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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Penny Jordan

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Traición y deseo, n.º 1463 - abril 2018

Título original: Christmas Eve Wedding

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-200-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

JAZ esperaba el ascensor del hotel para subir a su habitación. A su lado tan solo había un hombre que también esperaba. Era alto, corpulento y muy masculino. Estar a su lado le producía una peligrosa excitación que le recorría la piel.

¿Se había acercado más a ella mientras esperaban o se lo estaría imaginando del mismo modo que se había «imaginado» como él había mirado su cuerpo… sus pechos…?

¿Y había notado él cómo ella se había excitado ante esa mirada hambrienta? ¿Se habría dado cuenta de que no solo su presencia sino también sus propios pensamientos la estaban excitando?

Jaz se ruborizó, miró hacia otro lado y decidida a pensar en otra cosa reflexionó sobre lo que la había llevado a ese hotel de Nueva Orleans.

En el otro lado de la ciudad, su padrino estaría ultimando los trámites de la venta de sus exclusivos e innovadores grandes almacenes en Inglaterra a una familia americana que siempre se había mostrado muy interesada en adquirirlos para aumentar su prestigiosa cadena de almacenes en Estados Unidos. Eso les proporcionaría la entrada en el mercado británico.

Ella sabía que su trabajo como coordinadora y diseñadora de los escaparates era completamente seguro, pero le había costado un gran esfuerzo y había sido una prueba de su determinación para lograr el éxito en la profesión que ella había elegido.

Sus padres, que sin lugar a dudas la adoraban y se preocupaban por ella, mostraron cierta desconfianza cuando su única hija decidió abandonar la granja en la que había crecido y seguir su propio camino. No les había gustado su decisión de ir a la Escuela de Arte y Jaz sabía que finalmente accedieron gracias a la intervención de su tío John, su padrino. Y también gracias a él tenía ese trabajo tan maravilloso del que disfrutaba.

Sus padres todavía albergaban la esperanza de que algún día se enamoraría de alguien que compartiera la misma forma de vida que ellos, pero Jaz tenía la firme determinación de nunca enamorarse de un hombre que no comprendiera ni compartiera sus sentimientos. Le había costado mucho trabajo ganarse el derecho de poder expresar el lado artístico de su naturaleza y por eso lo apreciaba doblemente. Tenía muchas esperanzas puestas en la expresión de su talento y en la libertad para utilizarlo al máximo y sabía que eso sería imposible si se casara con un hombre como su padre, por muy amable, cariñoso y generoso que fuera.

A los casi ochenta años su tío John había estado durante algún tiempo buscando un sucesor que mantuviera el prestigio de los almacenes que él mismo había creado. Y, aunque al principio no estaba muy seguro de venderlo a alguien al otro lado del Atlántico, la visita a Nueva Orleans, a la que la había invitado, le había convencido de que la familia Dubois compartía los mismos objetivos que él. Como no tenía descendientes directos a quien dejarles su negocio, había decidido que la mejor manera de mantener las tradiciones de los almacenes sería venderlo a la familia Dubois, una decisión que ella apoyaba totalmente.

El ascensor llegó y los pensamientos de Jaz volvieron al presente. No pudo evitar lanzar una mirada indiscreta al hombre que esperaba a su lado y su corazón latió con fuerza al acordarse de la excitación que había sentido al verlo. ¿Se estaría comportando de esa manera tan inconsciente por estar en otro país? ¿O quizá su atrevimiento se debía a algo irresistible en él?

El simple hecho de pensar que estaban solos en el ascensor le hacía imaginar todo tipo de fantasías. Le lanzó una mirada lasciva y él respondió observándola en silencio.

–¿Has visto algo que te gusta, cariño? –le preguntó él mientras se cerraba la puerta del ascensor.

Jaz sintió un escalofrío por la espalda. Sabía que lo que estaba haciendo no era propio de ella, pero, por alguna razón, no le importaba. Había algo en él que la excitaba de una manera que no podía controlar.

–Quizá –respondió ella sin intimidarse.

Antes de su viaje ya le habían advertido de que Nueva Orleans era una tierra de hombres sexualmente muy atractivos, peligrosos e intrépidos. No pudo resistir observarlo por el espejo del ascensor. Llevaba tres o cuatro botones de la camisa desabrochados, dejando ver parte de su cuerpo masculino. De manera impulsiva, ella dio un paso hacia él. Se preguntaba qué sensación le produciría acariciar esa piel con sus labios, saborearla hasta que él no pudiera resistir más.

Sentía cómo su cuerpo se desarmaba de excitación. Nunca se había sentido así. Las mejillas le ardían y sus pensamientos y fantasías le aceleraron el corazón.

Siguió observándolo. Era bastante alto, tenía el pelo denso y moreno con ligeros reflejos dorados. Llevaba un perfume caro. Todo en él parecía caro: su ropa, su corte de pelo, su elegante reloj… Todo excepto las toscas manos que a Jaz le producían un escalofrío al imaginárselas sobre su fina piel.

–Adelante –dijo él–. Vamos, cariño, haz lo que quieres hacer. Por que tú quieres, ¿verdad? –añadió con un sexy murmullo.

En realidad ella ya había puesto una mano sobre su pecho. Su piel era cálida y bronceada. Y sus ojos… Nunca había visto unos ojos tan azules. Eran de un azul tan profundo que Jaz tenía la sensación de que los suyos marrones parecerían insignificantes.

–No puedo –respondió ella–. Aquí no. En el ascensor no –dijo Jaz sin convicción.

–¡Mentirosa! Si quisiera te podría tener aquí y ahora. Si quieres que te lo demuestre –dijo mientras se llevaba la mano hacia la hebilla del cinturón.

Jaz se sentía aturdida por el deseo. Se acercó al él sin pensar y después se detuvo. Él la miró y sonrió con complicidad. Tenía unos dientes blancos y fuertes y para ella no era difícil imaginar cómo se hundían en su propia piel. Se estremeció por la precisión de sus fantasías y sus movimientos mostraron cierta incomodidad.

–Ten cuidado, cariño, si me sigues mirando así, te voy a tener que dar lo que tus ojos me están pidiendo. De hecho…

Jaz intentó negar lo que él estaba diciendo, pero era demasiado tarde. Sin casi darse cuenta, él la había aprisionado contra el fondo del ascensor y la había besado. La sensación de estar entre sus brazos, de sentir el calor de su cuerpo, su aroma, era tan intensamente erótica que se sentía desnuda.

Tembló al sentir cómo sus manos le acariciaban los pechos a través de la fina seda y protestó con un gemido al sentir sus labios sobre sus pezones.

Jaz cerró los ojos. Su sentido común le aconsejaba que no debería estar haciendo eso. Era tan peligroso… Pero ella ya lo estaba acariciando y había sentido la dureza que probaba que ella no estaba sola en ese deseo salvaje. Sintió una sensación de triunfo. No estaba sola. ¡Él la deseaba tanto como ella a él!

El ascensor se paró, se abrieron las puertas y salieron juntos. Jaz era consciente de que le ardían las mejillas y de que las piernas casi no la podían sostener. ¿Qué habría pasado si hubieran permanecido más tiempo en el ascensor? ¿Habrían…?

–Vamos a tu habitación –le dijo él suavemente mientras ella se alejaba.

Ella lo miró fijamente con impotencia. Nunca le había ocurrido nada parecido. Siempre había llevado una vida muy tranquila. Su batalla para demostrar a sus padres lo importante que era para ella su carrera profesional no le había dejado tiempo para tener las experiencias sexuales que tenían otras chicas de su edad.

Pero era un tipo de vida con el que siempre había estado contenta. Las aventuras en ascensores con hombres altos, morenos y atractivos nunca le habían interesado mucho, o, si lo habían hecho, nunca lo había admitido públicamente. Eso pensaba Jaz mientras se dirigía a su habitación con la cabeza alta, pero con el corazón latiendo fuertemente. Cuando llegaron a la puerta le invadieron las dudas.

–No creo que… –dijo ella mientras él conseguía sacar la llave de su bolso y abrir la puerta.

–¿Qué es lo que no crees, cariño? ¿Que no quieres esto?

Todo el cuerpo de Jaz se estremeció cuando se encontró en sus brazos y él la besó, un beso largo y lento que hizo desaparecer toda su fuerza de voluntad. Estaban dentro de la habitación y él había cerrado la puerta, sin soltarla de sus brazos, y la seguía besando, aunque lo que le estaba haciendo a su boca era mucho más que simplemente besarla. Lo que él estaba haciendo era…

Jaz tembló al sentir cómo sus manos tocaban su cuerpo ligeramente, con delicadeza, con seguridad… Ese hombre conocía a las mujeres… Las conocía muy, muy bien. Su lengua le acarició los labios lenta y cuidadosamente, como si quisiera aliviar sus miedos, hasta que esa ligera presión se convirtió en una tortura que hacía el deseo insoportable.

La oscuridad aumentó su percepción de él, del fuerte aroma masculino de su cuerpo. Sentía el roce de su piel en sus mejillas y la textura de la manga de su chaqueta sobre su brazo desnudo. La embriagaba la frescura de su colonia.

Su beso provocador estaba empezando a irritarla. La estaba tratando como a una niña, no como a una mujer, no como a la mujer que ella sabía que podía ser con él: fuego, pasión y deseo. Una mujer a la que nada le importaba más que su hombre y los deseos que se estaban creando entre ellos. Él le hacía sentir, le hacía sentirse viva, primitiva, sensual… mujer. ¡Su mujer!

Lo envolvió en sus brazos, enredó la lengua con la suya y lo devoró con un beso de pasión desenfrenada.

–Así que eso es lo que quieres, ¿no? Pues, en ese caso, cariño… –dijo él levantándola del suelo con facilidad y llevándola hacia la cama.

La tumbó y empezó a desvestirla sin que ella hiciera ningún gesto para impedírselo. Desde el momento en que habían entrado juntos en el ascensor había sabido que eso iba a pasar. Ella lo había querido. Como le había ocurrido tantas veces con ese hombre desde que había llegado a Nueva Orleans. Sin duda deseaba las ya conocidas caricias de Caid.

La luz de la luna se vislumbraba a través de las cortinas e iluminaba los desnudos pechos de Jaz. Suspiraba de placer mientras él los acariciaba y los recorría con la punta de sus toscos dedos. La excitación la llenó de placer. Arqueó el cuerpo y ofreció sus pechos a Caid en medio de la cálida penumbra de la habitación. Eso era lo que ella se había estado imaginando en el ascensor: sus cuerpos desnudos enredados en la quietud de la noche de Luisiana.

Le desabrochó la ropa de manera enloquecida hasta que le fue posible acariciar la piel de su musculoso cuerpo desnudo. El tacto de su piel le produjo un deseo irrefrenable que le daba miedo reconocer, traspasaba las fronteras de sus emociones normales. Era una lujuria salvaje que no se podía controlar.

De manera imparable se devoraban con caricias y besos salvajes. Ella podía ver los arañazos en la espalda de Caid y sabía que por la mañana su propio cuerpo estaría señalado con las marcas de su deseo.

–¿Estás preparada, cariño? –le preguntó acercándola todavía más hacia él.

Ella le respondió con su cuerpo, lo rodeó fuertemente con sus piernas y él se introdujo en ella. La sensación de tenerlo en su interior le produjo un placer casi insoportable. Cada movimiento de su cuerpo, cada impulso, aumentaba el deseo enloquecedor que la llevaba cada vez más alto, hasta que de repente se encontró en la cima de su propio placer, navegando en sus alturas, sobrecogida por la intensidad de lo que estaba ocurriendo. Gritó enloquecedoramente, agarrándose al cuerpo que la cubría y sintiendo la descarga masculina en su interior. Su cuerpo reflejaba la satisfacción de la plenitud que le había proporcionado a Caid mientras que sus agotados sentidos se relajaban.

 

 

Caid se apoyó en la cama y acariciaba delicadamente los suaves rasgos del rostro de Jaz. Era tan pequeña, tan frágil y al mismo tiempo tan arrebatadoramente fuerte, esa inglesa que había entrado en su vida y en su corazón de manera tan inesperada.

Para ser sincero, él había tenido sus dudas. Pero se empezó a relajar al oír una conversación entre su madre y el padrino de Jaz acerca de su familia. Caid bajó la guardia al saber que ella provenía de una familia de granjeros, que había crecido en el campo y que su trabajo en los almacenes era simplemente algo temporal para demostrar su independencia hasta que decidiera asentarse y volver a sus raíces.