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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Katherine Garbera

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Tomando las riendas, n.º 112 - diciembre 2014

Título original: Calling All the Shots

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4898-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

En general, a Willow Stead le encantaba su trabajo. Se consideraba afortunada por poder ser su propia jefa. Pero aquel día, no.

El problema había empezado, en realidad, meses atrás, cuando la compañía había movido los hilos para conseguir que el segundo presentador más popular de la televisión norteamericana trabajase con ella en el programa. A priori estaba genial, ¿no?

Y lo estaría si ese hombre no fuera Jack Crown.

Sí, ya: Jack Crown era un tipo guapo y encantador, pero debajo de esa sonrisa de dientes blanquísimos y su efervescente personalidad, latía el corazón de un canalla que en televisión o en las páginas de una novela romántica podía quedar bien, pero no en la vida real, algo que Willow sabía de primera mano, dado que aquel mismo hombre le había partido el corazón a la tierna edad de dieciséis años.

–Unas copas, Willow. ¡Es todo lo que estoy sugiriendo! –estaba diciéndole Jack con aquella sonrisa suya tan sexy.

No se podía dudar de por qué la revista People lo había nombrado, por cuarto año consecutivo, uno de los hombres más sexys del planeta. Pero ella era inmune a su atractivo. Bueno, inmune, inmune… ojalá bastara con recordar que había sido capaz de dejarla plantada la noche del baile de fin de curso para evitar enamorarse de él.

Había hecho cuanto había estado en su mano para mantener las distancias durante los seis meses que ya llevaban trabajando juntos en Sexy and Single, el reality ambientado en Nueva York, en el que hombres y mujeres buscaban pareja y que ella estaba produciendo. Pero era imposible negar que le apetecía aceptar su invitación a tomar una copa.

–Mm… aún no me has dicho que no, por lo que imagino que lo que necesitas es que te convenza –continuó él, bajando el tono de voz hasta que fue casi un suspiro íntimo–. ¿Es eso lo que quieres?

–Lo que quiero es que dejes de comportarte como si fuera una más de tu harén –le espetó–. Yo no soy como las demás mujeres que caen rendidas a tus pies.

–¡Ah, me hieren tus palabras! –declamó, llevándose una mano al pecho, sobre el corazón.

–Lo dudo. Pero dado que tenemos que hablar de algunas cosas del programa, acepto.

–Vamos, Willow, no hay por qué disimular. Hubo un tiempo en el que te gustaba estar conmigo.

Ella arrugó la nariz. No le hacía la más mínima gracia que le recordase aquel episodio. Imposible ser más transparente de lo que ella lo era entonces. Si pudiera escribirse una carta a sí misma dirigida a cuando tenía dieciséis años, empezaría diciéndose «¡DEJA DE BABEAR POR JACK CROWN!».

–Ya no tengo nada que ver con aquella chica.

–No me lo creo. Yo todavía veo su sombra en tu modo de comportarte con todo el mundo, menos conmigo. ¿Quieres explicarme por qué? Es obvio que he hecho algo que te ha molestado.

–Que no esté dispuesta a creerme tu imagen pública no significa nada. Gail me ha hablado lo suficiente sobre lo que se cuece en su empresa de Relaciones Públicas como para saber que es imposible ser el «Novio de América» en la vida real.

Gail Little era una de sus mejores amigas, y la razón por la que Willow les había propuesto la idea del programa a sus jefes. Las primeras citas de Gail con Russell Holloway, un millonario neozelandés, habían inaugurado el programa. La tranquila y sofisticada Gail domesticando a Russell el salvaje había alcanzado elevadas cotas de audiencia.

–Olvídate de esa imagen. Tú me conoces. ¿Qué piensas?

No le iba a hacer mucha gracia saber la verdad, y de ningún modo estaba dispuesta a abrir esa lata de gusanos.

–Yo no te conozco de verdad. Te pasas más tiempo yendo de un lado al otro del país para presentar tus otros programas que en el plató conmigo, aunque en el fondo eso no importa. ¿Qué hay de esa copa?

Él elevó la mirada al cielo.

–Te invitaré a cenar y a tomar unas copas si dejas de esquivar la pregunta y me cuentas qué es lo que pasa. Llevamos trabajando juntos seis meses y sigues tratándome con frialdad. Yo debo de recordar de otro modo nuestros años de instituto porque creía que éramos amigos.

–Eso debe de ser –replicó ella–. ¿Crees que podemos salir a cenar sin que tu legión de admiradoras nos encuentre?

–No. Pero tengo un apartamento cerca de aquí. ¿Qué te parece? ¿Cenamos en mi casa?

Iba a decir que no, pero no lo hizo. En el fondo, quería cenar con él. Albergaba la esperanza de que se interesara por ella para que pudiera presentársele la ocasión de dejarle plantado, lo mismo que él hizo aquella fatídica noche del baile de graduación. Estaba siendo un poco ruin, sí, y no le gustaba descubrirse ese rasgo, pero nunca había sido de las que ponían la otra mejilla, de modo que esperaba tener el momento perfecto para vengarse. Y, al parecer, ese momento había llegado catorce años más tarde. ¿Quién había dicho lo de que la paciencia es la madre de la ciencia?

–Vale.

A lo mejor podía añadir la descripción de cómo Jack se llevaba su merecido en esa carta que había pensado escribirse a sí misma.

–Bien. ¿Cuánto te queda aquí?

–Unos veinte minutos. Tengo que hablar con los cámaras, que anoche tuvieron un problema. ¿Por qué no me das la dirección y me reúno contigo allí dentro de un rato?

–No irás a darme esquinazo, ¿verdad?

–Claro que no. Te he dicho que iría, e iré.

–De acuerdo. Recuerdo que eras una cría de palabra.

Había una especie de confianza natural en él que resultaba muy atractiva… qué lástima que ella lo detestase. Quería ver las grietas de esa fachada suya de Novio de América. Quería ver cómo la vida le lanzaba bolas envenenadas de vez en cuando.

–Jack…

–¿Umm?

–A las mujeres no nos gusta que nos llamen «crías».

–Mea culpa –replicó, guiñándole un ojo.

–Pues vas a tener culpa para rato como vuelvas a hacerlo.

Él se echó a reír antes de darse la vuelta y alejarse. Willow no pudo dejar de mirarle el trasero mientras se marchaba.

–Vaya, vaya. Parece que las ranas empiezan a criar pelo.

–Anda, cállate.

Era Nichole Reynolds, la otra mejor amiga de Willow. Nichole era periodista y trabajaba en el America Today, un periódico de tirada nacional; además tenía un blog en el que escribía sobre lo que ocurría en el programa tras las bambalinas. Y era una de las pocas personas que conocían la verdad sobre Jack.

–Era solo un comentario. Y haz el favor de tratarme con más cariño, que estoy a punto de ser mamá –le recordó, palpándose el vientre abultado.

Nichole se había casado hacía poco con Conner Macafee, el propietario del servicio de búsqueda de parejas que se reproducía en el programa, y estaban esperando su primer hijo. Nichole parecía ser verdaderamente feliz con su marido, algo de lo que Willow se alegraba enormemente.

–¿Tengo que ser cariñosa contigo porque vayas a ser mamá?

–No estaría mal. A ver, confiesa: ¿he oído bien? ¿Vas a cenar con Jack Crown? ¿Qué pasa entonces con tu venganza?

–Que sigo buscando la ocasión –admitió Willow–. Es solo una cena. Ni siquiera yo soy tan irresistible como para conseguir que un hombre se enamore de mí en una sola velada.

Dios… ¿cómo narices se le habría ocurrido hacer semejante comentario? Ya no era una cría. Hacía tiempo que la adolescente, que se volvía loca de alegría porque un chico popular la hubiera sonreído, había desaparecido.

–Vamos, Willow, no me seas modesta –replicó su amiga, sonriendo–. Está interesado.

–Por ahora, y solo porque yo le he venido ignorando desde el principio. Seguro que, si esta noche cambio de actitud, perderá interés.

–Acepto la apuesta.

–¿Qué?

–Que yo pienso que no va a perder el interés que siente por ti. ¿Qué estás dispuesta a apostar?

–Nada. No pienso apostar por Jack.

–¿Por qué no? Siempre has dicho que es un tipo superficial. ¿Qué tienes que perder?

«Mi orgullo». ¿Y si volvía a enamorarse de él y tenía que ver por segunda vez cómo le daba la espalda?

–Era hablar por hablar.

–De eso nada. Vamos, me apuesto contigo un día en el spa de Elizabeth Arden.

–Eso no es justo. Ya sabes que me encanta ese sitio –protestó ella–. Además, ¿por qué tanta insistencia?

Nichole le pasó un brazo por los hombros.

–No confías en los hombres precisamente por aquel incidente con Jack. Quiero ver que lo superas para que puedas encontrar pareja y sentar la cabeza como Gail y yo. Las dos somos felices, y queremos que tú también lo seas.

Willow le devolvió el abrazo. Ella también quería lo mismo, al menos en parte.

–Solo quiero que sienta el dolor que yo sentí.

–No me importa lo que pase siempre que te sirva para pasar página.

–Está bien, acepto la apuesta. Pero vas a perder, y yo me voy a regodear.

–Por mí bien, pero, si sigue interesado en ti, yo gano, y pienso reservar el día de spa hasta que haya nacido el bebé.

–Me parece bien. Pero se podrá patinar sobre hielo en el infierno antes de que yo me enamore de Jack Crown.

–Tú sigue con esa cantinela –dijo Nichole–, que así mi victoria será más dulce.

***

 

 

El mes de noviembre en Nueva York resultaba siempre especial. No era que a la ciudad le faltase energía en ninguna época del año, pero había algo especial en aquel mes en el que todo el mundo parecía estarse preparando para la Navidad.

Para Jack, era el comienzo de la época más atareada del año. Había tres especiales que grabar, siempre en directo, y además, un programa resumen de Extreme Careers, que ya llevaba tiempo en antena. Su agente había empezado a hablarle del siguiente proyecto, y sabía que pronto entraría en otra fase de su carrera. Por fin no iba a tener que buscar trabajo, sino que productores y canales irían a buscarlo.

Estando tan liado como estaba, no le sorprendió que fuera precisamente aquel momento el que Willow escogiera para aceptar una cita. Era propio de ella complicarle la vida un poco más, aunque también podía preguntarse si no sería esa la razón de que le hubiera propuesto que salieran.

Echó un rápido vistazo a su apartamento para asegurarse de que todos los detalles estaban perfectos. No era que estuviera nervioso, ya que siendo Jack Crown, cualquier mujer se moriría por estar con él, pero es que se trataba de Willow, y no podría decir cuánto tiempo llevaba tan obsesionado con ella.

Seguramente se debiera a que, a diferencia de las otras mujeres con las que salía, ella lo trataba como si fuera uno más del equipo; nada de sonrisitas especiales, ni intentos de quedarse a solas con él. No debería molestarle, pero así era.

Sus recuerdos de ella del instituto eran vagos, de cuando le había dado clases particulares de lengua para ayudarle a aprobar el examen del estado y que pudiera seguir jugando al fútbol. Pero eso era todo. Breves imágenes de una Willow más joven entremezcladas con sus días de jugador de fútbol.

En aquel entonces el fútbol era su vida. Teniendo en cuenta que había crecido en Texas, en los barrios pobres de la ciudad, el único billete de salida de aquel entorno era precisamente el deporte. Había ganado el Heisman Trophy, en su puesto de receptor, y le habían seleccionado jugando aún como aficionado para los Giants de Nueva York. Desgraciadamente, en aquel mismo partido, una lesión acabó con su carrera deportiva. Tuvo que encontrar algo a lo que dedicarse y rápido. Menos mal que siempre había sido fotogénico, lo cual le había permitido encarrilarse hacia la televisión.

Sonó el telefonillo y se apresuró a contestar. Vivía en un loft al que le habían instalado un sistema de seguridad último modelo, de modo que le bastó con pulsar un botón para que el rostro de Willow apareciera en la pequeña pantalla en blanco y negro.

Pulsó el botón para abrir y volvió a mirar a su alrededor para asegurarse de que todo estaba en orden. No hacía falta ser un genio para saber que Willow no iba a darle otra oportunidad de hacer las cosas como era debido, así que aquella cita tenía que ser perfecta.

Abrió la puerta cuando la oyó llamar, sonriendo para sí. Estaba decidido a deslumbrarla, a asegurarse de que, cuando se fuera de su casa, preferiblemente a la mañana siguiente, lo hiciera deseando volver a verlo.

Willow tenía un aura de sensualidad terrenal que le hacía más consciente sexualmente de ella cada vez que se encontraban. En un principio solo había pretendido retomar su antigua amistad, pero como ella insistía en ignorarlo, algo primitivo se había despertado en su interior. Era probable que, si tenían una aventura, su relación de trabajo se viera afectada, pero sabía que no se sentiría satisfecho consigo mismo si no conseguía tenerla. Necesitaba demostrarle, a ella y a sí mismo, que había cometido un gran error ignorándolo.

Abrió la puerta y Willow lo miró con el ceño fruncido. Parecía cansada y más delgada, algo en lo que no había reparado estando en el plató, o en edición. Siempre se movía con tanta energía… pero aquella noche, parecía agotada.

Desde luego no era la mejor de las disposiciones, pero se había criado solo con su madre, y había aprendido pronto a animarla colmándola de atenciones, así que cambió de inmediato de actitud.

Fue a abrazarla, pero ella se lo impidió.

–¿Qué haces?

–Me ha dado la sensación de que necesitabas un abrazo –se explicó, precediéndola. Su casa no era tan lujosa como la que habían utilizado de decorado para la revista Architectural Digest unos meses antes. No podría vivir así, seguramente por culpa del chaval de Texas que llevaba dentro, y es que esa clase de opulencia le hacía sentirse fuera de lugar.

Su loft era un espacio abierto, con la cocina en un extremo y la tele, el equipo de música y demás, en el otro. En eso sí que no le había importado ser generoso. Había un par de cómodos sofás y una agradable zona de comedor.

–Me vendría bien una copa –dijo ella.

–¿Vino, cerveza o algo más fuerte?

Tenía el bar bien abastecido, aunque él no bebía asiduamente. No le gustaba sentirse fuera de control. Lo había aprendido tras un breve periodo de estupidez por culpa de la lesión de rodilla.

–¿Qué vino tienes?

–Un poco de todo. Promociono un viñedo, y ellos me mandan una caja de todo lo que producen –confesó con una sonrisa.

–Eso está bien. Eres el chico favorito de todo el mundo. Me gusta el vino blanco seco.

–Ahora mismo. A la cena le faltan unos diez minutos. ¿Quieres salir a la terraza?

–Hace frío fuera.

–Tengo estufas de exterior. Estarás bien.

Ella asintió y caminó hacia la puerta de la terraza mientras él se iba para la cocina. Parecía no estar de humor para disfrutar de aquella velada juntos. Si fuera otra clase de hombre, se rendiría, pero estaba acostumbrado a vencer obstáculos y a salir triunfante. Después de la lesión que puso punto final a su carrera, todo el mundo dijo que no le iba a quedar más remedio que volverse a Frisco, Texas. Pero no fue así.

Sirvió dos copas de vino y salió a la terraza. Era un lugar tranquilo, gracias a las paredes de cristal que la protegían, y cálido, gracias a las estufas.

–Gracias –dijo ella–. Siento haber sido tan cortante antes.

–No pasa nada –respondió Jack, y alzó su copa–. Por los nuevos comienzos.

–Por los nuevos comienzos. ¿Te refieres a esta noche, o a nuestro reencuentro?

Oírle hacer esa pregunta le hizo pensar si no habría algo en el pasado que contuviera la clave del problema que parecían tener en el presente.

–Por todo. Sé que he cambiado desde que me marché de Frisco, y estoy seguro de que tú también habrás cambiado.

–No tanto como puedas pensar –le aclaró tras tomar un sorbo de vino–. Sigue gustándome el fútbol, y sigo sintiéndome mal por no ir a la iglesia los domingos. Aunque también es verdad que la iglesia baptista a la que voy aquí no tiene nada que ver con Prestonwood.

Él se rio. En ningún otro estado la religión se parecía a la de Texas.

–Entiendo lo que quieres decir. Mi madre no ha dejado de rezar por mi alma desde que trabajo y no tengo tiempo de ir a la iglesia tanto como antes.

–¡Ay, pecador! Eres un chico malo –le reprendió con una sonrisa.

–Siempre lo he sido, ¿no?

–Desde luego. Háblame de ese nuevo Jack Crown. ¿Qué es lo que no he visto aún?

Iba a hacer lo que le había pedido, pero se detuvo. No sabría decir por qué, pero tuvo la sensación de que hablar de sí mismo, de sus programas de televisión y su estilo de vida no era la táctica adecuada con Willow.

–Eso no me interesa. Háblame de ti. Recuerdo que querías ser escritora cuando estabas en el instituto.

Vio brillar la sorpresa en sus ojos, pero solo brevemente.

–Es cierto –contestó, tras tomarse otro sorbo de vino y aclararse la garganta–, pero, cuando empecé la universidad, me di cuenta de que me gustaba más decirle a la gente lo que tenía que hacer.

Él sonrió. Seguramente era lo que ella quería, aunque sabía bien, por experiencia propia tras ser un atleta de primera fila y perder la capacidad de practicar su deporte favorito, que los sueños, y muy en particular aquellos que se tenían desde la niñez, eran difíciles de olvidar.

–Me alegro de que esa transición te resultara fácil. Para mí no lo fue.

–¿Te refieres al fútbol? Estaba viendo el partido en el que te lesionaste, y a pesar de todo, me sentí mal por ti.

–¿Qué quieres decir con «a pesar de todo»?

–Pues que los Giants no son mi equipo.

Jack de nuevo tuvo la sensación de que había más de lo que decía, pero era su primera cita. Ya descubriría lo que le ocultaba poco a poco.

La alarma de su móvil sonó y se levantó para ir a la cocina.

–La cena está lista.

–Voy a lavarme las manos. ¿Dónde está el baño?

–A la izquierda de la tele. Después de cenar, te enseño la casa.

Ella lo miró enarcando las cejas.

–¿Y qué vas a enseñarme, aparte de tu alcoba? Todo lo demás está a la vista.

–Te enseñaré el dormitorio cuando tú me lo pidas.

–Pues no contengas el aliento.

–Mientras cenamos, me gustaría que me explicases por qué estás tan tensa.

–¿Lo dices porque no me desmayo ante la idea de ver tu dormitorio?

–Algo así. Pero es que me da la impresión de que estás enfadada conmigo, y no sé por qué.

–Es que…

–Ahora no. Ve al baño y me lo cuentas mientras cenamos. Se me da de maravilla arreglar las cosas.

Pero ella negó con la cabeza.

–Esta, no.

La vio alejarse, y se quedó tan desconcertado como la primera vez. Le gustaba, y por eso había insistido tanto para convencerla de que saliera con él, pero ahora que la tenía en su casa y que había visto lo mucho que mantenía oculto a los ojos de los demás en su interior… bueno, aún sentía más curiosidad.

Quería conocerla, y no solo llevársela a la cama, pero ambos objetivos parecían un poco difíciles de lograr.

Tenía que haber algo en el pasado que habían compartido que le hubiese hecho daño, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Apenas pensaba ya en aquella época.

Sacó del horno la cena que había dejado preparada su asistenta y puso la mesa para dos. Willow tardaba en salir del baño.

Se estaba planteando si debía llamar a la puerta cuando la vio salir con una brillante sonrisa en los labios, más falsa que una moneda de hojalata.

–Huele bien. No sabía que supieras cocinar.

–Y no sé.

–Otra ilusión destrozada.

–Yo nunca he dicho que supiera cocinar.

–Lo sé, pero es que parece que supieras hacerlo todo –replicó ella–. Con tanto programa, y tanto derroche de encanto… la vida parece tratarte muy bien.

–Y así es, pero eso no significa que sea fácil. Tengo mis cosas, como todo el mundo.

Separó la silla y la invitó a tomar asiento.

–Jack Crown no es como todo el mundo.

–Esperaba que ya te hubieras dado cuenta. No me parezco a ninguno de los otros hombres con los que hayas estado. Pero me da la sensación de que tu comentario tenía connotaciones negativas. ¿Qué he hecho yo para que estés tan enfadada conmigo, dime?

Willow tragó saliva y clavó la mirada es sus ojos oscuros.

–Nada. Es porque he tenido experiencias desagradables con hombres que parecían ser demasiado buenos para ser ciertos.

–En ese caso, tienes que intentar conocerme para que puedas ver que no hay trampa ni cartón.

–Puede que eso no juegue en tu favor, porque la impresión que tengo de ti no es positiva.

–Eso puede cambiarse –respondió él. Siempre había tenido la sensación de que estaba juzgándolo, y si había algo que sabía a ciencia cierta de Willow era que no tenía pelos en la lengua–. ¿Cómo me describirías?

–Demasiado encantador.

–El encanto puede controlarse –replicó Jack con una sonrisa.