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Índice

Introducción

Cómo vivir bien

Capítulo 1

El clima y el ‘genius loci’

Capítulo 2

La casa o los lares

Capítulo 3

Los viajes

Capítulo 4

La gastronomía

Capítulo 5

El arte

Capítulo 6

Del amor

Capítulo 7

De la felicidad

Capítulo 8

Las rutinas

Capítulo 9

Momentos estelares de la voluptuosidad

Primero el estudio de un hombre completo

El vino voluptuoso

El puro habano en Cuba

Una casa donde habitar puede convertirse en placer.

Una cocina memorable

El placer de la elegancia en el vestir

Disfrutar una canción es otro de los placeres recomendables

Una gran faena en los toros

El ballet futbolístico

La embriaguez de la poesía

Acabemos con los placeres de la sabiduría

Capítulo 10

Lo mejor

El mejor casco antiguo

El mejor café

El mejor bar

El mejor hotel

El mejor manjar

La mejor amante

El mejor amigo

El mejor escritor.

El mejor estado de ánimo

Sobre el autor

Sobre el libro

Créditos

Introducción

Cómo vivir bien

Nada se consigue sin esfuerzo, ni tan siquiera la buena vida. El bon vivant ha de ser gourmet, melómano, viajero, curioso, entusiasta y generoso. La buena vida, hay que trabajarla, cernirla, conviene conocer unas cuantas cosas para no perderse en la estrepitosa oferta que asegura resultados inmediatos, pero efímeros.

Para vivir bien se requiere sabiduría, que es fruto de la curiosidad y equilibrio, alcanzado por la medida áurea del “nada en exceso”. “Mens sana in corpore sano”, lo físico y lo mental armonizados: aplicar la inteligencia para disfrutar y controlar el uso del cuerpo.

No se ha mejorado la receta de Epicuro. Para él lo verdadero son las sensaciones porque son la evidencia empírica a la cual referir toda la cuestión. Para Epicuro el bien del hombre es el placer. ¿Por qué no lo consigue? Temores vacíos a los dioses y a la muerte empañan la tranquilidad de su mente y le empujan a buscar riqueza, poder y fama.

La sabiduría consiste en suprimir los deseos que van más allá del punto de saturación de la sensación, en cultivar la amistad, disfrutar de placeres que no acarrean pesares y en asistir incluso a los festivales religiosos para recordar y tomar modelo de la perfecta tranquilidad de los dioses. Cuando se vive en ataraxia, la mente colabora en el placer del cuerpo. La mente, por sus capacidades inmateriales, es suprasensorial, y merced a la memoria acumula reservas de placer –recuerdos de buenos momentos y esperanzas de otros– para hacer llevadera la adversidad. El cuerpo vive el presente envuelto en sensaciones, pero la mente recuerda y espera, y además puede seleccionar el objeto de su atención. En este uso discriminador de la mente consiste la buena vida. Quiero citar la mejor formulación del tema que escribió Walter Pater en la introducción a sus ensayos sobre el Renacimiento:

El servicio de la filosofía, de la cultura especulativa, consiste en elevarnos a una vida de constante y ávida observación. En cada instante se alza hacia la perfección una forma en semblante o gesto; un tono sobre las colinas o en el mar es más electo que los otros, alguna emoción, intuición o vislumbre intelectual es irresistiblemente atractivo y real –sólo en ese instante–. El objetivo no es el fruto de la experiencia, sino la experiencia misma, mientras está sucediendo, huidiza, pero sólo lo fugitivo permanece y dura. Se nos ha concedido un número contado de pulsaciones en esta vida dramática y variada. ¿Cómo detectar en ella lo que puede captarse por los sentidos más afinados? ¿Cómo pasar suave y velozmente de punto a punto y estar presente siempre en aquel foco donde convergen el máximo de fuerzas vitales en su energía más pura?

El éxito de la vida es arder siempre con esta dura, gemínea llama y mantener su éxtasis. El fracaso consiste en formar hábitos, sombras de un mundo estereotipado, porque sólo la rudeza del ojo hace iguales dos personas, situaciones o cosas. Aferrarnos a una pasión exquisita, a una contribución al conocimiento que parece liberar, por un momento, al espíritu; o una agitación de los sentidos: colores extraños, aromas curiosos, el trabajo de un artista o la cara de una amiga.

No discriminar en cada momento una actitud apasionante en los que nos rodean o una tensión trágica en la brillantez de sus talentos es, en este corto día de sol y escarcha, dormir antes de la noche.

Con esta noción del esplendor de la experiencia y de su sobrecogedora brevedad, recogiendo todo lo que somos en un desesperado esfuerzo por ver y tocar, difícilmente nos quedará tiempo para teorizar sobre las cosas que vemos y tocamos.

Todo esto está muy bien como principio general y en el plano abstracto de los conceptos, pero vivir bien es hacer del verbo carne, experimentar lo que se habla, porque no se debe ir al restaurante para comerse el papel donde está escrito el menú, ni puede beberse la carta del vino. Conviene descender al detalle y entrar en materia, pasando del concepto a la experiencia, para vivenciar lo que se teoriza. Voy a desarrollarlo en nueve capítulos y un décimo con alguna coda sin pisar la tierra baldía, sólo los paraísos por donde manan leche y miel.