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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Anne Oliver. Todos los derechos reservados.

BUSCO ESPOSA, N.º 1955 - diciembre 2013

Título original: Marriage in Name Only?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3908-3

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: GORAN BOGICEVIC/DREAMSTIME.COM

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

Lo único que le consolaba era ver que su muerte iba a ser espectacular.

Chloe Montgomery se aferró con fuerza a la cuerda y trató de olvidar que se encontraba suspendida a una gran altura sobre una exclusiva sala de fiestas de Melbourne. Además, llevaba un minúsculo traje de lentejuelas que no le dejaba respirar.

–Todo irá bien –le susurró el hombre que le estaba colocando el arnés de seguridad–. Confía en mí, serás la gran sensación de la noche.

No sabía cómo iba a conseguir cantar Cumpleaños Feliz cuando tenía un nudo en la garganta.

–¿Estás lista? –murmuró el hombre.

Logró asentir con la cabeza.

Lamentaba haberse metido en esa situación. Había querido demostrarle a su nueva jefa que era una persona muy válida y que iba a convertirse en alguien imprescindible en su empresa de organización de eventos. Por eso, cuando se enteraron de que la artista que habían contratado se había visto involucrada en un accidente de coche, Chloe se había ofrecido para sustituirla, aunque para ello tuviera que subirse a esa cuerda.

Si todo salía tal y como lo habían previsto, descendería hasta llegar al regazo del chico del cumpleaños y le daría entonces un beso en la mejilla. Creía que Dana iba a estarle muy agradecida y que así podría conseguir que la contratara a tiempo completo.

Se encendió de repente un gran foco que la iluminó. Oyó los murmullos de los invitados, que no tardaron en quedarse en silencio. Aunque no los veía, podía sentir que la miraban.

De repente, notó que comenzaba a descender y recordó que tenía que cantar.

Buscó en medio de la penumbra su objetivo para centrarse en él. Miró hacia la mesa que tenía justo debajo de ella. Pudo distinguir la tarta con las velas encendidas y unas cuantas copas de champán. Un hombre la miraba con una leve sonrisa. O quizás fuera una mueca de desagrado. Era difícil distinguirlos con la tenue luz de las velas, pero le parecieron unos labios muy bonitos.

«Olvídate de los labios, imagínatelo desnudo», se dijo.

Se suponía que era eso lo que tenía que hacer la gente que temía hablar en público para tranquilizarse.

Pero recordó que su esposa estaba allí, era la que había organizado la sorpresa.

Carraspeó suavemente para aclararse la garganta y se puso a cantar. Su voz sonaba algo temblorosa y desafinada, pero continuó cantando con los ojos clavados en ese hombre y tratando de no imaginárselo desnudo.

Calculó perfectamente el tiempo y terminó la canción justo cuando llegaba a la mesa. Tuvo que maniobrar un poco en el aire para asegurarse de que aterrizaba en su regazo. El cuerpo se le estremeció cuando su trasero, apenas cubierto por el sexy atuendo que llevaba, tocó el par de muslos duros como piedras.

Sintió las palmas calientes de ese hombre deslizándose hacia su cintura y agarrándola con firmeza. Le costó no gritar al notar el contacto electrizante de esas manos sobre su piel desnuda. Se sintió muy avergonzada y le pareció una situación muy inapropiada.

Levantó la barbilla y lo miró a los ojos. Eran azules y la miraban con intensidad. No pudo evitarlo, esa mirada consiguió que se estremeciera de nuevo.

Terminó la canción de cumpleaños tratando de emular a Marilyn Monroe, pero se quedó un segundo paralizada. Se le había olvidado su nombre.

Trató de recordarlo, pero no lo logró.

Se inclinó hacia él para darle un beso en la mejilla y sintió que la envolvía el masculino aroma de su piel. Antes de que pudiera reaccionar, él giró la cabeza y la besó con firmeza en los labios. No podía creerlo.

Horrorizada, se apartó para mirarlo a los ojos.

–Me temo que yo no soy el chico del cumpleaños –le explicó él entonces.

Después, se inclinó más cerca y su aliento le hizo cosquillas en la oreja.

–Pero eso ya lo sabías, ¿verdad? –agregó el hombre señalando al invitado que tenía a su izquierda–. Es a Sadiq es a quien deberías besar.

Le hablaba con un cinismo que no tenía nada que ver con el calor que transmitían sus ojos.

Sintió que le desenganchaban el arnés de seguridad y se dio cuenta de que todavía estaba sentada en su regazo. Se quedó completamente inmóvil. Se le pasó por la cabeza si habría conseguido excitarlo, pero no iba a quedarse allí para averiguarlo.

Se levantó de inmediato, aunque sus temblorosas piernas apenas podían con ella.

–Fuiste tú quien me besaste –le susurró ella al oído sin dejar de sonreír.

Le fastidiaba que ese hombre la tratara con una actitud tan desdeñosa y también estaba enfadada consigo misma por haberse equivocado.

Miró entonces al atractivo hombre de pelo negro y ojos oscuros. Parecía un príncipe árabe y los observaba a los dos como si se estuviera divirtiendo mucho con su metedura de pata.

–Sadiq, feliz cumpleaños –lo saludó ella con una sonrisa mientras se inclinaba para besarlo.

Todos los presentes aplaudieron. Le deseó una agradable velada y salió corriendo.

No podía olvidar la extraña acusación de ese hombre. Cómo se atrevía a insinuar que se había equivocado a propósito de persona para tratar de seducirlo o algo así.

No pudo evitar pensar en el acoso sexual y sintió una gran tristeza. Sabía lo complicado que era que creyeran la palabra de una empleada antes que la de un millonario poderoso. Nunca podría ganar. Le bastaba con que alguien se quejara para que Dana no dudara en despedirla.

 

 

Jordan Blackstone observó cómo se sonrojaban las bonitas mejillas de la joven rubia, tenía una agradable vista de su abundante escote mientras felicitaba a su amigo. Estaba disfrutando al verla tan incómoda, lo que no le gustaba tanto era ver que él también estaba algo desconcertado.

Por suerte, ella se había levantado antes que la cosa llegara a más. Un minuto más con su trasero encima y habría tenido un problema de verdad.

Estaba acostumbrado a que se le acercaran las mujeres, pero nunca de esa manera. También le había sorprendido cómo había respondido su cuerpo. No había esperado que su libido despertara de su estado latente tan rápidamente ni con tanta fuerza.

Vio cómo besaba la mejilla de Sadiq. Aún podía sentir su dulce y suave boca en los labios. No comprendía qué le pasaba. La mujer desapareció de repente, pero sabía que su imagen se le iba a quedar grabada en la retina mucho tiempo.

La joven le había intentado hacer creer que había sido un error inocente, pero sabía que era el tipo de mujer que siempre estaba intentando captar su atención y que tenía por objetivo en la vida hacerse con un hombre rico y poderoso.

Tomó su vaso y se terminó de un trago el agua para humedecerse la seca garganta. Sadiq sopló las velas de su tarta y la banda comenzó a tocar. La pista fue llenándose de parejas que salían a bailar. Jordan miró al techo. La cuerda fue subiendo hasta desaparecer.

–Bien. Ha sido bastante... interesante –comentó.

–No tan interesante como tu expresión cuando cayó en tu regazo, amigo. Y ese beso... ¿Quieres decirme en qué estabas pensando para hacer algo así?

–No estaba pensando –reconoció Jordan.

Era una suerte que Sadiq le hubiera prohibido la entrada a los medios de comunicación. De otro modo, lo que acababa de pasar habría terminado en la portada de las revistas del corazón.

Su amigo se le acercó al oído para que lo oyera bien a pesar de la música.

–Creo que no te habría costado nada convencerla para que se quedara. Puede que tengas suerte esta noche... –le dijo Sadiq.

–Yo me encargo de mi propia suerte –repuso sin poder quitarse de la cabeza el cuerpo esbelto y voluptuoso de la joven–. Además, no era mi tipo.

–¿Tienes un tipo de mujer preferido? –le preguntó Sadiq entre risas.

Jordan no se molestó en responder. Ciertas partes de su anatomía no estaban de acuerdo con lo que acababa de decirle a Sadiq. Era una mujer muy atractiva y recordó que eso era todo lo que buscaba en una mujer. Y también que estuviera soltera y que no quisiera nada permanente.

A su alrededor, seguía la fiesta. Se sirvió más agua y se aflojó el cuello de la camisa. Desde que esa mujer colocara su sexy trasero en su regazo, la ropa parecía haberle menguado un par de tallas. Le daba la impresión de que aún podía oler su fragancia cálida y sensual y no pudo evitar imaginársela desnuda frente a la chimenea, con la piel sonrosada tras hacer el amor.

Tampoco podía olvidar sus ojos, del color del whisky. No se le había pasado por alto lo que había visto en su mirada, una fuerte atracción que no había tardado nada en ocultar.

Pero él la había ofendido con su acusación y se dio cuenta de que quizás se hubiera pasado con ella. Recordó que no llevaba puesta ninguna alianza. No entendía cómo podía haberse fijado en ese detalle, prefería no pensar en ello.

Miró el reloj y se levantó. Desafortunadamente, la fiesta del trigésimo cumpleaños de su socio y amigo coincidía con una importante conversación telefónica.

–Me voy. Tengo una teleconferencia con Dubái dentro de una hora –le dijo Jordan.

Sadiq asintió con la cabeza.

–Buena suerte. Entonces, ¿sigue en pie la comida de mañana?

–Por supuesto –repuso mientras le daba un beso en la mejilla a la mujer de Sadiq–. Buenas noches, Zahira. Ha sido una gran fiesta. Me encantó la sorpresa.

–Es preciosa, ¿verdad? Y ha sido muy valiente al atreverse a hacerlo en el último momento.

La joven que iba a hacerlo tuvo un accidente cuando venía a la sala –le explicó ella–. Una de las empleadas de Dana se ofreció a hacerlo en su lugar.

No pudo evitar sentirse algo culpable al oírlo. La mujer no era una artista profesional, sino una chica sin experiencia que había intervenido para salvar la fiesta. Supuso que eso explicaba su error, su nerviosismo y sus pocas dotes para cantar.

Lo que Zahira acababa de decirle excusaba las acciones de la chica, pero no las de él.

–Eso es estupendo –murmuró él.

Admiraba a la gente dispuesta a arriesgarse y lamentaba haberla tratado con desdén.

–Se merece una propina por lo que ha hecho –le dijo a Zahira.

Ella le dedicó una de esas miradas femeninas que tanto le costaba descifrar.

–Le diré que ha sido idea tuya cuando se la dé, ¿de acuerdo, señor Blackstone?

Sintió un extraño hormigueo en la parte posterior del cuello.

–No es necesario, ya se lo diré yo mañana a Dana en la comida –le dijo mientras sacaba las llaves del coche del bolsillo–. Disfrutad del resto de la noche.

 

 

A excepción de su jefa, Chloe fue la última en salir del edificio esa noche. Ya eran las dos de la mañana. Se puso la cazadora de cuero y se colgó la mochila al hombro. El cielo estaba completamente cubierto y esperaba poder llegar a casa antes de que empezara a llover. Zahira había elogiado mucho su actuación y el hecho de que se ofreciera a sustituir a la cantante. Le había dado una buena propina.

La noche no había terminado nada mal. Dana le había preguntado si estaría dispuesta a trabajar para ella de forma más regular.

Chloe se puso a bailar allí mismo, en el paso de peatones.

«¡Qué noche!», se dijo.

Estaba orgullosa de haberse ofrecido y de haber tenido las agallas de intentarlo.

Lo que no podía olvidar era el beso de ese hombre. El recuerdo hizo que se estremeciera. El sabor embriagador de esos labios, la forma en la que la había sujetado sobre su regazo para que no se cayera, su masculino aroma... Todos esos factores habían conseguido derretirla unos segundos, hasta que él la había acusado de haberse equivocado a propósito.

Pero prefería no pensar más en él. Después de todo, había sido una gran noche para ella. Se puso el casco y fue hacia su moto.

Lo importante era que las cosas empezaban a irle mejor. No había sido el mejor espectáculo del mundo, pero esa noche había conseguido el doble de dinero que cualquier otro día. Llevaba solo dos semanas de vuelta en Australia y acababa de conseguir un trabajo estable con un salario razonable. Creía que así iba a tener por fin la posibilidad de volver a ahorrar el dinero que había perdido.

Se frotó los brazos, era una fría noche de invierno. No pensaba considerar la posibilidad de conectar con su familia hasta que lo consiguiera.

Escuchó de repente un pitido agudo y vio que parpadeaban las luces del coche aparcado detrás de ella. Escuchó poco después unos pasos. Se acercaba un hombre alto y fuerte.

La farola iluminó poco después su camisa y pudo distinguir los rasgos de su rostro. Tenía cejas oscuras, mandíbula firme y generosos labios...

Se quedó sin respiración al darse cuenta de quién era.

Conocía bien esos labios. Sabía cómo eran y a qué sabían. Se le aceleró el pulso al verlo cruzar el paso de peatones y abrir la puerta del coche. La miró por encima del techo mientras se metía dentro, pero con el casco en la cabeza, no la reconoció.

Decidió que no podía dejar que se fuera sin decirle lo que pensaba de él. Se acercó al coche.

–¡Espera! –exclamó golpeando la ventanilla del conductor–. ¡Abre!

–¿Está bien? –le preguntó él bajando la ventanilla–. ¿Necesita ayuda?

Ella se levantó la visera del casco para que le viera la cara. Él no tardó mucho en reconocerla.

–Estoy bien –le dijo ella sin darle tiempo a que le dijera nada más–. Bueno, no. En realidad estoy enfadada. Eres un arrogante y un grosero. No sé quién eres ni por qué creías que trataba de ligar contigo. ¿Es que eres famoso o algo así? –agregó–. No, espera. No me lo digas, no lo quiero saber –le espetó mientras volvía a bajarse el visor del casco.

Jordan no había tenido ni un segundo para abrir la boca. Se echó hacia atrás en su asiento y la miró mientras volvía a una vieja moto y se montaba en ella. La mujer era aún más pequeña de lo que le había parecido antes y estaba vestida de cuero negro de arriba abajo.

Le dio la impresión de que había conseguido afectarla más de lo que quería reconocer y que no se quitaba de la cabeza el beso que le había dado.

Eso era al menos lo que esperaba, porque él no había sido capaz de olvidar la sensación de ese cuerpo contra el suyo. Ese recuerdo había hecho que estuviera bastante distraído durante una importante conferencia telefónica y también que olvidara el abrigo en la sala. Por eso había tenido que volver a ese lugar a las dos de la mañana.

La mujer encendió la moto y se alejó por la calle en una nube de humo. Él se dio un minuto para recuperarse. Después, puso en marcha el coche y se dirigió a casa.

Unos minutos más tarde, volvió a verse tras ella en un semáforo en rojo. Podía ver su pelo rubio ondeando tras ella por debajo del casco. No sabía por qué era tan importante para él, pero quería tener la oportunidad de disculparse. Sobre todo si ella le dejaba hacerlo mientras le acariciaba ese cabello dorado de aspecto tan sedoso.

Y eso que no solían llamarle la atención las rubias. Menos aún si además tenían tanto genio. Prefería a las mujeres altas, morenas, serenas y sofisticadas. Pero no se le había pasado por alto cómo se había estremecido el cuerpo de esa mujer al sentarse en su regazo, ni lo bien que parecían encajar.

Sonrió levemente. Cualquier otra noche, le habría encantado el reto de conseguir saciar su apetito con una mujer sin nombre que además no lo conocía. Una mujer que parecía luchadora y fuerte. Tenía la sensación de que era una caja de sorpresas.

Pero la conferencia telefónica con Dubái no había ido tan bien como había esperado. Apretó con fuerza el volante. No le importaría tener algo con lo que distraerse y no pensar en ello.

De repente, sin previo aviso, la mujer se detuvo a un lado de la calzada. Él hizo lo mismo con la intención de preguntarle si estaba bien. No tardó en bajarse de la moto y quitarse el casco. El viento azotaba su pelo y vio que parecía muy enfadada.

–Veo que además eres un acosador –le dijo ella cuando llegó al coche.

–No es eso. Este es mi camino de regreso a casa.

–Sí, claro.