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ÍNDICE

PRÓLOGO. José María González de Mendoza.

CAP. XV.—Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero.

CAP. XVI.—De lo que sucedió a Don Quijote con un discreto caballero de la Mancha.

CAP. XVII.—Donde se declara el último punto y extremo donde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de Don Quijote, con la felicemente acabada aventura de los leones.

CAP. XVIII.—De lo que sucedió a Don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes.

CAP. XIX.—Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos.

CAP. XX.—Donde se cuentan las bodas de Camacho el Rico con el suceso de Basilio el Pobre.

CAP. XXI.—Donde se prosiguen las bodas de Camacho con oros gustosos sucesos.

Plan de la obra.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha
13

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999
Primera edición electrónica, 2017

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¿Por qué la persona afligida está más inclinada a abandonarse ciegamente a los placeres de los sentidos? ¿Es el aturdimiento que producen lo que ella apetece? ¿O una necesidad de emoción a cualquier precio? Sancho Panza dice: “Si los hombres sienten demasiado las tristezas, se vuelven bestias”.

NIETZSCHE

PRÓLOGO

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ DE MENDOZA

La atareada multitud de eruditos que consagraron sus desvelos a clarificar lo obscuro del Quijote halla su contrapartida en el inquieto pelotón de los “enquijotados”, como donosamente llamaba don Francisco Rodríguez Marín a quienes emplearon su actividad en obscurecer lo claro del admirable libro. Todos pueden tomar por lema de sus trabajos —o de sus desvaríos— palabras del propio Don Quijote: “Y así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla”.

La entendieron a tuertas aquellos que gustan de buscarle cinco pies al gato —que no tres: éstos se los encuentra cualquiera—. Inficionólos la locura del hidalgo y dieron por aciertos de la perspicacia lo que era descarrío de la imaginación. No se crea que ello fuese novedad de tiempos cercanos al nuestro; mucho más hemos de remontarnos, hasta mediado el siglo XVIII, cuando un linajudo inglés, Charles Jarvis, dio a la estampa en 1742 una traducción de la sabrosa novela —decía en 1872 don Francisco María Tubino, en su estudio intitulado Cervantes y el Quijote— y se obstinó en atribuir a Cervantes las ideas morales y religiosas que él mismo profesaba. Pretendía descubrir en aquel libro —informaba a su vez don Leopoldo Rius en su excelente Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada de 1895 a 1904— alusiones y sátiras demagógicas y anticlericales.

El esoterismo, esto es, la inclinación a ver un significado oculto en todo aquello que Cervantes refiere, adquirió vigor y lozanía a lo largo del sigo XIX y proliferó como plantas silvestres en terreno baldío.

Difieren sus adeptos en las modalidades de la interpretación, pero coinciden en tener al insigne alcalaíno por hombre de “ideas avanzadas”, con desdén de cuanto acerca de su piedad nos dicen los biógrafos. Esto equivale a motejarle de hipócrita que, so capa de entretener al lector con el relato de las burlescas aventuras de un loco, atacó en forma encubierta, bien embozado, a las más altas y respetables instituciones de su tiempo. ¡Curiosa manera de elogiarle! Deja ello ver de qué pie cojean los esoteristas. Algunos alcanzaron la celebridad; de tal manera la desmesura y complicación de sus teorías sorprendieron.

Don Adolfo Saldías, en Cervantes y el Quijote, publicado en 1893 en Buenos Aires, sostuvo que el insigne escritor “fue un demócrata convencido, y que Don Quijote representa la aristocracia conservadora y Sancho la democracia pura”, dice don Eduardo Benot en su Estudio acerca de Cervantes y el Quijote, editado en 1905.

Don Miguel Cortacero y Velasco puso en varios libros los frutos de sus lucubraciones de las que bastará a dar idea el título, prometedor, de uno de ellos: Cervantes y el Evangelio; o el Simbolismo del Quijote. Se publicó en Madrid, en 1915.

En 1916, don Juan Francisco de la Jara y Sánchez de Molina, que adoptó el arábigo seudónimo de Hamete Aben Xarah el Beturaní, añadió a la segunda parte del Quijote un capítulo encaminado a desentrañar el misterio que él creía vislumbrar en el hombre de Tirteafuera. Sabido es que así se llama el pueblo donde nació el doctor Pedro Recio de Agüero, médico gubernamental en la Ínsula Barataria. El libro en que el comentarista expuso sus opiniones lleva el instructivo título de Estudio histórico-topográfico de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, deducido de su lectura y aplicando las leyendas de importancia: tres sucesos y las consejas populares de la región beturania, con conocimiento exacto del terreno que describió Cervantes, donde la tradición conserva los nombres que justifican los pasajes más culminantes de esta fantástica obra. Hay, como se ve, equivalencia de longitud entre ese título de cincuenta y cinco palabras y el nombre y seudónimo del prolijo autor. Aclararemos que Beturania o Beturia es el antiguo nombre de la región española comprendida entre los ríos Guadiana y Guadalquivir.

A don Benigno Pallol le cupo la turbia gloria de superar en extravagancia a todos los demás esoteristas. Bajo el seudónimo de Polinous publicó en 1893 una descabellada Interpretación del Quijote, en el que ve “una invectiva contra los libros sagrados y sus derivaciones”, dice Rius. Según Polinous, Dulcinea representa a España, Maritornes a la Iglesia, Don Quijote y Sancho al pueblo en lucha contra el absolutismo de los monarcas y contra la opresión dogmática sobre la conciencia. ¡Nada menos!

Casi todas esas arbitrarias interpretaciones tienen por deleznables cimientos revesados anagramas, cojos cuando no adiposos, esto es, faltos de letras o con letras añadidas, sistema que permite descubrir cuanto se busque, en no importa qué texto. Rodríguez Marín, que aunaba a la pasmosa erudición al acicular ingenio, recordaba a este respecto un chascarrillo: cierto devoto de san Antonio de Padua ponderaba como prodigio el hecho de que barajando las letras de aquellas cuatro palabras, quitando algunas y poniendo otras, clarito se leía: “La Santísima Trinidad”.

Se creyera que en nuestros días, aclarado el texto del libro inmortal mediante los doctos trabajos de Rodríguez Marín, analizada totalmente su importancia y significación merced a los sagaces y profundos estudios de Valera y Menéndez Pelayo, de don Américo Castro y don Salvador de Madariaga, se habría extinguido la raza de los esoteristas. No es así: de 1947, año del cuarto centenario del nacimiento del genial escritor, son un ensayo en francés que le presenta como un fundador del libre-pensamiento, y otro, en nuestro idioma, donde se examina a Don Quijote y a Sancho a la bermeja luz del Materialismo Histórico.

Adrede hemos pasado en silencio hasta ahora los dos nombres más célebres de la ilusa cohorte de esoteristas: Benjumea y Villegas; pero de tal magnitud fueron sus fantasías que cada uno capítulo por sí merece.

CAPÍTULO XV

Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero

En extremo contento, ufano y vanaglorioso iba Don Quijote por haber alcanzado victoria de tan valiente caballero como él se imaginaba que era el de los Espejos, de cuya caballeresca palabra esperaba saber si el encantamento de su señora pasaba adelante, pues era forzoso que el tan vencido caballero volviese, so pena de no serlo, a darle razón de lo que con ella le hubiese sucedido. Pero uno pensaba Don Quijote y otro el de los Espejos, puesto que por entonces no era otro su pensamiento sino buscar donde bizmarse,1 como se ha dicho. Dice, pues, la historia que, cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a Don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haber entrado primero en bureo2 con el Cura y el Barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a Don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyo consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco, que dejasen salir a Don Quijote, pues el detenerle parecía imposible, y que Sansón le saliese al camino como caballero andante, y trabase batalla con él, pues no faltaría sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor; y así, vencido Don Quijote, le había de mandar el Bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa, y no saliese della en dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa; lo cual era claro que, Don Quijote vencido, cumpliría indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyes de la caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se le olvidasen sus vanidades, o se diese lugar de buscar a su locura algún conveniente remedio.

Aceptólo Carrasco, y ofreciósele por escudero Tomé Cecial, compadre y vecino de Sancho Panza, hombre alegre y de lucios cascos. Armóse Sansón como queda referido, y Tomé Cecial acomodó sobre sus naturales narices las falsas y de máscara ya dichas, porque no fuese conocido de su compadre cuando se viesen, y así, siguieron el mismo viaje que llevaba Don Quijote, y llegaron casi a hallarse en la aventura del carro de la Muerte, y, finalmente, dieron con ellos en el bosque, donde les sucedió todo lo que el prudente ha leído; y si no fuera por los pensamientos extraordinarios de Don Quijote, que se dio a entender que el Bachiller no era el Bachiller, el señor Bachiller quedara imposibilitado para siempre de graduarse de licenciado, por no haber hallado nidos donde pensó hallar pájaros. Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el mal paradero que había tenido su camino, dijo al Bachiller:

—Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa; pero con dificultad las más veces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos, él se va sano y riendo; vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora: ¿cuál es más loco: el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad?

A lo que respondió Sansón:

—La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.

—Pues así es —dijo Tomé Cecial—, yo fui por mi voluntad loco cuando quise hacerme escudero de vuesa merced, y por la misma quiero dejar de serlo y volverme a mi casa.

—Eso os cumple —respondió Sansón—; porque pensar que yo he de volver a la mía hasta haber molido a palos a Don Quijote es pensar en lo excusado. Y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.

En esto fueron razonando los dos, hasta que llegaron a un pueblo, donde fue ventura hallar un algebrista,3 con quien se curó el Sansón desgraciado. Tomé Cecial se volvió y le dejó, y él quedó imaginando su venganza, y la historia vuelve a hablar dél a su tiempo, por no dejar de regocijarse ahora con Don Quijote.


1 Donde bizmarse significa donde ir a curarse.

2 En bureo quiere decir en justa reunión.

3 “Álgebra es arte de concertar los huesos desencajados y quebrados” (Covarrubias, Tesoro).