Lodro Rinzler

El Buda

entra en un bar

Una guía de la vida

para una nueva generación

Traducción del inglés al castellano

de Miguel Portillo

Kairos

Título original: THE BUDDHA WALKS INTO A BAR…

© 2012 by Paul Rinzler

Shambhala Publications, Inc.

Horticultural Hall 300 Massachusetts Avenue

Boston, Massachusetts 02115

www.shambhala.com

© de la edición en castellano:

2013 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés al castellano: Miguel Portillo

Primera edición: Febrero 2013
Primera edición digital: Abril 2013

Diseño cubierta: Katrien van Steen

ISBN papel: 978-84-9988-231-4
ISBN epub: 978-84-9988-257-4
ISBN kindle: 978-84-9988-258-1
ISBN Google: 978-84-7245-997-7
Depósito legal digital: B 5.789-2013

Composición: Tecnotab

Todos los derechos reservados.

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Para mi Sakyong

Sumario

Agradecimientos
Introducción

Parte I: Primero, espabílate

1. Tu vida es un terreno de juego

2. Ríete ante el montaje de tu mente

3. Manifiesta las cualidades del tigre

4. Discierne tu propio mandala

5. Muéstrate amable con tu síndrome del “Increíble Hulk”

6. La ocasión es en este momento

7. Ocúpate de los detalles de tu vida

Parte II: Cómo salvar el mundo

8. Una sociedad basada en un corazón abierto

9. Manifiesta las cualidades del león de las nieves

10. Sexo, amor y compasión

11. Cómo aplicar disciplina, incluso cuando la cabeza desconecta

12. Súbete al carro de tu vida

13. Aporta luz a un mundo oscurecido

Parte III: Lánzate al espacio

14. Arráncate la flecha del ojo y observa el mundo con más claridad

15. El audaz vuelo del garuda

16. Prepárate para tu bar mitsvà budista

17. Disfruta de los cocotazos que despiertan

18. Rasga el tú de cartón piedra

19. Introduce una mente espaciosa en actos sutiles

Parte IV: Relájate en la magia

20. Canta una canción Vajra (en la ducha)

21. La autenticidad del dragón

22. Márcate un Milarepa

23. Une corazón y mente de forma auténtica y genuina

24. Convierte lo ordinario en mágico

25. Relájate en tu vida

Notas
Recursos

Agradecimientos

Gracias. De verdad. El que leas este libro significa mucho para mí. Gracias a mis padres, Beth y Carl Rinzler, que son maravillosos y a los que debo más de lo que puedo decir, y mucho más de lo que puedo decir en la página de los agradecimientos de un libro. A Victoria Gerstman, mi señora, que tanto me ha animado a lo largo de este proceso y que tuvo fe en mí cuando llegué a creer que no podría llevar a cabo este proyecto. Es una verdadera maravilla. La quiero y estoy encantado de que haya accedido a ser mi esposa. También quiero darle las gracias a mi hermana, Jane Buckingham, y a mi hermano, Michael Rinzler, que siempre me ofrecieron ánimos y amor.

He sido bendecido con muchos amigos que me han proporcionado inspiración y apoyo con este libro (o que al menos aparecieron con una cerveza para animarme a continuar): David Delcourt, Brett Eggleston, Oliver Tassinari, Ethan Nichtern, Will Conkling, Josh Silberstein, Laura Sinkman, Maron Greenleaf, Alex Okrent, David Perrin, Jeff Grow, Ericka Phillips, Marina Klimasiewfski y los UsGuys. Hay otros muchos amigos a los que debería nombrar, así que, si te preguntas por qué no apareces en esta lista, has de saber que te tengo en mi corazón y que te estoy muy agradecido.

He contado con dos compañeros que no han dejado de mirar por encima de mi hombro –literalmente– mientras escribía este libro en mi sofá de Brooklyn. Son Tillie y Justin Bieber, que son unos animales muy monos. Y aunque no puedan leer esto, quisiera agradecerles su calidez.

Los mentores son importantes y los mejores han sido Richard Reoch, Connie Brock y Mitchell Levy. Gracias por vuestra firme atención por los detalles y cuidado extremo. Lo mismo le digo a Stan Lee, por proporcionarme excelentes modelos cada vez más importantes: los Hombres X y Spider-Man.

Tengo una increíble deuda de gratitud con todos los que trabajan en Shambhala Publications. Quiero darle las gracias a Sara Bercholz, por creer en este proyecto y entenderlo, a veces incluso mejor que yo mismo. Mi gratitud para Emily Bower, por estimularme y empujarme en la dirección adecuada, y también para Katie Keach y Ben Gleason, pues ambos tienen la rara habilidad de tomar mis palabras y convertirlas en algo elocuente. Y claro está, un enorme gracias a Dave O’Neal por revisar cuidadosamente este libro y añadirle capa tras capa de claridad. Ha sido una alegría trabajar con todos vosotros.

Acharya Adam Lobel ha escrito ampliamente acerca de las cuatro dignidades en manuales que hablan del programa El camino de Shambhala. Además de los materiales tradicionales que usa, me conmovieron e inspiraron las imágenes y el lenguaje empleados. Pero lo cierto es que ninguna de estas páginas estaría ahora aquí de no ser por la inspiración continua del ejemplo de Sakyong Mipham Rimpoché, que me parece el ser humano más genuino del planeta. Gracias a todos por hacer posible esta obra.

Introducción

Este no es el libro de meditación de tu abuela. Es para ti. Es decir, asumiendo que te guste tomarte una cerveza de vez en cuando y disfrutar del sexo, te habrás dado cuenta de que tus padres están de los nervios o que les frustra su trabajo. Este es un libro que no pone el budismo en ningún pedestal, de manera que debas levantar la vista para verlo. De lo que trata es de mirar en todos los rincones y rendijas de tu vida y de aplicarles las enseñanzas budistas, por muy confuso que pudiera parecer.

¿Has de hacerte budista para que te guste este libro? Demonios, no. Cualquier retazo de sabiduría que pudieran contener sus páginas es el resultado de la excelente instrucción por parte de mis profesores y de mi propio proceso de tanteos y errores. El Dharma o enseñanza budista no implica tener que hundir la nariz en ningún libraco confuso que necesite ser diseccionado y analizado. Es para vivirlo. Así que nada de tener que ser budista para meterte en este asunto, solo tienes que haber vivido un poco y estar dispuesto a considerar tu vida desde una perspectiva nueva.

Siguiente pregunta: ¿has de cambiar tu vida para vivir las verdades de este libro? Qué va. Este libro es para todo aquel que nunca haya dicho aquello de: «Soy espiritual», o: «De ser algo, seré budista». De lo que trata es de tomar esas enseñanzas tradicionales que han sido suficientemente puestas en práctica a lo largo de miles de años y decirse: «Voy a intentar vivir este día con un poco más de compasión», o: «Voy a dejar de ir tan acelerado y voy a disfrutar de la vida». No has de cambiarte. Eres estupendo. Este libro solo trata de cómo vivir tu vida a tope.

En sus páginas exploramos las cuatro dignidades de Shambhala y los tres yanas o vehículos del budismo tibetano tradicional. Te ofreceré lo que yo sé, pero el resto dependerá de ti. Has de ser tú el que vivas tu vida con atención y compasión. Eso ya lo sabes. Después de todo, la verdadera sabiduría sale de tu interior. Lo que hace este libro es proporcionar una serie de herramientas para acceder a esa sabiduría. Nos meteremos en prácticas, consejos y enseñanzas sencillas que te ayuden a sincronizarte con tu propia brújula moral personal, con la dignidad de tu propio corazón.

Así que, si quieres estar más en el “ahora”, lee este libro. Si quieres cambiar el mundo, lee este libro. Si quieres ser meditador y no obstante disfrutar de un trago, lee este libro. Lo he escrito para ti. Cuando lo hayas hecho, escríbeme. Me gustaría de verdad saber qué te parece.

LODRO RINZLER

2 de junio de 2011

Parte I:

Primero, espabílate

1. Tu vida es un terreno de juego

«Si no has amansado al enemigo que es tu propia cólera, combatir oponentes externos solo conseguirá que se multipliquen. Por lo tanto, la práctica de un bodhisattva es utilizar un ejército de benevolencia y compasión para domesticar su propia mente.»

NGULCHU THOGME

De joven tuve un reloj despertador que tenía la forma de samurái japonés que blandía una espada en la mano y contaba con una esfera de reloj en el vientre. Funcionó durante diez años, y me despertaba cada mañana con el sonido de un guerrero aullando en japonés: «¡Despierta, despierta! ¡Es la hora de la batalla!».

A muchos la vida nos parece una batalla. Nuestro primer instinto por la mañana es de autoprotección, deseando volver a perdernos entre las sábanas, en lugar de hacer frente al nuevo día. Y eso pasa porque a menudo consideramos nuestra rutina diaria como una manera de ir tirando en la vida –pagar las facturas, encontrar una relación sentimental, mantener las amistades, alimentar la vida familiar–, y al final de la jornada nos sentimos agotados a causa del esfuerzo desplegado para tenerlo todo controlado.

Invertimos mucha energía constantemente para estar al tanto del correo de voz, el electrónico, el correo basura, las facturas, las chicas o los chicos. En lugar de hacer frente a esos diversos aspectos de nuestra vida con una mente abierta, nos arrastramos a través de ellos y nos aferramos a nuestras escapatorias: nos mordemos las uñas, bebemos cervezas, tenemos relaciones sexuales, realizamos compras por Internet, o bien vamos al gimnasio. Algunos incluso nos las arreglamos para ser polivalentes y ocuparnos de todo lo anterior a la vez. Aunque lo intentamos con todas nuestras fuerzas, sabemos que al final de la jornada siempre se nos quedará algo en el tintero y que, a pesar de todo, habremos dedicado muy poco tiempo a ocuparnos de nosotros mismos.

Ahí es donde la meditación resulta especialmente útil. La práctica de la meditación trata sobre todo de aprender a estar presentes y apreciar el mundo que nos rodea. Nos ayuda a ver el mundo no como un campo de batalla, sino como un terreno fértil para practicar la sinceridad y el ser conscientes. Las enseñanzas budistas nos muestran que lo único que nos está impidiendo estar realmente presentes en nuestro mundo es un intenso cuelgue con nuestra manera habitual de considerar las cosas.

La mayoría de nosotros contamos con una rutina establecida que nos conduce a lo largo del día. A veces solidificamos esa rutina, convirtiéndola en una manera de vivir. Entonces surge la pregunta: «¿Funciona?». Nos descubrimos, un día tras otro, agitados e inquietos a causa de las mismas clases o trabajo, de la misma relación, los mismos bares y cuelgues, y anhelamos un cambio radical.

Sin embargo, no se trata necesariamente de que nuestro mundo sea problemático; lo problemático es nuestra perspectiva. Se ha dicho que la iluminación no es más que ver las cosas tal y como eran antes de que las tiñésemos con nuestras esperanzas y temores. Si pudiéramos relajar nuestra ansia acerca de cómo deberían ser las cosas y limitarnos a apreciarlas tal y como son, entonces el mundo se transformaría mágicamente en un terreno de ricas posibilidades.

En los años que llevo enseñando budismo, a menudo me ha sorprendido la increíble diversidad de personas que asoman en los umbrales de los centros de meditación. Aparte de la raza, edad o clase social, el factor común parece ser que ninguna de ellas se siente totalmente satisfecha con su vida tal y como esta discurre. Muy a menudo han intentado todo tipo de cosas para tratar de conseguir que su vida resultase más satisfactoria –la última droga, un trabajo nuevo, un coche nuevo, un nuevo amor–, pero ninguno de esos intentos ha producido un escenario de final feliz.

La palabra budista para señalar el ciclo de sufrimiento en el que nos hallamos es samsara. Samsara es todo, desde sentirnos incómodos porque tenemos un padrastro en una uña, hasta perder a una persona amada o a un familiar. El hecho de anhelar aquello de lo que carecemos es lo que nos hace infelices. Es el hecho de que al obtener aquello que anhelamos ya estamos pensando en algo nuevo con lo que entretenernos.

Samsara está alimentado por la esperanza y el miedo. Esperamos hacerlo mejor en el trabajo, pero tememos disgustar al jefe. Tenemos la esperanza de poder ir a la playa, pero tememos que llueva. La esperanza y el temor extremos pueden arruinar cualquier experiencia porque pasamos mucho tiempo dándole vueltas a la cabeza preocupándonos acerca de lo que podría suceder. Muchas personas, tras reconocer que los factores externos pudieran no reportarnos una felicidad duradera, se sienten inspiradas a buscar un cambio en su interior, pero la mayoría no tenemos ni idea de cómo empezar.

El Buda enseñó acerca de esta insatisfacción general cuando ofreció su primer sermón. No dijo: «Esto es lo que vamos a hacer, tíos. Primero X, Y, y luego Z, y ya veréis cómo resplandecéis igual que yo». No. Lo que dijo fue: «Vamos a ver. ¿Os sentís infelices, vale? Analicémoslo». Luego pasó a la cuestión de que sufrimos porque no acabamos de tener mucha idea de quiénes somos. El lado positivo sería que dijo que existe el cese de todo ese síndrome de agitación que sentimos en la vida. Para ello trazó un sendero a fin de que pudiéramos explorarnos a nosotros mismos y descubrir nuestro propio camino para iluminar el corazón y la mente. Este sendero está conformado por la meditación y la buena conducta.

La meditación es una herramienta sencilla para la autorreflexión, pero que no obstante ostenta un poder tremendo. Aunque no te ofrece la purga de Benito para transformar tu vida, lo que sí es cierto es que cuenta con el poder de transformar tu mente y corazón, haciéndolos más expansivos y más capaces de aceptar los obstáculos que pudieras encontrar en tu cotidianidad. Cuanto más expansivos son tu mente y corazón, más puedes implicarte en el mundo sin sentir que estás librando una batalla.

Las personas que empiezan a practicar meditación pasan por tres etapas. La primera podría describirse como la fase «¿De dónde salen todos estos pensamientos?». Estamos tan habituados a nuestro frenético estilo de vida que el simple hecho de sentarnos a meditar y estar presentes con nuestra respiración nos muestra la batería de pensamientos que discurren por nuestra mente a la velocidad de la luz. Nunca antes nos habíamos tomado la molestia de mirar nuestro interior y por ello nos choca descubrir las veloces y cambiantes tonalidades de pasión, cólera, confusión y soledad en sus diversas variaciones, que atraviesan nuestra cabeza.

La técnica básica de meditación es adoptar una postura derecha, conectar con el cuerpo y concentrar la mente en la respiración. La respiración sirve como ancla, amarrándonos a este momento, la experiencia presente. Parece sencillo, pero al cabo de unos momentos empezamos a darnos cuenta de que la mente deriva hacia una conversación que mantuvimos en otro momento del día, o que está pergeñando una lista de cosas que hemos de hacer en el momento en que acabemos de meditar. Cuando surgen esos pensamientos, hemos de reconocer su presencia, sin juzgarlos, solo como pensamientos, y devolver nuestra atención a la sensación física de la respiración. Si eso nos ayudara, incluso podemos decirnos mentalmente que no estamos haciendo nada terrible y que contamos con la capacidad de regresar a la respiración.

En una sesión de meditación de media hora podemos llegar a tener una amplia variedad de pensamientos. A menudo, en la fase «¿De dónde salen todos estos pensamientos?», la gente se frustra porque siente que no llega a ninguna parte o que esa meditación no funciona. La meditación ha funcionado para numerosos tipos corrientes que se han convertido en maestros de meditación a lo largo de miles de años, pero, claro, tú consideras que eso a ti no te vale.

Una de las cosas estupendas del budismo es que no adora al Buda como si fuese un dios o una divinidad, sino que en lugar de ello celebra al Buda como un ejemplo de persona normal, como tú y como yo, que inculcó mucha disciplina y gentileza a su práctica de meditación, acabando por abrir su mente y corazón de una forma increíble.

Cuando el Buda estaba en la veintena, no era un gran maestro iluminado. Se llamaba Siddhartha Gautama y vivía en casa de su padre. Tenía esposa, pues se casó muy joven, y antes de que se diera cuenta ya tenía un hijo. Acababa de descubrir lo protegido que había crecido, porque no sería hasta alcanzar la veintena cuando se encontró por primera vez con el sufrimiento en la forma de la enfermedad, la vejez y la muerte. De manera muy parecida a como nos ha sucedido a la mayoría también a esa edad, no le gustó lo que vio en el mundo y se esforzó en encontrar la manera de cambiarlo.

Siddhartha Gautama, al que imagino que sus amigos y familia llamaban “Sid”, se sintió inspirado a seguir una vida espiritual alejado de su hogar. Recurrió a prácticas extremas, pasando hambre y viviendo en condiciones difíciles en pos de la santidad, como si buscase un cambio radical con respecto a su cómoda educación y origen. Acabó descubriendo, no siendo demasiado indulgente ni demasiado duro consigo mismo, que podía transitar por un camino intermedio donde podía ser considerado consigo mismo, practicar meditación con diligencia y vivir una vida noble. Solo entonces pudo realizar la iluminación.

Siempre que alguien en la fase «¿De dónde salen todos estos pensamientos?» me pregunta qué hacer con su práctica de meditación, recuerdo lo que me decían mis maestros: «Sigue sentándote». Eso no tiene nada que ver con ningún rollo de tener fe porque un tío llamado Sid así lo hiciera hace 2.600 años, o porque nos fijemos en la gente que vive en comunidades meditativas y comprobemos que hay quienes se han beneficiado de esta práctica. Tiene que ver con que vemos los efectos de la meditación en nosotros mismos.

Cuando el Buda alcanzó la iluminación, buscó a unos buenos amigos con los que había meditado en el pasado. En lugar de ir a ellos con la mentalidad de: «Ya lo tengo, así que veniros a estudiar conmigo», lo que dijo fue: «Venid y comprobadlo por vosotros mismos».

La meditación es el camino del autodescubrimiento. Si aceptamos el consejo del Buda y de otros grandes maestros del pasado y continuamos practicando meditación, también empezaremos a alejarnos de la sensación de estar siendo bombardeados por un aluvión de pensamientos. En su lugar, podemos llegar a sentirnos como si nos hallásemos en medio de un potente río de pensamientos. No es mal comienzo. Con el tiempo y la práctica, uno llega a sentir que los pensamientos que nos atosigan lo hacen ahora a la velocidad de un arroyuelo o manantial, lo cual nos conduce a una mente atenta: un amplio y espacioso estanque sin ondas en su superficie.

El proceso gradual de ir acostumbrándose a regresar a la respiración durante la meditación empieza a desarrollar algo de espacio mental que, con el tiempo y sin que tengas que “hacer” nada, de manera natural, empieza a manifestarse en nuestra vida cotidiana. En nuestra práctica de meditación aprendemos a reconocer los pensamientos sin actuar sobre ellos. Se trata de una herramienta extremadamente útil cuando vivimos en un mundo en que un colérico correo electrónico o un botón de borrado en un teléfono móvil pueden acabar con una relación.

Tal vez, durante la sesión de meditación nos descubramos enfadados con un compañero de trabajo o de clase. Repasamos un determinado número de pretendidas conversaciones con dicha persona y en cada ocasión son distintas. Analizamos con exactitud cómo nos engañaron en el pasado y pensamos en cómo vengarnos. Cada vez que nos sorprendemos haciendo eso durante la meditación, lo reconocemos, lo etiquetamos como “pensando” y regresamos a la respiración. Quizá se parezca a lo siguiente:

«Brett es un capullo».

"Pensando".

Vuelta a la respiración.

«Este Brett se ha propuesto arruinarme la mañana. Estoy seguro

de que lo hizo a propósito».

"Pensando".

Vuelta a la respiración.

Repitiendo esta sencilla práctica de darnos espacio en el cojín de meditación, nos preparamos para relacionarnos con esa emoción y esa persona en la vida cotidiana. Se denomina “práctica de meditación” porque practicamos el estar presentes en nuestra experiencia durante la meditación, y esta práctica se extiende las 23 horas y media en las que no estamos meditando formalmente. Con suerte, la próxima vez que veamos a Brett, en lugar de seguir nuestra respuesta habitual de darle caña, podamos encontrar un pequeño resquicio de espacio, una oportunidad de no reaccionar como acostumbrábamos en el pasado, y podamos estar presentes en cualquier situación que surja.

Cuando tenemos esa experiencia, es que tal vez hemos pasado a la segunda fase, la de «Vaya, parece que esto me ayuda algo». Estamos ligeramente encantados de que la meditación empiece a permitirnos introducir más amplitud en nuestra mente y vida cotidiana. Por eso la práctica de la meditación no trata de intentar dar la talla respecto de alguna versión ideal acerca de quiénes somos, sino que se trata de estar en nosotros mismos y nuestra experiencia, sea cual sea.

La tercera fase podría decirse que es algo así como «La meditación es un chollo». Hemos visto que crear más espacio alrededor de los pensamientos y las emociones intensas durante nuestra práctica de meditación nos permite relacionarnos totalmente con estos y estas en nuestra vida cotidiana. Eso nos sienta bien. Nos sienta tan bien que queremos seguir explorando este camino con la esperanza de llegar a aportarnos cierta sensación de cordura, a nosotros mismos, a nuestra vida cotidiana y al mundo que nos rodea.

Sin embargo, al igual que sucedía en nuestro primer ejemplo sobre los muchos años que le costó al Buda dar con una técnica que le funcionase, tampoco nosotros podemos esperar que la meditación nos cambie la vida de la noche a la mañana. Si quieres ponerte en forma físicamente, no esperas obtener una diferencia radical tras haber corrido unos pocos días o pasado un largo fin de semana en el gimnasio. En lugar de ello, empiezas acostumbrándote poco a poco a las pesas y las máquinas, reforzándote sesión a sesión, a lo largo de bastante tiempo. Cada vez que puedes impulsarte un poco más te sientes inspirado.

Lo mismo puede decirse de la mente con la meditación. No podemos esperar sentarnos cinco horas e iluminarnos. Ni tampoco podemos sentarnos 15 minutos al día durante una semana, y cuando nos damos cuenta de que no estamos más cuerdos ni nos sentimos mejor que antes, abandonar. Sesión a sesión, empezamos a adquirir la flexibilidad y apertura mental que irán haciendo que nuestra mente se torne saludable y vigorosa. Hemos de empezar entrenando la mente de manera regular en sesiones cortas, a fin de ir aumentando la estabilidad que acabará extendiéndose al resto de nuestras vidas.

En última instancia creo que cualquiera que se sienta atraído a una vida espiritual quiere beneficiar al resto del mundo. Nadie escogió leer este libro porque desease un coche mejor o una pareja más guapa. Queremos aprender a ser cuerdos, cómo ser más francos en nuestras vidas y cómo difundir la cordura y la compasión en un mundo cada vez más caótico. El primer paso es enfrentarnos a nuestros demonios mentales al ir conociéndonos a nosotros mismos en la meditación. Necesitamos entablar amistad con nosotros mismos, y aunque suene muy sobado, a amarnos a nosotros mismos, para así poder amar al mundo.

El despertador en forma de samurái nos indica una manera en que podemos enfocar nuestra jornada. Podemos pensar en nuestra mañana y decirnos: «Es hora de ir a la batalla. Yo contra el mundo». Para ganar, debemos mostrarnos despiadados en el trabajo y obtener aumentos de sueldo y ascensos, adquirir los últimos dispositivos electrónicos y tener una supermodelo por esposa. Ese punto de vista resulta agotador y gastado, porque nos obliga a luchar constantemente para poder alcanzar ese nuevo escalón de la escalera de nuestra carrera profesional, nuestros dispositivos quedan obsoletos al cabo de pocos meses y a nuestra pareja se le acaban desdibujando los rasgos. Considerar nuestra jornada como una batalla nos separa del mundo que nos rodea y hace que nuestras vidas cotidianas parezcan algo que debemos conquistar y someter, o bien limitarnos a sobrevivir.

En cambio, podrías considerar tu vida como una buenísima oportunidad. Cuando suene el despertador, puedes dedicar un minuto a reflexionar acerca de todo lo que tienes en la vida –amigos, familia, aquello que te importe– y apreciarlo. Al ir adentrándote en la jornada, podrías dedicar algo de tiempo a meditar y observar la manera en que ese poco tiempo que le dedicas te hace sentir más espacioso y a tu mente más expansiva.

De hacerlo, podrías descubrir que ese mundo que antes daba la sensación de ser tan intimidatorio, contra el que valía la pena luchar, resulta que no es tan difícil cuando no incluyes tus pasiones, agresividad y confusión de siempre en todos los escenarios, y en lugar de ello, infundes amplitud a todas las situaciones.

Cuanto menos sigamos aceptando nuestra versión acartonada acerca de cómo deberían ser las cosas, más dispuestos estaremos a aceptar las cosas tal como son. Cuando estamos en disposición de poder hacerlo, nuestras vidas dejan de ser una batalla y pasan a convertirse en un terreno de juego en el que disfrutar.

2. Ríete ante el montaje de tu mente

Antes de embarcarnos en un camino de desarrollo de nuestra sabiduría y compasión, necesitamos aprender lo básico. Hemos de saber cómo trabajar con nuestra propia mente. A la técnica de meditación presentada en este capítulo se la suele denominar shamatha. Se trata de una palabra sánscrita que podríamos traducir como “serenidad”. Suena bien, ¿verdad? El proceso de reservar cierto tiempo a la meditación de tu rutina cotidiana y agitada pudiera inducir ese efecto sosegador.

No obstante, ampliaré este tema: la meditación no siempre es calmada. Cuando empiezas a meditar te das cuenta de que shamatha tiene un sorprendente efecto secundario, pues empiezas a observar los diversos aspectos de tu mente ocurriendo como si se tratase de la pantalla de un cine. Contemplas tus expectativas, temores y alocadas y desenfrenadas fantasías en un bucle constante en tu mente. Tras permanecer sentado en ese bucle durante un tiempo, puede que llegues a darte cuenta de que en realidad resulta bastante aburrido y repetitivo. La cuestión es que siempre ha estado ahí. Lo que sucedía es que nunca lo contemplaste directamente.

Adiestra tu mente con shamatha

Shamatha adiestra la mente para que regrese a lo que sucede en el instante presente. Cuando contemplamos el montaje de la mente, y de repente se desplaza a una escena en la que estás en el Caribe con una copa en la mano, en una playa tropical y hundiendo los dedos de los pies en la arena, tal vez caigas en la cuenta de que: «¡Eh, que esa no es mi realidad. Mi realidad es este piso atestado de trastos, un dolorcito de espalda y una mente errabunda». Tanto si te lo crees como si no, se trata de una buena cosa. Darte cuenta de que te has ensimismado en tus pensamientos es el primer paso para regresar al presente con regularidad.

Se parece un poco al primer paso de Alcohólicos Anónimos (AA), en el que admites que careces de control sobre el alcohol. Lo que estás diciendo es esto: «Estoy indefenso ante este insólito despliegue de pensamientos y emociones que tiene lugar ante mis ojos». Pero, al igual que ocurre en AA, existe un camino para obtener poder: se trata de regresar poco a poco a otra cosa que no sea la fuerza de la costumbre.

Aprender meditación shamatha es como enarbolar una espada: puedes cortar como si fuesen de papel esos bucles discursivos que tienen lugar en tu mente. Regresando una y otra vez a la respiración, aprendes que no tienes por qué quedarte enganchado de ese culebrón. En lugar de ello, puedes entrar en contacto con el elemento sosegado que existe tras toda esa locura: tu propia e innata sabiduría.

La meditación es una práctica que utilizan tradiciones de todo el mundo. No es una práctica exclusivamente budista, ni siquiera una práctica religiosa, y lleva siglos existiendo. La única razón por la que tú y yo deberíamos practicar meditación es porque nuestro amigo Sid la utilizó como herramienta para descubrir su sabiduría innata, y el resultado fue que desde entonces vivió feliz. Nosotros también podemos entrar en contacto con la sabiduría que anida tras nuestra confusión. También podemos observar el montaje que se desarrolla en nuestra pantalla de cine y darnos cuenta de que es ilusorio.

Sid es sobre todo famoso por una cosa: alcanzar la iluminación. Lo que descubrió ha sido debatido por muchísimas personas y descrito en numerosos y gruesos volúmenes. Pero en nuestro caso bastará con que digamos que despertó a la realidad tal cual es. Gracias a la práctica de la meditación, pudo descubrir la calma esencial: la calma de no tener que estar de acuerdo con todo lo que aparecía en la pantalla de su mente. Pudo dirigir su conciencia a su propia sabiduría, que suele denominarse naturaleza búdica, o bondad fundamental.

Todos nosotros contamos con el potencial de ser budas. También nosotros poseemos la benevolencia innata descubierta por el Buda. Sid desarrolló una profunda confianza en su propia bondad fundamental, y a partir de ahí la ofreció constantemente. Es un buen ejemplo acerca de cómo shamatha puede ayudar a tarugos como tú y como yo.

Tal vez ahora mismo la iluminación no te parezca tu objetivo esencial. Estupendo. De verdad. Sin embargo, si quieres abrir más tu corazón, aprender a trabajar con emociones intensas que no dejan de manifestarse o solo rebajar el estrés, puedes utilizar shamatha como herramienta para aflojar la adicción a aceptar el inacabable despliegue de la mente.

Así es como funciona: si estás en casa, llena un vaso de agua. Si no es el caso, utiliza de momento la imaginación. Esa agua cristalina y transparente es similar a nuestro estado natural. Es luminosa y sin ondas.

Ahora bien, si echas un poco de tierra en el vaso de agua, la cosa empieza a ensuciarse. Sobre todo si lo remueves con una cuchara. ¡Prueba, prueba!

Ese tornado de suciedad representa la manera en que lidiamos con nuestra mente a diario. Cuando un pensamiento o emoción intensa aparece, le damos vueltas en miles de escenarios distintos. Un pegote de porquería pudiera ser: «¿Qué quiso decir Laura con ese extraño correo?», y la suciedad que se arremolina a su alrededor serían las doce distintas cavilaciones acerca de en qué estaría pensando, cómo le contestaremos, a quién se lo contaremos, etc. Cuando malgastamos nuestra energía mental removiendo todos esos posibles escenarios, nuestra mente se enturbia.

Vale, pues deja de remover. Observa cómo se va posando la tierra en el fondo. Una vez que esté toda ahí, te darás cuenta de que el agua de arriba recupera su anterior estado limpio y cristalino.

De la misma manera, nuestra mente es el telón de fondo donde se proyectan todas esas intensas emociones y sensaciones. Pero aun así nuestra mente sigue siendo innatamente luminosa y dinámica. Es básicamente bondad. Cuando no nos colgamos de nuestro despliegue cíclico de pensamientos, sensaciones y emociones, descubrimos que estar presentes en nuestra sabiduría innata resulta refrescante.

Consejos sobre la meditación

Estos son algunos consejos acerca de cómo ir abandonando nuestra proverbial cuchara agitadora y empezar a entrar en contacto con nuestra bondad fundamental.

Ubicación, ubicación, ubicación

Has de elegir un lugar en casa para meditar. Es importante contar con un lugar consistente, cómodo, tranquilo y limpio. Si no puedes encontrar un sitio que cumpla esos cuatro requisitos, intenta hallar un espacio que al menos cumpla con dos. Algunas personas adquieren cojines de meditación en tiendas, mientras que otras prefieren utilizar una almohada o un cojín sobre una manta colocada en el suelo. Si padeces problemas de espalda, tal vez deberías pensar en utilizar una silla.

Adopta la disposición que te parezca más adecuada en el lugar que te parezca inspirador y amplio. No es obligatorio contar con un sitio a prueba de ruidos, pero la idea es que has de sentirte atraído por ese espacio y que puedas sentarte durante un período de tiempo sin sufrir distracciones. No te sientes frente al ordenador o la televisión, aunque estén apagados. Hacerlo frente a la pared o una ventana servirá.

Cuerpo

Siéntate en el cojín o la silla. Si lo haces en un cojín, siéntate con las piernas relajadamente cruzadas. Si estás en una silla, reposa ambas plantas de los pies firmemente en el suelo. Cuando te sientas a meditar, lo más conveniente es sentirse equilibrado y firme.

A partir de esta sólida base, siéntate derecho (igual que solía indicarte tu madre). Si la imagen te ayuda, imagina una cuerda en la coronilla de tu cabeza que te tira hacia arriba, estirando la columna vertebral. No obligues al cuerpo a hacer nada, permítete adoptar tu curvatura natural. Relaja brazos y hombros.

El Buda tuvo un estudiante que era músico y que en su práctica de meditación adoptaba una postura especialmente rígida. Nuestro amigo Sid le dijo:

–Explícame otra vez cómo afinas tu instrumento. ¿Cómo deben estar las cuerdas.

Contestó el músico:

–Ni demasiado tensas ni demasiado flojas.

–Así es –dijo Sid–. Medita también así.

Recuerda ese consejo al adoptar tu postura de meditación. No tenses los músculos creando nudos, y no te inclines demasiado hacia delante como si fueses a caer dormido. Encuentra tu propio camino intermedio.

Descansa las manos en los costados. Luego, sin mover la parte superior de los brazos, dobla los codos y levanta las manos. Reposa las manos, con las palmas hacia arriba, sobre los muslos. Ese será el lugar probablemente más cómodo para dejarlas descansar.

Mientras la cabeza reposa suavemente en lo alto de la columna vertebral, mete un poco la barbilla hacia dentro. Relaja los músculos del rostro alrededor de ojos, nariz y mandíbula. Eso tal vez implique tener la boca abierta. Vale. Si te ayuda puedes descansar la lengua contra el paladar.

Una última consideración sobre la postura: mantén los ojos abiertos. Hay escuelas de meditación que animan a cerrar los ojos y otras a mantenerlos abiertos. Yo pertenezco a la segunda escuela. Si el objeto de nuestra práctica meditativa es estar presentes, resulta mucho más fácil si no desconectamos a propósito uno de nuestros sentidos. Además, no es raro que la gente se duerma mientras medita. Así que mantén los ojos abiertos, descansando la mirada, desenfocada, a una distancia de entre un metro y un metro y medio por delante de ti.

Respiración

El objeto de la práctica de la meditación es nuestra respiración. La respiración no es algo que debamos forzar para que ocurra; sucede de manera natural, así que es fácil armonizarse con ella. La regularidad de la respiración resulta sosegante para la mente. La respiración también es el ahora. La respiración siempre es el ahora. Y como la respiración siempre es nueva, es un ancla excelente para mantenernos enraizados en el momento presente.

Dirige tu atención a la sensación física de tu espiración y respiración. No cambies el ritmo de la respiración, deja que suceda como siempre lo ha hecho.

Mente

Inevitablemente te irás distrayendo de la respiración. De repente un tema que aparece en tu mente adquiere importancia y quieres saltar del cojín de meditación para solucionarlo, o bien quieres hallar una solución en ese mismo momento. También puedes verte repasando una conversación telefónica que tuviste hace 20 minutos, o repasando lo que le contarás de ti a tu ligue al día siguiente.

No te preocupes. Todos los meditadores se han enfrentado exactamente a esas mismas situaciones a lo largo de la historia de la práctica de la meditación. No dudo de que incluso Sid, en su etapa «¿De dónde salen todos estos pensamientos?», también se preguntaba qué iba a cenar.

El tema es que cuando uno se pierde en los pensamientos, las emociones o las fantasías ha de regresar a la respiración. Si te resulta de ayuda, puedes decirte a ti mismo: «Pensando», como recordatorio de que estás realmente pensando. No te dices que tu pensamiento es bueno o malo, sino que te recuerdas que lo que verdaderamente deberías hacer es devolver tu atención a la respiración.

Ten fe en que si el pensamiento es tan increíblemente bueno seguirá existiendo de alguna manera una vez que acabes la sesión meditativa. El poeta Allen Ginsberg solía mantener un diario junto a su cojín de meditación. De vez en cuando, en su cabeza surgían pensamientos brillantes, y su maestro, Chögyam Trungpa Rimpoché (el maestro de meditación que trajo el budismo Shambhala a Occidente) le pedía que, en lugar de ponerse a escribir el siguiente Aullido allí mismo, lo dejase y regresase a la respiración.

shamatha

Cuando empezamos a estabilizar la mente, nos damos cuenta de que la práctica de la meditación se torna más agradable. Desarrollamos cierto sentido del humor respecto a la proyección sobre la pantalla. Lo que antes era un drama pasa a convertirse ahora en una comedia. No es que la trama sea distinta; seguimos comprobando la existencia del impulso de enfurecernos con alguien o de imaginar cómo nos irá en nuestra próxima cita. Pero ahora ya no nos sentimos impotentes para dirigir nuestra atención a otra parte. Ahora podemos dirigir la atención a entrar en contacto con nuestra bondad innata. Podemos reírnos de la película de nuestra mente y no tomárnosla tan en serio.

Cuando llegamos a ese punto, empezamos a tener fe en nuestra práctica de meditación porque ya nos está beneficiando. Ya hemos establecido contacto con nuestra bondad básica, y podemos empezar a ver bondad en el mundo que nos rodea.