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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Lisa Chaplin

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Irresistible y desconocido, n.º 2114 - marzo 2018

Título original: Outback Baby Miracle

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-773-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Rancho Wallaby Station, zona rural despoblada de Nueva Gales del Sur, Australia

 

Cómo le dice una a un hombre que solamente le ha dedicado frases como «Buenos días, señorita» o «Hace un día precioso, señorita Robbins» que no puede parar de pensar en él?

Sobre todo, cuando no era uno de los hombres que más interés mostraban en ella.

Laila se excusó con educación y se alejó. Llevaba siete años distanciándose de los hombres que mostraban interés en ella porque nunca sabía, y probablemente nunca lo sabría, si aquellos hombres se sentían atraídos por ella o por la fortuna y la influencia de su padre.

Brian Robbins había convertido los mil acres de su abuelo, que había heredado al volver de la Primera Guerra Mundial, en dos imperios de cien mil acres cada uno, con caballos ganadores de carreras, ganadería de primer orden y las mejores ovejas de la zona.

Muchos hombres querían un pedazo del pastel.

Laila, que contaba veinticinco años de edad, no se hacía ilusiones. Los únicos hombres en los que podía confiar eran su padre y sus hermanos, Andrew y Glenn, que casi nunca se habían equivocado a la hora de advertirla.

Pero entonces lo había conocido a él.

El hombre al que no podía dejar de mirar en medio de las quinientas personas que se habían dado cita para celebrar el aniversario de boda de su padre y de Marcie, que hacía quince años que se habían casado.

Estaba en un rincón y tenía un aire realmente misterioso. Laila no sabía si era porque iba vestido con la ropa de faena, a saber, vaqueros desgastados y camisa de algodón, o porque parecía albergar un alma torturada en su interior.

Aquel día parecía estar peor que de costumbre y no podía disimularlo. Laila no sabía cómo lo sabía, probablemente porque se pasaba mucho tiempo observándolo.

La fascinación que había sentido por aquel hombre de espalda ancha, pelo oscuro y ojos de fuego desde la primera vez que lo había visto, no había hecho sino aumentar cada vez que había vuelto a casa aquel año desde Bathurst, en cuya universidad estudiaba.

Incluso cuando estaba allí, ningún hombre, ni estudiante, compañero de trabajo o cliente del restaurante, podían compararse con él.

Había transcurrido un año desde que lo había conocido y, en total, aquel hombre le había dedicado noventa y siete palabras, sesenta de las cuales habían sido «Buenos días, señorita».

Laila no podía soportarlo más. Era ahora o nunca. Necesitaba saber si aquello era una infatuación por su parte o si podía haber algo real entre ellos.

Jake no la vio acercarse, parecía completamente concentrado en sí mismo. Laila se dijo que no podía irse porque, de alguna manera, sabía que la necesitaba, así que tomó aire, se armó de valor y eligió cuidadosamente las palabras.

–¿Quieres que hablemos? Es una ocasión muy feliz para mi padre y Marcie, pero tú pareces realmente desdichado.

En cuanto hubo dicho aquellas palabras, Laila se sintió fatal. ¿Por qué demonios le pasaba siempre lo mismo? ¿Por qué no era capaz de decir lo que sentía? ¿Por qué había hablado de forma tan abrupta cuando le hubiera gustado hacerlo de otra manera?

De pronto, se dio cuenta de que ni siquiera la había escuchado. Estaba mirando a la nada, apretando con fuerza un vaso de cerveza que amenazaba con romperse de un momento a otro.

–Permíteme un momento –le dijo Laila, quitándole los dedos que se cerraban con fuerza sobre el cristal.

Por fin, Jake se giró hacia ella.

No tenía el ceño fruncido ni la miraba con la educación y la distancia de todos los días. Aquellos ojos dorados estaban cerrados y, aunque la estaba mirando, no la veía. Aquel hombre estaba sufriendo.

–¿Jake? –le dijo Laila, acariciándole la mano.

Jake no se movió, no habló. Era como si no pudiera. Entonces, Laila se dio cuenta de que estaba temblando.

–Ven conmigo, quiero ayudarte –le dijo en voz baja.

A continuación, con mucho cuidado, alargó la mano y le acarició la mejilla.

«Por favor, por favor, déjame que te ayude».

Jake le dedicó una mirada perdida, levantó la mano como si no supiera lo que hacía y le tocó la mandíbula, el pómulo y la nariz como si fuera ciego, como si fuera un ser humano necesitado de cariño. Laila echó la cabeza hacia atrás y disfrutó de aquella necesidad, ante la necesidad desesperada de un hombre que había pasado demasiado tiempo solo, tanto tiempo que había olvidado la fuerza de una simple caricia.

¿Sabría quién era? Laila lo dudaba, pero tampoco importaba. Lo que importaba era que la necesitaba porque en aquellos momentos estaba a su lado y tenía que aprovechar la ocasión.

–Por favor, Laila, sácame de aquí –le dijo con los ojos cerrados.

Laila sintió alegría y dolor a la vez. Sabía quién era y la necesitaba, así que lo tomó de la mano y lo sacó de allí.

Capítulo 1

 

Dos meses después

 

Tenía que decírselo.

Laila se quedó mirándolo desde uno de los establos.

Aquel hombre, su hombre…

Necesitaba hablar con él, que le concediera más de los veinte segundos de siempre, pero Jake parecía tan triste como de costumbre. Estaba entrando en una de las cuadras con una taza en una mano y una carta en la otra.

Jake Connors iba por el rancho como si lo persiguiera una horda de demonios. Era un hombre realmente intenso que parecía llevar nubarrones de tormenta encima de él que nunca llegaban a estallar.

Incluso después de aquella noche, después de haber abandonado de repente su cama antes de que amaneciera, dejando claro que quería olvidar lo que había sucedido entre ellos, había algo en él que la atraía poderosamente.

¿Querría hablar con ella en aquella ocasión? ¿Sería capaz de mirarla a los ojos de una vez?

«Me tiemblan las manos», pensó Laila.

Laila sentía emoción, terror y un gran deseo por él, sólo por él. Sin ni siquiera proponérselo, Jake Connors la había convertido en una mujer en la que Laila no se reconocía.

¿Qué había sido de su independencia, de su decisión de hacer de su vida lo que le diera la gana? Laila Robbins siempre había estado convencida de que no necesitaba que ningún hombre la hiciera sentirse completa porque podía hacerlo ella sola.

La benjamina de la familia, había crecido agobiada por dos hermanos mayores y un padre increíblemente protector y sabía lo que era verse atrapada en un mundo de hombres.

Gracias a Dios, su padre había escogido una segunda esposa maravillosa. A los pocos días de casarse, Marcie se había convertido en la madre que Laila apenas recordaba.

Para cuando cumplió dieciocho años, la influencia de la mujer de su padre la había llevado a tener una vida independiente en Bathurst, donde tenía un trabajo y estudiaba lo que quería… y se había distanciado lo suficiente de su padre y de sus hermanos.

Si no hubiera sido por Marcie, Laila era consciente de que habría tenido a uno de los tres en la puerta de su casa cada fin de semana, vigilando su vida, su trabajo, sus amigos y los hombres que la rondaban para impedir que su niñita saliera mal parada de algo porque no querían que sufriera, que sintiera, que experimentara la vida como otras chicas.

No, ella era la princesa de la familia y no debía salir de la torre de marfil.

Laila adoraba a su madrastra por haberle dado espacio y dignidad. Marcie dejaba que su vida le perteneciera, que hiciera las cosas como quisiera, la había enseñado a ser independiente y a apreciar aquella independencia por encima de todas las cosas, lo que había llevado a Laila a decidir que no quería verse subyugada jamás a la voluntad de un hombre.

Aun así, el día en que Jake Connors había llegado al rancho Wallaby para trabajar con las ovejas de su padre, Laila había sentido que un cambio se estaba operando en ella, pues el interés que aquel hombre seco y profundo había despertado en ella la había llevado a sentir una curiosidad y una fascinación increíbles.

Jake Connors sabía perfectamente quién era ella y no parecía importarle.

Laila no sabía a ciencia cierta cuándo aquella fascinación se había convertido en enamoramiento, pero se encontraba completamente perdida dentro del sentimiento y no podía pararlo, y Jake no tenía ni idea de lo que le estaba sucediendo.

Incluso ahora, un año y dos meses después de haberse conocido, a pesar de estar a cientos de kilómetros de distancia en la universidad, siempre pensaba en él, en sus ojos dorados, en sus manos y en sus labios, que le habían producido un éxtasis incomparable.

Aquel hombre se le había metido hasta las entrañas, se había apoderado de su corazón y Laila no podía hacer nada para impedirlo.

Y la angustia y la necesidad que había demostrado por ella aquella noche habían hecho que la chica se convirtiera en una mujer a un nivel mucho más profundo que el físico.

Haberse acostado con Jake había sido maravilloso. Exquisito, mágico e inolvidable. Laila soñaba con aquella noche y, sobre todo, soñaba con él. Se moría por estar con él, por estar con el verdadero hombre que había dentro de Jake Connors.

Una noche de gloria seguida por varios meses de tristeza. ¿Había merecido la pena? No estaba segura…

¿Era aquello amor? Tampoco lo sabía, pero tenía que averiguarlo porque quería seguir adelante con su vida y, por el bien del bebé que crecía en su interior, necesitaba conocer al padre de su hijo.

Aquella noche, Jake apenas le había dirigido la palabra, pero a Laila tampoco le había importado porque no necesitaba que le hablara. Tenía muy claro que Jake necesitaba ayuda y ella le había proporcionado todo el consuelo que había podido.

Estaba aterrorizada ante lo que sentía por Jake, pero no debía engañarse a sí misma. Lo cierto era que ningún hombre le había dado tanto sin pedir nada a cambio.

Aquella noche, había descubierto la fuerza de aquel hombre silencioso y el magnetismo de todo lo que no contaba.

Era evidente que a Jake no le importaba nada ni el apellido ni la fortuna de su familia y podría haber conseguido mucho porque era obvio que Laila estaba completamente fascinada por él.

Sin embargo, no había querido aprovecharse de ella en ningún momento.

Aquella noche la había necesitado, pero no había querido volver a mirarla desde entonces. Llevaba dos meses sin hablarla, sin ni siquiera pronunciar su nombre.

¿Acaso tenía miedo de que se repitiera la situación? Ojalá fuera así, porque Laila lo necesitaba a su lado con desesperación.

 

 

La absolución y la redención no eran tan fáciles de obtener y, aunque hubiera gente que lo consiguiera, John Jacob Sutherland no era de los que las aceptaba con facilidad.

Sin embargo, allí tenía otra oportunidad de perdón y apenas podía leer la carta. Por supuesto, no podía aceptar lo que se le proponía en ella. No después de haber hecho lo que había hecho.

«¿Cómo voy a olvidar que maté a mi esposa?».

Jake se apoyó contra el borde interior de la cuadra y releyó la carta que le había enviado su hermana a través de un abogado de Sydney.

 

Querido Jake:

Espero que esta carta te llegue. Por favor, llámame o escríbeme para que sepa que estás bien. Llevo cinco años sin saber nada de ti y lo estoy pasando muy mal, sobre todo ahora que papá ha muerto.

Burrabilla está vacío sin ti. Aaron piensa lo mismo que yo. Le encanta este rancho, pero siempre ha sido tuyo y no le parece bien que no estés aquí.

Mamá ha vuelto a casa hace unos meses con la intención de quedarse. Supongo que no te hará mucha gracia, pero no tiene otro sitio al que ir y Aaron y yo la necesitamos también. No creas que es porque tú no nos has criado bien, en absoluto, pero entiende que es nuestra madre y, por lo visto, resulta que se fue por otras razones aparte de las que papá nos había contado. Me ha dicho que le gustaría verte para aclarar las cosas.

Por favor, Jake, vuelve a casa. Estoy segura de que ni Bill ni Adah te culpan por lo que pasó. Darren, tampoco. A Jenny no le hubiera gustado que te hicieras esto. Lo sé porque era mi mejor amiga. A ella le hubiera gustado que fueras feliz. Sé que te sientes responsable por lo que le sucedió, pero, más bien, lo fuimos todos, porque fuimos todos los que la dejamos sola aquel día, ¿no?

Por favor, sólo te pido una llamada o una carta. ¿Es tanto pedir de mi hermano? Te queremos. Te echamos de menos. Te echo de menos.

 

Sandy

 

Jake cerró los ojos y apretó las dos hojas de papel contra su pecho con tanta fuerza que las partió por la mitad.

A pesar de que estaban en invierno, sentía cómo el sudor le resbalaba por la frente y dejó caer el sombrero al suelo, junto a la carta rota.

Así que su madre había vuelto a casa después de veintiséis años, pidiendo perdón. Sandy y Aaron se lo habían dado. Lo entendía perfectamente porque, al fin y al cabo, su madre les había abandonado cuando ellos solamente tenían siete años, así que era imposible que recordaran lo mal que lo había pasado su padre.

Su padre había quedado tan destrozado que le había llevado un tiempo asimilar que su madre no iba a volver. Tras asumirlo, había contratado a un ama de llaves. Mientras tanto, Jake había tenido que hacerse cargo de sus hermanos e ir al colegio a la vez.

Así que su madre quería arreglar las cosas, ¿eh? A Jake le dieron ganas de estallar en carcajadas histéricas. ¿Cómo demonios se podía arreglar el pasado? ¿Cómo era posible hacer que las cosas que habías hecho mal se olvidaran? Era posible que su madre tuviera respuestas, y lo cierto era que él necesitaba respuestas.

Al fin y al cabo, su madre no había matado a nadie.

Jake se apoyó contra la pared y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo. Decidió que se iba a quedar allí durante un rato porque era el descanso para tomar el té de la mañana y todo el mundo en el rancho había parado de trabajar.

Aquello le hizo pensar todavía más en Jenny. A ella le encantaba aquel momento de la mañana y durante el año en que aquella amiga de su hermana de la que se había enamorado, a la que había cortejado y con la que se había casado en menos de un mes se había convertido en la reina y señora de su rancho, no se lo había saltado ni un solo día.

Poco le había durado la alegría porque, para su primer aniversario de boda, ya había muerto.

Ahora, no poseía nada y no quería nada. Era un vaquero, un empleado normal y corriente de casi treinta y ocho años que se dedicaba a las ovejas, a reparar las vallas, a los caballos y a los terneros.

Eso era lo único a lo que tenía derecho.

Disponía de diez minutos para recomponerse antes de que sus compañeros fueran a buscarlo. Si lo sorprendían con expresión sombría, iban a querer saber qué le había sucedido. Sus compañeros, vaqueros duros pero de buen corazón, respetaban su soledad porque presentían que necesitaba estar solo, pero, si lo veían pasándolo mal, no lo iban a dejar en paz.

Jake se dijo que no merecía su preocupación. Tampoco merecía las palabras de su hermana. Era imposible que los padres de Jenny, Bill y Adah, lo hubieran perdonado. No era capaz de aceptar la mano que le tendía Darren, el hermano de Jenny, porque él no se había perdonado a sí mismo.

Sentía que tenía sangre en las manos porque aquella mañana había estado demasiado ocupado cuando su mujer le había dicho que le dolía la espalda más de la normal y él se había limitado a decirle que sería consecuencia normal del embarazo.

Le había hablado con impaciencia, pues tenía la mente en llevar el ganado al mercado para la venta anual. Al darse cuenta, Jenny había sonreído y le había dicho que no pasaba nada, que el niño no tenía que nacer hasta dentro de dos meses y que se iba a entretener pintando las paredes de la habitación del pequeño para olvidarse del dolor.

A Jake le había parecido una idea muy buena. Aunque quería mucho a Jenny y estaba emocionado ante la llegada de su primer hijo, estaba pensando en el ganado que tenía que vender.

Ya tendría todo el tiempo del mundo para su familia dentro de unos días. Mientras tanto, era buena idea que Jenny se ocupara de la habitación. Así, se mantendría ocupada mientras él no estuviera.

Cuántas veces se había preguntado Jake qué habría pasado de no haberla dejado sola. No debería haberse ido. No debería haberla dejado pintando la habitación porque, aunque le había advertido que no se subiera a ninguna escalera, Jenny había decidido subirse a una silla para colgar un móvil del techo mientras él estaba demasiado ocupado pensando en los beneficios de aquella estúpida venta.

Jake no quería saber absolutamente nada de ventas ni de ganado, simplemente se ocupaba de las ovejas de Brian Robbins.

Tras ponerse el sombrero y recoger los pedazos de la carta de su hermana, se puso en pie y salió de las cuadras. Una vez fuera, agarró una horca y recogió los pedazos de papel que quedaban, que rápidamente se mezclaron con la paja.

Por mucho que lo quisiera Sandy, nada podía cambiar lo que había sucedido.

Había llegado el momento de volver al trabajo, algo que le encantaba, aquel trabajo físico duro que necesitaba para mantener una pérdida tan grande como aquella alejada de la mente.

«Así no conseguirás olvidarte de ella, y lo sabes».

Jake se quedó helado, pero aquella voz, aquella voz que había intentado olvidar durante meses, continuó.

«No es tan fácil olvidarse de las mujeres. Puedes irte, pero su recuerdo te acompañará siempre, exactamente igual que el mal olor que se apodera de unos zapatos y que, por mucho que los lavas, permanece ahí a pesar de todo».

Jake se giró con la horca en la mano, dispuesto a defenderse físicamente de la voz de su conciencia, de aquel recuerdo que solamente él conocía.

¿O acaso todo el mundo sabía lo que había sucedido aquella noche cuando aquella chica lo había sacado de la celebración para llevarlo directamente a su habitación? Sí, todo el mundo debía de saberlo porque, desde entonces, los compañeros lo habían tratado con mucho más respeto.

Y allí estaba, ataviada con unos vaqueros apretados y botas altas, con el sombrero en la mano. La luz del sol arrancaba reflejos de su preciosa melena color caoba y aquella sonrisa, que tanto le gustaba lucir, le iluminaba el rostro.

Aquella chica tenía todo el mundo a su disposición, y lo sabía.