientras Sienna había decidido quedarse sola en su país de origen. A sus padres les gustaba el sol y el mar y ella se había alegrado por ellos.

La primera vez que había visto a Niall, había sido en su trabajo de recepcionista en el gimnasio local. Él había ido a entrenar a diario. También se lo había encontrado a menudo en el bar donde, de vez en cuando, había echado unas horas extra como camarera. Enseguida, se había sentido atraída por su sentido del humor. Niall había sido ingenioso y encantador y, antes de que ella hubiera podido darse cuenta, se había enamorado de los pies a la cabeza.

Los padres de Sienna habían regresado a Inglaterra para la boda, una breve ceremonia civil después de un apasionado y fugaz noviazgo. Faith y Barry Swann y la madre de Niall, viuda, eran polos opuestos. Aunque había intentando mostrarse amistosa, había sido obvio que Avril Ryder no había aceptado a sus consuegros.

También, desde el principio, Sienna había comprendido que su suegra había pensado que había atrapado a Niall con un embarazo premeditado. Aunque ella le había demostrado su error cuando Daisy había llegado exactamente un año después de la boda.

Conan había interrumpido una importante reunión de negocios en Europa para asistir a la ceremonia y el frío beso que le había dado en la mejilla para felicitarle le había resultado a Sienna tan forzado como incómodo.

Sin embargo, Niall había mirado a su hermano mayor siempre con admiración. Y Sienna entendía por qué. Conan Ryder, a sus treinta y tres años, era la viva imagen del éxito. Dinámico, rico, sofisticado. Cuando lo había conocido, ella había comprendido a quién había intentado emular Niall, en su forma de hablar, en su imagen, incluso en el aire de compostura glacial que Conan emanaba.

Niall había trabajado como ejecutivo de ventas en la sede central de Conan, después de haber abandonado sus estudios universitarios y haber roto los sueños de su madre de convertirse en abogado, como su padre. Aun así, había sido bueno en su trabajo y había disfrutado derrochando su generosidad con su mujer, desde las ropas que le regalaba a todos los lujos posibles para su moderna casa de cuatro dormitorios, un chalet que había comprado a pocos kilómetros de la mansión de Surrey de Conan.

Lo malo había sido su afición por el juego, recordó con amargura, mientras planchaba por tercera vez una blusita de Daisy. Esa búsqueda atolondrada de emociones nuevas había sido lo que le había matado en una fiesta en Copenhague, donde todo había ido de la peor manera posible…

Atenazada por el dolor, Sienna se forzó a respirar, tratando de sofocar la angustia.