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ÍNDICE

PRÓLOGO. Pedro Henríquez Ureña.

CAP. XXXVI.—Que trata de otros raros sucesos que en la venta sucedieron.

CAP. XXXVII.—Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras.

CAP. XXXVIII.—Que trata del curioso discurso que hizo Don Quijote de las armas y las letras.

CAP. XXXIX.—Donde el Cautivo cuenta su vida y sucesos.

CAP. XL.—Donde se prosigue la historia del Cautivo.

CAP. XLI.—Donde todavía prosigue el Cautivo su suceso.

Plan de la obra.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha
8

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999
Primera edición electrónica, 2017

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¿Qué representa Don Quijote?Ante todo la fe, la fe en algo eterno, inmutable, en la verdad, en aquella verdad que reside fuera del yo, que no se entrega fácilmente, que quiere ser cortejada y que a ella nos sacrificamos, pero que acaba por rendirse a la constancia del servicio y a la energía del sacrificio.

IVÁN TURGUÉNIEV

PRÓLOGO

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

La gran epopeya cómica, como puerta de trágica ironía, se cierra sobre las irreales andanzas de la Edad Media y las nunca satisfechas ambiciones del Renacimiento y se abre sobre las prosaicas perspectivas de la edad moderna. La risa de los superficiales, ayer y hoy, ¿no es el comentario con que espontáneamente se manifiesta el prosaísmo de los últimos tres siglos? La actitud de los que sienten con Don Quijote y contra quienes abusan o se mofan de él, ¿no es protesta?

Para el siglo XVII, el Quijote fue sobre todo obra de divertimiento y solaz, la mejor de todas, a no dudarlo. Hubo, seguramente, quienes le adivinaran sentidos más hondos; absurdo sería negar de plano la penetración delicada a toda una época. Leyendo la crítica de la obra de Cervantes desde sus comienzos, se hallarán, de cuando en cuando, anticipaciones a nuestras ideas modernas. Pero su rareza será la prueba mejor del criterio entonces predominante: el criterio realista y mundano que personifican hombres como Bacon, y Gracián, y La Rochefoucauld.

Aún más: durante mucho tiempo, se estimó mejor la Primera Parte del Quijote que la Segunda. “Nunca segundas partes fueron buenas”, se repetía. Ya se ve: la Primera Parte es la más regocijada y ruidosa; allí Cervantes, en ocasiones, parece desamorado y duro para con su héroe. Hoy, entre los mejores aficionados al Quijote, la Segunda Parte, llena de matices delicados, de sabiduría bondadosa, humana, es la que conquista todas las preferencias. Es la glorificación moral del Ingenioso Hidalgo. Y el preferirla no es sino resultado de la protesta surgida en espíritus rebeldes contra la opresión espiritual de la edad moderna.

Este caballero andante, con su amor al heroísmo de la Edad Media y su devoción a la cultura del Renacimiento, es víctima de la nueva sociedad, inesperadamente mezquina, donde hasta los duques tienen alma vulgar: ejemplo vivo de cómo las épocas cuyos ideales se simbolizan en la aventura, primero, y luego en las Utopías y Ciudades del Sol, vienen a desembocar en la era donde son realizaciones distintivas los códigos y la economía política. En vidas como la de Beethoven, como la de Shelley, hay asombrosos casos de choque quijotesco con el ambiente social.

Heine —que comenzó quijotescamente su carrera, renunciando a enorme fortuna para ser poeta— es uno de los primeros en dar voz a esta nueva interpretación. Con él, y después de él, Don Quijote va a ser, no el tipo del idealista “que no se adapta”, sino el símbolo de toda protesta contra las mezquindades innecesarias de la vida social, en nombre de ideales superiores. Y este Don Quijote, maestro de energía y de independencia, seguido por Sancho, modelo ya de humildes entusiastas de lo que a medias comprenden pero adivinan magno; este espejo de caballeros, está sobre todo en la Segunda Parte de la novela, hondamente humana, crepuscular y majestuosa.