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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Elizabeth Lane. Todos los derechos reservados.

EN EL LUGAR DE SU HERMANO, N.º 1915 - mayo 2013

Título original: In His Brother’s Place

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3062-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

 

Santa Fe, Nuevo México

 

–¿Está seguro sobre el chico… y su madre? –Jordan apretó el teléfono con fuerza.

–Es usted quien debe estar seguro, señor Cooper –la voz del investigador privado era tan átona como una grabación–. El paquete va de camino a su rancho por correo urgente, con la partida de nacimiento, historial médico, dirección de la madre y varias fotografías tomadas discretamente. Cuando lo haya visto todo, podrá sacar sus propias conclusiones. Si necesita alguna cosa más…

–No, no necesito nada más. Le enviaré una transferencia con el dinero en cuanto haya visto los documentos.

Jordan cortó la comunicación bruscamente. El paquete llegaría de Alburquerque en una hora y su intuición le decía que ese material iba a convertir su bien ordenado mundo en un caos.

Se acercó a la ventana del estudio, desde la que tenía una panorámica del rancho que llegaba hasta el horizonte. En la distancia, las montañas Sangre de Cristo, con sus ricos colores de otoño, brillaban bajo el sol de noviembre.

Aquella era tierra Cooper, lo había sido durante más de cien años.

Cuando su madre muriese, él lo heredaría todo como único superviviente de la familia. Era el último heredero Cooper… o eso habían pensado hasta hacía una semana. Pero si el informe del detective confirmaba sus sospechas…

Jordan se dio la vuelta, dejando el pensamiento a medias. No era demasiado tarde para dar marcha atrás, se recordó a sí mismo. Cuando llegase el paquete podría quemarlo sin abrirlo siquiera. Pero solo estaría destruyendo unos papeles. Nada podría borrar de su memoria a Angelina Montoya o cambiar lo que le había hecho a su familia.

Jordan miró un grupo de fotos familiares. En la más grande, dos sonrientes jóvenes mostraban a la cámara las truchas que habían pescado. Sus facciones eran tan idénticas que casi nadie podía distinguir a Jordan de su hermano mellizo, Justin.

Cuando se hicieron la fotografía tenían una relación estupenda. Tres años más tarde, Justin se había enamorado de Angie Montoya, camarera en uno de los mejores restaurantes del hotel Plaza, y su decisión de casarse con ella había dividido a la familia.

Convencidos de que Angelina era una buscavidas, Jordan y sus padres habían hecho todo lo posible para separar a la pareja, pero el resultado había sido una brecha entre Justin y él que nunca llegó a curar del todo. Y cuando volvía a casa, después de un fin de semana esquiando, para celebrar el cumpleaños de Angie, la avioneta de Justin se había estrellado en las montañas de Utah.

El dolor había llevado a su padre a la tumba y había convertido a su madre en una mujer amargada.

En cuanto a Angie Montoya… se había esfumado durante cuatro años hasta que, por casualidad, Jordan vio una fotografía en Internet que le hizo llamar al mejor investigador privado del estado de Nuevo México. Y estaba seguro de que el informe del detective confirmaría lo que sospechaba: que Angelina Montoya no solo les había robado a Justin, también les había robado al hijo de su hermano.

 

 

Alburquerque

 

–Estás trabajando mucho en ese dibujo, Lucas –Angie se levantó de la silla frente al ordenador para acercarse a su hijo–. ¿Qué estás haciendo?

El niño le mostró el dibujo: tres figuras delgadas.

–Es nuestra familia. El bajito soy yo y esta del pelo largo eres tú.

–¿Y quién es el de arriba? –anticipando la respuesta, Angie tragó saliva.

–Es papá, que está en el cielo cuidando de nosotros, como tú dijiste.

–Ah, muy bien. ¿Quieres que lo ponga en la puerta de la nevera para recordárnoslo?

–Bueno… –sujetando su obra maestra, el niño corrió a la cocina y Angie tuvo que hacer un esfuerzo para controlar la emoción.

No era fácil vivir con un recordatorio diario de Justin, pero había querido que Lucas no se sintiera huérfano y tenía una fotografía enmarcada en la mesilla del niño y un álbum de fotos en la estantería de su habitación. Los deditos de su hijo habían doblado ya las esquinas de todas las páginas…

La mayoría de las fotos mostraba a Justin y a Angie juntos o a Justin solo. No había fotografías de la familia Cooper. Después de cómo la habían tratado, no quería saber nada de ellos, especialmente de Jordan.

Fue Jordan quien, el día de su cumpleaños, había ido a decirle que Justin había muerto. No había dicho mucho más, pero su actitud dejaba bien claro lo que pensaba. Unas semanas antes, la familia Cooper le había ofrecido cincuenta mil dólares por alejarse de Justin y, si hubiera aceptado, él seguiría vivo.

Angie nunca olvidaría la amargura en esos despreciativos ojos grises.

¿Cómo podían dos hermanos mellizos ser tan diferentes? Justin había sido un hombre cariñoso, encantador, alegre y generoso. Pero cuando pensaba en Jordan solo se le ocurrían adjetivos como: frío, mercenario, esnob.

Y manipulador.

Ella lo había experimentado de primera mano.

El timbre interrumpió sus pensamientos.

–¡Voy yo! –gritó Lucas.

–¡Un momento, pequeñajo! Tú sabes que no debes abrir –Angie lo tomó en brazos para llevarlo a su cuarto.

Pagaba un alquiler razonable por el apartamento de dos dormitorios, pero el vecindario no era el mejor de la ciudad, y cuando sonaba el timbre Angie enviaba a Lucas a su habitación hasta comprobar que no había ningún peligro.

Tal vez el año siguiente, si sus diseños por Internet seguían vendiéndose, tendría dinero suficiente para alquilar una casita con jardín, pero hasta entonces…

El timbre sonó de nuevo.

Dejando a Lucas en el suelo, Angie cerró la puerta del dormitorio. No recibía muchas visitas y no estaba esperando a nadie, de modo que se acercó a la puerta con sigilo.

Jordan se puso tenso al escuchar pasos. Ver a Angie otra vez no sería agradable para ninguno de los dos. Tal vez debería haber enviado a alguien en su lugar, pensó, alguien que comprobase la situación sin hacer que Angie se pusiera en guardia.

Pero no, le esperase lo que le esperase al otro lado de la puerta, tenía que hacerlo personalmente. Tenía que hacer lo que debía por su familia, por la memoria de su hermano… incluso por Angie, si el tiempo había hecho que entrase en razón.

Jordan oyó que corría el cerrojo y contuvo el aliento mientras la puerta se abría… hasta donde daba la cadena de seguridad.

Unos ojos de color café se clavaron en él, unos ojos rodeados por largas pestañas. Jordan casi había olvidado lo preciosos que eran…

–¿Qué quieres, Jordan? –le preguntó ella, con una voz ronca y sexy que recordaba bien.

–Para empezar, me gustaría entrar un momento.

–¿Por qué?

Aparentemente, seguía siendo tan obstinada como antes.

–Para no tener que hablar desde el rellano.

–No creo que tengamos nada que decirnos.

Jordan dejó escapar un largo suspiro.

–Déjame entrar para que podamos hablar como dos personas civilizadas o me pondré a gritar. No pienso irme hasta que hayas escuchado lo que tengo que decirte –Jordan hizo una pausa, recordando que no serviría de nada amenazarla–. ¿Quién sabe? Puede que te interese lo que tengo que decir.

Esperó que ella hiciese algún comentario irónico o mordaz, pero en lugar de eso Angie cerró la puerta y él esperó, en silencio. Unos segundos después, oyó que quitaba la cadena antes de abrir del todo.

Jordan entró y miró alrededor. El salón era alegre y limpio, con las paredes recién pintadas, pero aquel sitio no era más grande que uno de los cajones de su establo. El edificio era viejo, sin alarmas o conserje, y las paredes estaban llenas de pintadas. Si aquello era lo único que Angie podía pagar, debía tener serios problemas económicos.

No había ni rastro de su hijo, pero un libro de cuentos sobre la mesita de café delataba la presencia de un niño en el apartamento. Debía haberlo metido en alguna habitación. Tal vez por eso había tardado tanto en abrir la puerta.

Angie llevaba una sencilla camiseta negra y unos vaqueros gastados que se pegaban a su cuerpo sin ser provocativamente ajustados. Iba descalza y tenía las uñas pintadas de color rosa.

Seguía siendo tan seductoramente bella como hacía cuatro años. Tuvo que hacer un esfuerzo para no recordar ese momento en el coche, el sabor de sus lágrimas, el calor de sus labios, sus sinuosas curvas apretadas contra él…

Había sido un error, uno que no había vuelto a repetirse nunca. Y había hecho todo lo posible por borrarlo de su memoria, pero olvidar a una mujer como Angie no era fácil.

Jordan se aclaró la garganta.

–¿Puedo sentarme?

Ella señaló el sofá, claramente incómoda.

No confiaba en él y era comprensible, pero tenía que hacer que lo escuchase. Tenía que solucionar aquello.

Si podía ayudar al hijo de Justin y a la mujer a la que había amado, entonces tal vez el alma de su hermano lo perdonaría… y quizá algún día Jordan podría perdonarse a sí mismo.

 

 

Jordan Cooper no había cambiado nada.

Angie estudió sus fríos ojos grises, su mandíbula cuadrada, el cabello castaño despeinado, con un remolino en la coronilla. Si sonriese se parecería a Justin, pero nunca había visto a Jordan sonreír.

Al verlo, el pulso se le había vuelto tan loco como el de un animal acorralado. Jordan tenía el rostro del hombre al que había amado, pero su corazón era de granito. Si se había molestado en localizarla, no sería para preguntar cómo le iban las cosas.

–¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.

–Por Internet. Vi tu nombre en la página que habías creado para una imprenta. Lo vi por pura casualidad, pero después sentí curiosidad y busqué tu página. Había una foto tuya trabajando frente a un ordenador… y no pude dejar de notar que no estabas sola.

A Angie se le encogió el corazón. Una vecina había hecho esa fotografía y, en el último segundo, Lucas se había acercado a la mesa, de modo que su cabecita aparecía en una esquina.

Debería haber cortado la foto por precaución. ¿Por qué no lo había hecho?

Pero esa foto no podía haber hecho que Jordan fuese a buscarla…

–Me has estado investigando, ¿verdad? –le espetó, airada.

Él apretó los labios.

–¿Dónde está el niño, Angie? ¿Dónde está Lucas?

–¡No tienes derecho a preguntar! –exclamó ella, como una tigresa defendiendo a su cachorro–. Lucas es mi hijo. ¡Mi hijo!

–Y el hijo de mi hermano. Tengo una copia de su partida de nacimiento y tú misma pusiste el nombre de Justin como el del padre… suponiendo que sea la verdad.

Algo se rompió dentro de ella.

–Lo hice por Lucas, para que supiese quién era su padre. Pero Justin… él nunca supo que estaba embarazada. Iba a decírselo cuando volviera a casa por mi cumpleaños.

–Entonces no os casasteis en secreto.

–No, claro que no. Y yo no tengo la menor intención de reclamarle nada a tu familia, así que puedes irte y dejarnos en paz.

Angie estudió el rostro de Jordan para ver si sus palabras habían hecho algún impacto, pero su expresión parecía esculpida en frío mármol.

–Podrías habérnoslo contado –dijo él entonces–. Mis padres deberían haber sabido que Justin tenía un hijo.

–¡Tus padres me odian!

–Quiero ver al niño –dijo Jordan entonces.

El corazón de Angie latía como loco. No había recibido ninguna advertencia. No había tenido tiempo para preparar a Lucas.

–No creo que… –empezó a decir.

Pero era demasiado tarde, porque en ese momento oyó que se abría la puerta del dormitorio. Evidentemente, Lucas se había cansado de esperar y había decidido ir a ver por sí mismo quién era la visita.

Angie vio, horrorizada, que el niño entraba en el salón y miraba a Jordan con los ojos como platos.

–¡Papá! –exclamó, corriendo hacia él–. ¡Papá, has vuelto!

Lo último que Jordan hubiera esperado era aquel ser diminuto lanzándose hacia él para abrazarse a sus rodillas. Y, de repente, experimentó una extraña sensación de impotencia.

Dios santo, ¿el niño creía que era Justin?

Jordan levantó la cabeza para mirar a Angie. Estaba pálida y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar:

–Tiene muchas fotografías de Justin. Le he dicho que su papá está en el cielo, pero es tan pequeño…

Con mano firme, Jordan apartó al niño para sentarlo sobre la mesa de café.

Si había tenido alguna duda sobre la paternidad de Justin, desaparecieron de inmediato. Lucas tenía la piel morena de su madre, pero aparte de eso era un Cooper: la nariz recta, el hoyito en la barbilla, el remolino de pelo en la coronilla, igual que Justin y él.

Gemelos idénticos, una copia genética el uno del otro. Aquel niño tenía que ser hijo de Justin.

Lucas lo miraba con cara de adoración, pero le temblaba el labio inferior, como si intuyera que pasaba algo. Tal vez se preguntaba por qué su padre no parecía contento de verlo.

Jordan tuvo que contener el deseo de marcharse. Él no entendía a los niños y, si era sincero del todo, no le interesaban demasiado.

–Yo no soy tu padre, Lucas. Soy tu tío Jordan, el hermano de tu padre. Nos parecíamos mucho, eso es todo. ¿Lo entiendes?

Una lágrima rodó por la mejilla del niño y cuando Jordan miró a Angie sin saber qué hacer, ella le devolvió una mirada cargada de dolor.

Desde el día que se conocieron se había preguntado a qué sabrían esos generosos labios. Y lo había descubierto… algo que lamentaría siempre.

–Ven aquí, Lucas –Angie lo apretó contra su pecho, mirando a Jordan por encima de su cabeza–. Aún no me has dicho qué haces aquí –le espetó, con tono glacial.

Jordan dejó escapar un suspiro. ¿Por dónde podía empezar? Había ensayado el discurso en el coche, mientras iba hacia allí, y aunque esas palabras le parecían arrogantes y altivas no se le ocurría nada mejor.

–Tengo una obligación hacia mi hermano. Justin hubiese querido que su hijo tuviera todas las ventajas de su posición y su apellido, un hogar del que sentirse orgulloso, una buena educación, oportunidades en la vida, todo lo que nosotros podemos darle.

–Yo puedo darle cariño, que es lo más importante –replicó Angie–. Y cuando mi negocio empiece a prosperar, también podré ofrecerle todas esas ventajas. Si crees que voy a aceptar tu dinero…

–No estoy hablando de dinero.

En los ojos de Angie vio un brillo de pánico. ¿Pensaba que quería quitarle al niño?

Al notar la angustia de su madre, Lucas hizo un puchero.

–Escúchame –se apresuró a decir Jordan–. Os estoy invitando a vivir en el rancho. Hay mucho sitio en la casa y tendrás la independencia que necesites. En cuanto a Lucas…

–Espera un momento –lo interrumpió ella.

–No he terminado. Escucha lo que tengo que decir y luego dime lo que piensas.

Suspirando, Angie apartó un poco al niño para mirarlo a los ojos.

–Cariño, vuelve a tu habitación a jugar. Si eres bueno, después haremos palomitas y veremos una película juntos.

Cuando Lucas salio del salón, Angie se volvió para mirar a Jordan.

–¿Cómo se te ha ocurrido esa idea? Tu madre apenas me dirigía la palabra cuando Justin vivía. Tenerme en su casa ahora, a pesar de Lucas, sería un desastre para todos.

Jordan negó con la cabeza.