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EL AUTOR

RICHARD GERVER cuenta en su currículum con un Doctorado Honorario en Educación por la Universidad de Derby. Reconocido por Sir Ken Robinson como “la verdadera encarnación de su elevado pensamiento acerca de cómo liberar la creatividad y el potencial humano”, el transformador planteamiento de Gerver sobre el éxito, el cambio y la innovación ha sido asumido por empresas e instituciones educativas de todo el mundo.

Gerver, un ex-director de escuela, es considerado como uno de los pensadores más originales y auténticos en torno al éxito, el cambio y el liderazgo educativo en el mundo. Es un brillante orador. Actualmente trabaja con organizaciones que están en la vanguardia de la innovación y la excelencia global. Su experiencia y percepción únicas, en cuanto a la realización del potencial humano, también le han llevado a trabajar con la élite de los deportes.

La percepción única de Gerver acerca de nuestro desarrollo, desde recién nacidos a adultos, nos ayuda a comprender la naturaleza de nuestras reacciones personales y profesionales ante el riesgo, el cambio, la creatividad y el desarrollo. Su capacidad para conectar experiencias de muchos entornos aparentemente distintos, ayuda a las personas a expandir su pensamiento y la percepción de su propio potencial.

Dedicado a Stuart (†)

Índice

INTRODUCCIÓN

1. El niño

2. ¿Te interesa?

3. ¿Problemas?

4. Concentración

5. Debes estar preparado

6. Confianza

7. La palabra

8. Juntos

9. Irrompible

10. Al fin y al cabo

AGRADECIMIENTOS

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Introducción

“Cualquier loco inteligente puede hacer que las cosas sean más grandes, más complejas y más violentas.
Se necesita un toque de genialidad, y mucha valentía, para moverse en la dirección contraria.”
Ernst F. Schumacher

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Estuve recientemente en Seattle por trabajo y en mi día libre visité la Meca comercial del café: la tienda original de Starbucks que hay junto al mercado de Pike Place. Llegué a media tarde y la cola era enorme, traspasaba la puerta y llegaba al menos dos bloques más allá. Fuera había un viejo señor aporreando un banjo. El olor del café recién tostado mezclado con los otros olores del mercado era embriagador. Mientras la cola avanzaba y yo me acercaba a la tienda, empecé a sentir una creciente sensación de ansiedad. No soy un buen conocedor del café; me encanta, pero lo tomo negro, solo, sin azúcar: simple. Mientras sintonizaba las conversaciones a mi alrededor escuché a la gente discutir sobre lo que iban a tomar en este histórico establecimiento. No tenía ni idea de lo que decían: “Una taza de café moca blanco, sin espuma y con dos gotas de esencia de menta”.

¿En serio?

Me pregunté, ¿dónde quedó aquello de tomar una simple taza de … café?

Nacimos simples; somos instintiva y gloriosamente no complicados, primarios. Nuestras necesidades son las de ser alimentados y nutridos. Cuando florecemos milagrosamente a la vida, no sabemos nada.

Y, aun así, cuando te imaginas la complejidad de esos primeros días, semanas y meses, resulta verdaderamente pasmoso. Tenemos que dotarlo todo de sentido y la mayoría de nosotros aprendemos a un ritmo increíble; desde el lenguaje corporal hasta la entonación verbal, las expresiones, sonidos, miradas, olores. Más tarde aprendemos a caminar y hablar. ¿Competentes tal vez? Somos asombrosos.

He pasado la mayor parte de mi vida adulta relacionándome con niños; tengo dos propios y, durante unos quince años, tuve el privilegio de enseñar en escuelas llenas de niños, de edades comprendidas entre los tres y los once años.

Durante los últimos diez años, aproximadamente, he dedicado buena parte de mi tiempo al “mundo adulto”, en algunas instituciones bastante grandes, empresas y equipos de deporte. Cuando dejé por primera vez el mundo de la escuela, me parecían unos lugares bastante abrumadores y atemorizantes. Me llenaba una sensación de inadecuación; supongo que es el síndrome del impostor. Era como un bebé, nacido repentinamente al mundo, fuera del vientre protector del aula y de los patios de juego. Un mundo lleno de ruidos y comportamientos que parecían, en la superficie, serme ajenos. Durante un tiempo me preocupé por mi propia cordura y sentido de la perspectiva, preguntándome si no estaría mejor en compañía de personas jóvenes y pequeñas. Entonces empecé a plantearme un tipo diferente de preguntas.

Empecé a explorar qué parte de lo que creamos a nuestro alrededor, en tanto que adultos, nos ayuda en realidad mientras nos manejamos con nuestras vidas, y cuánto de ello nos supone un peso; cómo la presión de los compañeros, lo que entendemos por inteligencia y las jerarquías, influyen en el modo en que nos contemplamos a nosotros mismos, nuestro potencial y el mundo que nos rodea. Estaba fascinado por la percepción que tenemos del éxito y, más aún, por la creencia de que debía ser en cierto modo algo complejo y sólo asequible para unos pocos, raros y sobrehumanos.

La simplicidad parece ser el eslogan de la era poscrisis financiera. La crisis que al principio de este siglo pareció obligar a la gente a salir a por aire, respirar y “echar un vistazo como de suricata” a su alrededor antes de que muchos volvieran sobre sus pasos, agarrándose a la creencia de que es mejor atenerse a lo que saben hacer y están haciendo ya.

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Quiero que nos tomemos en serio la idea de pensar simple.

Para un niño pequeño, el éxito es que te alimenten cuando estás hambriento, que te cambien el pañal cuando está empapado y aprender a arrastrarte hasta ese gran objeto que te ha estado produciendo curiosidad y se encuentra al otro lado del comedor. El éxito se convierte en construir una torre de bloques que se derrumbe y conseguir que, al hacerlo, la gente se ría, y después construir otra que se sostenga; o pintar un dibujo cuya ejecución sea sobre todo divertida y que ahora está orgullosamente colgado en la puerta del frigorífico familiar. Era fácil entonces, recibíamos y hacíamos cosas; no sabíamos qué no podíamos o no debíamos hacer.

No sabíamos que no podríamos pintar como Picasso o cantar como Barbra Streisand. Cuando aprendimos a caminar, nadie nos había contado aún que no podríamos movernos tan rápido como Usain Bolt o con tanta gracia como Sylvie Guillem. Cuando empezamos a contar las uvas de nuestro plato, ¿quién sabía que no estábamos en la misma liga que Ada Lovelace o Alan Turing?

Nuestras percepciones del éxito y de su complejidad pueden socavar nuestro potencial para ser más, para ser mejores y, lo que es más importante, para ser más felices. Mientras crecemos y nos desarrollamos, sucede a veces que a muchos de nosotros eso nos colma de una sensación de duda. He conocido mucha gente que en su vida sentía una sensación personal de inadecuación que les ha llevado a no esforzarse nunca por alcanzar sus sueños, sus aspiraciones o su potencial. Durante muchos años, yo fui uno de ellos. Asistí a un instituto de la mejor calidad, un instituto con una fantástica reputación respecto al éxito académico y la excelencia deportiva. Desgraciadamente, yo no era ni académicamente brillante ni particularmente deportista.

Cuando cumplí los dieciocho años, empecé mi andadura en el mundo sintiendo una profunda sensación de “mediocridad”. No tenía una gran dosis de autoestima. Tenía un aspecto y una inteligencia mediocre, ordinaria y corriente. Los demás me intimidaban con facilidad. No se requería demasiado; la manera de hablar de la gente, la ropa que llevaba, los coches que conducía, los empleos y estilos de vida, las palabras que usaba, las personas con las que salía. Incluso ahora, a pesar de mi edad, de mis experiencias y de mis logros, puedo sentirme intimidado por el éxito y el estatus de los demás. Cada vez que subo al escenario, o mi bolígrafo descansa sobre el papel, espero que los expertos me digan que soy un fraude. Las situaciones nuevas y difíciles en los ambientes más comunes pueden hacerme tambalear.

Esto resulta sintomático de lo que quiero explorar en este libro: tanto la creencia de que para ser realmente valioso debes saberlo todo como la de que, si no lo sabes, no tienes ninguna oportunidad.

Vamos a volver por un minuto a Starbucks. Algo interesante es que la propia historia de Starbucks es en sí misma elegante y simple en su desarrollo. Fundado en 1971 por tres amigos, los ex-profesores Jerry Baldwin y Zev Siegel, junto al escritor Gordon Bowker, Starbucks, nombrado así por un personaje de Moby Dick, fue abierto para vender granos de alta calidad y equipamiento para hacer café. En 1978 el negocio fue vendido a un ex-empleado y propietario de unas cafeterías, Howard Schultz, que vio que la manera de revigorizar un mercado del café desplomado no era vender granos y equipamiento, sino vender la bebida en taza. El resto, como ellos dicen, ya es historia. Se dio cuenta de que en un mundo cada vez más complejo y atareado, la gente quería algo sibarita para llevar. Simple.

En eso consiste este libro. Es desarrollo personal “para llevar”. No pretendo tener todas las respuestas a tus problemas; no te deslumbraré con ciencia, investigación, datos y figuras. Quiero que reflexiones sobre ti mismo, quién eres, cómo trabajas y cuán complicado has convertido tu propio viaje. Quiero actuar como un limpiador, espoleando tu pensamiento y tus reflexiones de modo que en última instancia puedas ver las cosas con mayor simplicidad, logrando que tu propia versión del éxito sea más asequible haciendo que la ruta sea más clara. A lo largo del libro compartiré pensamientos, historias y reflexiones de mi propia cosecha y sugeriré puntos para la reflexión y el desarrollo.

Acostumbraba a decirles a mis ex-alumnos que la diferencia entre un sueño y una aspiración es que esta última tiene una escalera que te ayuda a alcanzarla; sin embargo, un sueño es hermoso, pero siempre está fuera de nuestro alcance.

Voy a explorar los comportamientos y maneras de pensar que te ayudarán a construir tu escalera peldaño a peldaño. Te llevaré de vuelta a los rasgos de la primera infancia y a celebrar los días primarios e instintivos de sobrecogimiento y asombro, de curiosidad, de exploración, de asumir riesgos y de falta de miedo; esos simples rasgos que nos apoyaron durante esos geniales momentos de desarrollo de nuestra vida. Te mostraré cómo, redescubriéndolos, puedes satisfacer tu potencial y experimentar un mayor éxito en tu vida.

Empecemos.

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El niño

“Esto lo entendería hasta un niño de cinco años. ¡Que alguien traiga aquí a un niño de cinco años!”
Groucho Marx

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“Estamos intentando ser una organización más innovadora e inclusiva”, me dijo recientemente un importante CEO (Chief Executive Office) de una empresa de tecnología. “Tenemos a gente inteligente trabajando para nosotros, gente realmente lista, pero cada vez que hablamos de simplificar nuestros sistemas de modo que podamos ser flexibles, más receptivos o más creativos, la gente sencillamente plantea interminables preguntas.

¿Qué hacemos?”

Mi respuesta podría parecer simplista, casi frívola, pero no lo fue:

“¡No emplees a nadie de más de cinco años!”

Cuando contemplas una obra de arte abstracto, como un Picasso o un Jackson Pollock, ¿qué ves? ¿Buscas algo en concreto? ¿Una respuesta correcta, tal vez? ¿Haces trampa y miras la descripción que hay en la pared o en la guía?

Cuando un niño mira una pintura, le gusta o no le gusta. Dirá: “tiene demasiados colores, es demasiado oscura, no hay suficientes puntos, hay demasiadas líneas, parece una malvada bruja, o simplemente, ¡no lo entiendo!”. La alegría de los niños reside en que no saben que tienen que ser listos o, lo que es más importante, ¡tener la razón! Sencillamente les encanta ser, hacer y pensar, preguntar y decir.

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El mundo está lleno de las más extraordinarias posibilidades.

A menudo pido a las personas que me escuchan y a los grupos con los que trabajo que contemplen pinturas y fotografías y que me cuenten lo que ven. La mayoría dice que nada; puedes ver en sus ojos que tienen ideas, pero la mayoría dicen que nada porque no quieren equivocarse o parecer tontos; no quieren que parezca que han fracasado frente a sus amigos, compañeros y colegas.

Cuando era un niño muy pequeño, mi abuelo materno me llevó a una exposición de verano en la Royal Academy of Art de Londres; me encantó. Paseamos por las galerías observando las pinturas, dibujos y esculturas. Nunca compramos la guía porque sencillamente queríamos contemplar el arte por nosotros mismos. Algunas obras nos encantaron, otras las encontramos realmente aburridas y algunas otras, recuerdo pensar, me las podría haber quedado contemplando para siempre. No sabía quiénes eran los artistas o cuál fue el medio que habían usado, ni siquiera qué es lo que querían expresar.

A esa edad me encantaba pintar y dibujar; lo podía hacer durante horas. Recuerdo un pequeño programa diario de televisión llamado Pinta junto a Nancy que solía ver siempre que tenía ocasión. Era una guía simple, paso a paso, para pintar paisajes y naturalezas muertas; me encantaba.

Resultó que uno o dos de mis maestros pensaban que se me daba bastante bien el arte, y cuando crecí, me dijeron que debía examinarme para demostrar lo bueno que era.

Fue entonces cuando mi amor por el arte cesó. Me contaron cómo pintar y dibujar de determinada manera; la manera correcta. Me mostraron otras obras de arte y me dijeron que era así como debía ser y el aspecto que debía tener.

Tras poco tiempo, paré de pintar y de dibujar de golpe. Me había desenamorado.

Hace unos cuantos años, alrededor del inicio del nuevo siglo, descubrí eBay. En esa época, estábamos redecorando nuestra casa y quería colgar algo de arte en las paredes. Usaba eBay para encontrar algunas obras a un precio razonable. Mientras miraba el material en oferta, me topé con una idea. Iba a crear alguna obra de arte y trataría de venderla en la página web. Salí y compré algunas pinturas acrílicas, algunos lienzos rectangulares y un caballete. Mi primer intento fue un lienzo pintado con tonos degradados de púrpura con una delgada y brillante línea lila que lo cruzaba por el medio. La titulé “Horizonte púrpura” y la subí a la página para subastarla. Para mi asombro, llegó a 100 dólares. Fue simple.

Me encantó pintar ese lienzo y algunos otros que también se vendieron. No había pintado durante unos diez años y tuve que llegar a la treintena para superar esa sensación de que mi obra sólo valdría la pena si otra persona le otorgaba valor. También encontré autoconfianza, en parte supongo porque se trataba de algo divertido: agarrar un pincel y dejarme llevar por la pintura.

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¿Qué te encantaba hacer cuando eras un niño? ¿Cuándo lo hiciste por última vez? ¡Concédete una segunda oportunidad!

La idea de que todo lo que hacemos debe ser de valor para los demás suele convertirse en un tema importante de cara al modo en que conducimos nuestras vidas.

Trabajo con unos cuantos atletas profesionales; uno, un jugador de cricket, vino a verme cuando su carrera empezaba a estancarse. Cuando era joven se había perfilado para lo más alto, tenía un enorme talento natural y atractivo, pero en cuanto se acercó a lo que debía ser su excelencia, algo sucedió y se topó con una preocupante racha de menor rendimiento. No carecía de pasión ni compromiso, pero algo no había funcionado, hecho que hacía que la situación fuera aún más preocupante. Pidió consejo siempre que pudo. Escuchó atentamente a sus coaches, asesores y colegas, buscando desesperadamente una respuesta.

Nos conocimos en su momento más bajo; un momento incierto acerca de la renovación de su contrato o incluso si sería capaz de continuar con su carrera en el deporte profesional. No hicimos nada complicado durante nuestro trabajo juntos. Durante la mayor parte del tiempo, hablamos; sobre él mismo, sus aspiraciones, su amor por el juego y sus sentimientos en tanto que joven jugador de éxito comparado con ahora. Tenía un deseo absoluto no sólo de tener éxito por él mismo, sino que había desarrollado un deseo a veces sofocante de tener éxito frente a los demás. Había empezado a darle vueltas a cada detalle de su vida, mirando constantemente a través de la lente de lo que los demás esperaban de él, qué querían que hiciera y cómo esperaban que se comportase.

VOLVER A LO BÁSICO

Pensar demasiado es un problema real. Hablamos sobre muchas cosas, devolviendo buena parte de su pensamiento a lo básico. Le recuerdo contándome lo mucho que le gustaba el olor de la hierba recién cortada, jugar en un caluroso día de verano e incluso el sonido de los pájaros en los árboles y el olor del uniforme; el cuero y la madera.

De modo que, en vez de adentrarnos en el campo de juego, tratando de hacer malabares con los consejos y expectativas de todo el mundo que estaban en su cabeza, empezó a percatarse de estas simples cosas. Empezó a centrarse en él mismo, lo que le permitió ser más objetivo en sus reflexiones y más capaz de incorporar consejos en su propio sentido de lo que podía funcionar para él.

Se relajó y empezó de nuevo a confiar en sus instintos; empezó a volver a conectar con su propio talento.

El impacto fue profundo; no solamente se ganó un nuevo contrato, sino que ahora su carrera está en plena forma y está en camino de satisfacer ese potencial juvenil.

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¿Cuándo fue la última vez que te detuviste y sencillamente disfrutaste de algo del mundo sensorial que te rodea? ¿Cuál fue la última vez que contemplaste el cielo nocturno?

Nuestro éxito o nuestra propia percepción del mismo se vuelve muy dominante en nuestros pensamientos. Aun así, ¿alguna vez nos detenemos a pensar de dónde provienen esas percepciones? ¿Con cuánta frecuencia nos preguntamos si son realmente nuestras?

¿ÉXITO = FELICIDAD?

Tengo una familiar ya anciana que nació en una época y un lugar distintos. Era una compositora e intérprete de talento que soñaba con tener una carrera en el mundo del canto y la actuación. Sus padres, que como la mayoría de padres estaban desesperados por verla tener éxito con su vida, estaban preocupados por sus ambiciones, en parte porque para una mujer joven y de clase media, eso simplemente no era lo que había que hacer. Sus padres querían verla casada con un exitoso hombre joven con perspectivas, de modo que pudieran construir una feliz vida juntos. La habían educado bien y se sometió a su buen juicio. Se casó joven y se estableció para tener una familia. Siempre tuvo un piano y tocaba a menudo; incluso escribió la melodía para el primer baile de su boda.

Pero la vida no funcionó realmente como se había planeado para ella. Tuvo dos hijos y una vida feliz con su segundo marido, pero siempre se emocionaba cuando pensaba en lo que podía haber sido. Su alegría radica en ver que sus hijos marcan su propio camino; siempre ha protegido apasionadamente su derecho a definir su propio éxito y siempre ha estado allí cuando ellos se equivocaban. Eso requiere de un enorme valor como madre.

¡Gracias, mamá!

El error y el miedo al error no son nada nuevo, pero no puede ignorarse. Cuando somos niños, el error no es una cosa mala, es sólo una cosa. Nos caemos y nos levantamos. Si desordenamos, luego ordenamos. Si pronunciamos mal una palabra o una expresión, nos reímos y lo volvemos a intentar.

¡ESTÁ EL ERROR Y LUEGO ESTÁ EL ERROR!

Cuando somos muy pequeños y cometemos un error, los demás se ríen de nosotros, y es divertido. Estamos relajados, no hay estigma; de modo que escuchamos y aprendemos, repensamos una estrategia y avanzamos de nuevo.

Cuando crecemos un poco y empezamos la escuela aún hacemos un intento, arrojándonos sobre las oportunidades de probar cosas nuevas, participar y responder a preguntas.

Un poco más tarde se nos recompensa por hacer las cosas bien y a veces se nos castiga por hacerlas mal. Para los campeones de los exámenes llega la gloria; certificados, pegatinas y tareas de responsabilidad en el aula; y esas tardes de reuniones de padres en las que las anotaciones que rezan “Bien” en tu libro de ejercicios son mostradas como ejemplo de lo duro que estás trabajando.

Los más listos de entre nosotros aprenden bastante rápido el juego. Tenemos que hacerlo “bien” porque “bien” es la moneda de los listos. Hacer las cosas mal, en cualquier caso, ahora ya no es algo bueno y debe evitarse a toda costa.

Mientras seguimos creciendo, en la escuela nos implicamos cada vez menos en lo que no podemos dominar. Nos ocultamos en la sombra durante las clases y sesiones que no entendemos del todo y dejamos que quienes son “olímpicos” a la hora de tener una respuesta genial se lleven las medallas de gloria. Eso se convierte en lo correcto porque al menos no lo hemos intentado para después fracasar.

Entonces, al final, lo superamos; la escuela, las preguntas constantes y la ansiedad ante la posibilidad de la humillación diaria; pero las cicatrices permanecen. No curan rápido. Para muchos, no curarán nunca.

Así que estamos en el trabajo, la cabeza inclinada sobre lo que estemos haciendo, desempeñando nuestra tarea con nuestras mejores capacidades y nos encontramos en reuniones, dirigidas por nuestros superiores; anhelan conocer nuestra opinión y buscan nuevas ideas, estrategias o flujos de datos. Pero, muchos de nosotros hemos aprendido demasiado bien cómo jugar al juego de la supervivencia. Cuando éramos niños aprendimos que cuando nos planteaban preguntas, la tarea consistía en descubrir la respuesta dentro de la cabeza del profesor. Como arriesgados videntes le sondeábamos, observábamos sus expresiones faciales y su lenguaje corporal, esperando claves que encajaran. Entonces podíamos alzarnos gloriosos con la respuesta correcta. Y aquí estamos en nuestras reuniones, siendo ya personas adultas, haciendo lo mismo. La ironía es que tanto nosotros como las personas que dirigen las reuniones sienten la frustración y la falta de sinceridad. Desgraciadamente, a menudo en nuestra vida personal jugamos a los mismos juegos.

LAS FICHAS DE PÓQUER DE LA VIDA

Míralo de la siguiente manera. Cuando nacemos, la mayoría de nosotros somos apostadores de alto nivel; tenemos que serlo, todo es un riesgo, cada cosa es desconocida, hagamos lo que hagamos es nuevo y está lleno de incertidumbre. La vida es un poco como jugar a los dados en Montecarlo o Las Vegas. Digamos que estamos jugando a la ruleta. La vida empuja la rueda y hace girar la pelota. El croupier nos impele a hacer nuestras apuestas. Cada apuesta es una decisión; responder a una pregunta, presentarse candidato a un empleo, escoger un restaurante para una primera cita. Cuando somos niños, esta apuesta puede ser apilar los bloques o tratar de desplazarnos sobre nuestros pies en vez de sobre nuestro trasero.

Cuanto más jóvenes somos, con más fichas jugamos, de modo que otorgaremos gran valor a las fichas pares o nones, las rojas o las negras; sin duda es más probable que invirtamos en determinados números. ¿Por qué? Porque llevamos la mochila llena de fichas; somos los grandes apostadores: vestidos, calzados y ataviados para impresionar. Si los números se ponen en nuestra contra no importa porque podemos simplemente volver a apostar.

Muchos de nosotros, a medida que crecemos, vamos haciéndonos conscientes de la pérdida y ya no nos gusta tanto. Para algunos, el número de fichas que llevan consigo se ve severamente mermado, de modo que jugamos en las mesas cada vez menos, adhiriéndonos a lo que sabemos que podemos hacer y en qué ganamos. Otros pocos, raros, simplemente seguimos jugando en las mesas porque las fichas siguen llegando.

Conozco a mucha gente que se frustra con su propia incapacidad para asumir un riesgo. Puede resultar debilitante, dañando tantos aspectos de nuestras vidas; desde tener una cita hasta tomar un empleo, desde comprometerse con una dieta hasta comprar una casa. Cuando la bolsa de fichas empieza a disminuir, nuestro miedo aumenta y empezamos a pensar demasiado, a complicarnos demasiado y en última instancia a paralizarnos con la complejidad y a veces con excusas irracionales, que están todas diseñadas para hacer que nos alejemos de la rueda que gira sobre la mesa.

Entonces, muchos nos convertimos en meros observadores, voyeurs de la vida, y es entonces cuando empezamos a creer que los demás deben tener algún secreto extraordinario, alguna fórmula fantástica de la que nosotros estamos excluidos. Aunque a menudo, eso depende de las fichas de póquer.

Recientemente estaba escuchando a Sir Richard Branson hablar acerca de su vida, sus éxitos y sus fracasos. Lo primero que notas de Richard es su extraordinario placer por la vida; es, sin duda, un optimista nato. Lo que me interesó es su claridad sobre el problema del error. Señaló lo siguiente cuando explicaba el declive y la pérdida eventual del negocio de las tiendas Virgin: las megatiendas Virgin. Llegó un momento en que fueron derrotadas por iTunes y los medios digitales. Explicó que él y su equipo habían luchado tanto como pudieron para mantener el negocio en funcionamiento; justo hasta el último minuto, invirtiendo cada gramo de energía.