Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Kathleen Eagle. Todos los derechos reservados.

UN AMOR VALIENTE, Nº 1934 - mayo 2012

Título original: One Brave Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0130-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

EL conductor de la camioneta negra mantenía la vista fija en la gran casa blanca de dos plantas que había al final de la carretera. Era una casa vieja que necesitaba una mano de pintura. Había un cartel recién pintado en la barandilla del porche.

Oficina

Santuario de caballos salvajes Doble D

Ese era el tipo de incongruencia que automáticamente le llamaba la atención y despertaba la ira que tanto había luchado por controlar. Estaba de vuelta en los Estados Unidos, por Dios santo. En Dakota del sur. Tierra de efigies de presidentes talladas en granito y hogar de los indomables. Que algo estuviera ligeramente fuera de lugar en un sitio demasiado silencioso no significaba que Cougar tuviera que acuclillarse y prepararse para atacar como el puma al que hacía honor su nombre. Estaba allí por consejo de un soldado. Esos días sólo confiaba en la gente con la que había servido en el ejército, y la sargento Mary Tutan era de los mejores «soldados» que conocía.

Aunque ya no podía hacer valer su rango con él, lo había localizado, telefoneado y hablado como si pudiera. «¡Mueve el culo, soldado! Ve a echarle un vistazo al concurso de doma de caballos salvajes que ha organizado mi amiga Sally Drexler. Es justo lo que recomendaron los médicos de Virginia». Se había corregido, diciéndole que Sally se había casado con un indio y su nuevo nombre era Sally Caballo Nocturno. Le preguntó si conocía a Hank Caballo Nocturno o a Logan Huella de Lobo.

Como si las tierras indias fueran tan pequeñas.

Cougar no estaba interesado en la vida social de la sargento, pero le interesó que hablara de caballos. «Concurso de doma» y «premio en metálico», sonaba bastante atractivo. Llevaba demasiado tiempo alejado de los caballos. El que veía trotando por un prado, a un kilómetro de distancia, le hizo sonreír. Un bonito bayo seguido por un potro pinto. Casi podía oler su sudor en el viento caliente que azotaba la cabina de la camioneta.

Su nariz agradeció el olor a sudor equino, a grama dulce y al polvo de arcilla que levantaban las enormes ruedas de su automóvil, «tuneado» por cortesía de su hermano Eddie. Se habría apañado bien sin las ruedas. Se habría apañado sin ninguna de las sorpresas que había encontrado a su vuelta, pero no quería apañarse sin su hermano, y Eddie habría estado eternamente de morros si Cougar le hubiera echado en cara cuánto había incrementado el kilometraje del vehículo en su ausencia.

La casa parecía muy tranquila para ser la sede de lo que, según decían, era la reserva de caballos salvajes privada más grande de las dos Dakotas. A Cougar no le importaba su tamaño, siempre que fuera legítima. Últimamente se había encontrado con demasiados callejones sin salida. Ese también podría serlo en lo referente a actividad humana, pero los caballos iban materializándose uno a uno, en silencio, entre el fluir y refluir de la alta hierba. Mantenían las distancias pero observaban, conscientes de todo lo que se movía.

Igual que Cougar. Su instinto de supervivencia no era tan agudo como el de los caballos, pero superaba el de cualquier hombre, mujer, o… niño.

Cougar pisó el freno. No había visto ni oído nada, pero los ojos y los oídos eran limitados. Cougar sabía cosas. Los hombres y las mujeres se defendían solos, pero los niños eran como potrillos. Siempre vulnerables. Emitían señales y Cougar era un receptor visceral. Lo cual era una bendición. Si no hubiera sido por ese instinto, no habría hecho nada.

Y si no hubiera sido por la gorra de béisbol roja, habría pensado que estaba volviéndose loco otra vez y quizás habría pisado el acelerador. Pero la gorra roja salvó al niño y al conductor.

Y a la cabra.

El pulso de Cougar tronaba tras sus globos oculares. La cabra echó a andar y una pequeña mano se estiró hacia ella, apenas visible tras un guardabarros provisto con camuflaje de desierto.

«No se detenga por nada, sargento. Ese niño viene a por nosotros. Si baja la velocidad, nos destroza: No. Se. Detenga».

Cougar tomó aire y volvió la cabeza. Con cuidado para no chocar contra su propio remolque, metió la marcha atrás y aceleró el motor. Cuando volvió a mirar al frente, no había ninguna cabra. Vio a un niño de pelo claro, con vaqueros y boca abajo, sobre el vientre. Vio la parte delantera de su furgoneta negra. Vio un establo rojo y blanco, una carretera con escasez de gravilla y tierra. Echó el freno de mano al tiempo que abría la puerta de la furgoneta. Sus botas tocaron el suelo justo cuando el niño se apoyaba en manos y rodillas. Miró a Cougar con ojos aterrorizados, pero sin lágrimas.

«Gracias, Jesús». La sombra de Cougar cayó sobre el niño como una manta de calor.

—¿Estás bien? —preguntó, tenso.

El niño lo miró.

—No te he visto —dijo Cougar, deseando que el niño se pusiera de pie, que fuera capaz de erguirse solo—. ¿Estás herido?

El niño estiró un brazo, señaló al otro lado de la carretera y sonrió. Cougar volvió la cabeza y vio un gato gris.

—¿Eso era? —miró al niño—. ¿Un maldito gato? Durante un segundo pensé que… —empezaron a temblarle las piernas y se acuclilló—. Jesús —apoyó el codo en la rodilla y la cabeza en la mano. El corazón le golpeteaba contra las costillas. No se atrevía a mirar al niño a los ojos aún, podría asustarlo más. Ambos podrían asustarse más.

Una mano pequeña se posó en su hombro como un pajarillo. Consiguió no apartarse. Veía la gorra roja por el rabillo del ojo, sentía el viento alborotándole el pelo, olía la hierba y oía el ronroneo de la furgoneta a su espalda. Era su vehículo, no el del ejército. Aferrándose al «aquí y ahora», alzó la cabeza y echó un vistazo al niño, todo menos los ojos. Aún no se sentía capaz de mirarlo a los ojos. No estaba lo bastante fuerte.

—Ha estado cerca, ¿no? Me he llevado un susto de…

El niño no decía palabra.

Cougar se arriesgó a dar una palmadita a la mano que tenía sobre el hombro. Lo alegró comprobar que tenía el pulso firme.

—Pero estás bien, ¿no? ¿No te ha pasado nada?

No hubo respuesta. O el niño estaba mudo de terror, o era sordo.

O ciego. De un ojo, en cualquier caso. El otro ojo no se movía. Cougar volvió a mirarlo de arriba abajo, pero solo se veía sangre en una rodilla despellejada, que asomaba por un agujero de los vaqueros.

Sin decir palabra, el niño se dio la vuelta y se alejó como un pez que acabara de chocar con una pared de cristal. Cougar se puso en pie lentamente y miró el destino hacia el que corría el niño.

La puerta del establo se abrió. Allí estaba la mamá, puro sonido y agitación.

—¡Mark! —gritó.

«¡En marcha!», oyó Cougar dentro de su cabeza. Subió a la camioneta y recorrió lentamente el resto del camino. Dejó la casa atrás y siguió hacia el establo donde, al menos, podría hablar con la mujer, pequeña, delicada, bonita y, sin duda, disgustada. No parecía tener otra opción.

Aparcó e inspiró larga y profundamente, recordándose que ese día no había matado a nadie. Luego soltó el aire muy despacio, dando las gracias a cualquier poder superior que pudiera estar escuchándolo. El truco de las respiraciones largas y profundas, recomendado por el médico, parecía estar funcionando.

—¿Está bien el niño? —preguntó Cougar bajando de la camioneta. Cerró la puerta.

La mujer tomó el rostro del niño en las manos, buscando daños. Cougar observó el movimiento de su cabello, recogido en una cola de caballo, mientras examinaba al niño. Osciló de un hombro al otro cuando ella clavó sus enormes, brillantes y bellos ojos marrones en Cougar.

—¿Qué ha ocurrido?

—Lo que él haya dicho —deseó tener una respuesta mejor para complacer a esos increíbles ojos—. Aún no estoy seguro.

—No me ha dicho nada. No habla.

Cougar miró al niño, que parecía estar evaluándolo.

—Así que no era que no quisieras contestarme. Te marchaste antes de que pudiera decirte que… —le ofreció la mano—. Lo siento. No te vi.

—¿Qué ha ocurrido? —insistió la mujer.

—Diría que surgió de la nada, pero sonaría a excusa. Solo sé que pisé el freno, y… —movió la cabeza—. Luego vi la gorra, después una mano y pensé que había… —miró al niño y se le hizo un nudo en el estómago— atropellado a alguien.

—¿Paraste antes de ver nada?

—Sí. Bueno, yo… —decidió decirle la verdad, como él la recordaba—. Tuve una sensación. Es difícil de explicar. Supongo que estaba admirando el paisaje —se ajustó el Stetson marrón, nuevo, y desplazó algo de gravilla con las botas—. No lo vi. No toqué el claxon ni nada.

—Yo estaba… —ella señaló la puerta que había dejado abierta—. Oh, Dios, no estaba prestando atención. Le dejé escap… —sacudió la cabeza—. Yo escapé. Un minuto. Más de un minuto —atrajo la cabeza del niño hacia su cuerpo, apoyándola entre sus senos. Él le dio un abrazo rápido y luego se escabulló—. Oh Markie-B, creí que estabas jugando con los gatitos —dijo ella, con los brazos vacíos.

—Creo que la mamá se fue. Él la perseguía —Cougar buscó la mirada del niño—. ¿Verdad, Mark? Solo intentabas traer a mamá gata de vuelta con sus bebés.

—¿Ha estado cerca? —preguntó la mujer, con un hilo de voz.

—Debe de haber tropezado. Estaba de bruces en el suelo. Tiene un agujero en los vaqueros —se volvió hacia la mujer—. ¿Tampoco oye?

—No que sepamos —negó con la cabeza.

—¿No hay pruebas para comprobarlo? —Cougar pensó que se estaba metiendo en lo que no le importaba.

—Sí, claro. Pruebas. Todo tipo de pruebas —le ofreció la mano—. Soy Celia Banyon. Mi hijo, Mark, es un misterio. No sabemos qué le ocurre.

—Sí, estuvo cerca —admitió él. Desvió la mirada—. Muy cerca.

—Estoy… —ella se aclaró la garganta y dio un paso atrás, liberando su mano—. ¿Vienes a ver a Sally?

Cougar recordó que estaba allí con una misión que no tenía nada que ver con el niño.

—Vengo por el concurso de doma. Soy Cougar.

—¿Eso es nombre o apellido?

—Es todo. Nada supera a Cougar —sonrió y miró hacia la casa—. ¿Está aquí?

—No, hoy solo estamos Mark y yo. Los demás están en el campo u ocupados con otras cosas. ¿Eres domador?

—He domado a mis propios caballos, sí. Alguien me habló de este concurso, así que vine a echar un vistazo y ver si puedo participar.

–«Concurso de Doma de Caballos Salvajes de Sally Mustang». No estoy involucrada. Mark y yo somos voluntarios en el santuario —tocó el hombro del niño, que la miró—. Ayudamos a Sally con los caballos, ¿verdad, Mark? —volvió a centrar su atención en Cougar—. Sally y su marido tenían una cita. Los demás están trabajando. Puedo traerte un folleto informativo de la oficina —miró al niño—. De todas formas, tenemos que entrar a curarte la rodilla, ¿eh?

Mark estaba mirando a Cougar, que se sentía obligado a mantener el contacto ocular, dadas las aparentes carencias sensoriales del niño.

—¿Dónde estaba? —preguntó Celia—. No puede haber sido lejos. Estaba conmigo y, de repente…

—Es bastante rápido.

—Lo sé —suspiró ella—. Vaya si lo sé.

—Volveré más tarde —Cougar retrocedió. Los problemas de la mujer no eran asunto suyo. El niño estaba bien.

—Si quieres dejar tu número para Sally…

—La llamaré después. Creo que volveré a Sinte y me quedaré unos días.

—Se lo diré a Sally —al ver que se iba, añadió—: ¿De dónde eres?

—Wyoming. De la zona del río Wind.

—Pues es un viaje —atrajo al niño—. La próxima vez…

—Sí —Cougar le guiñó un ojo a Mark—. Tendremos cuidado. No volveremos a tropezar.

Ya en la carretera, Cougar vio a la gata gris. Estaba sentada exactamente en el mismo lugar, como si esperase que alguien la recogiera. Detuvo el coche y la recogió. La gata no puso ninguna objeción. No sin dificultad, hizo girar la furgoneta y el remolque y volvió a la finca.

Celia, en el umbral, se puso la mano a modo de visera, y lo contempló con aire intranquilo. Tal vez pensara que pretendía causar problemas.

—He encontrado a la gata —dijo él, bajando con el animal sujeto contra el pecho—. He pensado que podría servirle de consuelo a Mark.

—Gracias —no estiró los brazos hacia la gata y él no se la ofreció.

Tenía el rostro ceniciento y Cougar pensó que se debía a los efectos retrasados del shock.

—Habría vuelto sola —dijo Celia, poniendo rumbo hacia el establo.

La gata empezó a ronronear. A él le gustó la sensación junto al pecho.

—Soy como el niño —dijo él—. No quiero que se aleje demasiado de su camada.

—Mark está jugando con los gatitos. Creo que no se da cuenta de las cosas. No he conseguido hacerle entender que debe… que no puede…

Cougar se acuclilló junto al niño y puso a la gata en la caja forrada de periódico.

—Mira cómo le dan la bienvenida —dijo Celia.

Los gatitos, ansiosos, se engancharon a mamá en busca de su almuerzo. Mark comprobó que los siete conseguían su objetivo. No parecía ser consciente de lo que cerca que había estado del desastre; Cougar en cambio, aún sentía el amargo sabor del miedo en la boca. Deseó que el niño hubiera aprendido la lección y no volviera a cometer un error similar. Se volvió buscando los grandes y magnéticos ojos marrones de la madre del niño, pero ya no estaba allí.

Cougar se preguntó cómo podía saber que él no era un delincuente. Le había dicho que estaban los dos solos. Tal vez convendría recomendarle que fuera un poco más cautelosa…

Oyó unos suaves gemidos, de origen humano, que provenían de una habitación oscura. Se aseguró de que el niño estaba ocupado y se acercó.

—¿Celia? —el nombre se deslizó en su lengua como si llevara años diciéndolo.

—Yo… —hipó—. Estoy bien.

—Pues no suenas bien —aventuró él.

—Es que no quiero que él me vea —susurró ella.

Cougar cruzó el umbral. Era el cuarto de arreos, y la mujer estaba de pie entre las bridas. Era tan delgada y pequeña que casi la ocultaban.

—¿Cómo de cerca estuvo en realidad? —preguntó ella con voz aflautada.

—Cerca.

—No lo viste, ¿pero paraste el coche?

—Así es —Cougar no sabía cómo explicarse. Acababa de conocer a la mujer pero se sentía como si la estuviera viendo desnuda—. Algunas personas tienen ojos en la nuca. Yo tengo algo dentro de la cabeza. Algo que va más allá de los ojos y los oídos –«a veces», pensó—. No, no siempre …

—Sea lo que sea, necesito un poco.

—No siempre funciona tan bien —rio él.

—Esta vez funcionó. Mark está en su mundo y yo estoy afuera, intentando mirar adentro. Parpadeo y se aleja de mí —inspiró temblorosa—. No está herido, ¿por qué estoy lloriqueando?

—Yo aún estoy temblando. Sabemos lo que podría haber ocurrido. Mark no, y por eso no se preocupa ahora. Ya lo hacemos nosotros por él.

—Sí sabe lo que podría haber ocurrido. En algún recóndito lugar de su mente, lo sabe mejor que nosotros —tragó con tanta fuerza que Cougar casi saboreó el sabor de sus lágrimas—. Tuvo un accidente terrible.

Perdió un ojo.

—¿Un accidente de coche?

—No. Ocurrió… —calló de repente. Él supo que no iba a dar detalles—. No es la primera vez que parpadeo.

—Ni será la última. ¿Hay otro par de ojos en la familia?

—El padre de Mark y yo estamos divorciados —hizo una pausa—. Quiero lo que tú tienes. El instinto maternal no basta con un niño como Mark.

—Normalmente te diría «quédate con el mío», pero me alegro de haberlo tenido hoy.

—Yo también —se limpió los ojos con el dorso de la mano—. ¿Solo te llamas Cougar, sin más?

—Nada supera a Cougar. Significa puma, es un nombre grande.

—Un nombre enorme —salió de entre las bridas—. El ganador del concurso de doma se llevará veinte mil dólares, ¿lo sabías?

—Sí, eso dijo la sargento Tutan —la siguió afuera del cuarto de aperos—. Mary Tutan. Ella fue quien me contó lo del concurso.

—Ah, sí, Mary —su voz se animó—. Acaba de casarse.

—Pasé por su casa y conocí a su marido justo antes de venir aquí. Ella está …

–… de vuelta en Texas.

—Me dijo que ha pedido la baja. Eso me sorprendió. La sargento Tutan tenía escrito «a perpetuidad» en el rostro. Es muy buena soldado. El tío Sam la echará de menos, pero sirvió bien.

—¿Tú también? —ella lo miró de arriba abajo.

—Llevo fuera dos meses. Oficialmente —pensó que eso era como decirle que su hijo había tenido un accidente. Había mucho más que decir, pero no quería hacerlo—. Dile a Sally que estaré en casa de Logan. Volveré a contactar —se inclinó y tocó el hombro de Mark—. Es una familia muy bonita —le dijo. El niño le ofreció un gatito. Cougar le acarició la cabeza con el índice y asintió—. Son demasiado pequeños para dejar a su mamá.

—Tal vez te veamos cuando vuelvas a por el caballo —le dijo Celia—. Te dejarán elegir uno.

—Mark tal vez pueda ayudarme en eso —seguía teniendo la atención del niño, que incluso parecía entenderlo. Cougar sintió cierta conexión. Los sustos a veces tenían ese efecto. Había experimentado los suficientes para saberlo—. Seguro que conoces bien a los mustang de por aquí. Me vendrá bien tu consejo —le dijo al niño.

—Eso le gustaría —dijo Celia—. Gracias. Yo… —puso la mano en su hombro. Él se volvió y vio el corazón de la mujer en sus ojos—. Gracias.

Deseó salir de allí cuanto antes. No sabía manejar ese tipo de gratitud. No se debía a algo que hubiera hecho, si no a no haber hecho lo impensable. Como mucho era por un accidente que no había ocurrido; él necesitaba poner distancia entre la imagen de lo que podría haber sido y los rostros de las personas que tenía delante.

Al mismo tiempo, le apetecía quedarse por allí, lo que era sorprendente. E incómodo como un par de botas nuevas.

Logan Huella de Lobo vivía en una cabaña de madera en las afueras de Sinte, donde trabajaba como concejal tribal para su gente, los lakota. La madre de Cougar había sido lakota, pero él estaba enrolado con los shoshone, la tribu de su padre. Cougar había conocido a Logan la noche anterior, cuando llamó a su puerta. La sargento Mary Tutan Huella de Lobo era la única persona que tenían en común. Una mujer blanca, sorprendentemente.

O tal vez no fuera tan extraño. Las tierras indias estaban más abiertas al exterior que nunca, gracias a los casinos y a los programas educativos que ofrecían oportunidades a la gente de ambos lados de lo que, durante mucho tiempo, había sido una frontera insalvable. Pero antes de esos cambios, había estado el ejército. La gente de Cougar llevaba generaciones alistándose, cada vez en mayor número.

Cougar había sido oficial de policía del ejército, policía militar, y Mary había sido adiestradora de perros. Se habían conocido en Afganistán y, en opinión de Cougar, era la mejor adiestradora uniformada. Ella lo había visitado en el hospital de Kandahar, y le había escrito cuando lo transfirieron. Más recientemente, habían hablado por teléfono. Compartían el interés por los animales, y cuando Mary le había mencionado el concurso de doma de caballos, había captado toda su atención. Había plantado la semilla de una idea que consiguió sacarlo de la reclusión que había buscado desde su salida del hospital de veteranos.

A Cougar lo alegró ver la furgoneta de Logan aparcada ante la casa. Aunque Cougar remolcaba su hogar tras él, Logan Huella de Lobo era un hombre que hacía que se sintiera como en casa. Camarada indio, camarada vaquero y esposo de una soldado camarada suya. Logan abrió la puerta antes de que los nudillos de Cougar tocaran la madera.

—¿Te has apuntado? —preguntó Logan, ofreciéndole una taza de café como bienvenida.

—Aún no —Cougar se sentó en la silla que Logan le ofreció con un gesto—. La jefa no estaba.

—¿No había nadie allí? —preguntó Logan, como si eso fuera difícil de creer.

—Una mujer. Dijo que era voluntaria. Y su hijo —Cougar tomó un sorbo del café, espeso como alquitrán. Cerró los ojos e inspiró con fuerza—. Estuve a punto de atropellar al niño.

Cougar revivió mentalmente las imágenes. Eran rápidas, como las de una vieja película muda, hasta que llegaba a la mujer. Veía su rostro con toda claridad, y su voz se derramaba sobre las imágenes como lenta música de baile.

—Está bien —dijo Cougar por fin—. Salió de mitad de la nada, pero pisé el freno a tiempo. Me dio un susto mortal, y creo que yo se lo di a su madre. El niño… —movió la cabeza—. Diablos, pareció no darse cuenta. No habla, no oye y está medio ciego. No lo vi —otro sorbo de café lo reconfortó—. Se salvó por un pelo.

—Tu camioneta tiene mucha altura —Logan puso un plato de sopaipa en la mesa y se sentó frente a su invitado.

—Tengo que cambiar esas ruedas gigantes. Mi hermano utilizó la camioneta mientras yo estaba fuera, y pensó que me hacía un favor con el arreglo. Un regalo de vuelta a casa, ¿sabes?

—¿Qué tal van?

—Es como ir en tractor. De alguna manera tengo que decirle a Eddie que mis días de camioneta monstruo quedaron atrás.

—Eso será difícil. Un regalo es un regalo.

—Y la camioneta monstruo fue el sueño de un niño —Cougar alzó la taza—. Muy bueno. Sabe como el café Green Beans, uno de mis mejores recuerdos del tiempo que pasé en Oriente Medio.

—¿Mary y tú estabais en la misma unidad? —preguntó Logan con una sonrisa.

—No, pero ella trabajaba mucho con nosotros. Es una auténtica especialista. Yo soy el tipo a quien nadie invita a las fiestas.

—Pero cuando la fiesta se pone fea, el que lleva la insignia de policía militar es quien la monta bien montada.

—De eso se trata, sí. Las he montado infernales —agarró un trozo de sopaipa—. ¿Has estado allí?

—En la guerra del Golfo —Logan partió un trozo de sopaipa en dos—. Era un niño cuando fui. Regresé desesperado por volver a algo normal. Encontré a una mujer ardiente y me casé, pero ella se enfrió bien rápido. Se marchó y me dejó a sus dos hijos, que se convirtieron en los míos —dio un mordisco a la correosa masa frita—. ¿Te ha dicho Mary que vamos a tener un bebé?

—¿Ya?

—Diablos, sí. ¿Sabes otra cosa? Normal es el nombre de una ciudad que hay por ahí. ¿Quién necesita Normal teniendo Sinte, Dakota del Sur? O… Wyoming, ¿no? ¿En qué parte de Wyoming dijiste que vivías?

—Probablemente no lo dije. Ahora mismo mi hogar es donde aparco el remolque —señaló la puerta con la cabeza—. Sitio para dos caballos y cama para dos.

—¿Qué más necesita un hombre? —preguntó Logan con una sonrisa.

—No mucho —Cougar miró por la puerta que daba al porche, desde donde se veían los corrales y el establo. No eran de lujo, pero sí compactos y convenientes—. Mi hermano y yo tenemos sesenta y cuatro hectáreas de tierra al oeste del fuerte Washakie. También arrendábamos tierra de pasto, pero canceló el contrato mientras estuve fuera —alzó un hombro—. No lo culpo. Yo no estaba.

—¿Os dedicabais al ganado?

—Yo tenía caballos. Eddie tuvo que venderlos —dijo. No quería pensar en eso, así que cambió de tema—. ¿Conoces bien a la gente del Doble D?

—Conozco a Sally. Mary y ella son amigas desde hace mucho tiempo. Toda una mujer, esa Sally Caballo Nocturno. Tiene esclerosis múltiple, pero no permite que eso baje mucho su ritmo —Logan lo miró—. Muchos voluntarios van a ayudar. ¿Cómo se llama la mujer a la que conociste?

—Celia Banyon. El niño se llama Mark.

—Ah, claro. Celia es profesora —Logan sonrió—. Una mujercita muy linda.

—Bastante linda —aunque lo irritaba la sonrisa de Logan, Cougar se descubrió sonriendo también.

—Cuidado —dijo Logan—. Si se te agrieta la cara, te dolerá.

—Ay —Cougar soltó una risotada—. Maldición, eso ha escocido.

—Te sienta bien la sonrisa. Como dijiste antes, el accidente no tuvo consecuencias. Anímate, vaquero —Logan rellenó la taza de café de Cougar—. ¿Qué tipo de caballo estás buscando?

—Un poni de guerra. Uno que aguante todo el día sin quejarse. Alta resistencia.

—Sabes que es un concurso, ¿no?

—Mary dijo que se puede adiestrar al caballo para lo que uno quiera.

—Hay que entregar un caballo útil. No hay mucha necesidad de ponis de guerra hoy en día.

—Es lo que yo busco. Preparar un poni de guerra —Cougar se recostó en la silla y estiró las piernas bajo la mesa—. Participé en algunas carreras de Endurance antes de alistarme. Desde mi punto de vista, los mustang y los árabes son los mejores caballos para alta resistencia.

—¿Adiestrarías al caballo para eso?

—Si no les importa para qué adiestres al caballo, creo que sí. La Endurance es un buen deporte. Bueno para el caballo, fantástico para el jinete. Por lo que he leído, ahora es aún más popular que cuando yo lo probé. ¿Crees que me aprobaran para que adiestre a un poni de guerra?

—Creo que redondearás la lista de concursantes de Sally de maravilla —Logan sonrió—. Sobre todo ahora que yo ya no participo.

—¿Necesita un sustituto indio?

—Un indio vaquero —Logan soltó una risita—. Una raza en extinción, ¿eh? Los vaqueros ya escasean, pero los indios vaqueros…

—¿Por qué te has retirado?

—Subastarán los caballos después del concurso, y mi esposa y yo… —sonrió, claramente complacido por el título—. Decidimos que Adobe nos importaba más que ganar, así que lo adoptamos y lo retiramos del concurso.

—Encantador. El caballo está fuera de concurso. Y el propietario ya no está disponible.

—Ni el propietario, ni la propietaria.