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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Kathie DeNosky

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Por un anuncio, n.º 2017 - diciembre 2014

Título original: In the Rancher’s Arms

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4894-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

–Victoria Anderson, ¿aceptas a Eli Laughlin como esposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de su vida?

El reverendo Watkins continuó hablando en tono monótono, pero Victoria no lo escuchaba. Estaba demasiado nerviosa como para concentrarse en otra cosa que no fuese el extraño guapo, moreno y robusto que tenía al lado, con el que iba a casarse en solo unos segundos.

El reverendo se aclaró la garganta y la miró expectante; ella tragó saliva y murmuró:

–Sí, quiero.

Su voz sonó sorprendentemente firme, teniendo en cuenta lo nerviosa que estaba.

El reverendo miró a su futuro marido y le hizo la misma pregunta, pero Victoria no prestó atención. Dos horas antes, Eli Laughlin era solo un hombre con el que había intercambiado varias llamadas de teléfono y varios correos electrónicos. De hecho, ni siquiera se habían molestado en intercambiarse fotografías.

Aunque eso no habría influido en su decisión de casarse. En realidad, no tenía otra opción. Era una desafortunada heredera que en esos momentos solo disponía de quinientos dólares y a la que habían amenazado de muerte en varias ocasiones.

No obstante, deseó que hubiesen hablado de sus características físicas antes. Eso habría reducido el impacto que Eli le había causado cuando había ido a recogerla al aeropuerto de Cheyenne. Victoria no sabía muy bien cómo se lo había imaginado, pero, en cualquier caso, no había estado preparada para encontrarse con un hombre así.

Si no hubiese tenido tanta prisa en marcharse de Charlotte, tal vez se hubiese imaginado algo por el tono de su voz. La primera vez que Eli la había llamado para entrevistarla se le había puesto la piel de gallina y se le había acelerado el pulso solo de oírlo. No podía ser que un hombre debilucho y tímido tuviese una voz así.

Victoria lo miró. Cuando discutieron los detalles del acuerdo no pensó en si sería alto y fuerte, dio por hecho que no importaba. Y había estado más preocupada por convencerlo de que cumplía con los requisitos para poder casarse con él.

Pero lo cierto era que era muy alto y que tenía los hombros más anchos que Victoria había visto en toda su vida. Parecía casi un gigante.

Estudió su rostro. Había pensado que los hombres que pasaban el día al aire libre tenían la piel curtida. Eli solo tenía unas suaves arrugas junto a los ojos marrones y alrededor de los labios.

–Sí, quiero –dijo este, haciendo que Victoria volviese a la realidad.

–Por el poder que me confiere el Estado de Wyoming, yo os declaro marido y mujer –sentenció alegremente el reverendo Watkins–. Hijo, puedes besar a la novia.

Ella lo miró y pensó que no iba a besarla. Solo hacía un par de horas que se conocían en persona, desde que Eli la había recogido en el aeropuerto. Se le aceleró el pulso al ver que la abrazaba e inclinaba la cabeza.

Victoria sintió sus labios y notó cómo la invadía un escalofrío de deseo. Fue un beso breve, pero cuando Eli la soltó y retrocedió, ella supo que era el hombre más hombre que había conocido en sus veintiséis años de vida.

De repente, sintió pánico. ¿Dónde se había metido?

Entonces recordó el acuerdo prenupcial que habían firmado, en especial, la parte que decía que tenían un mes «para conocerse», y empezó a relajarse un poco. El matrimonio no se consumaría salvo que ambas partes estuviesen de acuerdo.

–Enhorabuena a los dos –dijo Blake Hartwell, abrazándola.

Durante el trayecto de una hora del aeropuerto al bufete del abogado de Eli, este le había explicado que la ceremonia tendría lugar en casa de la abuela de Blake en cuanto hubiesen firmado el acuerdo prenupcial. Eli y Blake habían sido amigos desde el colegio, y este y su abuela, Jean Hartwell, serían los testigos.

Blake la abrazó con fuerza y Victoria se dio cuenta de que era tan grande y fuerte como su recién estrenado marido.

–Gracias –murmuró.

Todo estaba ocurriendo tan deprisa que se sentía abrumada. Era surrealista pensar que en poco menos de cuatro meses hubiera cambiado dos veces de apellido.

–Gracias por tu ayuda –le dijo Eli a su amigo–. Estoy muy agradecido de que tu abuela Jean nos haya apoyado en esto con tan poco tiempo.

–Ha sido un placer –respondió Blake sonriendo.

–No me lo habría perdido por nada del mundo –comentó Jean Hartwell–. Trata bien a la niña, ¿entendido?

Se giró hacia Victoria y sonrió.

–Es muy buen chico, pero si se pone tonto, avísame. Lo pondré firme en un momento.

–Lo tendré en cuenta, señora Hartwell –dijo Victoria sonriendo.

Se preguntó qué pensarían de ella y de su repentino matrimonio con Eli, pero si tenían alguna objeción, no la expresaron. Con ella estaban siendo tan amables que parecía que aquella boda era como otra cualquiera.

–Te has casado con uno de mis chicos –continuó la mujer, dándole a Victoria un beso en la mejilla–, así que llámame abuela Jean.

Luego se giró hacia el reverendo y le preguntó:

–¿Se quiere quedar a tomar un refresco con nosotros, padre?

–Me temo que no voy a poder, Jean –dijo el hombre sonriendo–. Tengo que ir al hospital de Cheyenne a ver a un miembro de la congregación que está con neumonía.

La abuela de Blake acompañó al reverendo Watkins a la puerta y luego le hizo un gesto a Victoria para que la siguiera.

–En el salón nos espera la tarta nupcial y mi mejor licor de bayas de saúco. Supongo que no querréis tardar en marcharos, así que será mejor que empecemos a celebrarlo.

 

 

Eli vio cómo su recién estrenada esposa seguía a la abuela Jean y se preguntó en qué habría estado pensando al elegir a Victoria Anderson para que se convirtiese en su mujer. No era en absoluto la mujer que había imaginado al poner el anuncio en Internet. Quería una mujer que pudiese ayudarlo con el trabajo del rancho y que le diese un hijo que pudiese heredar este, pero estaba seguro de que Victoria no había trabajado en toda su vida, y mucho menos en un rancho.

–Eres un canalla –susurró Blake cuando las mujeres se hubieron alejado.

–¿Por qué dices eso?

–Cuando me hablaste de que habías puesto un anuncio pensé que buscabas más a alguien que te ayudase a trabajar en el rancho que a una esposa –comentó Blake riendo–. Jamás pensé que encontrarías a alguien que aceptase una propuesta tan poco romántica, ¡y te has llevado a la reina del baile!

Su amigo le dio un golpe en la espalda y ambos siguieron a las mujeres hasta el salón. Eli tuvo que admitir que Victoria era muy guapa. Tenía el pelo castaño claro y largo, era de tez morena y tenía los ojos violetas más expresivos que había visto en toda su vida.

Por desgracia, la belleza no había sido uno de sus criterios a la hora de escoger esposa. Quería a una mujer que supiese cómo funcionaba un rancho del tamaño del Rusty Spur y que pudiese ayudarlo en caso de necesidad, pero nada más ver su ropa de diseño y que llevaba hecha la manicura, supo que jamás había pisado una granja ni un rancho.

Ya lo había sospechado la primera vez que la había llamado para entrevistarla, pero la había escogido entre otras candidatas más cualificadas por una sencilla razón: que su dulce voz había hecho que se le acelerase el pulso. Se dijo que tenía que haberse dejado llevar por la cabeza, no por las hormonas, pero antes de conocerla había pensado que, si iba a tener un hijo con ella, tampoco estaría mal que le gustase. Jamás habría imaginado que reaccionaría como había reaccionado nada más verla.

Siempre había pensado que lo de encontrar una mujer que le cortase a uno el aliento ocurría solo en canciones o en películas, pero aquella era la única manera de describir lo que le había ocurrido al verla bajar del avión en Cheyenne. Había contenido el aliento y no estaba seguro de haber vuelto a respirar con normalidad desde entonces.

–Eli Laughlin, quita esa cara de cordero degollado y ven aquí a ayudar a tu esposa a cortar el pastel –le espetó la abuela Jean desde la puerta del comedor.

Eli agradeció que lo sacase de sus pensamientos y sonrió a aquella mujer, que se consideraba la abuela de todos los amigos de su nieto.

–Sí, señora. Ya voy.

Cuando entró en la habitación, Victoria estaba de pie detrás de un pastel de tres pisos que había encima de la mesa. Parecía asustada.

Eli se acercó a ella e intentó tranquilizarla con una sonrisa.

–¿Estás bien?

Ella asintió.

–La señora Hartwell es muy amable. No esperaba que hubiese un pastel… –le dijo, mirándolo y riendo–. A decir verdad, ni siquiera sé qué es lo que esperaba.

Su risa nerviosa y su vulnerabilidad hicieron que Eli sintiese una inesperada emoción. No sabía por qué, pero Victoria Anderson Laughlin le despertaba un instinto protector que ni siquiera había sabido que poseía.

Se dijo a sí mismo que se debía a que era guapa, menuda, delicada y femenina, el tipo de mujer que hacía que cualquier hombre se sintiera un hombre, pero lo cierto era que acababa de convertirse en su esposa. Era su trabajo protegerla y lo había asumido desde el principio.

Eli respiró hondo. Debía de estar volviéndose loco. Solo llevaba diez minutos casados y ya estaba pensando como un marido.

Había intentado evitar aquella clase de emociones pensando en el matrimonio como en un acuerdo comercial, pero, al parecer, había infravalorado el sentido de la responsabilidad que acompañaba al hecho de tener una esposa.

–A ver, sonreíd los dos –les pidió Blake levantando la cámara–. Pon el brazo alrededor de tu esposa, Eli. Esta va a ser vuestra fotografía oficial.

A Eli le entraron ganas de golpear a su mejor amigo, que sabía perfectamente que Victoria y él acababan de conocerse. No obstante, le hizo caso y se dijo que ya hablaría con él más tarde.

Abrazó a Victoria por los hombros y ella le apoyó la mano en el pecho, causándole un calor que le gustó mucho. Tal vez demasiado. El acuerdo prenupcial que habían firmado incluía una cláusula según la cual no tendrían sexo en cuatro semanas para poder conocerse mejor y saber si eran compatibles. Eli respiró hondo. Si la atracción física entre ambos era tan fuerte como estaba empezando a sospechar, iba a ser un mes muy duro.

Blake hizo la foto, y cuando Eli iba a soltar a Victoria, su amigo le dijo:

–Ahora, dale un beso. No he conseguido inmortalizar el de la ceremonia.

Eli no estaba seguro de que hacer fotografías fuese buena idea. ¿Y si, después de un mes conociéndose, decidían que no eran compatibles y anulaban el matrimonio?

–Sí, seguro que os gusta tener una fotografía dándoos un beso el día de vuestra boda –intervino la abuela Jean.

Eli miró a la mujer que tenía al lado y la vio tan sorprendida como cuando el reverendo le había dicho a Eli que podía besarla durante la ceremonia. Él no había pensado hacerlo, pero la manera en que Victoria lo había mirado durante el ritual había hecho que decidiese respetar la tradición. Y la mirada que le estaba dedicando en esos momentos tenía exactamente el mismo efecto.

Sin pensárselo dos veces, inclinó la cabeza y le dio un beso. Se dijo a sí mismo que la estaba besando porque no hacerlo habría creado una situación incómoda. Aunque, en el fondo, sabía que deseaba volver a besarla y necesitaba comprobar que su primera impresión había sido correcta.

En cuanto sus labios se tocaron supo que, tal y como había pensado con el primer beso, los labios de Victoria eran los más suaves y dulces que había probado en toda su vida.

Su cuerpo empezó a reaccionar y él rompió el contacto y retrocedió. Para su satisfacción, Victoria parecía tan aturdida como con el primer beso. Era evidente que ambos sentían la misma química.

–Perfecto –comentó Blake, sonriendo con malicia–. Una o dos más cortando la tarta y habré terminado por ahora.

–¿Por ahora? –repitió Eli, frunciendo el ceño.

Blake era su mejor amigo desde que tenía memoria, pero estaba empezando a agotarle la paciencia.

Blake sonrió todavía más.

–Necesito por lo menos una fotografía de la abuela tirando el arroz y otra vuestra marchándoos hacia el rancho, a empezar una nueva vida.

Eli apretó los dientes. Blake se estaba divirtiendo demasiado a su costa.

Cortaron la tarta, blanca con flores rosas, le dieron un bocado y brindaron con el licor casero de la abuela Jean, después, Eli se miró el reloj.

–Gracias por todo, pero deberíamos ponernos en camino. Tenemos dos horas de carretera hasta el rancho, y Buck se enfadará si tiene que recalentar la cena.

–Dile a ese viejo que la próxima vez que lo vea en el pueblo le voy a decir lo que pienso de que no haya querido venir hoy –dijo con desaprobación la abuela Jean mientras los acompañaba hacia la puerta.

Luego les hizo un gesto para que esperasen.

–Blake tiene que preparar la cámara antes de que bajéis las escaleras del porche. Y tened cuidado, ha limpiado casi toda la nieve del camino, pero todavía quedan un par de sitios muy resbaladizos.

–Gracias por la advertencia –dijo Eli, ayudando a Victoria a ponerse el abrigo antes de ponerse el suyo–. Hace un rato le he pedido a Blake que saliese a encender la calefacción del todoterreno, supongo que ya estará caliente.

–Qué detalle –respondió Victoria sonriendo–. Y gracias por presentarme a tus amigos. Me ha encantado conocerlos. Son muy simpáticos.

–Sí, la abuela Jean es un encanto –comentó Eli poniéndose el sombrero de cowboy.

–¿Cada cuánto tiempo los ves? –preguntó ella.

–Vengo varias veces en primavera y verano, pero cuando empieza a nevar, a finales de otoño, ya no vuelvo hasta la primavera siguiente –le explicó Eli mientras atravesaban el porche delantero de la casa–. Mi padre y el de Blake eran amigos íntimos y, de niño, yo pasaba aquí los inviernos para poder ir al colegio.

Eli se quedó inmóvil al ver su coche.

–Pero, ¿qué…?

Al parecer, Blake había decidido decorárselo. Había escrito en el parabrisas trasero las palabras «recién casados» y había colgado una enorme campana de papel blanco de la parte trasera.

–Veo que has estado muy ocupado –le dijo a su amigo mientras agarraba a Victoria del codo para ayudarle a bajar las escaleras.