AGRADECIMIENTOS

Gracias de todo corazón a todas las personas que han estado a mi lado o en mis pensamientos durante la escritura de este libro:

A mis padres. Por su aptitud frente a los estados de ánimo y todo lo demás. Cuanto más mayor me hago más descubro todo lo que les debo.

A mis pacientes, familiares y amistades, a todos esos desconocidos escuchados u observados. A quienes me han confiado, dicho o mostrado todo lo que hay de humano en este libro.

A mis correctores: a Jacques Van Rillaer, por la precisión y la exigencia de sus comentarios (que no siempre he seguido, ¡perdón, Jacques!), y a Nadine, por el entusiasmo de su apoyo. A Séverine Strullu, por la pertinencia de su mirada filosófica y la ejemplaridad de lo que ella es. A Clémence Badault, por la calidez y la vitalidad de sus comentarios. A Jany y Valérie Siari, por haberme dado seguridad, hacerme sonreír y reflexionar con sus comentarios.

A mis amigos y autores de cabecera: André Comte-Sponville, por el rigor de su inteligencia y su cuidado constante para poder ser comprendido por todo el mundo. A Alexandre Jollien, por su sensibilidad y su gracia. A David Servan-Schreiber, por haberme enseñado tantas cosas útiles acerca del arte de cuidar con dulzura. A Zindel Segal, Lucio Bizzini y Pierre Philippot, por haberme iniciado en la meditación psicoterapéutica. A Jon Kabat-Zin, por haberme revelado, a través de sus trabajos y libros, la consciencia plena. Y claro está, a Matthieu Ricard, por todo lo que me ha aportado en nuestros encuentros.

A mi familia editorial: Odile Jacob y Bernard Gotlieb, por su confianza desde mis principios. A Jean-Luc Fidel, por su mirada y su opinión; a Cécile Andrier, por su compromiso, a Gaëlle Fontaine, por sus consejos; a Antonia Canioni, Jean-Jérôme Renucci, Carole de Fanti y Viviane Muñoz, por la atención benevolente y eficaz que dedican a la difusión de mis trabajos. A Claudine Roth-Islert y Dominique Renoux, por su ayuda a la hora de convertir mis escritos en un bello libro en papel.

A mi familia: Pauline, Faustine, Louise y Céleste. Por todo, claro está.

1. COMPRENDER
LOS ESTADOS DE ÁNIMO

«Mi única misión ha sido en efecto, el ir por esas calles, persuadiéndoos, a jóvenes y viejos, de que no os preocupaseis de vuestro cuerpo ni de vuestra fortuna con más apasionamiento que de vuestra alma, para hacerla lo más buena posible.»

PLATÓN, Apología de Sócrates

Mis estados de ánimo. ¿Y eso qué es?

Es todo de lo que tomo consciencia cuando salgo de mis automatismos cotidianos, cuando salgo del “hacer” y me dejo ir, observando lo que sucede en mí. El problema es poder observarlos, pues un estado de ánimo no deja de cambiar, que es sin duda por lo que acaba llamándose “los” estados de ánimo. En inglés se habla de stream of affects: corriente, raudal de afectos.

Los estados de ánimo son el eco en mí de lo que estoy viviendo, o de lo que he vivido, o de lo que no he vivido pero que me hubiera gustado vivir, o de lo que espero vivir. También es todo lo que continúa dando vueltas en mi cabeza después de haberme dicho: ya está bien, para, no pienses más en ello.

En resumen, los estados de ánimo son todo un mundo.

COMPRENDER LOS ESTADOS DE ÁNIMO

La idea del estado de ánimo no pertenece al campo de la psicología científica, sino que más bien hunde sus raíces en la poesía y el sentido común. Pero no obstante es una realidad psicológica: todo el mundo sabe de lo que se trata. Como psiquiatra creo que se trata de un concepto operativo y útil para mi trabajo, tanto si es poético como impreciso. ¿No es a veces mi trabajo de psiquiatra, justamente, poético e impreciso? Si pensamos en ello, los estados de ánimo no nos remiten a una realidad imprecisa, sino a una realidad compleja.

Podríamos definir los estados de ánimo diciendo que son contenidos mentales, conscientes o inconscientes, que mezclan estados corporales, emociones sutiles y pensamientos automáticos, y que influyen en la mayoría de nuestras actitudes. En general les prestamos escasa atención, y tampoco les consagramos esfuerzos para intentar comprenderlos, integrarlos en nuestra reflexión, o pedirles que se pongan a nuestro servicio. Por fortuna, lo hacen por sí mismos, solitos: su papel y su influencia sobre lo que somos y hacemos son inmensos.

Piense en cómo le influyen sus estados de depresión, piense en sus rabietas, tanto las expresadas como las ocultas, pero tan a menudo desproporcionadas respecto a los sucesos inmediatos: ¿no provienen muchas veces de la cavilación de los estados de ánimo de resentimiento, rencor, humillación o simplemente de decepción e inquietud? Estados de ánimo rumiados desde hace un rato, y por tanto mucho más potentes de lo que pudiéramos haber imaginado. Piense también –los estados de ánimos ¡son un auténtico tormento!– en la fuerza que pueden proporcionarle sus entusiasmos y sus acelerones, en la ligereza del cuerpo los días felices, en el impulso que da el buen humor.

Nuestros estados de ánimo son sobre todo pensamientos o emociones: son su mezcla. Ninguna emoción carece de pensamiento, ningún pensamiento carece de recuerdo, ningún recuerdo existe sin emoción, etcétera. Los estados de ánimo son la expresión de esta gran mezcla indisociable de todo lo que pasa en nosotros y a nuestro alrededor: mezcla de emociones y pensamientos, de cuerpo y espíritu, fuera y dentro, de presente y pasado. Esta mezcla es desde luego tan rica como complicada: impura, única, inestable, siempre reanudándose, nunca exactamente la misma. Como las olas del mar.

Los estados de ánimo no son únicamente un amontonamiento de ideas, emociones o sensaciones, sino también una construcción original. Son la fusión, la síntesis que efectuamos de manera automática, entre lo interior (estado corporal y visión del mundo) y lo exterior (reactividad a lo que nos llega: los acontecimientos nos afectan). Los estados de ánimo son un fenómeno psíquico agregador, de los que conectan pasado, presente y futuro en un sentimiento de coherencia y destino. Son como el líquido de un baño conductor de electricidad: gracias a ellos, todo se enciende e ilumina, sintiendo iluminación o amenaza, nuestros sufrimientos se calman poco a poco o redoblan furiosamente su intensidad.

«Me doy cuenta de que, sin quererlo, me puse a pensar en mi vida. Nunca me había dado cuenta, pero así es. Creía que no hacía más que ver y escuchar, que no era más que eso, durante todo este recorrido ocioso, sólo un reflector de imágenes recibidas, una pantalla en blanco en la que la realidad proyectaba colores y luces en lugar de sombras. Pero resulta que era bastante más, sin saberlo. También era el alma que se hurta y se niega, y la propia acción de observar.»1 En este breve pasaje de su magnífico El libro del desasosiego, Fernando Pessoa nos muestra cómo los estados de ánimo existen continuamente, sin requerir una intervención voluntaria de nuestra parte. Tenemos una consciencia más o menos clara y, en todo caso, siempre podemos acceder a ellos a través de nuestros esfuerzos de introspección. De ahí su importancia en la idea de “vida interior”, que sería como un eco de una “vida exterior” (aunque las cosas sean, desde luego, algo más complicadas y entreveradas). Nuestros estados de ánimo se invitan a sí mismos a todas nuestras actividades. Al rellenar una instancia administrativa creemos que no hacemos más que rellenarla. Pero no, también existen estados de ánimo más o menos flotantes que sin duda están a punto de cobrar vida: la irritación de tener que perder el tiempo con el papeleo, la inquietud de no equivocarse, el deseo de estar en otra parte, incluso algunos recuerdos de la infancia sobre hacer pesados deberes escolares en la mesa… Al igual que una meteorología psíquica, nuestros estados de ánimo son un clima mental, hermoso o sombrío, a veces estable durante unos cuantos días, y a veces sufriendo cambios varias veces en un solo día…

TODO LO QUE QUEDA EN NOSOTROS TRAS EL PASO DEL TREN DE LA VIDA

Otra característica de los estados de ánimo es su remanencia. La remanencia es la persistencia parcial de un fenómeno tras la desaparición de su causa. Por definición, los estados de ánimo duran más que las situaciones que los justifican o desencadenan. También presentan un efecto frecuente de resurgencia: su reaparición, analizada con mil sutilezas, a días, o incluso a años de distancia, es uno de los encantos de las novelas de Marcel Proust: «¿Nada más que un momento del pasado? Quizá mucho más; algo que, común al pasado y al presente a la vez, es mucho más esencial que ambos…».2 Los estados de ánimo son la estela de nuestros actos y gestos, todos los intersticios por los que nuestro pasado, o nuestras expectativas, se autoinvitan a la mesa del presente. Es todo lo que queda en nosotros tras el paso del tren de la vida.

Para hablar de nuestros estados de ánimo disponemos de bastantes palabras: disposición, humores, sentimientos… Los ingleses hablan de feeling, mood. Mi término preferido en la literatura científica, el que más se le acerca, es el que utiliza el neurocientífico Antonio Damasio, que habla de “sentimientos secundarios”,3 una denominación que tiene el mérito de recordar su discreción. Pero estados de ánimo es más bonito, ¿verdad?

Existen varias formas de acercarse a los propios estados de ánimo. A menudo hay que pararse. Dejar de hacer lo que se está haciendo: trabajar, correr, quejarse del mundo… Nuestros estados de ánimo están siempre ahí, como un ruido de fondo. Hay que parar y escuchar, como hacemos en el bosque, cuando se deja de andar y se pone la oreja: entonces puede escucharse el viento, los árboles, los pájaros y todos los rumores del bosque. Al principio basta con detenerse y observar lo que murmura en nosotros. Después se quiere ir un poco más lejos. Deberemos aprender a escuchar mejor y a observar mejor nuestros estados de ánimo, por ejemplo, a través de la meditación, de la que hablaremos, o mediante la escritura de sí mismo, de la que también hablaremos. Existen asimismo numerosos aprendizajes y prácticas que nos permitirán sumergirnos en nuestros estados de ánimo, enseñarnos a observarlos, a descomponerlos, para a continuación poder abandonarnos a ellos mejor. En la meditación Zen se utiliza una hermosa metáfora: la de la cascada. Todos nosotros podemos observar nuestros estados de ánimo, permaneciendo muy cerca de ellos, igual que un excursionista que se desliza tras una cascada y se halla transitoriamente a cubierto entre la pared de roca y el torrente que cae, un poco calado, un poco tembloroso, pero protegido y bien. Uno de los objetivos de la meditación denominada de atención plena es tomar distancia, separarse, y ver pasar los estados de ánimo, descomponerlos y comprenderlos. Pero sin tratar de detener el flujo. ¿A quién se le ocurriría detener el agua de una cascada?

SUTILEZA Y COMPLEJIDAD DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO

Cuando pregunté a mis seres queridos que me diesen ejemplos de sus estados de ánimo, lo primero que les vino a la mente giraba alrededor de la idea de positivo y negativo. Ejemplos de estados de ánimo positivos: estar de buen humor, estar tranquilo, relajado, cool… Ejemplos de estados de ánimo negativos: estar deprimido, estar de mal humor, sentir preocupación…

Pero lo más típico de los estados de ánimo es la mezcla, la sutileza, los estados de ánimo mixtos, en los que elementos agradables se mezclan con tonalidades dolorosas.4

Así pues, en la nostalgia puede descifrarse claramente esa mezcolanza: ese «pesar melancólico de una cosa pasada»5 asociado a la vez a la dulzura (recuerdos agradables) y el dolor (de que hayan pasado). Recordar, sonreír, pero sufrir a causa del recuerdo… La nostalgia es lo suficientemente agradable para que se tenga necesidad de entregarse a ella, de que reaparezca una y otra vez, a pesar de todo. En ella, ese pellizco de tristeza desempeña el papel de la sal en un plato.

La decepción también es un típico estado de ánimo. Reposa sobre el recuerdo de haber otorgado nuestra confianza, algo que debería ser agradable (otorgar nuestra confianza nos sienta bien: significa que contamos con relaciones de fiar), pero que está contaminado por lo que ha causado la decepción (falta de confianza o traición). Después queda la amargura, la agitación: la decepción no es únicamente un sufrimiento emocional, sino un replanteamiento de nuestra visión del mundo. Confiábamos, y eso ya no es posible. Por extraño que parezca (a quien no conozca los estados de ánimo), la decepción suele finalizar con un regusto agridulce, porque en cierta manera es una satisfacción dolorosa, una certidumbre (y las certidumbres nos satisfacen más que las dudas): «Dudé, tenía que haber dudado…». Es un estado de ánimo que nos procura un dolor primero violento, en el que las emociones arrastran a los pensamientos, que luego languidece, hasta que la mordedura de esas mismas emociones deja sitio a visiones tristes del mundo.

Otro estado de ánimo apasionante y complejo: la culpabilidad. Un familiar nos pide ayuda, se la negamos porque eso nos complicará la vida y, total, no parece tan importante. Nuestro rechazo se acepta sin comentarios. Nos damos cuenta de que hemos causado un fastidio, tal vez algo de dolor. Pero sabemos que no va a ser para tanto, que el otro se las apañará. Salvo que… El breve intercambio ha prendido los estados de ánimo de la culpabilidad. Nos preguntamos si hemos hecho bien en negarnos. Si ese negarse no está en desacuerdo con nuestros valores. Incomodidad. También nos entristecemos porque se tiene la sensación de haber hecho sufrir, de haber dañado una relación valiosa para nosotros. Decepción de uno mismo, por no habernos mostrado más disponibles, más serviciales. Después irritación por no poder ser más egoísta: ¡a la porra, qué carajo! Irritación contra el otro por pedirnos ese favor. Estábamos la mar de tranquilos, ¡y no íbamos por ahí pidiendo nada! Después, vuelta a los remordimientos. Necesidad de volver atrás y decir sí, para no sentirse tan mal como estamos a punto de sentirnos. De repente, una sensación de cansancio de tanta elección, de tener que tomar tantas decisiones. Un pequeño soplo de inquietud: ¿y si resulta que un día yo también tengo que pedir ayuda y me dicen que no? ¿Y si estuviese metido en un berenjenal y nadie me ayudase? Al cabo de un instante estamos hartos de tanto cavilar e intentamos pasar a otra cosa. Te pones a hablar… ¿No creerás que tus estados de ánimo van a pararse, así en seco, porque tú lo hayas decidido, verdad?

No, no se detendrán así como así. Sobre todo la culpabilidad, que desempeña un importante papel en nuestro psiquismo, obligándonos a reexaminar ciertas decisiones perjudiciales para los demás. La culpabilidad interpela nuestra consciencia moral y nos obliga a reflexionar: ¿podía evitar este sufrimiento que (tal vez) yo he provocado? ¿Cómo? Muy poca culpabilidad nos convierte en egocéntricos. Pero demasiada nos vuelve patológicamente sensibles. ¿Nos hace mejores? Tengo tendencia a creerlo así, pero esa no es la opinión de todos. Esto es lo que decía Theodore Dreiser, escritor estadounidense y militante anticapitalista: «¿La conciencia? Nunca impide cometer un pecado. Lo que sí impide es disfrutar en paz». Bien, siempre es así.

Y después están todos esos estados de ánimo ¡a los que nadie ha bautizado! Recuerdo un amigo que me contaba cómo, después de que le hubieran prometido un ascenso a un puesto profesional de prestigio, pero agotador y delicado, se encontraba excitado, halagado e inquieto, a la vez. ¿Cómo denominar a esa mezcla? Y a continuación, al enterarse de que no iba a ocupar ese puesto, me explicó que había sentido una segunda «mezcla barroca de estados de ánimo» (según sus propias palabras): sentirse a la vez decepcionado y aliviado. ¿Tiene eso un nombre? Y no obstante, ¡resulta tan frecuente! Y después tenemos los estados de ánimo que nos provoca la música: ¿quién pondrá nombre, para así compartirla, a esa extraña sensación de felicidad intensa y grave, de tragedia aplacada, que puede provocarnos el sonido de la viola de gamba?6 Tal vez nadie, y está bien que así sea, que haya estados de ánimo que permanezcan innombrables, en este mundo donde todo está censado y etiquetado. A veces, los escritores de genio saben hacerlo, y su lectura se convierte en una revelación. Eso que sentíamos confusamente se aclara, se revela. Proust, como siempre, en el célebre episodio de acostarse siendo un niño inquieto: «Mi único consuelo, cuando subía a acostarme, era que mamá vendría a abrazarme cuando estuviese en la cama. Pero esas buenas noches duraban bien poco, pues volvía a bajar muy deprisa, ya que el momento en que la escuchaba subir, pasando después por el pasillo de doble puerta, provocando el suave roce de su vestido de muselina azul, de la que pendían cordones de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Anunciaba el que lo seguiría, cuando ella me dejaba y volvía a bajar. De manera que deseaba que esas buenas noches que tanto me gustaban se retrasasen todo lo posible, para que se prolongase el tiempo en el que mamá todavía no venía».7 Atención extrema a los detalles del instante presente, consciencia sutil de los menores movimientos de su mente… Proust sigue siendo un explorador insuperable de los estados de ánimo. Los escritores lo han comprendido y descrito todo mucho antes que los psiquiatras… Freud decía, a propósito de ello: «Fuere donde fuere, siempre había un poeta que había llegado antes que yo».8

VÍNCULOS CON EL TIEMPO:
LOS ESTADOS DE ÁNIMO SON TODA NUESTRA VIDA

Nuestros estados de ánimo están muy marcados por el vínculo con el tiempo: el pasado (nostalgia, melancolía, vergüenza, culpabilidad…), el presente (orgullo, satisfacción, aburrimiento…) y el futuro (inquietud, preocupación, confianza…).

En el orgullo puede hallarse el ejemplo de felicidad ligado a la sensación de culminación, el recuerdo de los obstáculos hallados pero superados (estados de ánimo negativos pasados pero vueltos a examinar a la luz del presente), etcétera. Recuerdo a un amigo que se balanceaba en su hamaca en el jardín de su casa de campo recientemente adquirida, y que decía: «¡Nunca me he sentido tan feliz como ahora, en mi hamaca, frente a mi casa!». Reacciones escandalizadas de sus invitados: «¿Cómo? ¡Eres un materialista detestable! ¿Te sientes más feliz que el día de tu boda o que el del nacimiento de tus hijos?». Respuesta avergonzada del amigo: «No, no, quería decir que todo queda resumido en este instante, en mi casa, en mi hamaca. Todos esos instantes pasados juntos, con mi mujer, mis hijos, con todos vosotros, y esta satisfacción, que sólo tiene sentido porque todos aquellos a los que amo están aquí, conmigo. Y también pienso en la felicidad de la que gozarán mis hijos al poder aprovechar esta casa cuando sean mayores, y todo lo demás…». Alivio del público. No es más que una felicidad momentánea, pero también una felicidad de culminación y de futuro. No se trata únicamente de una felicidad egoísta, sino también altruista. Esos estados de ánimo de felicidad orgullosa contienen muchas cosas…

Y más ejemplos… La curiosidad, estado de ánimo del presente, es una mezcla de energía, confianza, ganas de entender y de actuar, aquí y ahora.9 La serenidad es una tranquilidad actual, pero también una sensación de paz con el propio pasado, y una confianza en los instantes futuros; de ahí la intensa sensación de coherencia que desprende, de aceptación y fuerza para afrontar lo que llegue.

También está la consciencia del tiempo que pasa, y del envejecimiento, importante fuente de estados de ánimo. La inquietud: «Estoy envejeciendo, ¿qué me sucederá? ¿En qué estado acabaré?». La sorpresa: «¿Ya? ¡Qué sorpresa más desagradable que me esté sucediendo a mí! Sí, claro, ya lo sabía. Pero ahora, lo siento…». La tristeza: «Qué rabia perder el vigor, la frescura, la juventud…». El resentimiento: «Qué de momentos he malgastado sin llegar a saborearlos a fondo». Pero también la dulzura («Todo es más sencillo ahora, me resulta más claro, más apacible»), la curiosidad («¿Qué será de mí?»), el sosiego («Ya no tengo por qué lanzarme a competiciones agotadoras y estresantes para demostrar mi valor o grandeza: me da lo mismo»). Todo eso sucede en un instante, porque hemos sentido el paso del tiempo en nuestra vida…

Y además también están los estados de ánimo que se agrupan bajo el término de confianza. No sólo se apoyan sobre una sucesión de éxitos y certidumbres, sino asimismo en el recuerdo de los dolores y desconciertos de nuestros fracasos pasados, en la manera en que los superamos, en lo que aprendimos de ellos; y también en la anticipación de las adversidades futuras y nuestra capacidad para lidiar con ellas. La confianza podrá ser inquieta si en algún sitio se oculta la idea de que debemos salir vencedores de esos enfrentamientos. Será serena si aceptamos por adelantado la idea de que no tenemos por qué vencer obligatoriamente en todas las situaciones.

La infancia, claro está, es un depósito inagotable de estados de ánimo de cara al futuro, pues la racionalización filtra menos todo lo que nos sucede, se interponen menos discursos entre nosotros y las experiencias de la vida. Uno se siente curioso y abierto, se vive el presente con intensidad, creando así un granero de recuerdos de gran intensidad. Los niños carecen durante muchos años de una consciencia clara de sus estados de ánimo. Más adelante, en un momento dado, todo eso cambia. Los padres conocen bien el momento del nacimiento de los estados de ánimo en sus hijos. ¿En qué piensa ese chiquillo que se sorbe los mocos acariciando su muñeco fetiche con la mirada perdida en el vacío? ¿Y aquel que, rechazado por los demás, les observa jugar de lejos en el patio del recreo, sin ni siquiera llorar? Son momentos en que los pequeños pasan de emociones inestables, rápidamente consoladas, a estados de ánimo más duraderos. ¿Es una suerte o una desgracia que esta emergencia de los estados de ánimo coincida con la salida de la infancia? Las opiniones divergen. Esta es la del escritor Éric Chevillard: «Para algunos, la infancia es una especie de estado enfermizo donde se sienten muy deprimidos y del que felizmente se curan al llegar a la madurez; para otros, por el contrario, cuando la infancia se acaba empieza su larga agonía».10 Pero también se puede considerar que esta aptitud de no olvidar y borrar, este paso de la ligereza a la espesura, de la inestabilidad a la larga duración, es una ocasión única para nosotros, así como un enriquecimiento. Nuestros estados de ánimo son los que nos ayudan a transformar los recuerdos dispersos en trayectorias vitales. Convertirse en adulto es poder decirse: «Yo tengo recuerdos, tengo una historia». Así pues, nuestros estados de ánimo amplían considerablemente el instante presente mediante los ecos del pasado y el futuro. De animales del presente pasamos a convertirnos en animales de la duración. Que sueñan con ser animales de eternidad…

ESTADOS DE ÁNIMO E IDENTIDAD

A través de nuestros estados de ánimo no sólo reaccionamos ante el suceso que los ha inducido, sino también a lo que ese suceso significa en el conjunto de nuestra vida. Se produce así un cambio de perspectiva, una inscripción en nuestra identidad, en nuestra biografía. Mis estados de ánimo me recuerdan, a veces con mucho brío, lo que ese suceso significa para mí, para mi vida.

De ahí la importancia de la memoria en los estados de ánimo. El recuerdo de todo por lo que hemos pasado y vivido, y de la manera en que lo pasamos. En nuestro pasado existen huellas e impresiones dispuestas a reaparecer al completo: los recuerdos personales (es la llamada memoria autobiográfica) son típicamente “objetos mentales” complejos, almacenados en las redes de nuestro cerebro en forma de estados de ánimo. Son típicos los flash-back (perdón por el anacronismo) inmortalizados por Proust: en nosotros emerge algo confuso, y poco a poco va revelándose una mezcla de contenidos muy complejos (sensoriales, emocionales, psicológicos…). Los estados de ánimo también provocan que recordemos momentos discretos y anónimos en nuestras biografías, a la sombra de los grandes recuerdos, de momentos importantes y memorables; pero que son reveladores y esenciales para tejer la trama de lo que ha sido nuestra existencia. Los grandes recuerdos no son más que la decoración y los medallones: la tela, el tejido, son nuestros estados de ánimo. Están asociados a todo lo que se olvida de buena gana, pero que cuenta, que pesa, que nos construye; y que a veces reaparece, de golpe.

Algunos períodos de nuestra vida son tan ricos en estados de ánimo que desempeñarán un papel que podríamos considerar desmesurado (en caso de desconocer la importancia de los estados de ánimo) en la construcción de nuestra identidad. Y no por lo que se ha hecho, sino por la intensidad discreta e invisible de lo que se ha vivido. Están, por ejemplo, los años más buenos de nuestra vida, y también los más profundos y los más intensos. Y no siempre coinciden.

Pues lo que conforma un ser no es tanto sus actos públicos como sus costumbres secretas, menos sus intenciones planificadas como sus ensoñaciones borrosas. Nuestros estados de ánimo, esa parte más secreta de nosotros mismos, que es también la más reveladora. Nuestros seres más queridos la conocen o la presienten. La verdad de una persona reside a menudo en sus estados de ánimo. De ahí el desagrado ante la posibilidad de que otros lean nuestros diarios íntimos. Un día hablé de ello con una amiga, que me contó que ella tiraba los suyos al cabo de nada, en cuanto se sentía “aliviada”, por temor a que sus hijos diesen con ellos, o bien otras personas, más tarde, tras su muerte. Tenía la impresión de que eran una parte vergonzosa de ella misma, con demasiadas sombras y malos pensamientos, incluso sinceros: malos en el sentido de «poder hacer sufrir», pero también en el sentido de «poder alterar mi imagen, y el amor y la estima que se me tiene». Recuerdo nuestra charla, y cuando le expliqué que esos diarios pudieran ser, por el contrario, no sólo la parte mala, sino la mejor de ella misma, en el sentido de más emotivos, sinceros, frágiles, inciertos y fluctuantes: sus estados de ánimo creándose y disipándose. Y por ello estaría bien que perdurase esa huella de ella… Recuerdo también a otra amiga, horrorizada ante la violencia y el dolor que desprendía el diario íntimo de su hijo, con el que había dado por casualidad. Sabía que era sensible y que estaba sometido a momentos de depresión. Pero inadvertidamente había penetrado en la intimidad de sus estados de ánimo: ahora le resultaba palpable, y mucho más impresionante. Qué vértigo sienten los padres cuando son conscientes de los sufrimientos secretos de sus hijos…

En tanto psiquiatra tengo un gusto desmesurado por los diarios de los escritores, casi superior al de sus novelas. No es voyerismo (me parece a mí…), sino más bien el gusto por la materia viva, en bruto, sin adornos, sin arreglos. Por otra parte, no soy el único al que le gustan. Fíjense en lo que escribió Virginia Woolf: «A veces creo que sólo la autobiografía manifiesta literatura; las novelas son las peladuras que nos quitamos para llegar finalmente al corazón, que es usted o yo, ¡nadie más!».11

LOS ESTADOS DE ÁNIMO
COMO VÍNCULO CON EL MUNDO

«Las calles de Viena están llenas de judíos que no están allí.»12

Con una frase, una sola, un escritor inflama nuestros estados de ánimo. Esa es la fuerza de la literatura. Estas palabras evocan los días siguientes tras la noche de los Cristales rotos, en 1938, en la que militantes nazis actuaron violentamente, en Alemania y Austria, contra sus compatriotas judíos, quemando sus sinagogas, saqueando sus tiendas (tras hacer añicos las lunas de cristal, de ahí el nombre de “noche de los Cristales rotos”, en referencia a los fragmentos de cristal que jalonaban las aceras). Aterrorizados y traumatizados, los austríacos de origen judío se encerraron en sus casas y abandonaron los lugares públicos: una presencia ausente.13 Y conmovedora para todos los que acabamos de leer esa frase simple que lo dice todo: estados de ánimo de horror, de vergüenza, de cólera, de tristeza…

Interesarse por los estados de ánimo no es únicamente un viaje egocéntrico. El alma se define como «lo que anima a los seres sensibles», es decir, vivos. El alma nos permite ir más allá de nuestra inteligencia, o al menos intentarlo en otra dirección. Para el filósofo André Comte-Sponville14 contamos con «el ánimo como nuestra manera singular de habitar en el mundo (subjetivo) y con la mente como la forma de habitar en lo verdadero, liberándonos de nosotros mismos (objetivo)». La mente libera y el alma realiza.

De hecho, nuestros estados de ánimo incrementan nuestra inteligencia vital: son el resultado de nuestra recepción del mundo, incluso en los microsucesos (más adelante veremos que existe toda una ciencia que estudia el inicio de los estados de ánimo a partir de detalles minúsculos). Así pues, hay acontecimientos pequeños en la vida que no provocan emociones intensas, pero que inducen estados de ánimo.15 Recordemos: tras haber asistido a unas escenas callejeras –un niño que llora, un mendigo que dormía la mona y su miseria, una pareja que discutía–, todo eso, si ha prestado atención, ha podido desencadenar en usted melancolía, sin que esos sucesos tuvieran, por otra parte, un efecto en el curso de su jornada o existencia. Aparentemente, esos sucesos no han tenido un impacto tangible; pero interiormente, no dejan de flotar en usted. ¿Quién sabe hacia dónde le conducirán?

La génesis de los estados de ánimo es compleja. No se trata, o al menos no únicamente, de simples reacciones al entorno. En algunas ocasiones, nuestros estados de ánimo estarán armonizados con este –nos sentiremos contentos en ambientes alegres–, pero otras veces no, a pesar de la alegría circundante, nos sentiremos melancólicos. Entonces, a través de este efecto de contraste seremos conscientes de nuestros estados de ánimo. Y también más conscientes de nuestra diferencia, de nuestra singularidad, de lo que nos separa de los demás, en este instante, o tal vez de manera permanente. Por tanto, los estados de ánimo pueden ayudarnos a comprender que algo no funciona en nosotros o a nuestro alrededor, o bien al contrario –no nos olvidemos de los estados de ánimo agradables–: que todo marcha sobre ruedas. Al igual que las emociones señalan una ruptura de la continuidad en las interacciones constantes, tranquilas, previsibles, que mantenemos con nuestro entorno.16 Un detalle, nimio, y de repente, todo cambia…

Desde luego, los estados de ánimo no son gran cosa, y pueden mejorarse con pequeños detalles: una vaga depresión puede disiparse gracias a la llamada telefónica de una amistad, o con un paseo por el campo. ¿Pero realmente es poca cosa esa llamada o ese paseo? ¿No es cierto que nuestros estados de ánimo nos llevan a tomar consciencia de la naturaleza fundamental de esos “pequeños detalles” de la vida, abriéndonos los ojos a su esencia profunda de bendiciones y oportunidades, de los que los movimientos de nuestro ánimo serían el reflejo, el aviso? ¿No podría ser que nuestros estados de ánimo nos hablasen, de manera discreta y suave, de lo que no funciona? ¿No podrían estar expresando nuestra sensibilidad ante pequeños detalles, que la inteligencia o la lógica nos recomiendan olvidar, como un tono de voz, una frase perdida en una conversación, un gesto o una sonrisa que se echan en falta o que resultan falsos?

Incómodo, este movimiento incesante e inestable de los estados de ánimo, como una respiración que no cesa nunca. Sí, así es. Su existencia se opone a toda forma de “climatización mental”, de asepsia psicológica, a toda forma de estabilidad en nuestros equilibrios internos. Para bien o para mal. A los hipersensibles e hiperemotivos tal vez les gustaría tener menos estados de ánimo, o menos intrusivos. En inglés se habla de personas moody, palabra que nuestro antiguo término “lunático” traduce mal. Por eso decimos más prosaicamente: «Fulano de tal está sujeto a estados de ánimo…». Pero, por otra parte, los necesitamos de tal modo, de cara a que nuestras vidas sean verdaderas vidas, que a veces nos los “inyectamos” para sentirnos existir mejor. Como por ejemplo, al asociarnos con el arte: música, pintura, escritura, cine… Al librarnos a ciertos comportamientos “inútiles” pero importantes (todas las cosas que son a la vez inútiles e importantes en nuestras vidas ocultan estados de ánimo…). Tuve un vecino que todos los días entraba en la habitación de su hija, que hacía años que se había ido de casa, para correr las cortinas y abrir las ventanas. Tal vez hacía creer a su esposa que era para ventilar la habitación. Pero yo supongo, o prefiero soñar, que tras ese ritual materialista se ocultaba la felicidad un tanto triste de poder respirar una vez más la atmósfera de la habitación de una hija muy querida, de contemplar todos los objetos que dejara, las huellas palpables de su pasado, las paredes entre las que la chica soñó y trabajó…

La vida se compone de sus acciones. Los estados de ánimo también proporcionan densidad a nuestras existencias. Y si estas se desarrollan alejadas de nuestros estados de ánimo, desaparecerá aquello que nos convierte en seres humanos sensibles. Nuestras vidas estarán vacías, sus fuentes interiores se secarán, nos convertiremos en “almas muertas”, ese título tan potente de la novela de Nicolás Gogol.17

ESTADOS DE ÁNIMO Y ESTADOS DEL CUERPO

Debate filosófico… Para Nietzsche: «Soy cuerpo totalmente, y nada más. El alma es una palabra que designa una parte del cuerpo». A lo que Alain responde: «El alma es lo que rechaza el cuerpo. Por ejemplo, lo que se niega a huir cuando el cuerpo tiembla, lo que se niega a golpear cuando el cuerpo se irrita, lo que se niega a beber cuando el cuerpo tiene sed, lo que se niega a abandonar cuando el cuerpo está horrorizado». Y Gustave Thibon evoca a la vez esfuerzos y destino: «Hoy en día, tu cuerpo es más verdadero que tu alma; mañana, tu alma será más verdadera que tu cuerpo».18

En todo caso, los estados de ánimo se sienten también en el cuerpo. Cuando estamos tristes sentimos el corazón pesado, y nos sentimos ligeros y energéticos cuando estamos de buen humor. También está la espesura y gravedad de la melancolía, la dificultad de estarse quieto con la impaciencia.

Los estados de ánimo pesan en el cuerpo, pero a cambio también le influyen: veremos que toda forma de actividad física –que también es cierto respecto a la luz– tiende a facilitar (ligeramente) estados de ánimo positivos. Los ciclos en la mujer también están relacionados con estas oscilaciones. Es el ciclo menstrual, en el que pueden apreciarse, en los días que preceden las reglas, modificaciones psicológicas como irritabilidad, ansiedad y labilidad del humor.19

Por eso, en nuestra vida cotidiana la inteligencia de nuestros estados de ánimo pasa también por una inteligencia del cuerpo: escucharlo, satisfacerlo, cuidarlo, sin pasarse ni obsesionarse.

ESTADOS DE ÁNIMO Y FORMAS DE PENSAR

«No hay nada en la mente que no estuviese antes en la sensibilidad.» Esta máxima empirista (el empirismo es la corriente filosófica que afirma que todas nuestras ideas provienen de la experiencia) recuerda que si no somos almas puras, desapegadas del cuerpo, ya no somos mentes puras: nuestra sensibilidad, que es la propia de los estados de ánimo, dará forma a nuestras maneras de pensar, que a su vez provocarán ciertos estados de ánimo.

Al igual que con el cuerpo, las influencias entre estados de ánimo y pensamientos también son recíprocas, De hecho, se trata de las dos caras de un mismo fenómeno, igual que las dos caras de un naipe. El estado de ánimo es una mezcla indisociable de pensamientos definibles e identificables, y de sensaciones subjetivas más complicadas de expresar en palabras precisas. Pero también es una creación original. Y no porque pensemos que tal o cual cosa va a estar obligatoriamente asociada a tal o cual sensación subjetiva.20 Un reconocimiento personal de éxito o fracaso no tiene por qué ocasionar obligatoriamente estados de ánimo agradables o desagradables, respectivamente. Todo se recompondrá con mucha rapidez a partir de otros muchos elementos de nuestra personalidad, de nuestro pasado. Por eso hay éxitos amargos y dulces derrotas.

A menudo, en los estados de ánimo los pensamientos primero son confusos, incompletos, como las nubes, que empujadas por el viento, se deshilachan, descomponiéndose y recomponiéndose, escapando a nuestra influencia. Como los abandonamos a ellos mismos, esos pensamientos adheridos a los estados de ánimo viven sus vidas, como niños de los que los adultos se olvidasen de cuidar, de educar. Por eso se habla de estados de ánimo y no de estados mentales: se trata de un pensamiento natural, salvaje, arcaico. Pero de ninguna manera inútil. Así pues, al llevar a cabo muchas tareas nos mostramos más capacitados bajo el efecto de una ligera actividad emocional (no se trata de provocar una emoción fuerte, sino más bien de estados de ánimo). También los ratones de laboratorio aprenden mejor sus tareas bajo la influencia de emociones moderadas y apropiadas. Y su capacidad se viene abajo si se les impide sentir esas emociones al seccionarles el nervio vago, que les informa sobre el estado de su cuerpo.21

Asimismo, se sabe que, en lo que se ha venido en llamar intuición, estamos informados por una percepción subliminal, que activa pensamientos inconscientes y emociones sutiles. Todas las veces en las que sentimos que alguien nos está mintiendo u ocultando alguna cosa, nuestra intuición reposa de hecho en la percepción inconsciente de asimetrías en el rostro de nuestro interlocutor y de otras pequeñas y diversas incoherencias.22 Esa percepción provoca el estado de ánimo de duda que resulta tan típico: uno se siente incómodo físicamente, un poco oprimido e intelectualmente perplejo, carente de argumentos para contradecir al otro, pero con la convicción íntima de que algo no acaba de funcionar. Este tipo de duda no es tan sólo una experiencia intelectual: también dudamos, sobre todo, en la incomodidad de nuestras carnes.

SÍNTESIS: LOS ESTADOS DE ÁNIMO
SON EMOCIONES SUTILES ASOCIADAS A PENSAMIENTOS

Las emociones ocupan siempre el centro de los estados de ánimo, pero a menudo sin la evidencia de las tendencias a la acción asociadas a las vivencias emocionales claras. Por ejemplo, cuando uno está encolerizado (emoción fuerte), se grita y nos acercamos al otro (sin que necesariamente nos demos cuenta de ello, que es lo que significa el término “tendencia a la acción”). Pero cuando se está simplemente irritado (estado de ánimo), se tiene más bien necesidad de apartarse de lo que nos irrita (porque se siente que es mejor para no calentar el conflicto). La cólera nos saca “de nosotros mismos”, mientras que podemos controlar y ocultar nuestra irritación.

Los estados de ánimo están embargados por emociones “que están por dentro”, sin la visibilidad corporal y conductual de las emociones fuertes. Una tristeza profunda nos sumerge en la postración y la inmovilidad, mientras que la melancolía no nos impide obligatoriamente continuar actuando, sin que tal vez nadie se percate de qué nos sucede.

Nuestros estados de ánimo son por ello los primos evolucionados de nuestras emociones, que se han quedado anticuadas y son más rústicas. Son, por así decirlo, emociones sutiles; a diferencia de las grandes emociones llamadas “primarias”, elementales.

Entre las diferencias de los estados de ánimo y las emociones primarias sobresalen que los primeros son más duraderos y menos intensos, pero menos influyentes. Pero no obstante, lo que es débil y discreto, y de lo que nos olvidamos con facilidad y cuya fuerza subestimamos, puede llegar a estropearnos el día, como sucede en el caso de una pequeña culpabilidad agazapada en algún lugar, y sobre todo, tienen un impacto más global, pues no sólo existen como respuesta a una situación dada (la “situación desencadenante” de la emoción fuerte), sino que también dependen de nuestro vínculo con el mundo.

Los estados de ánimo no cuentan forzosamente con un objeto preciso, como ocurre en el caso de las emociones. Y no obstante tienen fuentes, orígenes, aunque no siempre nos resulten claros. Las emociones son por lo general una “respuesta” a algo que nos sucede. Pero en el caso de los estados de ánimo no siempre es así,23 pues pueden llegarnos del interior, ser autoproducidos.

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Los estados de ánimo pueden proliferar en la estela de las emociones fuertes, como una cola (el estado en el que nos hallamos tras una gran alegría o una gran decepción…). Y pueden también representar el terreno que las facilita: la melancolía puede facilitar los bajones depresivos y la tristeza. El resentimiento puede preparar las llamas de la cólera. El pánico quizás explotar en un fondo de ansiedad. Nubarrones antes de la tormenta, y después el frente frío…

Todos los estudios demuestran que nuestra vida emocional se desarrolla a menudo a un nivel emocional mucho más discreto que intenso: bajo la forma de estados de ánimo más que de emociones fuertes. Los trabajos sobre la selección de nuestros estados interiores sugieren también –buenas noticias– que los estados de ánimo positivos son más frecuentes que los negativos (mientras que la gama de emociones negativa es más extensa): alrededor del 74% positivos y el 25% negativos (sobre un total de 17.000 “muestras” de estados de ánimo instantáneos).25 Hablaremos de ello más adelante.

Según esas investigaciones sobre personas en situación de “vida verdadera” (voluntarios que continúan sus actividades cotidianas y que sólo han de anotar sus estados de ánimo en el instante en que les suena una pequeña alarma en el bolsillo), la trama de nuestras jornadas consistiría, pues, en un clima emocional bastante templado, más bien complejo y mezclado.

Pasamos poco tiempo bajo la influencia de cóleras intensas, y mucho más bajo la de nuestras irritaciones. Más tiempo melancólicos que verdaderamente desesperados. Más tiempo con pequeñas preocupaciones que con grandes crisis de ansiedad.

Escasez relativa de emociones fuertes en presencia sobre todo de estados de ánimo, a partir de una muestra de 10.169 observaciones en momentos al azar, realizada con 226 personas.26

Intensidad sentida

Muy poca o ninguna

Un poco

Mucho

Estados emocionales negativos

Miedo

73,8%

22,6%

3,6%

Tristeza

66,5%

28,7%

4,9%

Cólera

74,8%

20%

5,2%

Asco

67,1%

27,5%

5,4%

Culpabilidad

77,2%

19%

3,8%

Desdén

74,7%

21%

4,3%

Media

72,4%

23,1%

4,5%

Estados emocionales positivos

Alegría

33,4%

47,9%

18,7%

Interés

30,5%

54,5%

15%

Excitación

38,4%

43,3%

18,3%

Media

34,1%

49,5%

17,3%

ESTADOS DE ÁNIMO Y HUMANIDAD

Ser humano es ser capaz de reflexionar sobre uno mismo, sobre la propia coherencia y sus motivaciones. ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me levanto por la mañana? Eso es lo que se denomina consciencia reflexiva: la extraordinaria aptitud de poder tomarse uno mismo como objeto de reflexión, ser capaz de autoanalizarse. Los estados de ánimo son mucho más importantes incluso que el pulgar opuesto (que se suponía que caracterizaba al ser humano, y que le habría reportado incontables beneficios con respecto a los simios): opuestos a nuestra animalidad y nuestros reflejos.

Los animales tienen emociones, los seres humanos cuentan además con los estados de ánimo: una consciencia de sus emociones, de pensamientos sobre esas emociones. Pero…

Parece que algunos animales pudieran acceder a estados de ánimo, como, por ejemplo, los elefantes. Se ha hablado del ejemplo de una elefanta «haciendo girar el cadáver de su pequeño con la trompa y los pies durante varios días». Es cierto que es posible hablar de simples reflejos de apego y condicionamiento. Pero eso no parece muy respetuoso ni compasivo con respecto a la pobre madre elefanta, además de que existen otros ejemplos más perturbadores. Siguiendo con los elefantes, se ha observado a un grupo familiar que ha velado durante toda la noche el cadáver de uno de los suyos, asesinado por cazadores furtivos, o incluso a una cría de elefante que manipula y olisquea atentamente los huesos que pertenecieron a su madre.27 ¿Cómo imaginar, pues, que nuestros primos animales carezcan de estados de ánimo?

Digamos más bien que entre los animales dotados de autoconsciencia, los seres humanos son con mucho los que cuentan con estados de ánimo más complejos, sobre los que pueden meditar y expresarse infinitamente, hasta el punto de que esos estados de ánimo pueden empujarles a modificar el curso de su existencia.

Por eso, carecer de estados de ánimo es comparable a poner la propia humanidad entre paréntesis. Desconfiemos de quienes declaran “carecer de estados de ánimo”. Por otra parte, no es posible no tener. Se pueden reprimir, disimular, negar. Pero entonces se está negando la propia humanidad, y estamos privándonos de lo mejor que esta puede aportarnos: la introspección. Esta dialéctica de “sentir” frente a “comprender”, del saber por experiencia frente al saber a través del conocimiento, debe pues conducirnos a aceptar, observar y amar nuestros estados de ánimo. No descuidemos ningún medio de conocimiento y acceso a ese mundo tan complicado…

FECUNDIDAD DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO

Los estados de ánimo me apasionan. Me maravillo ante la complejidad de esta experiencia cotidiana y a menudo inexpresable, ante estos estados de ánimo que representan tantos instantes únicos, íntimos, identitarios, integradores…

Por eso, en mi trabajo de psiquiatra, nunca me he aburrido con un paciente. Jamás. A veces, los más sensibles de entre ellos temen no ser “buenos” pacientes, y me dicen, preocupados: «Tengo miedo de aburrirle con mis pequeñas y vanas historias». Pero no, ¡eso nunca me aburre! Porque sus historias son interesantes, porque me sorprenden y salgo ganando. Hay días en los que estoy cansado, no acabo de estar en forma, días en los que mis propios estados de ánimo perturban mi capacidad de escuchar. Entonces puede que tenga ganas de bostezar o que se me cierren los ojos. Pero son mis problemas que me absorben o me ponen trabas, pero sus historias no me aburren. Me encanta escuchar los estados de ánimo –como el sonido de las conchas que reproducen el mar–, que me abren la mente a un murmullo todavía más lejano…