portada

ÍNDICE

PRÓLOGO. Sergio Fernández.

CAP. XXII.—De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir.

CAP. XXIII.—De lo que aconteció al famoso Don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan.

CAP. XXIV.—Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena.

CAP. XXV.—Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente Caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros.

CAP. XXVI.—Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena.

CAP. XXVII.—De cómo salieron con su intención el Cura y el Barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta gran historia.

Plan de la obra.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha
5

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999
Primera edición electrónica, 2017

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

Don Quijote es ilíada, oda y comedia.

VICTOR HUGO

PRÓLOGO

SERGIO FERNÁNDEZ

Contagiado por Don Quijote y guiado por su inquebrantable ambición, sin voz ni voto, de labriego ambulante, da Sancho —al llegar al camino real, en busca de Dulcinea del Toboso— en querer ser escudero de arzobispos andantes ya que éstos, según cree, tienen el camino abierto a la fortuna. Imaginado ha, pues, una serie de tonterías que irritan, por lo demás, el ánimo de su amo, cuando es divisado por el cura y el barbero y, no sin esfuerzo, cuando le hablan, le hacen confesar que el caballero ha quedado en medio de la sierra para imitar a Amadís de Gaula. Se trata, nada menos, que de hacer penitencia por la ingrata amada que tantos trastornos, con su ausencia, provoca en Don Quijote. Pero como el cura y el barbero temen por la vida del loco, deciden fabricar un engaño y sacarlo del absurdo y áspero ejercicio, para lo cual el cura inventa disfrazarse de doncella. De esta manera conseguirán, según ellos, su propósito: pedir a Don Quijote que regrese so capa de ayudarla en un asunto importantísimo, valga a saber, desfacerle un agravio “que un mal caballero le tenía fecho; y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero”.

Si atendemos a la frase, es fácil deducir que el estilo de la narración cotidiana se trueca por el alambicado de la caballería andante con el objeto no solamente de imitarla, sino así penetrar sin tardanzas en la mente de Don Quijote y redimirlo con sus propias armas, o sean las de la locura. Lo que sucede aquí (como en todo el libro) es paradójico, ya que es la salud de los otros la que se contagia de la insania del caballero, pues bien visto locuras hacen el cura y el barbero a fin de congraciarse con la atmósfera del alma enamorada de Don Quijote. Por eso el cura piensa que lo mejor es disfrazarse de “doncella andante” en tanto que el otro servirá de escudero. Convertido, por tanto en mujer, en Sierra Morena el cura se presentará como una “doncella afligida y menesterosa” que le pedirá “un don, el cual no podría dejársele de otorgar, como verdadero caballero andante”. Claro que entre los ruegos estará el de que no le pida pormenores de su hacienda hasta no cumplir un favor. Lo que se necesita es, pues, quitar a Don Quijote de su “extraña locura” no sin antes prometer a Sancho beneficios o “alguna sacristanía […] amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto”.

No bien han ideado el disparate lo ponen en práctica como si no lo fuera: “En resolución la ventera vistió al cura de modo que no había más qué hacer: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo de ancho, todas acuchilladas y unos corpiños de terciopelo verde guarnecido con ribetes de raso blanco, que se debieron hacer, ellos y la saya, en tiempos del rey Wamba. No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande, que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso”.

La ridícula y ejemplar figura sale pues de la venta y con su acompañante se pone en marcha para dar con la caza. Pero como la sorpresa es quizá el eje fundamental sobre el cual gira la obra, Cervantes —amparado en lo “extraordinario” de la historia— juega consigo mismo de modo que nunca suceden las cosas tal como el escritor las proyecta, pues inmediatamente después los varios escritores que parecen haber en uno solo se diputan el privilegio de continuar la acción como si entre ellos escribieran la novela en una especie de relevos perfectamente armónicos, si bien hay un resquicio a través del cual la armonía escapa y estalla para dar de nuevo cabida a la sorpresa. De este modo, cuando casi nos hemos acostumbrado al grotesco que consiste en inventar a un cura con todo y barbas convertido en graciosa doncella, el caleidoscopio cervantino pasa a otra posición, pues dándole cuenta ambos personajes de su ridícula posición cambian los papeles y ahora (ya que “así se profanaba menos su dignidad”) la mudable doncella alimenta, bajo tan costosos ropajes, al barbero. La razón es que pronto el cura recapacita y piensa que es indecente que un sacerdote se ponga en esas condiciones, por lo que determina no pasar adelante “aunque a Don Quijote se le llevase el diablo”. Pero si tan obvio es el disparate, ¿por qué el cura no lo entendió como tal desde el principio? Porque todos —por muy declarada que sea la posición humana en cuanto extrema— algo tenemos de locos o de cuerdos, seamos ya de un bando, ya del opuesto; porque, además, la libertad de los personajes para discurrir por la vida es tan cabal, que hacen en rigor lo que les da la gana. Sin embargo, tampoco esta nueva invención aplaca la sed de sorpresa que el libro padece y es así como —ya en Sierra Morena— la aparición de Dorotea (una doncella de verdad, burlada por Fernando, el joven libertino) da al traste con los motivos anteriores y es ella quien, apoderada del lenguaje y las costumbres de las novelas de caballerías, convence a Don Quijote porque es ¡nada menos! que la princesa Micomicona, dueña y señora del reino de Micomicón. Fácil es deducir que el caballero conceda a tan alta señora el don que le pide y es así como la triple doncella, “afligida y menesterosa”, salva de sus infortunios a aquel que, enamorado hasta “el hígado” —según Sancho— de Dulcinea, ha imprecado, a los cielos, el término de su espléndido sufrimiento de amor en los valles de Sierra Morena.