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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Michelle Celmer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Donde perteneces, n.º 2012 - noviembre 2014

Título original: Coroselli’s Accidental Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4890-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

En veintitrés años, nueve meses y dieciséis días, Lucy Bates había tomado un buen número de decisiones cuestionables. A causa de su naturaleza impulsiva, su insaciable curiosidad y una ocasional falta de sentido común, se había encontrado en más de una situación complicada. Pero su situación actual superaba con creces todo lo anterior.

«Nota: la próxima vez que tengas la brillante idea de dejar a un hombre y trasladarte al otro extremo del país con la esperanza de que él te siga, olvídalo».

Tony no solo no la había seguido, sino que se había buscado a otra. Tras pasarse un año saliendo con Lucy, y sin haber mencionado la posibilidad de llevar la relación a otro nivel, iba a casarse con una desconocida con la que no llevaba saliendo ni dos meses, y que no estaba embarazada de un hijo suyo.

Lucy sí lo estaba. El suyo era el típico caso de la pobre chica que se enamora de un hombre rico y acaba embarazada. Y aunque la verdad era más complicada, sabía que todo el mundo, Tony incluido, lo vería de aquella manera.

–Hemos llegado –anunció el taxista.

Lucy miró por la ventanilla. La mansión Caroselli estaba en uno de los barrios más antiguos y famosos de Chicago, y su inmenso tamaño hacía empequeñecer las casas vecinas, aunque un poco ostentosa para el gusto de Lucy. Los coches de lujo y los todoterrenos se alienaban en la calle, y los niños jugaban en un parque cercano. Tony le había contado que a su abuelo, el fundador del Chocolate Caroselli, le gustaba sentarse en el estudio para ver jugar a los niños. Decía que le recordaba a casa. A Italia.

Lucy pagó la carrera y se bajó del taxi. El sol brillaba con fuerza, pero el aire era frío.

Había gastado todos sus ahorros en un billete de ida y vuelta de Florida a Chicago, por lo que tendría que echar mano de su tarjeta de crédito. Y si también la agotaba, bueno, ya se le ocurriría algo, como siempre.

Pero ya no se trataba solo de ella. Tenía que empezar a pensar como una madre y anteponer su bebé a todo.

Se llevó una mano al vientre y sintió las pataditas de unos pies diminutos. Nunca se había sentido tan confusa, aterrorizada y entusiasmada en toda su vida.

Se prometió a sí misma que, si conseguía salir de aquel embrollo, nunca más volvería a actuar por impulso en toda su vida.

Y esa vez estaba decidida a cumplirlo.

–Lo tienes justo donde lo querías –le había dicho su madre–. Te ofrezca lo que te ofrezca a cambio de tu silencio, pídele el doble.

Así era su madre.

–No quiero su dinero –respondió Lucy–. No quiero nada de él. Simplemente creo que debería saberlo antes de casarse.

–¿Y no puedes llamarlo por teléfono?

–Necesito hacerlo cara a cara –se lo debía, después de cómo se había comportado ella. Tony no la quería, eso era evidente, pero el bebé también era suyo. Lucy no tenía derecho a ocultárselo.

–¿Arruinándole su fiesta de compromiso?

–No voy a arruinar nada. Hablaré con él antes de la fiesta.

Con lo que no había contado era con que su vuelo llevara dos horas de retraso, lo cual solo le dejaba un par de horas para hablar con Tony y volver al aeropuerto a tomar el avión de vuelta. La fiesta ya había comenzado, pero Lucy no tenía intención de montar una escena. Con un poco de suerte, la gente la tomaría por una invitada más. Una amiga de la novia, tal vez.

Lo único que necesitaba de Tony eran cinco minutos de su tiempo, y luego cada uno podría seguir con su vida.

Si Tony quería formar parte de la vida de su hijo, genial. Si de vez en cuando le daba un puñado de dólares para ayudarla con los gastos, le estaría eternamente agradecida. Y si no lo hacía, si no quería saber nada de ella ni del bebé, sería una amarga decepción, cierto, pero lo entendería.

Al fin y al cabo, ¿no había sido ella la que marcó los límites de su aventura? Sin obligaciones ni expectativas de ningún tipo. ¿Cómo podía esperar que Tony asumiera una responsabilidad que nunca había deseado?

–Aunque no estuviera comprometido jamás se casaría contigo, con o sin bebé –le había asegurado su madre–. Los hombres como él solo quieren una cosa de las mujeres como nosotras.

Tenía razón. Lucy se había repetido un millón de veces que Tony era demasiado bueno para ella. Si quería algo serio lo tendría con una mujer de su clase social. Y eso era exactamente lo que había hecho.

Ella y Tony pertenecían a dos mundos diferentes, y Lucy había sido una ingenua al creer que la seguiría hasta Florida y que le suplicaría que volviera con él. Lo único que podía hacer era renunciar a su orgullo y aceptar la ayuda económica de Tony, en el caso de que se la ofreciera.

«Ahora o nunca», pensó ante la imponente mansión. Subió rápidamente los escalones del porche y llamó a la puerta. Las rodillas le temblaban y el corazón amenazaba con salírsele del pecho, pero nadie respondió. Llamó de nuevo. Nada. ¿Podría ser que el tipo que le envió el correo se hubiera equivocado con la fecha de la fiesta? ¿O con el lugar?

¿Y qué mujer en su sano juicio haría caso al mensaje que le enviaba un «amigo» anónimo?

Probó a girar el pomo y descubrió que no estaba cerrado con llave. Bien, ¿y por qué no añadir el allanamiento de morada a su lista de infracciones? Abrió la puerta y se asomó al interior. No vio a nadie y entró, cerrando sin hacer ruido tras ella. El vestíbulo y el salón estaban elegantemente decorados e impolutos, pero la casa parecía desierta. ¿Dónde demonios se habían metido todos?

Estaba a punto de volver a salir cuando oyó música procedente de la parte trasera.

Pensó que tal vez podría colarse en la fiesta sin ser vista y siguió el sonido de la música a través de un comedor espectacular, decorado en tonos rojos y dorados y con una mesa lo bastante larga como para acomodar a un pequeño ejército.

La música se detuvo bruscamente y Lucy se giró. Al otro lado del comedor había un enorme salón con una chimenea de piedra, el techo altísimo y un montón de sillas alineadas a ambos lados de una alfombra…

«Dios mío».

No era una fiesta de compromiso. ¡Era una boda! Los invitados sentados en las sillas plegables tapizadas de satén, la novia con su esbelto cuello y los pómulos marcados, luciendo un vestido simple pero elegante que dejaba a la vista un par de larguísimas piernas. Era casi tan alta como Tony, que medía un metro noventa.

Y hablando de Tony…

A Lucy le dio un vuelco el corazón al verlo. Con un traje a medida y sus negros cabellos peinados hacia atrás parecía salido de la portada de la revista GQ, tan sexy como la primera vez que lo vio en el bar donde ella trabajaba. Se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos y de cuánto lo necesitaba… Ella, que hasta el año anterior nunca había necesitado a nadie.

¿Qué debía hacer? ¿Sentarse en una de las sillas vacías y esperar a que acabara la ceremonia para hablar con él? ¿O darse la vuelta, salir de allí sin que nadie la viera y llamarlo por teléfono más tarde, como su madre le había sugerido?

–¿Lucy?

Se sacudió el estupor y se dio cuenta de que Tony la estaba mirando. Y no solo él. También la novia y los invitados tenían la mirada fija en ella.

«Oh, cielos».

Permaneció inmóvil, sin saber qué hacer. Había ido a hablar con Tony, no a interrumpir su boda. Pero ya estaba allí y la boda se había interrumpido. Escapar o tratar de esconderse no era una opción. De manera que, ¿por qué no hacer lo que la había llevado hasta allí?

–Lo siento mucho –dijo, como si una disculpa tuviera algún sentido. Después de aquello sería un milagro si Tony volvía a hablarle–. No pretendía interrumpir.

–Pues lo has hecho –repuso Tony, inexpresivo. En una ocasión le había dicho que admiraba su coraje y la pasión con que defendía sus ideas, pero en aquellos momentos no parecía estar pensando en eso–. ¿Qué quieres?

–Tengo que hablar contigo en privado.

–¿Ahora? Por si no te has dado cuenta, me estoy casando.

Desde luego que se había dado cuenta. La novia los miraba a uno y a otro con el rostro pálido, como si fuera a desmayarse en cualquier momento. O quizá fuera aquel su aspecto natural. Bien mirado, tenía un notable parecido con Morticia Addams.

–¿Tony? ¿Quién es esta? –preguntó con una mueca de disgusto.

–Nadie importante –respondió él. A Lucy le dolieron sus palabras, pero se animó al pensar que muy pronto se las tragaría.

–Se trata de algo importante.

–Cualquier cosa que tengas que decirme, puedes decírmela aquí –le dijo Tony–. Delante de mi familia.

–Tony…

–Aquí –insistió él.

Lucy supo que no iba a ceder. Pues bien, si era lo que él quería…

Mantuvo la cabeza alta y se abrió la chaqueta para revelar el bulto de la barriga bajo la camiseta. Un gemido ahogado se elevó de la multitud. Lucy jamás podría olvidar aquel sonido ni la expresión de los rostros. Si la intención de Tony había sido avergonzarla o humillarla, el tiro le había salido por la culata. Era su novia la que parecía muerta de vergüenza.

–¿Es tuyo? –le preguntó a Tony, y él miró a Lucy con expresión inquisidora.

«¿Tú qué crees?», le respondió ella con la mirada.

–Alice… Lo siento, pero tengo que hablar un momento con mi… con Lucy.

–Me temo que te llevará más de un momento –dijo Alice. Se quitó el anillo del dedo y se lo tendió–. Y algo me dice que no voy a necesitar esto.

–Alice…

–Cuando accedí a casarme contigo no había ninguna amante embarazada que formara parte del trato. Vamos a dejarlo aquí, ¿de acuerdo?

¿Un trato? ¿Eso era lo que significaba el matrimonio para Alice? Parecía enojada y humillada, y sin duda querría sacarle los ojos a Lucy, pero su expresión no era la de una mujer dolida.

Tony no intentó hacerla cambiar de opinión. Obviamente sabía que era inútil. O quizá no la amara tanto como pensaba. Lucy no pudo evitar la sensación de estar haciéndole un favor, aunque dudaba que él lo viese de igual manera. Seguramente nunca podría perdonarla.

Alice intentó devolverle el anillo, pero él negó con la cabeza.

–Quédatelo. Considéralo una disculpa.

Una disculpa bastante cara, a juzgar por el tamaño del diamante.

Alice se quedó con el anillo, aceptando elegantemente su derrota, y Lucy sintió lástima por ella.

–Recogeré mis cosas.

Una mujer de la primera fila a la que Lucy reconoció como la madre de Tony se puso en pie. A pesar de calzar unos tacones de siete centímetros apenas le llegaba al hombro a la que había estado a punto de convertirse en su nuera.

–Déjame que te ayude, Alice –entrelazó el brazo con el suyo y la sacó del salón. La mirada que le lanzó a Lucy hablaba por sí sola.

«Espera a que te ponga las manos encima». Tenía más de sesenta años y no abultaba más que Lucy, sin el peso del bebé, lógicamente, pero si se parecía en algo a su hijo sería una adversaria formidable. Y después de lo que Lucy acababa de hacer, serían enemigas para siempre.

Otra estupidez de la que lamentarse. Había echado a perder la relación con la abuela de su hijo antes incluso de conocerse. En el mundo de Lucy esas cosas pasaban a menudo, pero los Caroselli eran gente refinada y sofisticada y pertenecían a otra esfera social. ¿Cómo había sido tan ingenua de creer que podía tener un futuro con Tony? Su madre tenía razón. Los hombres como él no se casaban con mujeres como ella.

En cuanto Alice abandonó el salón empezaron los susurros y los murmullos. Lucy no pudo oír lo que decían, pero podía imaginárselo.

Un hombre al que reconoció como el padre de Tony se adelantó para hablar con él y agarrarlo del brazo. Físicamente no podrían haber sido más distintos. Tony era alto y esbelto, mientras que su padre era bajo y fornido. El único rasgo que compartían era la nariz de los Caroselli.

Intercambiaron unas pocas palabras y su padre se marchó en busca de su mujer, pero no antes de lanzarle a Lucy una mirada asesina.

Lucy ya se sentía bastante mal, y nada de lo que pudieran decirle o hacerle podría empeorar la situación.

Tony se acercó a ella con una expresión inescrutable, pero tan arrebatadoramente atractivo que hacía daño mirarlo. Lucy tuvo que refrenarse para no abrazarse a él con todas sus fuerzas.

Al principio de su relación había creído estúpidamente que el rasgo más atrayente de Tony era su inaccesibilidad emocional. Naturalmente lo veía así porque ella nunca se había enamorado y creía ser inmune a la experiencia. Y cuando se dio cuenta de lo que le estaba pasando ya era demasiado tarde para evitarlo. Se había enamorado de Tony.

Él la agarró del brazo.

–Vamos.

Ella titubeó.

–¿Adónde?

–A cualquier sitio menos este –murmuró él, mirando a los invitados. Se habían reunido en pequeños grupos y observaban la escena con gran interés. Tony le había dicho un millón de veces que en su familia eran todos unos fisgones entrometidos, y ella no podría haber elegido un momento peor para soltar la bomba.

Tony la agarraba con firmeza, obligándola a acelerar el paso para seguirlo hasta el coche. Pero a Lucy no le importaba, porque al menos la estaba tocando. ¿Cómo se podía ser tan patética?

Tony la hizo subir al coche y él se sentó al volante, pero no arrancó el motor. Lucy se preparó para la inminente explosión y para que la acusara de haberle arruinado la vida. Lo último que se esperaba era que Tony se echara a reír…

 

 

Lucy lo miraba como si se hubiera vuelto loco, y seguramente estuviese en lo cierto. Había aparecido de la nada cuando él se disponía a cometer el mayor error de toda su vida. Y cuando la vio, lo único que pudo pensar fue en darle las gracias a Dios por no tener que hacerlo.

–¿Estás bien? –le preguntó ella.

Muy cuerdo no debía de estar cuando le había ofrecido un trato a Alice después de llevar apenas un mes saliendo. No se amaban, pero ella quería un hijo y él necesitaba un heredero varón. ¿Quién podría criticarlo por casarse cuando había una herencia de treinta millones de dólares en juego? Desde el primer momento sabía que era un error, pero se había consolado pensando que el matrimonio solo duraría hasta que tuvieran un hijo. Luego él y Alice se irían cada uno por su lado.

Pero cuando la Marcha nupcial empezó a sonar y vio a Alice caminando hacia él, descubrió que no solo no la amaba, sino que ni siquiera le gustaba. Aunque solo se hubieran soportado un año, hubiera sido un suplicio. Y si hubieran tenido un hijo Tony habría estado encadenado a ella el resto de su vida, con o sin divorcio.

Todo se había evitado gracias a Lucy, quien parecía tener el don de aparecer justo cuando más la necesitaba. Era como escuchar la voz de la razón cuando se comportaba como un idiota. Y últimamente, sobre todo desde que ella se marchó, había hecho más idioteces de la cuenta.

Apuntó con la barbilla hacia la barriga de Lucy.

–¿Es esta la razón por la que te marchaste?

Ella se mordió el labio y asintió.

–No lo entiendo. ¿Por qué no me lo dijiste?

Lucy evitó su mirada y retorció las manos en el regazo.