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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Olivia Gates

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un amor envenenado, n.º 2011 - noviembre 2014

Título original: Conveniently His Princess

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4889-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

–¿Quieres que me case con Kanza el Monstruo?

Aram Nazaryan se estremeció al oír su propia voz.

Shaheen Aal Shalaan le había hecho más de una proposición inaceptable a lo largo de su vida, pero la de ahora no podía describirse con palabras en ninguna de las cuatro lenguas que conocía.

Su mejor y único amigo se había convertido en un casamentero insoportable en los tres últimos años. Parecía como si, tras su feliz matrimonio con Johara, la hermana pequeña de Aram, no tuviera otra cosa mejor que hacer que intentar sacar a su cuñado de aquella «vida vacía» que, según él, llevaba.

Aram creía que Shaheen se había pasado por su despacho para hacerle una simple visita rutinaria, pero en los diez minutos que llevaban hablando le había sometido ya a todo un chantaje emocional.

Sin más preámbulos, había empezado pidiéndole que volviera a su hogar, en Zohayd.

Él le había contestado que Zohayd ya no era su hogar, pero Shaheen no se había dado por vencido y le había hecho una proposición difícil de rechazar. ¡Nada menos que ser ministro de economía de Zohayd!

Él se había echado a reír al principio, pensando que Shaheen estaba tomándole el pelo. Solo un zohaydiano de sangre real podría asumir ese cargo, y él era un simple americano de origen franco armenio.

Pero Shaheen no estaba bromeando. Tenía un plan. Un plan descabellado para conseguir que Aram se convirtiese en un miembro de la realeza: casarle con una princesa de Zohayd.

Antes de que él hubiera podido poner la menor objeción, su cuñado ya le había revelado la identidad de la candidata que consideraba perfecta para él. Eso fue la gota de agua que colmó el vaso.

–¿Has perdido la cabeza, Shaheen? De ninguna manera pienso casarme con ese monstruo.

–No sé de dónde has sacado esa idea. La Kanza que yo conozco no es ningún monstruo.

–Entonces hay dos Kanzas diferentes. La que yo conozco, Kanza Aal Ajmaan, la princesa de la familia real por vía materna, se ha ganado ese apodo a pulso. Y algunos otros más.

Shaheen se quedó mirándolo fijamente como si fuera un loco.

–Sólo hay una Kanza… y es encantadora.

–¿Encantadora? –exclamó Aram con ironía–. Está bien, aun admitiendo que lo sea, ¿estás en tu sano juicio para proponerme una cosa así? ¡Es solo una niña!

–¿Una niña? ¡Tiene casi treinta años!

–¿Qué…? No es posible. La última vez que la vi debía tenía poco más de dieciocho.

–Sí, pero eso fue hace más de diez años.

¿Tanto tiempo había pasado?, se preguntó Aram. La última vez que la había visto había sido en aquella fiesta fatídica, pocos días antes de que él se marchara de Zohayd.

–En todo caso, los once o doce años de diferencia que hay entre ella y yo no se han reducido con el paso del tiempo.

–¡Tonterías! Yo soy ocho años mayor que Johara. Hace diez años, vuestra diferencia de edad podría haber sido un obstáculo, pero ahora no.

–¡Oh, vamos, no puedes estar hablando en serio! Esa mujer es un monstruo, te lo digo yo.

–Y yo te aseguro que estás muy equivocado.

–La Kanza que yo conozco era una criatura adusta que hacía que la gente saliera corriendo nada más verla. De hecho, cada vez que clavaba los ojos en mí, tenía la impresión de que me hacía dos orificios en el cuerpo allí donde fijaba su mirada negra y penetrante.

–Por lo que veo, te dejó una gran impresión. Después de más de diez años, aún conservas un recuerdo muy vivo de ella, capaz de suscitarte esas reacciones tan intensas.

–¿Intensas? Intensamente desagradables, querrás decir. Ya es bastante que me estés proponiendo un matrimonio de conveniencia, pero recomendarme además a esa… criatura aterradora que me ponía los pelos de punta con solo verla…

–¿Aterradora? ¿No te parece que estás exagerando?

–Está bien, tal vez esa no sea la palabra correcta. Quizá sería mejor decir… perturbadora. No sabes el miedo que me causó verla una vez con el pelo morado, el cuerpo todo pintado de verde y las lentes de contacto de color rosa. En otra ocasión, se me apareció como un conejo albino, con el pelo blanco y los ojos colorados. Y la última vez que la vi tenía el pelo azul y llevaba un maquillaje de zombi. Fue algo realmente espeluznante.

Shaheen esbozó una sonrisa indulgente como si estuviera ante un niño pequeño.

–Y además de la rareza de su maquillaje y del color de su pelo y de sus ojos, ¿qué más cosas te desagradaban de ella?

–La forma en que solía pronunciar mi nombre. Era como si me estuviera lanzando una maldición. Siempre tuve la impresión de que anidaba dentro de ella algo así como… un duende.

–No me digas más. Creo que ella es justo lo que necesitas. Llevas más de veinte años sin sentirte vivo de verdad, como si estuvieras metido en un frigorífico. Ya es hora de que alguien te descongele.

–Debería meterme directamente en una incineradora. Sería más rápido y menos doloroso.

Shaheen miró a su cuñado y amigo compasivo, dispuesto a sacarle de la vida estéril en la que llevaba sumido tanto tiempo.

–No me mires con esa cara de lástima –añadió Aram–. Me encuentro perfectamente y me siento a gusto tal como estoy… Soy un hombre adulto y maduro.

–Johara te nota frío y distante. Y yo también. Tus padres están desesperados. Se sienten culpables de que te quedaras en Zohayd, sacrificándolo todo, para tratar de ayudarles a sacar a flote su matrimonio.

–Nadie me obligó a ello. Decidí quedarme voluntariamente con mi padre porque sabía que él no conseguiría sobrellevar solo la ruptura con mi madre.

–Y cuando finalmente se reconciliaron, tú ya habías sacrificado tus deseos y ambiciones. Desde entonces, te has encerrado en tu caparazón, observando nuestras vidas desde tu soledad.

–Fue mi decisión y nadie debe sentirse culpable por nada. Me siento a gusto con mi soledad. Agradezco tu preocupación, pero me gustaría que te ocupases de tus cosas y me dejases en paz.

–Lo haré cuando consideres seriamente mi proposición.

–No tengo nada que considerar.

–Dame una buena razón para ello. Y no cites cosas trasnochadas de Kanza de hace más de diez años.

–Está bien. Buscaremos una más actual. Ella tiene ahora… veintiocho…

–Cumplirá veintinueve dentro de unos meses.

–Y supongo que aún no se ha casado, ¿verdad? Claro. ¿Qué hombre se atrevería?

–No, no se ha casado –replicó Shaheen, con gesto huraño–. Ni siquiera está comprometida.

Aram sonrió con satisfecho.

–A su edad, según la tradición de Zohayd, debería estar ya fosilizada.

–Eso no ha sido muy amable por tu parte, Aram. Creí que eras un hombre de ideas avanzadas. Nunca pensé que discriminases a una mujer por su edad, y mucho menos que considerases eso un hándicap para el matrimonio.

–Sabes de sobra que no comparto ninguna de esas sandeces. Lo que trato de decir es que el hecho de que ningún hombre se haya acercado a ella, siendo una princesa, es una prueba evidente de que todo el mundo la ve como un bicho raro y no como un ser humano.

–Eso mismo se podría decir también de ti.

–Escúchame con atención –dijo Aram–, porque voy a decírtelo solo una vez y no voy a repetírtelo. No voy a casarme. No pienso hacerlo, ni para convertirme en ciudadano de Zohayd, ni para ser tu ministro de economía. Pero si realmente me necesitas, sabes que tanto Zohayd como tú podéis contar siempre con mis servicios.

–Si aceptases el cargo, la dedicación tendría que ser completa. Tendrías que vivir en Zohayd.

–Como sabes, tengo mi propio negocio…

–Sí, pero lo has organizado tan bien y has formado a tus colaboradores y directivos con tanta eficacia que la empresa funciona casi por sí sola. No necesitarían tu presencia física más que de vez en cuando. Esa habilidad tuya para rodearte de las personas adecuadas y conseguir sacar lo mejor de ellas es exactamente lo que necesito en Zohayd.

–Tú nunca has tenido una dedicación completa en tu trabajo –señaló Aram.

–Porque mi padre me ha estado ayudando desde su abdicación. Pero ahora está pensando en apartarse por completo de la vida pública. Incluso con su ayuda, no me ha sido nada fácil conciliar el trabajo con la familia. Y ahora que tenemos otro bebé en camino, me resultará aun más difícil. Por otra parte, Johara se está involucrando cada vez más en proyectos humanitarios que requieren también mi atención. Sinceramente, no sé cómo podré compaginar tantas actividades.

–Y, por eso, debo sacrificar mi vida para hacerte la tuya más fácil, ¿no es así?

–No tendrías que sacrificar nada. Tu negocio continuaría como siempre. Serías el mejor ministro de economía imaginable. Tendrías una posición envidiable y una familia. Algo que sé que siempre has deseado.

Sí. A los dieciocho años, ya había planeado casarse, tener media docena de hijos, conseguir un trabajo y buscar un lugar donde echar raíces fuertes y profundas.

Y, sin embargo, allí estaba, con cuarenta años, solo y desarraigado.

–Hace tiempo que decidí no casarme, ni tener una familia. Sé que la idea puede resultarte inconcebible en tu estado actual de nirvana familiar, pero no todo el mundo está hecho para la felicidad conyugal. De hecho, considerando las estadísticas de divorcios y separaciones, diría que los que están hechos para el matrimonio son una minoría. Yo no me cuento entre ella.

–Yo pensaba lo mismo que tú antes de reencontrarme con Johara. Y ahora mírame… estoy radiante de felicidad. No te estoy pidiendo que te cases mañana mismo. Solo te pido que consideres la posibilidad.

–No necesito considerar nada. Me encuentro muy a gusto tal como estoy.

–Pues por tu aspecto, cualquiera diría lo contrario.

Aram sabía que su amigo tenía razón. A pesar de lo bien que se conservaba a sus cuarenta años, era solo una sombra de lo que había sido.

–Gracias, Shaheen –replicó él con ironía–. Siempre has sido muy sincero.

–Debes aceptar las cosas como son, Aram. Y si piensas que he sido desconsiderado contigo, tendrías que haber oído lo que Amjad dijo de ti la última vez que te vio.

Amjad era el rey de Zohayd, el hermano mayor de Shaheen. El Príncipe Loco convertido en el Rey Loco, y uno de los mayores exponentes de la estupidez humana.

–Sí, estaba allí cuando dijo de mí que «parecía el residuo de un ratón que un gato hubiera cazado, masticado y vomitado». Gracias por recordarme sus palabras. No le guardo ningún rencor por ello. Pero tengo que rechazar de plano tu atractiva oferta matrimonial y laboral. Por nada del mundo, estaría dispuesto a trabajar para él.

–Trabajarás conmigo, no con él.

–No, no lo haré. Puedes estar seguro de ello.

Shaheen no pareció darse por vencido y lo intentó de nuevo.

–Sobre Kanza…

–No me hables más de ella ni de sus abominables hermanas mayores. No solo te fijaste en Kanza el Monstruo para que fuera mi pareja ideal, sino también en Maysoon, su hermanastra.

–Tenía la esperanza de que lo hubieras olvidado. Pero supongo que eso era pedir demasiado. Maysoon era un poco… temperamental.

–¿Un poco? Esa mujer era una de las Furias de la mitología. Aún no sé cómo conseguí escapar ileso de sus garras.

Ella había sido la razón por la que él había tenido que marcharse de Zohayd, abandonando a su padre y renunciando a su sueño de formar allí un hogar y una familia.

–En todo caso, Kanza es el polo opuesto.

–En eso tienes razón. Maysoon era una arpía desequilibrada, pero era una mujer deslumbrante. Mientras que Kanza era solo un esperpento.

–No comparto en absoluto tu opinión. Puede que no sea tan sofisticada como las demás mujeres de la familia, pero es más humilde y menos pretenciosa. Tal vez esas virtudes no te parezcan atractivas, pero harían de ella la esposa ideal para ti. Sería una mujer fiel y responsable. Todo lo contrario de esas a las que estás acostumbrado.

–Con esas palabras, solo estás consiguiendo que rechace tu proposición. No me gustaría aprovecharme de la solterona apocada y mojigata que me acabas de describir.

–¿Quién habla de aprovecharse de nadie? Eres uno de los solteros más codiciados del mundo. Kanza recibiría con entusiasmo la idea de ser tu esposa.

–No, Shaheen. Dejémoslo. No quiero volver a hablar de ello.

Shaheen comprendió que sería inútil insistir y que lo mejor sería continuar la conversación en otra ocasión.

Aram tomó a su amigo del brazo y lo acompañó hasta la puerta.

–Ahora vuelve a casa, Shaheen. Y dales un beso a Johara y a Gharam de mi parte.

–Está bien, Aram. Lo único que te pido es que te lo pienses bien antes de tomar una decisión definitiva.

Aram suspiró resignado. Shaheen era tenaz y perseverante.

–No te preocupes, Shaheen. Ya he tomado una decisión.

Shaheen sonrió convencido de que, a pesar de sus palabras, no estaba todo perdido.

Cuando salió, Aram cerró la puerta y se dirigió al salón. Se dejó caer en el sofá, decidido a pasar allí otra noche. Él no necesitaba «volver a casa». No tenía hogar en ninguna parte.

Miró hacia el techo, pensativo.

Tenía que reconocer que la oferta de Shaheen era tentadora. Se aseguraría el futuro para toda la vida.

Había un obstáculo: tener que casarse para convertirse en ciudadano de Zohayd.

Pero… ¿era eso realmente un obstáculo? Tal vez un matrimonio de conveniencia era justo lo que necesitaba.

Y la candidata podía ser la mujer adecuada.

Ella era de sangre real, pero no ocupaba un puesto muy alto en la jerarquía monárquica. Tampoco la fortuna de su familia podía compararse con la suya. Él era todo un multimillonario de éxito.

Tal vez la oferta de Shaheen fuera razonable. Ella le daría el estatus que él necesitaba y, a cambio, ella disfrutaría del lujo que él podía proporcionarle con su dinero. Y todo sin complicaciones sentimentales.

Residir en Zohayd, el único lugar que había sido su hogar, estar con su familia y ser ministro de economía…

Era un cuento de hadas. Un mundo de fantasía.

 

 

Shaheen no había vuelto a insistir más sobre el tema.

Él único contacto que había mantenido con Aram, en las últimas dos semanas, había sido para invitarle a la fiesta que Johara y él iban a celebrar esa noche en su suite de Nueva York. Una invitación que él había declinado.

Aram se dirigía al hotel donde se hospedaba cuando recibió una llamada. Era Johara.

–Aram, por favor, dime que no estás trabajando ni durmiendo.

Sin duda, quería hablarle de la fiesta, y él odiaba contrariar a su hermana.

Rogó al cielo que no reiterara la invitación. Sabía que le sería imposible decirle que no.

–Voy en el coche de vuelta al hotel, cariño. Supongo que estarás ya preparada para la fiesta, ¿verdad?

–Sí… ¿Has llegado ya? Si es así, no te molesto más. Buscaré otra solución.

–¿De qué me estás hablando, Johara?

–Uno de los invitados me dio un documento muy importante para que lo estudiara. Habíamos pensado analizarlo durante la fiesta, pero, por desgracia, me lo dejé en el despacho, en el edificio Shaheen, y no puedo ir ahora a por él. Por eso, me estaba preguntando si podrías ir y traérmelo… No puedo confiar a otra persona el código de acceso de mis archivos. Te prometo que no trataré de convencerte para que te quedes a la fiesta.

Aram dejó escapar un suspiro de resignación.

–Dime lo que tengo que ir a buscar.

 

 

Veinte minutos después, Aram estaba en el último piso del rascacielos del edificio Shaheen.

Se extrañó al ver abierta la puerta del despacho de Johara.

Escuchó un golpe. Se quedó inmóvil con los sentidos en alerta. Era evidente que había alguien dentro revolviendo en los archivos.

Pero no. No era posible que alguien pudiera haber accedido allí, saltándose todos los controles de seguridad. Salvo que los vigilantes lo conocieran.

Se acercó a la puerta con sigilo y se asomó por la rendija, dispuesto a enfrentarse con el presunto intruso. Pero lo que vio le dejó perplejo.

Era una mujer. Joven, menuda y esbelta. Tenía una abundante melena caoba que relucía como llamas de fuego y no parecía preocupada en absoluto de que pudieran sorprenderla hurgando en la mesa de Johara.

–¿Se puede saber lo que anda buscando?

La mujer se sobresaltó y dio un pequeño salto. Se volvió hacia él.

La miró fijamente y sintió como si el tiempo se hubiera detuviera.

La palidez del rostro de la mujer denotaba sorpresa y consternación. Con su camisa lisa negra y sus pantalones igualmente negros parecía un pequeño duende indefenso. Sintió una extraña desazón en la boca del estómago.

Pero esa sensación no fue nada comparada con la que sintió cuando ella, tras recuperarse del susto inicial, lo miró con sus fieros ojos negros que parecían taladrarle la piel.

–¿Qué te trae por el despacho de tu hermana estando ella fuera? ¿Es que nadie puede estar a salvo de los asaltos de El Pirata?