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Akal / Básica de Bolsillo / 132

Serie clásicos de la literatura eslava

Directora de la serie: Gala Arias Rubio

Nikolái V. Gogol

TARAS BULBA

Traducción de: Gala Arias Rubio

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Feroces, crueles, valientes y apasionados, los cosacos hacen temblar la estepa bajo los cascos de sus caballos. Y entre ellos se encuentra Taras Bulba, un anciano lleno aún de fuerza e inteligencia que junto a sus hijos, Ostap y Andrí, avanzará por tierras polacas con intención de vengar su fe ortodoxa burlada por los católicos. Ninguna guarnición, ciudad amurallada o iglesia podrán detenerlos, hasta que la desgracia se cierna sobre ellos y el apuesto y enamoradizo Andrí haga que su padre maldiga el día en que lo engendró.

Taras Bulba, una anomalía entre la obra más conocida de Gogol, es una aventura trepidante, una sinfonía en perpetuo crescendo, en la que cada capítulo es más intenso y sorprendente que el anterior; un fresco tan afinadamente dibujado y tan vívido que resulta absolutamente intemporal.

 

Diseño de portada

Sergio Ramírez

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ISBN: 978-84-460-4592-2

Introducción

Si te gusta la literatura, traducirla es una experiencia incomparable. La traducción es una especie de lectura profunda, de recreación en la lectura. Nunca se disfruta, se sufre y se enamora uno tanto con un libro como cuando se traduce; vives, respiras con los personajes, te detienes en cada una de sus palabras y de sus gestos. Además la traducción es un difícil ejercicio de equilibrismo y de búsqueda, has de hallar ese lugar común en el que la cultura del escritor del texto original y la del lector del texto final se encuentren. Lo que un traductor debe buscar es ese terreno que no es el suyo propio, ni el del otro, sino una tierra de nadie entre los dos. Para que esto se comprenda mejor diré que si el terreno del autor del texto original fuera la tierra firme y el nuestro el mar, sólo en la playa residiría una buena traducción. No puedes llevarte el texto original a tu terreno, porque perdería su encanto y su significado y convertiríamos la literatura universal traducida en una cosa uniforme y carente de identidad. Tampoco puedes quedarte en el terreno del autor porque entonces tu texto sería un bloque ininteligible para la mayoría. Por eso digo que nuestra profesión es una perpetua búsqueda de un equilibrio alcanzable sólo a veces. La traducción es también un camino con muchas encrucijadas, un trabajo en el que has de estar constantemente tomando decisiones, sacando el término exacto de la chistera, ese que brilla más que los otros y que es el único que de verdad encaja en la frase, es fiel al texto original, no está connotado, ni en desuso, y parece haber sido creado para traducir esa palabra en ese contexto en concreto.

Al traducir, pero también simplemente al leer clásicos rusos me sorprende su actualidad y su total aplicación al mundo contemporáneo. Es probable que no sea una exclusiva suya y que toda la historia y el pensamiento del hombre se repitan en un ciclo sin fin. Tal vez sea una apreciación sesgada o mi interpretación de mujer del siglo XXI interesada por su entorno, o tal vez realmente suceda que los seres humanos nos limitemos a repetir constantemente nuestros errores y tengamos las mismas virtudes y defectos a lo largo de toda la historia, independientemente del decorado. Al traducir Taras Bulba he encontrado en él tantos ecos y reminiscencias de la actualidad que he llegado a sorprenderme, por ejemplo: «Porque nuestro Dios es más grande que el suyo». ¿A alguien le suena esto? Me encanta el hecho de que desde el siglo XV al siglo XXI esa concepción siga patente en los discursos de los grandes líderes mundiales. Su fe no es verdadera, la nuestra sí, es lo que nos dice Taras y bajo esa premisa conspira, mata y roba, sin tener ningún tipo de remordimiento. Los cosacos se lanzan a la guerra porque necesitan actividad, porque no tiene sentido mantener un ejército sin entrar en batalla («despachar a unos cuantos paganos») y porque muchos de ellos están endeudados hasta las cejas y necesitan motines para mantener su vida desenfrenada y disoluta. ¡Vaya! Si rascamos un poco, ¿cuántas de las guerras contemporáneas se han declarado por uno de esos motivos o por todos ellos? Estoy segura de que muchos de los lectores se sorprenderán también al leer algunos de estos fragmentos.

Ya sabemos, por tanto, que la historia trata de cosacos. Todos hemos oído hablar de ellos, pero, ¿quiénes eran realmente? El término cosaco proviene de la palabra de origen turco quzzaq, que significa «hombre soltero, libre, guerrero».

Los registros históricos de los cosacos antes del siglo XVI son escasos. En el siglo XV se describía la sociedad cosaca como una difusa federación de comunidades con ejércitos locales independientes de los estados vecinos (como Polonia o el Gran Ducado de Moscú). Aparecieron por primera vez cerca de la frontera polaco-lituana y en su origen son campesinos evadidos de sus dueños, que provenían de los territorios de Rusia y Ucrania en la época en la que el sistema de servidumbre se estaba fortaleciendo. Fueron los primeros emancipados de la tiranía feudal, un ideal, en fin, de libertad y resistencia frente al opresor. En el siglo XVI estas sociedades cosacas habían formado dos organizaciones territoriales independientes: los cosacos del Don, establecidos a orillas de dicho río, entre el Gran Ducado de Moscú del Imperio otomano; y los cosacos ucranianos de los que habla esta obra, que formaron el estado de los zapórogas en 1649 en el interior del territorio de la actual Ucrania, gracias a un tratado con Polonia. Se les considera los progenitores de la moderna nación ucraniana, ya que muchos de ellos se volvieron a establecer en la zona después de su época de esplendor. Los Estados limítrofes con los cosacos los utilizaron como mercenarios azuzándolos contra sus enemigos (Gogol hace referencia a ello en su obra) pero eran conscientes de que conseguir la lealtad incondicional de los ejércitos cosacos era imposible, ya que su modo de vida era principalmente el pillaje y lo podían ejercer indistintamente en los territorios polaco-lituanos y los territorios turcos.

Los cosacos fueron conocidos tanto por su destreza militar y su confianza en sí mismos como por sus excesos; tal era la impresión que causaban dichos excesos en otras culturas que en nuestra lengua hemos acuñado la expresión «Beber como un cosaco».

Al parecer Gogol basó la historia de Taras Bulba en la historia del cosaco Bogdán Jmelnitski –del que nuestro Taras sería un trasunto–, promotor de la unión de Ucrania a Rusia, firmada en 1654, y la traición de uno de sus hijos: Yuri –el Andrí de la obra–, que fue nombrado hetman y rompió seis años después la unión firmada por su padre, con intención de convertir a Ucrania en hija adoptiva de Polonia, país al que huyó al quedarse sin apoyos.

La primera versión de Taras Bulba fue escrita en 1833 y publicada en 1835 dentro de una recopilación de novelas cortas y relatos de Gogol titulada Mírgorod. Más tarde fue retocada y editada como obra aparte en 1940. Algunos críticos señalan en ella la excesiva influencia de Walter Scott, uno de los grandes maestros del romanticismo inglés. Mezclando las aventuras y el costumbrismo naturalista a partes iguales, Taras Bulba es una síntesis de lo romántico y lo realista, de la poesía y el retrato de costumbres. Algunos la consideran un poema épico en prosa. La novela narra la historia de Taras Bulba, que, al regreso de sus hijos a la casa paterna, decide llevarlos al campamento principal de los cosacos, el Sech, para convertirlos en grandes guerreros. Ante la ociosidad que encuentran en el campamento, el viejo Taras decide promover una incursión sin saber todas las dificultades y sorpresas que el destino les tiene reservadas.

El tiempo ha convertido a Taras Bulba en uno de esos personajes inolvidables que saben ganarse la tranquila admiración de todos sus lectores, símbolo de fuerza, lealtad, voluntad y vitalidad. Quizá a nosotros nuestro Taras, extraordinario en su sencillez, con una inconsciente valentía como una de sus pocas virtudes, nos pueda sorprender por haber sido erigido en héroe.

Gogol presenta a Taras como un hombre viejo pero, ¡cuán fuerte, vital y listo! Aunque en ocasiones el ardor de Bulba está reñido con su inteligencia, el autor trata con gran cariño los defectos de su protagonista y comparte con él su principio de vida de no capitular ante la atracción femenina. A Gogol no se le conoció jamás ninguna pasión, aunque sí tenía muchas y buenas amigas.

Por otra parte la obra nos presenta dos modelos casi universales de protagonistas personificados en los hijos del viejo Taras, dos formas de ver la vida que van a ser tema fundamental en la literatura realista rusa posterior:

En Ostap destaca la lealtad a los valores de su cultura, la renuncia a su individualidad en aras de una misión más importante, representa la continuidad del carácter de su padre, del carácter cosaco. Mientras que Andrí es el arquetipo de héroe romántico, capaz de abandonar todos los valores de su cultura y traicionar incluso a los suyos por amor. El personaje de Andrí, más complejo y elaborado, protagoniza algunos de los momentos más hermosos de la obra, como cuando en su fiebre amorosa dice a su amada: «¡Mi patria eres tú!».

Taras Bulba es como una sinfonía en perpetuo crescendo, cada capítulo es más intenso y sorprendente que el anterior, es un lienzo tan perfectamente dibujado, tan vívido. No es casualidad que el gran compositor checo Leos Janácek compusiera un poema sinfónico basado en la obra del genial escritor ruso y que lleva el mismo título de Taras Bulba. Sus descripciones son enormemente sensuales e incluso cinematográficas, las batallas son dinámicas y crudas, los diálogos, chispeantes.

Permanentemente atormentado, sus creaciones no fueron para Gogol un placer o un deleite, nunca se sintió recompensado por su genio. Sufrió mucho por sentirse incomprendido por sus contemporáneos, por su descontento consigo mismo e incluso a veces por la repulsa que le causaban sus obras. Pero Taras Bulba es una anomalía entre la obra más conocida del escritor; no es que lo sea para el transcurso de su vida, dado que era un estudioso de la historia de Ucrania, pero parece que los lectores de Gogol sólo esperan encontrar en sus relatos personajes groseros, mezquinos, corruptos, vulgares, como en La nariz o El inspector o, por supuesto, en Almas muertas. Poco hay de esto en Taras Bulba. En ella Gogol se deleita con la recreación de los hermosos paisajes de su amada Ucrania natal combinándolo magistralmente con momentos de gran intensidad dramática y escenas épicas. Esto es quizá una de las notas más características de la novela. Gogol confesará a Pushkin que se sintió verdaderamente feliz al dar cuerpo al legendario héroe. Eso indudablemente lo percibimos también nosotros al leer la obra, las maravillosas y sensuales descripciones de las estepas, esas mujeres tan becquerianas, solamente esbozadas, de maravillosa belleza, cejas negras y blanco seno, con brillantes cabellos enmarcando sus rostros como una aureola.

Pero no podemos terminar esta introducción sin hablar un poco más sobre el autor: Nikolái Vasílevich Gogol (1809-1852) nació en la pequeña aldea de Bolshie Soróchintsy en Ucrania. Su verdadero apellido era Ianovski pero su abuelo había adoptado el apellido Gogol para reivindicar sus ancestros cosacos. Su padre, aunque muere siendo él adolescente, será una importante influencia literaria porque era un hombre culto y aficionado a la escritura.

Gogol es una figura ambigua dentro de su tiempo; por un lado critica en sus obras las injusticias de la Rusia feudal y, por otro, se retracta de lo dicho y reivindica la autocracia, la servidumbre, la pena capital, ganándose la enemistad de algunos de los autores contemporáneos a él, aunque fue muy admirado por otros. Dostoievski, autor que incluirá en sus obras no pocos personajes deudores de los creados por Gogol, dijo que «todos venimos de El capote» en referencia a una de sus obras más célebres, y Turguenev, otro gran admirador, afirmó de Gogol que «con su nombre marcó una época en la historia de nuestra literatura».

Entre sus obras, además de la que nos ocupa, podemos destacar La nariz (1835), El inspector (1836), Almas muertas (1842) y El capote (1842).

Gala Arias Rubio

Taras Bulba